No seré yo quién enmende la plana a Jose Luis, en especial en asunto tan controvertido como éste... Pero volvamos a la cuestión inicial porque me parece que hemos divagado un tanto...José Luis escribió:Yo no hago votos por el trabajo, y menos en su concepción judeocristiana.
La cuestión de la alergia al trabajo organizado y sistemático de Hitler tiene más enjundia de la que parece. Su forma de gestionar su creciente imperio tiene mucho que ver con el como lo perdió. Ese fue uno de los problemas mayores del Führer, su incapacidad en organizar estructuras de poder y de gestión eficaces, su incapacidad en centrarse en lo fundamental y no divagar en los detalles era todo lo contrario que los angloamericanos que, con excepciones fueron capaces de crear una organización de gestión militar, política y económica de gran eficacia. Dicho de otra manera, esa faceta de su personalidad se transmitía a todos los estratos de la sociedad nazi y tenía como consecuencia el que individuos de la catadura de Göring, Himmler, Ley o los diversos Gauleiter tuvieran un peso y poder desproporcionado y una ausencia de responsabilidad ante su falta de capacidad y de consecución de resultados. En otras palabras, en una democracia anglosajona aunque algunos de estos individuos incapaces hubieran conseguido llegar a tan importantes puestos por medio de sus apoyos políticos, tarde o temprano hubieran sido defenestrados ante la ausencia de los resultados que tenían que conseguir. Falta de responsabilidad ante su incompencia que era tolerada mientras hubiera fidelidad política.
Veamos el contraejemplo al sistema de gestión de Hitler porque ayuda a entender lo nefasto de su tipo de gestión. Los norteamericanos desde el principio plantearon una estrategia clara, la planificación de la producción de los medios para conseguir esos objetivos. No vacilaron en intentar desactivar los intentos de Winston Churchill de apartarse de una estrategia clara y de unos objetivos meridianos en aras de las confusas elucubraciones político-estratégicas del premier británico. Los principios operacionales reflejaban ese estilo directo y claro: para que una operación tenga éxito hay que suministrar a las fuerzas encargadas de esa misión el máximo de recursos, suministros y potencia de fuego para llegar a la menor probabilidad de fracaso y minimizar el número de bajas propias. Las operaciones planteadas estaban articuladas dentro de una estrategia general coherente. Es posible que algunas de esas operaciones o de los medios utilizados para llevarlas a buen término fueran controvertidas a posteriori pero tenían todo su sentido en el marco de la estrategia general.
Por contra el estilo de Hitler dejaba en la ignorancia a la cúpula político-militar sobre cuales eran las prioridades estratégicas y no permitía ningún tipo de plan alternativo ni de planificación integrada. Cuando Hitler que era el árbitro supremo de la estrategia alemana comenzaba a divagar sobre detalles sin importancia, anécdotas técnicas o sencillamente juicios de valor sobre las capacidades de sus enemigos frente a las virtudes del soldado alemán, estaba introduciendo juicios subjetivos en cuestiones básicas como la planificación estratégica, las posibilidades materiales de la Alemania nazi o el análisis objetivo sobre los fines y los medios. Se podía conquistar un país pero si no había un plan estructurado de que hacer con el mísmo y con su población dentro del imperio nazi, gran parte de las posibles ganancias de la conquista se esfumaban y se convertían más bien en una carga. Habrá muchos que objeten a lo dicho, de que en efecto "si que había un plan coherente" y que éste se resumía en el sometimiento más abyecto y la explotación descarada de los recursos sin ningún tipo de miramientos hacia la población ocupada. De cualquier forma era una política de muy escasas miras y donde no se aspiraba a que los súbditos del Nuevo Orden quisieran formar parte del mismo.
La otra faceta de la incapacidad de Hitler como gestor tiene que ver con su incapacidad a gestionar y leer informes, a elegir colaboradores y a delegar responsabilidades. Llama la atención el que apenas se leyeran informes, ni se tomaran decisiones de política económica de una manera organizada y estructurada. En realidad su estilo era el del supremo charlatán dilettante que siempre había sido, una serie de reuniones desestructuradas con colaboradores escogidos donde de una manera deslavazada se conversaba sobre generalidades, raramente se tomaban notas -las que se empezaron a reunir en las reuniones con el Alto Estado Mayor fue a partir de 1942 ante la queja del propio Hitler de ser malinterpretado maliciosamente- y no había prácticamente consejos de ministros, reuniones o comités de expertos sino reuniones individuales muchas veces con colaboradores escogidos atendiendo más a criterios de fidelidad política que de capacitación personal. La ignorancia y desprecio de Hitler respecto al funcionamiento burocrático de un estado moderno o de la política económica o de la gestión industrial provocaban que su imperio fuera un caos organizativo.
Nadie dice que no fuera inteligente o no tuviera cualidades: tenía una memoria portentosa, una voluntad de hierro, tenía un fino olfato político de cuanto se podía tensar la cuerda en sus frecuentes aventuras políticas y tenía no cabe duda unas grandes dotes de persuasión y de agitación. Pero de ahí a decir que podía gobernar un imperio, media un trecho. Es precisamente la diferencia entre un gran estadísta y él la que diferencia al constructor de grandes imperios y al arribista que una vez abierta la caja de Pandora que no entiende es devorado por los males que desata.