¡Hola a todos!
Aviador escribió:
Siempre me ha inquietado saber cual fue el verdadero trato entre los alemanes que aplicaban fielmente el nacismo con el pueblo japones que participo en la SGM como su aliado. Cual fue el momento crucial para asociarse con los nipones, estos tambien siguieron el pensamiento nazi?, existio racismo y rechazo por parte del soldado aleman y el pueblo aleman nazi por la raza nipona?
En estos temas siempre es más conveniente hablar de los gobiernos (o del liderazgo político-militar) que de los pueblos, máxime cuando el contacto (la interrelación) entre ambos pueblos fue inexistente más allá de las individualidades (negocios) y las relaciones diplomáticas. Y si consideramos la ideología racial nazi, fundamentalmente en su vertiente antisemita, puede decirse que los gobiernos japoneses nunca se prestaron a poner en práctica las peticiones nazis más drásticas para con los judíos bajo control japonés, y mucho menos una "solución final".
Aunque en el Japón pre-nazi hubo corrientes antisemitas de cierta importancia, el antisemitismo nunca llegó a cuajar en el común de la población ni, más importante, en el liderazgo político y militar. Japón nunca había tenido una comunidad judía cuantitativamente importante, por lo que resultaría extraño la existencia de sentimientos antisemitas en Japón. Sin embargo, como comenta Gerhard Krebs (1), el advenimiento de la cultura occidental desde la Restauración Meiji trajo, entre otras muchas tradiciones intelectuales, el antisemitismo, si bien el antisemitismo japonés fue ciertamente divergente y contradictorio.
Según Krebs, la primera obra de Shakespeare traducida al japonés fue "El mercader de Venecia" en 1883. Shylock se convirtió en un símbolo de la crueldad y avaricia de la "gente judía". La conversión de algunos japoneses al cristianismo, junto con su sentido de la identidad nacional, favoreció igualmente la aparición de diversas actitudes hacia los judíos, con opiniones que iban desde el antisemitismo radical del nacionalista Tokutomi Soho hasta un sentimiento de parentesco con el pueblo judío. Incluso hubo una teoría que defendía que los japoneses eran descendientes de exiliados judíos.
La guerra ruso-japonesa de 1904-5 propició el camino para una sólida posición oficial japonesa con respecto a los judíos. Las graves dificultades financieras japonesas, que pudieron conducir a la derrota militar japonesa, fueron solucionadas con la ayuda judía, en parte debido a la mala reputación rusa por los pogromos judíos. El vicepresidente del Banco de Japón, Takahashi Korekiyo, persuadió al agente judío del banco de inversiones de Nueva York, Kuhn, Loeb and Company, para proporcionar el crédito que necesitaba Japón. Este representante era Jakob Schiff, un americano de ascendencia germano-judía. A esta ayuda siguieron otras de otros bancos americanos y británicos que resolvieron la crisis financiera japonesa, permitiendo la continuación de la guerra y su final victorioso. Más tarde, Schiff viajó a Japón, donde fue condecorado por el emperador. Tiempo después, Japón apoyó la Declaración Balfour y la agenda sionista en la Conferencia de Paz de Versalles y en los años siguientes.
Aparte de la influencia occidental en la aparición de corrientes antisemitas, muchos oficiales japoneses que lucharon en Rusia durante la intervención siberiana desde 1918 se vieron influenciados por sus contactos con los rusos. Dice Krebs que comenzaron a entender el antisemitismo como parte de un espíritu contrarrevolucionario más amplio. El famoso (y falso) libro
Los Protocolos de los Sabios de Sión, acusando a los judíos de luchar por la dominación mundial, sirvió como libro de adoctrinamiento. Por cierto, este libro también tuvo gran influencia en el magnate americano de la industria del autmóvil, Henry Ford, él mismo un propagandista antisemita a través de su periódico
The Dearborn Independent, cuyos artículos fueron publicados en un libro, más tarde traducido al alemán y muy utilizado por Hitler para su
Mein Kampf.
En Japón apareció una tradución de los
Protocolos en 1924, realizada al parecer por un oficial de nombre Yasue Norihiro, que llegó a convertirse en el propagandista antisemita con más influencia. En 1927-1928 fue enviado a Palestina para estudiar los problemas judíos, y, aunque no cambió su posición antisemita, quedó admirado por la determinación y energía de los judíos para construir una patria allí. En 1938 sería nombrado jefe de la división de inteligencia del Ejército de Kwantung en Manchuria. Otros antisemitas, como el ministro protestante Sakai Shogun (que también viajó a Palestina), consideraban un peligro el supuesto objetivo judío de dominación mundial, pero defendían una buena relación con los judíos, especialmente por dos motivos: atraer el capital judío y ganarse el favor de Estados Unidos y Gran Bretaña.
También había quienes se oponían enérgicamente a esas corrientes antisemitas, como el teólogo cristiano, pacifista y humanista, Uchimura Kanzo, el profesor de derecho constitucional de la Universidad de Tokio, Yoshino Sakuzo, o el influyente profesor de la Universidad de Takushoku, Mitsukawa Kametaro.
Tras la conquista de Manchuria en 1931, más de 10.000 judíos (la mayoría de ellos exiliados rusos) quedaron bajo gobierno japonés. Tras varios abusos cometidos por bandas criminales rusas (a menudo en cooperación con la policía secreta del ejército japonés y el partido fascista ruso), los judíos pidieron protección al gobierno japonés. En 1937 fueron puestos bajo control y observación del recién establecido Consejo Nacional de las Comunidades Judías en Extremo Oriente (Kyokuto Yudaya minzoku kaigi), organización que aseguró la cooperación de los judíos, quienes expresaron regularmente su lealtad al Japón y a la administración de Manchuria. Hasta 1941 esas dos administraciones protegieron a los judíos de Manchuria, buscando atraer la inversión financiera judía y la mejora de las relaciones con USA.
En 1937 apareció la primera traducción en Japón del
Mein Kampf de Hitler en una versión abreviada que censuró las opiniones más extremistas del "agitador de cervecerías", así como sus insultos a los japoneses. A esta traducción siguió la de otros libros de figuras nazis, como Alfred Rosenberg (
Der Mythus des 20. Jahrhunderts), o de personalidades militares como Ludendorff.
Hitler no reconocía como iguales a los japoneses. En su
Mein Kampf sólo les concedió, en análisis de Krebs, el status de un pueblo que se preservaba de la cultura extranjera (
kulturtragend), pero que no habían creado su propia cultura (
kulturschöpferisch), como era el caso ario, ni habían destruido otras culturas (
kulturzerstörend), como el caso judío.
(1) La evolución de las relaciones germano-niponas, en este aspecto, desde la llegada de Hitler al poder y en adelante hasta el final de la guerra están muy bien sintetizadas en E. Bruce Reynolds (ed.),
Japan in the Fascist Era (New York: Palgrave Macmillan, 2004), especialmente, en lo que he expuesto, en la contribución de Gerhard Krebs, 'The “Jewish Problem” in Japanese–German Relations, 1933–1945', pp. 107-132.
Saludos cordiales
José Luis