¡Hola a todos!
enrique falcon escribió:
Entonces José Luís, hay razones políticas de peso -significativas- para denominar a los ejércitos según la época histórica en la que se desenvuelven. ¿Es así o me equivoco?.
Verás, tal como yo lo veo no tiene tanta importancia la denominación de los ejércitos (una cuestión puramente nominal) como los poderes a los que sirven y están sometidos. En este sentido, no cabe duda que la época histórica de que se trate puede ser determinante; por ejemplo, es claro que en la Europa de las monarquías absolutistas los ejércitos servían en última instancia a los intereses de sus soberanos, no a los pueblos o conceptos modernos de nación-estado. Pero en Europa a raíz de la Revolución Francesa de 1789 cambió radicalmente la naturaleza del reclutamiento para la formación de los ejércitos, estableciéndose lo que podríamos llamar la "leva moderna", donde el factor principal formal venía dado por el carácter popular de las tropas de los ejércitos, y el factor principal de fondo por la incipiente participación de los ciudadanos (ya no súbditos) en la política del estado o nación. Todo esto es bastante más complejo, ya que su explicación requiere ahondar en el desarrollo político, económico y la modernización (y su aplicación militar) que lenta, en distintos grados pero inexorablemente experimentó la Europa occidental ya desde el siglo XVIII y, fundamentalmente, a partir del XIX. Pero no es nuestro foro el lugar para tratarlo y aquí sólo lo introduzco de forma testimonial.
Lo que interesa, para el tema que nos ocupa, es que a raíz de la Revolución Francesa de 1789 y los ejércitos masivo-populares de Napoleón con su dominio a través de Europa, comenzó a cambiar radicalmente la naturaleza de los ejércitos y el papel del ciudadano ante la vida pública. En otras palabras, comenzó un proceso tendente a la "democratización" de las instituciones del estado (ejército incluido) y de traslado de la soberanía del soberano hacia el pueblo. Lógicamente, este proceso de "modernización" no corrió al mismo ritmo en los diferentes países europeos ni fue corto, pero fue inexorable pese a las peculariadades de algunos países, como el caso alemán (por no hablar del español).
En la Alemania de principios del XIX (y entonces ese nombre era un concepto idiomático y cultural más que político, por mucho Sacro Imperio Romano Germánico del que emanaba) hubo dos prohombres que quisieron realizar una reforma profunda en la vida política y militar: Stein y Scharnhorst, respectivamente. Sus reformas, que pretendían ser de calado y buscaban una cierta democratización (dar acceso a las clases populares a las instituciones del estado y a la cosa pública, acabando con el statu quo de privilegio exclusivo de la nobleza en esas esferas), no llegaron a conseguir, a pesar de una inicial buena acogida (sin duda, por las circunstancias catastróficas político-militares del momento), los objetivos últimos que perseguían debido a la resistencia y oposición de la aristocracia real y la nobleza. Esa reacción por parte de las clases dirigentes a la democratización de las instituciones produjo la revolución de 1848, y ésta la contra-revolución que siguió y triunfó. Alemania, o el rosario de estados soberanos que entonces se conocía como Confederación Germánica, siguió siendo un "estado" de monarquías cuasi-absolutas bajo la batuta prusiano-austriaca. La guerra contra Dinamarca (1864), la guerra prusiana-austriaca de 1866 que dio paso a la creación de la Federación Alemana del Norte, y la guerra contra Francia que culminó con la victoria alemana de 1871 y la creación del Imperio Alemán (
Deutsches Reich o
Kaiserreich) fueron ejemplos de ejércitos que, a pesar de los cambios introducidos, pertenecían en cuerpo y alma a su rey y estaban dirigidos por un cuerpo de oficiales integrado abrumadoramente por miembros de la nobleza que debía su condición y propiedades a su soberano. Y así el ejército del Imperio fue un ejército esencialmente del emperador o Kaiser, a quien debía, pues se la había jurado, lealtad y obediencia.
Tan profunfo era ese vínculo entre el ejército y el Kaiser que cuando se produjo la derrota alemana de 1918 y siguió la revolución inicial de noviembre del mismo año, costó auténtico sudor desvincularse de ese juramento a Guillermo II y abrirle la puerta para su abdicación como emperador (y no digamos como rey de Prusia). Se dio entonces el episodio que simboliza, a mi juicio, el momento clave de toda una historia militar pasada: cuando el general Groener, que había reemplazado a Ludendorff como
Generalquartiermeister, le vino a decir al Kaiser algo parecido a que a la hora de escoger entre la destrucción del pueblo alemán y la dinastía Hohenzollern, él escogía la segunda.
Sin embargo, para la inmensa mayoría de los oficiales alemanes la derrota de la guerra y la destrucción de la monarquía supuso algo así como el fin del mundo, de su mundo. Aunque el Imperio alemán, al menos en teoría, se había intentado edificar políticamente sobre la Constitución de 1871, el ejército nunca prestó juramento de lealtad a dicha constitución, sino al Kaiser (o a sus diferentes soberanos en el caso de los ejércitos de los cuatro estados soberanos). Esto venía a significar en la práctica que la soberanía del ejército descansaba en el emperador, quien igualmente en la práctica representaba la soberanía del imperio. En otras palabras, el interés del soberano era el interés del ejército (y algunas veces viceversa). Difícilmente en esta situación puede hablarse de un ejército apolítico presto a cumplir y defender la legalidad vigente (constitución), sino más bien de un ejército claramente identificado con su soberano.
La República de Weimar vino a corroborar todo esto que digo más allá del contexto político, económico, social, etc., que la acompañó. El "nuevo" ejército, en su abrumadora mayoría, jamás aceptó en su fuero interno esta democracia parlamentaria y de partidos políticos, y, más allá de falsas declaracionales formalistas de sus líderes, en muchos sentidos trabajó para destruir a la república. Era lógico, dados sus antecedentes históricos. En esta ocasión, sin embargo, el vínculo que los ataba por juramento a la constitución de Weimar no tuvo apenas importancia, y prueba de ello fue la facilidad con que lo rompieron cuando llegó Hitler (ya se ve que el honor militar alemán en el cumplimiento de su juramento de lealtad, tan cacareado después de la IIGM, era, en realidad, algo muy relativo). Y como el ejército se prestó al adoctrinamiento de sus tropas en los principios básicos del nacionalsocialismo, atándose a la persona de Hitler por un juramento de "obediencia incondicional hasta la muerte", por primera vez en la historia del ejército prusiano-alemán, y fue uno de los tres intrumentos básicos en la consolidación del poder y en los objetivos de política exterior y "espacio vital" de Hitler, participando activa o pasivamente en sus objetivos de exterminio, parece enormemente difícil no poder calificar, con bastante criterio, a las fuerzas armadas del Tercer Reich, la Wehrmacht, como las fuerzas armadas de Hitler.
Saludos cordiales
JL