- U-boote - Los Cazadores del Mar.

Cuestiones generales relativas a la Segunda Guerra Mundial

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Alice Kramer
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- U-boote - Los Cazadores del Mar.

Mensaje por Alice Kramer » Mar Sep 15, 2009 3:28 am

Hace tiempo que tengoeste artículo . Este es el mejor lugar para publicarlo.

Saludos Alice Kramer

FUENTE: El Portal de la Rosa de los Vientos
http://rosavientos.es/

La historia de los hombres y máquinas que hicieron hincar la rodilla a la marina más potente de su época.


Las restricciones del Tratado de paz de 1918 que ponía fin a la Primera Guerra Mundial limitaba al mínimo el número y prestaciones de los submarinos de la Kriegsmarine alemana, de tal manera que no fuesen más que unas naves aptas para defender las costas de Alemania y no un arma ofensiva que amenazase el tráfico marítimo británico y francés.
Entre 1934 y 1935, las directivas de Hitler impulsaron una desobediencia a las cláusulas de la rendición de 1918 y los primeros submarinos de la clase II, no mucho más capacitados que sus antecesores, pero que sí podían alcanzar las costas del Oeste de Gran Bretaña, empezaron a salir de los astilleros Kiel. A diferencia de las unidades de superficie, los submarinos eran más “baratos”, más rápidos de construir y con menos necesidades de armamento y personal.

LOS SUBMARINOS DE LA KRIEGSMARINE

No era nada agradable la vida en un submarino de la segunda guerra mundial; Escaseaba el agua, por lo que los submarinos olían no sólo a gasolina y aceite, sino que también apestaban a sudor y a hacinamiento. Había tan sólo dos retretes para los cincuenta hombres de la tripulación (y uno de esos retretes solía estar lleno de material cuando se zarpaba de puerto) y unas 25 literas, repartidas por los rincones del sumergible; las misiones en el mar se hacía eternas y el riesgo de perecer en combate era muchísimo mayor que en cualquier otra unidad del ejército, la marina o la fuerza aérea, bien por fuego enemigo, por un fallo mecánico durante una inmersión o por un fallo en un torpedo, que eran ingenios de dudosa precisión, con un 50% de posibilidades de fallo en sus espoletas y que tenían una curiosa tendencia a desviarse del rumbo marcado y hasta de girar 180º y poner rumbo al submarino que los había lanzado. El 90% de los hombres que fueron destinados a los U-boote nunca regresaron a tierra. A favor, la vida en un submarino alemán de los años 40 tenía pocos alicientes en comparación con los inconvenientes: el alto grado de camaradería que se alcanzaba entre los tripulantes, sabedores de que se necesitaban los unos a otros en cuanto el submarino largaba amarras, el suplemento de sueldo que la Kriegsmarine daba a los voluntarios y la ausencia de los omnipresentes agentes de la Gestapo.
Los U-boote no dejaban de ser barcos torpederos con cierta capacidad para navegar sumergidos durante un espacio de tiempo, muy limitado, debido a la poca potencia de las baterías que alimentaban sus sistemas eléctricos y el motor con el que se movían cuando navegaban por debajo de la superficie. Navegar a velocidad máxima (no pasaba de 4-6 nudos en los primeros años de la guerra) en inmersión, era agotar las baterías en pocas horas (dos o tres) y además, exponía a los submarinos a ser detectados por los destructores y corbetas del enemigo que los estaban buscando. La técnica a seguir cuando se detectaba una barco o convoy era navegar en superficie a toda máquina (16-18 nudos para los primeros tipos de submarinos), debido a que el submarino, por su bajísimo perfil y que por encima del agua apenas sale algo más que la torrecilla del puente (a más de dos mil metros y con buen tiempo es muy difícil verlo) y cuando ha conseguido una ventaja suficiente, se situaba en la trayectoria del objetivo y se sumergía para esperar, con la nave en completo silencio, a que el barco o barcos estuviesen lo suficientemente cerca para asegurar los blancos y no desperdiciar ninguno de los escasos torpedos con los que se contaba. Si después de la acción la situación lo aconsejaba, se subía a la superficie a rematar a los barcos tocados con el cañón de cubierta (en los modelos a partir de la clase VII).
La operación de hundir un barco con un torpedo era relativamente simple: el submarino se aproximaba a menos de 3000 metros del blanco, se medían la distancia y la velocidad del barco a hundir y con una tabla ya hecha, se ordenaba girar el sumergible los grados necesarios para que el torpedo impactase contra el casco del barco. Con esa misma tabla, se podía saber la distancia real que iba a recorrer el torpedo y el tiempo que tardaría en llegar al punto cero, el lugar del impacto. En cuanto el capitán ordenaba lanzar el torpedo, el primer oficial ponía en marcha un cronómetro. Si pasaban algunos segundos del tiempo estimado para el impacto y los hidrófonos no recogían la explosión o el choque del torpedo contra el casco del barco, se volvían a tomar mediciones de distancia y velocidad del barco, desde una posición diferente, pero estos errores eran la excepción entre los competentes capitanes de la U-flotte.
Si el ataque era contra un mercante aislado no había excesivos problemas para darle caza y mandarlo a pique, pero si el objetivo se encontraba en medio de un convoy, era un asunto muy diferente.
Los convoyes iban protegidos por barcos de escolta, rápidos destructores e incluso cruceros ligeros, que portaban un arsenal antisubmarino verdaderamente potente, aunque al principio de la guerra los métodos de detección eran similares a los de los “U-boote” y no era muy complicado sumergirse silenciosamente y escapar a los barriles cargados de TNT (llamados cargas de profundidad) que los barcos de la escolta soltaban sobre la posición de los submarinos que eran detectados. Con la llegada del sonar activo se hizo más difícil evadirse de los destructores y la aparición de la figura del portaaviones de escolta, a mediados de 1943, hizo casi imposible que los sumergibles de la Kriegsmarine se aproximasen en superficie a las rutas de los convoyes oceánicos, debido a que en el cielo siempre había un aparato de reconocimiento, presto a dar la posición de cualquier contacto a los bombarderos o a los destructores de escolta.
La U-flotte, la sección de submarinos de la Kriegsmarine, fue desde un comienzo la principal encargada de asfixiar la economía británica y para ello debía tejer una red que evitase que no llegasen barcos de suministro a los británicos y para ello asignaba a cada submarino una zona de patrulla antes de salir de la base, un cuadrante que debía cuartear una y otra vez durante un periodo de varios días (dos o tres semanas), a la espera de que apareciese una potencial víctima. Por norma general, nunca se agotaban esos días, bien porque si no se localizaban buques en ese sector los mandos de la U-flotte enviaban un mensaje al sumergible para que cambiase de posición, bien porque agotaban los torpedos o porque los submarinos debían regresar a puerto por averías que no podían ser reparadas en alta mar.

Desde junio de 1940, para localizar a los barcos enemigos que zarpaban de Inglaterra hacia los Estados Unidos, los “Focke 200 Condor” de la Lüftwaffe (la fuerza aérea alemana) efectuaban vuelos de reconocimiento sobre la costa oeste de Gran Bretaña e informaban de los movimientos observados a la Gran Base de submarinos de Saint Nazaire, en la costa francesa, desde donde los operadores de radio de la Kriegsmarine transmitían los datos a los sumergibles situados en el cuadrante donde habían sido detectados los barcos enemigos. Estos mensajes se enviaban usando una máquina codificadora-decodificadora llamada “enigma”, cuyos secretos pronto cayeron en manos de los aliados, pero los mensajes de la fuerza submarina seguían siendo tremendamente difíciles de interpretar, ya que se limitaban a una cortísima combinación de letras y números que hacían referencia a los códigos de las cartas de navegación de la marina alemana, algo que los aliados no poseían.
Después de recibir las órdenes, el submarino o submarinos afectados por el mensaje emitido por Saint Nazaire se ponían en marcha hacia las coordenadas aproximadas en las que debía encontrarse el objetivo y se le buscaba de la “forma tradicional”. Cuando era avistado, si eran varios los submarinos que participaban en la operación, se tendía una trampa, rodeando al enemigo. A estos grupos de submarinos se les llamó “manadas de lobos grises” y se convirtieron, hasta bien entrado el año 1943, en la pesadilla constante de la Royal Navy la U. S. Navy
Antes de la incorporación de radares o sonares activos en los submarinos, los aparatos de detección se limitaban a un par de hidrófonos, situados uno en cada costado del barco. El hidrófono no es más que un amplificador de los sonidos que se propagan por el agua y sólo puede ser empleado por buques que están detenidos o que se mueven muy lentamente, ya que a más de dos nudos el agua que “chocaba” contra el amplificador del ingenio producía un intenso ruido que ocultaba incluso al de los motores más potentes que hubiese en las cercanías.

PRIMEROS COMPASES

En 1939, poco antes de empezar la guerra, la práctica totalidad de la fuerza submarina se desplazó del Báltico al Mar del Norte para situarse en posición de atacar en cuanto se desatasen las hostilidades. El 3 de septiembre, pocas horas después de que Gran Bretaña declarase la guerra a Alemania, un submarino daba caza su primera pieza, un pequeño barco mercante cargado de carbón que se dirigía a Francia, dando comienzo así la guerra en el mar.
Tres días después, un submarino torpedeaba a un buque de pasajeros sin previa advertencia para evacuar al pasaje, el Vapor “Athenia”, contraviniendo las “normas” de la guerra naval. El gobierno británico puso el grito en el cielo y el capitán se defendió alegando que en la oscuridad de la noche confundieron el barco de pasajeros con un mercante que habían estado persiguiendo durante todo el día. Sea como fuere, Hitler ordenó pocas horas después del incidente que los U-boote disparasen sin previo aviso sobre cualquier barco británico o francés, fuese del tipo que fuese. En este periodo, los comandantes de los submarinos apenas podían ni soñar con atacar a un buque de combate, ya que estos barcos tenían “la mala costumbre de ir siempre a más de 20 nudos”, como solían decir los capitanes alemanes, pero asombrosamente, un submarino alemán logró hundir el 18 de septiembre, en el canal de Bristol, un portaaviones británico, que junto a la pérdida del portaaviones “HMS Eagle” al año siguiente, también hundido por un submarino, hizo que Hitler suspendiera definitivamente la construcción del “Graf Zeppelín”, el primero de los cuatro portaaviones encargados por la Kriegsmarine.

LA GUERRA EN EL OCÉANO

A primeros de 1940, un nuevo tipo de submarino, la clase VII, fue desplegada en aguas del atlántico norte, desde las costas de África hasta las heladas aguas de Islandia para interceptar los buques y convoyes que cruzaban el océano, desde las colonias africanas o desde los Estados Unidos con dirección a Gran Bretaña. El tipo VII era el primer U-boot que montaba una pieza artillera sobre la cubierta, un cañón de 105mm, versión corta de la excelente pieza de artillería de campaña, que también dio buenos resultados en el mar, siendo responsable de más hundimientos de buques mercantes que los torpedos, armas que los capitanes de los U-boote se resistían a usar, dejándolos para cuando fuese estrictamente necesario su uso. La salida al océano de las grandes unidades de superficie de la Kriegsmarine impulsó al almirante Raeder, comandante general de la Kriegsmarine a coordinar los ataques de los U-boote y los grandes cruceros y acorazados que empezaban a surcar las aguas del Atlántico, pero en las reuniones que mantuvieron los almirantes Doenitz (jefe de los submarinos) y Lütjens (jefe de la Escuadra) no se consiguió gran cosa y tras el hundimiento del acorazado “Bismarck”, no se volvió a tratar el tema. Pero los británicos, temerosos de que los Cruceros de Batalla alemanes que aún estaban en servicio pudieran salir a mar abierto, optaron por proteger a los convoyes con sus propios Cruceros de Batalla y Acorazados, que debían navegar a 10-12 nudos, acompañando a los buques mercantes y convirtiéndose en el blanco preferente para los lobos grises que acechaban por todas partes. Todos los días llegaban peticiones de auxilio de buques torpedeados, incluso se perdieron convoyes enteros y la cantidad de tonelaje hundido aumentaba mes por mes en unas proporciones que los británicos empezaban a acusar demasiado. En 1941, unos meses antes de que los Estados Unidos entrasen en la guerra, los alemanes ponían en servicio la “Clase IX”, una embarcación que podía situarse en las costas de toda América del Norte y patrullar durante una semana antes de regresar a Francia. Era la época feliz, en la que los destructores que rondaban alrededor de los convoyes debían detenerse para escuchar y exponerse así a que, antes de que volvieran a coger velocidad, a recibir un torpedo y dejar un hueco en la cobertura.
Había que disparar, esperar a que el blanco elegido saltase por los aires y largarse lo antes posible antes de que llegasen los barcos de escolta, que apenas se hubiese producido la explosión, pondrían rumbo al lugar más probable del que hubiera partido el torpedo. Navegar en zig-zag ayudaba a esquivar los torpedos, pero cuando los lobos grises actuaban en grupo, lo normal es que los convoyes perdiesen más de un barco en cada ataque. Invariablemente, los submarinos alemanes trataban de alcanzar el centro de los convoyes, desde donde, cuando atacaban de noche, eran menos detectables y donde los británicos agrupaban a los buques de más valor, los que transportaban piezas de aviación, personal, municiones y carros de combate. Si se podía, se disparaba contra varios de estos barcos, se subía a superficie y con el cañón de cubierta se disparaba contra algunos barcos no alcanzados por los torpedos, para hundirlos o dañarlos y ralentizar aún más la marcha del convoy. Durante este nefasto periodo para la Royal Navy, todos los días llegaban mensajes de auxilio de barcos torpedeados en las zonas fuera del alcance de los aviones de la Royal Navy y la U. S. Air Force. No se podía hacer nada más que esperar a que los submarinos alemanes se pusieran a tiro, pero en esas zonas se dependía exclusivamente de los buques de escolta de los convoyes.
En junio de 1941, Alemania invadió la URSS y los U-boote no tardaron en llegar a las aguas del océano Ártico para interceptar los convoyes que iban destinados a los puertos soviéticos.

EL CAMBIO DE RUMBO

El suministro empezaba a estar bajo mínimos, cuando Japón atacó Pearl Harbor en diciembre de 1941, provocando la entrada de los Estados Unidos en la guerra. En ese momento, las aguas del Atlántico se llenaron de barcos de todo tipo y la bandera de Estados Unidos ya no era refugio. Los hundimientos de barcos se duplicaron en el periodo de enero-abril de 1942, La aparición de un nuevo tipo de sonar, el ASCI, que detectaba a los submarinos por el eco del sonido que rebotaba en el casco metálico, creando una imagen en el monitor del operador del sonar, dando a éste la distancia y profundidad a la que se encontraba el sumergible. Con este sistema de sonar activo desplegado en los destructores y cruceros ligeros aliados, para los U-boote fue más difícil escapar al acoso de los barcos de escolta y el número de submarinos que desparecían para siempre después de atacar a un convoy empezó a crecer. La ocupación de Islandia por tropas norteamericanas estableció una importantísima base avanzada, desde la que los aviones de patrulla de largo alcance aliados podían llegar ahora a casi todos los rincones del Atlántico Norte. Desde este momento, los submarinos alemanes ya no podían navegar en superficie, ni tan siquiera justo por debajo de ella a la luz del día, sin riesgo de ser descubiertos y atacados por los “B-24 Liberator”, los Grandes hidroaviones “Short Sunderland” o los “Dauntless SBD” que patrullaban constantemente las rutas de los convoyes. La mejora de las prestaciones de los buques mercantes, la aparición de las pequeñas, pero mortales, corbetas antisubmarinas y los constantes bombardeos aliados sobre las bases y astilleros de submarinos cambiaron definitivamente el curso de la guerra en el Atlántico.

En 1943, la guerra en el mar ya estaba definitivamente perdida para los lobos grises de la Kriegsmarine. Los viejos y buenos capitanes de la “Época Feliz” habían desaparecido para siempre bajo las aguas y los nuevos oficiales que salían de la Academia de la Kriegsmarine en Kiel eran fanáticos nazis que no dudaban en sacrificar el sumergible y a sus hombres en ataques suicidas contra los convoyes, cada vez mejor escoltados. Las nuevas armas, torpedos acústicos que se guiaban por el rastro sonoro de los buques enemigos y los torpedos que navegaban en zig-zag una vez llegaban a la zona donde se encontraba el objetivo no mejoraron mucho la situación y tan sólo la aparición del “Snorkel”, un artilugio que permitía a los sumergibles renovar el aire del interior y navegar con los motores diesel mientras estaban en inmersión, aunque justo por debajo de la superficie y la llegada del “Tipo XXI”, el primer submarino digno de llamarse así, podrían cambiar la situación, pero esto ocurría en 1944, cuando Alemania resistía, pero ya estaba derrotada.
El “día D”, Hitler ordenó a Doenitz que enviase a sus submarinos a detener la invasión en Normandía, pero los aliados consiguieron eliminar a una gran parte de los sumergibles que fueron enviados al Canal de la Mancha sin que estos pudiesen detener la riada de hombres y material que llegaba a las costas de Francia. Para esas fechas, los aliados ya se habían hecho con los códigos de las Cartas marítimas de la Kriegsmarine y cada posición que se telegrafiaba a los U-boote, era descifrada y transmitida por los aliados a sus patrullas marítimas. Los convoyes ahora tenían cobertura aérea durante toda la travesía por el océano gracias a los pequeños portaaviones de escolta y los nuevos detectores ASCI no daban casi ninguna oportunidad a los sumergibles alemanes. La pérdida de los Puertos de la costa atlántica francesa, como Lorien, Brest, o Saint Nazaire fue ya un golpe casi definitivo a la U-flotte. Prácticamente encerrada de nuevo en el Báltico, con los puertos y astilleros bajo un constante machaqueo de bombas, los últimos actos se redujeron a interceptar algunos convoyes menores en la ruta del Ártico, partiendo de los pocos refugios que les quedaban en los fiordos de Noruega.

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