Saludos cordiales.
Los impulsos genocidas fueron inherentes al movimiento, la ideología y la disposición mental de los nazis y no necesitaron la excusa de Barbarroja y la radicalización de la guerra para pasar a la Solución Final, lógicamente ayudó pero incluso en años tan tempranos como 1939 ya resultaba evidente que, si estallaba una guerra generalizada, se darían las condiciones para que los nazis pusieran en práctica la “limpieza étnica de los discapacitados físicos y mentales, los gitanos y sobre todo, los judíos”. Es la opinión de
Peter Longerich en su libro “Politik der Vernichtung: Eine Gesamtdarstellung der Nationalsozialistischen Judenverfolgung, Munich – Zurich, 1998”. Los nazis no necesitaron embrutecerse en ninguna guerra para empezar a matar a su propia población, anticipando el uso de cámaras de gas para asesinar a las personas enfermas mentales o disminuidos físicos, así como tampoco a parte de la población polaca.
La radicalización de la guerra es utilizada como excusa o justificación para cubrir los crímenes nazis y dicho punto de vista fue preparado por los propios nazis en esos años, recordemos las palabras del dirigente de las SS responsable del combate contra los partisanos, Erich von dem van Bach-Zelewski, “la lucha contra los partisanos se fue empleando gradualmente como una excusa para llevar a cabo otras medidas, como el exterminio de judíos y gitanos, el sometimiento sistemático de los pueblos eslavos… y la imposición del terror a los civiles por medio de fusilamientos y saqueos” (
Yoshua Büchler, “El exterminio de los judíos camuflado como guerra antipartisana en las zonas ocupadas de la Unión Soviética, 1941-1942, tesina de posgrado, Universidad Hebrea de Jerusalén, 1989). Cuando Himmler dio instrucciones a Rudol Höss para que estableciera el campo de concentración de Auschwitz, la razón que alegó fue expresamente ideológica: la necesidad de extirpar las raíces biológicas del pueblo judío. En mi opinión el componente ideológico en el exterminio es muy importante.
Chris Bellany en su libro “Guerra Absoluta”, Edic. B, 2011, pp. 37 hace constar que “Sin el dominio británico y estadounidense del mar, la campaña aérea estratégica y la guerra en el Pacífico, es muy posible que la URSS hubiera caído derrotada en 1942
o, al menos, que la guerra en el este se hubiera prolongado mucho más. (Por lo tanto no lo da por seguro y al final los hechos indicaron otra cosa). No obstante, durante el período crítico de finales de 1941 y todo el año 1942, la potencia estadounidense sólo estaba empezando a arrancar y los bombardeos estratégicos aliados (o terroristas como los califica Pacifista) se hallaban en sus albores, como confirmó su máximo exponente, el mariscal de la RAF sir Arthur Bomber Harris”. Creo que conviene poner literalmente la cita porque así no nos acusarán de manipuladores (más que nada).
Curiosamente dicha afirmación viene basada en la obra de
Robert Harris, “Fatherland” que es una novela histórica confractual ambientada en Alemania en la década de 1960, donde los alemanes rechazaron a los aliados occidentales en Normandia y continuaban en una guerra profunda en Rusia, o en tablas, como ha apostado Jose Luis…. Parece que C. Bellany también apostaría tablas en el hipotético caso de una guerra en solitario entre la URSS y Alemania. Fue entre el inicio de Barbarroja y el invierno de 1941 donde la URSS aguantó casi en absoluta soledad y es donde los datos de bajas, material, economía y otros factores se pueden enlazar con los datos poblacionales o con la capacidad de ambos contendientes de canalizar reservas al frente.
Continuaré el debate en bloque dado que tanto Pacifista como Chepicoro señalan frases que darían para mucho. Soy de la opinión de que Barbarroja estaba condenada desde el principio al fracaso por el brete estratégico en que se situó Alemania, incluso antes del otoño de 1941. En primer lugar por la debilidad de la base económica de Alemania y en segundo lugar por el fracaso de la blitzkrieg del verrano del Ostsheer en la URSS. Durante los dos primeros años de la guerra Alemania maniobró de forma efectiva para contrarrestar el impacto de ese desequilibrio económico. Hitler lo llevó a efecto mediante breves campañas militares encaminadas a eliminar las amenazas militares estratégicas y de apoderarse de las vitales reservas exteriores de materias primas, aparte del deseo de acaparar una capacidad industrial adicional que era fundamental para la expansión de su esfuerzo de guerra.
Las primeras campañas de la guerra agotaron enormes recursos de material de guerra y en las batallas marinas y aéreas contra GB, Alemania se vio enfrascada en dos encarnizadas guerras de desgaste y, a partir de febrero, de 1941, la campaña del Norte de África se reveló también como una sangría constante, aunque menor, para el ejército. Hasta el verano de 1941 el ejército alemán había permanecido intacto y sin combatir, listo para reforzar el Norte de África, defender Europa occidental, atacar las posesiones estratégicas vitales en el Mediterráneo o posiblemente lanzar una invasión contra la propia GB, pero la llegada de Barbarroja lo cambió todo.
La parte operacional fue concebida para que no tomara más que el periodo de verano, y por tanto, se esperaba que la campaña consistiera en algo parecido al avance por ferrocarril sin oposición de la PGM. Hitler esperaba que la concentración de casi 160 divisiones alemanas, incluido el grueso de las armas panzer y aérea, y la incorporación de casi tres cuartos de millón de soldados del Eje y de otros aliados, doblegarían sencillamente al ER, pero a medida que se expandía el frente y se acumulaban las pérdidas, comenzaron a aparecer huecos en las líneas alemanas, los flancos quedaron expuestos y empezaron a menguar las fuerzas en los puntos claves de máxima concentración. Y lo que era más preocupante, la movilidad y potencia de fuego de los esenciales grupos panzer se había hundido hasta tal punto a finales de verano que no era descartable la imposibilidad de concluir las operaciones principales en el año 1041.
La URSS con su mayor producción de material esencial de guerra, sus reservas de población y su acertada decisión de movilizarse para una guerra total en el verano de 1941, no solo sobrevivió a la embestida alemana sino que había de convertirse en un oponente aún más formidable en 1942. El periodo del verano de 1941 fue el único momento en el que las operaciones alemanas lograron avanzar a todo lo largo de un frente con veloces movimientos y rápidas conquistas. De ahí en adelante la guerra de posiciones fruto del fracaso de la guerra relámpago se instauró en cada vez más sectores del frente y la lucha se caracterizó por la aparición de encarnizadas batallas sin cuartel que exigieron un coste incesante de material y pérdidas continuas de efectivos.
Era una situación que Alemania simplemente no podía permitirse – una guerra de desgaste de alta intensidad contra una potencia robusta económica y militarmente, que era superior en reservas de hombres y en los índices industriales clave para el sometimiento de la guerra terrestre. Tan pronto como la Wehrmacht perdió su ventaja operacional y la gigantesca guerra en el Este quedó supeditada a los recursos en vez de a la rapidez de las maniobras y las tácticas de “choque”, las perspectivas del esfuerzo de guerra alemán quedaron fatalmente alteradas. Para el invierno de 1941/1942, a pesar de la pobre coordinación y el inepto liderazgo táctico, la contraofensiva soviética logró hacer retroceder a los ejércitos alemanes y a lo largo de una amplia sección del frente. Para entonces no solo hacía ya tiempo que Barbarroja había fracasado, sino que además Alemania se veía atrapada en el tipo de guerra que Hitler había estado tratando de evitar.
Otra cuestión que siempre ha generado debate es no reconocer que la economía alemana no estaba a la altura de la soviética.
En la década de 1980, Richard Overy cuestionó la antigua tesis de Alan Milward relativa a que Hitler persiguió el sostenimiento de la producción de guerra a la vez que trataba de mantener la economía civil de productos de consumo, mediante una economía de blitzkrieg. Overy argumentó que Hitler sí había tratado de llevar a cabo una movilización total de la economía desde el comienzo de la guerra pero que ante la ausencia de un órgano administrativo general con amplios poderes de control que coordinara el esfuerzo industrial éste fracasó. En 1988 Rolf-Dieter Müller publicó la primera parte de su influyente libro sobre la economía de guerra alemana en el que también ponía de manifiesto el fracaso de Alemania de llevar a cabo una movilización de la industria de forma eficiente y coordinada.
Müller y Overy sentaron las bases de una nueva ortodoxia investigadora que compartió una visión común del estancamiento de la producción de armamento alemán entre 1940 y 1941. No obstante, más recientemente Adam Tooze ha argumentado que no existió estancamiento en los primeros años de la economía de guerra de Alemania, sino una sólida progresión hacia la producción en masa. Tooze critica los argumentos basados en “ilusión estadística” (
A. Tooze, “The Wages of Destruction. The making and Breaking of the Nazi Economy (Londres, 2006). Asimismo Tooze afirma que un análisis amplio de la economía alemana que vaya más lejos de la producción de armas, revela un gran programa de inversión que sentó las bases para lo que Albert Speer llamó el milagro económico, a partir de 1942. Sin embargo, para entonces, el liderazgo aliado en la producción de armas era incontestable y Alemania se vio abocada a librar una guerra en unas condiciones de inferioridad material cada vez mayores.
Con independencia de las diferentes versiones sobre la base económica de Alemania en el periodo exacto previo a Barbarroja, hay un aspecto que no tiene duda. El esfuerzo económico alemán no se podía comparar en modo alguno con las demandas que exigía la guerra contra la URSS. Este factor es esencial a la hora de comprender el punto de inflexión que representa el fracaso militar de Barbarroja. Una vez que hubo fracasado la campaña blitzkrieg y dio paso a una guerra de recursos daba igual que lograra niveles de producción altos o milagrosos. Antes del comienzo de la guerra la producción industrial alemana en tiempos de paz era de solo el 10.7 % de la producción mundial, la cuota de Japón apenas llegaba a un 3.5 % y la de Italia era aún menor, un 2.7 %. Al mismo tiempo, los países que firmaron finalmente la Alianza contra Alemania produjeron un 70 % de los bienes industriales mundiales, lo que sugiere que el Eje se halló en una situación prácticamente imposible una vez que todas las grandes potencias estuvieron en guerra a finales de 1941 (
Gerhard Schreiber, “Mussolini`s “Non-Belligerence” in Militärgeschnichtliches Forschungsamt (ed.), Germany and the Second World War, Vol. 3, p. 29).
Lo que es importante del estudio de Tooze es que aunque dibuje un panorama más positivo de la gestión alemana en los primeros años de guerra que, debido al máximo aprovechamiento de la mano de obra y de las materias primas demuestra que no había margen para una mayor expansión en la economía, se hace evidente que la producción de armamento había alcanzado su máximo rendimiento y que no se podía hacer más. Su investigación demuestra una producción creciente entre 1940 y 1941, sugiriendo que Alemania estaba en cierto modo mejor equipada que lo que se pensaba (durante el periodo de octubre 1940 – abril 1941 el incremento interanual en armas y armamento para el ejército fue del 54 %, el número de aviones para la Luftwage se incrementó en un 40 % y, la producción de submarinos para la marina se triplicó – A. Tooze, The Wages of Destruction, p. 435). Pero incluso Tooze está de acuerdo en que eso no marcaba diferencia a la hora de sostener el tipo de guerra que Hitler estaba emprendiendo hacia el Este. Desde el punto de vista económico, la Alemania nazi estaba fatalmente mal preparada para una guerra con la URSS, en especial una vez que la campaña excedió las expectativas irreales de la blitzkrieg planificada.
A veces se ha sugerido que el vasto imperio europeo alemán podría haber compensado el potencial económico aliado si éste se hubiera movilizado y gestionado de forma correcta en la primera fase de la guerra. La dimensión de la verdadera naturaleza del potencial industrial europeo dominado por los nazis no puede determinarse recurriendo a las estadísticas de preguerra. Una vez que Francia y otros países europeos quedaron bajo el yugo alemán sufrieron también el bloqueo británico. Como economías desarrolladas altamente industrializadas sin perspectivas de ir a una economía autárquica, estos países demandaron a Alemania los suministros de todo tipo de materias esenciales. El petróleo era indispensable, pero la propia Alemania era ya dependiente de la comparativamente pequeña Rumanía, que solo produjo 1.5 millones de toneladas de petróleo al año entre 1940 y 1943. Por el contrario sólo GB importó 10 millones de toneladas en 1942. La inversión masiva en plantas de combustible sintético permitió a Alemania evitar la catástrofe, solo produjeron 4 millones de toneladas de combustible en 1940. El resultado fue una escasez a nivel europeo que condicionó la efectividad de las economías europeas ocupadas por los nazis y sin acceso a cantidades mayores de petróleos y de otras materias primas era inviable cualquier aportación de dichos países ocupados al esfuerzo económico alemán. Lejos de que las economías de los países ocupados crecieran para contribuir al nuevo imperio alemán, el resultado de dicho dominio se tradujo en un rápido declive respecto a su productividad de preguerra. Mark Mazower define las prácticas de ocupación de Alemania como “básicamente un expolio organizado” (
M. Mazower, “El imperio de Hitler”, p. 272).
Aunque Alemania satisfacía sus necesidades más inmediatas en el periodo 1940/1941, estaba viviendo de prestado, y la conquista de la URSS comenzó a mirarse como la solución a muchos problemas económicos inminentes. El limitado acceso de Alemania a materias primas y los persistentes cuellos de botellas industriales constituyeron una complicación de primer nivel, inhibiendo el crecimiento de la producción industrial, pero el mayor problema era la escasez de la mano de obra, particularmente de trabajadores cualificados. El bajo número de niños nacidos durante la PGM significaba que, una vez satisfechas las necesidades del ejército quedaban muy pocos jóvenes para trabajar. De aquellos con edades comprendidos entre 20 y 30 años físicamente aptos para el servicio militar, no menos del 85 % se encontraban ya sirviendo en las fuerzas armadas en el verano de 1941 (Tooze, p. 437). Eso implicaba que las reservas de hombres para el ejército estaban casi agotadas incluso antes de que diera comienzo Barbarroja, poniendo de manifiesto, en los términos más crudos, el peligro que implicaba una guerra prolongada.
Para poder crear las fuerzas de ocupación, continuar la guerra contra GB y comenzar los preparativos para la invasión de la URSS, el ejército debía ser expandido hasta las 180 divisiones, pero ni siquiera esta drástica medida que implicaba una enorme cantidad de armamento hizo cambiar de opinión a Hitler o al OKH sobre la necesidad de llevar a cabo una reorganización radical en las prioridades armamentísticas. La consecuencia fue la reunión de una fuerza de invasión parcheada para Barbarroja, en la que la producción insuficiente de armas se compensó con una enorme variedad de armamento procedente de toda Europa.
El error de planificación alemana no radicó solo en la inadecuada provisión de armamento sino en la falta total de capacidad para sostenerla sobre el terreno una vez que se amontonaran las pérdidas. En consecuencia, el camino hacia la perdición era de poco recorrido en el Este pues, en el caso de producirse fuertes pérdidas, como de hecho ocurrió, éstas no serían respaldadas por un sistema adecuado de reemplazo. Alemania debía ganar la guerra contra la URSS con el ejército que tenía a mano, y si eso resultaba imposible, la onerosa contienda de desgaste pasó a convertirse en lo que Omer Bartov identificó como una “desmodernización en el frente”, que garantizó un declive cualitativo del poder combativo de las divisiones alemanas, sino que incluso ya antes de la batalla de Kiev privaron al ejército de los medios de maniobra y de enfrentamiento rápido contra el enemigo. El hecho de que Alemania fuera seriamente superada en armamento por la URSS importaba menos en una rápida guerra de maniobra, pero adquiría un profundo significado una vez se convirtiera en una prolongada guerra de posiciones. En tal contienda que, de hecho tendría lugar a lo largo de una línea de frente de cientos de km a finales del verano de 1941, el ER mantendría su supremacía de fuego, lo que significaba que podía sostener un fuego de contrabatería mucho mayor además de proporcionar un apoyo directo a la infantería mediante cortinas de fuego progresivas. Esto se tradujo en el dominio de un cambo de batalla estático.
La subestimación por parte de Hitler de las armas y la industria soviéticas fue un error fatal que él mismo agravó, incluso en octubre de 1941 tras meses de duros combates ordenó de cesar la producción futura en muchos ámbitos. Semejante cortedad de miras estratégica en su pensamiento refleja la peligrosa combinación que suponía la limitación de la producción para el ejército y la persecución de ambiciosos planes estratégicos que perseguían una expansión incalculable de la guerra. Alemania se dirigió voluntariamente y erróneamente hacia la sobreextensión y la guerra en el Este precisaba de un armamento completamente diferente a los que había requerido anteriormente su lucha contra GB. Los ya de por sí limitados recursos de Alemania tendrían que ser distribuidos entre los numerosos y diversos programas de armas con la consiguiente disminución de la producción en todos los ámbitos.
Aunque el programa de armamento para Barbarroja (denominado programa B) era insuficiente lo peor estaba por venir y especialmente en cuanto a recursos humanos. La expansión del ejército en un 20 % en comparación con 1940, tampoco logró producir una ganancia neta en el poder ofensivo del ejército, al tener que ser empleado ese excedente de efectivos en otros cometidos de la guerra contra GB y en tareas más amplias de ocupación. El ejército concentrado para Barbarroja era todo lo que Alemania podía lanzarles, habían pocas reservas o ninguna, y lo que no estaba incluido, con la excepción de dos divisiones panzer que estaban siendo reacondicionadas tras la campaña de los Balcanes, podía considerarse de un valor operacional limitado. El ejército alemán sólo tenía una oportunidad de derrotar a la URSS. Entre julio y diciembre de 1941 la producción de armas para el ejército cayó un 29 %, y una cifra record de 5 millones de hombres quedaron eximidos del servicio militar a fin de producir armas, principalmente para la aviación y la Armada. Mientras el ejército alemán era desangrado en el Este el frente interior estaba ocupado doblando la producción de submarinos y haciendo preparativos para una reducción del ejército. No fue sólo la escasez de materias primas y de mano de obra lo que limitó la producción para el ejército, fue la dirección de todo el programa, desde su dudoso mandato de librar una guerra en dos frentes hasta el ridículo establecimiento de prioridades. No debe sorprender, por tanto, que los Aliados estuvieran adelantando rápidamente a Alemania en producción de armamento.
La base económica de la Operación Barbarroja aparece como una de las más endebles de la historia militar, y dicha base económica era sólo adecuada si la campaña podría concluirse, como sus planificadores previeron, con una rápida y decisiva victoria. Considerando los problemas asociados a la movilización de las economías europeas occidentales y el creciente poderío de la producción militar de los Aliados en esa misma época, el atolladero de Alemania en el Este se revela de una magnitud enorme. La anterior libertad operacional de Alemania para maniobrar rápidamente en campañas cortas había desaparecido y todavía se conservaba en el campo de batalla pero se fracasó estratégicamente en el objetivo de eliminar a la URSS y, con ello, las perspectivas de Alemania de una victoria total en la Segunda Guerra Mundial.
No creo que sean comparables históricamente los conflictos de Crimea o Japón al ser conflictos menores con Barbarroja e incluso la PGM no hubo un intento de invasión alemana hacia Moscú que entrara en territorio soviético tantos kilómetros, fue más bien una guerra operativa con el concepto de “avance por ferrocarril” cuando la ausencia de resistencia permitió a los soldados alemanes montarse en los ferrocarriles e ir avanzando simplemente de estación en estación, tomando ciudades y haciendo prisioneros.
(John Keegan, The First World War – NY – 2000, p. 382). En 1812 cuando el ejército francés de Napoleón cruzó la frontera rusa, el
conde Simon Vorontsev escribió al zar Alejandro I con el siguiente consejo:
“Incluso aunque al comienzo suframos reveses militares, podremos ganar, persistiendo en una guerra defensiva y luchando mientras nos retiramos. Si el enemigo nos persigue está perdido, porque cuanto más se aleje de sus depósitos de suministros y de armas y más avance hacia las profundidades de un país que no tiene caminos ni víveres… más pronto quedará reducido a un estado miserable” (Hardesty, Red Phoenix, p. 63 – Pedro I (el Grande) hizo una deducción similar a la hora de enfrentarse al ejército sueco de Carlos XII en 1708 – W. C. Fulller Jr, Strategy and Power in Russia 1600 – 1914 – NY, 1992, pp. 80-83).
Fueron palabras proféticas pero incluso tenían precedentes históricos. Cien años antes, el formidable ejército sueco de Carlos XII fracasó en su invasión de Rusia de 1708 siendo finalmente expulsado en 1709. El teatro ruso presenta desafíos únicos en lo que respecta al clima, las distancias y el medio, que a pesar de los avances técnicos, eran de perfecta aplicación a la Wehrmacht en 1941, al igual que lo habían sido a sus predecesores. Lógicamente la URSS no es un país inmune a la derrota, pero la operación Barbarroja no consiguió las condiciones de la misma. El Ejército Rojo era una suerte de hidra de múltiples cabezas que luchó salvajemente a pesar de las fuertes pérdidas y que, de manera aún más preocupante para los alemanes, generaba nuevas cabezas más rápidamente de lo que el ejército alemán podía cortarlas. Cuando comenzó Barbarroja el 22 de junio de 1941, el ER ascendía a unos 5.373.000 hombres y, aun a pesar de la fuerte cantidad de bajas, para el 31 de agosto su tamaño se había elevado a 6.889.000 soldados. A finales de año el ER estaba compuesto por un total estimado de 8 millones de hombres (
D. Glantz, Barbarossa, p. 68), y al mismo tiempo el declive del tamaño del ejército alemán en el Este era claro.
El objetivo de la Wehrmacht era la destrucción del ER y la eliminación del poder soviético, y la fuerza reunida para conseguirlo era la más competente y mejor entrenada del mundo. El poder del ejército alemán residía menos en su masa que en su sumamente refinada habilidad ofensiva operacional, que revolucionó la guerra de armas combinadas con la explotación de las nuevas tecnologías y los más innovadores principios de la guerra de movimientos. La blitzkrieg de la Wehrmacht fue vista por sus contemporáneos como una suerte de maravilla operacional y ni el mando alemán ni los servicios de inteligencia extranjeros concedieron al ER la más mínima oportunidad real de que pudiera resistirles con éxito. La derrota del ejército alemán no comenzó con las primeras retiradas (y a veces desbandadas) que siguieron al lanzamiento de la ofensiva soviética de invierno en diciembre de 1941, para entonces hacía tiempo que habían fracasado los planes de conquista de la URSS y el hecho de que los soviéticos se encontraran entonces haciendo retroceder a los alemanes no hacía más que confirmar la crisis de Alemania en este frente.
Aunque de Goebels podemos entender que sacara el máximo provecho de los momentos iniciales de Barbarroja, tiene menos explicación la duración actual de muchas descripciones similares en numerosas historias de campaña de Barbarroja y que efectúan una valoración únicamente basada en los periodos iniciales de la operación Barbarroja (
R. H. S. Stolfi, afirma que Alemania nazi podría haber ganado la 2GM para octubre de 1941 – Hitler`s Panzers East. World War II Reinterpreted – Norman – OK, 1993).
Andrew Nagorski afirma que únicamente a primeros de octubre de 1941 cuando las unidades panzer comenzaron a encontrarse con escasez de combustible por primera vez, concluyendo que todavía las fuerzas alemanas eran “victoriosas y formidables”. El historiador
John Mosier afirma que a finales de septiembre de 1941, el Ostheer alemán era “victorioso hasta ese momento” y que “su maquinaria militar básica apenas había sufrido algún daño” (“Deathride. Hitler vs Stalin: The Eastern Front, 1941-1945).
Por el contrario las versiones soviéticas aunque con lenguaje sensacionalista, a veces con cifras enormemente distorsionadas que ayudan a explicar los reveses soviéticos, pero en sus conclusiones generales sobre la campaña de 1941 son mucho más consistentes que el panorama extraído de los archivos militares alemanes. Fue posteriormente estudiosos como John Erikson y David M. Glantz los que corrigieron al excesivamente parcial punto de vista de las operaciones militares alemanas.
Aunque el papel de occidente en la derrota de Alemania nazi es ciertamente esencial, ninguna otra nación sufrió o se sacrificó más que la URSS entre 1941 – 1945. Es un hecho incuestionable con un razonamiento crítico de los datos objetivos que tenemos sobre el debate histórico, pese a toda la luz cegadora que las maniobras operacionales elegantes alemanas han “contaminado” durante años la versión del frente oriental.
Se ha estimado que más de una cuarta parte de todos los soldados soviéticos caídos en la 2GM perecieron en 1941
(la cifra exacta dada es el 27.8 %. C. Bellany – Absolute War; Jacques Sapir, “The Economics of War in the Soviet Union during World War II” en Ian Kershaw y Moshe Levin (eds), Stalinism and Nazism. Dictatorships in Comparison – Cambridge, 2003, p. 216). Según otras estimaciones los primeros seis meses de la Guerra costaron al ER más de 3 millones de bajas definitivas (muertos, desaparecidos o prisioneros de guerra) y casi 1.5 millones de enfermos y heridos (
G.F. Krivosheev, “Soviet Casualties and Combat Losses in the Twentieth Century). En términos aproximados, si se aplican estas pérdidas a los 5.5 millones de hombres del ER al comienzo de la guerra, alrededor de un 80 % habían causado baja o habían sido hechos prisioneros para finales de año (D. Glantz y J. House – Cuando chocan los titanes. Cómo el Ejército Rojo detuvo a Hitler – Lawrence, KS, 1995, p. 301).
Estas cifras reflejan una tasa de pérdidas infinitamente mayor que la de cualquier ejército en la historia militar. Las pérdidas de material fueron masivas. Se estima que para finales de año se habían perdido 20.000 carros de combate soviéticos de todos los tipos (Walter S. Dunn Jr, Stalin`s Key to Victory. The Rebirth of the Red Army in WWII – p. 91). La magnitud de tales pérdidas ha convencido a muchos historiadores occidentals que la URSS estuvo al borde del colapso en 1941. En el otro extremo los historiadores soviéticos hicieron alabanza de una gran victoria defensiva, ganada en el heroico pueblo soviético mediante una “fe de hierro en la victoria” y la determinación de continuar la lucha hasta la “última gota de sangre”
(Lyons, (ed), The Russian Version of the Second World War, p. 30). En realidad ambas interpretaciones son engañosas, la URSS no era inmune a la derrota, pero tampoco estuvo al borde de la destrucción en 1941.
Un colapso general soviético solo se podría haber inducido bajo dos condiciones esenciales. La primera era la destrucción del ER hasta tal extremo que cesara toda resistencia organizada y no pudiera establecer un nuevo frente más al Este. La segunda era la pérdida de los centros estratégicos necesarios (regiones industriales, campos petrolíferos, minas, núcleos de población…) que privaran a la industria soviética de los requisitos básicos para la producción masiva continuada de armamento moderno. Sólo si Alemania hubiera conseguido alguna de estas dos condiciones habría provocado sin duda el colapso y la derrota soviética. Sin embargo, prevaleció la resistencia soviética.
El desastre del ER en las primeras semanas de Barbarroja encierra una historia compleja de inefectividad operativa, de los efectos de las purgas, de material bélico obsoleto, del abandono de doctrinas modernas de “operaciones en profundidad”, entrenamiento inadecuado que sitúan dicho desastre no solamente entendible como un producto de la ejecución del plan Barbarroja o del poder combativo de los alemanes. La incompetencia de la dirección estratégica soviética en los primeros días de la guerra fue causante de que las unidades mecanizadas tuvieran que llevar a cabo largas y costosas marchas como consecuencia de órdenes y contraórdenes. El resultado fue en algunos casos de hasta un 50 % de vehículos averiados sin haber entrado en combate, por ejemplo el historiador Reese, en su libro “Stalin`s Reluctant Soldiers” llega a señalar que “el ejército alemán no era el mayor enemigo de los carros de combate soviéticos; lo era el ER”.
Lo extraño es pensar cómo el ER sobrevivió a las primeras semanas de la invasión alemana, y mucho menos después de feroces combates durante meses. La respuesta descansa en la feroz determinación del pueblo soviético a resistir al invasor y a la capacidad única del ER y de la industria soviética de reemplazar rápidamente las pérdidas de hombres y material. Dicho patriotismo tiene una base más sólida que incluso de los propios intentos soviéticos de propaganda de posguerra, y estudios occidentales centrados en el estado de ánimo de los ciudadanos soviéticos al comienzo de la guerra han sustanciado los sentimientos básicos reflejados en dicha literatura soviética. Incluso en zonas con mayor descontento como Ucrania la respuesta fue desigual y sólo en unos pocos lugares hubo abiertamente una revuelta contra el poder soviético. En su mayor parte el grueso de los 198 millones de ciudadanos soviéticos de la URSS exhibió alguna forma de patriotismo, que oscilaba desde el simple deseo de acatar las órdenes del estado a una sublime devoción, a veces fanática por la acción. (
Catherine Merridale, John Barber y Mark Harrison).
Las pérdidas que se sufrían en el frente eran enormes. Sin embargo, la magnitud de la movilización que se estaba llevando a cabo en la URSS no tenía precedentes. El 22 de junio el ER disponía de una reserva de unos 14 millones de hombre con algún tipo de entrenamiento militar previo y que podían ser movilizados para el servicio. La Ley de Servicio Militar Universal de 1938 expandió en gran medida el número de hombres sujetos a la conscripción y, además, había creado numerosas escuelas militares para atender a estos nuevos reservistas, y le dotaron al ER de una increíble profundidad y lo que es peor casi invisible a la inteligencia alemana (
D. Glantz, “Choque de Titanes…).
El primer día de la invasión el ER estaba compuesto por unos 5.5 millones de hombres, y para el 1 de julio, cuando la primera fase de la movilización estuvo completada, las fuerzas armadas soviéticas ascendían a 9.638.000 hombres. De éstos, solo 3.533.000 se encontraban en el frente encuadrados en los ejércitos combatientes, mientras que otros 5.562.000 se estaban concentrándose en los distritos militares (532.000 más fueron destinados a la marina) (Glantz, - Colossus Reborn, p. 538).
Para el otoño de 1941 el declive cualitativo del ER fue suficientemente compensado por el agotamiento alemán, que lo alejó del peligro de una posible explotación. Tampoco aquí se agotaban las reservas soviéticas. La media de edad de la población soviética era mucho menor que la de Alemania, el 45 % de la misma tenía menos de 20 años en 1941 (frente solo a un tercio en Alemania). Esta combinación de una población soviética más joven y considerablemente más numerosa implicaba que la cantidad anual de reclutas que llegaban a la edad del servicio militar iba decididamente a favor de los soviéticos. La generación de 1923 (el año de nacimiento de los hombres que cumplían 18 años en 1941) ascendía a 3 millones, lo que, a pesar de la extensa ocupación alemana del territorio soviético, aún supuso unos 2 millones de reclutas anuales para el ER entre 1941 y 1943 (Dunn, Stalin`s Key to Victory, p. 10).
La Segunda Guerra Mundial la ganó el pueblo soviético que soportó un grado de sufrimiento atroz tanto en el frente como en el interior. En el frente los sufrimientos fueron espantosos y solo en 1941 el número de soldados soviéticos muertos ascendió a 3 millones, sumado a que las zonas ocupadas fueron diezmadas de judíos, o de cualquier elemento sospechoso, y pronto la población civil tuvo que enfrentarse a la escasez de alimentos. Pero a pesar de todo el pueblo soviético continuó luchando por una victoria lejana a pesar de dichos tremendos costes y privaciones. Claramente, la inquebrantable dedicación y convicción del pueblo soviético durante la 2GM fue mucho más que una mera reacción a las órdenes del estado, o miedo. Aun así su voluntad obstinada de oposición al nazismo sin importar el coste no debe cegarnos respecto del sufrimiento que tales medidas implicaron (especialmente para algunos grupos étnicos); en efecto, dadas sus abrumadoras pérdidas, la población soviética merece un reconocimiento especial por la calamidad que soportó la generación de guerra. El pueblo soviético no era ajeno a la muerte y la invasión nazi les exigió una dura rutina diaria de privaciones físicas y psicológicas. Y aun con todo, trabajaron, sufrieron, lucharon y murieron. Al final fue su notable entrega a un esfuerzo de guerra total y su prodigiosa disposición para el trabajo duro y para el autosacrificio, lo que constituye la verdadera historia de la superviviencia soviética en 1941.
Fuente: David Stahel - "Kiev 1941. La batalla de Hitler por la supremacía en el Este" - Edf. Salamina.
Saludos desde Benidorm.