La última horca, Eichmann es ajusticiado en 1962

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Erich Hartmann
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La última horca, Eichmann es ajusticiado en 1962

Mensaje por Erich Hartmann » Mié Jul 02, 2008 1:22 pm

LA ÚLTIMA HORCA: FUE LA QUE ENTRÓ EN ACCIÓN EL 31 DE MAYO DE 1962 PARA COLGAR A ADOLF EICHMANN


Fuente del artículo: Crónica Militar y Política de la Segunda Guerra Mundial, editada por SARPE, tomo 7, págs 358-385

LAS NOTAS CARACTERÍSTICAS DEL EXTERMINADOR

La organización del cuerpo de las SS era, como se puede prever fácilmente, muy meticulosa. Cada uno de sus componentes era fichado y seguido, durante toda su carrera, por anotaciones características muy precisas y pormenorizadas que, al término del conflicto, constituirán preciosas fuentes de información para los cazadores de criminales. He aquí un extracto de la ficha del Untersturmführer de las SS Adolf Eichmann, agregado al jefe del SD de las SS-AO Danubio, Oficina Central SD, Dir. Centr. II/1.

Número de carnet del partido: 899.895.
Carnet de identidad SS: n. 45.326.
En servicio desde: 1936.
Última promoción: 9 de enero de 1937.
Fecha y lugar de nacimiento (provincia): 19 de marzo de 1906, Solingen.
Profesión: Constructor de coches; actualmente: comandante de las SS de la Oficina Central.
Lugar de residencia actual: Viena IV, Favoritenstrasse 14-III-6.
Estado civil: casado.
Nombre de familia de la esposa: Vera Liiebel. Hijos: 1.
Confesión religiosa: creyente.
En servicio en la Oficina Central desde: el 31 de septiembre de 1934,
Antecedentes penales: ninguno.
Heridas, persecuciones o condenas recibidas en la lucha por la victoria nazi: ninguna.

OBSERVACIONES

I. Observaciones generales sobre el aspecto personal
  • 1) Aspecto racial: nórdico-dinárico.
    2) Actitud personal: decidida.
    3) Actitud y comportamiento en el servicio y fuera de él: correcto e irreprensible.
    4) Situación financiera: equilibrada.
    5) Situación familiar: buena.
II Elementos caracteriológicos
  • 1) Rasgos característicos fundamentales: muy activo, óptimo camarada, ambicioso.
    2) Prontitud de reflejos: óptima.
    3) Capacidades intelectivas: buenas.
    4) Fuerza de voluntad y dureza: notables.
    5) Nociones y formación cultural: óptimas en su especialidad.
    6) Concepción de la vida y capacidad de juicio: sanas.
    7) Dotes particulares: negociar, hablar en público, organizar.
    8 ) Defectos o debilidades particulares: ninguno.
V Concepción del mundo
  • 1) Conocimientos personales: óptimos, sobre todo en su campo de actividad.
    2) Capacidad de exponer el propio punto de vista: óptima.
    3) Fidelidad a la idea nacionalsocialista: incondicional.
VI Capacidad y nociones en materia disciplinar y administrativo para los fines de servicio
  • Resultan suficientes y susceptibles de mayor desarrollo.

CONCLUSIONES GENERALES


Óptimo elemento, de carácter enérgico e impulsivo, dotado de las capacidades necesarias para administrar por sí mismo su campo de actividad, y que en general ha desarrollado tareas de Índole organizativo, participando constantemente y con óptimos resultados en negociaciones. Especialista reconocido en su campo. Jefe de Sección, Jefe de Estado Mayor, Comandante del SD de la sección principal de la SS Danubio
(Firma)

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Mensaje por Erich Hartmann » Mar Jul 08, 2008 10:55 am

Es juzgado en Jerusalén el organizador del exterminio de seis millones de judíos

El proceso contra Adolf Karl Eichmann se abre el 11 de abril de 1961 en la Beth H'am de Jerusalén, la Casa del Pueblo, circundada por alambradas, custodiada desde el techo a los subterráneos por decenas de policías y con una fila de cabinas de madera en el patio anterior, donde se cachea a todos los que entran.

Son las 11,00 cuando el ujier grita a voz en cuello: "¡Beth Hamishpath!", "¡El Tribunal!", y los tres magistrados —el presidente, Moshe Landau; el fiscal, general Gideon Hausner; el juez "a latere", Benjamin Halevy, todos con la cabeza descubierta y con toga negra— entran por una puerta lateral para tomar asiento en lo alto del estrado erigido en la sala. En los dos extremos de una larga mesa, que pronto se cubrirá con innumerables volúmenes y más de mil quinientos documentos, están los taquígrafos; inmediatamente bajo los jueces está el banco de los intérpretes, cuya obra es necesaria para el diálogo directo entre el acusado (o su defensor) y el Tribunal; por lo demás, los extranjeros seguirán el debate —que se desarrollará en lengua hebrea— escuchando con los auriculares la traducción simultánea en francés, inglés y alemán.

Más abajo de los intérpretes, de espaldas al auditorio, está el fiscal general con sus cuatro ayudantes y el abogado defensor Robert Servatius, de Colonia, que en 1945-1946 defendió ya en Nuremberg, ante los jueces del Tribunal Militar Internacional, al acusado Fritz Sauckel y a una de las tres organizaciones del Tercer Reich, la "jerarquía política del partido nazi". (Sauckel, reconocido culpable, fue ahorcado, y la organización fue declarada "criminal"). Entre el banco del fiscal y el de los intérpretes está el recinto de los testigos, y, de frente, la cabina de cristal antibalas en la que está sentado el acusado. El público ve a un hombre de mediana edad, delgado, casi calvo, con dientes muy irregulares y ojos de miope, que lleva un vestido oscuro con corbata azul y que estará siempre inclinado sobre el banco sin volverse nunca hacia atrás.

Las primeras palabras del proceso, que anotan quinientos periodistas de todo el mundo, son las del presidente Landau: "

¿Es usted Adolf Karl Eichmann, hijo de Karl Eichmann, nacido en Solingen (Alemania), el diecinueve de marzo de mil novecientos seis?".

—"Jawohl" —responde el acusado saltando en pie, y la voz es clara, precisa, orgullosa. Desde ese momento, y durante una hora, el acusado permanecerá en pie para escuchar el larguísimo pliego de cargos. La traducción al alemán, párrafo por párrafo, duplica su duración y es prácticamente la extensión de la acusación que le fue formulada en el momento de la captura y de su traslado a Israel a tenor de la Ley número 5.710 del año 1950, relativa al castigo de los nazis y de los colaboradores de los nazis. El párrafo primero de la mencionada Ley reza como sigue:

"Quienquiera que se haya hecho culpable de los siguientes crímenes: 1) que, durante el régimen nazi, haya cometido en una nación enemiga, actos que equivalen a delitos contra el pueblo judío; 2) que, durante el régimen nazi, haya cometido en una nación enemiga actos que equivalgan a delitos contra la Humanidad; 3) que, durante la segunda guerra mundial, haya cometido en una nación enemiga acciones que equivalgan a crímenes de guerra, puede ser condenado a muerte".

El intérprete repite las palabras del presidente en alemán, se escucha el repiqueteo de la máquina de escribir y el magnetófono produce un ligero zumbido. La voz del presidente asume un tono solemne:

"A tenor de tal Ley, usted, Adolf Eichmann, es acusado de haber causado la muerte de millones de hebreos en Alemania y en los territorios ocupados entre 1938 y 1945".

El acta no ha sido de hecho más que la repetición al infinito de palabras casi siempre iguales (delito contra la Humanidad, delito contra el pueblo judío, genocidio), y Eichmann siguió su lectura en pie, con los hombros bajos y los brazos caídos junto a los costados. Tenía la cabeza ligeramente reclinada, con el mentón hacia fuera, dirigido hacia el presidente, que leía con voz cansina. Sólo cuando la palabra pasaba al intérprete, un israelita barbudo de negro, que atronaba en alemán las imputaciones "con la ayuda de terceros el acusado ha dado muerte a millones de judíos, en su calidad de responsable para la ejecución del plan nazi de exterminio conocido con el nombre de 'solución final' del problema judío", sólo entonces Eichmann se sobresaltaba encogiéndose repentinamente de hombros, y su mirada corría por todo el escenario.

A las últimas palabras del presidente Landau siguió una larga pausa de silencio. Luego, en los auriculares estalla una voz:

"Jueces de Israel, ante vosotros no estoy sólo yo acusando a Adolf Eichmann. A mi alrededor están seis millones de acusadores. Pero no se pueden alzar. No pueden dirigir el dedo acusador contra la cabina de cristal gritando: '¡Ich klage an!', 'yo acuso'. Ahora, sus cenizas son túmulos sobre las colinas de Auschwitz, en los prados de Treblinca, o las han arrastrado los ríos de Polonia. Sus tumbas cubren toda Europa. Si su sangre grita, sus voces están apagadas. Yo seré, pues, su voz y hablaré por ellos".

Con estas tremendas palabras inicia su arenga el fiscal general Gideon Hausner contra el acusado, después de haber rechazado el presidente Landau las excepciones del abogado defensor, proclamando la incompetencia del Tribunal para juzgar a Eichmann, renovando la garantía de que los jueces de Israel, aunque heridos en sus afectos, aunque quebrantados por el dolor a causa del martirio de su pueblo, sabrían elevarse a la serena objetividad de la justicia.

Eichmann, interrogado quince veces por el presidente para que se declarara culpable o inocente con respecto a cada uno de los quince cargos en que se articula el pliego de acusación, quince veces había respondido con terca monotonía: "In Sinne der Ankiage, nicht schuldig" ("En el sentido de ¡a acusación, no soy culpable). Es una respuesta idéntica a la que dieron en 1946 los jerarcas nazis procesados en Nuremberg, y hay en ella la reserva prejudicial que consiente un determinado tipo de defensa.

No es negada la evidencia (en el caso de Eichmann, el exterminio de seis millones de judíos), pero se exceptúa que el exterminio no es una culpa, como sostiene la acusación, sino la ejecución de una orden superior y, por lo tanto, no punible. Al decimoquinto "Nicht schuldig" de Eichmann, el presidente había dicho que el acusado se sentara y Hausner se había levantado para comenzar su informe, un documento de cincuenta páginas que le mantendrá ocupado en la lectura durante seis horas. La lectura no concluye con la petición de una pena, porque, según el procedimiento israelí, ésta es formulada en una fase posterior, es decir, cuando el mismo tribunal haya declarado culpable al acusado. Al término del informe se escuchará, por lo tanto, a los testigos que, por ahora, son citados todos por la acusación. Los dos propuestos por la defensa, es decir, los pilotos del avión que transportó a Eichmann desde Argentina a Israel, no son admitidos, porque el tribunal define improcedente la manifestación de que Eichmann comparezca ante el tribunal por propia voluntad u obligado por la fuerza.

Los testigos serán interrogados por el fiscal y luego por la defensa; después, el propio Eichmann será invitado a hablar. Puede negarse declarando que no tiene nada que decir, prefiriendo remitirse a su defensor, no sólo como acusado, desde su cabina de cristal, sino también como testigo en defensa de si mismo. En este segundo caso, saldrá de la cabina para sentarse en el banquillo de los testigos, sometiéndose a su interrogatorio y al contrainterrogatorio, pero, igual que cualquier otro testigo, en este caso deberá prestar juramento de decir sólo la verdad y nada más que la verdad.

Así pues, se cederá la palabra a Servatius y, después, al fiscal general para una posible réplica. El tribunal proclamará finalmente que Eichmann es inocente o culpable en consideración a este o aquel documento de imputación especificado individualmente, y sólo entonces el fiscal general formulará la petición de la pena, evaluándola en atención al dictamen del tribunal. El procedimiento israelí considera, efectivamente, inocente al acusado hasta la prueba contraria, a la que haya llegado el acusador. Hausner comienza con una exposición introductoria que parte del examen del fenómeno del asesinato en la historia de la humanidad, precisamente, por lo tanto, con el homicidio de Abel por parte de Caín. Del asesinato individual se llega al concepto de matanza, concluyendo que, sea como fuere, no se conoce una mayor que las preparadas y ordenadas por Eichmann y, de cualquier modo, su crimen es de nuevo género, también por otros aspectos:

"'Con seguridad sabemos de un caso solo en que Eichmann mató con su propia mano, apaleando a muerte a un muchacho judío que había tratado de coger un melocotón en su jardín de Budapest. Pero, por lo demás, Eichmann se jacta de ser hombre sensible, un intelectual, y sus instrumentos se reducen a una pluma para firmar la orden de matanza de un pueblo entero, 'a sangre fría, a mente fría'". Una decisión espantosa, que no es posible calificar con palabras "porque las palabras sirven para expresar lo que el hombre logra concebir. Pero aquí los hechos van más allá de la posibilidad del entendimiento humano".


Fuente: Crónica Militar y Política de la Segunda Guerra Mundial, editada por SARPE, tomo 7, págs 358-385



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Mensaje por Kasparov » Mar Jul 08, 2008 2:23 pm

¡Hola a todos!

Tengo la colección enciclopédica ed. Sarpe. Excelente trabajo.
Haber si me animo un día y escribo el proceso de Graziani

Saludos
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"Nosotros no queremos que triunfe un partido ni una clase sobre los demás; queremos que triunfe España como unidad, con una empresa futura que realizar en la que se fundan todas las voluntades individuales. Esto hemos de conseguirlo aún a costa de los mayores sacrificios, pues es mil veces preferible caer en servicio de tal empresa que llevar una vida lánguida, falta de ideal, sin otra meta ni ambición que llegar al día de mañana"

José Antonio Primo de Rivera y Sáenz de Heredia

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Mensaje por Erich Hartmann » Jue Jul 17, 2008 8:57 pm

Los métodos del acusado llegaron a ser modelos

El fiscal general expone largamente la historia del antisemitismo alemán y del racismo hitleriano, deteniéndose en un segundo capitulo para ilustrar los instrumentos que se habían preparado: las SS, la Gestapo, el Sicherheitsdienst, su modo de funcionamiento, los resultados que obtenían, principalmente desde el punto de vista de anular la capacidad de resistencia de las victimas y la misma dignidad humana.

El tercer capitulo del informe afronta el clima del antisemitismo alemán, en un país que ha preparado todos los medios adecuados para una lucha a fondo contra el pueblo judío; aparece en escena el joven Eichmann, ciudadano alemán que había ido a establecerse en Austria, y que entró pronto en la organización de las SS. Su carrera es rápida y bastante fácil, porque tuvo la intuición de que, en el sector de los denominados asuntos judíos, son amplios los caminos del futuro para los hombres emprendedores, sin escrúpulos, decididos. Eichmann se hace muy competente en materia de problemas raciales, llega incluso a estudiar un poco de hebreo, no tanto para adentrarse mejor en las cuestiones a las que dedica su actividad, como para alardear en presencia de sus superiores de una especie de preparación pseudocientifica que lo haga más apreciado desde el principio y ser, posteriormente, considerado insustituible.

Su resorte es, efectivamente, la ambición, y su deseo de carrera lo arrolla. Se aplica al trabajo prodigando su innegable talento de organizador, y el primer campo donde le es dado demostrarlo, Viena, es también donde consigue el primer triunfo. La consigna del Reich era entonces expulsar de los territorios alemanes el mayor número posible de judíos: Eichmann fue tan hábil, alternando la violencia con la persuasión y logrando siempre, de cualquier modo, despojar a los judíos de sus bienes, que sus métodos llegaron a ser clásicos en las oficinas alemanas que se ocupaban de la cuestión judía. Experimentados en Viena, fueron aplicados "con éxito" también en Praga y en Berlín: "Al mismo tiempo —exclama Hausner—, Eichmann ascendía en la jerarquía de las SS, llegando muy pronto a asumir las máximas responsabilidades en la ejecución del plan de exterminio racial". No pasó de teniente coronel —Obersturmbannführer—, pero en la práctica no tenia otro superior que Himmler y podía tratar de igual a igual con los ministros, con los generales, con los gobernantes de los países ocupados.

Su defensa se fundamenta ahora en la afirmación de que él se limitaba a ejecutar órdenes precisas y que, por lo tanto, no puede acusársele. Pero, aparte de que semejante principio ha sido rechazado ya por la conciencia humana en el caso de encontrarse frente a órdenes contrarias a la moral, el fiscal general se declara capaz de probar que Eichmann fue también más allá de las órdenes recibidas: "Imaginó y realizó empresas de exterminio que no le habían sido encomendadas, solamente por su celo en el cometido que él sentía como vocación personal".

Hausner cita los testimonios de los colaboradores directos de Eichmann. Dieter Wisliceny, su lugarteniente, que fue ahorcado, y Rudolf Hoess, que fue comandante del campo de Auschwitz. Todos concuerdan en que Eichmann se dedicó en cuerpo y alma a la misión que se había elegido. Efectivamente, pedía la autorización de Himmler, pero antes incluso de recibirla daba ejecución a las propuestas. Las mismas órdenes de Hitler, según Wisliceny, habrían sido relativamente fáciles de eludir: "Eichmann no participó inconscientemente en la matanza, sino con pleno conocimiento de causa, con perfecta lucidez, convencido del buen fundamento de sus acciones. Por esto obraba con toda el alma, prodigando todas sus posibilidades, y si imaginamos, por hipótesis, que la cruz gamada se izara de nuevo en el palo, saludada por los frenéticos Sieg heil de la muchedumbre alemana; si oyésemos de nuevo las vociferaciones histéricas del Führer, si de nuevo se tendiesen alambradas electrificadas en torno a los campos de exterminio, veríamos todavía a Adolf Eichmann exclamar '¡Atención!' y reanudar después su triste oficio de verdugo".

Al principio, los alemanes parecieron contentarse con la expulsión en masa de los judíos, tras su expoliación de todo bien material, y desde los territorios ocupados Eichmann prestó su colaboración. En un segundo momento, se proyectó un plan "territorial" que preveía el establecimiento de judíos en Madagascar: Eichmann redactó los planes detallados de la operación, que, de cualquier modo, fue abandonada muy pronto, y, finalmente, se dedicó a la realización del tercer proyecto: El conocido con el nombre de "Solución definitiva del problema judío", que no consistía en otra cosa que en la eliminación física de todos los judíos. Se encontraron a veces obstáculos imprevistos: "Veremos su cólera —dijo Hausner en cierto momento— contra el gobierno italiano, que en varias ocasiones hizo fracasar sus planes. Veremos su furor impotente contra Dinamarca, que logró hacer pasar a sus judíos a Suecia: veremos cómo consiguió engañar al Papa, que había pedido que los judíos romanos detenidos bajo las ventanas del Vaticano fuesen retenidos en campos de trabajo en Italia. Prometió y no mantuvo la promesa. Los judíos de Roma fueron deportados a Auschwitz".

De muchas de esas atrocidades, Hausner aplaza la descripción detallada, remitiéndose a lo que dirán los testigos. Sólo hace alusión a la congoja de los niños que "aprendieron incluso a contener sus lágrimas y a ocultar su miedo, porque el niño que lloraba o suspiraba era fusilado en el acto. Ellos constituyen el alma y la base de este pliego de cargos: estas Anne Frank y estas Justine Drenger, y millones de otras criaturas, tesoros de frescura juvenil, de esperanza y de vida. Eran el porvenir del pueblo judío, y quien los aniquiló quería destruir un pueblo".



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Mensaje por Erich Hartmann » Lun Jul 21, 2008 10:46 am

Más cruel que el mismo Himmler

Hubo un momento en que el mismo Himmler, en vísperas del derrumbamiento alemán, en la primavera de 1945, se propuso adoptar tardíamente métodos más humanos ante los judíos, y fue Eichmann quien se opuso, declarando a la Cruz Roja alemana que desaprobaba la debilidad de su jefe. En Polonia, el país que sufrió más persecuciones y aflicciones (tres millones de judíos polacos fueron exterminados, de un total de cerca de seis millones), Eichmann dirigió los planes generales de traslado a los campos de exterminio, concibió la construcción del "ghetto" de Varsovia sin vacilar, no obstante, en ocuparse de acciones menores, tales como el ahorcamiento de pequeños grupos de tres, cuatro, siete judíos, en esta o aquella localidad. En la Unión Soviética (un millón cincuenta mil judíos exterminados) se dedicó particularmente al trabajo masivo en los "ghettos" de Riga y de Minsk, pero tampoco olvidó algún caso individual.

Había en Riga una judía de nombre Cozzi, casada con un italiano católico y que por eso había logrado interesar a las autoridades italianas. Eichmann respondió que el gobierno italiano debía desentenderse del asunto. Pero éste insistió aún, y el Ministerio de Asuntos Exteriores alemán transmitió las peticiones a Eichmann, sugiriendo que la mujer podía ser trasladada, al menos, a Bergen Belsen, una especie de campo de espera. Incluso el Partido Fascista se dirigió oficialmente al Partido Nacionalsocialista, pero Eichmann permaneció inmutable en su decisión. Su última respuesta al Ministerio de Asuntos Exteriores era concisa y perentoria: "He ordenado que la judía Cozzi permanezca hasta nueva orden en el campo de concentración de Riga".

El relato del fiscal general —porque su pliego de cargos no es otra cosa que una larga y despiadada narración de hechos acaecidos— mantiene subyugados al tribunal, al público y a los periodistas bajo un ambiente de terror y de obsesión. La atmósfera parece de plomo e incluso los abogados defensores (Servatius y su ayudante Dieter Wechtenbruch) se muestran inmóviles, como estatuas de piedra. Solamente Eichmann tiene alguna reacción de vez en cuando: con gesto nervioso se ajusta el cable de los auriculares que le llevan la traducción del informe, pero éste es su único signo evidente de vida. Levanta los ojos solamente al final de la sesión, cuando Hausner se pone a recitar los versos del poeta de la clandestinidad y de la matanza, Semarka Karcelinski, que hablan del dolor de la madre que dice al niño: "También el mar tiene confines, una costa que lo limita / es el martirio que nosotros sufrimos el que no tiene límites, no tiene límites... / Lloremos, niño mío, de dolor / porque el enemigo no podrá nunca comprender nuestras lágrimas".

Pero la expresión del rostro de Eichmann parece confirmar la intuición de esa madre: no da ninguna señal de comprender la aflicción de sus victimas. Desde esta sesión y durante un mes sin interrupción, las acusaciones contra Eichmann se sucedieron en forma de testimonios, documentos leídos en la sala y sus mismas declaraciones, registradas en cinta magnetofónica, de su primer interrogatorio, después de la captura, el 9 de junio de 1960, por el comisario de policía israelí Avner Less.

Less (citado como testigo): "El 6 de junio de 1960, en una oficina del campo de Iyar, compareció ante mí Eichmann. Le pregunté si quería deponer, advirtiéndole que sus declaraciones podrían ser utilizadas en contra de él. Me respondió que quería hacerlo".

Presidente: "¿Qué le dijo?".

Fiscal general (interrumpiendo): "Con su permiso, señoría...". Y puso en funcionamiento la cinta magnetofónica. Se oye la voz de Eichmann, monótona y apagada: "Señor comisario, para que yo pueda contarle las cosas como han sucedido, le ruego que me refresque la memoria, porque me falta la inspiración y no sé por dónde comenzar. ¿Quiere que comience desde Francia? Pero ¿empezó la cosa en Francia? ¿O fue en Holanda, comenzó en Holanda? ¿Quién dio el primer paso, qué ha sucedido? ¿Qué pasó en Salónica? ¿Qué hubo en Bratislava? ¿Cuándo llegó Wisliceny? ¿Cómo fue en Rumania? ¿Cuándo fue el primer transporte? ¿Y la primera deportación? ¿Y por dónde?".

Este fue el preámbulo del acusado en presencia de la policía. Las cintas no son reproducidas en su integridad por razones de tiempo. El fiscal general selecciona algunos pasajes; la defensa, a su vez, podrá pedir que se oigan otros de su elección. Entre tanto, se sabe cómo empezó "la cosa". En el lenguaje de Eichmann, "la cosa" es la famosa solución final del problema judío que un día le ordenó Heydrich llevar a cabo:

"Cuando Heydrich me convocó, yo me presenté y él me dijo: 'El Führer ha ordenado la destrucción física de los judíos'. Esto me dijo. Después, como para ver el efecto de sus palabras, contrariamente a lo habitual, hizo una larga pausa que recuerdo todavía.

De momento, no comprendí, pero después sí, y no respondí nada, porque sobre eso, sobre una solución radical, yo no había pensado nunca nada. No tenía voz. Así pues, todo había acabado; todo mi trabajo hasta entonces, con la emigración de los judíos, todos mis esfuerzos y mi afán, todo el interés que puse en ello, todo había acabado, como si me quitasen el aire para respirar. Entonces me dijo: 'Eichmann, ve a reunirte con Globocnik en Lublín. El ya tiene las órdenes del Führer, y ve hasta qué punto es trabajo suyo. Creo que utiliza las trincheras anticarro de los rusos para el exterminio de los judíos'. Todavía recuerdo eso y nunca lo olvidaré, por mucho que viva...".




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Mensaje por Erich Hartmann » Vie Jul 25, 2008 12:36 pm

"Es terrible, es el infierno"

Eichmann relata confusamente la carrera de Globocnik, habla confusamente de las ideas de Himmler sobre los judíos ('"Auch bei Himmler', también para Himmler, la cuestión judía era un revulsivo, y todos hacían lo mismo que en tu época de los pequeños Estados alemanes, y ahora todos los Gauleiter eran antisemitas...") y pasa a contar su llegada a Lublin.

Eichmann: "No recuerdo el nombre exacto de la localidad, si era Treblinka u otro. Era algo parecido a un bosque, y por él pasaba una carretera, una carretera polaca. A la derecha de la carretera, en una casa cualquiera, había un comisario de policía, un hombre cualquiera, ni siquiera con uniforme, que dirigía el trabajo, pero él también trabajaba. Hacían casitas de madera, no recuerdo exactamente cuántas. Pregunté para qué iban a servir, y el comisario me explicó que habían cerrado todas las rendijas herméticamente. Era un hombre vulgar, probablemente un borrachín, que tenía una voz tosca, con el acento del sudoeste de Alemania. Me contó que tenían que cerrarlas herméticamente, porque después se ponía en funcionamiento el motor de un submarino ruso, los gases entrarían en las cabañas y los judíos morían envenenados. Todavía hoy, si veo una herida no me agrada mirar. Soy de esas personas a las que se dice que no podrían ser médicos".

El comisario Less preguntó a Eichmann si podía establecer la fecha de su visita a Lublin: "Debía de ser al final del verano, hacia el otoño, porque aquellas casas estaban en una región boscosa de grandes árboles, y las hojas de los árboles amarilleaban".

En otra ocasión, Eichmann fue a inspeccionar el "trabajo" que se hacía en el "ghetto" de Lietzmannstadt, por orden de su superior directo Heinrich Müller, jefe de la Gestapo y llamado por eso "Gestapo-Müller": "No me dijo las cosas brutalmente, como había hecho Heydrich. Sólo me dijo que había una Judenaktion, una operación judía.

Müller no hablaba nunca de manera demasiado directa. Un hombre como él no lo haría nunca: 'Eichmann debe ir allá a hacerme un informe'. Fui allá, y encontré una habitación grande, más o menos como cinco veces ésta, donde había unos judíos que tenían que desnudarse, y después llegaba un camión con las puertas abiertas, al que los judíos subían desnudos, y el camión se iba. No sé cuántos subieron a él, porque no podía ni siquiera mirar. Me bastaban los gritos para estar demasiado desconcertado. Después seguí un camión hasta una fosa larga como una trinchera y allí vi lo 'más tremendo de mi vida. El camión era abierto y de él sacaban los cadáveres, que parecían todavía vivos, porque los miembros permanecían flexibles. Los arrojaban en la trinchera, y todavía veo cómo un civil les sacaba los dientes de oro con las tenazas. Aún recuerdo que un médico me había dicho antes que podía mirar dentro del camión por una ventanilla para ver los cadáveres o cómo iban muriendo. Pero yo no quise mirar y después regresé sin decir una palabra.

Presenté mi informe a Müller, diciéndole: 'Le digo que es terrible, es el infierno'".


Comisario: "¿Qué le respondió Müller?".

Eichmann: "Müller hablaba poquísimo, nunca sobre estas cosas. En general, decía sólo 'sí' o 'no', lo que era indispensable, y cuando no decía ni 'sí' ni 'no', decía, en general, por costumbre: 'Camarada Eichmann', y basta. Pero aquella vez me preguntó cuánto duraba 'aquello' y yo no supe decírselo, porque para mí era demasiado el haber visto esas cosas por segunda vez. La primera vez fue la de las rendijas tapadas para el gas del submarino ruso".

Otra Judenaktion obligó a Eichmann a ir a Minsk: "Llegué demasiado tarde, cuando el asunto estaba casi ultimado, lo que me produjo mucho placer. Miré poco, sin dedicar un solo pensamiento a la 'cosa'. Vi, después de todo, y basta".

Comisario: "¿Qué vio usted?".

Eichmann: "Vi cómo disparaban sobre la gente para hacerla caer en una fosa, y todavía veo a una mujer que tenía los brazos en la espalda; después noté que me temblaban las rodillas y me marché".

Comisario: "¿Estaba la fosa llena de cadáveres?".

Eichmann: "Sí, estaba llena, la fosa estaba llena. Fui en coche a Lvov y, finalmente, vi una escena simpática después de todos aquellos horrores. Era la estación, que había sido construida con ocasión del LX aniversario del reinado de Francisco José. Yo, personalmente, tengo mucha simpatía por la época de Francisco José, quizá porque oí hablar muchísimo de ella en casa de mis padres; mis padres y los de mi madrastra pertenecían aún a aquella época. Eran todas personas de la buena sociedad...; asi pues, veo aquella estación pintada de amarillo y aún recuerdo que la fecha de aquel aniversario estaba esculpida sobre la fachada. Me produjo placer, porque desde la partida de Minsk me habían acompañado pensamientos horribles".

Aquella vez, el relato de Eichmann a sus superiores fue más explícito, con mayores detalles: "Quería que supiesen todo, a ser posible".

Comisario: "¿Qué les dijo usted?".

Eichmann: "Yo dije: 'Pero considere que es terrible lo que sucede allí'. Añadí también, como reflexión: '¡Así es como se enseña a nuestros jóvenes a convertirse en sádicos!'. Esto es exactamente lo que dije a todos. Pero ¿cómo es posible disparar sobre las mujeres, disparar sobre los niños? Exactamente esto dije a mis superiores: nuestros soldados se volverían locos o sádicos, y son nuestros soldados, nuestros jóvenes, nuestra gente...".

Comisario: "Y sus superiores, ¿qué respondieron?".

Eichmann: "Ellos me decían: 'Sí, sí'. Y decían que también allí sucedía lo mismo: disparamos, fusilamos, ¿quiere ver lo que hacemos? Yo no; yo no quiero ver nada, le respondí. Pero ahora recuerdo otra cosa espantosa. Había una fosa ya recubierta con una especie de 'geyser' de sangre que salía fuera. No había visto nunca una cosa semejante y con eso tenía suficiente".

Sin embargo, ni siquiera Müller, que era su superior, podía hacer nada al respecto, manifiesta Eichmann al comisario: "A Müller le dije: 'Tensa en cuenta que esta no es la solución del problema Judío. No es una solución, porque, de este modo, enseñamos a nuestra gente a hacerse sádicos'. Me miró con una mirada que conocía en él y fue como si me dijera: 'Eichmann, usted tiene razón; no es una solución'. Pero tampoco Müller podía hacer nada para evitarlo. Había una orden, dada por el jefe de la policía, que, a su vez, la había recibido de Himmler, y Himmler la había recibido, efectivamente, de Hitler, porque si Hitler no lo hubiese ordenado, Himmler no habría podido obrar por su propia cuenta. Yo solamente sé que Heydrich me había dicho que el Führer había ordenado la destrucción física de los judíos. Me lo dijo así, como yo se lo digo ahora a usted, con la misma claridad.

"Entonces dije a Müller: 'Coronel, no me mande más allá. Mande a algún otro, más fuerte, que no se deje impresionar. Yo no puedo, yo no puedo dormir ya por la noche, tengo pesadillas, no puedo, coronel'. Pero no sirvió de nada".
De hecho, Eichmann tuvo que ir de nuevo a Auschwitz también para inspeccionar, y en su interrogatorio se lamenta de que los dirigentes del campo se divertían contando historias atroces, para recrearse viendo cómo se asustaban y temblaban los recién llegados, a los que les fallaban las rodillas. "Me contó Hoess, el comandante del campo, que también Himmler, tras haber visto y mirado todo, había notado que le temblaban las rodillas. Y me lo decía como una critica, porque Hoess era un hombre muy brutal, pero me dijo también que éstas eran batallas que las generaciones futuras no tendrían ya que librar. En Auschwitz vi también una fosa de 150 ó 180 metros, sobre la cual había enormes parrillas para quemar los cadáveres, y unos cuerpos ardiendo. Entonces me sentí mal, muy mal, y dije a Müller: 'Pero Alemania es bastante grande y en todas partes hay falta de mano de obra. Dejemos, pues, en Hungría a los viejos y a los niños'. Es cierto que la policía húngara actuaba, a veces, de manera espantosa y barría también niños y viejos, y esto ocasionaba incidentes muy graves con las oficinas centrales, que me reprochaban el haber mandado incluso personas de setenta u ochenta años. Finalmente, la 'cosa' fue puesta en mis manos y yo me quejé ante el secretario de Estado, Endre, húngaro, por lo que había hecho".

El recuerdo de Treblinka está entre los que más atormentan a Eichmann, como su preocupación más viva parece ser la de disculpar a Müller:

"Señor comisario, le parecerá extraño por mi parte, pero le aseguro que, si hubiese sido por Müller, si hubiese dependido de él, todo esto no habría sucedido. Lo que vi en Treblinka, en una especie de gran hangar donde los judíos eran matados con el gas, con el..., ¿cómo se llama?, con el ácido cianhídrico. No pude ver cómo sucedió".



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Mensaje por Erich Hartmann » Sab Jul 26, 2008 1:25 pm

"Era solamente un pequeño funcionario"

Eichmann, en el larguísimo interrogatorio, rechaza la acusación de haber tomado parte activa en la conferencia de Grossen Wannsee, celebrada en Berlin en enero de 1942, y durante la cual se decidió el exterminio de los judíos europeos.

Comisario: "Usted dice que era un pequeño funcionario, un pequeño empleado, un pequeño hombre. Explíqueme, entonces, cómo pudo participar en una conferencia de la importancia de Wannsee, en la cual estaban presentes personajes como Heydrich, que era el brazo derecho de Himmler, los secretarios de Estado Stuckart, Neumann, Freisler, Buhler, Luther y los Gauleiter Meyer y Leibbrandt, del Ministerio para los Territorios Ocupados".

Eichmann: "Pero, señor comisario, yo había mandado las invitaciones, yo debía remitir las invitaciones y las había remitido a los secretarios de Estado".

Comisario: "Esta no es una razón para que, después, se invite a la conferencia también al pequeño Eichmann".

Eichmann: "Pues sí, señor comisario, hay una razón, y es ésta. Yo era el jefe de una oficina y debía estar allí. Pero, por ejemplo, no podía hablar ni hacerme valer de ningún modo. No podía hablar con los secretarios de Estado; esto no. Yo sólo debía proporcionar a Heydrich los datos principales para su discurso, todas las cifras sobre la emigración, etcétera. Me las había pedido y yo debía dárselas".

Comisario: "Bien, entonces usted preparó el material para Heydrich, pero durante la conferencia Heydrich le pediría alguna aclaración sobre si lo que decía era exacto o algo similar".

Eichmann: "No, señor comisario, le aseguro, de la manera más formal, que Heydrich no me dirigió la palabra, ni me pidió nada durante la conferencia".


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Mensaje por Erich Hartmann » Mar Jul 29, 2008 1:45 pm

La trampa de la acusación

Comisario: "Si fue invitado a la conferencia de Wannsee, quiere decir que tenía una función mucho más importante de la que quiere admitir".

Eichmann: "Pues no, pues no, pues no, señor comisario. Si así fuese, lo reconocería sin vacilación, pero todos los que me conocían sabían muy bien quién era yo. Yo he sido siempre un jefe de sección de la oficina IV B 4 y un jefe de sección no podía salir del ámbito de sus competencias. Era imposible. Señor comisario, debe creerme, yo no tenía derecho a hablar; como cuando se trató de la evacuación de los eslovenos, yo debía preparar el calendario de los transportes y nada más".

Eichmann declara obstinadamente que fue algo así como un ferroviario, a lo sumo un jefe de estación, un jefe del servicio de maniobra. "Señor comisario, usted me ha hecho la pregunta justa cuando me ha preguntado si mi oficina se limitaba a cuestiones de transporte. No era exactamente así, porque las instrucciones se referían también a cuestiones prácticas un poco más generales, pero, en sustancia, era así, señor comisario, era exactamente así".

Comisario: "Entonces, es un hecho, como usted dice, que, aparte la cuestión técnica de los transportes, se ocupaba de cuestiones diversas".

Eichmann: "Eso es, señor comisario. Es un hecho que mi oficina IV B 4 no recibió nunca instrucciones para mandar a la muerte a nadie; esto, nunca. La sección IV B 4 se ocupaba únicamente de transportes, pero no sólo en el sentido técnico, porque había también las cuestiones preparatorias, y no eran una cosa sencilla. Por ejemplo, había una orden para París, o para La Haya o para Bruselas, digamos una cifra, mil personas que mandar por tren, entonces era preciso dar también instrucciones, era preciso que la autoridad de deportación supiese a qué categoría de personas se aplicaba la orden y, naturalmente, yo reconozco que era la sección IV B 4 la que daba estas instrucciones, de conformidad con las órdenes que venían de los superiores, de los cuales dependía la sección".

El comisario es muy hábil en su interrogatorio y Eichmann acaba por caer en una trampa que él mismo se ha construido. Less comienza a objetarle que no era una simple cuestión de transporte el problema de la localización y de la evasión de las obras de arte de propiedad de judíos: "Señor comisario, era preciso también que alguna autoridad se ocupase de ello, que diese órdenes e instrucciones. Era preciso darse cuenta de lo que se podía encontrar".

Comisario: "Pero ¿no se trataba simplemente de una cuestión técnica de transportes?".

Eichmann: "Pues, no, señor comisario, naturalmente no se trataba solamente de una cuestión técnica de transportes como usted ha dicho, desde luego".

La prontitud de la admisión es debida a que probablemente Eichmann no veía ningún mal en quitar a los judíos, además de la vida, también los bienes, con carácter preventivo. Le parecía casi que el comisario perdía el tiempo, pero éste no tardó en volver sobre el tema principal: "Así pues, usted dice que no tenía nada que ver con las matanzas".

Eichmann: "Absolutamente nada".

Comisario: "Pero, ¿es verdad o no es verdad que se formaban convoyes y que se cargaba en ellos a la gente para mandarla a la muerte?".

Eichmann: "Si, esto es verdad en cierta medida, en la medida en que yo había recibido la orden de proceder a las deportaciones, pero no quiere decir que cada persona que yo deporté fuera asesinada, ya que yo no sabía en absoluto quién debía ir a morir y quién no; de lo contrario, no se habrían encontrado vivas a dos millones cuatrocientas mil personas ".

Comisario: "No es por mérito suyo por lo que se han encontrado vivos todavía algunos judíos, sino gracias a las potencias aliadas que ganaron la guerra. Si la guerra hubiese continuado, probablemente aquellos dos millones habrían muerto también, porque su plan era exterminar a todos los judíos".

Eichmann: "No era mi plan, señor comisario, yo no tenía nada que ver con aquel plan".

Comisario: "En algo sí, ciertamente".

Eichmann: "Sí, yo soy culpable de complicidad en razón de mi colaboración; esto está claro y no quiero sustraerme a mis responsabilidades. En este sentido, señor comisario, sería ilógico que yo quisiera hacerlo, porque, desde un punto de vista jurídico, yo soy efectivamente culpable de complicidad y de colaboración".

Comisario: "¿También de la deportación de los gitanos se ocupó usted?".

Eichmann: "Sí, me ocupé de ella, pero no para deportarlos hacia los campos, sino hacia los 'ghettos', hacia Lodz".



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Mensaje por Erich Hartmann » Jue Jul 31, 2008 8:37 pm

Eichmann habla de su secuestro en Argentina

Hasta la sesión del 20 de junio, Eichmann, que hasta aquel momento ha hablado solamente para confirmar generalidades y declararse "no culpable en el sentido de la acusación", no puede hacer oír su voz "en vivo" a Jueces, testigos y abogados. Tras una fase inicial de la sesión, en que el fiscal general Hausner presenta ciertos documentos de cargo que elevan a 1.400 los incluidos en el expediente procesal, el presidente Landau se dirige, finalmente, al acusado diciéndole: "Adolf Karl Eichmann. ¿desea deponer bajo juramento?".

El acusado aprieta los auriculares de recepción en la cabeza, se levanta y dice: "No quiero jurar sobre la Biblia, sino por Dios Omnipotente. No pertenezco a ninguna confesión, pero creo en Dios".

El presidente lee la fórmula del juramento y comienza el interrogatorio de Eichmann como testigo en defensa de sí mismo. Es, por lo tanto, el abogado Servatius el que le interroga, y el abogado defensor toma de su banco la declaración firmada por Eichmann, según la cual él fue a Israel para ser procesado por su propia voluntad.

Servatius (dirigiéndose a Eichmann): "¿Ha hecho usted esta declaración?".

Eichmann: "Sí".

Servatius: '"¿Espontáneamente?".

Eichmann: "No".

Servatius: "¿Cómo?".

Eichmann: "No".

Servatius: "¿Me lo quiere explicar a mí y al tribunal?".

Eichmann (con voz profunda y separando claramente las palabras): "Después de ser secuestrado en la periferia de Buenos Aires, fui encadenado a una cama. Se me pidió que firmara una declaración de que estaba dispuesto a ser procesado en Israel. Dije que prefería ser entregado a la policía argentina, pero me respondieron que no. Después, me fueron quitadas las cadenas y se me ordenó que firmara un documento que decía que deseaba dirigirme a Israel para ser procesado. No tenía otra elección que firmar. Firmé. Me volvieron a poner las cadenas y fui asegurado nuevamente u la cama. Todo esto no puede definirse como voluntario".

Eichmann habla de pie, con la cabeza inclinada, mirando hacia la mesa y las tres sillas que constituyen los muebles de su cabina de cristal a prueba de balas. Sus declaraciones producen sensación.

Presidente (dirigiéndose al acusado): "Puede usted sentarse si se siente cansado".

Eichmann acepta la invitación con una breve inclinación de la cabeza y se sienta, impasible.

Servatius: "Diga el acusado: ¿por qué se adhirió al Partido Nacionalsocialista, que tenía por objetivo principal la persecución de los judíos?".

Eichmann: "En 1932, cuando ingresé en el Partido Nazi, la lucha contra los judíos era un problema secundario. El partido tenía en su programa la lucha contra el tratado de Versalles, que era el origen de nuestros sufrimientos, de la pérdida de nuestros territorios, de la abolición de nuestro sistema de autodefensa y de nuestras dificultades económicas, incluidos siete millones de desempleados. El punto fundamental no era la cuestión judía, porque a través de ella el partido no habría conseguido llegar al poder, sino la lucha contra el sistema que imponía el tratado de Versalles".

Eichmann, evidentemente tenso, habla despacio. Su defensor le dirige las preguntas llamándolo siempre "Señor testigo": "¿Es cierto —le pregunta el jurista— que perdió el empleo en Austria cuando entró a formar parte del Partido Nazi?".

El público contiene la respiración, ya que no está preparado para un Eichmann víctima de los nazis. Pero él rectifica:

Eichmann (vivamente): "¡No! No es cierto. Fui despedido porque era soltero y porque había una depresión económica. Cuando me trasladé a Alemania, obtuve el certificado del cónsul alemán en el que se declaraba que había perdido el empleo por haberme inscrito al Partido Nazi".

Servatius: "Señor testigo, ¿cuáles fueron los resultados del hecho de que usted fuese nombrado jefe de la oficina para la emigración de los judíos de Austria?".

Eichmann: "Un resultado positivo. Dos tercios de los judíos austríacos pudieron emigrar".

El abogado Servatius, en este punto, cita un documento proveniente de los archivos del Tercer Reich para demostrar que a Eichmann le fue denegado, en Alemania, el permiso para estudiar el yiddish con un rabino: "¿Cómo se tomó esta decisión, señor testigo?".

Eichmann: "Este deseo mío fue considerado ridículo y suscitó incluso sospechas en mis superiores. Yo había adquirido un libro de texto para estudiar el hebreo, pero, dándome cuenta de que no hacia suficientes progresos, pedí permiso para tomar lecciones de un rabino. Para mí habría sido más fácil pedir a mis superiores que detuvieran al rabino y tomar las lecciones en la cárcel, pero una acción semejante no iba con mi temperamento, de forma que propuse que se pagasen al rabino tres marcos por lección. Mis superiores temían en aquella época que yo pudiese ser influido por el rabino".



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Mensaje por Erich Hartmann » Sab Ago 02, 2008 12:46 pm

EL SECRETO DE SU CAPTURA

La captura de Adolf Eichmann tiene docenas de episodios más o menos novelescos, y todos válidos, evidentemente, hasta que el Gobierno de Israel proporcione la versión oficial. Hay quien ha escrito que fue una antigua amante suya de Essen la que lo perdió, y que quien lo descubrió fue un coronel de la NKVD soviética, el judío georgiano Beridjé, e incluso que, en el momento de la detención, Eichmann iba caminando a trabajar y "silbaba 'Lili Marleen'". De las pocas noticias publicadas del proceso de Jerusalén, se sabe que Eichmann, llevado a un lugar seguro, sin violencias ni uso de drogas (al menos así lo afirman las autoridades israelíes), fue sujetado simplemente a la cama (única cosa de la que se quejará) y que, al segundo día de encierro, sus secuestradores le invitaron a declarar por escrito que no se oponía a ser procesado por un Tribunal israelí. Eichmann aceptó a condición de extender a su manera la declaración, y fue complacido. Esta dice:
  • "... Habiéndose descubierto ahora mi verdadera identidad, me doy perfectamente cuenta de que sería inútil tratar de escapar ulteriormente a la justicia. Por esto, me declaro dispuesto a dirigirme a Israel y afrontar el juicio de un tribunal, un tribunal autorizado. Está claro y se sobreentiende que se me concederá asistencia legal y yo trataré de escribir lo que he hecho en mis últimos años de actividad pública en Alemania, sin adornos de ningún género, con el fin de dar una imagen verídica a las generaciones futuras. Hago esta declaración por mi espontánea voluntad, no halagado por promesas ni obligado por las amenazas. Quiero estar, finalmente, en paz conmigo mismo. No pudiendo recordar, evidentemente, todos los detalles y teniendo la impresión de confundir los hechos, ruego que se pongan a mi disposición documentos y declaraciones juradas con el fin de ayudarme en mi esfuerzo por buscar la verdad. Firmado: Adolf Eichmann. Buenos Aires, Mayo de 1960".
Al cabo de diez días, a la una de la mañana del 21 de mayo, los secuestradores hacen subir a Eichmann a un coche negro, llegando al aeropuerto Ezeiza de Buenos Aires, presentan los pasaportes en la aduana y toman asiento en un cuatrimotor de la "El Al" israelí, que había llegado dieciocho horas antes para llevar a Argentina una delegación del Gobierno de Israel capitaneada por Abba Eban. El avión, pilotado por el capitán Zvi Tohar (oficial a quien la defensa de Eichmann tratará, en vano, de hacer testificar en el proceso), parte inmediatamente: hace escala en Roma para repostar y, a las 13 del 22 de mayo, desciende en Lydda. Pocas horas más tarde el primer ministro Ben Gurión anuncia al Parlamento, convocado en sesión extraordinaria, que Eichmann "ha sido encontrado en Argentina y ahora se halla en una cárcel de Israel". Es sabido que el secuestro causó una considerable tensión en las relaciones entre Argentina e Israel, sanada después, el 3 de agosto de 1960, con una declaración conjunta en la que los dos Gobiernos decidían "considerar cerrado el incidente provocado por la acción de ciudadanos de Israel que han violado los derechos fundamentales de la República Argentina". Si Argentina aceptó la tesis bastante singular de "un grupo de vengadores privados", lo hizo principalmente porque Eichmann no era un ciudadano suyo. Se trataba, efectivamente, de un apátrida que, entre otras cosas, no había invocado nunca el derecho de asilo. Así pues (y sólo por esto), Eichmann pudo ser procesado en Israel: porque, de hecho, era un apátrida y él sabía, por experiencia, que de los apátridas se puede hacer lo que se quiere: no en balde los nazis hacían "apátridas" a los judíos antes de mandarlos a los campos de exterminio.


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Mensaje por Erich Hartmann » Dom Ago 03, 2008 1:10 pm

Proyectaban deportar a los judíos a Madagascar

Prosiguiendo en su deposición. Eichman dice que el Ministerio de Asuntos Exteriores, contrariamente a las SS, se negaba a facilitar cualquier contribución para la emigración de los judíos y para el traslado de sus capitales al extranjero.

"Para los que no tenían fondos no se abrían las puertas de los países extranjeros y a los que disponían de medios les era impedido por el Ministerio de Asuntos Exteriores trasladarse a otros países, de manera que no se conseguía un compromiso. Fue entonces cuando me vino la idea de buscar un lugar donde crear un estado en que los judíos pudiesen vivir por su cuenta, y eliminar así todas las dificultades que se interponían en su emigración. Fue por esta razón por la que en unos apuntes míos figura la propuesta de enviar a los judíos a Madagascar. Consideraba que la isla habría podido funcionar bien como patria de los judíos. Recuerdo que Herzl (uno de los fundadores del movimiento sionista), que según yo consideraba prefería Palestina para el traslado de los judíos, se había mostrado dispuesto a aceptar Madagascar como sede temporal".

Sólo cuando Himmler fue nombrado comisario del Reich "para el refuerzo de la nación germana", se impartieron las normativas para la deportación.

Eichmann: "Esto provocó un completo caos en el campo de los transportes, porque cada Gauleiter obraba independientemente de las órdenes superiores. Los funcionarios locales trabajaban sin coordinación y eran los polacos y los judíos los que sufragaban los gastos. Los primeros cargamentos de deportados permanecían parados durante todo el día en las estaciones, sin que hubiera suministros ni ninguna asistencia. Esto convenció a Heydrich de proyectar una preparación regular de los transportes en coordinación con la administración de los ferrocarriles alemanes. Así fue como nació mi oficina, la cual se ocupaba de los judíos solamente en lo que se refería a la emigración, de la que puedo con razón definirme como un experto. Posteriormente, los judíos fueron evacuados y mi oficina se ocupó del transporte en los territorios anexos. Deseo poner de relieve que cuando se construyó la bomba atómica, fueron centenares de secciones especializadas las que se ocuparon del proyecto en los Estados Unidos, separadamente una de otra. Así sucedía en mi oficina. Yo me ocupaba exclusivamente de la emigración y de la evacuación de los judíos, en particular de las cuestiones técnicas relativas a los preparativos y a los horarios de los transportes. Hasta 1941, no se fusionaron la emigración y la evacuación en las competencias de mi oficina; también se incluyeron los asuntos generales israelíes. La facultad para tomar decisiones correspondía a Heinrich Müller, en su calidad de jefe de la Gestapo. (Müller desapareció al final de la guerra.) Yo no podía tomar ninguna decisión sin la aprobación de Müller y de los jefes de la policía Himmler y Heydrich. Müller era informado de todos los acontecimientos que tenían lugar en el Reich y en el territorio controlado por él; estaba en condiciones de seguir de cerca todo lo que sus subordinados hacían. Yo debía limitarme a cumplir las órdenes".

Servatius: "Hay en las actas una carta que usted, señor testigo, envió en 1941 a la comandancia de Düsseldorf de la policía secreta (Gestapo) para pedir unas lista de los tesoros artísticos israelíes de la región".

Eichmann: "Pienso que envié aquella carta a consecuencia de las presiones del mariscal de Reich Hermann Goering, aficionado a cosas artísticas. Presumo que Goering había descubierto una colección de particular valor y quería ponerle las manos encima. El informe habla de la posibilidad de adquisición, y no de confiscación...".

Juez Halevi (interviniendo): "¿No iba usted más allá de sus misiones ocupándose de estas cosas?".

Eichmann: "Es cierto, pero cuando una personalidad como Goering dirigía una petición a la Oficina Central para la Seguridad del Reich (RSHA) y el documento era remitido a la oficina competente, el jefe de esta oficina debía ocuparse de ella, aunque fuera más allá de su competencia".

Servatius: "Señor testigo, ¿quién dio la orden de que todos los judíos, primero en Alemania y después en los territorios ocupados, llevasen la estrella amarilla en el traje?".

Eichmann: "Fue Goebbels...".

Servatius: "¿Qué efecto tuvo la aplicación del distintivo?".

Eichmann: "Es innegable que este signo externo de un grupo de personas facilitaba muchísimo a la policía las actividades de rastreo, aunque la contraseña no era determinante para las operaciones de la policía... Mi oficina había recibido varias peticiones de las autoridades centrales y contribuyó a preparar las normativas para la realización de la 'estrella amarilla'. Pero todas las cuestiones referentes a la identificación de los judíos incumbían a las autoridades superiores. Mi oficina actuaba, según las órdenes de estas autoridades, cuando le afectaba la aplicación administrativa de una orden".


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Mensaje por Erich Hartmann » Lun Ago 04, 2008 12:29 pm

Los primeros tristes convoyes de judíos y de gitanos

El acusado dice después que Heydrich era un hombre ambicioso, que, cuando podía, obraba por su cuenta sin notificarlo al jefe de las SS Himmler: en cambio, Kaltenbrunner, que sucedió a Heydrich cuando éste fue asesinado en 1942, era, según Eichmann, "un hombre más escrupuloso", que vacilaba antes de tomar una decisión. "Pero, naturalmente —exclama Eichmann—, éstos eran los supremos jerarcas, y nosotros apenas sabíamos cómo iban las cosas entre aquellas altas jerarquías".

Citando siempre la documentación presentada por la acusación, Eichmann dice que había "tenido una corazonada" de la solución final del problema judío, pero no estaba en conocimiento del plan propiamente dicho, aunque hubiese tenido la "sensación" de que en las altas esferas se había elaborado un plan al respecto. Sólo tras la famosa conferencia de Wannsee de enero de 1942 tuvo conocimiento del plan de exterminio. A otra pregunta del defensor acerca del rechazo de peticiones de liberación de judíos, como resulta de documentos que figuran en las actas, el acusado dice: "Decisiones de este género eran, por principio, tomadas invariablemente por el jefe del departamento y no por el jefe de una sección. En estos casos, yo tenía siempre una entrevista con el jefe del departamento (Müller) y después de recibir de él las instrucciones obraba en consecuencia. Me reunía con Müller un par de veces a la semana para discutir de problemas como éstos".

Una vez más, el acusado trata de eximirse de toda responsabilidad directa, haciendo recaer cada decisión, incluso la más insignificante, sobre sus superiores. En cuanto a otra carta de Eichmann en la que éste rechaza la petición de enviar dinero a los judíos deportados a la Polonia ocupada, responde: "Fundamentalmente, puedo repetir lo que he dicho antes. Mis superiores denegaron la aprobación y yo transmití las disposiciones que me habían sido dadas, motivándolas".

Servatius: "¿Pero ninguna de estas peticiones le llegó a usted directamente?".

Eichmann: "En su mayor parte, venían estas peticiones a través de los puestos locales de policía, y si el funcionario al que habían sido presentadas no sabía qué decir, la petición era enviada a la oficina central del Ministerio de Seguridad para conocer sus instrucciones. De cualquier modo, yo no podía decidir sobre cuestiones de este género, sino que debía dirigirme al jefe de mi ministerio. No había instrucciones generales sobre estos problemas".

Todas las deportaciones de judíos del oeste al este habían sido organizadas y coordinadas por Eichmann y por sus colegas de la oficina IV B 4 del RSHA (la "Reichssicherheitshauptamt". la Oficina Central para la Seguridad del Estado, que recogía en un único organismo a todas las policías alemanas, comprendida la Gestapo): así se evidencia claramente por los testimonios que durante tres meses escucharon los jueces de Jerusalén y que el acusado jamás negó.

En la oficina IV B 4 de la Gestapo, Eichmann pasó, después del cometido de hacer emigrar a los judíos, al de deportarlos a la muerte. Las primeras deportaciones que realizó no entraban todavía en el cuadro de la "solución final del problema judío", ya que la primera afectó a mil trescientos judíos de Stettin y se hizo en una sola noche, el 13 de febrero de 1940; y la segunda tuvo lugar en el otoño del mismo año: todos los judíos de Baden y del Sarre-Palatinado (cerca de 7.500 personas entre hombres, mujeres y niños) fueron transportados a la Francia de Vichy, cosa que en aquel momento era irregular, dado que en el armisticio francoalemán nada establecía que Vichy tuviese que convertirse en un "depósito" de judíos en espera de ser "trasladados" al este.

Pasaron los meses iniciales de la guerra y, según los testigos, Eichmann, tras sus primeras visitas a los centros de exterminio de la Polonia ocupada por los alemanes, es decir, del Gobierno General, organizó las deportaciones masivas conforme a un "deseo" de Hitler, quien había dicho a Himmler que "limpiara" el Reich de judíos lo más pronto posible. El primer convoy llevó 20.000 judíos de Renania y 5.000 gitanos. Sin embargo, Eichmann, en vez de expedir los convoyes a territorio ruso, a Riga o a Minsk, donde los "Einsatzgruppen" habrían procedido inmediatamente a fusilar a las victimas, envió a los deportados al "ghetto" de Lodz.

Servatius (al acusado): "¿Por qué tomó esta decisión?".

Eichmann: "Entonces, por primera y última vez, tuve que elegir. Por una parte estaba Lodz... Si hay dificultades en Lodz —me dije—, esta gente será mandada todavía más al este. Y como yo había visto los preparativos, estaba decidido a hacer lodo para mandarla a Lodz, con todos los medios a mi alcance...".

Servatius: "Parece que puede concluirse que, cuando podía, Eichman salvaba a los judíos".



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Mensaje por Erich Hartmann » Jue Ago 14, 2008 1:11 pm

La protesta civil de los holandeses

Fiscal general: "A mi me parece más bien que se puede sacar la conclusión de que era precisamente Eichmann quien establecía el destino final de todos los convoyes, y que por esto era él quien decidía si un convoy determinado de judíos debía ser exterminado o no".

Los testimonios contra Eichmann. que durante noventa días son oídos (o leídos por exhorto) en la sala, trazan todo el largo calvario del pueblo judío, desde la "noche de los cristales" de 1938, en Alemania, hasta la desesperada resistencia del "ghetto" de Varsovia y hasta las matanzas de los campos de exterminio.

Cuando, en marzo de 1944, Eichmann fue mandado a Hungría con toda su oficina para "limpiar de judíos también aquella nación", todo —según las mismas palabras del acusado— "fue como en un sueño", y los testigos manifiestan sin ninguna oposición por parte del acusado que aquel "sueño" fue para los judíos una pesadilla espantosa, porque en menos de dos meses salieron 147 trenes que se llevaron a 434.351 personas encerradas en vagones de mercancías precintados, cien en cada uno. Las cámaras de gas de Auschwitz, aun trabajando a pleno ritmo, tuvieron grandes dificultades para liquidar a toda esta multitud, de forma que, según una testigo. "en ninguna otra nación fue deportada y exterminada tanta gente en un tiempo tan breve".

Cuando en Holanda se ordenó a los judíos que llevaran el distintivo de la estrella amarilla, miles de no judíos, por solidaridad, se cosieron a los trajes el emblema de David, y ostentar el símbolo fue motivo de orgullo, "hasta que el terror les tomó la delantera". En Dinamarca, el día establecido para la gran redada de los judíos, las SS de Eichmann encontraron vacías sus casas. Una flotilla de barcos de pesca, de yates de deporte, de embarcaciones de todo género y tipo se había concentrado en secreto y de improviso a lo largo de las costas, y todos los boy-scouts, todos los estudiantes y un puñado de voluntarios animosos habían acompañado durante la noche, en el embarque, a los 6.000 judíos de Copenhague, que fueron transbordados a Suecia.

Hausner: "Eichmann se volvió loco de cólera".

En Francia, había concentrado en Drancy a cuatro mil niños de dos a catorce años. El 21 de julio de 1942 decidió su deportación a Polonia: "Los despertaron a las cinco de la mañana, y los niños extrañados, medio adormecidos, muertos de sueño, se negaban a levantarse y a bajar al patio. Fue precisa una dulce y larga insistencia de las mujeres voluntarias para decidir a los mayores a obedecer y a dejar los dormitorios. Muchas veces, no se obtenía ningún efecto. Los niños lloraban y se negaban a levantarse de los jergones de paja. Entonces los gendarmes subían a cogerlos en brazos, y aquellos niños gritaban y se agarraban los unos a los otros. Los dormitorios parecían concentraciones de pequeños locos. Tampoco los agentes de policía, hombres poco delicados y poco impresionables, lograban ocultar el disgusto por la tarea a la que eran obligados".

En Chelmo, cerca de Lodz, fueron exterminados 340.000 judíos, casi todos polacos. El campo era destinado exclusivamente al extermino, y los internados eran dirigidos en seguida a las cámaras de gas, inmediatamente después de la breve parada para privarlos de los vestidos, de las dentaduras postizas y para rasurarles el pelo. También los cabellos eran, efectivamente, material aprovechable industrialmente para el esfuerzo bélico del Tercer Reich. Sucedió un día que entre los vestidos remitidos desde Chelmo a Alemania y distribuidos a la población alemana en nombre de la campaña del socorro invernal, se encontró uno de ellos del que no se había descosido la estrella amarilla de David. De ello resultó un escándalo administrativo de grandes proporciones: "Estas negligencias —escribió Eichmann al comandante del campo de Chelmo— son intolerables, porque pueden arrojar descrédito sobre la obra del socorro invernal deseada por el Führer".

En Sobibor, cerca de Lublín, los muertos fueron 250.000. Era uno de los campos donde la tortura hallaba más amplia aplicación. A quien pedía de beber, se le llenaba la boca de excrementos. Los viejos y los niños eran fusilados aparte, para no obstaculizar el ritmo normal. En Belsen fueron eliminados 600.000 judíos galizianos, según un sistema de asfixia que era controlado por el profesor Pfannenstiel, encargado de un curso de higiene en la universidad de Marburg y comandante de las SS: "Al cabo de veinticinco minutos hay ya varios cadáveres, como se puede ver desde la mirilla. Después de veintiocho minutos, algunos están todavía vivos. En el minuto treinta y dos están todos muertos. Los cadáveres quedan en pie y apretados, no pudiendo caerse de ningún modo. Miembros de una familia se abrazan en la muerte, y no es fácil separar los cuerpos enlazados. Es preciso utilizar ganchos de hierro, porque el tiempo apremia".

Pero si las tuberías se estropeaban, la agonía se prolongaba durante horas.

En Auschwitz, cerca de Cracovia, el máximo campo de exterminio, los métodos eran más perfeccionados, porque bastaban veinticinco minutos para matar a dos mil personas. En total, fueron suprimidos dos millones y medio de internados y otro medio millón encontró allí la muerte de otros modos. Además de ser el campo de mayor matanza, Auschwitz fue también aquel en que Eichmann pudo obtener los mayores beneficios financieros. Por cada judío empleado en las fábricas cercanas, aquél recibía de los empresarios seis marcos al día, mientras gastaba por el mantenimiento individual sólo un tercio de marco, treinta pfennig. También el botín resultante de los efectos personales confiscados constituía una riqueza: 300.000 prendas de vestir recuperadas de las victimas en un mes y medio, desde el 1 de diciembre de 1944 hasta el 15 de enero de 1945. La venta de las preciosas requisas de las víctimas provocó una turbación del mercado suizo, según una declaración de Eichmann.

Los experimentos científicos realizados sobre seres humanos en el campo de Auschwitz, para los fines más diversos, son ilustrados detalladamente por los testigos y sobrepasan por su horror los métodos de tortura más horripilantes, incluso los que Hoess utilizaba ampliamente en Auschwitz.

El 14 de agosto, tras cuatro meses de sesiones espaciadas, no obstante, por diversas pausas, se concluye el debate y el presidente Landau concede la palabra a la defensa para su disertación: el abogado Servatius —empezando con un severo ataque a las tesis de la acusación ("Si cuanto afirma el fiscal general es cierto —dice—, entonces todos los nazis buscados pueden salir de sus escondites, porque el responsable número uno, Adolf Eichmann, ha sido hallado'')— sostiene que el tribunal de Jerusalén debe remitir las actas al juez instructor y renunciar a juzgar al acusado.

Robert Servatius niega que la afirmación de Hausner, según la cual Eichmann pertenecía a organizaciones criminales, sea cierta, ya que ninguna de ellas —a criterio del jurista— podría ser perseguida como "criminal" y, por lo tanto, los tres últimos puntos del pliego de cargos contra Eichmann —que comprende quince— deben ser rechazados.

Servatius habla, por consiguiente, de los puntos 9.° al 13.° de la acusación, relativos a los actos que el acusado habría cometido fuera de Alemania, contra los judíos, los polacos, los gitanos, etc., en las zonas ocupadas por los nazis. Sobre este particular, el defensor sostiene que la deportación de los polacos "no fue otra cosa que un intercambio de poblaciones, que tenia por objeto el traslado de las gentes de lengua alemana a las zonas ocupadas por Alemania". Servatius cita, a este fin, todo lo hecho por Israel con los desplazamientos de los prófugos árabes y la ocupación de Alsacia y Lorena después de la primera guerra mundial, como ejemplos de un traslado forzoso de poblaciones.

Según el abogado, lo único de que se ocupó Eichmann fue del funcionamiento ordenado de los transportes. "Debía disponer los transportes —afirma Servatius— y lo hizo. Las instrucciones provenian de Hitler que aspiraba al refuerzo de la estructura étnica de la nación alemana. Los desplazamientos fueron realizados de manera correcta. La acusación no puede proporcionar una sola prueba de que en el curso de estos transportes se cometieron delitos contra la humanidad'".

El abogado impugna también el punto 5.° del pliego de cargos, que acusa a Eichmann de complicidad en el asesinato de los judíos. "Fueron los Jefes de Estado —exclama Servatius— los que ordenaron que se realizase esto y es probable que lo sigan haciendo".

En este punto, el presidente del tribunal, Landau, observa: "Usted es pesimista, si he comprendido bien sus últimas palabras".

Servatius: "Espero que tenga usted razón, señoría".

Ocupándose de la acusación hecha a Eichmann de haber cometido delitos contra la nación judía, el abogado sostiene que este punto suscita la cuestión de la definición del Estado judío. Y puesto que Israel no existía como Estado en la época de las actividades desarrolladas por Eichmann, no se puede hablar de delito contra la nación judía. El abogado habla en alemán lentamente, sentándose detrás de su mesa todas las veces que el intérprete oficial traduce al hebreo sus palabras.

"El punto 3.° del pliego de cargos —prosigue el defensor— atribuye a Eichmann la realización de delitos contra el pueblo judío mediante delitos contra las personas. Pero las personas que eran destinadas a la deportación no eran elegidas por el acusado. El no tenía ninguna influencia sobre la ley alemana de ciudadanía que regulaba la deportación de los judíos. Esta ley fue elaborada por gente que estaba por encima de Eichmann".

El defensor insiste en la afirmación de que la responsabilidad por las matanzas de los judíos es atribuida a autoridades superiores. Servatius rechaza, por lo tanto, la afirmación de la acusación, según la cual el acusado debe ser considerado responsable de cuanto sucedía en los campos de exterminio nazis.

"Nunca —advierte Servatius— se ha demostrado la responsabilidad del acusado a este respecto". Sostiene que la acusación no ha logrado probar que Eichmann influyó en las escuadras homicidas nazis que mataron cruelmente a más de un millón de judios en los frentes orientales al comienzo de la guerra.

"Estos son los hechos —concluye Servatius— y nosotros, en el curso de muchas sesiones, hemos oído al acusado exponer su punto de vista. Que el tribunal examine las pruebas que le han sido facilitadas y decida en consecuencia".



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Mensaje por Erich Hartmann » Vie Ago 15, 2008 7:03 pm

La lectura de la sentencia

Terminado el proceso el 31 de julio, con las conclusiones de Servatius, el tribunal aplaza la sentencia y vuelve al cabo de cuatro meses, en la mañana del 11 de diciembre. El primero en entrar en la sala de la "Beth Ha'am" es el acusado. Faltan pocos minutos para las nueve, cuando se le ve aparecer dentro de la cabina de vidrio. Eichmann viste el mismo traje negro y la misma corbata de las primeras sesiones. Sin volverse hacia el público, aparta una pequeña carpeta, formada por dos piezas de cartón, en la que guarda apuntes y documentos, aleja los soportes de los dos micrófonos, saca del bolsillo un pañuelo para limpiar un primer par de gafas que después coloca sobre la mesa de escribir; se quita las que lleva, las limpia y se las pone de nuevo. Finalmente, tomando la silla más próxima a la mesa, se sienta.

Al mismo tiempo, entra el tribunal y el presidente Landau se dirige al acusado diciéndole que se ponga de pie. Eichmann no se mueve y, por un instante, hay un movimiento de sorpresa en la sala: el hecho es debido al intérprete, que no ha traducido en seguida al alemán la orden del presidente. Pero apenas lo hace, Eichmann reacciona casi poniéndose "Firmes".

Presidente: "Adolf Karl Eichmann, el tribunal le considera culpable de delitos contra el pueblo judío, contra la humanidad y de haber pertenecido a asociaciones criminales. Ahora puede sentarse y escuchar nuestros considerandos".

Decenas y decenas de periodistas salen rápidamente de la sala para telefonear o telegrafiar a sus periódicos, ya que, aunque la sentencia no ha sido leída todavía, es evidente que Eichmann será condenado a muerte, puesto que al menos una de las acusaciones de las que ha sido considerado responsable ("delitos contra la humanidad") entra en los puntos del 1 al 12 que preven la condena capital. En la lectura de los larguísimos considerandos, en los que se alternan los jueces Halevi y Raveh, se emplea todo el día, mientras Eichmann escucha impertérrito con una sombra de fría complacencia en el rostro.

La petición de la pena de muerte es presentada por el fiscal general en la sesión del 13 de diciembre.

Hausner examina, a la luz de las leyes de Israel, la deposición del acusado y aclara que él no puede reclamar ni obtener ningún atenuante (el fiscal general lee su informe y, de vez en cuando, la emoción parece adueñarse de él: mantiene las manos apretadas en la espalda y mira fijamente delante de él, sin mover nunca la cabeza). "Eichmann -exclama Hausner— no puede pedir que la sociedad le trate según los principios normalmente válidos entre el hombre y sus semejantes. Eichmann nació hombre, pero vivió como una fiera en la jungla. Colaboró en delitos espantosos que han borrado de su rostro todo aspecto humano".

En este tono, el fiscal general habla durante más de una hora, extendiéndose en el pasado doloroso, declarando que la pena de muerte resulta casi poca cosa frente a los delitos cometidos, y alargando, incluso, la mirada sobre el porvenir. Efectivamente, aquél dice que la mentira y el odio están arrastrando todavía a la superficie a hombres que, por cálculo, quieren volver a encender de nuevo el fuego del odio racial: "El enemigo del género humano está aquí delante de ustedes —concluye Hausner—. Yo les pido que firmen para él la pena capital".

La palabra pasa a Servatius. El abogado —de mediana estatura, de cabellos blancos y con las mejillas encendidas— comienza por rebatir la acusación pública, diciendo que también en este caso ("más bien, precisamente en este caso") las atenuantes son aplicables, porque los jueces tienen bajo mano no un hombre sino un objeto que "en los años de los delitos no podía controlar ya su voluntad y sus sentimientos". Una y otros habían sido abolidos "por cierto concepto de la vida y del poder". En aquellos años, Eichmann vivía en una hipnosis que sólo se puede comprender si se tiene en cuenta la hipnosis que aprisionaba a un pueblo entero. El secreto de esta sugestión pasiva estaba encerrado en una teoría que presentaba todo bajo la luz de razones históricas inspiradas por la Divina Providencia. Hoy, este pueblo, que es responsable frente a la historia, quiere defender el régimen democrático. Se quiere separar a los acusados de la sociedad, esperando limpiarse así más fácilmente. Y alzando apenas los ojos sobre Eichmann, el defensor dice: "Aquí tenemos solamente una víctima expiatoria, y es él quien fue elegido para ser juzgado y castigado".

No contento con este primer ataque, Servatius pone de manifiesto otro punto de vista suyo, y dice claramente que todo cuanto se ha discutido durante el debate atañe a grupos de personas que actuaban en Alemania, y que nadie puede considerarse al abrigo, nadie puede sentirse seguro, si estos grupos tuviesen que volverse a presentar otra vez en cualquier parte del mundo. La lección que debería salir de este proceso no debe dirigirse a un hombre solamente, sino elevarse a una esfera más alta y generosa. Finalmente, Servatius dice que el tribunal ha reconocido al acusado culpable y que será castigado según la ley israelí. Pero, en Alemania, el fiscal general que se ocupa de los delitos contra la humanidad sostiene que debería juzgar a Eichmann su tribunal, no el de Jerusalén, y que, de cualquier modo, los jueces de hoy deberían sentirse ligados moralmente a no infligir una pena superior a la que el acusado tendría si fuese juzgado en Alemania. Hay un instante de silencio en la sala. Servatius calla.

Presidente: "¿Ha terminado usted ya?"

Servatius (seco): "Si, mi discurso ha terminado ya".

Un nuevo momento de silencio. El presidente echa una mirada al reloj eléctrico de la sala. Son las 16,30. Después se dirige al acusado: "Adolf Karl Eichmann, ha escuchado lo que han dicho la acusación publica y el abogado defensor. ¿Quiere añadir algo?".

Eichmann (lavantándose lentamente): "Sí, quisiera decir solamente unas palabras...".

El acusado toma de la mesa la carpeta de cartón, la abre y lee algunos folios, que, evidentemente, le han sido preparados por Servatius.

Eichmann: "He escuchado la grave condena pedida al tribunal y no la puedo admitir. He perdido fe en la justicia. He sido involucrado en hechos trágicos que no dependieron de mi voluntad. Estos actos fueron perpetados por mis superiores y ellos son responsables. Hice intentos para sustraerme a los deberes de mi oficina, pero no hallé el modo de ser exonerado de ellos. Mis únicas responsabilidades dependen del juramento a la bandera y del servicio militar".

Con estas afirmaciones parecía que Eichmann recurría a una cumplida y retórica autodefensa. En cambio, cuando vuelve a hablar tras un instante de pausa, dice: 'No perseguí a los judíos por odio personal, sino que fue mi Gobierno quien los persignó. Yo acuso al régimen nazi de estos monstruosos crímenes. Aquel régimen se sirvió de mi obediencia, ¡por esto me encuentro aquí!". A estas palabras, los tres jueces —Landau, Halevi y Raveh— vuelven las miradas simultáneamente sobre Eichmann, como si lo descubriesen por primera vez: efectivamente, resuena en la sala una condena clara y total del "terror del mundo" precisamente por parte del acusado. Encaminándose hacia la conclusión de su breve intervención, Eichmann dice aún: "Los principios según los cuales he tratado de orientar mi vida y que me fueron dados desde mis primeros años, eran dirigidos y aspiraban solamente a valores morales. Pero, en cierto momento, el Estado me impidió vivir según mis conceptos éticos. Desde entonces, me he visto obligado a doblegarme ante valores contrarios a los que deseaba servir y me eran dictados por el Estado".

Con calma, Eichmann hace una vaga alusión al recurso que presentará contra la sentencia y que le servirá para hacer luz sobre muchos episodios distorsionados por testigos no sinceros durante el presente debate: "Soy la víctima, también, de una situación falsa. Me capturaron en Argentina y me trajeron en un avión por la fuerza, y heme aquí. Los nazis, por un designio misterioso, pusieron sobre mis espaldas responsabilidades enormes, que no tengo. La prensa ha hecho eco a semejantes acusaciones. Ahora doy las gracias a mi defensor y, soportando el peso de errores cometidos por otros, estoy dispuesto a aceptar lo que el destino ha decidido". Y concluye: "Si dependiese de mí, ahora pediría perdón por mi propia iniciativa al pueblo Judío y reconocería que la vergüenza me domina ante el pensamiento de todo lo que se hizo contra las victimas".

Y, al día siguiente, 15 de diciembre de 1961, en la sesión 121, Eichmann es condenado a muerte. El acusado entra en su cabina de vidrio a las nueve en punto, pero el tribunal se retrasa un cuarto de hora. La sala de la "Casa del Pueblo" está abarrotada: más de mil personas han logrado conseguir un pase de entrada, pero un agente de policía le quita a un joven una máquina fotográfica que tenía consigo. Platea y galerías están llenas: muchísimos diplomáticos, otro centenar de periodistas extranjeros (que eleva el total de los invitados a 610), y todos los componentes de la oficina "06" que han trabajado en preparar el expediente contra Eichmann. No se oye ningún ruido, todos dominan la impaciencia. Así pasan los minutos; junto a la puerta lateral, el ujier está listo para exclamar como de costumbre: "¡El tribunal!"; el acusado está sentado a la mesa, pálido, con la cabeza inclinada, se pasa la lengua continuamente sobre los labios y traga saliva.

A las 9,18, aparece el tribunal. Todo el público se pone de pie. El primero en ocupar su lugar en el estrado es Halevi; después, Landau y, finalmente, Raveh, los cuales se sientan con gran dignidad y el presidente hace señal a los demás —acusado, abogados y público— para que se sienten (después se sabrá que el retraso hay que atribuirlo a un último escrúpulo que ha impulsado al tribunal a corregir en algunos puntos la formulación de la sentencia. Sin embargo, el veredicto ha sido unánime: de lo contrario. el presidente, al leer la parte dispositiva, debería dar noticia de ello, según el procedimiento israelí).

Adolf Eichmann, antes de sentarse, toma los auriculares que le transmiten simultáneamente la versión alemana de todo lo que se dice en la sala, y se los ajusta con calma. Pero es un instante. En seguida se oye la voz del presidente Landau, mantenida intencionadamente en un tono uniforme que anuncia: "Abro la sesión 121 de este proceso. El tribunal dictará la sentencia". Volviendo la mirada hacia Eichmann, añade: "Levántese el acusado". Adolf Eichmann se pone de pie, con el pecho hacia fuera, derecho, tieso como un poste. Silencio durante dos o tres segundos. Las miradas de los jueces Raveh y Halevi están sobre el acusado. Y Landau comienza a leer. Tras una breve exposición precisa de carácter jurídico, con referencias a algunos artículos del código penal y a la ley especial sobre delitos de los nazis y de sus colaboradores —para precisar en qué casos la pena de muerte es facultativa u obligatoria—. Landau dice: "La única duda que sobre este punto subsiste en nuestro ánimo es la sugerida por el articulo 11 de la ley especial. Es un artículo que difícilmente se concilia con la intención de abolir el carácter imperativo de la pena de muerte dentro del marco de la ley que hemos citado. Esta duda no es bastante para imponer una interpretación favorable al acusado y. por esta razón, estamos dispuestos a admitir que la aplicación de la pena se deja a nuestro juicio".

El presidente Landau hace otra pausa. Parece dar tiempo para tomar acta de tal decisión, que ha sido tomada razonablemente, superando las últimas dudas jurídicas. Y la lectura, alzando el tono, resonando y resumiendo los pensamientos que dominan el ánimo de todos, prosigue: "Profundamente penetrados del sentido de responsabilidad, hemos considerado la pena que el acusado se merece y en fin de cuentas, hemos resuelto —para castigarlo y como escarmiento— infligirle la máxima prevista por la ley".

Son las 9,24. Eichmann sigue impasible, firme, rígido. El ayudante de Servatius tiene un ligero golpe de tos y se mueve en su silla. El presidente aparta un folio y prosigue la lectura. Tras un rápido examen de la materia sometida al juicio del tribunal, la sentencia vuelve al tema de la responsabilidad compartida entre quien dicta órdenes, las realiza o las manda realizar. El muro protector de la obediencia, tantas veces invocado por Eichmann y por su defensa, es derribado de modo definitivo. "En realidad —afirma la sentencia—, cada tren cargado con mil seres humanos dirigido a Auschwitz o a otro campo de exterminio representa su participación directa en mil asesinatos".

Hay otra pausa. Landau vuelve el folio que tiene delante de él, levanta un instante los ojos, y prosigue: "Ahora, hemos comprobado que el acusado suscribía plenamente las órdenes que recibia, y, a nuestros ojos, no importa saber cómo cambió su corazón y ni siquiera si este cambio fue el fruto de la doctrina que le fue inculcada por un partido, como sostiene su defensor". Después, con voz solemne, dice: "El tribunal condena a Adolf Eichmann a la pena de muerte por los delitos contra el pueblo judío, contra la humanidad y por crímenes de guerra".

En la sala no se mueve nadie. Transcurren unos pocos instantes de silencio. Ahora el presidente parece hablar sin leer ya y advierte al acusado que puede interponer una apelación y que la debe presentar en la secretaria en un plazo de diez días. Siguen otros instantes de silencio. Después, dirigiéndose al abogado Servatius, que se pone de pie en seguida, el presidente le advierte que, si considera demasiado breve el espacio de tiempo para formular la apelación y motivarla, puede dirigirse al Tribunal Supremo y obtener una dilación. El abogado Servatius responde: "Le agradezco estas informaciones y meditaré sobre lo que me convenga hacer".

Los jueces se levantan. Primero. Raveh; después. Landau: y, finalmente, Halevi salen de la sala. Inmediatamente, Adolf Eichmann sale de la cabina, desaparece tras la puerta y apenas se vislumbra un gesto suyo; levanta el pañuelo y se lo pasa por los labios. Adolf Eichmann, tras un inútil recurso presentado por su defensor, subirá a la horca a las 23 horas del 31 de mayo de 1962.



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Mensaje por Spanish Wolf » Sab Ago 16, 2008 1:18 am

Erich Hartmann

Buen trabajo

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