¡Torpedo humano! y La X° Flottiglia MAS
Publicado: Mié Ago 10, 2005 1:16 pm
Este es la primera parte de un interesante artículo sobre los "maiali", cerdos en italiano, los torpedos tripulados con que la Regia Marina Italiana, atacó a la Royal Navy, no con buenos resultados, pero si con bastante sorpresa.
A las nueve cuarenta y cinco de la noche del 19 de diciembre de 1941, seis cabezas brotaron en la tranquila superficie del Mediterráneo, bañada por la luna, precisamente afuera de la bahía de Alejandría, Egipto. Aquellos seis hombres no estaban nadando. Iban jinetes, es decir, a horcajadas sobre tres torpedos de unos seis metros de largo. Eran italianos. Sus intenciones eran penetrar a la bahía sin ser observados y hundir los restos de la mermada flota inglesa del Mediterráneo, específicamente a los barcos de guerra Valiant y Queen Elizabeth.
Su historia, desarrollada en el mismo teatro de la guerra que la expedición de Geoffrey Keyes, es al mismo tiempo una historia triunfante y un bello contrapunto en lo que se refiere al valor y osadía de un pequeño grupo, ya que el Eje también tuvo hombres que también se burlaban de los aspectos formales de las guerras modernas.
Conducidos por el teniente y Marqués Luigi Durand de la Penne, los seis italianos usando una nueva clase de equipo ligero submarino, abandonaron su submarino nodriza por una abertura de escape situada debajo de la línea de flotación. En grupos de dos, en realidad "jinetearon" sus torpedos de baja velocidad, especialmente adaptados, a través de los campos de minas, tanto de superficie como submarinas. Cerca del muelle de Alejandría se vieron obligados a sumergirse profundamente, ya que una patrulla británica arrojaba sistemáticamente bombas de profundidad.
Cerca de la media noche, fue levantada la red antisubmarinos para dar paso a un escuadrón de destroyers británicos. Desde una profundidad de diez metros, los tres grupos de torpedos humanos, jinetes en sus mortales "caballos" siguieron a las batientes hélices hasta el interior de la misma bahía.
En las primeras horas de la madrugada, trabajando furiosamente y casi ahogándose en las negras y lóbregas aguas del anclaje británico, los italianos lograron su propósito, a pesar de la vigilancia de las patrullas que cruzaban la superficie. Poco después de las 6 a. m., el capitán, posteriormente vicealmirante, Charles Morgan, del Valiant fue arrojado sobre cubierta por una violenta explosión. El buque de guerra se hundió bajo sus pies hasta el bajo fondo de la bahía. Unos cuantos minutos más tarde lo siguió el Queen Elizabeth, en tanto que un enorme barco tanque inglés, que estaba anclado cerca, volaba en pedazos e iluminaba la escena con sus despojos en llamas.
Rara vez en la guerra moderna el victorioso se encuentra con el vencido cara a cara en el momento de su triunfo; sin embargo, Luigi de la Penne fue hecho prisionero a bordo del Valiant. El capitán Morgan, cuando su barco se hundía, se volvió al italiano y le dijo quedamente: "Se ha anotado una victoria fantástica".
Es probable que nunca antes en la historia (parafraseando a Churchill), una armada ha debido tanto a tan pocos, corno en el caso de la armada italiana a su Décima Flotilla Ligera, único y pequeño compacto grupo de entusiastas de los botes a motor y del buceo. La Décima, que nunca llegó a contar más de cien hombres, se anotó la mayor parte de las victorias navales italianas durante la Segunda Guerra Mundial. Fue el triunfo del valor puro y del poder de la voluntad de los hombres contra los barcos, más que el triunfo de barcos contra barcos.
Desde el día en que el primer navío izó en su mástil la bandera de la Italia Unida en 1861, la marina italiana había vivido a la sombra de la Real Armada Británica. Los marinos italianos lo admitían libremente.
-Padecemos un irrazonable complejo de inferioridad -comentaban-, los cañones ingleses son más precisos y de más alcance, sus barcos son más rápidos y más fáciles de maniobrar, sus comandantes más decididos y conocedores.
La jactancia "Mare Nostrum" de Mussolini acerca del Mediterráneo era pura bravata para la marina italiana en tanto que los ingleses poseyeran Gibraltar, Malta, Alejandría y Chipre. Para 1940, aquel complejo de inferioridad se había convertido en parálisis; los almirantes italianos recurrían a cualquier extremo con tal de evitar combates con la Real Armada, aun cuando las oportunidades se inclinaran fuertemente a su favor.
Muchos oficiales aislados de la marina italiana protestaban calladamente, es cierto, contra esta habitual inacción, que equivalía casi a miedo. Pero estaban adecuadamente disciplinados. Unos cuantos individuos osados entre los oficiales de menor categoría principió entonces a pensar en armas más pequeñas, que la Supermarina (Cuartel General Naval Italiano) podría encontrarse dispuesta a arriesgar contra el enemigo.
Los rápidos botes a motor constituían una solución. En la Primera Guerra Mundial la marina italiana había logrado un éxito considerable contra la armada Austro-Húngara a lo largo de la costa dálmata con unidades pequeñas, hundiendo un total de tres cruceros de batalla. Al mismo tiempo se había alcanzado un considerable progreso técnico; a bote a motor equipado con rodada de oruga para trepar sobre las rocas había entrado en acción precisamente al final de la guerra.
Pero también había otras líneas de pensamiento. Desde octubre de 1935, dos tenientes ingenieros de la base para submarinos de La Spezia, Teseo Tesei y Elios Toschi, principiaron a trabajar con torpedos. Torpedos de una clase muy especial que fueron puestos en plena operación en los primeros días de la guerra. Si la Armada Británica no podía ser atacada en acciones de superficie en pleno Mediterráneo, quizá podría ser atacada y hundida cuando se encontrara inmóvil y confiada en sus protegidas bahías.
¿Pero cómo? ¿Con acciones? Las múltiples defensas reducían su efectividad. ¿Submarinos? Las minas, redes y pocas profundidades de las bahías ya hacía mucho que los habían nulificado. Sin embargo, tal vez un torpedo, guiado por manos humanas, podría burlar todas las defensas sin ser visto, en una noche oscura...
A primera vista la idea era tan descabellada como la de que un hombre domara y montara un tiburón. Y sin embargo, ¿porqué no? Disminuyendo la velocidad del torpedo para proporcionarle mayor maniobrabilidad, montando un piloto en él sobre unos estribos, y adaptándole mandos manuales en vez de los preajustados, y el piloto con equipo de buceo...
Pero, ¿que pasaría con este piloto humano? Concediendo que la nueva arma pudiera ser guiada con éxito hacia su blanco -y ya era conceder bastante- ¿qué sucedería con el hombre que lo montara cuando el torpedo se incrustara con un terrible impacto en el casco de un barco?
Tesei y Toschi nunca pensaron en la posibilidad de un escuadrón suicida, aun cuando los sentimientos casi fanáticos de Tesei en cuanto a la guerra, de hecho lo condujeran en aquella dirección, como se verá más tarde.
Casi desde el principio se pensó en el torpedo mismo como medio de transporte para el piloto humano y para el explosivo, el cual se fijaría en el fondo de algún barco y se haría explotar una vez que el piloto hubiera logrado ponerse a salvo.
Trabajando en su tiempo libre, los dos hombres trazaron los planos del nuevo torpedo y los sometieron a la consideración del ministerio naval. Para su sorpresa, los planos fueron rápidamente aprobados y se pidieron dos modelos. Sin embargo, Tesei y Toschi no fueron relevados de sus obligaciones normales, y los torpedos se construyeron bajo la supervisión de los dos inventores, y de los mecánicos de La Spezia en su propio tiempo de trabajo. El dinero estaba tan escaso' que los motores de los torpedos tuvieron que adaptarse de dos viejos motores de elevador.
A principios de 1936, se terminaron y probaron oficialmente los dos modelos. Los informes eran favorables, pero el papeleo demoró la producción uno y otro mes. Se le dio una prioridad baja al nuevo torpedo; finalmente, en la complacencia que siguió a la guerra de Etiopía, fue abandonado.
Sin embargo, a fines de 1938, a medida que la guerra contra los ingleses tomaba aspectos más reales, un comandante naval, de nombre Paolo Aloisi recibió instrucciones de revisar nuevamente el asunto de los torpedos humanos. Trabajando con los dos inventores, ayudó a revisar los planos, y en julio de 1939, en vísperas de la guerra, se fabricaron doce "Torpedos de Baja Velocidad" o "pígs" (puercos), como los nombraron los hombres que los tripulaban.
A principios de 1940, siete oficiales se unieron a Tesei, Toschi y Aloisi para crear la Primera Flotilla Ligera. Entre esos siete estaba el teniente De la Penne, un elevado (para ser italiano) y joven oficial de la reserva, de pelo ondulado, procedente de Liguria, que hablaba con ligero acento. De la Penne, que ocultaba una intensa fuerza interior con unos modales externos despreocupados, pronto se encontró formando parte del círculo más íntimo del comando.
El "pig" fue sumamente modificado como resultado de las pruebas prácticas a que fue sometido por la flotilla. El diseño básico resultante era de aproximadamente siete metros de largo por medio metro de diámetro. Dos hombres lo tripulaban en su parte media, sobre estribos, el piloto al frente protegido por un parabrisas de plástico. La velocidad máxima del torpedo era de 4.6 kilómetros por hora, su radio de acción de dieciséis kilómetros y su profundidad de inmersión limitada a treinta metros, (pero con frecuencia excedida).
El torpedo se sumergía y tornaba a la superficie por medio de flotadores o vaciando un pequeño tanque por medio de bombas eléctricas. La propulsión era a base de un acumulador con una capacidad de sesenta volts. Los controles eran luminosos y podían leerse de noche bajo la superficie. La cápsula explosiva del "pig" era de metro y medio de longitud y contenía trescientos kilos de TNT, y se desprendía del torpedo por medio de un sencillo mecanismo de embrague. El demás equipo incluía cortaredes, un ingenioso mecanismo a base de aire comprimido para levantar redes, ganchos para la quilla de los barcos y un gran carrete de cable.
Tanto el piloto como su ayudante usaban trajes de buzo de hule que los cubrían totalmente, excepto las manos y la cara. Sus máscaras no se diferenciaban gran cosa de las que se usan en la actualidad, alimentadas por botellas que contenían oxígeno a alta presión, para una duración de seis horas. La exhalación se practicaba a través del mismo tubo a un depósito de cristales de cal sádica para la absorción del bióxido de carbono.
Para el 10 de junio de 1940, cuando ltalia declaró la guerra a Francia y a la Gran Bretaña, los "pigs" no entraban aún en la producción en masa. No obstante, la flotilla decidió utilizar inmediatamente sus doce torpedos de entrenamiento, viejos como estaban, contra el enemigo. Dos barcos de guerra y un portaaviones ingleses se encontraban en el puerto de Alejandría. Serían atacados y hundidos al salir la luna la noche del 25 de agosto.
Todos los hombres de la flotilla se ofrecieron como voluntarios para esta primera misión. Cuatro tripulaciones salieron en el submarino Iride, entre ellos De la Penne. En la madrugada del 22 de agosto el submarino se reunió con un barco tanque y con una motonave en una apartada bahía al oeste de Tobruk, Libia, que llevaba a un almirante y a los cuatro "pigs". Se ensayaron las tácticas con gran lujo de detalles para beneficio del almirante, las que fueron interrumpidas por un avión de reconocimiento enemigo que volaba a poca altura sobre la bahía. Tanto el barco como el submarino lo recibieron con fuego antiaéreo, pero el avión logró escapar.
El motivo por el que el Iride no tomó a los "pigs" a bordo y buscó la seguridad del mar inmediatamente, no está claro hasta la fecha. De hecho nada se hizo. A las 11.30 a. m. tres aviones torpederos británicos se presentaron rugiendo sin previo aviso. Volaban bajo, rozando las olas, y a cincuenta metros de distancia cayeron de sus vientres los torpedos ingleses. Dos de ellos f fallaron y se enterraron sin explotar en el bajo fondo de la bahía. El tercer torpedo dio directamente en medio del submarino que se encontraba en la superficie. Le hizo un enorme agujero. El Iride se hundió en menos de un minuto salvándose sólo una parte de su tripulación.
Sin embargo, afortunadamente había bastantes buzos entrenados en el sitio para las labores de rescate. Las cuatro tripulaciones de los "pigs" se enfundaron apresuradamente sus equipos y se hundieron hasta el submarino que yacía a quince metros de profundidad en el fondo de la bahía.
Golpeando el casco determinaron que se encontraban vivos nueve marineros en el compartimiento delantero de torpedos y que la salida de escape estaba trabada.
Durante veinte largas horas los ocho buzos trabajaron hasta casi quedar exhaustos, en tanto el oxígeno se agotaba lentamente en el submarino. Al fin, un poco antes del amanecer del día siguiente, se despejó la abertura de escape, mediante un poderoso esfuerzo conjunto de los buzos. En ese momento, los hombres del submarino casi enloquecieron de pánico ante la orden de que inundaran su compartimiento y que ganaran la salida a nado. Varios de ellos no sabían nadar. Se negaron a inundar el compartimiento.
Finalmente, el almirante ordenó que se transmitiera un mensaje golpeando el casco: "Inunden el compartimiento o los abandonamos".
Una poderosa explosión de burbujas que se observó a los pocos minutos sobre la superficie del mar indicó que la orden había sido obedecida. Uno a uno, ocho de los marinos atrapados salieron a la superficie y fueron halados a bordo de la motonave. El noveno hombre permaneció abajo en una pequeña bolsa de aire que pronto se agotaría; claramente se había vuelto loco, no sabía nadar, y amenazaba matar a cualquier miembro de la tripulación que lo obligara a salir por la inundada cámara de escape.
La paciencia del almirante se había agotado. Ordenó que aquel hombre fuera abandonado. Corno el héroe de un libro de cuentos (y en cierta forma así lo era), De la Penne pidió hablar con el almirante.
- Déme la oportunidad de bajar y traerlo -pidió.
De la Penne descendió y con gran riesgo de su vida entró por la abertura de escape y encontró a su hombre. Como se suponía, estaba enloquecido. Los dos hombres lucharon con sus cabezas juntas en la única burbuja de oxígeno que quedaba en el hundido submarino. El marino le arrancó su aparato para respirar. De la Penne trató de volvérselo a colocar. El marinero trató de ahogarlo. De la Penne lo dejó sin conocimiento después de una ruda lucha, y con la última bocanada de aire ya viciado inició su regreso a la abertura y hacia la superficie, remolcando al tripulante del submarino.
Fue izado por sus camaradas y el almirante con aire voluble le prometió una medalla. Sin embargo, las felicitaciones se vieron enfriadas por el descorazonador hecho de que, sin submarino, había fracasado la misión en Alejandría, antes de que hubiera empezado.
De regreso en La Spezia, la flotilla principió a planear un segundo y más ambicioso asalto. Este sería un ataque de doble efecto: la noche del 29 de septiembre, los "pigs" iban a arrastrarse dentro de los puertos de Alejandría y Gibraltar. En una sola noche de trabajo toda la flota británica podría ser aniquilada. Las tripulaciones se mostraban sumamente entusiastas. Esta vez no habría equivocaciones.
El 28 de septiembre, el submarino Gondor se encontraba sumergido a poca distancia al oeste de la bahía de Alejandría. Comenzaron a llegar malas noticias. El reconocimiento aéreo demostraba que la flota británica había salido de Alejandría hacía sólo unas horas. El Gondor y su tripulación de torpedos humanos, Henos de abatimiento, hicieron rumbo a su puerto.
Navegando sobre la superficie, el submarino se vio obligado al siguiente día a sumergirse rápidamente al aparecer sobre el horizonte unas unidades navales enemigas.
Desgraciadamente había sido descubierto.
El submarino permaneció inmóvil en tanto las cargas de profundidad explotaban sordamente a su alrededor.
Irónicamente, las naves británicas que lanzaban sus bombas en cuidadosos diseños sobre la superficie eran los destructores que servían de escolta a los mismos barcos de guerra que el Gondor había ido a destruir a Alejandría. Y estos detroyers no cejaban. Una hora después una carga de profundidad abrió las costuras del submarino. Este salió rápidamente a la superficie. Parte de los marineros corrió hacia las escaleras y saltó al mar antes de que se hundiera, siendo recogidos por un destructor británico. Entre éstos se encontraba Toschi, el coinventor del "pig", y Brunetti, comandante tanto del Gondor como del Iride, hombre carente por completo de suerte. Así fracasó, en forma todavía más desastrosa, la segunda expedición sobre Alejandría.
De la Penne había sido más afortunado, por lo menos había salvado su vida y su libertad. Aun cuando había protestado ruidosamente, fue retirado del asalto a Alejandría y designado al asalto gemelo sobre Gibraltar. El submarino Scire, comandado por el príncipe Valerio Borghese, salió de La Spezia el día 24 con tres dotaciones, incluyendo a De la Penne. En la mañana del día 29, un mensaje en clave emitido de Roma les hizo saber que las unidades británicas de Gibraltar, lo mismo que las de Alejandría, habían abandonado su base. Se encontraba sólo a ochenta kilómetros de su objetivo cuando el Scíre abandonó el ataque. A diferencia del Gondor, llegó a puerto seguro.
A pesar de las súplicas de De la Penne, no se hicieron más intentos de ataque sobre Alejandría. Era contra las miras del teniente: la caza mayor -portaaviones y cruceros-, digna de cazarse se encontraba anclada en Alejandría, Gibraltar contenía sólo unidades menores y barcos mercantes. De la Penne era romántico. Le parecía un poco menos agradable arriesgar su vida hundiendo un sucio carguero de Glasgow.
A diferencia de muchos oficiales italianos De la Penne sazonaba sus inclinaciones dramáticas con cierto toque de realismo. No había nada dramático en el fracaso, y los dos asaltos contra aquel puerto egipcio habían fracasado. Hasta ahora los "pígs" no se habían probado en verdaderas condiciones de batalla. Existía mucho que podría salir equivocado, y en Gibraltar los pilotos de los torpedos por lo menos habrían tenido oportunidad de regresar a España con información para modificar los torpedos. Hubieran sido internados por el técnicamente neutral Franco y pocas semanas después se les permitiría discretamente "escapar" hacia donde se encontrarla un avión italiano aguardando.
or otra parte, Alejandría constituía un viaje en un solo sentido. Era poco probable escapar del Egipto dominado por los ingleses. Unos pequeños aparatos de radio de onda corta que guiaran a los "pigs" de regreso al submarino nodriza, se habían probado en la Spezia durante los primeros días, pero se encontró que no eran de confianza; junto con la dificultad de manejar el torpedo ya desprovisto de su cápsula explosiva, los mismos pilotos habían solicitado que fueran considerados costosos. Toda la energía tenía que encaminarse hacia el éxito de la misión.
Los fracasos perseguían como sombra a la flotilla. El 21 de octubre de 1940, nuevamente salió de La Spezia el Scire haciendo rumbo hacia Gibraltar, nuevamente bajo el mando de Borghese. Lejos de poder compararse a un dilettante, Borghese era un experto marino y un jefe nato. Frente a Gibraltar, se arrastró sumergido en corrientes en extremo peligrosas sólo a un millar de metros de la entrada de la bahía de Gibraltar a plena luz del día.
En esta ocasión no hubo mensajes procedentes de Roma, el asalto estaba en marcha.
El Scire había permanecido sumergido durante cuarenta horas a medida que Borghese se aproximaba a Gibraltar y se movía lentamente al entrar a la bahía, descansando de tiempo en tiempo en el fondo, escuchando a las patrullas y luego continuando su marcha hacia adelante. Un poco después del oscurecer el submarino se dirigió cautelosamente al puerto español de Algeciras, todavía a la vista del enemigo. Fue un triunfo de la navegación a ciegas. A la 1: 30 a. m., con su tripulación casi sin conocimiento por la falta de oxígeno en el viejo Scire, Borghese salió a la superficie.
Conducidos por Tesei, las tres dotaciones partieron con intervalos de dos minutos en sus respectivos ''pigs''. El compañero de De la Penne en esta misión y en otras posteriores era un rudo y macizo pescador que se hallaba tan a gusto en el agua como si allí hubiera nacido, era el oficial subalterno de buceo, Emilio Bianchi. Fueron los terceros en salir.
Todo iba bien. De la Penne y Bianchi viajaban parcialmente sumergidos, con sólo sus cabezas fuera del agua por necesidades de la navegación, pero respirando oxígeno para el caso que se hiciera necesaria una inmersión rápida. El torpedo que tenían debajo palpitaba suave y regularmente. Los dos pilotos se habían encargado de revisarlo personalmente después que los mecánicos terminaron con él.
La distancia a Gibraltar no era mucha, pero una brillante luna rielaba sobre la bahía. De la Penne estaba preocupado por la estela que dejaban y redujo a la mitad la velocidad del torpedo. De pronto se escuchó el ruido de una lancha de motor y observaron el reflector de una patrulla antisubmarina que los buscaba. De la Penne tiró apresuradamente de la palanca de inmersión.
A unos cinco metros de profundidad volvió a nivelar. Allí todo era negrura, pero el torpedo continuaba funcionando. Sin embargo, de pronto sintieron una leve explosión en el motor. El ''pig'' inclinó la cabeza y se precipitó al fondo de la bahía. Los dos pilotos se afianzaron a él por un instante y luego lo abandonaron.
Salieron a la superficie. El reflector había desaparecido. De la Penne golpeó a Bianchi en el hombro y los dos hombres se hundieron nuevamente. Nadaron aproximadamente unos cuarenta metros hacia el fondo. Allí, en una oscuridad absoluta, vagaron por lo que les pareció una eternidad, buscando el pig''. El único faro que tenían para que los guiara era el reflejo luminoso del tablero de control del torpedo.
Al final lograron encontrarlo medio enterrado en el lodo.
Durante diez minutos más se sentaron en el fondo y tentalearon el motor en una oscuridad absoluta. Sabían exactamente qué hacer en una emergencia como esa. Lo habían practicado con los ojos vendados. Sin embargo, el torpedo no quería arrancar nuevamente. Sufrían la presión de aquella profundidad en sus trajes de hule delgado. De la Penne volvió a hacer senas a su compañero y se dirigieron lentamente a la superficie. La misión había terminado para ellos.
Se despojaron de sus equipos de buzo y nadaron hacia España.
Tesei y su compañero también habían tenido dificultades, según De la Penne descubrió al día siguiente. Sus dificultades provinieron no del "pig", sino de su equipo de buceo. Se filtraba y casi los ahogó, teniendo que abandonar el "pig". El tercer grupo, conducido,por el teniente Birindelli, logró atravesar las defensas y penetrar en la rada interior de Gibraltar. Allí su "pig" falló y fueron capturados.
La cápsula hizo explosión en la bahía, pero los ingleses no tuvieron ninguna idea de la verdadera naturaleza del "pig" hasta que fue encontrado el torpedo abandonado por Tesei en las poco profundas aguas de una playa española. La policía secreta de Franco lo retiró inmediatamente, sin embargo, no antes de que los agentes británicos tuvieran unas impresiones vagas acerca de la nueva arma secreta.
Las defensas inglesas de la bahía pronto se multiplicaron especialmente en Gibraltar. Los reflectores barrían las entradas. Se reforzaron las redes. Patrullas silenciosas surcaban las aguas por todos lados y en todas direcciones, escuchando con hidrófonos. Pequeñas cargas de profundidad, capaces de matar o dejar sin conocimiento a cualquiera que se encontrara nadando en el agua dentro de un radio de unos treinta metros, eran soltadas con frecuencia durante toda la noche. En Gibraltar, los ingleses incluso organizaron secciones de buzos para inspeccionar las quillas de todos los barcos surtos en la bahía, con regularidad.
Sin embargo, no eran las contramedidas del enemigo lo que preocupaba a la flotilla italiana. Era completamente evidente que la nueva arma en sí tenía que ser perfeccionada. Tesei, De la Penne y otros se dedicaron furiosamente a la tarea de hacer pruebas. En un segundo ataque sobre Gibraltar, los "pigs" volvieron a fracasar. El tercero, el 26 de mayo de 1941, fue igualmente infructuoso.
Otra clase de hombres hubieran abandonado todo esfuerzo. Pero éstos eran hombres especiales. El cuarto intento, el 20 de septiembre de 1941, constituyó un éxito completo: se hunti p m - dos barcos tanque y un carguero. Los ''pigs'' eran al fin dignos de confianza y no había nada que pudieran hacer los ingleses para contrarrestar a aquellos locos italianos. En los dos años siguientes fueron hundidos 14 barcos solamente en la bahía de Gibraltar y muchos de ellos en plena, luz del día.
F. E. Goldsworthy, oficial de la Inteligencia Naval Británica, declara:
-Ninguna de estas siete operaciones fue incorrupta por la ruptura de la neutralidad española; sin embargo, cada una de ellas demandó de los atacantes una audacia física y una tenacidad que les hubiera ganado el respeto de cualquier marina del mundo.
Una de las razones para este éxito, aparte de la audacia y el valor, sin embargo, la constituyó un nuevo comandante italiano de la operación: Borghese. Aun cuando había fallado el primer ataque sobre Gibraltar recibió esa comisión y finalmente fue recompensado con la Medalla de Oro, la más elevada condecoración italiana, por su audacia y destreza al navegar con el Scire en los mismos dientes del enemigo.
El mismo Mussolini se encargó de la presentación. De la Penne y Tesei, con sus dos compañeros en los "pigs", recorrieron en unión de Borghese un largo corredor cubierto de espejos para su audiencia con 11 Duce. Fueron introducidos a una pequeña pero adornada oficina. Mussolini, cansado y un tanto seco, (la guerra en Albania iba mal), parecía casi desinteresado. No vestía uniforme, sino unos pantalones a rayas y una chaqueta negra. Permaneció detrás de su escritorio todo el tiempo que Borghese hacía el resumen de la operación de los torpedos humanos con ayuda de mapas. El dictador ofreció la medalla y felicitó a los cinco en nombre de todos los italianos.
-Ahora pueden retirarse -añadió casi en la misma emisión de la voz.
De la Perme, junto con los otros, estaba notablemente desilusionado.
No obstante, la entrevista produjo sus frutos. El 15 de marzo de 1941, Borghese fue designado comandante de la división submarina de la Décima Flotilla Ligera, la cual se había organizado para incluir a las Unidades-E, botes a motor explosivos (cargados con TNT y lanzados en alta velocidad contra los barcos enemigos), junto con los torpedos humanos. Se concedió una autonomía completa, así como mucho dinero para el perfeccionamiento de los "pigs".
Borghese estaba poseído de un inmenso entusiasmo y llevó consigo a sus hombres, incluyendo a De la Penne, a pesar de sus muchos fracasos.
Al principio parecía como si los botes explosivos fueran a ser la mejor arma pequeña naval de Italia. El 26 de marzo de 1941, una docena de estas pequeñas unidades salieron de su embarcadero y después de recorrer millas y millas de mar abierto, se lanzaron por sorpresa en Suda Bay, Creta, puerto inglés de abastecimiento por aquella época. Las pequeñas embarcaciones abarrotadas de explosivos, atravesaron rugiendo la bahía. El piloto ajustó una trayectoria de colisión contra un barco enemigo, aseguró los controles y a doscientos metros de la muerte se lanzó del bote de regreso al mar abierto. Los italianos hundieron tres barcos mercantes en este ataque, dañando severamente al crucero británico York y escaparon casi sin sufrir bajas, ya que un bote de rescate los esperaba y en medio de una granizada de balas enemigas avanzó para recoger a los pilotos y huir en seguida a mar abierto.
Exactamente cuatro meses después, el 26 de julio, la Décima Flotilla intentó la misma estratagema en Malta. Tesei, la inspiración espiritual de la flotilla, había abandonado su propia creación, los "pigs", para conducir el ataque. El resultado fue un completo desastre.
Una fuerte cadena que sostenía una red de acero se encontraba tendida a través de la entrada de la bahía. La fuerza aérea italiana, a quien se había pedido que eliminara dicho obstáculo, había bombardeado un lugar equivocado.
Los nueve botes explosivos, zumbando como abejas furiosas, dieron la vuelta y se retiraron, frustrados. Fuego de cañón, disparado desde la orilla, comenzó a llover a su alrededor en tanto los botes se lanzaban inútilmente una y otra vez contra la barrera. Tesei, sin titubear más, dirigió su bote directamente sobre el obstáculo. Saltó demasiado tarde y fue cogido por la explosión. Nunca se encontró su cadáver.
Y peor aún, había muerto en vano. La carga de TNT había sido demasiado poderosa. La red se abatió y una pesada viga de madera permaneció sobre la superficie del agua. No quedó ninguna manera de penetrar. Otro piloto que trató de volar el, botalón también murió. El resto dio la vuelta y se dirigió a su puerto, derrotado. La RAF les dio caza en mar abierto y los destruyó uno por uno. Sólo un bote logró escapar.
En esta forma terminó la carrera de los botes explosivos. El mero arrojo no era bastante. La astucia y la cautela también eran necesarias para sorprender a los capitanes de puerto británicos. Los hombres que jineteaban torpedos eran la respuesta.
Es trágicamente irónico que Tesei haya muerto empleando un arma distinta a la suya. La Décima lo echó grandemente de menos.
-El éxito de una misión -afirmaba- no es muy importante en si, ni siquiera la guerra misma. Lo que en realidad cuenta es que existan hombres dispuestos a morir en el intento y que mueran realmente por él, ya que nuestro sacrificio inspirará y tonificará a las futuras generaciones.
Lo anterior suena a fascismo, pero es más amplio. Había poco sitio en la Décima para el bombo con que en Italia se hacía la política en aquella época. Tesei vivió y murió protestando contra el gastado hombre moderno, por su amor al placer y a la molicie, por su disposición a sacrificar su honor, su valor y su propia virilidad; por el derecho de no tener que arriesgar su vida por alguna razón, por noble que ésta fuera. Es al llegar a esta etapa, afirmaba, que se puede decir que la civilización en Italia y en otras muchas naciones ha llegado a la decadencia.
Era un bello misticismo para un grupo de hombres torpedos. De la Penne también creía en lo mismo, hasta cierto punto y trató de seguir adelante con la guía interior de la Décima. Logró el éxito en una forma terrena y ruda, pero al final, la moral de la organización hubo de descansar en la muda camaradería y en la lealtad de los hombres fuertes que comparten una tarea peligrosa, agotante, y en ocasiones imposible.
La Décima Flotilla Ligera conducía una vida retirada y secreta en su. propio campamento sembrado de pinos de la orilla occidental del Mediterráneo. Se dedicaban con igual frenesí al trabajo y a los juegos, juntos los hombres con los oficiales; los oficiales enseñaban con el ejemplo. Un viejo crucero, el San Marco, anteriormente utilizado para práctica de tiro se les había proporcionado para que planearan sus ataques, ellos lo asaltaban con los "pigs" en operaciones a toda escala por lo menos dos veces por semana. Los días de asueto se lo pasaban ideando nuevas clases de obstáculos y de redes para rodearlos. También practicaban con naves italianas en La Spezia; en una ocasión, De la Penne y otras dos tripulaciones "hundieron" al buque de guerra Giulio Cesare aun cuando su capitán había sido prevenido de la hora aproximada en que se haría el intento.
Su vida en el bosquecillo de pinos era idílica en muchos aspectos; no había periódicos, ni pláticas sobre política ni mujeres, excepto cuando se encontraban gozando de permiso. Nadaban constantemente y jugaban voleibol e improvisaban cacerías de jabalíes. Estudiaban mapas y fotografías aéreas de Alejandría, Malta y Gibraltar diariamente y sabían las profundidades y configuración submarina de cada puerto.
Los reclutas para la Décima eran cuidadosamente seleccionados en forma psicológica, por las inmensas dificultades que iban a encontrarse. Los que padecían dificultades de carácter emocional, incluso en asuntos triviales tales como dificultades financieras y disputas familiares, eran eliminados, junto con los amantes desilusionados. Los requisitos de aptitudes físicas y habilidad en la natación eran fantásticamente elevados. Además cada hombre recibía un año de entrenamiento, no sólo para desarrollar su cuerpo, sino también para crear una mentalidad "dispuesta a cualquier cosa". La Décima planeaba una guerra larga y preparaba tanto el cuerpo como la mente.
Se exigía un secreto absoluto, no sólo en lo que se refería al equipo, lugar y operación, sino también en lo relativo a la existencia de la unidad. Ni siquiera los padres o las esposas sabían las verdaderas funciones de la Décima. Es claro que los ingleses, ya para el final de 1941 tenían una idea general de cómo se efectuaban las operaciones, pero ningún detalle escapó de Italia o se filtró en los campos de prisioneros de guerra, a pesar de todos los esfuerzos de los funcionarios de la Inteligencia Británica.
- Cuando se toma en consideración el ansia innata que todos los italianos sienten por hablar, -comentaba Borghese con sequedad-, se puede dar uno cuenta de las cualidades excepcionales que encontramos en estos jóvenes.
Los últimos meses de 1941 acumularon sobre los aliados, desastres navales tras desastres, tanto en el Mediterráneo como en el Pacífico:
El 13 de noviembre, a unas noventa millas al este de Gibraltar, Gugenberger, comandante de un submarino alemán, izó su periscopio y descubrió al portaaviones inglés Ark Royal que cruzaba por proa. Le disparó un torpedo y se sumergió inmediatamente. El torpedo dañó al portaaviones, el que fue remolcado pero se hundió a veinticinco millas de Gibraltar.
El 25 de noviembre, el U-335, al mando del teniente von Tiesenhausen encontró a la flota de Alejandría frente a la costa de Libia. Los acorazados Valiant, Queen Elizabeth y Barham viajaban en zig-zag con una escolta de nueve destructores. El submarino alemán se deslizó entre la escolta, levantó su periscopio y disparó cuatro torpedos a una distancia de cuatrocientos metros. El Barham se hundió en diez minutos con ochocientos sesenta hombres.
El 7 de diciembre los japoneses, en Pearl Harbor, aparentemente habían abatido el poder naval de los Estados Unidos, hundiendo al Arizona y dañando seriamente a otros siete acorazados y a tres cruceros.
El 10 de diciembre, el Prince of Wales y el Repulse fueron sorprendidos por los aviones japoneses en el Golfo de Siam.
También fueron hundidos.De las tres armadas del Eje únicamente la italiana se mantenía pasiva. Esto ponía frenético a De la Penne e insistía noche y día con Borghese para que se llevara a efecto el tantas veces pospuesto ataque sobre Alejandría. Basado en los finales ataques con éxito a Gibraltar, el comandante se convenció y apresuró entusiastamente la operación. Supermarina concedió el permiso.
Borghese reunió a los miembros de la Décima y un tanto formalmente pidió voluntarios para una misión de la que era casi probable que no regresarían. No reveló el destino, pero todo el mundo lo sabía: Alejandría. No había ninguna duda respecto a ello. Con caras sonrientes todos los hombres de la flotilla dieron un paso al frente para ofrecerse como voluntarios.
Borghese les dio las gracias y eligió a las tripulaciones. De la Penne conduciría el ataque, no cabía duda. Llevaría a Bianchi, su ayudante de costumbre. Las otras dos tripulaciones las compondrían el ingeniero y capitán Antonio Marceglia y el oficial subalterno buzo Spartaco Schergat; el artillero, capitán Vicenzo Martolotta y el oficial subalterno buzo Mario Marino; una cuarta tripulación quedaría como reserva.
No hubo necesidad de hacer grandes planes. Todos conocían íntimamente el fondo de la bahía de Alejandría. Las fotos de los reconocimientos aéreos no mostraban ninguna nueva construcción. Mostraban claramente al Queen Elizabeth y al Valiant bien dentro de la bahía, cada uno de ellos rodeado por sus propias redes antitorpedos.
El Scire salió de La Spezia al anochecer, aparentemente en una misión de entrenamiento rutinario. Fuera de la vista de la tierra una embarcación ligera se aproximó al submarino y fueron cargados los tres "pigs". Los números 221, 222 y 223 habían llegado apenas procedentes de una revisión en la fábrica. Cada grupo se había entregado con su propio "pig" y conocía sus peculiaridades. De la Penne colocó al Núm. 221 en el hangar delantero a bordo del submarino; los demás fueron cargados a popa.
A continuación las tripulaciones regresaron a la embarcación ligera para reunirse posteriormente con el Scíre. Borghese se hizo a la mar. La "Operación EA-3", el tercer intento contra Alejandría estaba en marcha.
Frente a Messina, el Scire recibió un mensaje no en clave del cuartel general naval, violación a las normas de seguridad que puso furioso a Borghese. El solo hecho de que el Scire se encontrara de noche en el mar pondría alertas a los británicos de que se gestaba otro inminente ataque con hombres torpedo. El mensaje de radio, superurgente, prevenía a Borghese contra un submarino enemigo que se encontraba en aquella zona; el Scire navegó a través de los restos. de un convoy atacado sin ver señales del enemigo. A su debido tiempo se deslizó en el puerto Italiano de Leros, en las islas del Dodecaneso, en el Mediterráneo oriental.
A las nueve cuarenta y cinco de la noche del 19 de diciembre de 1941, seis cabezas brotaron en la tranquila superficie del Mediterráneo, bañada por la luna, precisamente afuera de la bahía de Alejandría, Egipto. Aquellos seis hombres no estaban nadando. Iban jinetes, es decir, a horcajadas sobre tres torpedos de unos seis metros de largo. Eran italianos. Sus intenciones eran penetrar a la bahía sin ser observados y hundir los restos de la mermada flota inglesa del Mediterráneo, específicamente a los barcos de guerra Valiant y Queen Elizabeth.
Su historia, desarrollada en el mismo teatro de la guerra que la expedición de Geoffrey Keyes, es al mismo tiempo una historia triunfante y un bello contrapunto en lo que se refiere al valor y osadía de un pequeño grupo, ya que el Eje también tuvo hombres que también se burlaban de los aspectos formales de las guerras modernas.
Conducidos por el teniente y Marqués Luigi Durand de la Penne, los seis italianos usando una nueva clase de equipo ligero submarino, abandonaron su submarino nodriza por una abertura de escape situada debajo de la línea de flotación. En grupos de dos, en realidad "jinetearon" sus torpedos de baja velocidad, especialmente adaptados, a través de los campos de minas, tanto de superficie como submarinas. Cerca del muelle de Alejandría se vieron obligados a sumergirse profundamente, ya que una patrulla británica arrojaba sistemáticamente bombas de profundidad.
Cerca de la media noche, fue levantada la red antisubmarinos para dar paso a un escuadrón de destroyers británicos. Desde una profundidad de diez metros, los tres grupos de torpedos humanos, jinetes en sus mortales "caballos" siguieron a las batientes hélices hasta el interior de la misma bahía.
En las primeras horas de la madrugada, trabajando furiosamente y casi ahogándose en las negras y lóbregas aguas del anclaje británico, los italianos lograron su propósito, a pesar de la vigilancia de las patrullas que cruzaban la superficie. Poco después de las 6 a. m., el capitán, posteriormente vicealmirante, Charles Morgan, del Valiant fue arrojado sobre cubierta por una violenta explosión. El buque de guerra se hundió bajo sus pies hasta el bajo fondo de la bahía. Unos cuantos minutos más tarde lo siguió el Queen Elizabeth, en tanto que un enorme barco tanque inglés, que estaba anclado cerca, volaba en pedazos e iluminaba la escena con sus despojos en llamas.
Rara vez en la guerra moderna el victorioso se encuentra con el vencido cara a cara en el momento de su triunfo; sin embargo, Luigi de la Penne fue hecho prisionero a bordo del Valiant. El capitán Morgan, cuando su barco se hundía, se volvió al italiano y le dijo quedamente: "Se ha anotado una victoria fantástica".
Es probable que nunca antes en la historia (parafraseando a Churchill), una armada ha debido tanto a tan pocos, corno en el caso de la armada italiana a su Décima Flotilla Ligera, único y pequeño compacto grupo de entusiastas de los botes a motor y del buceo. La Décima, que nunca llegó a contar más de cien hombres, se anotó la mayor parte de las victorias navales italianas durante la Segunda Guerra Mundial. Fue el triunfo del valor puro y del poder de la voluntad de los hombres contra los barcos, más que el triunfo de barcos contra barcos.
Desde el día en que el primer navío izó en su mástil la bandera de la Italia Unida en 1861, la marina italiana había vivido a la sombra de la Real Armada Británica. Los marinos italianos lo admitían libremente.
-Padecemos un irrazonable complejo de inferioridad -comentaban-, los cañones ingleses son más precisos y de más alcance, sus barcos son más rápidos y más fáciles de maniobrar, sus comandantes más decididos y conocedores.
La jactancia "Mare Nostrum" de Mussolini acerca del Mediterráneo era pura bravata para la marina italiana en tanto que los ingleses poseyeran Gibraltar, Malta, Alejandría y Chipre. Para 1940, aquel complejo de inferioridad se había convertido en parálisis; los almirantes italianos recurrían a cualquier extremo con tal de evitar combates con la Real Armada, aun cuando las oportunidades se inclinaran fuertemente a su favor.
Muchos oficiales aislados de la marina italiana protestaban calladamente, es cierto, contra esta habitual inacción, que equivalía casi a miedo. Pero estaban adecuadamente disciplinados. Unos cuantos individuos osados entre los oficiales de menor categoría principió entonces a pensar en armas más pequeñas, que la Supermarina (Cuartel General Naval Italiano) podría encontrarse dispuesta a arriesgar contra el enemigo.
Los rápidos botes a motor constituían una solución. En la Primera Guerra Mundial la marina italiana había logrado un éxito considerable contra la armada Austro-Húngara a lo largo de la costa dálmata con unidades pequeñas, hundiendo un total de tres cruceros de batalla. Al mismo tiempo se había alcanzado un considerable progreso técnico; a bote a motor equipado con rodada de oruga para trepar sobre las rocas había entrado en acción precisamente al final de la guerra.
Pero también había otras líneas de pensamiento. Desde octubre de 1935, dos tenientes ingenieros de la base para submarinos de La Spezia, Teseo Tesei y Elios Toschi, principiaron a trabajar con torpedos. Torpedos de una clase muy especial que fueron puestos en plena operación en los primeros días de la guerra. Si la Armada Británica no podía ser atacada en acciones de superficie en pleno Mediterráneo, quizá podría ser atacada y hundida cuando se encontrara inmóvil y confiada en sus protegidas bahías.
¿Pero cómo? ¿Con acciones? Las múltiples defensas reducían su efectividad. ¿Submarinos? Las minas, redes y pocas profundidades de las bahías ya hacía mucho que los habían nulificado. Sin embargo, tal vez un torpedo, guiado por manos humanas, podría burlar todas las defensas sin ser visto, en una noche oscura...
A primera vista la idea era tan descabellada como la de que un hombre domara y montara un tiburón. Y sin embargo, ¿porqué no? Disminuyendo la velocidad del torpedo para proporcionarle mayor maniobrabilidad, montando un piloto en él sobre unos estribos, y adaptándole mandos manuales en vez de los preajustados, y el piloto con equipo de buceo...
Pero, ¿que pasaría con este piloto humano? Concediendo que la nueva arma pudiera ser guiada con éxito hacia su blanco -y ya era conceder bastante- ¿qué sucedería con el hombre que lo montara cuando el torpedo se incrustara con un terrible impacto en el casco de un barco?
Tesei y Toschi nunca pensaron en la posibilidad de un escuadrón suicida, aun cuando los sentimientos casi fanáticos de Tesei en cuanto a la guerra, de hecho lo condujeran en aquella dirección, como se verá más tarde.
Casi desde el principio se pensó en el torpedo mismo como medio de transporte para el piloto humano y para el explosivo, el cual se fijaría en el fondo de algún barco y se haría explotar una vez que el piloto hubiera logrado ponerse a salvo.
Trabajando en su tiempo libre, los dos hombres trazaron los planos del nuevo torpedo y los sometieron a la consideración del ministerio naval. Para su sorpresa, los planos fueron rápidamente aprobados y se pidieron dos modelos. Sin embargo, Tesei y Toschi no fueron relevados de sus obligaciones normales, y los torpedos se construyeron bajo la supervisión de los dos inventores, y de los mecánicos de La Spezia en su propio tiempo de trabajo. El dinero estaba tan escaso' que los motores de los torpedos tuvieron que adaptarse de dos viejos motores de elevador.
A principios de 1936, se terminaron y probaron oficialmente los dos modelos. Los informes eran favorables, pero el papeleo demoró la producción uno y otro mes. Se le dio una prioridad baja al nuevo torpedo; finalmente, en la complacencia que siguió a la guerra de Etiopía, fue abandonado.
Sin embargo, a fines de 1938, a medida que la guerra contra los ingleses tomaba aspectos más reales, un comandante naval, de nombre Paolo Aloisi recibió instrucciones de revisar nuevamente el asunto de los torpedos humanos. Trabajando con los dos inventores, ayudó a revisar los planos, y en julio de 1939, en vísperas de la guerra, se fabricaron doce "Torpedos de Baja Velocidad" o "pígs" (puercos), como los nombraron los hombres que los tripulaban.
A principios de 1940, siete oficiales se unieron a Tesei, Toschi y Aloisi para crear la Primera Flotilla Ligera. Entre esos siete estaba el teniente De la Penne, un elevado (para ser italiano) y joven oficial de la reserva, de pelo ondulado, procedente de Liguria, que hablaba con ligero acento. De la Penne, que ocultaba una intensa fuerza interior con unos modales externos despreocupados, pronto se encontró formando parte del círculo más íntimo del comando.
El "pig" fue sumamente modificado como resultado de las pruebas prácticas a que fue sometido por la flotilla. El diseño básico resultante era de aproximadamente siete metros de largo por medio metro de diámetro. Dos hombres lo tripulaban en su parte media, sobre estribos, el piloto al frente protegido por un parabrisas de plástico. La velocidad máxima del torpedo era de 4.6 kilómetros por hora, su radio de acción de dieciséis kilómetros y su profundidad de inmersión limitada a treinta metros, (pero con frecuencia excedida).
El torpedo se sumergía y tornaba a la superficie por medio de flotadores o vaciando un pequeño tanque por medio de bombas eléctricas. La propulsión era a base de un acumulador con una capacidad de sesenta volts. Los controles eran luminosos y podían leerse de noche bajo la superficie. La cápsula explosiva del "pig" era de metro y medio de longitud y contenía trescientos kilos de TNT, y se desprendía del torpedo por medio de un sencillo mecanismo de embrague. El demás equipo incluía cortaredes, un ingenioso mecanismo a base de aire comprimido para levantar redes, ganchos para la quilla de los barcos y un gran carrete de cable.
Tanto el piloto como su ayudante usaban trajes de buzo de hule que los cubrían totalmente, excepto las manos y la cara. Sus máscaras no se diferenciaban gran cosa de las que se usan en la actualidad, alimentadas por botellas que contenían oxígeno a alta presión, para una duración de seis horas. La exhalación se practicaba a través del mismo tubo a un depósito de cristales de cal sádica para la absorción del bióxido de carbono.
Para el 10 de junio de 1940, cuando ltalia declaró la guerra a Francia y a la Gran Bretaña, los "pigs" no entraban aún en la producción en masa. No obstante, la flotilla decidió utilizar inmediatamente sus doce torpedos de entrenamiento, viejos como estaban, contra el enemigo. Dos barcos de guerra y un portaaviones ingleses se encontraban en el puerto de Alejandría. Serían atacados y hundidos al salir la luna la noche del 25 de agosto.
Todos los hombres de la flotilla se ofrecieron como voluntarios para esta primera misión. Cuatro tripulaciones salieron en el submarino Iride, entre ellos De la Penne. En la madrugada del 22 de agosto el submarino se reunió con un barco tanque y con una motonave en una apartada bahía al oeste de Tobruk, Libia, que llevaba a un almirante y a los cuatro "pigs". Se ensayaron las tácticas con gran lujo de detalles para beneficio del almirante, las que fueron interrumpidas por un avión de reconocimiento enemigo que volaba a poca altura sobre la bahía. Tanto el barco como el submarino lo recibieron con fuego antiaéreo, pero el avión logró escapar.
El motivo por el que el Iride no tomó a los "pigs" a bordo y buscó la seguridad del mar inmediatamente, no está claro hasta la fecha. De hecho nada se hizo. A las 11.30 a. m. tres aviones torpederos británicos se presentaron rugiendo sin previo aviso. Volaban bajo, rozando las olas, y a cincuenta metros de distancia cayeron de sus vientres los torpedos ingleses. Dos de ellos f fallaron y se enterraron sin explotar en el bajo fondo de la bahía. El tercer torpedo dio directamente en medio del submarino que se encontraba en la superficie. Le hizo un enorme agujero. El Iride se hundió en menos de un minuto salvándose sólo una parte de su tripulación.
Sin embargo, afortunadamente había bastantes buzos entrenados en el sitio para las labores de rescate. Las cuatro tripulaciones de los "pigs" se enfundaron apresuradamente sus equipos y se hundieron hasta el submarino que yacía a quince metros de profundidad en el fondo de la bahía.
Golpeando el casco determinaron que se encontraban vivos nueve marineros en el compartimiento delantero de torpedos y que la salida de escape estaba trabada.
Durante veinte largas horas los ocho buzos trabajaron hasta casi quedar exhaustos, en tanto el oxígeno se agotaba lentamente en el submarino. Al fin, un poco antes del amanecer del día siguiente, se despejó la abertura de escape, mediante un poderoso esfuerzo conjunto de los buzos. En ese momento, los hombres del submarino casi enloquecieron de pánico ante la orden de que inundaran su compartimiento y que ganaran la salida a nado. Varios de ellos no sabían nadar. Se negaron a inundar el compartimiento.
Finalmente, el almirante ordenó que se transmitiera un mensaje golpeando el casco: "Inunden el compartimiento o los abandonamos".
Una poderosa explosión de burbujas que se observó a los pocos minutos sobre la superficie del mar indicó que la orden había sido obedecida. Uno a uno, ocho de los marinos atrapados salieron a la superficie y fueron halados a bordo de la motonave. El noveno hombre permaneció abajo en una pequeña bolsa de aire que pronto se agotaría; claramente se había vuelto loco, no sabía nadar, y amenazaba matar a cualquier miembro de la tripulación que lo obligara a salir por la inundada cámara de escape.
La paciencia del almirante se había agotado. Ordenó que aquel hombre fuera abandonado. Corno el héroe de un libro de cuentos (y en cierta forma así lo era), De la Penne pidió hablar con el almirante.
- Déme la oportunidad de bajar y traerlo -pidió.
De la Penne descendió y con gran riesgo de su vida entró por la abertura de escape y encontró a su hombre. Como se suponía, estaba enloquecido. Los dos hombres lucharon con sus cabezas juntas en la única burbuja de oxígeno que quedaba en el hundido submarino. El marino le arrancó su aparato para respirar. De la Penne trató de volvérselo a colocar. El marinero trató de ahogarlo. De la Penne lo dejó sin conocimiento después de una ruda lucha, y con la última bocanada de aire ya viciado inició su regreso a la abertura y hacia la superficie, remolcando al tripulante del submarino.
Fue izado por sus camaradas y el almirante con aire voluble le prometió una medalla. Sin embargo, las felicitaciones se vieron enfriadas por el descorazonador hecho de que, sin submarino, había fracasado la misión en Alejandría, antes de que hubiera empezado.
De regreso en La Spezia, la flotilla principió a planear un segundo y más ambicioso asalto. Este sería un ataque de doble efecto: la noche del 29 de septiembre, los "pigs" iban a arrastrarse dentro de los puertos de Alejandría y Gibraltar. En una sola noche de trabajo toda la flota británica podría ser aniquilada. Las tripulaciones se mostraban sumamente entusiastas. Esta vez no habría equivocaciones.
El 28 de septiembre, el submarino Gondor se encontraba sumergido a poca distancia al oeste de la bahía de Alejandría. Comenzaron a llegar malas noticias. El reconocimiento aéreo demostraba que la flota británica había salido de Alejandría hacía sólo unas horas. El Gondor y su tripulación de torpedos humanos, Henos de abatimiento, hicieron rumbo a su puerto.
Navegando sobre la superficie, el submarino se vio obligado al siguiente día a sumergirse rápidamente al aparecer sobre el horizonte unas unidades navales enemigas.
Desgraciadamente había sido descubierto.
El submarino permaneció inmóvil en tanto las cargas de profundidad explotaban sordamente a su alrededor.
Irónicamente, las naves británicas que lanzaban sus bombas en cuidadosos diseños sobre la superficie eran los destructores que servían de escolta a los mismos barcos de guerra que el Gondor había ido a destruir a Alejandría. Y estos detroyers no cejaban. Una hora después una carga de profundidad abrió las costuras del submarino. Este salió rápidamente a la superficie. Parte de los marineros corrió hacia las escaleras y saltó al mar antes de que se hundiera, siendo recogidos por un destructor británico. Entre éstos se encontraba Toschi, el coinventor del "pig", y Brunetti, comandante tanto del Gondor como del Iride, hombre carente por completo de suerte. Así fracasó, en forma todavía más desastrosa, la segunda expedición sobre Alejandría.
De la Penne había sido más afortunado, por lo menos había salvado su vida y su libertad. Aun cuando había protestado ruidosamente, fue retirado del asalto a Alejandría y designado al asalto gemelo sobre Gibraltar. El submarino Scire, comandado por el príncipe Valerio Borghese, salió de La Spezia el día 24 con tres dotaciones, incluyendo a De la Penne. En la mañana del día 29, un mensaje en clave emitido de Roma les hizo saber que las unidades británicas de Gibraltar, lo mismo que las de Alejandría, habían abandonado su base. Se encontraba sólo a ochenta kilómetros de su objetivo cuando el Scíre abandonó el ataque. A diferencia del Gondor, llegó a puerto seguro.
A pesar de las súplicas de De la Penne, no se hicieron más intentos de ataque sobre Alejandría. Era contra las miras del teniente: la caza mayor -portaaviones y cruceros-, digna de cazarse se encontraba anclada en Alejandría, Gibraltar contenía sólo unidades menores y barcos mercantes. De la Penne era romántico. Le parecía un poco menos agradable arriesgar su vida hundiendo un sucio carguero de Glasgow.
A diferencia de muchos oficiales italianos De la Penne sazonaba sus inclinaciones dramáticas con cierto toque de realismo. No había nada dramático en el fracaso, y los dos asaltos contra aquel puerto egipcio habían fracasado. Hasta ahora los "pígs" no se habían probado en verdaderas condiciones de batalla. Existía mucho que podría salir equivocado, y en Gibraltar los pilotos de los torpedos por lo menos habrían tenido oportunidad de regresar a España con información para modificar los torpedos. Hubieran sido internados por el técnicamente neutral Franco y pocas semanas después se les permitiría discretamente "escapar" hacia donde se encontrarla un avión italiano aguardando.
or otra parte, Alejandría constituía un viaje en un solo sentido. Era poco probable escapar del Egipto dominado por los ingleses. Unos pequeños aparatos de radio de onda corta que guiaran a los "pigs" de regreso al submarino nodriza, se habían probado en la Spezia durante los primeros días, pero se encontró que no eran de confianza; junto con la dificultad de manejar el torpedo ya desprovisto de su cápsula explosiva, los mismos pilotos habían solicitado que fueran considerados costosos. Toda la energía tenía que encaminarse hacia el éxito de la misión.
Los fracasos perseguían como sombra a la flotilla. El 21 de octubre de 1940, nuevamente salió de La Spezia el Scire haciendo rumbo hacia Gibraltar, nuevamente bajo el mando de Borghese. Lejos de poder compararse a un dilettante, Borghese era un experto marino y un jefe nato. Frente a Gibraltar, se arrastró sumergido en corrientes en extremo peligrosas sólo a un millar de metros de la entrada de la bahía de Gibraltar a plena luz del día.
En esta ocasión no hubo mensajes procedentes de Roma, el asalto estaba en marcha.
El Scire había permanecido sumergido durante cuarenta horas a medida que Borghese se aproximaba a Gibraltar y se movía lentamente al entrar a la bahía, descansando de tiempo en tiempo en el fondo, escuchando a las patrullas y luego continuando su marcha hacia adelante. Un poco después del oscurecer el submarino se dirigió cautelosamente al puerto español de Algeciras, todavía a la vista del enemigo. Fue un triunfo de la navegación a ciegas. A la 1: 30 a. m., con su tripulación casi sin conocimiento por la falta de oxígeno en el viejo Scire, Borghese salió a la superficie.
Conducidos por Tesei, las tres dotaciones partieron con intervalos de dos minutos en sus respectivos ''pigs''. El compañero de De la Penne en esta misión y en otras posteriores era un rudo y macizo pescador que se hallaba tan a gusto en el agua como si allí hubiera nacido, era el oficial subalterno de buceo, Emilio Bianchi. Fueron los terceros en salir.
Todo iba bien. De la Penne y Bianchi viajaban parcialmente sumergidos, con sólo sus cabezas fuera del agua por necesidades de la navegación, pero respirando oxígeno para el caso que se hiciera necesaria una inmersión rápida. El torpedo que tenían debajo palpitaba suave y regularmente. Los dos pilotos se habían encargado de revisarlo personalmente después que los mecánicos terminaron con él.
La distancia a Gibraltar no era mucha, pero una brillante luna rielaba sobre la bahía. De la Penne estaba preocupado por la estela que dejaban y redujo a la mitad la velocidad del torpedo. De pronto se escuchó el ruido de una lancha de motor y observaron el reflector de una patrulla antisubmarina que los buscaba. De la Penne tiró apresuradamente de la palanca de inmersión.
A unos cinco metros de profundidad volvió a nivelar. Allí todo era negrura, pero el torpedo continuaba funcionando. Sin embargo, de pronto sintieron una leve explosión en el motor. El ''pig'' inclinó la cabeza y se precipitó al fondo de la bahía. Los dos pilotos se afianzaron a él por un instante y luego lo abandonaron.
Salieron a la superficie. El reflector había desaparecido. De la Penne golpeó a Bianchi en el hombro y los dos hombres se hundieron nuevamente. Nadaron aproximadamente unos cuarenta metros hacia el fondo. Allí, en una oscuridad absoluta, vagaron por lo que les pareció una eternidad, buscando el pig''. El único faro que tenían para que los guiara era el reflejo luminoso del tablero de control del torpedo.
Al final lograron encontrarlo medio enterrado en el lodo.
Durante diez minutos más se sentaron en el fondo y tentalearon el motor en una oscuridad absoluta. Sabían exactamente qué hacer en una emergencia como esa. Lo habían practicado con los ojos vendados. Sin embargo, el torpedo no quería arrancar nuevamente. Sufrían la presión de aquella profundidad en sus trajes de hule delgado. De la Penne volvió a hacer senas a su compañero y se dirigieron lentamente a la superficie. La misión había terminado para ellos.
Se despojaron de sus equipos de buzo y nadaron hacia España.
Tesei y su compañero también habían tenido dificultades, según De la Penne descubrió al día siguiente. Sus dificultades provinieron no del "pig", sino de su equipo de buceo. Se filtraba y casi los ahogó, teniendo que abandonar el "pig". El tercer grupo, conducido,por el teniente Birindelli, logró atravesar las defensas y penetrar en la rada interior de Gibraltar. Allí su "pig" falló y fueron capturados.
La cápsula hizo explosión en la bahía, pero los ingleses no tuvieron ninguna idea de la verdadera naturaleza del "pig" hasta que fue encontrado el torpedo abandonado por Tesei en las poco profundas aguas de una playa española. La policía secreta de Franco lo retiró inmediatamente, sin embargo, no antes de que los agentes británicos tuvieran unas impresiones vagas acerca de la nueva arma secreta.
Las defensas inglesas de la bahía pronto se multiplicaron especialmente en Gibraltar. Los reflectores barrían las entradas. Se reforzaron las redes. Patrullas silenciosas surcaban las aguas por todos lados y en todas direcciones, escuchando con hidrófonos. Pequeñas cargas de profundidad, capaces de matar o dejar sin conocimiento a cualquiera que se encontrara nadando en el agua dentro de un radio de unos treinta metros, eran soltadas con frecuencia durante toda la noche. En Gibraltar, los ingleses incluso organizaron secciones de buzos para inspeccionar las quillas de todos los barcos surtos en la bahía, con regularidad.
Sin embargo, no eran las contramedidas del enemigo lo que preocupaba a la flotilla italiana. Era completamente evidente que la nueva arma en sí tenía que ser perfeccionada. Tesei, De la Penne y otros se dedicaron furiosamente a la tarea de hacer pruebas. En un segundo ataque sobre Gibraltar, los "pigs" volvieron a fracasar. El tercero, el 26 de mayo de 1941, fue igualmente infructuoso.
Otra clase de hombres hubieran abandonado todo esfuerzo. Pero éstos eran hombres especiales. El cuarto intento, el 20 de septiembre de 1941, constituyó un éxito completo: se hunti p m - dos barcos tanque y un carguero. Los ''pigs'' eran al fin dignos de confianza y no había nada que pudieran hacer los ingleses para contrarrestar a aquellos locos italianos. En los dos años siguientes fueron hundidos 14 barcos solamente en la bahía de Gibraltar y muchos de ellos en plena, luz del día.
F. E. Goldsworthy, oficial de la Inteligencia Naval Británica, declara:
-Ninguna de estas siete operaciones fue incorrupta por la ruptura de la neutralidad española; sin embargo, cada una de ellas demandó de los atacantes una audacia física y una tenacidad que les hubiera ganado el respeto de cualquier marina del mundo.
Una de las razones para este éxito, aparte de la audacia y el valor, sin embargo, la constituyó un nuevo comandante italiano de la operación: Borghese. Aun cuando había fallado el primer ataque sobre Gibraltar recibió esa comisión y finalmente fue recompensado con la Medalla de Oro, la más elevada condecoración italiana, por su audacia y destreza al navegar con el Scire en los mismos dientes del enemigo.
El mismo Mussolini se encargó de la presentación. De la Penne y Tesei, con sus dos compañeros en los "pigs", recorrieron en unión de Borghese un largo corredor cubierto de espejos para su audiencia con 11 Duce. Fueron introducidos a una pequeña pero adornada oficina. Mussolini, cansado y un tanto seco, (la guerra en Albania iba mal), parecía casi desinteresado. No vestía uniforme, sino unos pantalones a rayas y una chaqueta negra. Permaneció detrás de su escritorio todo el tiempo que Borghese hacía el resumen de la operación de los torpedos humanos con ayuda de mapas. El dictador ofreció la medalla y felicitó a los cinco en nombre de todos los italianos.
-Ahora pueden retirarse -añadió casi en la misma emisión de la voz.
De la Perme, junto con los otros, estaba notablemente desilusionado.
No obstante, la entrevista produjo sus frutos. El 15 de marzo de 1941, Borghese fue designado comandante de la división submarina de la Décima Flotilla Ligera, la cual se había organizado para incluir a las Unidades-E, botes a motor explosivos (cargados con TNT y lanzados en alta velocidad contra los barcos enemigos), junto con los torpedos humanos. Se concedió una autonomía completa, así como mucho dinero para el perfeccionamiento de los "pigs".
Borghese estaba poseído de un inmenso entusiasmo y llevó consigo a sus hombres, incluyendo a De la Penne, a pesar de sus muchos fracasos.
Al principio parecía como si los botes explosivos fueran a ser la mejor arma pequeña naval de Italia. El 26 de marzo de 1941, una docena de estas pequeñas unidades salieron de su embarcadero y después de recorrer millas y millas de mar abierto, se lanzaron por sorpresa en Suda Bay, Creta, puerto inglés de abastecimiento por aquella época. Las pequeñas embarcaciones abarrotadas de explosivos, atravesaron rugiendo la bahía. El piloto ajustó una trayectoria de colisión contra un barco enemigo, aseguró los controles y a doscientos metros de la muerte se lanzó del bote de regreso al mar abierto. Los italianos hundieron tres barcos mercantes en este ataque, dañando severamente al crucero británico York y escaparon casi sin sufrir bajas, ya que un bote de rescate los esperaba y en medio de una granizada de balas enemigas avanzó para recoger a los pilotos y huir en seguida a mar abierto.
Exactamente cuatro meses después, el 26 de julio, la Décima Flotilla intentó la misma estratagema en Malta. Tesei, la inspiración espiritual de la flotilla, había abandonado su propia creación, los "pigs", para conducir el ataque. El resultado fue un completo desastre.
Una fuerte cadena que sostenía una red de acero se encontraba tendida a través de la entrada de la bahía. La fuerza aérea italiana, a quien se había pedido que eliminara dicho obstáculo, había bombardeado un lugar equivocado.
Los nueve botes explosivos, zumbando como abejas furiosas, dieron la vuelta y se retiraron, frustrados. Fuego de cañón, disparado desde la orilla, comenzó a llover a su alrededor en tanto los botes se lanzaban inútilmente una y otra vez contra la barrera. Tesei, sin titubear más, dirigió su bote directamente sobre el obstáculo. Saltó demasiado tarde y fue cogido por la explosión. Nunca se encontró su cadáver.
Y peor aún, había muerto en vano. La carga de TNT había sido demasiado poderosa. La red se abatió y una pesada viga de madera permaneció sobre la superficie del agua. No quedó ninguna manera de penetrar. Otro piloto que trató de volar el, botalón también murió. El resto dio la vuelta y se dirigió a su puerto, derrotado. La RAF les dio caza en mar abierto y los destruyó uno por uno. Sólo un bote logró escapar.
En esta forma terminó la carrera de los botes explosivos. El mero arrojo no era bastante. La astucia y la cautela también eran necesarias para sorprender a los capitanes de puerto británicos. Los hombres que jineteaban torpedos eran la respuesta.
Es trágicamente irónico que Tesei haya muerto empleando un arma distinta a la suya. La Décima lo echó grandemente de menos.
-El éxito de una misión -afirmaba- no es muy importante en si, ni siquiera la guerra misma. Lo que en realidad cuenta es que existan hombres dispuestos a morir en el intento y que mueran realmente por él, ya que nuestro sacrificio inspirará y tonificará a las futuras generaciones.
Lo anterior suena a fascismo, pero es más amplio. Había poco sitio en la Décima para el bombo con que en Italia se hacía la política en aquella época. Tesei vivió y murió protestando contra el gastado hombre moderno, por su amor al placer y a la molicie, por su disposición a sacrificar su honor, su valor y su propia virilidad; por el derecho de no tener que arriesgar su vida por alguna razón, por noble que ésta fuera. Es al llegar a esta etapa, afirmaba, que se puede decir que la civilización en Italia y en otras muchas naciones ha llegado a la decadencia.
Era un bello misticismo para un grupo de hombres torpedos. De la Penne también creía en lo mismo, hasta cierto punto y trató de seguir adelante con la guía interior de la Décima. Logró el éxito en una forma terrena y ruda, pero al final, la moral de la organización hubo de descansar en la muda camaradería y en la lealtad de los hombres fuertes que comparten una tarea peligrosa, agotante, y en ocasiones imposible.
La Décima Flotilla Ligera conducía una vida retirada y secreta en su. propio campamento sembrado de pinos de la orilla occidental del Mediterráneo. Se dedicaban con igual frenesí al trabajo y a los juegos, juntos los hombres con los oficiales; los oficiales enseñaban con el ejemplo. Un viejo crucero, el San Marco, anteriormente utilizado para práctica de tiro se les había proporcionado para que planearan sus ataques, ellos lo asaltaban con los "pigs" en operaciones a toda escala por lo menos dos veces por semana. Los días de asueto se lo pasaban ideando nuevas clases de obstáculos y de redes para rodearlos. También practicaban con naves italianas en La Spezia; en una ocasión, De la Penne y otras dos tripulaciones "hundieron" al buque de guerra Giulio Cesare aun cuando su capitán había sido prevenido de la hora aproximada en que se haría el intento.
Su vida en el bosquecillo de pinos era idílica en muchos aspectos; no había periódicos, ni pláticas sobre política ni mujeres, excepto cuando se encontraban gozando de permiso. Nadaban constantemente y jugaban voleibol e improvisaban cacerías de jabalíes. Estudiaban mapas y fotografías aéreas de Alejandría, Malta y Gibraltar diariamente y sabían las profundidades y configuración submarina de cada puerto.
Los reclutas para la Décima eran cuidadosamente seleccionados en forma psicológica, por las inmensas dificultades que iban a encontrarse. Los que padecían dificultades de carácter emocional, incluso en asuntos triviales tales como dificultades financieras y disputas familiares, eran eliminados, junto con los amantes desilusionados. Los requisitos de aptitudes físicas y habilidad en la natación eran fantásticamente elevados. Además cada hombre recibía un año de entrenamiento, no sólo para desarrollar su cuerpo, sino también para crear una mentalidad "dispuesta a cualquier cosa". La Décima planeaba una guerra larga y preparaba tanto el cuerpo como la mente.
Se exigía un secreto absoluto, no sólo en lo que se refería al equipo, lugar y operación, sino también en lo relativo a la existencia de la unidad. Ni siquiera los padres o las esposas sabían las verdaderas funciones de la Décima. Es claro que los ingleses, ya para el final de 1941 tenían una idea general de cómo se efectuaban las operaciones, pero ningún detalle escapó de Italia o se filtró en los campos de prisioneros de guerra, a pesar de todos los esfuerzos de los funcionarios de la Inteligencia Británica.
- Cuando se toma en consideración el ansia innata que todos los italianos sienten por hablar, -comentaba Borghese con sequedad-, se puede dar uno cuenta de las cualidades excepcionales que encontramos en estos jóvenes.
Los últimos meses de 1941 acumularon sobre los aliados, desastres navales tras desastres, tanto en el Mediterráneo como en el Pacífico:
El 13 de noviembre, a unas noventa millas al este de Gibraltar, Gugenberger, comandante de un submarino alemán, izó su periscopio y descubrió al portaaviones inglés Ark Royal que cruzaba por proa. Le disparó un torpedo y se sumergió inmediatamente. El torpedo dañó al portaaviones, el que fue remolcado pero se hundió a veinticinco millas de Gibraltar.
El 25 de noviembre, el U-335, al mando del teniente von Tiesenhausen encontró a la flota de Alejandría frente a la costa de Libia. Los acorazados Valiant, Queen Elizabeth y Barham viajaban en zig-zag con una escolta de nueve destructores. El submarino alemán se deslizó entre la escolta, levantó su periscopio y disparó cuatro torpedos a una distancia de cuatrocientos metros. El Barham se hundió en diez minutos con ochocientos sesenta hombres.
El 7 de diciembre los japoneses, en Pearl Harbor, aparentemente habían abatido el poder naval de los Estados Unidos, hundiendo al Arizona y dañando seriamente a otros siete acorazados y a tres cruceros.
El 10 de diciembre, el Prince of Wales y el Repulse fueron sorprendidos por los aviones japoneses en el Golfo de Siam.
También fueron hundidos.De las tres armadas del Eje únicamente la italiana se mantenía pasiva. Esto ponía frenético a De la Penne e insistía noche y día con Borghese para que se llevara a efecto el tantas veces pospuesto ataque sobre Alejandría. Basado en los finales ataques con éxito a Gibraltar, el comandante se convenció y apresuró entusiastamente la operación. Supermarina concedió el permiso.
Borghese reunió a los miembros de la Décima y un tanto formalmente pidió voluntarios para una misión de la que era casi probable que no regresarían. No reveló el destino, pero todo el mundo lo sabía: Alejandría. No había ninguna duda respecto a ello. Con caras sonrientes todos los hombres de la flotilla dieron un paso al frente para ofrecerse como voluntarios.
Borghese les dio las gracias y eligió a las tripulaciones. De la Penne conduciría el ataque, no cabía duda. Llevaría a Bianchi, su ayudante de costumbre. Las otras dos tripulaciones las compondrían el ingeniero y capitán Antonio Marceglia y el oficial subalterno buzo Spartaco Schergat; el artillero, capitán Vicenzo Martolotta y el oficial subalterno buzo Mario Marino; una cuarta tripulación quedaría como reserva.
No hubo necesidad de hacer grandes planes. Todos conocían íntimamente el fondo de la bahía de Alejandría. Las fotos de los reconocimientos aéreos no mostraban ninguna nueva construcción. Mostraban claramente al Queen Elizabeth y al Valiant bien dentro de la bahía, cada uno de ellos rodeado por sus propias redes antitorpedos.
El Scire salió de La Spezia al anochecer, aparentemente en una misión de entrenamiento rutinario. Fuera de la vista de la tierra una embarcación ligera se aproximó al submarino y fueron cargados los tres "pigs". Los números 221, 222 y 223 habían llegado apenas procedentes de una revisión en la fábrica. Cada grupo se había entregado con su propio "pig" y conocía sus peculiaridades. De la Penne colocó al Núm. 221 en el hangar delantero a bordo del submarino; los demás fueron cargados a popa.
A continuación las tripulaciones regresaron a la embarcación ligera para reunirse posteriormente con el Scíre. Borghese se hizo a la mar. La "Operación EA-3", el tercer intento contra Alejandría estaba en marcha.
Frente a Messina, el Scire recibió un mensaje no en clave del cuartel general naval, violación a las normas de seguridad que puso furioso a Borghese. El solo hecho de que el Scire se encontrara de noche en el mar pondría alertas a los británicos de que se gestaba otro inminente ataque con hombres torpedo. El mensaje de radio, superurgente, prevenía a Borghese contra un submarino enemigo que se encontraba en aquella zona; el Scire navegó a través de los restos. de un convoy atacado sin ver señales del enemigo. A su debido tiempo se deslizó en el puerto Italiano de Leros, en las islas del Dodecaneso, en el Mediterráneo oriental.