El futuro de los aviones de bombardeo

Estrategia y tácticas de combate

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Akeno
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El futuro de los aviones de bombardeo

Mensaje por Akeno » Dom Jun 15, 2008 8:30 pm

Extracto del libro La aviación de bombardeo, del oficial francés Damille Rougeron. Berlín 1938.

...

Estas reglas fundamentales no son necesarias, naturalmente, para demostrar que la destrucción de grandes ciudades como París y Londres sería una operación que merecería la pena desde el punto de vista militar y que, inversamente, arrojar bombas en el Sahara equivaldría a tirar el dinero a la calle. Pero necesitábamos estas directrices para fijar los límites de las destrucciones todavía rentables: nos indican también que los valores materiales existentes en abundancia en los países de Europa occidental justifican militarmente una destrucción sistemática y racional de territorios extensos.

Dado que carecemos de experiencia práctica, hoy por hoy no podemos afirmar con seguridad cuál es el arma de ataque más decisoria: si la bomba de gas, la explosiva o la incendiaria.

Ciertamente, apenas si con las bombas de gas puede esperarse el efecto duradero obtenido con las explosivas e incendiarias, tan eficaces en el ataque a grandes ciudades, son muy poco efectivas en terreno abierto. Por el contrario, la bomba explosiva es de efectos más constantes; y si además, se tiene en cuenta su menor costo de fabricación, que para la "rentabilidad" de la destrucción resulta un factor esencial, la bomba explosiva habría de ser considerada, para este fin, en primer lugar.

Igualmente, hoy no se tienen ideas concretas sobre bombas, qué daños reales causarían y cuál sería la relación más favorable entre el volumen de la bomba y la carga explosiva de la misma. También en esto nos falta experiencia práctica. Por lo tanto, admitiremos que una bomba de mil ochocientos kilos, con una carga explosiva de mil, podría destruir, en un radio de cincuenta metros desde el punto del impacto, todas las construcciones no reforzadas de manera especial.

Sin embargo, no es seguro que el peso por unidad de mil ochocientos kilos sea en todos los casos el mejor peso, y que, por ejemplo, en los bombardeos de viviendas y fábricas enclavadas fuera del recinto de las ciudades, den un rendimiento mucho más fructífero las bombas con mayor carga explosiva y dotadas de espoletas instantáneas. La destrucción de los campos y de cualesquiera otras superficies cultivadas lleva anejos nuevos problemas que seguramente necesitan soluciones completamente distintas. ¿Cuál sería en tal caso el mejor peso por unidad de la bomba? ¿En qué proporción se han de emplear, en tales objetivos, por ejemplo, las bombas explosivas e incendiarias? Estas preguntas no tienen todavía contestación; pero creemos poder alcanzar el objetivo señalado, arrojando dos mil kilos de bombas por hectárea.

Los costos de destrucción no dependen, en último término, de la distancia en que se halle el objetivo atacado. Admitamos, por ejemplo, que un avión de bombardeo que haya de ser amortizado en doscientas horas de vuelo cueste seiscientos mil francos y tenga una carga útil, es decir, bombas y combustible, de dos mil trescientos kilos. Así, pues, la tonelada de bombas, con un costo de fabricación de diez mil francos, costaría trece mil si si el objetivo se hallase a una distancia de ciento cincuenta kilómetros; pero el costo se elevaría a treinta mil si se encontrase a seiscientos kilómetros de distancia. Ahora bien, si a esto se opone el "valor material" de los países europeos occidentales, las cifras resultantes resultan ser totalmente distintas: cincuenta a cien mil francos por hectárea. Por tanto, puede afirmarse que los bombardeos de objetivos tan valiosos son totalmente justificados...

El concepto de la guerra total, hasta ahora muy primitivo, resulta ya anticuado: hoy se tienen al respecto unas ideas completamente distintas. Con los gastos directos que un Estado aplica al reforzmiento de su potencia militar, y con las cantidades suplementarias satisfechas hasta el presente en concepto de subsidios de paro y fortalecimiento de la moneda, que son mucho mayores que los gastos directos, un gran Estado industrial podría, en pocos años, reorganizar a fondo toda su economía. Una industria cuya producción se oriente únicamente a satisfacer las necesidades de tiempo y paz y que no sea transformada hasta el mismo momento de declarare la guerra, no puede hoy servir en modo alguno a las necesidades de una guerra total. Esto significa que todas las empresas necesarias para la fabricación de aviones, motores, visores de bombarderos y armamentos de todas clases han de haber alcanzado, ya en época de paz el número conveniente o han de ser constituidas para llegar a este número. Hasta que estén en condiciones de cumpir su cometido peculiar y fundamentalísimo, tales empresas se ocuparán en la fabricación de coches, prismáticos y colorantes. ¡Éste habría de ser el aspecto de la industria de un "pueblo de aviadores"! Sólo entonces podría a ascenden a decenas de millares el número de los aparatos construidos. Y es perfectamente posible que una nación armada de esta forma convirtiera en realidad la profecía de Douhet, aunque para ello tuviera que fabricar unas cuantas baterías costeras o unos cuantos cañones pesados menos.

Fuente: EL TERCER REICH. Su historia en textos, fotografías y documentos. Heinz Huber y Artur Müller. Plaza & Janés S.A. 1967

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