Mensaje
por José Luis » Jue Feb 21, 2008 5:37 pm
¡Hola a todos!
Ya dije que este tema me parecía muy interesante y, en consecuencia, he estado intentando buscar respuestas a algunas de las preguntas que me han estado rondando. He buscado en los libros ya citados de Jeffrey Legro y Brian Balmer, y también en las obras de Robert Harris y Jeremy Paxman, A Higher Form of Killing: The Secret History of Chemical and Biological Warfare, y James A. Romano et al, Chemical Warfare Agents: Chemistry, Pharmacology, Toxicology, and Therapeutics. Este último libro en mi poder.
En general, no he encontrado razones en contra de mi previa asunción de que no se llevó a cabo una guerra química durante la IIGM porque la guerra de bombardeo masivo era más práctica y efectiva. Pero he encontrado algunos datos que abonan el campo de la especulación y del “What if?”.
Por ejemplo, seguro que todos hemos leído alguna vez la aparente fobia que Hitler tenía contra el empleo de gases tóxicos a raíz de sus propias experiencias durante la Gran Guerra, en cuya etapa final él mismo cayó víctima de los terribles efectos del gas venenoso. Cuando he buscado este tema en las obras arriba citadas, casi todos los autores coinciden en rechazar esta experiencia personal de Hitler como posible razón de su determinación de no emplear agentes químicos en la IIGM. Es más, Hitler tuvo realmente intenciones de usar agentes químicos en la guerra, pero finalmente desechó esta alternativa por varias razones, entre las que destacan fundamentalmente dos. El primer motivo fue que cuando consideró el uso de armas químicas, tras los desastres de 1943 (Stalingrado y Túnez), sus especialistas le advirtieron (erradamente, con sinceridad o sin ella) que los aliados estaban mucho más avanzados en el campo de las armas químicas y que tenían muchísimos más stocks acumulados que Alemania. El segundo motivo radica en que cuando el destino del Tercer Reich estaba más que sentenciado (digamos que en la misma época, esto es mediados de 1943 en adelante) y el recurso a este expediente de las armas químicas pudiera parecer la última solución para evitarlo, los aliados ya tenían en sus manos el señorío de los cielos.
Ahora bien, ¿qué hubiese sucedido si al poco de comenzar la guerra, o para ser más concreto, durante la campaña rusa de 1941, Hitler se decide a emplear gases venenosos en los campos de batalla y sobre las ciudades rusas? Claro que esta especulación pasa por alto el hecho de que, hasta esos momentos, Hitler estaba convencido absolutamente de su superioridad militar sobre sus enemigos y, por tanto, el uso de armas químicas no sólo parecería innecesario, sino también contraproducente, pues el enemigo también podría recurrir a ellas, complicando así las propias dificultades de la campaña. Aquí tenemos el primer asunto de consideración. A finales de la década de 1930 Hitler y su entorno creían que Alemania estaba por detrás de los posibles enemigos (Gran Bretaña y Estados Unidos) en la investigación, desarrollo y producción de agentes químicos venenosos. Quizás creían esto por lo sucedido en la Gran Guerra, sobre todo en sus etapas finales. Sin embargo, la realidad era muy distinta; Alemania era pionera en ese campo y contaba en 1939 con unas 12.000 toneladas de gases venenosos. Aunque los gases nerviosos Tabun, Sarin y Soman no serían producidos en suficientes cantidades hasta unos años después del comienzo de la guerra, en 1939 el stock de gases venenosos de Alemania superaba varias veces el de los angloamericanos.
Robert Harris y Jeremy Paxman dan una cuenta muy razonable de los nuevos gases nerviosos descubiertos por los alemanes. A finales de 1936 (23 de diciembre) el científico alemán Dr. Gerhard Schrader descubrió el gas nervioso Tabun (Le-100, Trilon-83) mientras investigaba con nuevos insecticidas. El científico fue llamado a Berlín para mostrar el Tabun a la Wehrmacht, que quedó impresionada. El coronel Rüdriger, jefe de las instalaciones de gas venenoso del ejército en Spandau, ordenó la construcción de nuevos laboratorios para construir cantidades suficientes de Tabun para pruebas de campo. Schrader, que trabajaba para la IG Farben, fue trasladado a una nueva fábrica en Elberfeld para continuar con sus experimentos. Un año más tarde, en 1938, descubrió una nueva sustancia tóxica de muchísimo más poder que el Tabun. Schrader la bautizó Sarin (T-144, Trilon-46), acrónimo de los nombres de los cuatro individuos clave que participaron en su producción: Schrader, Ambros, Rüdriger y van der Linde. En junio de 1939 se pasó la fórmula del Sarin a los laboratorios de la Wehrmacht en Berlín. Las pruebas sobre animales mostraron que era diez veces más venenoso que el Tabun.
Con la invasión de Polonia en curso, se ordenó la construcción de una nueva fábrica capaz de producir mil toneladas de Tabun al mes. Los trabajos comenzaron en enero de 1940 en los bosques de Silesia en la Polonia occidental. La fábrica se construyó cerca del Oder, a 40 kilómetros de Breslau, en un lugar llamado Dyhernfurth, cuyo nombre en clave para la Wehrmacht fue Hochwerk. La fábrica de Dyhernfurth se convirtió en una de las más grandes fábricas secretas del Tercer Reich, con una milla y media de largo y media milla de ancho, con capacidad para producir 3.000 toneladas mensuales de gas nervioso, empleando a unos 3.000 trabajadores, todos alemanes, alojados en grandes barracones construidos en un claro del bosque. Sin embargo, debido a las grandes dificultades del procesamiento de los gases nerviosos y a las medidas de protección, la fábrica no estuvo operacional hasta abril de 1942.
Más tarde el premio Nobel Richard Kuhn, trabajando para la Wehrmacht, descubrió el Soman, que, según James A. Romano et al, era una especie de combinación del Tabun y Sarin, pero mucho más tóxico. Luego vendrían los gases nerviosos llamados GE y GF. Según Legro, el Tercer Reich produjo un total de 65.000 toneladas de sustancias venenosas, de las cuales una gran mayoría (aprox. 70%) estaba en bombas y proyectiles.
En una reunión mantenida en el año 1943 en el Frente Oriental, Hitler preguntó al especialista Ambros sobre la posibilidad de emplear agentes químicos como arma de guerra. Ambros le dijo que era una alternativa arriesgada; aparte de que Alemania no se encontraba preparada para desatar una guerra química, los aliados, en su opinión (y aquí no sabemos si Ambros era sincero) tenían muchísima más capacidad para llevar a cabo este tipo de guerra. Si no recuerdo mal, Speer comenta algo de esto en sus memorias. Hitler no volvió a hablar del tema en toda la guerra (a diferencia de algunos de sus principales colaboradores); el asunto casaba de lleno con su manera de ver las cosas. No era al miedo a la respuesta del enemigo lo que lo alejó del empleo de armas químicas, sino simplemente que con ello no conseguía una solución decisiva para el curso de la guerra.
Algunos autores se preguntan qué habría sucedido si Hitler hubiese empleado los gases nerviosos en el Día-D de Normandía, y especulan en sus respuestas que la guerra pudo haber tomado otro rumbo. A mi juicio, olvidan algo fundamental; en junio de 1944 la aviación aliada tenía no ya la superioridad de los cielos, sino su completa supremacía. La Luftwaffe, de intentarlo, sería borrada de los cielos y su cargamento, quizás, se volvería contra las tropas alemanas del frente.
Veo que me he extendido bastante. Lo dejo aquí. ¿Pero no os parece un tema realmente morboso?
Saludos cordiales
José Luis
"Dioses, no me juzguéis como un dios
sino como un hombre
a quien ha destrozado el mar" (Plegaria fenicia)