¡Hola a todos!
La Editorial Planeta, bajo su sello Seix Barral, publicó en 2019 el libro del historiador estadounidense David King que lleva por título El Juicio de Adolf Hitler, y por subtítulo El putsch de la cervecería y el nacimiento de la Alemania nazi. El original inglés lo publicó la editorial W. W. Norton & Company en 2017 bajo el título The Trial of Adolf Hitler y por subtítulo The Beer Hall Putsch and the Rise of Nazi Germany. Salvo error de mi parte, me ha extrañado no ver citada en este hilo esta publicación.
El libro de King tiene una importancia extraordinaria, dado que, salvo en idioma alemán, no existía con anterioridad a la publicación de su libro ningún trabajo publicado en idioma alguno sobre el tema. Eso a pesar de que las fuentes primarias sobre el juicio de 1924 son muy abundantes y profundas. El libro de Barral está traducido del inglés por Íñigo F. Lomana, y no he observado en su traducción ningún error de bulto, salvo típicas confusiones (como por ejemplo el caso generalizado en la literatura de citar a Hitler como cabo de la IGM) que no revisten mayor importancia.
La narrativa de King está sustentada con solidez documental, de la cual da una cuenta excelente en su apartado de "Notas y fuentes bibliográficas". El libro, luego de un índice de personajes principales y un prólogo, está estructurado en tres partes. En la primera parte (La Cervercería) se narran los prolegómenos, la puesta en marcha y el desarrollo del golpe a partir del 8 de noviembre de 1923 hasta su fracaso final en el día siguiente. Se desarrolla esta primera parte en 25 capítulos. La segunda parte, la más interesante en mi opinión, (El Juzgado) está dedicada al juicio en sí, con otros 25 capítulos. La tercera y última parte (La Cárcel) es la más breve y se desarrolla en 4 capítulos.
Yo recomiendo la lectura de este libro sin reserva alguna, pues el juicio fue un episodio trascendental en la carrera posterior de Hitler. Pudo ser su final, pero fue su lanzadera. Quiero concluir esta breve reseña con las primeras frases del epílogo de King.
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El 8 de noviembre de 1923, un joven con una gabardina holgada había irrumpido en un mitin que se estaba celebrando en una cervecería y había declarado el derrocamiento del gobierno. Esa noche, dijo, sólo podía acabar en triunfo o en muerte. Sin embargo, diecisiete horas después no se había producido ni lo uno ni lo otro. Hitler había abandonado el escenario de una derrota deshonrosa. Desde las páginas de diarios como The New York Times o el Frankfurter Zeitung, muchos comentaristas perspicaces1 dieron por hecho que ese fracaso supondría el final de su carrera. Y eso es lo que probablemente habría ocurrido de no ser por el juicio que se celebró en Múnich.
Georg Neithardt, el presidente del tribunal, había forzado, retorcido e ignorado con descaro las leyes para evitar que el público llegase a conocer las maquinaciones que habían urdido las autoridades bávaras contra la república alemana y el Tratado de Versalles. Neithardt pretendía, sobre todo, proteger su reputación y la de las instituciones a cuyo cargo habían estado los tres bávaros, y eso fue justo lo que dio a Hitler su gran oportunidad. Se le concedió total libertad para que hiciese y dijese lo que quisiera, siempre y cuando no revelara ninguna información que pudiera dañar los intereses de Baviera y Alemania. Por supuesto, el hecho de que Neithardt compartiese el ideario nacionalista del líder nazi tuvo también su importancia.
Si se hubiera hecho cargo del caso el tribunal federal de Leipzig —que era el competente para juzgarlo según la legislación alemana—, seguramente la sentencia de Hitler hubiera sido de algo más que la pena mínima. Sólo por el asesinato de cuatro policías, podrían haberlo condenado a muerte. En Múnich, sin embargo, fue acusado únicamente de una parte de los delitos que cometió durante el putsch.
Además de la muerte de esos cuatro agentes, se incluían los siguientes: detención ilegal de miembros del gobierno, concejales del ayuntamiento y ciudadanos judíos; intimidación a las personas retenidas en la Bürgerbräu; atraco a las imprentas de papel moneda; hurtos y destrozos en la sede del periódico rival, e incitación a cometer actos vandálicos. Pero, debido a la particular insistencia del tribunal en el delito de traición, las demás tropelías se olvidarían muy pronto.
Aun así, Hitler no fue procesado de acuerdo con lo dispuesto en la ley. El tribunal dictó la sentencia más leve posible y después, en lugar de deportarlo, se mostró favorable a que se le concediese la libertad
condicional. El líder nazi estaba fuera de la cárcel para finales de año. Tal y como habían advertido los fiscales Stenglein y Ehard, retomó sus actividades donde las había dejado, aunque para entonces representaba una amenaza mucho mayor para la república. Tenía una visión más clara del futuro, un plan más detallado de cómo llegar hasta él y se percibía a sí mismo como un líder dotado de cualidades excepcionales.
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Saludos cordiales
JL