"Cosas de Niño" (Relato de ficción)
Moderador: José Luis
- roul wallenberg
- Usuario
- Mensajes: 20
- Registrado: Mar Ene 08, 2008 5:31 pm
- Ubicación: Chile
"Cosas de Niño" (Relato de ficción)
Cosas de Niño
Dedicada a mi hijo Sebastián que me acompaña en esta aventura del foro y a los amigos de "forosegundaguerra".
Mis agradecimientos, tardíos, porque ya no están, a un amigo de mi papá, Samuel Rappaport, que me contó de su vida en la Alemania nacionalsocialista cuando él era joven. A la señora Sara Reichsberg que hizo otro tanto y a don Hermann Scholtz veterano del Ejército Alemán, que amaba a Chile, su segunda patria, más que a nada en el mundo y a quien conocí en mi juventud y me entusiasmó en el estudio de la SGM.
CAPITULO I
DARMSTADT, 1938
fuente: imágenes de Google
Franz Balthasar Schmidt, alemán, nacido el 12 de febrero de 1926 en esta ciudad, padres Albert y Johanna, vive en Jahnsstrasse 109 - A, colegial, Nº inscripción Hitlerjugend 76566-26 (Dmrst) . Franz leyó varias veces la cartilla que lo acreditaba como miembro de las Juventudes de Hitler en su preparatoria, a los 14 años podría entrar de lleno a la organización, aún era un “Pimpfe” (muchacho) pero ya era uno de ellos, era “alguien”, se sentía orgulloso de ser miembro de la organización de chicos alemanes. En el colegio se habían inscrito todos sus amigos, él no podía quedarse atrás, además sabía que podría hacer todo el deporte que quisiera y marcharía e iría por allí con su uniforme para que lo vieran los otros chicos. Todo un Hitlerjunge. Luego vendrían el uniforme, le dieron una cartilla para retirarlo en un almacén y luego de la instrucción básica y su Unterbahnführer a cargo de su estandarte le entregaría su daga ¿Qué tal?
El 1º de Diciembre de 1936 el Gobierno del Reich había promulgado la Ley de la Juventud Hitleriana.
La Juventud se dividía en esos momentos en tres grandes pilares: El "Jungvolk", Juventud Hitleriana (HJ) y la Asociación Femenina Alemana (BDM). Los “Pfimpfe” comprenden, los muchachos de 10 a 14 años, la Juventud Hitleriana los de 14 a18 años de edad, y la Asociación Femenina, con una diferencia equivalente, comprende las muchachas de 10 a 14 y las jóvenes hasta los 21 años de edad. El movimiento se divide territorialmente en cinco regiones: Este, Norte, Sur, Centro y Oeste. Las regiones se subdividen en 4 a 5 comarcas; una comarca (100.000 jóvenes por término medio), se divide a su vez en 2 a 5 estandartes superiores, las cuales se componen de sub-estandartes, y estas a su vez de secciones. Las secciones, por último, se dividen en bandas y escuadras. La escuadra representa la unidad más pequeña de la Juventud (unos 15 afiliados).
Al frente de cada unidad se halla un jefe. La HJ cuenta con unos siete millones de asociados, siendo así la organización más grande del movimiento nacionalsocialista. Por esta razón, no es de extrañar que la HJ tenga necesidad de un gran número de jefes de ambos sexos. En las unidades inferiores existen todavía sin cubrir unas 290.000 plazas, y en las unidades medias unas 30.000.1.250 superiores carecen de jefes. Por la incorporación obligatoria al servicio militar o al servicio del Trabajo se produce todos los años un cambio sensible (un 20% aproximadamente) en el personal directivo de la Juventud.
La instrucción de este cuerpo de jefes se lleva a cabo en las escuelas regionales especiales, y en las tres escuelas nacionales creadas a este fin. Las muchachas se instruyen igualmente en escuelas provinciales propias, y en tres escuelas nacionales para jefes femeninos. La Juventud Hitleriana posee en total 79 institutos de esta clase, los que trabajan de acuerdo con un plan de enseñanza único, y están dirigidos por un cuerpo de maestros directamente inspeccionados por la dirección nacional de la Juventud, por mediación del Departamento de Educación e Instrucción Física. Las escuelas para jefes del Movimiento de la Juventud Nacionalsocialista están situadas casi sin excepción en comarcas de un paisaje extraordinariamente bello. La instalación de las mismas es homogénea en un principio. Son equipadas con el mismo excelente material de deporte, medios de enseñanza etc. Cada escuela dispone además de su correspondiente campo de deportes; la cultura física que se realiza sistemáticamente en las escuelas regionales para jefes, ha avanzado a un puesto preeminente en el plan de enseñanza. Las escuelas nacionales para jefes están orientadas con preferencia en el sentido de una educación teórica e ideológica. Los cursos en las escuelas duran generalmente tres semanas; sin embargo, a partir de un cierto grado, por ejemplo, del de jefe de bandera para arriba, sólo se nombra jefe al que haya pasado un curso preparatorio que consta de tres años, de los cuales es necesario haber cumplido los servicios prácticos durante dos años y durante un año la asistencia a distintas escuelas para jefes. Los miembros del cuerpo de jefes de la HJ deberán haber cumplido el servicio militar. Por medio de esta escala de selección se consigue la máxima garantía de la calidad tanto práctica como moral del jefe de la HJ.
Franz había llegado al primer escalón de esta enorme organización y estaba satisfecho. Bueno, pensó ya está listo esto, ahora tendré más que hacer pero lo pasaré mejor, iré a las excursiones, podré quedarme fuera de casa en los campamentos y mamá no podrá protestar. Era todo tan entretenido.
Vivía con sus padres en una casa de dos pisos, en un barrio no muy alejado del centro de la ciudad. Su padre trabajaba en Frankfurt, a pocos kilómetros al norte, los que hacía en el ferrocarril, a veces Franz lo iba a esperar a la estación y volvían juntos a casa, un grato paseo y poder hablar con su padre, ya que en casa su madre lo acaparaba para ella y su hermano menor, Joachim de 5 años quien era el centro de la atención, por lo que oportunidades de estar a solas con su padre eran muy pocas.
Albert Schmidt era químico en la IG Farben, trabajaba en el área de implementación tecnológica en el enorme edificio central de la empresa alemana que había fundado en 1925 Hermann Schmitz con el apoyo de Wall Street y que había llegado a ser la productora química más grande del mundo. Estaba en el extremo Oeste, sobre la colina Affenstein y había sido diseñado por el célebre arquitecto Hans Poelzig, de la escuela Bauhaus del judío Walter Gropius y que había diseñado también el Hochhaus Bahnhof de la Friedrichstraße, la Evangelische Kirche, el Türmhaus en Berlin, la Torre de Agua en Posen, la Casa de la Rundfunk en Berlin y muchos más.
Edificio de la IG Farben en Frankfurt
fuente:imágenes de Google
Algunas veces había llevado a su hijo mayor a conocer algo de las instalaciones y mostrarle algunos laboratorios, lo que había impresionado en gran medida a Franz. Tanta gente atareada en esos complicadísimos equipos, con tubos, cosas que salían de un globo de vidrio para entrar a otro, matraces, retortas, un sinfín de misteriosos artefactos con cosas más misteriosas en su interior, el chico los miraba fascinado a través del vidrio que separaba la galería de observación de los laboratorios mismos. Franz estaba orgulloso de su papá, era “importante”, mandaba gente y se notaba que lo respetaban. Ahora que estaba en la Hitlerjugend, aunque fuera en la preparatoria, también a él lo respetarían más. Su padre no se había manifestado especialmente contento cuando le pidió permiso para ingresar, sólo sonrió y le respondió brevemente con un “bueno, si tú quieres, es cosa tuya”, y no dijo nada más. Su madre había meneado la cabeza como desaprobando, pero con ella nunca se sabía, ya que todo lo desaprobaba. Su hermanito no entendía nada aún de esas cosas.
Los Schmidt vivían con relativa comodidad, nada faltaba en casa, y salvo los berrinches de su hermano menor, su hogar era muy tranquilo, la madre lo administraba con firme serenidad. Los días feriados salía a pasear la familia en el Opel Olympia que era el orgullo de los dos chicos. Sus padres no eran religiosos, con lo que se salvaba de tener que ir a la iglesia como otros chicos de su vecindario. Eran la típica familia burguesa alemana acomodada a los nuevos usos nacionalsocialistas. La foto del Führer en el salón y los diarios con todas las noticias de la Nueva Alemania. Su padre no pertenecía al Partido y rara vez lo había escuchado hablar de política con su madre. Franz religiosamente tendría que escuchar de ahora en adelante la emisión por radio de la “Hora de la Nación Joven” todos los miércoles a las 20:15 en punto.
El colegio no estaba mal, aprendía con facilidad y sacaba notas pasables, aunque sabía, como se lo recordaban siempre sus padres que podía tener un muy mejor rendimiento con un pequeño esfuerzo más. Pero el deporte era más importante, jugaba fútbol y era bueno, en gimnasia también, pero su ambición era aprender lucha, la que para los de su edad no estaba disponible en el colegio. Cuando cumpliera 14 años lo primero que haría sería ir a inscribirse con el mastodóntico maestro, Herr Lorentz, ex luchador profesional, a quien Franz admiraba a más no poder.
Un acontecimiento novedoso había ocurrido hacía un par de meses. Franz no acostumbraba a recorrer las calles de su barrio, iba directamente a la plaza donde estaban sus amigos y la pelota y los dos arcos, sabía bien quienes vivían en sus proximidades, pero no estaba al tanto de los detalles. Su madre sí lo estaba, y de todos, y por ella había sabido que a la casa colindante con la suya por la parte de atrás había llegado una nueva vecina, Sofía.
La chica era hija de los Kohn, tenía su edad o algo menos. Según su madre había estado con sus abuelos en Colonia durante un tiempo y ahora había regresado con sus padres, tenía un hermano mayor que estaba en la universidad en alguna parte.
Franz hizo a su madre algunas preguntas y por ella supo que eran especiales, los Kohn eran judíos.
Los Schmidt tenían amistad y simpatía con sus vecinos y con los Kohn habían intercambiado algunas amabilidades, aunque no se visitaban en sus casas. Cuando las cosas se hicieron difíciles para los judíos y sus vecinos tuvieron que portar la estrella amarilla en sus ropas, la madre de Franz no dejó de saludar a su vecina y el niño a veces las veía conversar por sobre la pared que dividía las dos propiedades por la parte trasera. Nadie podía verlas. También la vió alcanzarle algunos paquetes, cuando preguntó, la mirada de su madre acalló de inmediato su curiosidad, no era cosa de él.
Franz alcanzaba a ver desde su cuarto la ventana del de Sofía y a veces la divisaba en su habitación. No le llamaba mayormente la atención, las chicas eran seres extraños para él, siempre riéndose con cierto disimulo y mirando hacia los lados, no hacían mucho deporte y los del BDM de ellas era una soberana lata al lado de las Hitlerjugend.
Pero un día Franz venía de vuelta a su casa en su bicicleta y tuvo que frenar ya que una chica cruzaba su paso y ella era Sofía y cuando se dio cuenta miró al ciclista y lo reconoció y le dijo hola y lo miró y Franz vió sus ojos y sintió que todo alrededor desaparecía, sólo atinó a abrir la boca, no supo si dijo algo, pero sí supo que nunca había visto unos ojos así, oscuros y que lo veían tan intensamente, se sintió como cuando el maestro de Geografía lo miraba fijo al interrogarlo, pero Herr Kuntz jamás había tenido ni tendría esos ojos tan hermosos, con tantas pestañas, con tanto brillo, con tanto…tanto.
Algo se dijeron, en su confusión Franz sólo atinó a articular algunos monosílabos al responderle a la chica que sí era su vecino de atrás, que sí estaba en el colegio de más allá de la plaza y que sí era el dueño del gato hermoso que deambulaba por los techos del vecindario. Caminaron el corto trayecto hasta la casa de los Kohn, Franz se había bajado de su bicicleta y ella le dijo que se llamaba Sofía y que le gustaba el gato y con su bolsa de libros abrazada contra su pecho le dijo que allí vivía y que tenía que entrar a su casa y le sonrió. A Franz nunca le habían sonreído así, como acariciándolo, las chicas no sonreían así, pero ella sí, y esa chica era la más linda que él nunca había visto, estaba muy seguro.
Esa noche Franz miró hacia la ventana de Sofía hasta que la luz de ella se apagó, nada puso ver tras las cortinas que ocultaban los ojos y la sonrisa que tanto lo habían encantado esa tarde. Esta era una chica no como las otras, era especial, y era judía, no podía ser judía, ¿o si? Quizás había judíos que eran distintos a los otros, y éstos eran así. El padre de Sofía, Nathan, era muy simpático y siempre le había sonreído y regalado chocolates y no tenía la cara como las que salían en los carteles y en las revistas como caras de judíos. La mamá sí, algo.
Nathan Kohn trabajaba en la Nestlé, la empresa suiza de leche y chocolates que había fundado el inmigrante alemán Henri Nestlé en 1867 (Nestlé en su dialecto es “nido”, de ahí la imagen de la empresa). A pesar de su condición de judío, la agencia suiza en Alemania de la empresa le había conservado su trabajo en el área de publicidad y siendo internacional, poderosa e influyente en Alemania, la Gestapo no había podido intervenir para que el eficiente publicista dejara la empresa. Era un hombre empecinado que había surgido por su propio esfuerzo y como tantos otros judíos estaba convencido que lo del nacionalsocialismo sería sólo una fiebre pasajera y que pronto todo volvería a la normalidad.
Pero los hechos desmentían su porfiada renuencia a ver la realidad y ya la familia se sentía en peligro. Muchos judíos habían tenido que irse, otros estaban no se sabía dónde y la vida se les hacía más y más difícil. Para Sofía no hubo colegio y la hacían estudiar en casa.
En esos días, el jefe de Nathan, le pidió que conversaran con el Gerente, un suizo alemán que tenía especial afecto por el publicista. Los tres en su oficina hablaron con franqueza y Herr Schmalz le comunicó que su situación era muy precaria y que había ya hablado con la central en Zurich para que se trasladara a esa ciudad y que el Cónsul suizo en Berlín ya estaba interiorizado en su caso y se hacían los arreglos para que se fuera a Suiza con su familia, colocándose así a salvo de los alemanes y su política racial, de esta manera conservaba su empleo y Nestlé no perdía un colaborador de su talla.
Kohn no tuvo ya argumentos que oponer, su mujer estaba muy asustada y ahora con su hija nuevamente en casa, no, tenían razón, ya basta, debemos irnos, concluyó. Cuando Hitler se vaya volveremos, se dijo, satisfaciendo de esa forma su indomable porfía. Su hijo no corría mayor peligro ya que estudiaba en el Politécnico de París. Prudentemente había vendido su casa a un amigo alemán de su empresa y le pagaba un alquiler. Así también había sacado sus ahorros del banco y puesto su dinero a buen recaudo en manos amigas, una de las cuales era su vecino Albert Schmidt, quien se preocupaba de hacerle llegar dinero a través de su mujer que lo entregaba a su vecina pasándolo por encima de la muralla medianera.
Franz se empinaba sobre el metro y cuarenta y cinco cm. Era delgado, pero con todo el ejercicio que hacía ya se perfilaba su musculatura. Rubio y ojos azules era uno más entre los tantos niños alemanes que se aventuraban en el futuro que Adolfo Hitler estaba trazando para su país. Millones que se adentraban en un túnel cuyo boca de salida nadie podría imaginarse en esos días. Su mundo era luminoso y el entorno lo hacía estimulante y entretenido.
Su única inquietud era su amiga, había aprovechado el recurso de su madre y la veía por encima de la pared medianera. La espiaba y cuando la veía que se sentaba en el columpio instalado en el jardín se asomaba y la saludaba. Nunca dejaba de emocionarle la sonrisa de la niña. Se le ocurrían tantas cosas que decirle y cuando llegaba ahí, se le olvidaban y era ella la que decía. Hablaban de las cosas que veían, si a él le gustaba columpiarse, qué gimnasia hacía, qué dónde estaba el gato, y qué le daban de comer. Franz podía estar allí todo el tiempo del mundo, pero siempre, siempre aparecía la madre de la niña y, aunque lo miraba con simpatía, llamaba a Sofía para que algo hiciera en casa. Ella dejaba el columpio con una contorsión de su cuerpo, levantaba su mano moviendo sus dedos y le sonreía al despedirse.
El niño vivía intensamente esos momentos y pensaba en cómo poder estar más con ella y verla. Su observación de la ventana de Sofía no rendía frutos, ya que siempre estaban echadas las verdes cortinas. Con mucha suerte en pocas ocasiones alcanzó a divisarla cuando aseaba su pieza.
Ya con sus amigos, en el colegio y en la preparatoria de la HJ había escuchado lo de los judíos, no le daba mucha importancia, y no entendía bien porqué había que tenerlos lejos y no meterse con ellos. Franz pensó que el Führer quería a los niños, así se lo habían insistido y le habían mostrado muchas fotos de él con niños, sonriéndoles, haciéndoles cariño y con algunos en brazos. Si el Führer conociera a Sofía, se dijo, la querría igual, no le importaría que fuera judía, ella no es como todos, es mejor.
Un día, al salir de clases vió que alcanzaba a ir a la estación de FFCC. a encontrar a su padre. Era rápido en su bicicleta y cuando llegó faltaban 10 minutos para el arribo del tren. A Franz le encantaba el movimiento en la estación, algún día él tomaría trenes para ir donde quisiera.
Pronto apareció en la distancia el local procedente de Frankfurt. Franz sabía en qué vagón le gustaba viajar a su padre y se aproximó al sitio donde se detendría; no tardó en divisarlo a través de los cristales, venía con otro señor ya ambos de pìe en el pasillo esperando para bajar. Al hacerlo ambos reiniciaron su charla y en ese momento el hombre vió a su hijo, al hacerlo lo miró sólo un instante y disimuladamente bajó su mano con la palma hacia abajo. Franz entendió. Miró hacia otro lado y montó su bicicleta iniciando unos giros en el andén. Los dos mayores caminaron hacia la salida de la estación donde se despidieron, ambos con sus abrigos en el brazo, el otoño estaba avanzando y el calor retrocediendo.
Sólo al ver que el otro hombre abordaba un taxi en que se alejó, Franz pedaleó hasta su padre y se besaron. El chico sabía qué cosas preguntar y cuáles no. Si su papá no quería que su acompañante lo viera con su hijo era por algo y eso no le correspondía saber. Avanzaron hacia el paradero de los tranvías cerca del cual estaba el negocio donde algo le compraría su papá para comer, y así fue. Un dulce grande y rico, otro más pequeño lo guardó para su hijo menor y se sentaron en uno de los tantos bancos que rodean la estación.
Hablaron lo de siempre, del colegio, que había que tener buenas notas que algún día podría ir a la cercana Heidelberg a estudiar como lo había hecho el padre y que le encantaba recordar. Al terminar su dulce Franz le preguntó qué pasaba con los judíos, porqué no los querían. Su padre se sorprendió y giró hacia él en el asiento, hijo, empezó, cuando su papá empezaba algo con “hijo” es que era en serio. Es difícil explicártelo, pero piensa como debes pensar, como tú lo sientas, no como otros te digan que pienses, y no hables de eso con nadie, solo escucha. Los judíos son como nosotros en casi todo, pero tienen su religión y sus maneras de hacer algunas cosas. En eso son distintos, en nada más. Franz no se atrevió a hablarle de su amiga, pero quedó tranquilo, o sea Sofía era un poco distinta y nada más, y eso era bueno, claro que era muy bueno. Ya venía el tranvía y sería el juego de siempre, su padre lo abordaría y Franz zumbando en la bicicleta ganaría la carrera hasta la esquina donde se juntarían de nuevo para caminar un par de cuadras hasta la casa. Allí su papá salía de sus dominios y entraba a los de su madre y su hermano menor.
Esos días fueron tranquilos, un poco de lluvia, fútbol ahora se podía jugar más, ya que no hacía calor. Era Jueves, llegó del colegio a almorzar, en la tarde no iría porque algo hacían los maestros los jueves. Estuvo mirando los catálogos de instrucción llenos de figuras de la HJ y miró un momento hacia el patio vecino y allí estaba Sofía en el columpio, leyendo un librito. Franz le silbó y ella que ya conocía su silbido levantó la vista hacia él y luego su mano moviendo sus dedos, se había puesto ese vestido con florcitas, el que más le gustaba a Franz. ¿Vas a bajar?, preguntó ella, el asintió y corrió escaleras abajo. Su madre se limitó a menear la cabeza. Salió al patio y se encaramó en el cajón que le permitía ganar la altura suficiente para mirar por sobre la pared. Ella vió aparecer su cabeza y luego parte de su pecho y esta vez no se quedó en el columpio, sino que aproximó una silla vieja que estaba relegada en su patio y se encaramó sobre ella. Nunca habían estado tan cerca uno el otro. Franz sintió que temblaban las rodillas. Ella como siempre inició su parloteo de niña y el chico la escuchaba mirando como movía sus labios y como la lengua se asomaba y escondía según hablaba, a los ojos no la miraba mucho porque se ponía nervioso. En eso sintió la voz de su madre avisándole que salía de compras con Joachim y que no estuviera mucho rato allí charlando, porque la chica tendría que hacer sus cosas y no perder el tiempo con él. Se rieron y ahí se enteró que Sofía y sus padres se marcharían luego, no sabía bien cuándo ni a dónde, pero era por el trabajo de su papá. Franz no se detuvo en ello, estaba muy emocionado de estar así hablando con ella, apoyados ambos sobre la parte superior de la pared. Le contó que jugaría el sábado en la cancha de la escuela en la delantera de su equipo y le dijo que fuera a verlo. No puedo, dijo ella, es Sabath, él no tenía idea lo que era eso, pero se imaginó que era algo “distinto” de ellos y no dijo nada, otra vez entonces, dijo, sí, respondió ella otra vez, otro día, antes que nos vayamos. Pronto sonó la voz de la madre de ella llamándola desde la cocina, me voy dijo despidiéndose y le tocó la mano y bajó de la silla. Franz sintió en su mano como si la hubiera rozado una estrella y se quedó mirándola hasta que desapareció en la casa. Bajó de la caja y volvió a su pieza, a mirar por la ventana si aparecía ella, lo que no ocurrió. Se preguntaba si cuando le tocó la mano significaba algo y porqué lo había hecho, aún sentía el roce de la mano de la chica en la suya, estaba muy contento. Sólo en la noche, antes de dormirse ordenó su mente y se percató del anuncio que había recibido y su gravedad, se iban, quizás no la vería más. Saltó de su cama y miró por la ventana hacia la de ella. La luz estaba apagada, Sofía ya dormía. Se quedó allí un buen rato mirando algo le corría por las mejillas, se tocó, era agua y así se dió cuenta que estaba llorando.
La vida diaria de un niño son escenas que se suceden rápidamente, según el ritmo que el chico le imprime. Franz era algo inquieto pero sabía organizarse. Dependía en alguna medida de sus amigos que lo pasaban a buscar para ir a jugar o dar una vuelta en bicicleta. Manfred era el mejor de sus amigos y con él era con quien más charlaba. Su amigo tenía mayor libertad de movimientos al ser su familia mucho más numerosa, tenía un batallón de hermanos y hermanas y siempre estaban escasos de dinero. Él le había insistido en lo de la HJ y estaba feliz de compartirlo ahora juntos. En un momento Manfred apareció en su casa y corriendo subió a su pieza, traía unas banderolas con la swástica para poner como decoración en las calles y que él había juntado, le regaló tres a Franz. Hablaron de lo que harían en cuanto les dieran sus uniformes. Franz varias veces miró por la ventana a hacia la de la casa vecina lo hacía sin pensarlo, ¿qué miras tanto por la ventana? Le preguntó su amigo y fue también a mirar - el gato, respondió Franz, no lo he visto en todo el día y tiene que comer. No, Manfred era su compañero pero no lo llevaría tan dentro de su mundo secreto, eso era de él y de nadie más, ni siquiera papá. Franz le dijo que debían aprenderse los grados de la HJ porque iba a ser lo primero que les iban a preguntar cuando tuvieran la instrucción, sacó la cartilla, se echaron boca abajo en la cama de Franz y se pusieron a mirar y a repetir en voz alta para memorizar en voz alta la Rangabzeichnen de la organización a la que ambos pertenecían.
Fuente:colección personal
Se vieron varias veces más por sobre la muralla, no hablaron de que ella se iba, sino de qué harían en vacaciones, si irían a esquiar o algo así, ella le dijo que seguro porque iba a Suiza. El le respondió que su padre le había prometido ir al Tirol y que quizás esa sería la oportunidad.
A fines de Octubre la charla fue algo más larga, y ella le tocó la mano de nuevo, era Jueves y de pronto ella bajó de la silla y le dijo que esperara, entró corriendo a su casa, sintió cómo corría escalas arriba y que bajaba presurosa. Por si se me olvida le dijo, es un regalo que te tenía y le pasó una bolsita de género anudada con un cordón, todo en rojo. Para que te acuerdes de mí cuando me vaya le dijo ella, mírala después ahora no, se te puede caer. Franz se la echó al bolsillo con cuidado, tenía mucha curiosidad. Y se le ocurrió algo y le dijo, yo también te voy a dar un recuerdo y fue su turno de salir corriendo a su pieza, estaba muy nervioso, pero sabía qué podía darle, sacó la foto en que aparecía vestido de futbolista, cuando hacía poco habían ganado el partido contra el otro 5º años del colegio y salía con la copa de premio en la mano, bajó corriendo y subió a su sitial. Ella la miró y se sonrió y a él y le dijo tienes el lápiz en tu bolsillo de la camisa, escribe algo, Franz sacó su Kugelbleistift y le hizo una firma sobre la foto y puso “para Sofía”, como había visto en una foto de una revista a l centrodelantero del Bayer dedicándosela a una admiradora. Una vez más se sintió la voz de llamada de la madre de la chica. ¡Ya voy! gritó ella y lo miró y le dijo que ojalá se encontraran de nuevo y le sonrió. Franz estaba inmóvil, mirándola, el momento era muy intenso para él, él no había vivido cosas así nunca y no quería dejar de mirarla para que su rostro se le quedara grabado y le tomó la mano a Sofía como hacen los grandes cuando se despiden, ella lo miró y le dijo que era bueno con ella o algo así, Franz nunca pudo recordar sus palabras en ese momento, pero nunca pudo olvidar que ella se empinó en la silla para acercarse a él y lo besó. Fue un instante de magia que sólo se disolvió cuando ya ella cruzaba la puerta de la cocina al patio y Franz pudo reaccionar haciéndole un tardío gesto de despedida con su mano.
Esa noche abrió la bolsita, dentro de ella había una cajita de latón, parecida a las de vaselina, adentro había en la tapa pegada una foto de Sofía, sonriendo, con la misma sonrisa que le acariciaba y en la caja misma un pedazo de género como seda y con una leve costura unido a él un rizo del cabello de la niña. Sin duda era obra de ella. Franz lo contempló largo rato ya ahora pudo besarla en la foto y preguntándose cómo ella pudo hacer algo tan bonito con la cajita, la puso debajo de su almohada y se durmió pensando en ella.
Llegó Noviembre, una noche sus padres estuvieron pegados a la radio, algo había pasado en Francia, habían matado a no sé quien, Franz subió a su pieza a jugar con sus láminas de soldados. Sintió ruido en las calles y bocinas de vehículos, pero pronto le dio sueño, miró varias veces por la ventana y no supo qué pasaba. Al día siguiente su madre le dijo que no fuera a buscar a su padre a la estación y que se viniera directamente del colegio a casa, porque en las calles estaban pasando cosas y era mejor no andar por ahí. Franz así lo hizo, pero en el trayecto, mientras pedaleaba con Manfred a su lado, que tenía que esforzarse mucho para ir a la par con su amigo ya que su bicicleta era un moribundo ejemplar muy lejos de la estupenda Adler de Franz, vió escuadras de las SA en las esquinas con banderas y unos carteles. También vió el negocio de los Finger con los vidrios quebrados y se preguntó cómo podía pasar una cosa así, que se le quebraran todos los vidrios a un negocio al mismo tiempo, miró a Manfred , ¿qué pasaría? Le preguntó – Juden, respondió su amigo, son judíos , para que la gente no les compre.
Llegó a casa y su madre respiró aliviada. Al rato llegó su padre, serio y algo preocupado. Cenaron como siempre y cosa rara sus padres no escucharon el radio, sino conversaron en voz queda. Era día 10, Franz jamás lo olvidaría. Llegó la hora de acostarse, como siempre con todo el ceremonial de acostar a su hermano menor y tener que ir a darle el beso de buenas noches. Estuvo mirando por la ventana hacia la de Sofía y la pudo ver, no mucho, pero la vió, ella no, estaba haciendo algo en su estante y no miraba hacia fuera, Al rato corrió la cortina y quedó oculta a la mirada de su observador.
No había empezado a desvestirse cuando sintió gritos y ruidos en la casa de Sofía, miró por la ventana y vió las luces encendidas, y sombras que se movían de un lado a otro en las ventanas, alguien hablaba fuerte, como dando órdenes, sentía también a la mamá de su amiga que hablaba y lloraba, al papá no lo escuchaba pero lo vió salir al patio un momento, había un hombre con abrigo de cuero tras él y sombrero, entró de inmediato. Franz no sabía ni entendía nada, a Sofía no la veía ni escuchaba. Sintió que había alguien con él en la ventana, era su papá, se abrazó a su cintura y él puso su brazo sobre sus hombros, no le dijo nada. ¿Qué pasa papito? – Se van, respondió su padre - ¿a Suiza? Respondió el chico. Su padre lo miró a los ojos con cierta sorpresa--¿a Suiza? ¿porqué? - ella me dijo se iban a Suiza, ¿ella? ¿quién es ella? – mi amiga, Sofía, ella me contó. Su padre le acarició la cabeza y le dijo, sí, puede ser, puede ser eso, ¿y porqué grita y llora la señora? – no lo sé hijo, puede que se le haya perdido algo, averiguaré y te lo contaré, mañana, ¿sí?, no te preocupes por tu amiga, va a estar bien. Los ruidos ya habían cesado y se habían apagado las luces de la casa.
Franz corrió hacia la escalera que en su trayecto estaba iluminada por varias ventanitas desde las cuales podía ver la calle; cualquiera que saliera de la casa de los Kohn tenía que pasar por ahí. Vió unos hombres de las SA con garrotes en las manos mirando hacia todos lados, hablaban pero no se escuchaba y luego apareció un camión proveniente del interior de la calle, era grande, cubierto con una lona Franz alcanzó a ver que iban varias personas en su interior, unas señoras y hombres, pero no vió a los Kohn. Más atrás iba un automóvil negro y otro camión pequeño abierto al que subieron los de las S.A. y se fueron. Sintió la mano de su padre en su hombro y se dejó llevar por él a su dormitorio. Su papá lo acostó y se quedó sentado en la cama junto a él, no le dijo nada, sólo le acariciaba la cabeza, apagó la luz del velador y no se fué de la cama de su hijo hasta besarlo en la frente ya seguro que éste dormía profundamente.
Al día siguiente, Sábado, Franz lo primero que hizo fue mirar hacia la casa y patio vecino, no había ningún movimiento. La puerta de la cocina al patio estaba abierta, como siempre, pero no se escuchaba la radio que la dueña de casa no apagaba mientras estaba allí. Rápidamente se aseó en el baño, se puso su ropa “de jugar” y bajó a tomar desayuno. Su madre, cosa rara, le devolvió su beso abrazándolo y le acarició el rostro. Te hice un postre rico le dijo y volvió a besarlo. Así era, esa deliciosa crema que hacía la mamá y con mermelada encima. ¿Sales? Le dijo, sí mamá, voy a buscar a Manfred, daremos una vuelta por ahí. Ten cuidado, dijo ella, ya viste que hay líos en las calles, mejor vengan a jugar acá, yo saldré de compras con tu hermano, prefiero estés aquí con tu amigo, así cuidas la casa.
No pasó mucho rato antes que los dos amigos llegaran de vuelta, la madre de Franz había guardado algo de postre para Manfred que se lo zampó encantado, dándole las gracias. Ella ya estaba lista para salir lo que hizo con su hijo menor que saltaba de alegría.
Franz esperó que se fueran, ¿vamos a tu pieza? preguntó Manfred – no, respondió, quiero que me ayudes en algo, pero es secreto. Su amigo asintió, eso le gustaba de su amigo, nunca objetaba, era decidido y valiente, vamos, a pie, añadió Franz y salieron a la calle. Dieron la vuelta en su calle hacia el interior y llegaron a la casa de los Kohn. La puerta estaba cerrada y sobre ella y cubriendo el marco también había un papel grueso, sellando la puerta. Se acercaron a leerlo:
¡Atención! Esta propiedad y sus bienes están bajo la custodia del Estado hasta nuevo aviso. Se prohíbe el ingreso a ella a cualquier persona no autorizada por la Oficina de Propiedades del Estado de Hesse. Para consultas dirigirse a ella.
Había una firma y un sello abajo. Los chicos se miraron ¿Qué significaría eso?. – Vamos a casa dijo Franz y volvieron. Franz salió al patio y se subió sobre la caja que utilizaba para conversar con su vecina, Manfred lo siguió. No hay nadie, dijo Franz, entremos. ¿Y si viene alguien? Respondió su amigo, ponemos la silla esa y volvemos corriendo acá, no sabrán que estamos, vamos. Saltaron hacia el patio vecino y entraron muy callados a la casa.
Estaba desordenada, la cocina estaba limpia pero había platos en el fregadero, en la sala había algunas cosas tiradas en el piso, libros, algunos adornos, nada en el comedor, lentamente subieron a los dormitorios en el segundo piso, las camas deshechas, como si sus ocupantes se hubieran levantado muy rápido por algo urgente, ropa en el suelo, los armarios abiertos. Franz se dirigió a la habitación de Sofía, también estaba abierta la cama, la almohada en el suelo. Miró hacia el armario y vió ropa colgada, entre ella el vestido de las florcitas, se acercó y lo tocó suavemente, la tela le devolvió la suavidad de su textura. Sobre el velador había un librito, Franz lo tomó, no entendió las letras, eran muy raras, en la tapa había dibujado un candelabro con varios brazos. Se acercó a la ventana y a través de la cortina vió la ventana de su propia pieza metros más allá. Sintió a Franz tras él, vamos Franz, le dijo, puede venir alguien y será todo un lío. Salieron despacio y en puntillas, bajaron la escala en silencio y con rápidos movimientos salieron por la cocina al patio, a la pasada Franz colocó la silla vieja contra la pared, se subieron a ella y saltaron hacia su casa. La excursión había terminado. A ambos les saltaba el corazón por la excitación. ¿Porqué hicimos eso? preguntó Manfred – quería ver, quería saber, respondió. No se lo cuentes a nadie. No, dijo su amigo, es de nosotros y nadie más. Subieron a la pieza de Franz y se sentaron en la cama. ¿Quieres jugar? preguntó Manfred, - No, fue la respuesta miremos la revista de la HJ, léeme lo que dice, no quiero hacer nada más.
Pocos días más tarde hubo otro acontecimiento en casa de los Schmidt. Por la noche vino alguien. Luego de la cena, Albert le dijo que subiera a su habitación y no volviera a bajar porque vendría una persona a conversar con él. Subió con su madre y su hermano, lo acostaron y se fue a su pieza. Poco rato más tarde sintió que se abría la puerta y voces de su padre y otro hombre. No fueron a la sala , sino al comedor, cerraron la puerta y se sintió el ruido de vasos. Franz había alcanzado a atisbar por entre los barrotes de la escala al recién llegado y lo reconoció, era el mismo que había llegado en esa ocasión con su padre en el tren desde Frankfurt.
Se hacía ya tarde y se acostó, sintiendo aún el rumor de la charla en el piso bajo. Entre sueños y no sabiendo qué hora era sintió cuando el visitante se iba. Sintió mucha curiosidad.
La curiosidad de Franz se satisfizo pocos días después. Un Domingo ya cercana la Navidad salieron a pasear, fueron al lago cercano y en un momento su padre le habló. Nos vamos hijo, mientras lo miraba sonriente, nos vamos de acá. ¿a qué parte? – respondió, a ¿Frankfurt? (era una secreta ambición de Franz irse allí. No, respondió su padre ampliando la sonrisa, nos vamos de acá y de Alemania, mi hermano Horst, te he hablado de él, el que vive en Estados Unidos, en América, quiere me vaya a trabajar con él, tendremos nuestra propia empresa con él, y ganaremos mucho dinero. Franz lo escuchaba con la boca abierta. Nos iremos entre la Navidad y el Año Nuevo. No se lo cuentes a nadie. Nos iremos sin despedirnos, allá te contaré porqué. Alégrate, en los EE.UU. podrás hacer mucho más deporte que acá y conocerás un país grande y muy interesante, y le golpeó la rodilla con la mano. Su mamá parecía contenta también.
Franz estuvo como aturdido esos días ¡Estados Unidos! Podría conocer los cow boys y ver a los indios corriendo a caballo y tantas cosas, pero ¿y sus amigos? Le preguntó a su madre. – Ya tendrás otros allá le dijo, hay millones de niños de tu edad en los EE UU, fue su respuesta y podrás pasarlo mejor que acá. ¿Y la HJ? – Allá no hay, pero si quieres entrarás a los boy scouts, es casi lo mismo, salen a excursiones a los bosques y verás a los osos y esos lindos animales que hay allá.
Celebraron la Navidad como siempre. Cenaron y su padre le dijo, Franz, nos vamos ya, mañana vendrán a embalar todo lo que nos llevamos, vendí la casa, estaremos ocupados todos, tú tendrás que cuidar a tu hermano mientras mamá guarda todo, anda a despedirte de Manfred, sólo de él y dile que no lo cuente. ¿Le puedo regalar mi bicicleta? es Navidad, respondió el chico. Sí, le dijo su padre acariciándole el pelo, allá te compraré otra, los americanos hacen unas bicicletas que ni te imaginas.
Franz salió abrigado de su casa con su bicicleta tomada del manubrio hacia la casa de su amigo, tocó la puerta, una de sus hermanas le abrió , no lo saludó sólo gritó ¡Manfred es Franz! y volvió al interior. Salió a la puerta su amigo. ¿Dónde vas en bicicleta? está todo con nieve, preguntó. Es para ti , te la regalo, nos vamos, en los EE UU me comprarán otra. Extendió su mano, Manfred no entendía, pero alargó la suya, se las estrecharon, y metieron la bicicleta a la casa de su amigo, Franz lo miró y le dijo lo de siempre, nos vemos, le dio la espalda y volvió a su casa, lo más rápido que podía, no podía correr porque estaba el suelo cubierto de nieve y porque él estaba llorando.
Y así, todo fue como esas películas divertidas en cámara rápida, vinieron al día siguiente unos hombres en un camión, Franz recordó el que se había llevado a Sofía y sus padres, Todo se embaló en grandes cajas que decían HAMBURG- NEW YORK - SCHMIDT , Un señor muy simpático vino y se llevó las llaves del Olimpia y en su gran Mercedes subieron todos y los llevó a la estación FF CC. Subieron y partieron. Ya al anochecer llegaron a una ciudad, hacía mucho frío y en un taxi se fueron al puerto, era todo enorme y mucha gente, Franz no se despegaba de su madre y entre ambos cuidaban de su hermano. Había un galpón con unos pasillos con barandas a los lados, avanzaron lentamente, su papá pasó varios papeles y unos policías y otros hombres los revisaron con mucho cuidado y los miraban a su madre y su hermano. Al final uno de ellos sacó una cosa de una caja y golpeó los papeles varias veces. Es un timbre, le dijo su madre al oído. Alles gut, todo está bien. Más allá del galpón había una gran pared de metal con unas ventanitas redondas y una pasarela para subir. Por ahí se fueron y cuando subieron Franz por primera vez en su vida estaba en un transatlántico. No podía creerlo, así eran …¡tan grandes!
Un hombre de chaqueta blanca los guió por pasillos y escaleras y llegaron a un camarote que se dividía en dos, un dormitorio para los padres y otro con una cama sobre la otra para él y su hermano. Sería su casa mientras cruzaban el Atlántico. Franz se sacó algo de ropa pues hacía calor en el barco. Se moría de ganas de ir a recorrerlo, pero antes se tocó el bolsillo del lado del corazón para asegurarse que la cajita que le había regalado Sofía estaba allí. Sí allí estaba y ahí estaría por mucho, mucho tiempo.
Fin Capítulo I
Salu-2
Dedicada a mi hijo Sebastián que me acompaña en esta aventura del foro y a los amigos de "forosegundaguerra".
Mis agradecimientos, tardíos, porque ya no están, a un amigo de mi papá, Samuel Rappaport, que me contó de su vida en la Alemania nacionalsocialista cuando él era joven. A la señora Sara Reichsberg que hizo otro tanto y a don Hermann Scholtz veterano del Ejército Alemán, que amaba a Chile, su segunda patria, más que a nada en el mundo y a quien conocí en mi juventud y me entusiasmó en el estudio de la SGM.
CAPITULO I
DARMSTADT, 1938
fuente: imágenes de Google
Franz Balthasar Schmidt, alemán, nacido el 12 de febrero de 1926 en esta ciudad, padres Albert y Johanna, vive en Jahnsstrasse 109 - A, colegial, Nº inscripción Hitlerjugend 76566-26 (Dmrst) . Franz leyó varias veces la cartilla que lo acreditaba como miembro de las Juventudes de Hitler en su preparatoria, a los 14 años podría entrar de lleno a la organización, aún era un “Pimpfe” (muchacho) pero ya era uno de ellos, era “alguien”, se sentía orgulloso de ser miembro de la organización de chicos alemanes. En el colegio se habían inscrito todos sus amigos, él no podía quedarse atrás, además sabía que podría hacer todo el deporte que quisiera y marcharía e iría por allí con su uniforme para que lo vieran los otros chicos. Todo un Hitlerjunge. Luego vendrían el uniforme, le dieron una cartilla para retirarlo en un almacén y luego de la instrucción básica y su Unterbahnführer a cargo de su estandarte le entregaría su daga ¿Qué tal?
El 1º de Diciembre de 1936 el Gobierno del Reich había promulgado la Ley de la Juventud Hitleriana.
La Juventud se dividía en esos momentos en tres grandes pilares: El "Jungvolk", Juventud Hitleriana (HJ) y la Asociación Femenina Alemana (BDM). Los “Pfimpfe” comprenden, los muchachos de 10 a 14 años, la Juventud Hitleriana los de 14 a18 años de edad, y la Asociación Femenina, con una diferencia equivalente, comprende las muchachas de 10 a 14 y las jóvenes hasta los 21 años de edad. El movimiento se divide territorialmente en cinco regiones: Este, Norte, Sur, Centro y Oeste. Las regiones se subdividen en 4 a 5 comarcas; una comarca (100.000 jóvenes por término medio), se divide a su vez en 2 a 5 estandartes superiores, las cuales se componen de sub-estandartes, y estas a su vez de secciones. Las secciones, por último, se dividen en bandas y escuadras. La escuadra representa la unidad más pequeña de la Juventud (unos 15 afiliados).
Al frente de cada unidad se halla un jefe. La HJ cuenta con unos siete millones de asociados, siendo así la organización más grande del movimiento nacionalsocialista. Por esta razón, no es de extrañar que la HJ tenga necesidad de un gran número de jefes de ambos sexos. En las unidades inferiores existen todavía sin cubrir unas 290.000 plazas, y en las unidades medias unas 30.000.1.250 superiores carecen de jefes. Por la incorporación obligatoria al servicio militar o al servicio del Trabajo se produce todos los años un cambio sensible (un 20% aproximadamente) en el personal directivo de la Juventud.
La instrucción de este cuerpo de jefes se lleva a cabo en las escuelas regionales especiales, y en las tres escuelas nacionales creadas a este fin. Las muchachas se instruyen igualmente en escuelas provinciales propias, y en tres escuelas nacionales para jefes femeninos. La Juventud Hitleriana posee en total 79 institutos de esta clase, los que trabajan de acuerdo con un plan de enseñanza único, y están dirigidos por un cuerpo de maestros directamente inspeccionados por la dirección nacional de la Juventud, por mediación del Departamento de Educación e Instrucción Física. Las escuelas para jefes del Movimiento de la Juventud Nacionalsocialista están situadas casi sin excepción en comarcas de un paisaje extraordinariamente bello. La instalación de las mismas es homogénea en un principio. Son equipadas con el mismo excelente material de deporte, medios de enseñanza etc. Cada escuela dispone además de su correspondiente campo de deportes; la cultura física que se realiza sistemáticamente en las escuelas regionales para jefes, ha avanzado a un puesto preeminente en el plan de enseñanza. Las escuelas nacionales para jefes están orientadas con preferencia en el sentido de una educación teórica e ideológica. Los cursos en las escuelas duran generalmente tres semanas; sin embargo, a partir de un cierto grado, por ejemplo, del de jefe de bandera para arriba, sólo se nombra jefe al que haya pasado un curso preparatorio que consta de tres años, de los cuales es necesario haber cumplido los servicios prácticos durante dos años y durante un año la asistencia a distintas escuelas para jefes. Los miembros del cuerpo de jefes de la HJ deberán haber cumplido el servicio militar. Por medio de esta escala de selección se consigue la máxima garantía de la calidad tanto práctica como moral del jefe de la HJ.
Franz había llegado al primer escalón de esta enorme organización y estaba satisfecho. Bueno, pensó ya está listo esto, ahora tendré más que hacer pero lo pasaré mejor, iré a las excursiones, podré quedarme fuera de casa en los campamentos y mamá no podrá protestar. Era todo tan entretenido.
Vivía con sus padres en una casa de dos pisos, en un barrio no muy alejado del centro de la ciudad. Su padre trabajaba en Frankfurt, a pocos kilómetros al norte, los que hacía en el ferrocarril, a veces Franz lo iba a esperar a la estación y volvían juntos a casa, un grato paseo y poder hablar con su padre, ya que en casa su madre lo acaparaba para ella y su hermano menor, Joachim de 5 años quien era el centro de la atención, por lo que oportunidades de estar a solas con su padre eran muy pocas.
Albert Schmidt era químico en la IG Farben, trabajaba en el área de implementación tecnológica en el enorme edificio central de la empresa alemana que había fundado en 1925 Hermann Schmitz con el apoyo de Wall Street y que había llegado a ser la productora química más grande del mundo. Estaba en el extremo Oeste, sobre la colina Affenstein y había sido diseñado por el célebre arquitecto Hans Poelzig, de la escuela Bauhaus del judío Walter Gropius y que había diseñado también el Hochhaus Bahnhof de la Friedrichstraße, la Evangelische Kirche, el Türmhaus en Berlin, la Torre de Agua en Posen, la Casa de la Rundfunk en Berlin y muchos más.
Edificio de la IG Farben en Frankfurt
fuente:imágenes de Google
Algunas veces había llevado a su hijo mayor a conocer algo de las instalaciones y mostrarle algunos laboratorios, lo que había impresionado en gran medida a Franz. Tanta gente atareada en esos complicadísimos equipos, con tubos, cosas que salían de un globo de vidrio para entrar a otro, matraces, retortas, un sinfín de misteriosos artefactos con cosas más misteriosas en su interior, el chico los miraba fascinado a través del vidrio que separaba la galería de observación de los laboratorios mismos. Franz estaba orgulloso de su papá, era “importante”, mandaba gente y se notaba que lo respetaban. Ahora que estaba en la Hitlerjugend, aunque fuera en la preparatoria, también a él lo respetarían más. Su padre no se había manifestado especialmente contento cuando le pidió permiso para ingresar, sólo sonrió y le respondió brevemente con un “bueno, si tú quieres, es cosa tuya”, y no dijo nada más. Su madre había meneado la cabeza como desaprobando, pero con ella nunca se sabía, ya que todo lo desaprobaba. Su hermanito no entendía nada aún de esas cosas.
Los Schmidt vivían con relativa comodidad, nada faltaba en casa, y salvo los berrinches de su hermano menor, su hogar era muy tranquilo, la madre lo administraba con firme serenidad. Los días feriados salía a pasear la familia en el Opel Olympia que era el orgullo de los dos chicos. Sus padres no eran religiosos, con lo que se salvaba de tener que ir a la iglesia como otros chicos de su vecindario. Eran la típica familia burguesa alemana acomodada a los nuevos usos nacionalsocialistas. La foto del Führer en el salón y los diarios con todas las noticias de la Nueva Alemania. Su padre no pertenecía al Partido y rara vez lo había escuchado hablar de política con su madre. Franz religiosamente tendría que escuchar de ahora en adelante la emisión por radio de la “Hora de la Nación Joven” todos los miércoles a las 20:15 en punto.
El colegio no estaba mal, aprendía con facilidad y sacaba notas pasables, aunque sabía, como se lo recordaban siempre sus padres que podía tener un muy mejor rendimiento con un pequeño esfuerzo más. Pero el deporte era más importante, jugaba fútbol y era bueno, en gimnasia también, pero su ambición era aprender lucha, la que para los de su edad no estaba disponible en el colegio. Cuando cumpliera 14 años lo primero que haría sería ir a inscribirse con el mastodóntico maestro, Herr Lorentz, ex luchador profesional, a quien Franz admiraba a más no poder.
Un acontecimiento novedoso había ocurrido hacía un par de meses. Franz no acostumbraba a recorrer las calles de su barrio, iba directamente a la plaza donde estaban sus amigos y la pelota y los dos arcos, sabía bien quienes vivían en sus proximidades, pero no estaba al tanto de los detalles. Su madre sí lo estaba, y de todos, y por ella había sabido que a la casa colindante con la suya por la parte de atrás había llegado una nueva vecina, Sofía.
La chica era hija de los Kohn, tenía su edad o algo menos. Según su madre había estado con sus abuelos en Colonia durante un tiempo y ahora había regresado con sus padres, tenía un hermano mayor que estaba en la universidad en alguna parte.
Franz hizo a su madre algunas preguntas y por ella supo que eran especiales, los Kohn eran judíos.
Los Schmidt tenían amistad y simpatía con sus vecinos y con los Kohn habían intercambiado algunas amabilidades, aunque no se visitaban en sus casas. Cuando las cosas se hicieron difíciles para los judíos y sus vecinos tuvieron que portar la estrella amarilla en sus ropas, la madre de Franz no dejó de saludar a su vecina y el niño a veces las veía conversar por sobre la pared que dividía las dos propiedades por la parte trasera. Nadie podía verlas. También la vió alcanzarle algunos paquetes, cuando preguntó, la mirada de su madre acalló de inmediato su curiosidad, no era cosa de él.
Franz alcanzaba a ver desde su cuarto la ventana del de Sofía y a veces la divisaba en su habitación. No le llamaba mayormente la atención, las chicas eran seres extraños para él, siempre riéndose con cierto disimulo y mirando hacia los lados, no hacían mucho deporte y los del BDM de ellas era una soberana lata al lado de las Hitlerjugend.
Pero un día Franz venía de vuelta a su casa en su bicicleta y tuvo que frenar ya que una chica cruzaba su paso y ella era Sofía y cuando se dio cuenta miró al ciclista y lo reconoció y le dijo hola y lo miró y Franz vió sus ojos y sintió que todo alrededor desaparecía, sólo atinó a abrir la boca, no supo si dijo algo, pero sí supo que nunca había visto unos ojos así, oscuros y que lo veían tan intensamente, se sintió como cuando el maestro de Geografía lo miraba fijo al interrogarlo, pero Herr Kuntz jamás había tenido ni tendría esos ojos tan hermosos, con tantas pestañas, con tanto brillo, con tanto…tanto.
Algo se dijeron, en su confusión Franz sólo atinó a articular algunos monosílabos al responderle a la chica que sí era su vecino de atrás, que sí estaba en el colegio de más allá de la plaza y que sí era el dueño del gato hermoso que deambulaba por los techos del vecindario. Caminaron el corto trayecto hasta la casa de los Kohn, Franz se había bajado de su bicicleta y ella le dijo que se llamaba Sofía y que le gustaba el gato y con su bolsa de libros abrazada contra su pecho le dijo que allí vivía y que tenía que entrar a su casa y le sonrió. A Franz nunca le habían sonreído así, como acariciándolo, las chicas no sonreían así, pero ella sí, y esa chica era la más linda que él nunca había visto, estaba muy seguro.
Esa noche Franz miró hacia la ventana de Sofía hasta que la luz de ella se apagó, nada puso ver tras las cortinas que ocultaban los ojos y la sonrisa que tanto lo habían encantado esa tarde. Esta era una chica no como las otras, era especial, y era judía, no podía ser judía, ¿o si? Quizás había judíos que eran distintos a los otros, y éstos eran así. El padre de Sofía, Nathan, era muy simpático y siempre le había sonreído y regalado chocolates y no tenía la cara como las que salían en los carteles y en las revistas como caras de judíos. La mamá sí, algo.
Nathan Kohn trabajaba en la Nestlé, la empresa suiza de leche y chocolates que había fundado el inmigrante alemán Henri Nestlé en 1867 (Nestlé en su dialecto es “nido”, de ahí la imagen de la empresa). A pesar de su condición de judío, la agencia suiza en Alemania de la empresa le había conservado su trabajo en el área de publicidad y siendo internacional, poderosa e influyente en Alemania, la Gestapo no había podido intervenir para que el eficiente publicista dejara la empresa. Era un hombre empecinado que había surgido por su propio esfuerzo y como tantos otros judíos estaba convencido que lo del nacionalsocialismo sería sólo una fiebre pasajera y que pronto todo volvería a la normalidad.
Pero los hechos desmentían su porfiada renuencia a ver la realidad y ya la familia se sentía en peligro. Muchos judíos habían tenido que irse, otros estaban no se sabía dónde y la vida se les hacía más y más difícil. Para Sofía no hubo colegio y la hacían estudiar en casa.
En esos días, el jefe de Nathan, le pidió que conversaran con el Gerente, un suizo alemán que tenía especial afecto por el publicista. Los tres en su oficina hablaron con franqueza y Herr Schmalz le comunicó que su situación era muy precaria y que había ya hablado con la central en Zurich para que se trasladara a esa ciudad y que el Cónsul suizo en Berlín ya estaba interiorizado en su caso y se hacían los arreglos para que se fuera a Suiza con su familia, colocándose así a salvo de los alemanes y su política racial, de esta manera conservaba su empleo y Nestlé no perdía un colaborador de su talla.
Kohn no tuvo ya argumentos que oponer, su mujer estaba muy asustada y ahora con su hija nuevamente en casa, no, tenían razón, ya basta, debemos irnos, concluyó. Cuando Hitler se vaya volveremos, se dijo, satisfaciendo de esa forma su indomable porfía. Su hijo no corría mayor peligro ya que estudiaba en el Politécnico de París. Prudentemente había vendido su casa a un amigo alemán de su empresa y le pagaba un alquiler. Así también había sacado sus ahorros del banco y puesto su dinero a buen recaudo en manos amigas, una de las cuales era su vecino Albert Schmidt, quien se preocupaba de hacerle llegar dinero a través de su mujer que lo entregaba a su vecina pasándolo por encima de la muralla medianera.
Franz se empinaba sobre el metro y cuarenta y cinco cm. Era delgado, pero con todo el ejercicio que hacía ya se perfilaba su musculatura. Rubio y ojos azules era uno más entre los tantos niños alemanes que se aventuraban en el futuro que Adolfo Hitler estaba trazando para su país. Millones que se adentraban en un túnel cuyo boca de salida nadie podría imaginarse en esos días. Su mundo era luminoso y el entorno lo hacía estimulante y entretenido.
Su única inquietud era su amiga, había aprovechado el recurso de su madre y la veía por encima de la pared medianera. La espiaba y cuando la veía que se sentaba en el columpio instalado en el jardín se asomaba y la saludaba. Nunca dejaba de emocionarle la sonrisa de la niña. Se le ocurrían tantas cosas que decirle y cuando llegaba ahí, se le olvidaban y era ella la que decía. Hablaban de las cosas que veían, si a él le gustaba columpiarse, qué gimnasia hacía, qué dónde estaba el gato, y qué le daban de comer. Franz podía estar allí todo el tiempo del mundo, pero siempre, siempre aparecía la madre de la niña y, aunque lo miraba con simpatía, llamaba a Sofía para que algo hiciera en casa. Ella dejaba el columpio con una contorsión de su cuerpo, levantaba su mano moviendo sus dedos y le sonreía al despedirse.
El niño vivía intensamente esos momentos y pensaba en cómo poder estar más con ella y verla. Su observación de la ventana de Sofía no rendía frutos, ya que siempre estaban echadas las verdes cortinas. Con mucha suerte en pocas ocasiones alcanzó a divisarla cuando aseaba su pieza.
Ya con sus amigos, en el colegio y en la preparatoria de la HJ había escuchado lo de los judíos, no le daba mucha importancia, y no entendía bien porqué había que tenerlos lejos y no meterse con ellos. Franz pensó que el Führer quería a los niños, así se lo habían insistido y le habían mostrado muchas fotos de él con niños, sonriéndoles, haciéndoles cariño y con algunos en brazos. Si el Führer conociera a Sofía, se dijo, la querría igual, no le importaría que fuera judía, ella no es como todos, es mejor.
Un día, al salir de clases vió que alcanzaba a ir a la estación de FFCC. a encontrar a su padre. Era rápido en su bicicleta y cuando llegó faltaban 10 minutos para el arribo del tren. A Franz le encantaba el movimiento en la estación, algún día él tomaría trenes para ir donde quisiera.
Pronto apareció en la distancia el local procedente de Frankfurt. Franz sabía en qué vagón le gustaba viajar a su padre y se aproximó al sitio donde se detendría; no tardó en divisarlo a través de los cristales, venía con otro señor ya ambos de pìe en el pasillo esperando para bajar. Al hacerlo ambos reiniciaron su charla y en ese momento el hombre vió a su hijo, al hacerlo lo miró sólo un instante y disimuladamente bajó su mano con la palma hacia abajo. Franz entendió. Miró hacia otro lado y montó su bicicleta iniciando unos giros en el andén. Los dos mayores caminaron hacia la salida de la estación donde se despidieron, ambos con sus abrigos en el brazo, el otoño estaba avanzando y el calor retrocediendo.
Sólo al ver que el otro hombre abordaba un taxi en que se alejó, Franz pedaleó hasta su padre y se besaron. El chico sabía qué cosas preguntar y cuáles no. Si su papá no quería que su acompañante lo viera con su hijo era por algo y eso no le correspondía saber. Avanzaron hacia el paradero de los tranvías cerca del cual estaba el negocio donde algo le compraría su papá para comer, y así fue. Un dulce grande y rico, otro más pequeño lo guardó para su hijo menor y se sentaron en uno de los tantos bancos que rodean la estación.
Hablaron lo de siempre, del colegio, que había que tener buenas notas que algún día podría ir a la cercana Heidelberg a estudiar como lo había hecho el padre y que le encantaba recordar. Al terminar su dulce Franz le preguntó qué pasaba con los judíos, porqué no los querían. Su padre se sorprendió y giró hacia él en el asiento, hijo, empezó, cuando su papá empezaba algo con “hijo” es que era en serio. Es difícil explicártelo, pero piensa como debes pensar, como tú lo sientas, no como otros te digan que pienses, y no hables de eso con nadie, solo escucha. Los judíos son como nosotros en casi todo, pero tienen su religión y sus maneras de hacer algunas cosas. En eso son distintos, en nada más. Franz no se atrevió a hablarle de su amiga, pero quedó tranquilo, o sea Sofía era un poco distinta y nada más, y eso era bueno, claro que era muy bueno. Ya venía el tranvía y sería el juego de siempre, su padre lo abordaría y Franz zumbando en la bicicleta ganaría la carrera hasta la esquina donde se juntarían de nuevo para caminar un par de cuadras hasta la casa. Allí su papá salía de sus dominios y entraba a los de su madre y su hermano menor.
Esos días fueron tranquilos, un poco de lluvia, fútbol ahora se podía jugar más, ya que no hacía calor. Era Jueves, llegó del colegio a almorzar, en la tarde no iría porque algo hacían los maestros los jueves. Estuvo mirando los catálogos de instrucción llenos de figuras de la HJ y miró un momento hacia el patio vecino y allí estaba Sofía en el columpio, leyendo un librito. Franz le silbó y ella que ya conocía su silbido levantó la vista hacia él y luego su mano moviendo sus dedos, se había puesto ese vestido con florcitas, el que más le gustaba a Franz. ¿Vas a bajar?, preguntó ella, el asintió y corrió escaleras abajo. Su madre se limitó a menear la cabeza. Salió al patio y se encaramó en el cajón que le permitía ganar la altura suficiente para mirar por sobre la pared. Ella vió aparecer su cabeza y luego parte de su pecho y esta vez no se quedó en el columpio, sino que aproximó una silla vieja que estaba relegada en su patio y se encaramó sobre ella. Nunca habían estado tan cerca uno el otro. Franz sintió que temblaban las rodillas. Ella como siempre inició su parloteo de niña y el chico la escuchaba mirando como movía sus labios y como la lengua se asomaba y escondía según hablaba, a los ojos no la miraba mucho porque se ponía nervioso. En eso sintió la voz de su madre avisándole que salía de compras con Joachim y que no estuviera mucho rato allí charlando, porque la chica tendría que hacer sus cosas y no perder el tiempo con él. Se rieron y ahí se enteró que Sofía y sus padres se marcharían luego, no sabía bien cuándo ni a dónde, pero era por el trabajo de su papá. Franz no se detuvo en ello, estaba muy emocionado de estar así hablando con ella, apoyados ambos sobre la parte superior de la pared. Le contó que jugaría el sábado en la cancha de la escuela en la delantera de su equipo y le dijo que fuera a verlo. No puedo, dijo ella, es Sabath, él no tenía idea lo que era eso, pero se imaginó que era algo “distinto” de ellos y no dijo nada, otra vez entonces, dijo, sí, respondió ella otra vez, otro día, antes que nos vayamos. Pronto sonó la voz de la madre de ella llamándola desde la cocina, me voy dijo despidiéndose y le tocó la mano y bajó de la silla. Franz sintió en su mano como si la hubiera rozado una estrella y se quedó mirándola hasta que desapareció en la casa. Bajó de la caja y volvió a su pieza, a mirar por la ventana si aparecía ella, lo que no ocurrió. Se preguntaba si cuando le tocó la mano significaba algo y porqué lo había hecho, aún sentía el roce de la mano de la chica en la suya, estaba muy contento. Sólo en la noche, antes de dormirse ordenó su mente y se percató del anuncio que había recibido y su gravedad, se iban, quizás no la vería más. Saltó de su cama y miró por la ventana hacia la de ella. La luz estaba apagada, Sofía ya dormía. Se quedó allí un buen rato mirando algo le corría por las mejillas, se tocó, era agua y así se dió cuenta que estaba llorando.
La vida diaria de un niño son escenas que se suceden rápidamente, según el ritmo que el chico le imprime. Franz era algo inquieto pero sabía organizarse. Dependía en alguna medida de sus amigos que lo pasaban a buscar para ir a jugar o dar una vuelta en bicicleta. Manfred era el mejor de sus amigos y con él era con quien más charlaba. Su amigo tenía mayor libertad de movimientos al ser su familia mucho más numerosa, tenía un batallón de hermanos y hermanas y siempre estaban escasos de dinero. Él le había insistido en lo de la HJ y estaba feliz de compartirlo ahora juntos. En un momento Manfred apareció en su casa y corriendo subió a su pieza, traía unas banderolas con la swástica para poner como decoración en las calles y que él había juntado, le regaló tres a Franz. Hablaron de lo que harían en cuanto les dieran sus uniformes. Franz varias veces miró por la ventana a hacia la de la casa vecina lo hacía sin pensarlo, ¿qué miras tanto por la ventana? Le preguntó su amigo y fue también a mirar - el gato, respondió Franz, no lo he visto en todo el día y tiene que comer. No, Manfred era su compañero pero no lo llevaría tan dentro de su mundo secreto, eso era de él y de nadie más, ni siquiera papá. Franz le dijo que debían aprenderse los grados de la HJ porque iba a ser lo primero que les iban a preguntar cuando tuvieran la instrucción, sacó la cartilla, se echaron boca abajo en la cama de Franz y se pusieron a mirar y a repetir en voz alta para memorizar en voz alta la Rangabzeichnen de la organización a la que ambos pertenecían.
Fuente:colección personal
Se vieron varias veces más por sobre la muralla, no hablaron de que ella se iba, sino de qué harían en vacaciones, si irían a esquiar o algo así, ella le dijo que seguro porque iba a Suiza. El le respondió que su padre le había prometido ir al Tirol y que quizás esa sería la oportunidad.
A fines de Octubre la charla fue algo más larga, y ella le tocó la mano de nuevo, era Jueves y de pronto ella bajó de la silla y le dijo que esperara, entró corriendo a su casa, sintió cómo corría escalas arriba y que bajaba presurosa. Por si se me olvida le dijo, es un regalo que te tenía y le pasó una bolsita de género anudada con un cordón, todo en rojo. Para que te acuerdes de mí cuando me vaya le dijo ella, mírala después ahora no, se te puede caer. Franz se la echó al bolsillo con cuidado, tenía mucha curiosidad. Y se le ocurrió algo y le dijo, yo también te voy a dar un recuerdo y fue su turno de salir corriendo a su pieza, estaba muy nervioso, pero sabía qué podía darle, sacó la foto en que aparecía vestido de futbolista, cuando hacía poco habían ganado el partido contra el otro 5º años del colegio y salía con la copa de premio en la mano, bajó corriendo y subió a su sitial. Ella la miró y se sonrió y a él y le dijo tienes el lápiz en tu bolsillo de la camisa, escribe algo, Franz sacó su Kugelbleistift y le hizo una firma sobre la foto y puso “para Sofía”, como había visto en una foto de una revista a l centrodelantero del Bayer dedicándosela a una admiradora. Una vez más se sintió la voz de llamada de la madre de la chica. ¡Ya voy! gritó ella y lo miró y le dijo que ojalá se encontraran de nuevo y le sonrió. Franz estaba inmóvil, mirándola, el momento era muy intenso para él, él no había vivido cosas así nunca y no quería dejar de mirarla para que su rostro se le quedara grabado y le tomó la mano a Sofía como hacen los grandes cuando se despiden, ella lo miró y le dijo que era bueno con ella o algo así, Franz nunca pudo recordar sus palabras en ese momento, pero nunca pudo olvidar que ella se empinó en la silla para acercarse a él y lo besó. Fue un instante de magia que sólo se disolvió cuando ya ella cruzaba la puerta de la cocina al patio y Franz pudo reaccionar haciéndole un tardío gesto de despedida con su mano.
Esa noche abrió la bolsita, dentro de ella había una cajita de latón, parecida a las de vaselina, adentro había en la tapa pegada una foto de Sofía, sonriendo, con la misma sonrisa que le acariciaba y en la caja misma un pedazo de género como seda y con una leve costura unido a él un rizo del cabello de la niña. Sin duda era obra de ella. Franz lo contempló largo rato ya ahora pudo besarla en la foto y preguntándose cómo ella pudo hacer algo tan bonito con la cajita, la puso debajo de su almohada y se durmió pensando en ella.
Llegó Noviembre, una noche sus padres estuvieron pegados a la radio, algo había pasado en Francia, habían matado a no sé quien, Franz subió a su pieza a jugar con sus láminas de soldados. Sintió ruido en las calles y bocinas de vehículos, pero pronto le dio sueño, miró varias veces por la ventana y no supo qué pasaba. Al día siguiente su madre le dijo que no fuera a buscar a su padre a la estación y que se viniera directamente del colegio a casa, porque en las calles estaban pasando cosas y era mejor no andar por ahí. Franz así lo hizo, pero en el trayecto, mientras pedaleaba con Manfred a su lado, que tenía que esforzarse mucho para ir a la par con su amigo ya que su bicicleta era un moribundo ejemplar muy lejos de la estupenda Adler de Franz, vió escuadras de las SA en las esquinas con banderas y unos carteles. También vió el negocio de los Finger con los vidrios quebrados y se preguntó cómo podía pasar una cosa así, que se le quebraran todos los vidrios a un negocio al mismo tiempo, miró a Manfred , ¿qué pasaría? Le preguntó – Juden, respondió su amigo, son judíos , para que la gente no les compre.
Llegó a casa y su madre respiró aliviada. Al rato llegó su padre, serio y algo preocupado. Cenaron como siempre y cosa rara sus padres no escucharon el radio, sino conversaron en voz queda. Era día 10, Franz jamás lo olvidaría. Llegó la hora de acostarse, como siempre con todo el ceremonial de acostar a su hermano menor y tener que ir a darle el beso de buenas noches. Estuvo mirando por la ventana hacia la de Sofía y la pudo ver, no mucho, pero la vió, ella no, estaba haciendo algo en su estante y no miraba hacia fuera, Al rato corrió la cortina y quedó oculta a la mirada de su observador.
No había empezado a desvestirse cuando sintió gritos y ruidos en la casa de Sofía, miró por la ventana y vió las luces encendidas, y sombras que se movían de un lado a otro en las ventanas, alguien hablaba fuerte, como dando órdenes, sentía también a la mamá de su amiga que hablaba y lloraba, al papá no lo escuchaba pero lo vió salir al patio un momento, había un hombre con abrigo de cuero tras él y sombrero, entró de inmediato. Franz no sabía ni entendía nada, a Sofía no la veía ni escuchaba. Sintió que había alguien con él en la ventana, era su papá, se abrazó a su cintura y él puso su brazo sobre sus hombros, no le dijo nada. ¿Qué pasa papito? – Se van, respondió su padre - ¿a Suiza? Respondió el chico. Su padre lo miró a los ojos con cierta sorpresa--¿a Suiza? ¿porqué? - ella me dijo se iban a Suiza, ¿ella? ¿quién es ella? – mi amiga, Sofía, ella me contó. Su padre le acarició la cabeza y le dijo, sí, puede ser, puede ser eso, ¿y porqué grita y llora la señora? – no lo sé hijo, puede que se le haya perdido algo, averiguaré y te lo contaré, mañana, ¿sí?, no te preocupes por tu amiga, va a estar bien. Los ruidos ya habían cesado y se habían apagado las luces de la casa.
Franz corrió hacia la escalera que en su trayecto estaba iluminada por varias ventanitas desde las cuales podía ver la calle; cualquiera que saliera de la casa de los Kohn tenía que pasar por ahí. Vió unos hombres de las SA con garrotes en las manos mirando hacia todos lados, hablaban pero no se escuchaba y luego apareció un camión proveniente del interior de la calle, era grande, cubierto con una lona Franz alcanzó a ver que iban varias personas en su interior, unas señoras y hombres, pero no vió a los Kohn. Más atrás iba un automóvil negro y otro camión pequeño abierto al que subieron los de las S.A. y se fueron. Sintió la mano de su padre en su hombro y se dejó llevar por él a su dormitorio. Su papá lo acostó y se quedó sentado en la cama junto a él, no le dijo nada, sólo le acariciaba la cabeza, apagó la luz del velador y no se fué de la cama de su hijo hasta besarlo en la frente ya seguro que éste dormía profundamente.
Al día siguiente, Sábado, Franz lo primero que hizo fue mirar hacia la casa y patio vecino, no había ningún movimiento. La puerta de la cocina al patio estaba abierta, como siempre, pero no se escuchaba la radio que la dueña de casa no apagaba mientras estaba allí. Rápidamente se aseó en el baño, se puso su ropa “de jugar” y bajó a tomar desayuno. Su madre, cosa rara, le devolvió su beso abrazándolo y le acarició el rostro. Te hice un postre rico le dijo y volvió a besarlo. Así era, esa deliciosa crema que hacía la mamá y con mermelada encima. ¿Sales? Le dijo, sí mamá, voy a buscar a Manfred, daremos una vuelta por ahí. Ten cuidado, dijo ella, ya viste que hay líos en las calles, mejor vengan a jugar acá, yo saldré de compras con tu hermano, prefiero estés aquí con tu amigo, así cuidas la casa.
No pasó mucho rato antes que los dos amigos llegaran de vuelta, la madre de Franz había guardado algo de postre para Manfred que se lo zampó encantado, dándole las gracias. Ella ya estaba lista para salir lo que hizo con su hijo menor que saltaba de alegría.
Franz esperó que se fueran, ¿vamos a tu pieza? preguntó Manfred – no, respondió, quiero que me ayudes en algo, pero es secreto. Su amigo asintió, eso le gustaba de su amigo, nunca objetaba, era decidido y valiente, vamos, a pie, añadió Franz y salieron a la calle. Dieron la vuelta en su calle hacia el interior y llegaron a la casa de los Kohn. La puerta estaba cerrada y sobre ella y cubriendo el marco también había un papel grueso, sellando la puerta. Se acercaron a leerlo:
¡Atención! Esta propiedad y sus bienes están bajo la custodia del Estado hasta nuevo aviso. Se prohíbe el ingreso a ella a cualquier persona no autorizada por la Oficina de Propiedades del Estado de Hesse. Para consultas dirigirse a ella.
Había una firma y un sello abajo. Los chicos se miraron ¿Qué significaría eso?. – Vamos a casa dijo Franz y volvieron. Franz salió al patio y se subió sobre la caja que utilizaba para conversar con su vecina, Manfred lo siguió. No hay nadie, dijo Franz, entremos. ¿Y si viene alguien? Respondió su amigo, ponemos la silla esa y volvemos corriendo acá, no sabrán que estamos, vamos. Saltaron hacia el patio vecino y entraron muy callados a la casa.
Estaba desordenada, la cocina estaba limpia pero había platos en el fregadero, en la sala había algunas cosas tiradas en el piso, libros, algunos adornos, nada en el comedor, lentamente subieron a los dormitorios en el segundo piso, las camas deshechas, como si sus ocupantes se hubieran levantado muy rápido por algo urgente, ropa en el suelo, los armarios abiertos. Franz se dirigió a la habitación de Sofía, también estaba abierta la cama, la almohada en el suelo. Miró hacia el armario y vió ropa colgada, entre ella el vestido de las florcitas, se acercó y lo tocó suavemente, la tela le devolvió la suavidad de su textura. Sobre el velador había un librito, Franz lo tomó, no entendió las letras, eran muy raras, en la tapa había dibujado un candelabro con varios brazos. Se acercó a la ventana y a través de la cortina vió la ventana de su propia pieza metros más allá. Sintió a Franz tras él, vamos Franz, le dijo, puede venir alguien y será todo un lío. Salieron despacio y en puntillas, bajaron la escala en silencio y con rápidos movimientos salieron por la cocina al patio, a la pasada Franz colocó la silla vieja contra la pared, se subieron a ella y saltaron hacia su casa. La excursión había terminado. A ambos les saltaba el corazón por la excitación. ¿Porqué hicimos eso? preguntó Manfred – quería ver, quería saber, respondió. No se lo cuentes a nadie. No, dijo su amigo, es de nosotros y nadie más. Subieron a la pieza de Franz y se sentaron en la cama. ¿Quieres jugar? preguntó Manfred, - No, fue la respuesta miremos la revista de la HJ, léeme lo que dice, no quiero hacer nada más.
Pocos días más tarde hubo otro acontecimiento en casa de los Schmidt. Por la noche vino alguien. Luego de la cena, Albert le dijo que subiera a su habitación y no volviera a bajar porque vendría una persona a conversar con él. Subió con su madre y su hermano, lo acostaron y se fue a su pieza. Poco rato más tarde sintió que se abría la puerta y voces de su padre y otro hombre. No fueron a la sala , sino al comedor, cerraron la puerta y se sintió el ruido de vasos. Franz había alcanzado a atisbar por entre los barrotes de la escala al recién llegado y lo reconoció, era el mismo que había llegado en esa ocasión con su padre en el tren desde Frankfurt.
Se hacía ya tarde y se acostó, sintiendo aún el rumor de la charla en el piso bajo. Entre sueños y no sabiendo qué hora era sintió cuando el visitante se iba. Sintió mucha curiosidad.
La curiosidad de Franz se satisfizo pocos días después. Un Domingo ya cercana la Navidad salieron a pasear, fueron al lago cercano y en un momento su padre le habló. Nos vamos hijo, mientras lo miraba sonriente, nos vamos de acá. ¿a qué parte? – respondió, a ¿Frankfurt? (era una secreta ambición de Franz irse allí. No, respondió su padre ampliando la sonrisa, nos vamos de acá y de Alemania, mi hermano Horst, te he hablado de él, el que vive en Estados Unidos, en América, quiere me vaya a trabajar con él, tendremos nuestra propia empresa con él, y ganaremos mucho dinero. Franz lo escuchaba con la boca abierta. Nos iremos entre la Navidad y el Año Nuevo. No se lo cuentes a nadie. Nos iremos sin despedirnos, allá te contaré porqué. Alégrate, en los EE.UU. podrás hacer mucho más deporte que acá y conocerás un país grande y muy interesante, y le golpeó la rodilla con la mano. Su mamá parecía contenta también.
Franz estuvo como aturdido esos días ¡Estados Unidos! Podría conocer los cow boys y ver a los indios corriendo a caballo y tantas cosas, pero ¿y sus amigos? Le preguntó a su madre. – Ya tendrás otros allá le dijo, hay millones de niños de tu edad en los EE UU, fue su respuesta y podrás pasarlo mejor que acá. ¿Y la HJ? – Allá no hay, pero si quieres entrarás a los boy scouts, es casi lo mismo, salen a excursiones a los bosques y verás a los osos y esos lindos animales que hay allá.
Celebraron la Navidad como siempre. Cenaron y su padre le dijo, Franz, nos vamos ya, mañana vendrán a embalar todo lo que nos llevamos, vendí la casa, estaremos ocupados todos, tú tendrás que cuidar a tu hermano mientras mamá guarda todo, anda a despedirte de Manfred, sólo de él y dile que no lo cuente. ¿Le puedo regalar mi bicicleta? es Navidad, respondió el chico. Sí, le dijo su padre acariciándole el pelo, allá te compraré otra, los americanos hacen unas bicicletas que ni te imaginas.
Franz salió abrigado de su casa con su bicicleta tomada del manubrio hacia la casa de su amigo, tocó la puerta, una de sus hermanas le abrió , no lo saludó sólo gritó ¡Manfred es Franz! y volvió al interior. Salió a la puerta su amigo. ¿Dónde vas en bicicleta? está todo con nieve, preguntó. Es para ti , te la regalo, nos vamos, en los EE UU me comprarán otra. Extendió su mano, Manfred no entendía, pero alargó la suya, se las estrecharon, y metieron la bicicleta a la casa de su amigo, Franz lo miró y le dijo lo de siempre, nos vemos, le dio la espalda y volvió a su casa, lo más rápido que podía, no podía correr porque estaba el suelo cubierto de nieve y porque él estaba llorando.
Y así, todo fue como esas películas divertidas en cámara rápida, vinieron al día siguiente unos hombres en un camión, Franz recordó el que se había llevado a Sofía y sus padres, Todo se embaló en grandes cajas que decían HAMBURG- NEW YORK - SCHMIDT , Un señor muy simpático vino y se llevó las llaves del Olimpia y en su gran Mercedes subieron todos y los llevó a la estación FF CC. Subieron y partieron. Ya al anochecer llegaron a una ciudad, hacía mucho frío y en un taxi se fueron al puerto, era todo enorme y mucha gente, Franz no se despegaba de su madre y entre ambos cuidaban de su hermano. Había un galpón con unos pasillos con barandas a los lados, avanzaron lentamente, su papá pasó varios papeles y unos policías y otros hombres los revisaron con mucho cuidado y los miraban a su madre y su hermano. Al final uno de ellos sacó una cosa de una caja y golpeó los papeles varias veces. Es un timbre, le dijo su madre al oído. Alles gut, todo está bien. Más allá del galpón había una gran pared de metal con unas ventanitas redondas y una pasarela para subir. Por ahí se fueron y cuando subieron Franz por primera vez en su vida estaba en un transatlántico. No podía creerlo, así eran …¡tan grandes!
Un hombre de chaqueta blanca los guió por pasillos y escaleras y llegaron a un camarote que se dividía en dos, un dormitorio para los padres y otro con una cama sobre la otra para él y su hermano. Sería su casa mientras cruzaban el Atlántico. Franz se sacó algo de ropa pues hacía calor en el barco. Se moría de ganas de ir a recorrerlo, pero antes se tocó el bolsillo del lado del corazón para asegurarse que la cajita que le había regalado Sofía estaba allí. Sí allí estaba y ahí estaría por mucho, mucho tiempo.
Fin Capítulo I
Salu-2
Última edición por roul wallenberg el Sab Feb 16, 2008 6:06 pm, editado 1 vez en total.
- roul wallenberg
- Usuario
- Mensajes: 20
- Registrado: Mar Ene 08, 2008 5:31 pm
- Ubicación: Chile
Capítulo II
East Baytown, Texas
fuente: imágenes google, (maps)
fuente: imágenes google (maps)
fuente:imágenes google, (maps)
fuente: imágenes google (maps)
En dos años Alemania estará fabricando bastante petróleo y gasolina de carbón suave para una larga guerra. Standard Oil de Nueva York está proveyendo millones de dólares para ayudarla. (Informe del agregado comercial, Embajada americana en Berlín, Alemania, enero 1933, para el Departamento de Estado en Washington, DC)
El grupo de compañías Standard Oil del que la familia Rockefeller controlaba un cuarto del capital, fué de ayuda crítica a la Alemania nazi para prepararse para la Segunda Guerra Mundial. Esta ayuda en preparación militar ocurrió porque los suministros relativamente insignificantes de Alemania de petróleo crudo eran bastante insuficientes para la guerra mecanizada moderna; en 1934 por ejemplo, casi 85 por ciento de los productos de petróleo alemán terminaron siendo importados. La solución adoptada por Alemania nazi era fabricar gasolina sintética de sus abundantes suministros de carbón doméstico. Fueron los procesos de hidrogenación para producir gasolina sintética y propiedades de iso-octano en gasolina que le permitieron a Alemania ir a la guerra en 1940 - y este proceso de hidrogenación desarrollado y financiado por los laboratorios de Standard Oil en los Estados Unidos en sociedad con IG Farben.
Ya en abril de 1929 Walter C. Teagle, presidente de Standard Oil de New Jersey, se hizo director del American IG Farben recientemente organizado. No porque Teagle estaba interesado en la industria química sino porque;
“en algunos pasados años disfrutó una muy cercana relación con ciertas ramas de trabajo de investigación del IG Farben Industrie que lleva estrechamente a la industria de petróleo.” (New York Times, Noviembre 24, 1929)
Fue anunciado por Teagle que el trabajo de investigación conjunta en la producción de petróleo de carbón se había continuado durante algún tiempo y que sería establecido un laboratorio de investigación para este trabajo en Estados Unidos. En noviembre 1929 esta compañía de investigación cuya propiedad compartían Standard y Farben se estableció bajo la gerencia de Standard Oil Company of New Jersey, y toda la investigación y patentes relacionadas a la producción de petróleo de carbón era de ambas, IG y Standard, en conjunto. Previamente, durante el periodo 1926-1929, las dos compañías habían cooperado en el desarrollo del proceso de hidrogenación, y se habían instalado plantas experimentales en EEUU y Alemania. Se habían propuesto ahora construir nuevas plantas en el EEUU en Bayway, New Jersey y Baytown, Texas, además de la expansión de la planta experimental más temprana en Baton Rouge. Standard anunció:
"... la importancia del nuevo contrato como aplicado a esta disposición del país en el hecho que hizo cierto que los procesos de hidrogenación se desarrollaría comercialmente en este país bajo la guía de los intereses americanos del petróleo”(ibid)
En diciembre de 1929 fue organizada la nueva compañía - Standard IG Company. F.A. Howard fue nombrado presidente, y sus directores alemanes y americanos se anunciaron como sigue: E.M. Clark, Walter Duisberg, Peter Hurll, R.A. Reidemann, H.G. Seidel, Otto von Schenck y Guy Wellman.
La mayoría de las acciones en la compañía de investigación eran de Standard Oil. El trabajo técnico, el trabajo de desarrollo de proceso, y la construcción de las plantas procesadoras de carbón-petróleo en los Estados Unidos se pusieron en manos de Standard Oil Development Company, la subsidiaria técnica de Standard Oil. Se deduce claramente de informes de la época que el trabajo de desarrollo del petróleo a partir de carbón fue emprendido por Standard Oil de New Jersey dentro de los Estados Unidos, en plantas de Standard Oil, con mayoría financiera y controladas por Standard. Los resultados de esta investigación se pusieron a disposición de IG Farben empresa para la cual fue la base para el desarrollo del programa de petróleo a partir de carbón de Hitler y que hizo posible la Segunda Guerra Mundial.
No había ningún hermano de Albert Schmidt en los EE.UU. (tampoco él sabía si tenía algún hermano). Dentro del enorme imperio germano-americano de la industria petro quimica se habían abierto gigantescas posibilidades y era imprescindible estrechar las comunicaciones entre los conglomerados industriales de los dos países. Standard Oil necesitaba saber de primera mano las capacidades tecnológicas alemanas para establecer sus parámetros de intercambio y por su parte IG Farben necesitaba tener gente propia en los EE.UU. que le informaran de los requerimientos y adaptaciones en su tecnología para hacer más fluído el traspaso energético desde los desbordantes pozos de EE.UU. a las plantas alemanas. Albert Schmidt y otros pocos eran los indicados para asumir esa tarea y fue por ello que fue movido como un alfil de ajedrez a través del Atlántico, junto a su familia hacia los EE.UU.
Fue destinado a la atractiva comunidad de East Baytown, en Texas, en el Golfo de México, muy cercana al puerto de Galveston y a sólo 50 Km. de Pasadena. La pequeña ciudad se había originado en 1920 por el establecimiento de una planta petrolera y en 1948 se uniría con sus vecinas Goose Creek y Pelly para conformar la definitiva Baytown City.
La familia fue recibida por un pequeño equipo de la Compañía que se preocupo de solucionar los problemas a medida que fueron apareciendo. Se les asignó una casa en el distrito de Cedar Bayou, con un vecindario tranquilo y amigable, una encantadora americana, Mrs. Higgins de unos 50 años se dedicó dos horas diarias a instruir a la familia en el idioma inglés y transmitirles todos los detalles de la forma de vida en los EE.UU. y en Texas especialmente y empezó el lento pero continuado proceso de adaptación de los Schmidt a su nueva “homeland”.
fuente: imágenes google
La casa era muy agradable, con una gran patio trasero con una pileta para bañarse que encandiló a los hijos de la familia, era casi el doble de grande que la que habían dejado en Darmstadt. Muy pronto apareció Albert con un elegante Chrysler casi nuevo que produjo un arrebato en los chicos, el padre les aclaró que no era de él, sino de la Compañía, pero que estaba a su disposición y que podrían salir a pasear en él cuando quisieran. Ya no iría en ferrocarril a su trabajo, para eso era el automóvil.
Hubo conversaciones largas y difíciles para encauzar la nueva vida de los Schmidt. La primera situación fue que ya no serían Schmidt, se les dieron papeles como “Smith” y Franz pasó a ser entonces Frank Smith . Se les envió a la madre por su parte y a los chicos por la suya a reunirse con otros inmigrantes de Europa que habían llegado a los dominios de la Standard Oil. Había dos familias húngaras, otras dos de Checoslovaquia, una rusa proveniente de Francia, y tres alemanas, de las cuales dos era judío-alemanas, una polaca y otras dos rumanas, ambas de Ploesty, la ciudad petrolera. Todos los jefes de familia eran ingenieros químicos o petroleros especialistas. Eran una comunidad petrolera, vivían en el mismo barrio y empezaron a apoyarse mutuamente, monitoreados por tres parejas norteamericanas las que estaban pendientes de ellos a toda hora.
La mujer de Albert le preguntó el porqué de los cambios de nombre, él respondió que era la mejor forma de americanizarse y pasar cómodamente desapercibidos en el futuro. Sus vidas serían allí, ya no volverían a Europa, como lo habían hecho centenares de miles de inmigrantes con anterioridad. No creyó necesario mencionarle que todo el programa estaba bajo el ojo atento de alguien muy interesado en los proyectos de Standard Oil, la Secretaría de Guerra de los Estados Unidos, y que el FBI se encargaría de su protección, si hacía falta.
De esa forma, sin mayores dificultades empezaron su adaptación a un mundo tan distinto pero también tan lleno de atractivos que se les ofrecía. La casa no daba tanto trabajo a la madre, ya que había algunos artefactos eléctricos que le aliviaban la tarea, las compras eran facilísimas, ya que se hacían los encargos por teléfono y una camioneta pasaba a dejar la mercadería. En un comienzo los hacía Mrs Higgins, pero pronto ya exigió que la “Joanna” los leyera trabajosamente de la lista.
Para los chicos no habría colegio hasta el semestre siguiente, pero irían a uno muy exclusivo para ellos, con los otros hijos de las familias recién llegadas e igualando la cantidad de ellos, chicos y chicas americanos, cuidadosamente elegidos. De esta forma Frank tenía tiempo de sobra para compartir con ocho niños más o menos de su edad. Sólo podían hablar en inglés, pero, claro, a escondidas hablaba en alemán con los alemanes, los dos checos y uno de los húngaros. En lo que coincidieron de inmediato y no necesitaban traducción fue en jugar fútbol. Fue lo primero de todo que hicieron juntos y ante el asombro y no bien disimulada molestia de Frank, sus capacidades eran ampliamente superadas por los dos húngaros y un polaco, y tuvo que soportar la humillación de pasar a integrar la defensa. Su consuelo vino en forma de una bicicleta formidable, aparejada con una más pequeña para su hermano y la tarea insufrible de enseñarle los secretos del ciclismo. Su primer regalo había sido un par de blue jeans, su padre le entregó el paquete pronunciando germánicamente la frase “welcome to the USA”.
Joacham, ex Joachim se transformó en el integrante de la familia más insoportable, pero quizás el más útil en esos momentos. Sorprendió a la señora Higgins con su capacidad de aprendizaje del inglés y más aún de hacerlo sin acento. Se dedicaba a perseguir a su madre y hermano obligándolos a repetir las palabras más difíciles y les gritaba “noooo, noooo, no es así, mal mal, de nuevo” exasperándolos con su insistencia. Frank prefería entrar a hurtadillas a su casa para evitar el acoso de su hermano menor. Su padre estaba a salvo, el pequeño sabía que a papá no se le podía importunar, Albert jamás golpeaba a sus hijos, pero tenía una fértil imaginación para inventar apabullantes castigos, por lo que mejor era dejarlo en paz. La madre era su víctima predilecta, pero Joanna en fin de cuentas tenía un maestro de primera categoría a su lado y más le valía soportarlo y así su pronunciación empezó a mejorar paulatinamente.
La vida de Albert no era fácil, sabía algo de inglés, podía leerlo en su aspecto básico, pero en los aspectos técnicos estaba muy fuera de forma. Lo había estudiado años antes, pero por la falta de práctica lo había olvidado. En el trabajo había un intérprete americano y que además conocía el áspero lenguaje de la química, de excelente voluntad y dedicación el que le fue pavimentando el arduo camino del aprendizaje mientras comenzaba a trabajar. Las mayor parte del tiempo se dedicaba a responder cuestionarios acerca de procedimientos de IG Farben. Diariamente tenía entrevistas con especialistas americanos, a veces solo y otras con uno o mas del grupo de recién llegados. El trato era correcto y desprovisto de protocolo, pronto ya era “Alb” y luego de unas cuantas excursiones a probar la cerveza americana a un atractivo bar cercano a las oficinas de la Standard la comunicación se hizo más fácil. Además le agradaba la forma de trabajar de los americanos, siempre buscando la forma de facilitar los procedimientos y no complicarse la vida innecesariamente.
Se sorprendió la amplitud de movimientos que su cargo le permitía. En una oportunidad se le entregó un formulario de necesidades, desde artículos de oficina hasta libros y algunos instrumentos. La elaboró con el traductor haciéndola lo más razonablemente económica. Al día siguiente lo llamó el que hacía cabeza del equipo, no le agradaba le dijeran “jefe” quien le preguntó muy extrañado porqué necesitaba tan poco y al aclararse el asunto, entre ambos rediseñaron la lista la que alcanzó dimensiones impresionantes. Albert se dio cuenta que el dinero sobraba y que estaba ahí para ser gastado en la cantidad que fuera necesaria para cumplir con las necesidades del proyecto.
Por cortesía no se hablaba de trabajo en la hora de almuerzo, lo que hacía de esa hora una buena oportunidad de compartir con sus nuevos colegas y tuvo que limitar su ávido y gratuito consumo en el restaurante autoservicio, cuando comprobó alarmado que los pantalones se resistían a cerrarse sobre su abdomen y que el cinturón tuvo que ceder dos agujeros.
Ya pronto las barreras iniciales fueron cayendo, todos sabían y muy bien de lo que hablaban y se percataron que el intercambio de experiencias y conocimientos les iba a todos en un excelente provecho. Su escritorio estaba próximo al de un rumano con quien le empezó a agradar trabajar y compartir juntos y comprobó el alto nivel de conocimientos que tenía su colega. Albert estaba optimista, la vida sería más fácil de lo que había pensado inicialmente, además que calculando una noche en casa tras llenar un par de hojas se dio cuenta que sus ingresos eran bastante más del doble que en Alemania.
Farben era Hitler y Hitler era Farben. (Senador Homer T. Bone al Comité del Senado en Asuntos Militares, 4 de junio de 1943.)
En la víspera de Segunda Guerra Mundial el complejo químico alemán de IG Farben era la más grande empresa industrial química en el mundo, con poder extraordinario en lo político y económico e influencia dentro del Estado hitleriano . IG Farben era "un estado dentro del Estado nazi."
El cartel de Farben se fundó en 1925, cuando organizado por el genio Hermann Schmitz (con ayuda financiera de Wall Street) creó la super-gigante empresa química surgida de las seis gigantes compañías químicas alemanas: Badische Anilin, Bayer, Agfa, Hoechst, Weiler-ter-Meer, y Griesheim-Elektron.
Estas compañías fueron unidas para volverse Internationale Gesellschaft Farbenindustrie A.G. o IG Farben para abreviar. Veinte años después el mismo Hermann Schmitz sería llevado a juicio en Nuremberg por crímenes de guerra cometidos por el Cartel IG. Otros directores de IG Farben también comparecieron pero los asociados y directores de IG Farben del propio IG fueron olvidados calladamente; la verdad se enterró en los archivos. Las conexiones americanas en Wall Street eran muy estrechas, misteriosas e infinitamente poderosas.
Sin el capital proporcionado por Wall Street, en primer lugar no habría habido ningún IG Farben y casi ciertamente ningún Adolf Hitler ni Segunda Guerra Mundial.
Los banqueros alemanes en el Farben Aufsichsrat (la Mesa de supervisión de los Directores) en los finales de los años 20 incluían el banquero de Hamburgo Max Warburg, cuyo hermano Paul Warburg era un fundador del sistema de la Reserva Federal en los Estados Unidos y que también estaba en el directorio americano de IG Farben.
Además de Max Warburg y Hermann Schmitz, la mano guía en la creación del imperio Farben, el inicialmente “ Farben Vorstand”incluía a Carl Bosch, Fritz ter Meer, Kurt Oppenheim y George von Schnitzler. Todos, exceptuando a Max Warburg fueron acusados como "criminales de guerra" después de la Segunda Guerra Mundial. En 1928 las tenencias americanas de I. G. Farben (es decir, Bayer Company, General Aniline Works, Agfa Ansco y Winthrop Chemical Company) estaban organizados en una compañía holding suiza, IG Chemic Internationale Gesellschaft fur Chemisehe Unternehmungen A. G., controlada por IG Farben en Alemania. En el año siguiente estas empresas americanas se unieron para convertirse en la americana IG Chemical Corporation, después renombrada General Aniline & Film.
Hermann Schmitz, el organizador de IG Farben en 1925, se volvió un prominente nazi y partidario temprano de Hitler, así como presidente de la suiza IG Chemic y presidente del complejo American IG Farben ambos en Alemania y los Estados Unidos, las que tomaron parte activa en el desarrollo, formación y funcionamiento de la máquina del estado nazi, la Wehrmacht y las S.S.
IG. Farben es de interés peculiar en la formación del estado nazi porque los directores de Farben ayudaron materialmente a Hitler y los nazis para alcanzar el poder en 1933. Hay evidencia incluso fotográfica que IG Farben contribuyó con 400,000 RM a los fondos políticos de Hitler. Fue este fondo secreto fué el que financió la toma del control nazi en Enero de 1933.
Muchos años antes Farben había obtenido los fondos de Wall Street para la cartelización 1925 y expansión en Alemania y US$ 30 millones para American IG Farben en 1929, y tenía directores en la Mesa de Wall Street. Hay que tener en cuanta que estos fondos fueron establecidos y los directores nombrados años antes que Hitler fuera dictador de Alemania.
Los observadores calificados han establecido que Alemania no podría haber ido a la guerra en 1939 sin IG Farben. Entre 1927 y el principio de la Segunda Guerra Mundial, IG Farben se duplicó en tamaño, se hizo posible una expansión en gran escala a través de la ayuda técnica americana y por emisiones de bonos americanos, como uno por US $30 millones ofrecidos por National City Bank. Para 1939 IG adquirió una participación e influencia directiva en unas otras 380 empresas alemanas y más de 500 empresas extranjeras.
El imperio Farben poseyó sus propias minas de carbón, su propia planta de energía eléctrica, hierro y unidades de acero, bancos, unidades de investigación, y numerosas empresas comerciales. Había más de 2.000 contratos de cartel entre IG y las empresas extranjeras - incluso Standard Oil de New Jersey, DuPont, Alcoa, Dow Chemical, y otros en los Estados Unidos, La historia completa de IG Farben y sus actividades mundiales antes del Segunda Guerra Mundial nunca pudieron conocerse, ya que se destruyeron archivos alemanes clave en 1945 en anticipo de la victoria aliada. Sin embargo, una investigación de posguerra por el Departamento de Guerra de EEUU concluyó que:
"Sin los inmensos medios productivos de IG, su intensa investigación, y las inmensas afiliaciones internacionales, habría sido inconcebible e imposible la prosecución de Alemania en la guerra; Farben no sólo dirigió sus energías hacia armar a Alemania, sino se concentró en debilitar a las posibles competidores, y este esfuerzo de doble resonancia para extender el potencial industrial alemán para la guerra y restringir el del resto del mundo se concibió y se ejecutó en el curso normal de los negocios de la Empresa. La prueba es evidente que los funcionarios de IG. Farben tenían conocimiento anterior y pleno del plan de Alemania para la conquista mundial y de cada acto agresivo específico después haber sido llevado a cabo... "
Los directores de empresas de Farben (es decir, "funcionarios de IG Farben" como se refirió en la investigación) no sólo incluyó alemanes sino también prominentes financieros americanos. Este informe de 1945 del Departamento de Guerra de EEUU concluyó que
".....la asignación de IG por Hitler en el periodo de pre-guerra era para hacer a Alemania autosuficiente en caucho, gasolina, aceites lubrificantes, magnesio, fibras, agentes curtientes, grasas, y explosivos.
Para cumplir esta asignación crítica, fueron gastadas inmensas sumas por IG en los procesos para extraer éstos materiales de guerra de materias primas alemanes indígenas - en particular los recursos del abundante carbón alemán. Donde estos procesos no pudieran desarrollarse en Alemania, ellos eran adquiridos del extranjero bajo los arreglos del cartel. Por ejemplo, el proceso para iso-octano, esencial para combustibles de aviación, se obtuvo de los Estados Unidos,... de hecho completamente [de] los americanos y ha sido conocido en detalle por nosotros en sus fases separadas a través de nuestros acuerdos con ellos (Standard Oil de New Jersey) y ha sido usado muy extensamente por nosotros".
El proceso para la manufactura de tetra-etilo industrial, esencial para gasolina de la aviación, fue obtenido por IG Farben de los Estados Unidos, y en 1939 se vendió a IG US$20 millones de gasolina de aviación de alta-calidad por Standard Oil de New Jersey. Incluso antes que Alemania fabricara tetra-etilo de plomo por el proceso americano, fue capaz de "prestar" 500 toneladas de la Ethyl Corporation. Este préstamo vital de tetra-etil plomo no fue reembolsado e IG destinó US $1 millones por concepto de seguros para tal efecto.
Además, IG compró grandes cantidades de magnesio de Dow Chemical para bombas incendiarias y acumuló explosivos, estabilizadores, fósforos, y cianuros del mundo externo.
En 1939, fuera de 43 productos mayores fabricados por IG, 28 eran de "preocupación primaria" para las fuerzas armadas alemanas. El rol de Farben en la economía de guerra alemana, comenzado ya en los años veinte con ayuda de Wall Street, puede ser mejor evaluado examinando el porcentaje del rendimiento de guerra alemán del material producido por plantas de Farben en 1943. Farben en ese momento produjo 100 por ciento de del caucho sintético alemán, 95 por ciento de gas venenoso alemán (incluyendo todo el gas Zyklon B usado en los campos de concentración), 90 por ciento de plásticos alemanes, 88 por ciento de magnesio alemán, 84 por ciento de explosivos alemanes, 70 por ciento de pólvora alemana, 46 por ciento de gasolina de alto octanaje para la aviación y 33 por ciento de gasolina alemana sintética.
Las familias de inmigrantes calificados ya llevaban algo más de un año en East Baytown, se estaban integrando a la sociedad norteamericana cada vez más rápido y sus pasados europeos empezaban a diluírse en el olvido. Había preocupaciones por las relaciones familiares que habían quedado en Europa y buena parte del tiempo libre se dedicaban a escribir cartas y más cartas. Frank aprendió de su madre a escribir una carta y a veces les escribía a sus abuelos maternos que vivían en Munich. Le escribió varias veces a Manfred, pero las respuestas de su amigo eran esporádicas y muy breves. Cuando ya ambos tenían 13 años, éste le comunicó que al año siguiente entraría la Academia Militar para convertirse en oficial del Ejército Alemán.
Frank ya cultivaba sus amistades, no tenía un amigo predilecto y confidente como lo había sido Manfred, sino que los parcelaba en sus actividades, Arón, judío alemán era su “socio” en los estudios, con él progresó en matemáticas , las que empezaron a fascinarle, a veces tenía largas charlas con su padre en las cuales lo atiborraba con preguntas cuya complejidad empezó a llamarle gratamente la atención a Albert, quien para esquivar un poco las arduas sesiones con su hijo luego de la dura jornada de trabajo, optó por gastarse unos buenos dólares y comprarle a plazos la mejor enciclopedia matemática que encontró en los catálogos de venta por correo.
Jimmy era su amigo americano, estaba en su clase y fue con él que empezó a ir a un gimnasio y emprender la práctica de la lucha que ambicionaba desde tanto tiempo. Jimmy tenía una colchoneta en su casa y empezaron con gran entusiasmo a aporrearse mutuamente. Había crecido varios centímetros y sus músculos se estaban endureciendo rápidamente. Jimmy era americano y texano 100% puro y asumió con agrado la tarea de mimetizar a su amigo europeo. Con él Frank empezó a tener algún conocimiento acerca de las chicas norteamericanas, algunas de las cuales le parecieron bastante “simpáticas”.
A veces se acordaba de Sofía, especialmente por las noches. Ya no tenía una ventana que mirar para hacerlo, sino que abría la cajita de latón y la ponía sobre su velador. La niña le parecía cada vez menor, ya que él crecía pero siempre sentía una dulce sensación al pensar en ella. Siempre se preguntaba dónde estaría y qué estaba haciendo. Se la imaginaba esquiando en las montañas suizas o columpiándose en un parque muy hermoso. A nadie le contó de ella.
Con varios más de la pandilla hacían excursiones en bicicleta a Baytown Beach a contemplar el mar y correr por la parte húmeda de la arena en sus veloces vehículos. De entre los ciclistas, su favorito era Mark, un corpulento y alegre chico que habia llegado de Checoslovaquia y quien le entretenía contándole chistes y cuentos, era un buen lector y de su colección se traspasaron al estante de la pieza de Frank varios libros de aventuras y viajes.
Su hermano menor había sido objeto de la observación de sus maestros y explorando en su capacidad de adaptación al sonido de su nueva lengua determinaron que tenía un oído musical de excepcional calidad y conversaron con sus padres acerca de la conveniencia de estimularlo, lo que se concretó con la llegada a la casa de un piano. El hogar de los Smith perdió mucha tranquilidad hasta que la madre determinó un horario para la práctica del instrumento, que curiosamente coincidía con las horas que ella dedicaba al jardín. El resto del día el teclado del instrumento permanecía cubierto con la brillante tapa de nogal cerrada con llave, la que estaba en el llavero de Joanna.
En el estupendo Chrysler salían los Domingos y cuando se podía y ya el paisaje tejano se les hizo familiar. Hubo acontecimientos memorables como la ida a un rodeo en el cual participaron cow boys e indios pintarrajeados ante la excitación de los dos hermanos, ambos con sendas bolsas de “pop corn” en sus manos. Para la ocasión en la puerta del lugar del espectáculo les compraron sombreros de anchas alas, los que los hizo ver como dos chicos texanos más entre los centenares que llenaban el recinto.
Joanna, fiel a su costumbre se dedicaba a las relaciones públicas entre sus vecinas y fue ella la que allanó el camino en las relaciones con las otras familias, especialmente con las dos de judíos alemanes que al comienzo los habían visto con mucha desconfianza especialmente los padres de Arón , ya que el jefe de hogar por ser judío había sido despedido de IG Farben cuando la empresa se nazificó. Antes de ello había muchos profesionales y directivos judíos por la que irónicamente se le conocía como “Isidor Farben”. No tardaron en darse cuenta que los Smith estaban muy lejos de ser simpatizantes del nacismo y por la amistad entre los niños y las conversaciones entre Albert y su colega judío acerca del pasado de la empresa alemana y otras cosas comunes (ambos habían estado en Heidelberg), alternaban gratamente y con frecuencia, además que era el momento de poder descansar de la trabajosa pronunciación gutural texana y volver al elegante alemán de sus raíces.
Se adentraba el otoño de 1939, un día Albert llegó a casa muy excitado, saludó a su familia y llamó a su mujer aparte ¿no has escuchado el radio? le preguntó – no, fue la respuesta, Joacham estaba en el piano, ¿qué ocurre? - Hoy en la mañana Hitler invadió Polonia, habrá guerra, le respondió su marido, ella se abrazó a él con fuerza y se puso a llorar.
La guerra en Europa trajo algunas alteraciones. De inmediato aparecieron los chaperones americanos y hubo muchas reuniones entre los adultos para evitar distanciamientos y especialmente entre los niños. El lema sagrado fue “aquí todos somos americanos” y con vehemente insistencia fue inculcado en todos los jóvenes. Se acordó prescribir todos los juegos de guerra, a excepción del insustituíble enfrentamiento entre cowboys y pieles rojas y hacer una limpieza hogareña de cualquier elemento que pudiera perturbar las mentes de los chicos, los diarios eran censurados y las audiciones de radio siempre en compañía de alguno o ambos padres. Las medidas tuvieron resultados y el conflicto europeo quedó relegado en un plano distante y sin mayor trascendencia. Los mayores lo sufrían calladamente, angustiados por sus familiares, Joanna estaba preocupada por sus padres y una hermana que tenía en Alemania.
Albert fue el que en mayor medida sufrió los efectos de la guerra. Standard Oil volcó su atención en sus compromisos con IG Farben, la oportunidad de hacer negocios en gran escala aumentó exponencialmente y su carga de responsabilidades aumentó considerablemente. En dos oportunidades recibió cartas de felicitación desde la cúspide de la empresa. Se percató que sus opiniones eran respetadas y se le convocaba a reuniones de alto nivel de decisión.
En Febrero de 1940 se le anunció que venían de Alemania, vía Pacífico en un barco petrolero japonés dos directivos alemanes de IG. Tuvo que ir a Galveston a recibirlos con otros directivos de su empresa, eran “peces gordos” sin duda, Trunshka y Pecke, de quienes sabía algo pero con quienes no había alternado en la sede de Frankfurt. Más reuniones en las cuales ya podía hacer algo de intérprete. La ansiedad de los alemanes era evidente y se dieron maña para plantear las nuevas exigencias que el esfuerzo guerrero de las huestes de Hitler planteaban. Los americanos no se inmutaban ante las cantidades, sabían que su potencial era prácticamente ilimitado y que podrían abastecer a sus homólogos nacis en todo lo que pidieran, siempre que las vias de comunicación estuvieran abiertas.
Albert fue invitado a una cena al hotel en que se hospedaban los alemanes. Para su sorpresa descubrió que era el único invitado. Habían pedido un comedor privado. Lo esperaban en él y cuando ingresó a la habitación guiado por un groom de hotel, ambos se pusieron de pie y levantaron sus brazos. Heil Hitler! fué su saludo. Albert sonrió y se les aproximó para estrechar sus manos. Trunschka se abstuvo de hacerlo y mirándolo fijamente le dijo ¿ya se olvidó Herr Schmidt de nuestro saludo alemán? no, respondió éste devolviendole la mirada, pero esto es América y yo soy americano, si desea le respondo con un Heil Roosvelt y sonrió. No hubo sonrisas como respuesta y el momento fue incómodo. Pecke tomó la iniciativa e invitó a sentarse para paladear el aperitivo.
No hubo una conversación técnica, Albert se dio cuenta que lo sondeaban, le pedían opiniones acerca de los EE. UU., de cómo veían los americanos a Alemania, qué pensaban del Führer, si había simpatías por la postura antibolchevique de la política exterior alemana, etc. Albert les fué sincero y les explicó que su visión era muy parcial ya que raramente salía de la pequeña ciudad que lo albergaba a él y su familia, de sólo 50.000 habitantes y que Texas de suyo era como un país aparte, les recordó que para los texanos su estado era el “Estado Imperial” de ahí el nombre del rascacielos neoyorquino, el “Empire State”.
Pecke que hablaba menos pero observaba más de pronto le preguntó si alternaba con miembros de la colonia alemana y si había procurado establecer contacto con miembros de la rama americana del Partido Nacionalsocialista. Nuevamente Albert le recordó lo aislado de su posición y que ignoraba si había alguna agrupación nazi en las proximidades de la ciudad, al menos no he visto ninguna propaganda ni publicación, además tengo mucho trabajo y me queda muy poco tiempo libre, añadió. Trunschka se encolerizó nuevamente, se le subieron los colores a las mejillas y le brillaban de ira sus ojos azules tras los pequeños cristales sin marco. - Recuerde que usted es a-le-mán silabeó, podrá tener papeles americanos pero son sólo papeles y recuerde que está aquí disfrutando de su vida “americana” porque la empresa lo envió, usted Schmidt está al servicio de IG Farben y de Alemania, más ahora que nunca, ya que estamos en guerra !ahora todos somos soldados del Führer! exclamó.
Albert se tomó tiempo y bebió un sorbo del excelente vino californiano antes de responderle, mirando la pequeña insignia con la cruz gamada en la solapa de su interlocutor. Herr Trunschka le dijo, yo sé mejor que nadie porqué estoy aquí, yo no pedí venir a América, estaba feliz en Darmstad con mi familia, y se me dijo que era necesario acá y obedecí, sin chistar, y le advierto que no ha sido nada de fácil adaptarme a este país y a esta ciudad, hemos pasado por muchos problemas. Y todo lo hago por lealtad a mi empresa y por ende a Alemania. Y mintió al decirle con voz más pausada, tengo familia en Alemania, mis padres y mi hermano mayor , al que instantáneamente trasladó a través del Atlántico, y estoy muy preocupado por ellos.
Trunschka no respondió y echó la cabeza hacia atrás mientras encendía un puro. Pecke con su suave voz le dijo, Herr Schmidt, quizás sea conveniente que vaya por un tiempo a Alemania, sabemos que sus servicios aquí han sido excelentes y que tiene una visión muy certera de las posibilidades americanas de colaboración con nosotros. Hay gente importante en Alemania que deseará hablar con usted. Albert sintió una velada amenaza en la frase del impávido Pecke y prefirió responder protocolarmente - Así como vine puedo volver, les dijo, sería interesante ahora cruzar el Pacífico y viajar en el transiberiano y volver a ver a tantos de mis amigos en Frankfurt. Mi familia se las puede arreglar sin mí un tiempo. Sus dos acompañantes asintieron y la cena terminó con algunos copiosos whiskys que los alemanes disfrutaron lentamente. Albert sintió que había una muralla entre ellos y él y que no tenía ninguna intención de brincar sobre ella. Echó una ojeada a su reloj y se excusó por lo avanzado de la hora. Meine Herren, dijo, se nos ha hecho tarde, mañana nos espera un día atareado desde temprano, les agradezco la invitación, mucho, me he sentido en Alemania de nuevo gracias a Uds. La ironía no llegó a las mentes cargadas de alcohol de sus anfitriones y entre apretones de manos y palmoteos de espaldas en la puerta del hotel se subió a su Chrysler que no pasó inadvertido en su opulencia a los ojos de los dos enviados de IG Farben.
Hubo una cena de despedida a los dos directivos alemanes a la cual asistieron muchos miembros del staff de Standard Oil. Albert se preocupó de ubicarse lejos de ellos y sólo tuvo que saludarlos cuando ya se iban, tampoco fue al puerto a despedirlos, adujo que estaba “muy ocupado”.
Un par de meses después al terminar una reunió, el Jefe del Area le pidió que se quedara en la sala junto con su “cabeza”. Allí le comunicó que sería conveniente que fuera a Alemania para “ver como andaban las cosas allá” y que así aprovecharía de ver a sus parientes. Albert volvió a sentir una amenaza oculta en lo que escuchaba. Miró al americano, directamente a los ojos y le dijo – Mr. Harris quiero hacerle una pregunta muy importante, el interpelado asintió levemente. - Esta idea de que yo vaya a Alemania ¿es de aquí, de East Baytown? Harris sin inmutarse le dijo – no, Alb, es de ellos, me llegó una carta antes de ayer pidiendo que vaya a Alemania, ya que hay personas importantes que desean hablar con usted. - Entonces rehuso la invitación, Mr. Harris, no deseo ir a Alemania, todo lo que quieran preguntarme lo pueden hacer por correo, así como le llegó esa carta a usted antes de ayer. Temo por mi seguridad personal Mr. Harris y pudiera ser que esas personas importantes fueran unos señores de la Gestapo. – Usted es americano, Alb, ya no está a su alcance, replicó Harris. - Acá no, pero allá sí y no quiero terminar mal en Alemania y tengo una familia acá además. A continuación les relató las alternativas de la invitación a cenar que había tenido lugar dos meses antes. En un momento de su relato sus dos jefes intercambiaron miradas. Albert terminó de hablar y se quedó mirando a Harris.
El “cabeza” no había abierto la boca hasta el momento, miró a Albert y a Harris diciendo - yo me sentiría más tranquilo con Alb acá, lo necesitamos, hay mucho que hacer. Harris levantó los ojos, inspiró largamente mirando el techo, puso las dos manos sobre su pulido escritorio, miró a ambos y sentenció – Entonces Alb se queda acá bien seguro y con nosotros. Si desean conversar con él que escriban o que manden a alguien más agradable que los dos pajarracos nacistas que nos enviaron. No se hable más del asunto, les escribiré diciendo que Mr. Smith tiene mucho que hacer acá como para estar perdiendo el tiempo haciendo turismo. Ahora se van de aquí señores, tengo que trabajar y ustedes también y sonriendo añadió - y mis saludos Alb a su esposa y a sus hijos, ví a su hijo mayor luchando el otro día en el gimnasio y cómo le ganó a sus dos oponentes, uno de ellos era mi hijo, déle mis felicitaciones por favor y que disfrute con su papá. Se levantó sin dejar de sonreír y simulando que los empujaba los echó de su oficina.
Alb se sintió muy feliz y agradecido. Así se lo dijo a su “cabeza” mientras caminaban por el amplio pasillo hacia sus oficinas. Este rió de buena gana y le repondió – ¿ Así que querían que fueras a Alemania? ¿y porqué no se van ellos un buen rato a la mierda, los malditos nazis?. Alb se unió a su jefe en una sonora carcajada.
No mucho tiempo después recibió en su casa una curiosa carta, venía llena de timbres, algunos en español. Alguien le escribía desde Chile, Alb sabía que era alguno de los tantos países sudamericanos que no tenían petróleo pero éste sí mucho cobre y nada más. La abrió curioso depués de cenar en su escritorio. Alguien llamado Moshe Weinstein, le recordaba su pasado juntos en Heidelberg, y le relataba festivamente lo bien que le había ido en ése lejano país luego de su escapada de Alemania con sus padres en 1933 y que vivía bien y que aquí y que acá y que era profesor de Quimica en la Universidad de Chile y que tenia mujer e hijos y muchas cosas más en una carta de tres páginas. Concluía contándole que aprovechando un semestre sabático iría a los EE.UU. y que acogiendo una invitación de la Universidad de Texas estaría en Austin una semana y que le complacería mucho poder verlo. Albert miró el calendario que tenía frente a él y vió que podía ir un par de días, sacrificando un fin de semana. Sabía que tenía que ir, como también sabía muy bien que ni en Heidelberg ni en ninguna otra parte había conocido a nadie que se llamara Moshe Weinstein.
Pasó 1940, Frank tenía 14 años y su hermano 7, su exclusivo colegio los tendría sólo un semestre mas, se terminaría y pasarían a la escuela pública con todos sus compañeros. Su asimilación ya era casi completa, los niños se habían adaptado mucho más fácilmente que los mayores. Era más independiente y se había creado un espacio de vida para él. Había tantas cosas que le interesaban que a veces se confundía. Ya no recibió más cartas de Manfred respondiendo las suyas. Debe ser por lo de la Academia, le comentó su madre, no le debe quedar tiempo. Ahora había descubierto el agrado de conversar con su madre. Su padre pasaba mucho tiempo en el trabajo y le había pedido que la acompañara, renuente al comienzo descubrió que ella era muy agradable para conversar, ambos leían algún libro o alguna revista y lo comentaban, Joanna orientaba a su hijo hacia libros de contenido, lo hacía escuchar junto a ella mientras leían a Beethoven, a Mozart y otros famosos compositores, si es que en esos momentos su hermano no estaba al piano.
Su hermano menor había demostrado que sí tenía condiciones para la música, pero no le interesaba mayormente la Gran Música de su madre, exploraba en la música americana y tocaba cosas que inventaba, algunas muy suaves y melancólicas, acariciando el teclado. Sus padres estaban perplejos; una noche Albert desde su escritorio puso oído al piano y le gustó lo que escuchaba. Fue a la sala, le acarició la cabeza a su hijo menor, es hermoso hijo, ¿de quién es? – Mía papá, respondió el chico sin dejar de tocar, la profesora me dijo que le compusiera algo. Albert subió de inmediato al dormitorio a hablar con su mujer.
Las vidas de los europeos en East Baytown se habían estabilizado y apoyándose mutuamente, más la inapreciable ayuda de sus chaperones americanos a los que se sumaban los padres de los chicos americanos del colegio, habían superado las dificultades de la adaptación, cual más cual menos ya hablaban un inglés pasable y disfrutaban de una vida sin mayores sobresaltos ya que los ingresos era más que suficiente, no pagaban por las casas que ocupaban, eran de la Compañía y tenían excelentes servicios de salud para todos, y gratuitos. Ya habían nacido tres auténticos norteamericanos, de las familias checa, polaca y ruso-francesa los que fueron celebrados con ruidosas y alegres fiestas. Venía otro fin de año, se terminaría 1941 y se aprestaban a iniciar los arreglos para la Navidad. El invierno texano era muy distinto al de otras regiones de EE.UU., no había nieve, pero sí hubo algo que provocó peores efectos que una tempestad.
Albert se despertó esa mañana de Domingo temprano, su familia dormía. Sin querer molestarlos bajó despacio hacia la cocina para hacerse un desayuno, miró por la ventana, nublado, pero no hacía frío, salió al jardín a recoger su periódico, nada importante en los titulares. Se iba a sentar a la mesa de la cocina a esperar que hirviera el agua de la tetera pero se le ocurrió encender el radio. Una voz hablaba atropelladamente, le costó entender lo que decía, mucho hablaba de Hawai, Albert pensó en alguna tormenta, al repetir otra vez el locutor su excitado mensaje Albert se informó que la tormenta la habían traído aviones japoneses, habían atacado a los EE.UU. Perplejo manoteó los bolsillos de su bata de levantar buscando un cigarrillo mientras seguía escuchando los detalles del ataque, sintió que en las casas vecinas escuchaban las radios a todo volumen.
Albert se dio cuenta que las cosas serían distintas ahora, muy distintas y creyó conveniente subir a despertar a su familia y comunicarles que estaban en guerra.
Fin del Capítulo II
salu-2
East Baytown, Texas
fuente: imágenes google, (maps)
fuente: imágenes google (maps)
fuente:imágenes google, (maps)
fuente: imágenes google (maps)
En dos años Alemania estará fabricando bastante petróleo y gasolina de carbón suave para una larga guerra. Standard Oil de Nueva York está proveyendo millones de dólares para ayudarla. (Informe del agregado comercial, Embajada americana en Berlín, Alemania, enero 1933, para el Departamento de Estado en Washington, DC)
El grupo de compañías Standard Oil del que la familia Rockefeller controlaba un cuarto del capital, fué de ayuda crítica a la Alemania nazi para prepararse para la Segunda Guerra Mundial. Esta ayuda en preparación militar ocurrió porque los suministros relativamente insignificantes de Alemania de petróleo crudo eran bastante insuficientes para la guerra mecanizada moderna; en 1934 por ejemplo, casi 85 por ciento de los productos de petróleo alemán terminaron siendo importados. La solución adoptada por Alemania nazi era fabricar gasolina sintética de sus abundantes suministros de carbón doméstico. Fueron los procesos de hidrogenación para producir gasolina sintética y propiedades de iso-octano en gasolina que le permitieron a Alemania ir a la guerra en 1940 - y este proceso de hidrogenación desarrollado y financiado por los laboratorios de Standard Oil en los Estados Unidos en sociedad con IG Farben.
Ya en abril de 1929 Walter C. Teagle, presidente de Standard Oil de New Jersey, se hizo director del American IG Farben recientemente organizado. No porque Teagle estaba interesado en la industria química sino porque;
“en algunos pasados años disfrutó una muy cercana relación con ciertas ramas de trabajo de investigación del IG Farben Industrie que lleva estrechamente a la industria de petróleo.” (New York Times, Noviembre 24, 1929)
Fue anunciado por Teagle que el trabajo de investigación conjunta en la producción de petróleo de carbón se había continuado durante algún tiempo y que sería establecido un laboratorio de investigación para este trabajo en Estados Unidos. En noviembre 1929 esta compañía de investigación cuya propiedad compartían Standard y Farben se estableció bajo la gerencia de Standard Oil Company of New Jersey, y toda la investigación y patentes relacionadas a la producción de petróleo de carbón era de ambas, IG y Standard, en conjunto. Previamente, durante el periodo 1926-1929, las dos compañías habían cooperado en el desarrollo del proceso de hidrogenación, y se habían instalado plantas experimentales en EEUU y Alemania. Se habían propuesto ahora construir nuevas plantas en el EEUU en Bayway, New Jersey y Baytown, Texas, además de la expansión de la planta experimental más temprana en Baton Rouge. Standard anunció:
"... la importancia del nuevo contrato como aplicado a esta disposición del país en el hecho que hizo cierto que los procesos de hidrogenación se desarrollaría comercialmente en este país bajo la guía de los intereses americanos del petróleo”(ibid)
En diciembre de 1929 fue organizada la nueva compañía - Standard IG Company. F.A. Howard fue nombrado presidente, y sus directores alemanes y americanos se anunciaron como sigue: E.M. Clark, Walter Duisberg, Peter Hurll, R.A. Reidemann, H.G. Seidel, Otto von Schenck y Guy Wellman.
La mayoría de las acciones en la compañía de investigación eran de Standard Oil. El trabajo técnico, el trabajo de desarrollo de proceso, y la construcción de las plantas procesadoras de carbón-petróleo en los Estados Unidos se pusieron en manos de Standard Oil Development Company, la subsidiaria técnica de Standard Oil. Se deduce claramente de informes de la época que el trabajo de desarrollo del petróleo a partir de carbón fue emprendido por Standard Oil de New Jersey dentro de los Estados Unidos, en plantas de Standard Oil, con mayoría financiera y controladas por Standard. Los resultados de esta investigación se pusieron a disposición de IG Farben empresa para la cual fue la base para el desarrollo del programa de petróleo a partir de carbón de Hitler y que hizo posible la Segunda Guerra Mundial.
No había ningún hermano de Albert Schmidt en los EE.UU. (tampoco él sabía si tenía algún hermano). Dentro del enorme imperio germano-americano de la industria petro quimica se habían abierto gigantescas posibilidades y era imprescindible estrechar las comunicaciones entre los conglomerados industriales de los dos países. Standard Oil necesitaba saber de primera mano las capacidades tecnológicas alemanas para establecer sus parámetros de intercambio y por su parte IG Farben necesitaba tener gente propia en los EE.UU. que le informaran de los requerimientos y adaptaciones en su tecnología para hacer más fluído el traspaso energético desde los desbordantes pozos de EE.UU. a las plantas alemanas. Albert Schmidt y otros pocos eran los indicados para asumir esa tarea y fue por ello que fue movido como un alfil de ajedrez a través del Atlántico, junto a su familia hacia los EE.UU.
Fue destinado a la atractiva comunidad de East Baytown, en Texas, en el Golfo de México, muy cercana al puerto de Galveston y a sólo 50 Km. de Pasadena. La pequeña ciudad se había originado en 1920 por el establecimiento de una planta petrolera y en 1948 se uniría con sus vecinas Goose Creek y Pelly para conformar la definitiva Baytown City.
La familia fue recibida por un pequeño equipo de la Compañía que se preocupo de solucionar los problemas a medida que fueron apareciendo. Se les asignó una casa en el distrito de Cedar Bayou, con un vecindario tranquilo y amigable, una encantadora americana, Mrs. Higgins de unos 50 años se dedicó dos horas diarias a instruir a la familia en el idioma inglés y transmitirles todos los detalles de la forma de vida en los EE.UU. y en Texas especialmente y empezó el lento pero continuado proceso de adaptación de los Schmidt a su nueva “homeland”.
fuente: imágenes google
La casa era muy agradable, con una gran patio trasero con una pileta para bañarse que encandiló a los hijos de la familia, era casi el doble de grande que la que habían dejado en Darmstadt. Muy pronto apareció Albert con un elegante Chrysler casi nuevo que produjo un arrebato en los chicos, el padre les aclaró que no era de él, sino de la Compañía, pero que estaba a su disposición y que podrían salir a pasear en él cuando quisieran. Ya no iría en ferrocarril a su trabajo, para eso era el automóvil.
Hubo conversaciones largas y difíciles para encauzar la nueva vida de los Schmidt. La primera situación fue que ya no serían Schmidt, se les dieron papeles como “Smith” y Franz pasó a ser entonces Frank Smith . Se les envió a la madre por su parte y a los chicos por la suya a reunirse con otros inmigrantes de Europa que habían llegado a los dominios de la Standard Oil. Había dos familias húngaras, otras dos de Checoslovaquia, una rusa proveniente de Francia, y tres alemanas, de las cuales dos era judío-alemanas, una polaca y otras dos rumanas, ambas de Ploesty, la ciudad petrolera. Todos los jefes de familia eran ingenieros químicos o petroleros especialistas. Eran una comunidad petrolera, vivían en el mismo barrio y empezaron a apoyarse mutuamente, monitoreados por tres parejas norteamericanas las que estaban pendientes de ellos a toda hora.
La mujer de Albert le preguntó el porqué de los cambios de nombre, él respondió que era la mejor forma de americanizarse y pasar cómodamente desapercibidos en el futuro. Sus vidas serían allí, ya no volverían a Europa, como lo habían hecho centenares de miles de inmigrantes con anterioridad. No creyó necesario mencionarle que todo el programa estaba bajo el ojo atento de alguien muy interesado en los proyectos de Standard Oil, la Secretaría de Guerra de los Estados Unidos, y que el FBI se encargaría de su protección, si hacía falta.
De esa forma, sin mayores dificultades empezaron su adaptación a un mundo tan distinto pero también tan lleno de atractivos que se les ofrecía. La casa no daba tanto trabajo a la madre, ya que había algunos artefactos eléctricos que le aliviaban la tarea, las compras eran facilísimas, ya que se hacían los encargos por teléfono y una camioneta pasaba a dejar la mercadería. En un comienzo los hacía Mrs Higgins, pero pronto ya exigió que la “Joanna” los leyera trabajosamente de la lista.
Para los chicos no habría colegio hasta el semestre siguiente, pero irían a uno muy exclusivo para ellos, con los otros hijos de las familias recién llegadas e igualando la cantidad de ellos, chicos y chicas americanos, cuidadosamente elegidos. De esta forma Frank tenía tiempo de sobra para compartir con ocho niños más o menos de su edad. Sólo podían hablar en inglés, pero, claro, a escondidas hablaba en alemán con los alemanes, los dos checos y uno de los húngaros. En lo que coincidieron de inmediato y no necesitaban traducción fue en jugar fútbol. Fue lo primero de todo que hicieron juntos y ante el asombro y no bien disimulada molestia de Frank, sus capacidades eran ampliamente superadas por los dos húngaros y un polaco, y tuvo que soportar la humillación de pasar a integrar la defensa. Su consuelo vino en forma de una bicicleta formidable, aparejada con una más pequeña para su hermano y la tarea insufrible de enseñarle los secretos del ciclismo. Su primer regalo había sido un par de blue jeans, su padre le entregó el paquete pronunciando germánicamente la frase “welcome to the USA”.
Joacham, ex Joachim se transformó en el integrante de la familia más insoportable, pero quizás el más útil en esos momentos. Sorprendió a la señora Higgins con su capacidad de aprendizaje del inglés y más aún de hacerlo sin acento. Se dedicaba a perseguir a su madre y hermano obligándolos a repetir las palabras más difíciles y les gritaba “noooo, noooo, no es así, mal mal, de nuevo” exasperándolos con su insistencia. Frank prefería entrar a hurtadillas a su casa para evitar el acoso de su hermano menor. Su padre estaba a salvo, el pequeño sabía que a papá no se le podía importunar, Albert jamás golpeaba a sus hijos, pero tenía una fértil imaginación para inventar apabullantes castigos, por lo que mejor era dejarlo en paz. La madre era su víctima predilecta, pero Joanna en fin de cuentas tenía un maestro de primera categoría a su lado y más le valía soportarlo y así su pronunciación empezó a mejorar paulatinamente.
La vida de Albert no era fácil, sabía algo de inglés, podía leerlo en su aspecto básico, pero en los aspectos técnicos estaba muy fuera de forma. Lo había estudiado años antes, pero por la falta de práctica lo había olvidado. En el trabajo había un intérprete americano y que además conocía el áspero lenguaje de la química, de excelente voluntad y dedicación el que le fue pavimentando el arduo camino del aprendizaje mientras comenzaba a trabajar. Las mayor parte del tiempo se dedicaba a responder cuestionarios acerca de procedimientos de IG Farben. Diariamente tenía entrevistas con especialistas americanos, a veces solo y otras con uno o mas del grupo de recién llegados. El trato era correcto y desprovisto de protocolo, pronto ya era “Alb” y luego de unas cuantas excursiones a probar la cerveza americana a un atractivo bar cercano a las oficinas de la Standard la comunicación se hizo más fácil. Además le agradaba la forma de trabajar de los americanos, siempre buscando la forma de facilitar los procedimientos y no complicarse la vida innecesariamente.
Se sorprendió la amplitud de movimientos que su cargo le permitía. En una oportunidad se le entregó un formulario de necesidades, desde artículos de oficina hasta libros y algunos instrumentos. La elaboró con el traductor haciéndola lo más razonablemente económica. Al día siguiente lo llamó el que hacía cabeza del equipo, no le agradaba le dijeran “jefe” quien le preguntó muy extrañado porqué necesitaba tan poco y al aclararse el asunto, entre ambos rediseñaron la lista la que alcanzó dimensiones impresionantes. Albert se dio cuenta que el dinero sobraba y que estaba ahí para ser gastado en la cantidad que fuera necesaria para cumplir con las necesidades del proyecto.
Por cortesía no se hablaba de trabajo en la hora de almuerzo, lo que hacía de esa hora una buena oportunidad de compartir con sus nuevos colegas y tuvo que limitar su ávido y gratuito consumo en el restaurante autoservicio, cuando comprobó alarmado que los pantalones se resistían a cerrarse sobre su abdomen y que el cinturón tuvo que ceder dos agujeros.
Ya pronto las barreras iniciales fueron cayendo, todos sabían y muy bien de lo que hablaban y se percataron que el intercambio de experiencias y conocimientos les iba a todos en un excelente provecho. Su escritorio estaba próximo al de un rumano con quien le empezó a agradar trabajar y compartir juntos y comprobó el alto nivel de conocimientos que tenía su colega. Albert estaba optimista, la vida sería más fácil de lo que había pensado inicialmente, además que calculando una noche en casa tras llenar un par de hojas se dio cuenta que sus ingresos eran bastante más del doble que en Alemania.
Farben era Hitler y Hitler era Farben. (Senador Homer T. Bone al Comité del Senado en Asuntos Militares, 4 de junio de 1943.)
En la víspera de Segunda Guerra Mundial el complejo químico alemán de IG Farben era la más grande empresa industrial química en el mundo, con poder extraordinario en lo político y económico e influencia dentro del Estado hitleriano . IG Farben era "un estado dentro del Estado nazi."
El cartel de Farben se fundó en 1925, cuando organizado por el genio Hermann Schmitz (con ayuda financiera de Wall Street) creó la super-gigante empresa química surgida de las seis gigantes compañías químicas alemanas: Badische Anilin, Bayer, Agfa, Hoechst, Weiler-ter-Meer, y Griesheim-Elektron.
Estas compañías fueron unidas para volverse Internationale Gesellschaft Farbenindustrie A.G. o IG Farben para abreviar. Veinte años después el mismo Hermann Schmitz sería llevado a juicio en Nuremberg por crímenes de guerra cometidos por el Cartel IG. Otros directores de IG Farben también comparecieron pero los asociados y directores de IG Farben del propio IG fueron olvidados calladamente; la verdad se enterró en los archivos. Las conexiones americanas en Wall Street eran muy estrechas, misteriosas e infinitamente poderosas.
Sin el capital proporcionado por Wall Street, en primer lugar no habría habido ningún IG Farben y casi ciertamente ningún Adolf Hitler ni Segunda Guerra Mundial.
Los banqueros alemanes en el Farben Aufsichsrat (la Mesa de supervisión de los Directores) en los finales de los años 20 incluían el banquero de Hamburgo Max Warburg, cuyo hermano Paul Warburg era un fundador del sistema de la Reserva Federal en los Estados Unidos y que también estaba en el directorio americano de IG Farben.
Además de Max Warburg y Hermann Schmitz, la mano guía en la creación del imperio Farben, el inicialmente “ Farben Vorstand”incluía a Carl Bosch, Fritz ter Meer, Kurt Oppenheim y George von Schnitzler. Todos, exceptuando a Max Warburg fueron acusados como "criminales de guerra" después de la Segunda Guerra Mundial. En 1928 las tenencias americanas de I. G. Farben (es decir, Bayer Company, General Aniline Works, Agfa Ansco y Winthrop Chemical Company) estaban organizados en una compañía holding suiza, IG Chemic Internationale Gesellschaft fur Chemisehe Unternehmungen A. G., controlada por IG Farben en Alemania. En el año siguiente estas empresas americanas se unieron para convertirse en la americana IG Chemical Corporation, después renombrada General Aniline & Film.
Hermann Schmitz, el organizador de IG Farben en 1925, se volvió un prominente nazi y partidario temprano de Hitler, así como presidente de la suiza IG Chemic y presidente del complejo American IG Farben ambos en Alemania y los Estados Unidos, las que tomaron parte activa en el desarrollo, formación y funcionamiento de la máquina del estado nazi, la Wehrmacht y las S.S.
IG. Farben es de interés peculiar en la formación del estado nazi porque los directores de Farben ayudaron materialmente a Hitler y los nazis para alcanzar el poder en 1933. Hay evidencia incluso fotográfica que IG Farben contribuyó con 400,000 RM a los fondos políticos de Hitler. Fue este fondo secreto fué el que financió la toma del control nazi en Enero de 1933.
Muchos años antes Farben había obtenido los fondos de Wall Street para la cartelización 1925 y expansión en Alemania y US$ 30 millones para American IG Farben en 1929, y tenía directores en la Mesa de Wall Street. Hay que tener en cuanta que estos fondos fueron establecidos y los directores nombrados años antes que Hitler fuera dictador de Alemania.
Los observadores calificados han establecido que Alemania no podría haber ido a la guerra en 1939 sin IG Farben. Entre 1927 y el principio de la Segunda Guerra Mundial, IG Farben se duplicó en tamaño, se hizo posible una expansión en gran escala a través de la ayuda técnica americana y por emisiones de bonos americanos, como uno por US $30 millones ofrecidos por National City Bank. Para 1939 IG adquirió una participación e influencia directiva en unas otras 380 empresas alemanas y más de 500 empresas extranjeras.
El imperio Farben poseyó sus propias minas de carbón, su propia planta de energía eléctrica, hierro y unidades de acero, bancos, unidades de investigación, y numerosas empresas comerciales. Había más de 2.000 contratos de cartel entre IG y las empresas extranjeras - incluso Standard Oil de New Jersey, DuPont, Alcoa, Dow Chemical, y otros en los Estados Unidos, La historia completa de IG Farben y sus actividades mundiales antes del Segunda Guerra Mundial nunca pudieron conocerse, ya que se destruyeron archivos alemanes clave en 1945 en anticipo de la victoria aliada. Sin embargo, una investigación de posguerra por el Departamento de Guerra de EEUU concluyó que:
"Sin los inmensos medios productivos de IG, su intensa investigación, y las inmensas afiliaciones internacionales, habría sido inconcebible e imposible la prosecución de Alemania en la guerra; Farben no sólo dirigió sus energías hacia armar a Alemania, sino se concentró en debilitar a las posibles competidores, y este esfuerzo de doble resonancia para extender el potencial industrial alemán para la guerra y restringir el del resto del mundo se concibió y se ejecutó en el curso normal de los negocios de la Empresa. La prueba es evidente que los funcionarios de IG. Farben tenían conocimiento anterior y pleno del plan de Alemania para la conquista mundial y de cada acto agresivo específico después haber sido llevado a cabo... "
Los directores de empresas de Farben (es decir, "funcionarios de IG Farben" como se refirió en la investigación) no sólo incluyó alemanes sino también prominentes financieros americanos. Este informe de 1945 del Departamento de Guerra de EEUU concluyó que
".....la asignación de IG por Hitler en el periodo de pre-guerra era para hacer a Alemania autosuficiente en caucho, gasolina, aceites lubrificantes, magnesio, fibras, agentes curtientes, grasas, y explosivos.
Para cumplir esta asignación crítica, fueron gastadas inmensas sumas por IG en los procesos para extraer éstos materiales de guerra de materias primas alemanes indígenas - en particular los recursos del abundante carbón alemán. Donde estos procesos no pudieran desarrollarse en Alemania, ellos eran adquiridos del extranjero bajo los arreglos del cartel. Por ejemplo, el proceso para iso-octano, esencial para combustibles de aviación, se obtuvo de los Estados Unidos,... de hecho completamente [de] los americanos y ha sido conocido en detalle por nosotros en sus fases separadas a través de nuestros acuerdos con ellos (Standard Oil de New Jersey) y ha sido usado muy extensamente por nosotros".
El proceso para la manufactura de tetra-etilo industrial, esencial para gasolina de la aviación, fue obtenido por IG Farben de los Estados Unidos, y en 1939 se vendió a IG US$20 millones de gasolina de aviación de alta-calidad por Standard Oil de New Jersey. Incluso antes que Alemania fabricara tetra-etilo de plomo por el proceso americano, fue capaz de "prestar" 500 toneladas de la Ethyl Corporation. Este préstamo vital de tetra-etil plomo no fue reembolsado e IG destinó US $1 millones por concepto de seguros para tal efecto.
Además, IG compró grandes cantidades de magnesio de Dow Chemical para bombas incendiarias y acumuló explosivos, estabilizadores, fósforos, y cianuros del mundo externo.
En 1939, fuera de 43 productos mayores fabricados por IG, 28 eran de "preocupación primaria" para las fuerzas armadas alemanas. El rol de Farben en la economía de guerra alemana, comenzado ya en los años veinte con ayuda de Wall Street, puede ser mejor evaluado examinando el porcentaje del rendimiento de guerra alemán del material producido por plantas de Farben en 1943. Farben en ese momento produjo 100 por ciento de del caucho sintético alemán, 95 por ciento de gas venenoso alemán (incluyendo todo el gas Zyklon B usado en los campos de concentración), 90 por ciento de plásticos alemanes, 88 por ciento de magnesio alemán, 84 por ciento de explosivos alemanes, 70 por ciento de pólvora alemana, 46 por ciento de gasolina de alto octanaje para la aviación y 33 por ciento de gasolina alemana sintética.
Las familias de inmigrantes calificados ya llevaban algo más de un año en East Baytown, se estaban integrando a la sociedad norteamericana cada vez más rápido y sus pasados europeos empezaban a diluírse en el olvido. Había preocupaciones por las relaciones familiares que habían quedado en Europa y buena parte del tiempo libre se dedicaban a escribir cartas y más cartas. Frank aprendió de su madre a escribir una carta y a veces les escribía a sus abuelos maternos que vivían en Munich. Le escribió varias veces a Manfred, pero las respuestas de su amigo eran esporádicas y muy breves. Cuando ya ambos tenían 13 años, éste le comunicó que al año siguiente entraría la Academia Militar para convertirse en oficial del Ejército Alemán.
Frank ya cultivaba sus amistades, no tenía un amigo predilecto y confidente como lo había sido Manfred, sino que los parcelaba en sus actividades, Arón, judío alemán era su “socio” en los estudios, con él progresó en matemáticas , las que empezaron a fascinarle, a veces tenía largas charlas con su padre en las cuales lo atiborraba con preguntas cuya complejidad empezó a llamarle gratamente la atención a Albert, quien para esquivar un poco las arduas sesiones con su hijo luego de la dura jornada de trabajo, optó por gastarse unos buenos dólares y comprarle a plazos la mejor enciclopedia matemática que encontró en los catálogos de venta por correo.
Jimmy era su amigo americano, estaba en su clase y fue con él que empezó a ir a un gimnasio y emprender la práctica de la lucha que ambicionaba desde tanto tiempo. Jimmy tenía una colchoneta en su casa y empezaron con gran entusiasmo a aporrearse mutuamente. Había crecido varios centímetros y sus músculos se estaban endureciendo rápidamente. Jimmy era americano y texano 100% puro y asumió con agrado la tarea de mimetizar a su amigo europeo. Con él Frank empezó a tener algún conocimiento acerca de las chicas norteamericanas, algunas de las cuales le parecieron bastante “simpáticas”.
A veces se acordaba de Sofía, especialmente por las noches. Ya no tenía una ventana que mirar para hacerlo, sino que abría la cajita de latón y la ponía sobre su velador. La niña le parecía cada vez menor, ya que él crecía pero siempre sentía una dulce sensación al pensar en ella. Siempre se preguntaba dónde estaría y qué estaba haciendo. Se la imaginaba esquiando en las montañas suizas o columpiándose en un parque muy hermoso. A nadie le contó de ella.
Con varios más de la pandilla hacían excursiones en bicicleta a Baytown Beach a contemplar el mar y correr por la parte húmeda de la arena en sus veloces vehículos. De entre los ciclistas, su favorito era Mark, un corpulento y alegre chico que habia llegado de Checoslovaquia y quien le entretenía contándole chistes y cuentos, era un buen lector y de su colección se traspasaron al estante de la pieza de Frank varios libros de aventuras y viajes.
Su hermano menor había sido objeto de la observación de sus maestros y explorando en su capacidad de adaptación al sonido de su nueva lengua determinaron que tenía un oído musical de excepcional calidad y conversaron con sus padres acerca de la conveniencia de estimularlo, lo que se concretó con la llegada a la casa de un piano. El hogar de los Smith perdió mucha tranquilidad hasta que la madre determinó un horario para la práctica del instrumento, que curiosamente coincidía con las horas que ella dedicaba al jardín. El resto del día el teclado del instrumento permanecía cubierto con la brillante tapa de nogal cerrada con llave, la que estaba en el llavero de Joanna.
En el estupendo Chrysler salían los Domingos y cuando se podía y ya el paisaje tejano se les hizo familiar. Hubo acontecimientos memorables como la ida a un rodeo en el cual participaron cow boys e indios pintarrajeados ante la excitación de los dos hermanos, ambos con sendas bolsas de “pop corn” en sus manos. Para la ocasión en la puerta del lugar del espectáculo les compraron sombreros de anchas alas, los que los hizo ver como dos chicos texanos más entre los centenares que llenaban el recinto.
Joanna, fiel a su costumbre se dedicaba a las relaciones públicas entre sus vecinas y fue ella la que allanó el camino en las relaciones con las otras familias, especialmente con las dos de judíos alemanes que al comienzo los habían visto con mucha desconfianza especialmente los padres de Arón , ya que el jefe de hogar por ser judío había sido despedido de IG Farben cuando la empresa se nazificó. Antes de ello había muchos profesionales y directivos judíos por la que irónicamente se le conocía como “Isidor Farben”. No tardaron en darse cuenta que los Smith estaban muy lejos de ser simpatizantes del nacismo y por la amistad entre los niños y las conversaciones entre Albert y su colega judío acerca del pasado de la empresa alemana y otras cosas comunes (ambos habían estado en Heidelberg), alternaban gratamente y con frecuencia, además que era el momento de poder descansar de la trabajosa pronunciación gutural texana y volver al elegante alemán de sus raíces.
Se adentraba el otoño de 1939, un día Albert llegó a casa muy excitado, saludó a su familia y llamó a su mujer aparte ¿no has escuchado el radio? le preguntó – no, fue la respuesta, Joacham estaba en el piano, ¿qué ocurre? - Hoy en la mañana Hitler invadió Polonia, habrá guerra, le respondió su marido, ella se abrazó a él con fuerza y se puso a llorar.
La guerra en Europa trajo algunas alteraciones. De inmediato aparecieron los chaperones americanos y hubo muchas reuniones entre los adultos para evitar distanciamientos y especialmente entre los niños. El lema sagrado fue “aquí todos somos americanos” y con vehemente insistencia fue inculcado en todos los jóvenes. Se acordó prescribir todos los juegos de guerra, a excepción del insustituíble enfrentamiento entre cowboys y pieles rojas y hacer una limpieza hogareña de cualquier elemento que pudiera perturbar las mentes de los chicos, los diarios eran censurados y las audiciones de radio siempre en compañía de alguno o ambos padres. Las medidas tuvieron resultados y el conflicto europeo quedó relegado en un plano distante y sin mayor trascendencia. Los mayores lo sufrían calladamente, angustiados por sus familiares, Joanna estaba preocupada por sus padres y una hermana que tenía en Alemania.
Albert fue el que en mayor medida sufrió los efectos de la guerra. Standard Oil volcó su atención en sus compromisos con IG Farben, la oportunidad de hacer negocios en gran escala aumentó exponencialmente y su carga de responsabilidades aumentó considerablemente. En dos oportunidades recibió cartas de felicitación desde la cúspide de la empresa. Se percató que sus opiniones eran respetadas y se le convocaba a reuniones de alto nivel de decisión.
En Febrero de 1940 se le anunció que venían de Alemania, vía Pacífico en un barco petrolero japonés dos directivos alemanes de IG. Tuvo que ir a Galveston a recibirlos con otros directivos de su empresa, eran “peces gordos” sin duda, Trunshka y Pecke, de quienes sabía algo pero con quienes no había alternado en la sede de Frankfurt. Más reuniones en las cuales ya podía hacer algo de intérprete. La ansiedad de los alemanes era evidente y se dieron maña para plantear las nuevas exigencias que el esfuerzo guerrero de las huestes de Hitler planteaban. Los americanos no se inmutaban ante las cantidades, sabían que su potencial era prácticamente ilimitado y que podrían abastecer a sus homólogos nacis en todo lo que pidieran, siempre que las vias de comunicación estuvieran abiertas.
Albert fue invitado a una cena al hotel en que se hospedaban los alemanes. Para su sorpresa descubrió que era el único invitado. Habían pedido un comedor privado. Lo esperaban en él y cuando ingresó a la habitación guiado por un groom de hotel, ambos se pusieron de pie y levantaron sus brazos. Heil Hitler! fué su saludo. Albert sonrió y se les aproximó para estrechar sus manos. Trunschka se abstuvo de hacerlo y mirándolo fijamente le dijo ¿ya se olvidó Herr Schmidt de nuestro saludo alemán? no, respondió éste devolviendole la mirada, pero esto es América y yo soy americano, si desea le respondo con un Heil Roosvelt y sonrió. No hubo sonrisas como respuesta y el momento fue incómodo. Pecke tomó la iniciativa e invitó a sentarse para paladear el aperitivo.
No hubo una conversación técnica, Albert se dio cuenta que lo sondeaban, le pedían opiniones acerca de los EE. UU., de cómo veían los americanos a Alemania, qué pensaban del Führer, si había simpatías por la postura antibolchevique de la política exterior alemana, etc. Albert les fué sincero y les explicó que su visión era muy parcial ya que raramente salía de la pequeña ciudad que lo albergaba a él y su familia, de sólo 50.000 habitantes y que Texas de suyo era como un país aparte, les recordó que para los texanos su estado era el “Estado Imperial” de ahí el nombre del rascacielos neoyorquino, el “Empire State”.
Pecke que hablaba menos pero observaba más de pronto le preguntó si alternaba con miembros de la colonia alemana y si había procurado establecer contacto con miembros de la rama americana del Partido Nacionalsocialista. Nuevamente Albert le recordó lo aislado de su posición y que ignoraba si había alguna agrupación nazi en las proximidades de la ciudad, al menos no he visto ninguna propaganda ni publicación, además tengo mucho trabajo y me queda muy poco tiempo libre, añadió. Trunschka se encolerizó nuevamente, se le subieron los colores a las mejillas y le brillaban de ira sus ojos azules tras los pequeños cristales sin marco. - Recuerde que usted es a-le-mán silabeó, podrá tener papeles americanos pero son sólo papeles y recuerde que está aquí disfrutando de su vida “americana” porque la empresa lo envió, usted Schmidt está al servicio de IG Farben y de Alemania, más ahora que nunca, ya que estamos en guerra !ahora todos somos soldados del Führer! exclamó.
Albert se tomó tiempo y bebió un sorbo del excelente vino californiano antes de responderle, mirando la pequeña insignia con la cruz gamada en la solapa de su interlocutor. Herr Trunschka le dijo, yo sé mejor que nadie porqué estoy aquí, yo no pedí venir a América, estaba feliz en Darmstad con mi familia, y se me dijo que era necesario acá y obedecí, sin chistar, y le advierto que no ha sido nada de fácil adaptarme a este país y a esta ciudad, hemos pasado por muchos problemas. Y todo lo hago por lealtad a mi empresa y por ende a Alemania. Y mintió al decirle con voz más pausada, tengo familia en Alemania, mis padres y mi hermano mayor , al que instantáneamente trasladó a través del Atlántico, y estoy muy preocupado por ellos.
Trunschka no respondió y echó la cabeza hacia atrás mientras encendía un puro. Pecke con su suave voz le dijo, Herr Schmidt, quizás sea conveniente que vaya por un tiempo a Alemania, sabemos que sus servicios aquí han sido excelentes y que tiene una visión muy certera de las posibilidades americanas de colaboración con nosotros. Hay gente importante en Alemania que deseará hablar con usted. Albert sintió una velada amenaza en la frase del impávido Pecke y prefirió responder protocolarmente - Así como vine puedo volver, les dijo, sería interesante ahora cruzar el Pacífico y viajar en el transiberiano y volver a ver a tantos de mis amigos en Frankfurt. Mi familia se las puede arreglar sin mí un tiempo. Sus dos acompañantes asintieron y la cena terminó con algunos copiosos whiskys que los alemanes disfrutaron lentamente. Albert sintió que había una muralla entre ellos y él y que no tenía ninguna intención de brincar sobre ella. Echó una ojeada a su reloj y se excusó por lo avanzado de la hora. Meine Herren, dijo, se nos ha hecho tarde, mañana nos espera un día atareado desde temprano, les agradezco la invitación, mucho, me he sentido en Alemania de nuevo gracias a Uds. La ironía no llegó a las mentes cargadas de alcohol de sus anfitriones y entre apretones de manos y palmoteos de espaldas en la puerta del hotel se subió a su Chrysler que no pasó inadvertido en su opulencia a los ojos de los dos enviados de IG Farben.
Hubo una cena de despedida a los dos directivos alemanes a la cual asistieron muchos miembros del staff de Standard Oil. Albert se preocupó de ubicarse lejos de ellos y sólo tuvo que saludarlos cuando ya se iban, tampoco fue al puerto a despedirlos, adujo que estaba “muy ocupado”.
Un par de meses después al terminar una reunió, el Jefe del Area le pidió que se quedara en la sala junto con su “cabeza”. Allí le comunicó que sería conveniente que fuera a Alemania para “ver como andaban las cosas allá” y que así aprovecharía de ver a sus parientes. Albert volvió a sentir una amenaza oculta en lo que escuchaba. Miró al americano, directamente a los ojos y le dijo – Mr. Harris quiero hacerle una pregunta muy importante, el interpelado asintió levemente. - Esta idea de que yo vaya a Alemania ¿es de aquí, de East Baytown? Harris sin inmutarse le dijo – no, Alb, es de ellos, me llegó una carta antes de ayer pidiendo que vaya a Alemania, ya que hay personas importantes que desean hablar con usted. - Entonces rehuso la invitación, Mr. Harris, no deseo ir a Alemania, todo lo que quieran preguntarme lo pueden hacer por correo, así como le llegó esa carta a usted antes de ayer. Temo por mi seguridad personal Mr. Harris y pudiera ser que esas personas importantes fueran unos señores de la Gestapo. – Usted es americano, Alb, ya no está a su alcance, replicó Harris. - Acá no, pero allá sí y no quiero terminar mal en Alemania y tengo una familia acá además. A continuación les relató las alternativas de la invitación a cenar que había tenido lugar dos meses antes. En un momento de su relato sus dos jefes intercambiaron miradas. Albert terminó de hablar y se quedó mirando a Harris.
El “cabeza” no había abierto la boca hasta el momento, miró a Albert y a Harris diciendo - yo me sentiría más tranquilo con Alb acá, lo necesitamos, hay mucho que hacer. Harris levantó los ojos, inspiró largamente mirando el techo, puso las dos manos sobre su pulido escritorio, miró a ambos y sentenció – Entonces Alb se queda acá bien seguro y con nosotros. Si desean conversar con él que escriban o que manden a alguien más agradable que los dos pajarracos nacistas que nos enviaron. No se hable más del asunto, les escribiré diciendo que Mr. Smith tiene mucho que hacer acá como para estar perdiendo el tiempo haciendo turismo. Ahora se van de aquí señores, tengo que trabajar y ustedes también y sonriendo añadió - y mis saludos Alb a su esposa y a sus hijos, ví a su hijo mayor luchando el otro día en el gimnasio y cómo le ganó a sus dos oponentes, uno de ellos era mi hijo, déle mis felicitaciones por favor y que disfrute con su papá. Se levantó sin dejar de sonreír y simulando que los empujaba los echó de su oficina.
Alb se sintió muy feliz y agradecido. Así se lo dijo a su “cabeza” mientras caminaban por el amplio pasillo hacia sus oficinas. Este rió de buena gana y le repondió – ¿ Así que querían que fueras a Alemania? ¿y porqué no se van ellos un buen rato a la mierda, los malditos nazis?. Alb se unió a su jefe en una sonora carcajada.
No mucho tiempo después recibió en su casa una curiosa carta, venía llena de timbres, algunos en español. Alguien le escribía desde Chile, Alb sabía que era alguno de los tantos países sudamericanos que no tenían petróleo pero éste sí mucho cobre y nada más. La abrió curioso depués de cenar en su escritorio. Alguien llamado Moshe Weinstein, le recordaba su pasado juntos en Heidelberg, y le relataba festivamente lo bien que le había ido en ése lejano país luego de su escapada de Alemania con sus padres en 1933 y que vivía bien y que aquí y que acá y que era profesor de Quimica en la Universidad de Chile y que tenia mujer e hijos y muchas cosas más en una carta de tres páginas. Concluía contándole que aprovechando un semestre sabático iría a los EE.UU. y que acogiendo una invitación de la Universidad de Texas estaría en Austin una semana y que le complacería mucho poder verlo. Albert miró el calendario que tenía frente a él y vió que podía ir un par de días, sacrificando un fin de semana. Sabía que tenía que ir, como también sabía muy bien que ni en Heidelberg ni en ninguna otra parte había conocido a nadie que se llamara Moshe Weinstein.
Pasó 1940, Frank tenía 14 años y su hermano 7, su exclusivo colegio los tendría sólo un semestre mas, se terminaría y pasarían a la escuela pública con todos sus compañeros. Su asimilación ya era casi completa, los niños se habían adaptado mucho más fácilmente que los mayores. Era más independiente y se había creado un espacio de vida para él. Había tantas cosas que le interesaban que a veces se confundía. Ya no recibió más cartas de Manfred respondiendo las suyas. Debe ser por lo de la Academia, le comentó su madre, no le debe quedar tiempo. Ahora había descubierto el agrado de conversar con su madre. Su padre pasaba mucho tiempo en el trabajo y le había pedido que la acompañara, renuente al comienzo descubrió que ella era muy agradable para conversar, ambos leían algún libro o alguna revista y lo comentaban, Joanna orientaba a su hijo hacia libros de contenido, lo hacía escuchar junto a ella mientras leían a Beethoven, a Mozart y otros famosos compositores, si es que en esos momentos su hermano no estaba al piano.
Su hermano menor había demostrado que sí tenía condiciones para la música, pero no le interesaba mayormente la Gran Música de su madre, exploraba en la música americana y tocaba cosas que inventaba, algunas muy suaves y melancólicas, acariciando el teclado. Sus padres estaban perplejos; una noche Albert desde su escritorio puso oído al piano y le gustó lo que escuchaba. Fue a la sala, le acarició la cabeza a su hijo menor, es hermoso hijo, ¿de quién es? – Mía papá, respondió el chico sin dejar de tocar, la profesora me dijo que le compusiera algo. Albert subió de inmediato al dormitorio a hablar con su mujer.
Las vidas de los europeos en East Baytown se habían estabilizado y apoyándose mutuamente, más la inapreciable ayuda de sus chaperones americanos a los que se sumaban los padres de los chicos americanos del colegio, habían superado las dificultades de la adaptación, cual más cual menos ya hablaban un inglés pasable y disfrutaban de una vida sin mayores sobresaltos ya que los ingresos era más que suficiente, no pagaban por las casas que ocupaban, eran de la Compañía y tenían excelentes servicios de salud para todos, y gratuitos. Ya habían nacido tres auténticos norteamericanos, de las familias checa, polaca y ruso-francesa los que fueron celebrados con ruidosas y alegres fiestas. Venía otro fin de año, se terminaría 1941 y se aprestaban a iniciar los arreglos para la Navidad. El invierno texano era muy distinto al de otras regiones de EE.UU., no había nieve, pero sí hubo algo que provocó peores efectos que una tempestad.
Albert se despertó esa mañana de Domingo temprano, su familia dormía. Sin querer molestarlos bajó despacio hacia la cocina para hacerse un desayuno, miró por la ventana, nublado, pero no hacía frío, salió al jardín a recoger su periódico, nada importante en los titulares. Se iba a sentar a la mesa de la cocina a esperar que hirviera el agua de la tetera pero se le ocurrió encender el radio. Una voz hablaba atropelladamente, le costó entender lo que decía, mucho hablaba de Hawai, Albert pensó en alguna tormenta, al repetir otra vez el locutor su excitado mensaje Albert se informó que la tormenta la habían traído aviones japoneses, habían atacado a los EE.UU. Perplejo manoteó los bolsillos de su bata de levantar buscando un cigarrillo mientras seguía escuchando los detalles del ataque, sintió que en las casas vecinas escuchaban las radios a todo volumen.
Albert se dio cuenta que las cosas serían distintas ahora, muy distintas y creyó conveniente subir a despertar a su familia y comunicarles que estaban en guerra.
Fin del Capítulo II
salu-2
Última edición por roul wallenberg el Sab Feb 16, 2008 6:13 pm, editado 1 vez en total.
- roul wallenberg
- Usuario
- Mensajes: 20
- Registrado: Mar Ene 08, 2008 5:31 pm
- Ubicación: Chile
"Cosas de Niño" CAPITULO III
CAPITULO III
Venganza del 7 de Diciembre, “El Día de la Infamia”
<center></center>
fuente:cartelandia.com
El ataque a Pearl Harbour sacudió a la nación americana como un violento terremoto. Al comienzo fue la sorpresa, luego vino la indignación y luego, acicateada por las publicaciones en la prensa y la radio, los discursos patrióticos empezando por el del presidente Roosvelt y de cuanto político que quiso hacerse ver y escuchar, vinieron la sed de venganza y el odio. El “Día de la Infamia” daría lugar a años de violento rencor.
Joanna mantuvo un inquieto silencio. Dos días más tarde ya de noche y en cama le preguntó a su marido – Albert, ¿crees que será larga la guerra? – No, no lo creo mi amor, los japoneses tienen muy poco petróleo, sin él un país es como un animal sin sangre. Si les destruyen sus fuentes de suministro y los submarinos les hunden sus buques petroleros no podrán durar mucho. – Joanna siguió - ¿Y crees que habrá guerra con Alemania? – Albert acariciándole la mano le respondió – No, Joanna, Hitler será todo lo que queramos, pero no es tan imbécil como para desafiar a los EE.UU. Sabe que si los ataca, éstos le echarán encima todo su potencial industrial. Las guerras se ganan con dinero y con petróleo amor, y ya te has dado cuenta lo rico que es este país. Los EE.UU. en ese caso les repartirán armas y suministros a los ingleses y a los rusos. Recuerda que en Europa las distancias son cortas, no como acá y le bombardearán sus plantes de carbón-petróleo que están muy expuestas y los pozos rumanos y así los famosos tanques alemanes quedarán paralizados por falta de combustible y si quieren usarlos para pelear van a tener que empujarlos. Yo creo que van a hacer todo lo posible por evitar una guerra contra nosotros (Albert se sorprendió a sí mismo al decir “nosotros”, ya pensaba como americano y no como alemán). Los generales de su E.M. deben tenerlo muy claro, además que todos ellos estuvieron en la Primera Guerra Mundial y deben recordar muy bien lo que pasó cuando los americanos llegaron a Europa. – ¿Porqué tu pregunta? - dijo mirándola a los ojos – Frank ya tiene dieciséis años y no quiero que vaya a la guerra y me maten a mi hijo, le respondió su mujer devolviéndole la mirada. Esa noche a Albert le costó muchísimo quedarse dormido.
Dos días más tarde el Ministro del Exterior alemán, Joachim von Ribbentropp (von Ribbensnob para sus adversarios) citó a su despacho al encargado de negocios de la embajada norteamericana (el embajador se encontraba en Washington) y sin ofrecerle asiento ni saludarlo le entregó la nota en la cual Alemania se declaraba en guerra con los EE.UU. Le gritó: “Ihr Präsident hat diesen Krieg gewollt, jetz hat er ihn!” (su presidente ha querido esta guerra, ahora la tiene) y dándole vuelta la espalda abandonó la habitación.
John Rockefeller, fundador de la Standard Oil
<center></center>
fuente: imágenes google
Una imagen satírica de la empresa
fuente: imagenes google
Etilo-plomo para la Wehrmacht
Otro ejemplo notorio de ayuda de Standard Oil a Alemania nazi - en cooperación con General Motors - fue como abastecedora de etilo plomo. El fluido de etilo es un compuesto anti-golpe usado en aviación y combustibles de automóvil para eliminar el golpe de las piezas, y para mejorar la eficacia del artefacto; sin tal anti-golpe los componentes de la guerra móvil moderna serían totalmente ineficaces.
En 1924 se formó en la ciudad de Nueva York Ethyl Gasoline Corporation, de propiedad compartida entre Standard Oil de New Jersey Company y General Motors Corporation, para controlar y utilizar las patentes americanas para fabricar y distribuir el tetraetil plomo y fluido de etilo en EEUU y en el extranjero. Para 1935 la fabricación de estos productos sólo se emprendió en los Estados Unidos.
La Ethyl Gasoline Corporation transfirió su tecnología a Alemania a contar de 1935 contribuyendo al programa del rearme nazi. Este traslado se emprendió aún sobre las protestas del Gobierno americano. La intención de Ethyl al transferir su tecnología anti-golpe a Alemania nazi llamó a la atención de la Fuerza Aérea del Ejército y en Washington, DC, el 15 de diciembre, 1934, EW Webb, presidente de Ethyl Gasoline, fue aconsejado que Washington había sabido de la intención de "formar una compañía alemana con IG para fabricar etilo plomo en ese país." El Departamento de Guerra indicó que había una oposición considerable a este traslado tecnológico que puede "tener ]las más graves repercusiones" para EEUU; "que la demanda comercial para etilo plomo en Alemania era demasiado pequeña para ser de interés; y ... se ha dicho que Alemania se está armando en secreto [y] el etilo plomo sería indudablemente una valiosa ayuda para la industria de aeroplanos militares."
Ethyl Company fue aconsejada entonces por el Cuerpo Aéreo americano que
"bajo ninguna condición si usted o la Mesa de Directores de la Ethyl Gasoline Corporation deben descubrir cualquier secreto o 'capacidad ' en relación con la fábrica de tetraetil plomo para Alemania."
El 12 de enero, 1935 Webb mandó por correo al Jefe del Army Air Corps una "Declaración de Hechos", que era en efecto una negación a que se transmitiría cualquier conocimiento técnico; él ofreció insertar tal cláusula en el contrato para cuidarse contra cualquier transferencia de ese contenido. Sin embargo, contrariamente a su garantía al Army Air Corps, Ethyl firmó a continuación un acuerdo de producción conjunta con IG Farben en Alemania para formar Ethyl G.m.b.H. y con Montecatini en Italia fascista para el mismo propósito.
Vale la pena hacer notar que los directores de Ethyl Gasoline Corporation en el momento de la transferencia eran: EW Webb, presidente y director; CF Kettering; RP Russell; WC Teagle, de Standard Oil of New Jersey y fideicomisario de Georgia Warm Springs Foundation de Franklin Delano Roosvelt; FA Howard; EM Clark, Standard Oil of New Jersey; AP Sloan, Jr.; D Brown; JT Smith; y WS Parish de Standard Oil de New Jersey.
Saludo de Adolfo Hitler al presidente de IG. Farben con motivo del año nuevo 1941
<center></center>
fuente: "Wall Street and the Rise of Hitler" Anthony C. Sutton
Los archivos de IG Farben capturados al final de la guerra confirman la importancia de este particular traslado técnico para la Wehrmacht :
"Desde el principio de la guerra nosotros hemos estado en posición de producir tetraetil plomo solamente porque, poco antes del inicio de la guerra, los americanos habían establecido para nosotros plantas listas para la producción y nos habían proporcionado toda la experiencia disponible. De esta manera nosotros no tuvimos necesidad de realizar el trabajo difícil de desarrollo y así pudimos empezar la producción enseguida sobre la base de toda la experiencia que los americanos habían adquirido por años".
En 1938, la Luftwaffe alemana tenía una necesidad urgente de 500 toneladas de tetraetil plomo. Ethyl fue advertida por un funcionario de DuPont que tales cantidades de etilo serían usadas por Alemania para propósitos militares. Estas 500 toneladas fueron prestadas por Ethyl Export Corporation of New York a Ethyl G.m.b.H. de Alemania, en una transacción colocada por el Ministerio del Aire del Reich con el director de IG Farben Mueller-Cunradi. La seguridad colateral se colocó en una carta datada el 21 de septiembre de 1938 a través de la aseguradora norteamericana Brown Brothers, Harriman & Co. de Nueva York.
<center></center>
fuente: cartelandia.com
Para Albert lo que siguió fue una reminiscencia de lo que él había visto y vivido en la Alemania nacista, sólo que aquí se había reemplazado a lo judíos por los japoneses. Los americanos eran también muy capaces de menospreciar y someter racialmente a otros grupos, tenían una larga práctica con los negros. Grotescas caricaturas de unos hombrecillos amarillos y dientudos con amenazadoras espadas y cuchillos aparecieron en todos lados.
Ahora no fue posible sustraer a los niños de los acontecimientos, les llegó de lleno la oleada de ardiente y vengativo rencor que envolvía a los EE.UU. Albert y Joanna conversaron el tema largamente y muy a pesar de las protestas de ella tuvieron que concluir que sus hijos, especialmente Frank no podían, de ninguna manera, aparecer con una actitud distinta a la del resto de los niños, ya que correrían el peligro de convertirse en blanco de las crueles represalias que los niños son capaces de tomar cuando son afectados sus sensibles sentimientos por fuerzas negativas.
Se habló con ellos para darles valor y transmitirles que jamás los japoneses podrían poner pie en los EE.UU. y que los soldados, buques y aviones americanos se encargarían de darles su merecido. Les respondieron todas sus preguntas infundiéndoles confianza en el poderío de su país.
En su trabajo, para su gran sorpresa las cosas siguieron prácticamente igual. Claro, se hablaba del asunto, pero casi siempre referido a las necesidades de combustible de la Armada para poner en acción a sus unidades existentes y las que necesariamente se construirían aceleradamente.
Afiche contra el mercado negro de la gasolina
<center></center>
fuente:www.ww2incolor.com/
Se les citó a una reunión y Harris les informó que la Compañía les retiraría los automóviles por economía. De esa forma, les dijo, vayan a comprarse un automóvil nuevo ahora, ya que los chicos de Detroit dejarán de fabricar automóviles y se dedicarán a la producción militar; la Compañía les ayudará con los créditos y será su aval. Les dio el nombre del funcionario que los atendería para esos efectos y les advirtió que ni soñaran en Cadillacs o cosas por el estilo. Les dijo también que el racionamiento también era para ellos, pero luego en confianza les contó que él manejaría un talonario de vales para “fines especiales”, como salir con la familia, y que si necesitaban se los pidieran a su secretaria. La empresa no iba a ser cicatera con sus colaboradores de rango.
Se reunieron en un alegre grupo y salieron a ver automóviles a las tiendas. Albert se decidió por un Chevrolet coupé que enloqueció a sus hijos. Frank miraba fijamente a su padre quien entendió el mensaje, sí, le dijo sí, te enseñaré a manejar, pero déjame aprender a mí primero cómo se usa esta cosa; y el auto será para que transportes a tu madre y tu hermano cuando lo necesiten y para que vayas a comprar (por fin alguien lo relevaría de esa lata), no para que andes tonteando por allí. Sabía que no podría negárselo los sábados por la noche para salir con alguna chica, todos los padres americanos lo hacían.
fuente: imágenes google
Al conducir su nuevo coche Albert sentía la sensación del poder americano. El ronquido del poderoso motor, la exactitud de relojería de su caja de cambios, la perfecta sincronización de sus sistemas y el balance peso-tamaño-fuerza no dejaba de impresionarlo. Si acá se hacen estos autos, los mejores para el público medio del mundo pensó, los aviones, tanques y buques serán de esta calidad, nadie podrá vencerlos.
Súbitamente uno de los ingenieros americanos, Martin Helms, del mismo equipo de Albert se convirtió muy a pesar en una celebridad, había servido en la Marina y era oficial de reserva. Fue acosado con un sinfín de preguntas acerca del consumo de portaviones, destructores, submarinos etc. etc. y más etc., ante su desesperación la persecución llegaba hasta su casa a la cual llegaban sus colegas y amigos para preguntarle de todo.
Harris vino en su rescate y obtuvo algunos catálogos los que circularon por manos y ojos ávidos de información. Se organizaron algunas charlas informativas ofrecidas por los de producción a las que asistieron algunos oficiales navales y se hizo generalizada la certeza que la industria petrolera americana podría solventar las necesidades de una larga guerra sin mayores inconvenientes. Se impondría sí un drástico racionamiento civil y se racionalizaría al máximo el consumo industrial. De Alemania se habló muy, pero muy poco.
(sólo para escuchar mientras se sigue la lectura)
<object width="425" height="355"><param name="movie" value="http://www.youtube.com/v/ZJE-onnw2gM&re ... ram><param name="wmode" value="transparent"></param><embed src="http://www.youtube.com/v/ZJE-onnw2gM&rel=1" type="application/x-shockwave-flash" wmode="transparent" width="425" height="355"></embed></object>
Entrado ya Enero de 1942, habían ya terminado las precipitadas improvisaciones de los primeros días de guerra. Toda el área del Golfo de México con su vital contenido en yacimientos e instalaciones fue objeto de especial protección por parte de las fuerzas armadas norteamericanas. Naves de guerra patrullaban intensamente la zona, era muy raro no escuchar el sonido de aviones en el aire y se edificaron rápidamente campamentos de marines, aviadores y cuarteles de la Guardia Nacional. Se empezaron a ver muchos uniformes en las calles y los bares, cantinas y lugares de entretención aumentaron sus ventas mucho más allá de los más optimistas sueños de sus propietarios. En la atmósfera se respiraba la inquietud de un ataque japonés, todos sabían que esa zona de los EE. UU. y de Texas eran el blanco más importante para el enemigo y una forma de disipar la tensión la constituía el alcohol en buena compañía.
Las plantas tuvieron que soportar el súbito abandono de ellas de empleados y operarios jóvenes que acudían entusiastas a enrolarse a las distintas oficinas de reclutamientos de los diferentes servicios armados y cortos de personal tuvieron que recurrir a mano de obra alternativa. Muchos mexicanos, la mayoría provenientes de la industria del petróleo de su país cruzaron la frontera y se incorporaron a la fuerza de trabajo iniciándose con una rápida e intensiva capacitación y comenzaron a integrar los turnos de trabajo en las refinerías que no paraban ni un momento del día ni de la noche, la industria trabajaba a plena capacidad.
Albert estaba por una parte entusiasmado. Desde su llegada le había tomado el pulso a la enorme estructura de la industria petrolera americana. Ahora vería al coloso desplegar todo su vigor peleando. Se sentía como tripulando una poderosa locomotora que se lanzaría a toda velocidad cubriendo una larga distancia. Sería una prueba al máximo, a lo que sólo una guerra puede exigir a la industria.
Frank reaccionó como todos los chicos, tenía ya 16 años. Empezó con encargarse de poner la bandera todos los días en la mañana en su casa, tarea que tuvo que delegar en su hermano ante los incesantes ruegos de éste. En la escuela pública su rendimiento aumentó notoriamente, su alianza con Arón rendía sus frutos, la mente de Frank haciendo una carambola estaba apuntando hacia el Lee Collage, el mejor high school de la zona, el que además de su prestigio académico y considerado puerta obligatoria hacia la soñada Universidad de Texas contaba con estupendas instalaciones deportivas y tenía un equipo de lucha olímpica imbatible.
Con la inapreciable asesoría de Jimmy, con quien no dejaba de practicar en su colchoneta y que lo proveía de sus inagotables contactos con chicas empezó a alternar con algunas y tuvo que recurrir de urgente emergencia a su madre para que lo iniciara en los secretos del baile, ante el burlón regocijo de su hermano menor. Glenn Miller y Benny Goodman hacían bailar a los americanos distrayéndolos de las incertidumbres de la guerra. Las pulidos pisos de las canchas de básquetbol de las escuelas acogían a los mismos adolescentes que durante el día sudorosos hacían esfuerzos por encestar el balón al anochecer de los fines de semana , ahora muy bañados y acicalados haciendo otros esfuerzos de coordinación muscular al compás de la música para lograr el interés y aprobación de sus amiguitas.
Benjamín Mandelsaft , el padre de Arón acostumbraba a visitar a Albert, aprovechando que su hijo estudiaba con Frank , mientras los muchachos estaban en la habitación de éste dedicados a resolver laberínticos ejercicios de álgebra los dos mayores se sentaban en el jardín a beber una cerveza.
Alb, ¿cómo ves esto? le preguntó a su colega y amigo – Siempre tus preguntas son complejas, Ben, lo veo mal por una lado, es la guerra, y bien por otro, ya están alineadas la fuerzas, esto será el fin de Hitler y de los nazis. – No va a ser fácil replicó Benjamín , los EE. UU. no estaban preparados para una guerra mundial, sabes como yo que todo lo necesario para derrotar a los japoneses y a los alemanes aún hay que fabricarlo.
- Pues se hará Ben, no serán capaces de llegar a Norteamérica, las industrias y fábricas podrán trabajar a toda máquina y sin mayores problemas y si faltan hombres por los que se irán al frente, se reclutará a mujeres para que ocupen sus puestos, se pondrán insoportables dijo, bajando la voz para que no lo fuera a escuchar su mujer, y cuando los hombres vuelvan no querrán dejar sus trabajos.
Albert sabía que Benjamín estaba muy angustiado por la suerte de sus padres y hermanos en Alemania, había cuñados y cuñadas y sobrinos también y dos ancianos abuelos, por ello trataba de alivianar sus conversaciones. ¿No has sabido nada de tu gente aún? preguntó más por cortesía – Benjamín meneó la cabeza – nada, nada en absoluto y están llegando muy malas noticias. Albert lo miró levantando las cejas. – Ha habido asesinatos, continuó Benjamín, están asesinando judíos. – Sí replicó Albert, pero eso ya debe haber pasado. Tú me contaste que muchos judíos están en campos de internamiento, como los que están haciendo acá para los americano-japoneses, con custodia de la policía. Ahí nada les puede pasar, no están como antes en las calles expuestos al populacho y a los matones de las S.A.
Es dentro de esos campos Alb, hay trabajos forzados y también se sabe de ejecuciones y no están custodiados por la policía, sino por las SS, la fuerza más radical y fanática de los nazis. - Ben, ahora con la guerra con los EE.UU. los nazis tendrán cosas mucho más importantes y urgentes que hacer que estar maltratando a tu pueblo.
Benjamín no se dejaba convencer – parece que es parte de la guerra. A nuestro centro hebreo en Austin llegaron comunicados desde Nueva York . Hay noticias muy malas de Rusia, los alemanes han realizado masacres muy grandes de judíos. Son testimonios irrefutables de testigos muy calificados. – Albert reflexionó antes de seguir, - pero no en Alemania Ben, los nazis no las emprenderán así como así contra judíos a-le-ma-nes, subrayó, hay hasta veteranos condecorados de la IGM.
-Los judíos somos judíos; no importa de donde provengamos le refutó Benjamín, basta con que hayan matado al primero, es resto ya se les hizo fácil. – No, no Ben dijo Albert echándose hacia atrás en su silla y poniéndose ambas manos en la nuca, no puedo aceptarlo tan así como así. Mira, ambos nacimos en Alemania, el país más culto de Europa, tiene raíces humanistas muy profundas, acuérdate solamente de donde estudiamos. Bajó la voz y se inclinó hacia su amigo – Alemania tiene bastante más cultura en ese sentido que….e indicó el suelo con su dedo índice. No resistiría ni aceptaría un crimen de ese calibre. Benjamín era un adversario difícil. - Los alemanes están cautivos de una ideología perversa Alb y les gusta estarlo, por favor no es por molestarte, pero tu hijo mayor estaba en la Hitlerjunge
Albert se revolvió sí molesto en su silla, tomó un largo sorbo de cerveza y respondió. – Sí Ben, así fue, pero déjame seguir con mi idea, tú me contaste que en Europa hay algo más de catorce millones de judíos. ¿Crees tú que los nazis pretenden matarlos A TODOS? - Ben, por favor, eso es imposible y más aún peleando una guerra mundial. Es mucha, muchísima gente, tendrían que montar instalaciones industriales ad-hoc para poder llevar a cabo una matanza a esa escala. Piénsalo como ingenieros que somos, una operación como esa involucra muchas cosas, agrupamientos masivos de personas, transportarlas a largas distancias, ocultar sus restos, guardias armados que deberían estar en el frente, armas, etc etc. Una cosa muy grande y no hay nadie en Alemania capaz y menos ahora con una guerra tremenda encima capaz de montar una estructura semejante.
- Si hay Alb, dijo Benjamín después de terminar su cerveza e incorporándose para irse, su hijo le hacía señas que el estudio había terminado – Sí las hay siguió, para una de ellas hemos trabajado ambos, IG Farben. - Albert lo quedó mirando con la boca abierta – Sí Alb, tienen los medios, lo sabes tan bien como yo, los otros son las SS, entre ambos lo pueden hacer, pueden empezar mañana mismo si quieren, si es que ya no han empezado.
“Jochy” como le decían al menor de los Smith, de nueve años se las había arreglado para hacerse su mundo, tenía unos cuantos amigos muy leales y revoloteaba con ellos por el vecindario. Al comienzo había tenido problemas por su carácter. Joanna temía que molestara a sus nuevos amiguitos. Un día llegó su hijo algo corrido y ella notó que la evitaba, intrigada lo llamó y se percató que el chico evitaba mirarla. Joacham, le dijo severa, mírame a la cara, así tuvo que hacerlo y su madre estupefacta vió que tenía un ojo morado. Mientras le aplicaba un trozo de carne trató de transmitirle algunas formas de convivencia para que no volviera a tener ese tipo de percances.
Aburrido de las pullas de su hermano mayor por no interesarse por algún deporte y obligado por el reglamento de la escuela tuvo que decidirse por alguno y fue el básquetbol. Además le gustó y resultó que tenía aptitudes. Se unió a un equipo de principiantes y tras un tiempo de exhaustivas prácticas pudieron jugar sus primeros partidos. Afortunadamente los resultados iniciales no fueron tan malos, perdían por márgenes decorosos e incluso lograron unos triunfos muy estrechos pero triunfos al fin. Jochy y sus compañeros de equipo se divertían mucho viendo el desencanto y la a veces hasta lacrimosa desilusión de sus vencidos oponentes. Perder con ellos ya era lo último.
Su familia lo acompañaba en pleno a verlo jugar, así como lo hacían a los torneos de lucha en que participaba Frank. Éste no cesaba de alentarlo y quedaba ronco de tanto gritar. Al final de un partido en el que se impusieron sobre su desconsolado rival, mientras los chicos iban a las duchas, los Smith se aproximaron al entrenador para felicitarlo. El espigado D.T. , ex jugador profesional, los identificaba como la familia de su pupilo. – Su hijo es bueno, les comentó, pero por una razón muy distinta al común de los jugadores; el básquetbol es ritmo e ilustró su frase boteando la pelota que tenía entre sus manos, miren, dijo, y la pelota golpeó el suelo pam, pam- pam pam. ¿lo sienten? es ritmo, invierto mucho tiempo en meterles el ritmo en la cabeza a los chicos, su hijo lo tiene y no lo pierde jamás porque es músico. No va a ser una estrella porque no le interesa, pero como lo vieron ustedes siempre va a ser un problema para sus rivales. Se excusó y despidiéndose se dirigió a los camarines llevando la pelota en alto sobre su cabeza.
Esa noche, después de cenar, Frank se desprendió de uno de sus tesoros, una camiseta del equipo “senior” de básquetbol de la Universidad de Texas que se había ganado en una rifa y se le regaló a su hermano, que la ambicionaba secretamente. Reunidos en el jardín comentaron el partido que habían visto. Jochy de pronto se levantó y fue a la sala y abrió el piano. Por insinuación de la maestra se había terminado la restricción horaria de acceso al instrumento, para no coartar la inclinación del niño. Sus padres y hermano lo escucharon con interés, el que se transformó en agrado a medida que el chico interpretaba algunas conocidas melodías populares de moda, remató con dos compuestas por él y una improvisación.
Frank lo había escuchado porque vivía allí, no había escapatoria, pero ahora se dio cuenta que su hermano era capaz de hacer algo muy especial y como buen deportista sabía reconocer esas cosas y comenzó a mirarlo de una forma distinta, con el cariñoso desdén de hermano mayor mezclado con algo de admiración y un poco de respeto.
Edificio de la época de la Standard Oil en Brodway, NY
<center></center>
fuente:imágenes Google
Hermann Schmit (a la izquierda), cabeza de la IG. Farben con unos amigos
<center></center>
fuente: "Wall Street and the Rise of Hitler" de Anthony Sutton.
Standard Oil de New Jersey y el Caucho Sintético
El traslado de tecnología de etilo para la máquina de guerra nazi se repitió en el caso de caucho sintético. No hay duda que la capacidad de la Wehrmacht para combatir la Segunda Guerra Mundial dependía en forma importante del caucho así como del petróleo sintético, porque Alemania no tiene caucho natural, y la guerra le habría sido imposible sin la producción del caucho sintético de IG.Farben. La empresa tenía un monopolio virtual de este campo y el programa para producir tal requisito en grandes cantidades fue financiado por el Reich:
“El volumen de producción planeada en este campo estaba lejos más allá de las necesidades de la economía en período de paz. Los grandes costos involucrados sólo eran consistentes con consideraciones militares en que la necesidad por la autosuficiencia sin tener en cuenta el costo era decisiva. “
Como en la transfiere de tecnología de etilo, Standard Oil de New Jersey estaba íntimamente asociado con el caucho sintético de IG Farben. Una serie de acuerdos conjuntos de cartel se hizo a fines de los 1920 apuntados a un monopolio conjunto mundial de caucho sintético. El Plan Cuiatrienal de Hitler entró en funciones en 1937 y en 1938 Standard proporcionó a IG Farben su novedoso y estratégico proceso de caucho de butyl. Por otro lado la Standard mantuvo en secreto los procesos alemanes de buna dentro de los Estados Unidos y no fue hasta Junio de 1940 que se permitió a Firestone y US Rubber participar probando el butyl y se concedieron licencias industriales a la buna alemana. Incluso entonces Standard intentó que el gobierno americano financiara un programa de producción de buna de gran alcance - reservando sus propios fondos para el más prometedor proceso butyl.
Por consiguiente, la ayuda de Standard en Alemania nazi no estaba limitada al petróleo obtenido del carbón, aunque éste era el traspaso más importante. No sólo fue transferido el proceso para tetraetil a IG Farben a una planta construida en Alemania de propiedad compartida por IG Farben, General Motors y las subsidiarias de Standard Oil, una de ellas en 1939 diseñó una planta para elaborar gasolina de aviación. El tetraetil se envió sobre la base de la emergencia que tenía la Wehrmacht y la ayuda mayor se dió en la producción de caucho del butyl, mientras mantenía en secreto en EEUU el proceso Farben para la buna. En otras palabras, Standard Oil de New Jersey (primero bajo el presidente WC Teagle y luego bajo WS Farish) en forma consistente ayudó a la máquina de guerra de la Alemania nazi mientras se negaba a ayudar a los Estados Unidos.
Esta sucesión de eventos no era un accidente. El Presidente WS Farish sostuvo que no haberle concedido tal ayuda técnica a la Wehrmacht "... habría sido injustificado". La ayuda fué conocida por más de una década, y fué tan grande su significado e importancia que sin ella el Wehrmacht no habría podido ir a la guerra en 1939.
Martin Helms era el oficial naval de reserva que había sufrido el febril acoso de sus colegas, le agradaba conversar con Albert, ya que este le daba una visión de Europa, la que él no conocía y disfrutaba conociendo cosas a través de su amigo. Un sábado lo llamó por la vía interna. Alb, le dijo ¿tienes algo que hacer hoy por la noche? – No, respondió éste, ¿por? - ¿Por? porque podrías darte una vuelta por mi casa. Albert era muy renuente a dejar su casa y menos sin Joanna, prefería salir de noche con ella. - Martin, le dijo, cuando llego a casa no me dejan salir, salvo que me manden a comprar algo o a buscar a alguno de mis hijos, ven tú a la mía mejor, puedo recibir visitas una vez al mes y este mes no ha venido nadie.
Martin dejó oír su sonora risa. Ok, estaré ahí a las 1900 (siempre usaba el horario naval) con mucha hambre y sed, pero las botellas las llevo yo – te espero gustoso, vienes con Maggie? – No, fue la respuesta, tiene que juntarse con sus amigas del club de no se qué.
Se instalaron en el jardín e iniciaron la conversación con el obligado intercambio de chismes del trabajo. Por él Albert se había enterado que Harris su Jefe de Area odiaba su trabajo de escritorio, era hombre de acción, de planta, de casco plateado yendo y viniendo por las pasarelas de la industria. Por su habilidad en dirigir su equipo, el más eficiente lo habían trasladado y ascendido y había demostrado su habilidad al dirigir a los profesionales que habían llegado de Europa a los cuales les sacaba un rendimiento importante. Se había traído consigo a “cabeza” que a la inversa quería estar en oficinas y no seguir con turnos, especialmente los de noche, ya que se había casado hace poco.
Albert abrió el fuego, se había percatado que no era del todo una visita social. - Martin ¿qué harás?, ¿te reincorporas a la Marina? – No lo sé Alb, me presenté, claro, y no me rechazaron, soy un nene de 43 años. Me preguntaron de todo. Tienen que decidir. Yo creo que voy a ir a parar a un escritorio quien sabe dónde y no a la sala de máquinas de un acorazado como hubiera querido. Me preguntaron mucho por lo que hago aquí. La Marina va a tener que transportar millones de toneladas de combustibles y aceites por todo el Pacífico y cruzando el Atlántico, sabes que en eso he estado yo acá, así que no me hago muchas ilusiones.
- Tienes razón, y se llevarán un especialista de primer orden, me tranquiliza, no escasearán los combustibles ni lubricantes para las fuerzas americanas, le dijo Albert. ¿Qué grado te darán? – Soy capitán de corbeta de la reserva naval, la costumbre es que lo reincorporen ascendido, sería fragata, comandante.
Albert se llevó la mano derecha extendida hacia una imaginaria visera. – Mi comandante le dijo, como ves las cosas con Alemania? – Costará Albert, pasará tiempo. Estos bribones están en un programa acelerado de construcción de submarinos. Los hacen muy buenos y saben moverlos, en la IGM lo hicieron muy bien, tienen un jefe, un tal Doenitz que es muy capaz, en la otra guerra comandó uno.
- Mmmmm gruñó Albert y cortarán el paso en el Atlántico. – Así es Alb y de momento no tenemos como solucionarlo, habrá que construir toda una flota antisubmarina y compartirla con los británicos, además de aviones, muchos aviones navales. Detectar un submarino moderno no es nada de fácil, se necesita electrónica muy especial y en eso estamos atrasados, los ingleses tendrán que darnos una mano. Solo una vez que tengamos asegurado el Atlántico podremos pasar nuestros cachivaches a Inglaterra, llevar combustible e invadir con ellos Europa para tumbar a los alemanes. – Así veo, no será una guerra corta, dijo el anfitrión, dime que has venido a decirme y lo miró a los ojos.
- Ok, a eso venía, me pillaste. Sabes que Standard Oil ha estado muy metida con IG Farben. – Si no lo sabré yo, por eso estoy acá, por suerte, rió Albert.
- Así es, la Secretaría de Guerra y ahora la de Marina están preocupadas por eso, no le han quitado el ojo de encima y ahora estarán muy atentas.
- ¿Traición? Dijo Albert en voz baja – Puede ser dijo Helms, tú sabes que de acá se financió a los nazis para que llegaran al poder y todo el traspaso tecnológico que les hemos hecho……
¿Y? ¿hacia dónde vamos?, le interrumpió Albert – Vamos hacia que yo he estado en ello desde hace tiempo y quería saber si puedo dar tu nombre para que te encargues de observar el …ejem…ambiente. - Martin, exclamó Albert, porqué yo, ni siquiera nací acá, y simulando le decía un secreto murmuró, nací en Alemania y levantó su brazo derecho haciendo el saludo hitleriano, le encantaba hacer reír a su amigo - La carcajada no se hizo esperar, sí, precisamente por eso, por tu escritorio pasa todo lo que llega en alemán, o llegaba, los conoces, sabes cómo y lo que piensan los señorones de Frankfurt. – No tanto, no tanto Martin , las cosas importantes llegaban a Brodway y Nueva Jersey, a las oficinas centrales, esto es un conjunto de plantas, una unidad operativa, no decisional. – Aún así es importante estar ojo atento dijo Martin, ¿vienes o no? - ¿Me reclutarán, me darán uniforme, qué grado me darán? le preguntó Albert - Marinero de primera clase,¿ te parece?, te verás muy monono de uniforme – Me desilusionas, le dijo su amigo mientras llenaba los vasos, pensaba en algo más solemne para mí, algo así como Comodoro, bueno Martín, sí, si voy.
- Ok, ellos se comunicarán contigo, quizás yo ya ni esté aquí, esta incertidumbre me descompone. Maggie estaba nerviosa, le contó, sin yo pedírselo le sacó a los uniformes la naftalina y los limpió y planchó, me tiene una maleta lista por si acaso. - ¿Está más tranquila ahora? preguntó Albert, - Sí, tuve que empeñarme y administrarle el mejor sedante para las mujeres en estos casos, está en el manual de la Marina, añadió sonriendo con malicia. – Y en el de la Compañía también replicó Albert conteniendo la risa, lo bueno es que además de efectivo es gratis y muy agradable de aplicarlo, yo también he estado ocupado en ello estas noches. Los dos varones entrechocaron sus vasos intercambiando sonrisas.
Joanna les llevó una bandeja con sándwiches, que Martín celebró alborozado. Tu mujer es una artista exclamó y dirigiéndose a ella le dijo en secreto…¿los hacías “allá”? – No respondió ella riendo, “acá” aprendí en las fiestas de la escuela de los chicos. Maggie no los hace, dijo Martin haciendo un puchero – Pues dile que venga a verme cuando quiera dijo Joanna y la pongo al día, miró a Alb y este le puso una silla para que se sentara, ya la conversación de ellos había terminado.
Su mujer había cambiado en algunas cosas. Sus nuevas amigas americanas la habían llevado a una peluquería y cambiaron su “look”. Combinó muy bien la discreta forma de vestir europea con la más estridente americana usando colores más opacos y el resultado fué excelente. Sus amigas procuraban imitar su elegante estilo y Albert se percataba en las reuniones y fiestas cuya asistencia era prácticamente obligatoria, que los hombres siempre le dedicaban su atención. Un día ella le comentó que los hombres en la calle le decían “cosas” que ella no entendía y le silbaban. ¿Te molesta?, le preguntó – Me molestará cuando me cuentes que ya no lo hacen, le respondió él acariciándola.
Conversaron alegremente de todo mientras comían, hasta que su invitado miró la hora, cielos dijo, debo irme, me dieron sólo una hora de permiso, Albert miró su reloj, pues te cuento que ya van a ser dos, - Si, pero me lo extendieron a dos horas cuando le dije que venía donde ustedes.
- Me alegro de estar en la lista de “gente de confianza” de tu mujer Martin – éste replicó mirando hacia otro lado – y de otras personas también Alb.
Vinieron los hijos del matrimonio a despedir al visitante. Albert miró comprensivo como su amigo bromeaba con los muchachos acariciándoles el pelo y zamarreándolos suavemente. Martin no tiene hijos hombres pensó Albert, pero a cambio tiene tres hijas que son un encanto, no sabiendo que compartía la misma opinión sobre la mayor de ellas con su hijo Frank.
Las vidas de los Smith y de quienes los rodeaban siguieron al compás de la sucesión de acontecimientos derivados de la guerra y de los de generación propia en una familia y en una comunidad. Permanentemente bombardeados por noticias, malas algunas, buenas otras, pésimas de vez en cuando, a todos se les hacían necesarias una o más vías de escape, más aún para aquellos que algún ser querido en el frente. Por una parte había una lógica ansiedad por tener noticias de ellos, pero aparejada al temor de enfrentarse a una tragedia.
La comunidad de Cedar Bayou se vió conmovida por la despedida de los muchachos mayores, cuatro americanos nativos, el mayor de los polacos Olzevsky se fue al Ejército, el de los rumanos Lopescu ingresó a la aviación naval y los dos mellizos Martonffy, del matrimonio húngaro partieron, Zoltan a la marina, quería ser submarinista y Bernabé a los marines. El resto de los muchachos, menores, Frank entre ellos tenían que esperar su turno para cuando les llegara la edad de conscripción. Nadie hablaba de ello, era demasiado agobiante.
Los jóvenes tenían sus cosas, sus estudios, los deportes, las entretenciones, sus romances, les era más fácil huír de la realidad.
Frank pagó un doloroso tributo a la guerra. Martin Helms partió de un día para otro a la gran base de San Diego, California, de la Marina. No alcanzó a despedirse de nadie y no pasó más de un mes y Maggie y sus tres hijas partieron tras él. Hubo una fiesta de despedida, muy amarga para Frank y tuvo que resignarse a perder a la chica que había empezado a querer. Sólo su hermano se enteró, ya que a veces se veía con las dos hermanitas menores, pero nada podía hacer para consolarlo.
Un domingo en la mañana Frank lavaba el automóvil familiar, liturgia reproducida en todos los EE.UU. y requisito esencial para poder aspirar a las llaves del vehículo en algún momento. Su hermano le ayudaba y de pronto le habló. – Frank, ¿te puedo pedir algo? – Dime, respondió, temiendo una petición de algo latoso o cercano a lo imposible – Enséñame a pelear - ¿A pelear…y porqué? - Un chico me molesta, y es más grande que yo. – Acá no podemos, le dijo Frank, mamá se enojará, tú sabes como es, pero hablaré con Jim para que vayamos a su casa.
Durante el mes siguiente Joanna vió con agrado salir juntos a sus dos hijos, cosa muy rara, no sabiendo que Frank llenaba sus horas libres para no acordarse de su pena y que Jochy estaba dedicado a las mismas funciones que las fuerzas armadas de los EE. UU.: preparándose para atacar.
Los dos amigos mayores improvisaron la enseñanza como mejor pudieron y se les sumó el pelirrojo Tom , que estaba en el equipo de boxeo de la escuela. Esos días de práctica Jochy llegaba molido a casa y luego de cenar se desplomaba en la cama, doliente de todo el cuerpo.
Frank y Jim no estaban muy satisfechos con los progresos de su pupilo. Tom se empeñaba en que el chico aprendiera a colocar toda su fuerza en sus puñetazos. El chico tenía que practicar con ellos, con mucha desventaja, le llevaban siete años, mucho, hasta que de un día para otro los tres entrenadores tuvieron que empezar a poner cuidado tras recibir sorpresivos y violentos golpes de su alumno.
Un día en que sus padres habían salido, Frank sintió que llegaba su hermano menor, tenía que servirle la cena. Jochy se demoraba en el baño, lo llamó, nada, subió a verlo y lo encontró frente al espejo tratando de aplicarse Mertiolathe en la cara. – Déjame a mí, dijo Frank ¿qué te pasó? Tienes machucones y varias peladuras, te caíste de la bicicleta? – No, dijo su hermano, peleamos. - ¿Con él? - Sí con él, fue la respuesta. – Frank empezó a confortarlo, vaya, como te dejó, trata que la mamá no te vea, bueno, pero ¿te defendiste algo siquiera, no? – Más que eso dijo Jochy, con el rostro crispado por la ardiente tintura, le rompí la nariz, le salió mucha sangre y …le volé un diente, y se puso a reír.
Compre bonos
<center></center>
www.cartelandia.com
<center></center>
www.cartelandia.com
Las mujeres estaban organizadas en varias actividades, desde la recolección de objetos metálicos pasando por la Cruz Roja, preparación de vendas y cajas sanitarias, salían en grupos a las campañas de recolección de sangre y la permanente venta de bonos de guerra.
En ocasiones algunas personas escuchaban hablar a Joanna en la calle mientras procuraba convencerlos que compraran bonos y con el ceño fruncido le preguntaban de dónde provenía odirectamente si era alemana. Algunos la interpelaban con el “sprechen sie Deutsch?” Con Albert habían preparado dos embustes uno más sencillo que consistía en contarles que su niñez la habían vivido en la Suiza alemana con sus padres y que se les había quedado el acento, para otros que eran austriacos y que “por culpa de los nazis” y el Anchluss habían tenido que huír de su país. Esta ultima a Albert le jugó una mala pasada con alguien más informado que el resto - ¿Austríaco? le dijo un hombre mayor abriendo mucho los ojos, ¡pero si ese canalla de Hitler nació en Austria! y se apartó de él con una mirada de desprecio.
Albert divirtió a sus amistades con la anécdota pero se guardó muy bien para sí algo que no sabía ni su mujer ni nadie, que así como no había nacido en Austria, tampoco había nacido en Alemania.
Vino 1943, los alemanes tuvieron que soportar su primera dura derrota en Stalingrado, los japoneses después de Midway y el Mar del Coral empezaron a recibir duro castigo, los días de gloria del Eje se eclipsaban y aparecieron profundas grietas en las fortalezas que se habían levantado al comienzo de la guerra. Ya eran divisables algunas esperanzas basadas en realidades y no solo en quimeras.
Albert evitaba hablar de la guerra en casa y los demás lo siguieron en ello, así el hogar era su refugio, la radio era para la música y no las noticias. Él estaba mejor informado que el promedio por su trabajo, las necesidades de combustible y lubricantes eran las luces indicadoras de dónde se estaban realizando operaciones de importancia y cuándo éstas terminaban, para iniciarse otras. En Junio de 1944 se encendieron las primeras luces indicadoras en Francia con los desembarcos aliados, la cuenta regresiva se aceleraba por fin. En el Pacífico ya había muchas luces encendidas, los japoneses resistían desesperadamente ante la fatalidad que los acosaba implacable.
El cine era una buena distracción, aunque había que ver los noticiarios. A veces toda la platea estallaba en aplausos ante alguna buena nueva. También la guerra seguía a los creyentes, en todos los distintos templos se oraba por los que se encontraban lejos y emocionadamente por los que habían caído.
Lo mejor era escaparse y salir de la ciudad. Disfrutaron de excursiones de pesca y conocieron lugares de pintoresca belleza de Texas en su fiel y eficiente Chevrolet conducido alternadamente por Albert o Frank.
Las fiestas eran otro escape, nadie rehuía los cocktails, asados y cenas, motivos no faltaban. Uno de ellos fueron los 18 años de Frank, ya estaba en el Lee Collage y con muchos condiscípulos y amigos se les llenó la casa, chicos y chicas entraban y salían sin cesar. Sus padres se sentían contentos al ver que su hijo era respetado y estimado por sus iguales.
<center></center>
www.imagenes Google
Días después estaba la familia en casa, poco antes de la cena llegó Frank y los saludó. Albert no estaba de buen humor, por la tarde había tenido una larga reunión, áspera y difícil, los polémicos temas habían hecho subir el tono de las discusiones y no se había llegado a ninguna parte. Levantó su mirada hacia su hijo enarcando una ceja. Llegas tarde, dijo con voz seca ¿dónde has estado, qué has hecho todo el día? – En el gimnasio en la tarde papá, estamos entrenando para el torneo de lucha del mes que viene, en la mañana tuvimos clases y después fuimos al centro con Jim, Arón, Henry y Tom…bueno, mejor se los digo ahora, fuimos a la oficina de reclutamiento y me enlisté en el Ejército de los Estados Unidos, me tomaron el juramento. Y se quedó mirándolos sonriendo.
Fin del Capítulo III
Salu-2
Venganza del 7 de Diciembre, “El Día de la Infamia”
<center></center>
fuente:cartelandia.com
El ataque a Pearl Harbour sacudió a la nación americana como un violento terremoto. Al comienzo fue la sorpresa, luego vino la indignación y luego, acicateada por las publicaciones en la prensa y la radio, los discursos patrióticos empezando por el del presidente Roosvelt y de cuanto político que quiso hacerse ver y escuchar, vinieron la sed de venganza y el odio. El “Día de la Infamia” daría lugar a años de violento rencor.
Joanna mantuvo un inquieto silencio. Dos días más tarde ya de noche y en cama le preguntó a su marido – Albert, ¿crees que será larga la guerra? – No, no lo creo mi amor, los japoneses tienen muy poco petróleo, sin él un país es como un animal sin sangre. Si les destruyen sus fuentes de suministro y los submarinos les hunden sus buques petroleros no podrán durar mucho. – Joanna siguió - ¿Y crees que habrá guerra con Alemania? – Albert acariciándole la mano le respondió – No, Joanna, Hitler será todo lo que queramos, pero no es tan imbécil como para desafiar a los EE.UU. Sabe que si los ataca, éstos le echarán encima todo su potencial industrial. Las guerras se ganan con dinero y con petróleo amor, y ya te has dado cuenta lo rico que es este país. Los EE.UU. en ese caso les repartirán armas y suministros a los ingleses y a los rusos. Recuerda que en Europa las distancias son cortas, no como acá y le bombardearán sus plantes de carbón-petróleo que están muy expuestas y los pozos rumanos y así los famosos tanques alemanes quedarán paralizados por falta de combustible y si quieren usarlos para pelear van a tener que empujarlos. Yo creo que van a hacer todo lo posible por evitar una guerra contra nosotros (Albert se sorprendió a sí mismo al decir “nosotros”, ya pensaba como americano y no como alemán). Los generales de su E.M. deben tenerlo muy claro, además que todos ellos estuvieron en la Primera Guerra Mundial y deben recordar muy bien lo que pasó cuando los americanos llegaron a Europa. – ¿Porqué tu pregunta? - dijo mirándola a los ojos – Frank ya tiene dieciséis años y no quiero que vaya a la guerra y me maten a mi hijo, le respondió su mujer devolviéndole la mirada. Esa noche a Albert le costó muchísimo quedarse dormido.
Dos días más tarde el Ministro del Exterior alemán, Joachim von Ribbentropp (von Ribbensnob para sus adversarios) citó a su despacho al encargado de negocios de la embajada norteamericana (el embajador se encontraba en Washington) y sin ofrecerle asiento ni saludarlo le entregó la nota en la cual Alemania se declaraba en guerra con los EE.UU. Le gritó: “Ihr Präsident hat diesen Krieg gewollt, jetz hat er ihn!” (su presidente ha querido esta guerra, ahora la tiene) y dándole vuelta la espalda abandonó la habitación.
John Rockefeller, fundador de la Standard Oil
<center></center>
fuente: imágenes google
Una imagen satírica de la empresa
fuente: imagenes google
Etilo-plomo para la Wehrmacht
Otro ejemplo notorio de ayuda de Standard Oil a Alemania nazi - en cooperación con General Motors - fue como abastecedora de etilo plomo. El fluido de etilo es un compuesto anti-golpe usado en aviación y combustibles de automóvil para eliminar el golpe de las piezas, y para mejorar la eficacia del artefacto; sin tal anti-golpe los componentes de la guerra móvil moderna serían totalmente ineficaces.
En 1924 se formó en la ciudad de Nueva York Ethyl Gasoline Corporation, de propiedad compartida entre Standard Oil de New Jersey Company y General Motors Corporation, para controlar y utilizar las patentes americanas para fabricar y distribuir el tetraetil plomo y fluido de etilo en EEUU y en el extranjero. Para 1935 la fabricación de estos productos sólo se emprendió en los Estados Unidos.
La Ethyl Gasoline Corporation transfirió su tecnología a Alemania a contar de 1935 contribuyendo al programa del rearme nazi. Este traslado se emprendió aún sobre las protestas del Gobierno americano. La intención de Ethyl al transferir su tecnología anti-golpe a Alemania nazi llamó a la atención de la Fuerza Aérea del Ejército y en Washington, DC, el 15 de diciembre, 1934, EW Webb, presidente de Ethyl Gasoline, fue aconsejado que Washington había sabido de la intención de "formar una compañía alemana con IG para fabricar etilo plomo en ese país." El Departamento de Guerra indicó que había una oposición considerable a este traslado tecnológico que puede "tener ]las más graves repercusiones" para EEUU; "que la demanda comercial para etilo plomo en Alemania era demasiado pequeña para ser de interés; y ... se ha dicho que Alemania se está armando en secreto [y] el etilo plomo sería indudablemente una valiosa ayuda para la industria de aeroplanos militares."
Ethyl Company fue aconsejada entonces por el Cuerpo Aéreo americano que
"bajo ninguna condición si usted o la Mesa de Directores de la Ethyl Gasoline Corporation deben descubrir cualquier secreto o 'capacidad ' en relación con la fábrica de tetraetil plomo para Alemania."
El 12 de enero, 1935 Webb mandó por correo al Jefe del Army Air Corps una "Declaración de Hechos", que era en efecto una negación a que se transmitiría cualquier conocimiento técnico; él ofreció insertar tal cláusula en el contrato para cuidarse contra cualquier transferencia de ese contenido. Sin embargo, contrariamente a su garantía al Army Air Corps, Ethyl firmó a continuación un acuerdo de producción conjunta con IG Farben en Alemania para formar Ethyl G.m.b.H. y con Montecatini en Italia fascista para el mismo propósito.
Vale la pena hacer notar que los directores de Ethyl Gasoline Corporation en el momento de la transferencia eran: EW Webb, presidente y director; CF Kettering; RP Russell; WC Teagle, de Standard Oil of New Jersey y fideicomisario de Georgia Warm Springs Foundation de Franklin Delano Roosvelt; FA Howard; EM Clark, Standard Oil of New Jersey; AP Sloan, Jr.; D Brown; JT Smith; y WS Parish de Standard Oil de New Jersey.
Saludo de Adolfo Hitler al presidente de IG. Farben con motivo del año nuevo 1941
<center></center>
fuente: "Wall Street and the Rise of Hitler" Anthony C. Sutton
Los archivos de IG Farben capturados al final de la guerra confirman la importancia de este particular traslado técnico para la Wehrmacht :
"Desde el principio de la guerra nosotros hemos estado en posición de producir tetraetil plomo solamente porque, poco antes del inicio de la guerra, los americanos habían establecido para nosotros plantas listas para la producción y nos habían proporcionado toda la experiencia disponible. De esta manera nosotros no tuvimos necesidad de realizar el trabajo difícil de desarrollo y así pudimos empezar la producción enseguida sobre la base de toda la experiencia que los americanos habían adquirido por años".
En 1938, la Luftwaffe alemana tenía una necesidad urgente de 500 toneladas de tetraetil plomo. Ethyl fue advertida por un funcionario de DuPont que tales cantidades de etilo serían usadas por Alemania para propósitos militares. Estas 500 toneladas fueron prestadas por Ethyl Export Corporation of New York a Ethyl G.m.b.H. de Alemania, en una transacción colocada por el Ministerio del Aire del Reich con el director de IG Farben Mueller-Cunradi. La seguridad colateral se colocó en una carta datada el 21 de septiembre de 1938 a través de la aseguradora norteamericana Brown Brothers, Harriman & Co. de Nueva York.
<center></center>
fuente: cartelandia.com
Para Albert lo que siguió fue una reminiscencia de lo que él había visto y vivido en la Alemania nacista, sólo que aquí se había reemplazado a lo judíos por los japoneses. Los americanos eran también muy capaces de menospreciar y someter racialmente a otros grupos, tenían una larga práctica con los negros. Grotescas caricaturas de unos hombrecillos amarillos y dientudos con amenazadoras espadas y cuchillos aparecieron en todos lados.
Ahora no fue posible sustraer a los niños de los acontecimientos, les llegó de lleno la oleada de ardiente y vengativo rencor que envolvía a los EE.UU. Albert y Joanna conversaron el tema largamente y muy a pesar de las protestas de ella tuvieron que concluir que sus hijos, especialmente Frank no podían, de ninguna manera, aparecer con una actitud distinta a la del resto de los niños, ya que correrían el peligro de convertirse en blanco de las crueles represalias que los niños son capaces de tomar cuando son afectados sus sensibles sentimientos por fuerzas negativas.
Se habló con ellos para darles valor y transmitirles que jamás los japoneses podrían poner pie en los EE.UU. y que los soldados, buques y aviones americanos se encargarían de darles su merecido. Les respondieron todas sus preguntas infundiéndoles confianza en el poderío de su país.
En su trabajo, para su gran sorpresa las cosas siguieron prácticamente igual. Claro, se hablaba del asunto, pero casi siempre referido a las necesidades de combustible de la Armada para poner en acción a sus unidades existentes y las que necesariamente se construirían aceleradamente.
Afiche contra el mercado negro de la gasolina
<center></center>
fuente:www.ww2incolor.com/
Se les citó a una reunión y Harris les informó que la Compañía les retiraría los automóviles por economía. De esa forma, les dijo, vayan a comprarse un automóvil nuevo ahora, ya que los chicos de Detroit dejarán de fabricar automóviles y se dedicarán a la producción militar; la Compañía les ayudará con los créditos y será su aval. Les dio el nombre del funcionario que los atendería para esos efectos y les advirtió que ni soñaran en Cadillacs o cosas por el estilo. Les dijo también que el racionamiento también era para ellos, pero luego en confianza les contó que él manejaría un talonario de vales para “fines especiales”, como salir con la familia, y que si necesitaban se los pidieran a su secretaria. La empresa no iba a ser cicatera con sus colaboradores de rango.
Se reunieron en un alegre grupo y salieron a ver automóviles a las tiendas. Albert se decidió por un Chevrolet coupé que enloqueció a sus hijos. Frank miraba fijamente a su padre quien entendió el mensaje, sí, le dijo sí, te enseñaré a manejar, pero déjame aprender a mí primero cómo se usa esta cosa; y el auto será para que transportes a tu madre y tu hermano cuando lo necesiten y para que vayas a comprar (por fin alguien lo relevaría de esa lata), no para que andes tonteando por allí. Sabía que no podría negárselo los sábados por la noche para salir con alguna chica, todos los padres americanos lo hacían.
fuente: imágenes google
Al conducir su nuevo coche Albert sentía la sensación del poder americano. El ronquido del poderoso motor, la exactitud de relojería de su caja de cambios, la perfecta sincronización de sus sistemas y el balance peso-tamaño-fuerza no dejaba de impresionarlo. Si acá se hacen estos autos, los mejores para el público medio del mundo pensó, los aviones, tanques y buques serán de esta calidad, nadie podrá vencerlos.
Súbitamente uno de los ingenieros americanos, Martin Helms, del mismo equipo de Albert se convirtió muy a pesar en una celebridad, había servido en la Marina y era oficial de reserva. Fue acosado con un sinfín de preguntas acerca del consumo de portaviones, destructores, submarinos etc. etc. y más etc., ante su desesperación la persecución llegaba hasta su casa a la cual llegaban sus colegas y amigos para preguntarle de todo.
Harris vino en su rescate y obtuvo algunos catálogos los que circularon por manos y ojos ávidos de información. Se organizaron algunas charlas informativas ofrecidas por los de producción a las que asistieron algunos oficiales navales y se hizo generalizada la certeza que la industria petrolera americana podría solventar las necesidades de una larga guerra sin mayores inconvenientes. Se impondría sí un drástico racionamiento civil y se racionalizaría al máximo el consumo industrial. De Alemania se habló muy, pero muy poco.
(sólo para escuchar mientras se sigue la lectura)
<object width="425" height="355"><param name="movie" value="http://www.youtube.com/v/ZJE-onnw2gM&re ... ram><param name="wmode" value="transparent"></param><embed src="http://www.youtube.com/v/ZJE-onnw2gM&rel=1" type="application/x-shockwave-flash" wmode="transparent" width="425" height="355"></embed></object>
Entrado ya Enero de 1942, habían ya terminado las precipitadas improvisaciones de los primeros días de guerra. Toda el área del Golfo de México con su vital contenido en yacimientos e instalaciones fue objeto de especial protección por parte de las fuerzas armadas norteamericanas. Naves de guerra patrullaban intensamente la zona, era muy raro no escuchar el sonido de aviones en el aire y se edificaron rápidamente campamentos de marines, aviadores y cuarteles de la Guardia Nacional. Se empezaron a ver muchos uniformes en las calles y los bares, cantinas y lugares de entretención aumentaron sus ventas mucho más allá de los más optimistas sueños de sus propietarios. En la atmósfera se respiraba la inquietud de un ataque japonés, todos sabían que esa zona de los EE. UU. y de Texas eran el blanco más importante para el enemigo y una forma de disipar la tensión la constituía el alcohol en buena compañía.
Las plantas tuvieron que soportar el súbito abandono de ellas de empleados y operarios jóvenes que acudían entusiastas a enrolarse a las distintas oficinas de reclutamientos de los diferentes servicios armados y cortos de personal tuvieron que recurrir a mano de obra alternativa. Muchos mexicanos, la mayoría provenientes de la industria del petróleo de su país cruzaron la frontera y se incorporaron a la fuerza de trabajo iniciándose con una rápida e intensiva capacitación y comenzaron a integrar los turnos de trabajo en las refinerías que no paraban ni un momento del día ni de la noche, la industria trabajaba a plena capacidad.
Albert estaba por una parte entusiasmado. Desde su llegada le había tomado el pulso a la enorme estructura de la industria petrolera americana. Ahora vería al coloso desplegar todo su vigor peleando. Se sentía como tripulando una poderosa locomotora que se lanzaría a toda velocidad cubriendo una larga distancia. Sería una prueba al máximo, a lo que sólo una guerra puede exigir a la industria.
Frank reaccionó como todos los chicos, tenía ya 16 años. Empezó con encargarse de poner la bandera todos los días en la mañana en su casa, tarea que tuvo que delegar en su hermano ante los incesantes ruegos de éste. En la escuela pública su rendimiento aumentó notoriamente, su alianza con Arón rendía sus frutos, la mente de Frank haciendo una carambola estaba apuntando hacia el Lee Collage, el mejor high school de la zona, el que además de su prestigio académico y considerado puerta obligatoria hacia la soñada Universidad de Texas contaba con estupendas instalaciones deportivas y tenía un equipo de lucha olímpica imbatible.
Con la inapreciable asesoría de Jimmy, con quien no dejaba de practicar en su colchoneta y que lo proveía de sus inagotables contactos con chicas empezó a alternar con algunas y tuvo que recurrir de urgente emergencia a su madre para que lo iniciara en los secretos del baile, ante el burlón regocijo de su hermano menor. Glenn Miller y Benny Goodman hacían bailar a los americanos distrayéndolos de las incertidumbres de la guerra. Las pulidos pisos de las canchas de básquetbol de las escuelas acogían a los mismos adolescentes que durante el día sudorosos hacían esfuerzos por encestar el balón al anochecer de los fines de semana , ahora muy bañados y acicalados haciendo otros esfuerzos de coordinación muscular al compás de la música para lograr el interés y aprobación de sus amiguitas.
Benjamín Mandelsaft , el padre de Arón acostumbraba a visitar a Albert, aprovechando que su hijo estudiaba con Frank , mientras los muchachos estaban en la habitación de éste dedicados a resolver laberínticos ejercicios de álgebra los dos mayores se sentaban en el jardín a beber una cerveza.
Alb, ¿cómo ves esto? le preguntó a su colega y amigo – Siempre tus preguntas son complejas, Ben, lo veo mal por una lado, es la guerra, y bien por otro, ya están alineadas la fuerzas, esto será el fin de Hitler y de los nazis. – No va a ser fácil replicó Benjamín , los EE. UU. no estaban preparados para una guerra mundial, sabes como yo que todo lo necesario para derrotar a los japoneses y a los alemanes aún hay que fabricarlo.
- Pues se hará Ben, no serán capaces de llegar a Norteamérica, las industrias y fábricas podrán trabajar a toda máquina y sin mayores problemas y si faltan hombres por los que se irán al frente, se reclutará a mujeres para que ocupen sus puestos, se pondrán insoportables dijo, bajando la voz para que no lo fuera a escuchar su mujer, y cuando los hombres vuelvan no querrán dejar sus trabajos.
Albert sabía que Benjamín estaba muy angustiado por la suerte de sus padres y hermanos en Alemania, había cuñados y cuñadas y sobrinos también y dos ancianos abuelos, por ello trataba de alivianar sus conversaciones. ¿No has sabido nada de tu gente aún? preguntó más por cortesía – Benjamín meneó la cabeza – nada, nada en absoluto y están llegando muy malas noticias. Albert lo miró levantando las cejas. – Ha habido asesinatos, continuó Benjamín, están asesinando judíos. – Sí replicó Albert, pero eso ya debe haber pasado. Tú me contaste que muchos judíos están en campos de internamiento, como los que están haciendo acá para los americano-japoneses, con custodia de la policía. Ahí nada les puede pasar, no están como antes en las calles expuestos al populacho y a los matones de las S.A.
Es dentro de esos campos Alb, hay trabajos forzados y también se sabe de ejecuciones y no están custodiados por la policía, sino por las SS, la fuerza más radical y fanática de los nazis. - Ben, ahora con la guerra con los EE.UU. los nazis tendrán cosas mucho más importantes y urgentes que hacer que estar maltratando a tu pueblo.
Benjamín no se dejaba convencer – parece que es parte de la guerra. A nuestro centro hebreo en Austin llegaron comunicados desde Nueva York . Hay noticias muy malas de Rusia, los alemanes han realizado masacres muy grandes de judíos. Son testimonios irrefutables de testigos muy calificados. – Albert reflexionó antes de seguir, - pero no en Alemania Ben, los nazis no las emprenderán así como así contra judíos a-le-ma-nes, subrayó, hay hasta veteranos condecorados de la IGM.
-Los judíos somos judíos; no importa de donde provengamos le refutó Benjamín, basta con que hayan matado al primero, es resto ya se les hizo fácil. – No, no Ben dijo Albert echándose hacia atrás en su silla y poniéndose ambas manos en la nuca, no puedo aceptarlo tan así como así. Mira, ambos nacimos en Alemania, el país más culto de Europa, tiene raíces humanistas muy profundas, acuérdate solamente de donde estudiamos. Bajó la voz y se inclinó hacia su amigo – Alemania tiene bastante más cultura en ese sentido que….e indicó el suelo con su dedo índice. No resistiría ni aceptaría un crimen de ese calibre. Benjamín era un adversario difícil. - Los alemanes están cautivos de una ideología perversa Alb y les gusta estarlo, por favor no es por molestarte, pero tu hijo mayor estaba en la Hitlerjunge
Albert se revolvió sí molesto en su silla, tomó un largo sorbo de cerveza y respondió. – Sí Ben, así fue, pero déjame seguir con mi idea, tú me contaste que en Europa hay algo más de catorce millones de judíos. ¿Crees tú que los nazis pretenden matarlos A TODOS? - Ben, por favor, eso es imposible y más aún peleando una guerra mundial. Es mucha, muchísima gente, tendrían que montar instalaciones industriales ad-hoc para poder llevar a cabo una matanza a esa escala. Piénsalo como ingenieros que somos, una operación como esa involucra muchas cosas, agrupamientos masivos de personas, transportarlas a largas distancias, ocultar sus restos, guardias armados que deberían estar en el frente, armas, etc etc. Una cosa muy grande y no hay nadie en Alemania capaz y menos ahora con una guerra tremenda encima capaz de montar una estructura semejante.
- Si hay Alb, dijo Benjamín después de terminar su cerveza e incorporándose para irse, su hijo le hacía señas que el estudio había terminado – Sí las hay siguió, para una de ellas hemos trabajado ambos, IG Farben. - Albert lo quedó mirando con la boca abierta – Sí Alb, tienen los medios, lo sabes tan bien como yo, los otros son las SS, entre ambos lo pueden hacer, pueden empezar mañana mismo si quieren, si es que ya no han empezado.
“Jochy” como le decían al menor de los Smith, de nueve años se las había arreglado para hacerse su mundo, tenía unos cuantos amigos muy leales y revoloteaba con ellos por el vecindario. Al comienzo había tenido problemas por su carácter. Joanna temía que molestara a sus nuevos amiguitos. Un día llegó su hijo algo corrido y ella notó que la evitaba, intrigada lo llamó y se percató que el chico evitaba mirarla. Joacham, le dijo severa, mírame a la cara, así tuvo que hacerlo y su madre estupefacta vió que tenía un ojo morado. Mientras le aplicaba un trozo de carne trató de transmitirle algunas formas de convivencia para que no volviera a tener ese tipo de percances.
Aburrido de las pullas de su hermano mayor por no interesarse por algún deporte y obligado por el reglamento de la escuela tuvo que decidirse por alguno y fue el básquetbol. Además le gustó y resultó que tenía aptitudes. Se unió a un equipo de principiantes y tras un tiempo de exhaustivas prácticas pudieron jugar sus primeros partidos. Afortunadamente los resultados iniciales no fueron tan malos, perdían por márgenes decorosos e incluso lograron unos triunfos muy estrechos pero triunfos al fin. Jochy y sus compañeros de equipo se divertían mucho viendo el desencanto y la a veces hasta lacrimosa desilusión de sus vencidos oponentes. Perder con ellos ya era lo último.
Su familia lo acompañaba en pleno a verlo jugar, así como lo hacían a los torneos de lucha en que participaba Frank. Éste no cesaba de alentarlo y quedaba ronco de tanto gritar. Al final de un partido en el que se impusieron sobre su desconsolado rival, mientras los chicos iban a las duchas, los Smith se aproximaron al entrenador para felicitarlo. El espigado D.T. , ex jugador profesional, los identificaba como la familia de su pupilo. – Su hijo es bueno, les comentó, pero por una razón muy distinta al común de los jugadores; el básquetbol es ritmo e ilustró su frase boteando la pelota que tenía entre sus manos, miren, dijo, y la pelota golpeó el suelo pam, pam- pam pam. ¿lo sienten? es ritmo, invierto mucho tiempo en meterles el ritmo en la cabeza a los chicos, su hijo lo tiene y no lo pierde jamás porque es músico. No va a ser una estrella porque no le interesa, pero como lo vieron ustedes siempre va a ser un problema para sus rivales. Se excusó y despidiéndose se dirigió a los camarines llevando la pelota en alto sobre su cabeza.
Esa noche, después de cenar, Frank se desprendió de uno de sus tesoros, una camiseta del equipo “senior” de básquetbol de la Universidad de Texas que se había ganado en una rifa y se le regaló a su hermano, que la ambicionaba secretamente. Reunidos en el jardín comentaron el partido que habían visto. Jochy de pronto se levantó y fue a la sala y abrió el piano. Por insinuación de la maestra se había terminado la restricción horaria de acceso al instrumento, para no coartar la inclinación del niño. Sus padres y hermano lo escucharon con interés, el que se transformó en agrado a medida que el chico interpretaba algunas conocidas melodías populares de moda, remató con dos compuestas por él y una improvisación.
Frank lo había escuchado porque vivía allí, no había escapatoria, pero ahora se dio cuenta que su hermano era capaz de hacer algo muy especial y como buen deportista sabía reconocer esas cosas y comenzó a mirarlo de una forma distinta, con el cariñoso desdén de hermano mayor mezclado con algo de admiración y un poco de respeto.
Edificio de la época de la Standard Oil en Brodway, NY
<center></center>
fuente:imágenes Google
Hermann Schmit (a la izquierda), cabeza de la IG. Farben con unos amigos
<center></center>
fuente: "Wall Street and the Rise of Hitler" de Anthony Sutton.
Standard Oil de New Jersey y el Caucho Sintético
El traslado de tecnología de etilo para la máquina de guerra nazi se repitió en el caso de caucho sintético. No hay duda que la capacidad de la Wehrmacht para combatir la Segunda Guerra Mundial dependía en forma importante del caucho así como del petróleo sintético, porque Alemania no tiene caucho natural, y la guerra le habría sido imposible sin la producción del caucho sintético de IG.Farben. La empresa tenía un monopolio virtual de este campo y el programa para producir tal requisito en grandes cantidades fue financiado por el Reich:
“El volumen de producción planeada en este campo estaba lejos más allá de las necesidades de la economía en período de paz. Los grandes costos involucrados sólo eran consistentes con consideraciones militares en que la necesidad por la autosuficiencia sin tener en cuenta el costo era decisiva. “
Como en la transfiere de tecnología de etilo, Standard Oil de New Jersey estaba íntimamente asociado con el caucho sintético de IG Farben. Una serie de acuerdos conjuntos de cartel se hizo a fines de los 1920 apuntados a un monopolio conjunto mundial de caucho sintético. El Plan Cuiatrienal de Hitler entró en funciones en 1937 y en 1938 Standard proporcionó a IG Farben su novedoso y estratégico proceso de caucho de butyl. Por otro lado la Standard mantuvo en secreto los procesos alemanes de buna dentro de los Estados Unidos y no fue hasta Junio de 1940 que se permitió a Firestone y US Rubber participar probando el butyl y se concedieron licencias industriales a la buna alemana. Incluso entonces Standard intentó que el gobierno americano financiara un programa de producción de buna de gran alcance - reservando sus propios fondos para el más prometedor proceso butyl.
Por consiguiente, la ayuda de Standard en Alemania nazi no estaba limitada al petróleo obtenido del carbón, aunque éste era el traspaso más importante. No sólo fue transferido el proceso para tetraetil a IG Farben a una planta construida en Alemania de propiedad compartida por IG Farben, General Motors y las subsidiarias de Standard Oil, una de ellas en 1939 diseñó una planta para elaborar gasolina de aviación. El tetraetil se envió sobre la base de la emergencia que tenía la Wehrmacht y la ayuda mayor se dió en la producción de caucho del butyl, mientras mantenía en secreto en EEUU el proceso Farben para la buna. En otras palabras, Standard Oil de New Jersey (primero bajo el presidente WC Teagle y luego bajo WS Farish) en forma consistente ayudó a la máquina de guerra de la Alemania nazi mientras se negaba a ayudar a los Estados Unidos.
Esta sucesión de eventos no era un accidente. El Presidente WS Farish sostuvo que no haberle concedido tal ayuda técnica a la Wehrmacht "... habría sido injustificado". La ayuda fué conocida por más de una década, y fué tan grande su significado e importancia que sin ella el Wehrmacht no habría podido ir a la guerra en 1939.
Martin Helms era el oficial naval de reserva que había sufrido el febril acoso de sus colegas, le agradaba conversar con Albert, ya que este le daba una visión de Europa, la que él no conocía y disfrutaba conociendo cosas a través de su amigo. Un sábado lo llamó por la vía interna. Alb, le dijo ¿tienes algo que hacer hoy por la noche? – No, respondió éste, ¿por? - ¿Por? porque podrías darte una vuelta por mi casa. Albert era muy renuente a dejar su casa y menos sin Joanna, prefería salir de noche con ella. - Martin, le dijo, cuando llego a casa no me dejan salir, salvo que me manden a comprar algo o a buscar a alguno de mis hijos, ven tú a la mía mejor, puedo recibir visitas una vez al mes y este mes no ha venido nadie.
Martin dejó oír su sonora risa. Ok, estaré ahí a las 1900 (siempre usaba el horario naval) con mucha hambre y sed, pero las botellas las llevo yo – te espero gustoso, vienes con Maggie? – No, fue la respuesta, tiene que juntarse con sus amigas del club de no se qué.
Se instalaron en el jardín e iniciaron la conversación con el obligado intercambio de chismes del trabajo. Por él Albert se había enterado que Harris su Jefe de Area odiaba su trabajo de escritorio, era hombre de acción, de planta, de casco plateado yendo y viniendo por las pasarelas de la industria. Por su habilidad en dirigir su equipo, el más eficiente lo habían trasladado y ascendido y había demostrado su habilidad al dirigir a los profesionales que habían llegado de Europa a los cuales les sacaba un rendimiento importante. Se había traído consigo a “cabeza” que a la inversa quería estar en oficinas y no seguir con turnos, especialmente los de noche, ya que se había casado hace poco.
Albert abrió el fuego, se había percatado que no era del todo una visita social. - Martin ¿qué harás?, ¿te reincorporas a la Marina? – No lo sé Alb, me presenté, claro, y no me rechazaron, soy un nene de 43 años. Me preguntaron de todo. Tienen que decidir. Yo creo que voy a ir a parar a un escritorio quien sabe dónde y no a la sala de máquinas de un acorazado como hubiera querido. Me preguntaron mucho por lo que hago aquí. La Marina va a tener que transportar millones de toneladas de combustibles y aceites por todo el Pacífico y cruzando el Atlántico, sabes que en eso he estado yo acá, así que no me hago muchas ilusiones.
- Tienes razón, y se llevarán un especialista de primer orden, me tranquiliza, no escasearán los combustibles ni lubricantes para las fuerzas americanas, le dijo Albert. ¿Qué grado te darán? – Soy capitán de corbeta de la reserva naval, la costumbre es que lo reincorporen ascendido, sería fragata, comandante.
Albert se llevó la mano derecha extendida hacia una imaginaria visera. – Mi comandante le dijo, como ves las cosas con Alemania? – Costará Albert, pasará tiempo. Estos bribones están en un programa acelerado de construcción de submarinos. Los hacen muy buenos y saben moverlos, en la IGM lo hicieron muy bien, tienen un jefe, un tal Doenitz que es muy capaz, en la otra guerra comandó uno.
- Mmmmm gruñó Albert y cortarán el paso en el Atlántico. – Así es Alb y de momento no tenemos como solucionarlo, habrá que construir toda una flota antisubmarina y compartirla con los británicos, además de aviones, muchos aviones navales. Detectar un submarino moderno no es nada de fácil, se necesita electrónica muy especial y en eso estamos atrasados, los ingleses tendrán que darnos una mano. Solo una vez que tengamos asegurado el Atlántico podremos pasar nuestros cachivaches a Inglaterra, llevar combustible e invadir con ellos Europa para tumbar a los alemanes. – Así veo, no será una guerra corta, dijo el anfitrión, dime que has venido a decirme y lo miró a los ojos.
- Ok, a eso venía, me pillaste. Sabes que Standard Oil ha estado muy metida con IG Farben. – Si no lo sabré yo, por eso estoy acá, por suerte, rió Albert.
- Así es, la Secretaría de Guerra y ahora la de Marina están preocupadas por eso, no le han quitado el ojo de encima y ahora estarán muy atentas.
- ¿Traición? Dijo Albert en voz baja – Puede ser dijo Helms, tú sabes que de acá se financió a los nazis para que llegaran al poder y todo el traspaso tecnológico que les hemos hecho……
¿Y? ¿hacia dónde vamos?, le interrumpió Albert – Vamos hacia que yo he estado en ello desde hace tiempo y quería saber si puedo dar tu nombre para que te encargues de observar el …ejem…ambiente. - Martin, exclamó Albert, porqué yo, ni siquiera nací acá, y simulando le decía un secreto murmuró, nací en Alemania y levantó su brazo derecho haciendo el saludo hitleriano, le encantaba hacer reír a su amigo - La carcajada no se hizo esperar, sí, precisamente por eso, por tu escritorio pasa todo lo que llega en alemán, o llegaba, los conoces, sabes cómo y lo que piensan los señorones de Frankfurt. – No tanto, no tanto Martin , las cosas importantes llegaban a Brodway y Nueva Jersey, a las oficinas centrales, esto es un conjunto de plantas, una unidad operativa, no decisional. – Aún así es importante estar ojo atento dijo Martin, ¿vienes o no? - ¿Me reclutarán, me darán uniforme, qué grado me darán? le preguntó Albert - Marinero de primera clase,¿ te parece?, te verás muy monono de uniforme – Me desilusionas, le dijo su amigo mientras llenaba los vasos, pensaba en algo más solemne para mí, algo así como Comodoro, bueno Martín, sí, si voy.
- Ok, ellos se comunicarán contigo, quizás yo ya ni esté aquí, esta incertidumbre me descompone. Maggie estaba nerviosa, le contó, sin yo pedírselo le sacó a los uniformes la naftalina y los limpió y planchó, me tiene una maleta lista por si acaso. - ¿Está más tranquila ahora? preguntó Albert, - Sí, tuve que empeñarme y administrarle el mejor sedante para las mujeres en estos casos, está en el manual de la Marina, añadió sonriendo con malicia. – Y en el de la Compañía también replicó Albert conteniendo la risa, lo bueno es que además de efectivo es gratis y muy agradable de aplicarlo, yo también he estado ocupado en ello estas noches. Los dos varones entrechocaron sus vasos intercambiando sonrisas.
Joanna les llevó una bandeja con sándwiches, que Martín celebró alborozado. Tu mujer es una artista exclamó y dirigiéndose a ella le dijo en secreto…¿los hacías “allá”? – No respondió ella riendo, “acá” aprendí en las fiestas de la escuela de los chicos. Maggie no los hace, dijo Martin haciendo un puchero – Pues dile que venga a verme cuando quiera dijo Joanna y la pongo al día, miró a Alb y este le puso una silla para que se sentara, ya la conversación de ellos había terminado.
Su mujer había cambiado en algunas cosas. Sus nuevas amigas americanas la habían llevado a una peluquería y cambiaron su “look”. Combinó muy bien la discreta forma de vestir europea con la más estridente americana usando colores más opacos y el resultado fué excelente. Sus amigas procuraban imitar su elegante estilo y Albert se percataba en las reuniones y fiestas cuya asistencia era prácticamente obligatoria, que los hombres siempre le dedicaban su atención. Un día ella le comentó que los hombres en la calle le decían “cosas” que ella no entendía y le silbaban. ¿Te molesta?, le preguntó – Me molestará cuando me cuentes que ya no lo hacen, le respondió él acariciándola.
Conversaron alegremente de todo mientras comían, hasta que su invitado miró la hora, cielos dijo, debo irme, me dieron sólo una hora de permiso, Albert miró su reloj, pues te cuento que ya van a ser dos, - Si, pero me lo extendieron a dos horas cuando le dije que venía donde ustedes.
- Me alegro de estar en la lista de “gente de confianza” de tu mujer Martin – éste replicó mirando hacia otro lado – y de otras personas también Alb.
Vinieron los hijos del matrimonio a despedir al visitante. Albert miró comprensivo como su amigo bromeaba con los muchachos acariciándoles el pelo y zamarreándolos suavemente. Martin no tiene hijos hombres pensó Albert, pero a cambio tiene tres hijas que son un encanto, no sabiendo que compartía la misma opinión sobre la mayor de ellas con su hijo Frank.
Las vidas de los Smith y de quienes los rodeaban siguieron al compás de la sucesión de acontecimientos derivados de la guerra y de los de generación propia en una familia y en una comunidad. Permanentemente bombardeados por noticias, malas algunas, buenas otras, pésimas de vez en cuando, a todos se les hacían necesarias una o más vías de escape, más aún para aquellos que algún ser querido en el frente. Por una parte había una lógica ansiedad por tener noticias de ellos, pero aparejada al temor de enfrentarse a una tragedia.
La comunidad de Cedar Bayou se vió conmovida por la despedida de los muchachos mayores, cuatro americanos nativos, el mayor de los polacos Olzevsky se fue al Ejército, el de los rumanos Lopescu ingresó a la aviación naval y los dos mellizos Martonffy, del matrimonio húngaro partieron, Zoltan a la marina, quería ser submarinista y Bernabé a los marines. El resto de los muchachos, menores, Frank entre ellos tenían que esperar su turno para cuando les llegara la edad de conscripción. Nadie hablaba de ello, era demasiado agobiante.
Los jóvenes tenían sus cosas, sus estudios, los deportes, las entretenciones, sus romances, les era más fácil huír de la realidad.
Frank pagó un doloroso tributo a la guerra. Martin Helms partió de un día para otro a la gran base de San Diego, California, de la Marina. No alcanzó a despedirse de nadie y no pasó más de un mes y Maggie y sus tres hijas partieron tras él. Hubo una fiesta de despedida, muy amarga para Frank y tuvo que resignarse a perder a la chica que había empezado a querer. Sólo su hermano se enteró, ya que a veces se veía con las dos hermanitas menores, pero nada podía hacer para consolarlo.
Un domingo en la mañana Frank lavaba el automóvil familiar, liturgia reproducida en todos los EE.UU. y requisito esencial para poder aspirar a las llaves del vehículo en algún momento. Su hermano le ayudaba y de pronto le habló. – Frank, ¿te puedo pedir algo? – Dime, respondió, temiendo una petición de algo latoso o cercano a lo imposible – Enséñame a pelear - ¿A pelear…y porqué? - Un chico me molesta, y es más grande que yo. – Acá no podemos, le dijo Frank, mamá se enojará, tú sabes como es, pero hablaré con Jim para que vayamos a su casa.
Durante el mes siguiente Joanna vió con agrado salir juntos a sus dos hijos, cosa muy rara, no sabiendo que Frank llenaba sus horas libres para no acordarse de su pena y que Jochy estaba dedicado a las mismas funciones que las fuerzas armadas de los EE. UU.: preparándose para atacar.
Los dos amigos mayores improvisaron la enseñanza como mejor pudieron y se les sumó el pelirrojo Tom , que estaba en el equipo de boxeo de la escuela. Esos días de práctica Jochy llegaba molido a casa y luego de cenar se desplomaba en la cama, doliente de todo el cuerpo.
Frank y Jim no estaban muy satisfechos con los progresos de su pupilo. Tom se empeñaba en que el chico aprendiera a colocar toda su fuerza en sus puñetazos. El chico tenía que practicar con ellos, con mucha desventaja, le llevaban siete años, mucho, hasta que de un día para otro los tres entrenadores tuvieron que empezar a poner cuidado tras recibir sorpresivos y violentos golpes de su alumno.
Un día en que sus padres habían salido, Frank sintió que llegaba su hermano menor, tenía que servirle la cena. Jochy se demoraba en el baño, lo llamó, nada, subió a verlo y lo encontró frente al espejo tratando de aplicarse Mertiolathe en la cara. – Déjame a mí, dijo Frank ¿qué te pasó? Tienes machucones y varias peladuras, te caíste de la bicicleta? – No, dijo su hermano, peleamos. - ¿Con él? - Sí con él, fue la respuesta. – Frank empezó a confortarlo, vaya, como te dejó, trata que la mamá no te vea, bueno, pero ¿te defendiste algo siquiera, no? – Más que eso dijo Jochy, con el rostro crispado por la ardiente tintura, le rompí la nariz, le salió mucha sangre y …le volé un diente, y se puso a reír.
Compre bonos
<center></center>
www.cartelandia.com
<center></center>
www.cartelandia.com
Las mujeres estaban organizadas en varias actividades, desde la recolección de objetos metálicos pasando por la Cruz Roja, preparación de vendas y cajas sanitarias, salían en grupos a las campañas de recolección de sangre y la permanente venta de bonos de guerra.
En ocasiones algunas personas escuchaban hablar a Joanna en la calle mientras procuraba convencerlos que compraran bonos y con el ceño fruncido le preguntaban de dónde provenía odirectamente si era alemana. Algunos la interpelaban con el “sprechen sie Deutsch?” Con Albert habían preparado dos embustes uno más sencillo que consistía en contarles que su niñez la habían vivido en la Suiza alemana con sus padres y que se les había quedado el acento, para otros que eran austriacos y que “por culpa de los nazis” y el Anchluss habían tenido que huír de su país. Esta ultima a Albert le jugó una mala pasada con alguien más informado que el resto - ¿Austríaco? le dijo un hombre mayor abriendo mucho los ojos, ¡pero si ese canalla de Hitler nació en Austria! y se apartó de él con una mirada de desprecio.
Albert divirtió a sus amistades con la anécdota pero se guardó muy bien para sí algo que no sabía ni su mujer ni nadie, que así como no había nacido en Austria, tampoco había nacido en Alemania.
Vino 1943, los alemanes tuvieron que soportar su primera dura derrota en Stalingrado, los japoneses después de Midway y el Mar del Coral empezaron a recibir duro castigo, los días de gloria del Eje se eclipsaban y aparecieron profundas grietas en las fortalezas que se habían levantado al comienzo de la guerra. Ya eran divisables algunas esperanzas basadas en realidades y no solo en quimeras.
Albert evitaba hablar de la guerra en casa y los demás lo siguieron en ello, así el hogar era su refugio, la radio era para la música y no las noticias. Él estaba mejor informado que el promedio por su trabajo, las necesidades de combustible y lubricantes eran las luces indicadoras de dónde se estaban realizando operaciones de importancia y cuándo éstas terminaban, para iniciarse otras. En Junio de 1944 se encendieron las primeras luces indicadoras en Francia con los desembarcos aliados, la cuenta regresiva se aceleraba por fin. En el Pacífico ya había muchas luces encendidas, los japoneses resistían desesperadamente ante la fatalidad que los acosaba implacable.
El cine era una buena distracción, aunque había que ver los noticiarios. A veces toda la platea estallaba en aplausos ante alguna buena nueva. También la guerra seguía a los creyentes, en todos los distintos templos se oraba por los que se encontraban lejos y emocionadamente por los que habían caído.
Lo mejor era escaparse y salir de la ciudad. Disfrutaron de excursiones de pesca y conocieron lugares de pintoresca belleza de Texas en su fiel y eficiente Chevrolet conducido alternadamente por Albert o Frank.
Las fiestas eran otro escape, nadie rehuía los cocktails, asados y cenas, motivos no faltaban. Uno de ellos fueron los 18 años de Frank, ya estaba en el Lee Collage y con muchos condiscípulos y amigos se les llenó la casa, chicos y chicas entraban y salían sin cesar. Sus padres se sentían contentos al ver que su hijo era respetado y estimado por sus iguales.
<center></center>
www.imagenes Google
Días después estaba la familia en casa, poco antes de la cena llegó Frank y los saludó. Albert no estaba de buen humor, por la tarde había tenido una larga reunión, áspera y difícil, los polémicos temas habían hecho subir el tono de las discusiones y no se había llegado a ninguna parte. Levantó su mirada hacia su hijo enarcando una ceja. Llegas tarde, dijo con voz seca ¿dónde has estado, qué has hecho todo el día? – En el gimnasio en la tarde papá, estamos entrenando para el torneo de lucha del mes que viene, en la mañana tuvimos clases y después fuimos al centro con Jim, Arón, Henry y Tom…bueno, mejor se los digo ahora, fuimos a la oficina de reclutamiento y me enlisté en el Ejército de los Estados Unidos, me tomaron el juramento. Y se quedó mirándolos sonriendo.
Fin del Capítulo III
Salu-2
"Cosas de Niño" (Relato de ficción)
Buen relato compañero. Estoy disfrutando mucho leyéndole.Está bien estructurado y consigues mantener el interés del lector sin dificutad.Continuarás con el? Me daria pena no saber como continua.
Saludos.
Saludos.
Conocer el pasado,comprender el presente,conquistar el futuro...
El hombre nace libre,responsable y sin excusas. Jean Paul Sartre
El hombre nace libre,responsable y sin excusas. Jean Paul Sartre
"Cosas de Niño" (Relato de ficción)
Pero que paso?????????
Eres un magistral escritor y dejas el relato sin terminar....
No puedes ser tan cruel...
Saludos y muchas felicitaciones....
Nota: ¿Es solo ficción o alguna vivencia personal?
Eres un magistral escritor y dejas el relato sin terminar....
No puedes ser tan cruel...
Saludos y muchas felicitaciones....
Nota: ¿Es solo ficción o alguna vivencia personal?
- CARLOS ANDRES
- Miembro distinguido
- Mensajes: 4243
- Registrado: Lun May 19, 2008 5:56 pm
- Ubicación: 04º 37’ 12” Lat N - 75º 38’ 20” Long O
- Contactar:
"Cosas de Niño" (Relato de ficción)
"...En la redacción se conoce al buen escritor, y en el suspenso de la continuidad, su inteligencia!" A. Chatain.
Excelente pieza escrita, ojalá no demores tanto en el tiempo el postear su continuación...(Que me imagino existe!!!)
Un abrazo!!!
Excelente pieza escrita, ojalá no demores tanto en el tiempo el postear su continuación...(Que me imagino existe!!!)
Un abrazo!!!
- roul wallenberg
- Usuario
- Mensajes: 20
- Registrado: Mar Ene 08, 2008 5:31 pm
- Ubicación: Chile
"Cosas de Niño" (Relato de ficción)
Gracias por los estimuantes e inmerecidos comentarios. Esta novelita está publicada hasta el capítulo IV, que no figura en estos "documentos", en la sección "Ficción", que está en el apartado "Otros", casi al final, a continuación de "aspecto psicosociales". En breve continuaré con los dos capítulos finales de este ensayo. Sería mejor qu el Moderador procediera a eliminarla de esta sección "documentos", ya que está más completa en la sección ya mencionada, "Ficción".
Salu-2
Salu-2
- Eckart
- Miembro fundador
- Mensajes: 4624
- Registrado: Sab Jun 11, 2005 9:07 pm
- Ubicación: Valencia (España)
- Contactar:
"Cosas de Niño" (Relato de ficción)
Las secciones que citas, Roul, no existen en nuestro foro.roul wallenberg escribió:Esta novelita está publicada hasta el capítulo IV, que no figura en estos "documentos", en la sección "Ficción", que está en el apartado "Otros", casi al final, a continuación de "aspecto psicosociales". En breve continuaré con los dos capítulos finales de este ensayo. Sería mejor qu el Moderador procediera a eliminarla de esta sección "documentos", ya que está más completa en la sección ya mencionada, "Ficción".
Un saludo.
«El conocimiento es mejor que la ignorancia; la historia es mejor que el mito».
Ian Kershaw
Ian Kershaw
- roul wallenberg
- Usuario
- Mensajes: 20
- Registrado: Mar Ene 08, 2008 5:31 pm
- Ubicación: Chile
"Cosas de Niño" (Relato de ficción)
Gracias por el alcance, amigo Eckart. Es efectivo, hoy revisè la pàgina principal y no figuran las secciones que menciono ("OTROS" y "Ficciòn") pero sì puedo asegurar que el dìa de mi ùltimo post, esto es el 29 ppdo., me preocupè del asunto y encontrè ambas y dentro de ellas mi relato hasta el capìtulo IV incluìdo, razòn por la que me permitì direccionar en ese sentido a los amigos foristas que me dedicaron sus generosos comentarios.
Salu-2
Salu-2
"Cosas de Niño" (Relato de ficción)
Excelente relato Wallenberg, pero nos dejas en ascuas esperando la continuacion.
"El crepusculo de los dioses dorados de la guerra"
- roul wallenberg
- Usuario
- Mensajes: 20
- Registrado: Mar Ene 08, 2008 5:31 pm
- Ubicación: Chile
"Cosas de Niño" (Relato de ficción)
Agradezco los generosos y halagadores comntarios, sí soy algo flojonazo, pero además mi salud me juega malas pasadas en la actualidad y mi tiempo en el PC es muy escaso. De repente con vuestra ayuda se interesa en esto Steven Spielberg y nos cambia la vida. Bueno ¡ahí vamos con el Capítulo IV!:
Logotipo de IG Farben:
(Editada)
A. Hitler saludando a su colaborador, Hermann Schmidt, cabeza de IG Farben
(Editada)
Caricatura de la relación entre A. Hitler e IG. Farben
(Editada)
El Dr. von Schnitzler, del IG Farben Aufsichsrat, hizo la siguiente declaración en 1943:
“No es exageración decir que sin los servicios de la química alemana realizados bajo el Plan Cuatrienal, la prosecución de una guerra moderna sería impensable.”
Cuando se realizaron investigaciones acerca de los orígenes técnicos del más importante de estos materiales militares - aparte del apoyo financiero para Hitler – aparecieron las conexiones con la industria americana y con los hombres de negocios americanos.
Había numerosos convenios de Farben con empresas americanas, incluso comercializando acuerdos de cartel, acuerdos de patentes e intercambios técnicos que demostraban la transferencia de tecnología desde Standard Oil-Ethyl ya comentada. Estos convenios fueron usados por IG para promover la política nazi en el extranjero, recolectar información estratégica y consolidar un cartel químico mundial.
Uno de los aspectos más siniestros del cartel de IG Farben fue la invención, producción, y distribución del Gas Zyklon B, usado en los campos de concentración nazis. Zyklon B era ácido prúsico puro, un veneno letal producido por IG Farben Leverkusen y vendido desde la oficina de ventas Bayer a través de Degesch, un propietario independiente de la licencia. Las ventas de Zyklon B sumaron a casi tres cuartos del negocio total de Degesch; fue producido y vendido por IG Farben bastante gas como para matar 200 millones de seres humanos.
El informe del Comité Kilgore de 1942 deja en claro que los directores de IG Farben tenían conocimiento preciso de los campos de concentración nazis y el uso de químicos IG. Este conocimiento previo se vuelve significativo si se considera el rol de los directores americanos en la subsidiaria americana de IG. El interrogatorio de 1945 al director IG Farben von Schnitzler se lee:
- Q. ¿Qué hizo usted cuando ellos le dijeron que IG los químicos [sic] eran usados para matar, asesinar a las personas detenidas en campos de concentración?
- A. - yo estaba horrorizado.
- Q. ¿Hizo usted algo sobre eso?
- A. - Yo me lo guardé [para mí] porque era demasiado terrible.... Yo pregunté a Muller-Cunradi si era conocido por él, Ambros y otros directores en Auschwitz que estaban usándose los gases y químicos para asesinar a las personas.
- Q. ¿Qué dijo él?
- A. - Sí: lo saben todos los directores IG en Auschwitz.
No hubo ningún esfuerzo por IG Farben para detener la producción de gases - una manera bastante ineficaz para von Schnitzler de expresar cualquier preocupación por la vida humana, "porque era demasiado terrible".
Planta “Buna 4” en Auschwitz - Monowitz
(Editada)
Ubicación de las instalaciones de IG Farben en el complejo Auschwitz:
(Editada)
Bodega de despacho de Ciclón B en la empresa Dagesch.
(Editada)
Instalación para la aplicación de gas a prisioneros en Auschwitz:
(Editada)
IG Farben exhibe sus instalaciones y productos en una exposición:
La unidad de Frank se encontraba estacionada en el este de Bélgica en el pueblo de Houffalize, al norte de Bastogne, el que había sido blanco de los bombarderos americanos durante la ofensiva alemana de las Ardenas
(Editadas)
Frank había sido destacado al Batallón de Transporte XVI, Compañía “C”. En esta unidad había una compañía de abastecimiento de combustible. Tenía como misión llenar los estanques de cuanto vehículo pasara por el lugar. El Batallón formaba parte del 46º Regimiento de Transporte, encuadrado en la 6ª División de Infantería y ésta a su vez en el 1er. Ejército integrante del 12 º Grupo de Ejércitos al mando del General Omar Bradley. Para el año de 1945, el 12 Grupo de Ejércitos de los EE.UU. estaba formado por 4 ejércitos, 12 cuerpos de ejército, 48 divisiones, todo el conjuntó con más de 1.300.000 hombres, con lo que resultó ser el ejército más grande en la historia de su país.
Cada conductor de un vehículo tenía que mostrar una tarjeta en la cual se anotaban los datos del vehículo, fecha lugar de destino y origen del trayecto y, una vez firmada por el soldado del registro, la tarjeta pasaba a manos del soldado que se encargaba de abastecer el vehículo el que, al finalizar el proceso anotaba la cantidad de litros entregada y lo mismo hacía en una planilla en su poder. La omnipresente burocracia militar se hacía muy presente en el manejo de la preciada gasolina.
El valioso combustible había cruzado el Atlántico sorteando los peligros de las minas y de los U-Boote alemanes para los cuales eran su blanco favorito. Los navíos que transportaban combustible era ubicados al centro de los convoyes y eran objeto de especial protección por parte de los cazasubmarinos, corbetas, fragatas y destructores de la escolta. El único barco que les arrebató el ser el blanco más codiciado fue el Queen Mary el que por su alta velocidad navegaba solo y que podía en sus 75.000 toneladas transportar una división de infantería completa a bordo. Hitler había ofrecido una recompensa de un millón de Reichsmarks a la tripulación que lo hundiera.
El Queen Mary en tiempos de guerra, en el puerto de Nueva Y,ork
(Editada)
Carretera “Pelota Roja” y su registro de tonelaje
(Editada)
Los barcos se aproximaban a los terminales de combustibles construidos en la costa francesa y allí su contenido era transportado hacia el interior en un ir y venir incesante de camiones cisterna, a su vez blanco predilecto de aviones, baterías y blindados alemanes. Frank y sus compañeros estaban al extremo de esa línea. A veces miraba el combustible mientras era trasvasijado desde los camiones al estanque abastecedor y se acordaba de su padre, “esto lo hizo papá”, pensaba. Su ilusión se hizo realidad cuando examinando unos tambores recién descargados de aceite para motores vio el logo de Standard Oil en ellos y bajo él, en letras de molde pequeñas “Baytown, Tex. USA”.
Había hecho su entrenamiento básico de infantería en Fort Sam Houston, Texas y luego desviado hacia una instrucción complementaria intensiva en San Antonio para familiarizarse con el delicado manejo de combustibles y lubricantes. La gran duda era acerca si iba a ser destinado al Pacífico o a Europa. En su caso, al parecer la cosa se decidió luego de una entrevista en la que, ante la pregunta acerca de conocimiento de otro idioma Frank dijo “alemán”. El suboficial que lo entrevistaba sacó a relucir el archiconocido “sprechen sie Deutsch?” (no sabía nada más del idioma de Goethe) y el porqué hablaba esa lengua. Frank apeló a la mentira “austríaca” y el hombre tomó un lápiz grueso verde y en la esquina superior derecha de la hoja de entrevista dibujó una gran “G” (german). Franz Schmidt volvería a su tierra natal como combatiente, pero en vez de un fusil, durante mucho más tiempo tendría una pistola de gasolinera en sus manos.
Houffalize era un poblado ahora apacible y casi abandonado por su población, ya que la mayoría de sus construcciones habían sido destruidas, en su momento el Ejército lo había sobrepasado rugiente y luego a una pequeña unidad de combate se le encargó asegurarlo. Los alemanes no habían alcanzado en su huída a volar la estación gasolinera, lo que fue decisivo para que la unidad de Frank quedara estacionada allí. Los soldados se distribuyeron entre una escuela desocupada y una construcción grande cercana a una iglesia donde encontraron un abrigado alojamiento. Las carpas quedaron guardadas en un almacén. Frank llegó allí a fines de Enero de 1945, había alcanzado a pasar la Navidad en casa con su familia, para de inmediato regresar a sus centros de agrupamiento y ser embarcados en camiones hacia el puerto donde abordarían el barco que los llevó a través del Atlántico.
Frank no tenía sentimientos encontrados. Su adolescencia se había americanizado completamente. El único vínculo con su mundo anterior era el recuerdo de Sofía, sus pensamientos a veces volvían hacia ella, la chica que desde su columpio había sido la primera en llegar hasta su corazón, la recordaba con ternura, envuelta en el misterio de no saber dónde se encontraba. Por Arón, que escuchaba a su padre, se había enterado del infortunio de los judíos alemanes, pero Frank se negaba de plano a imaginarse que Sofía y sus padres estuvieran en peligro, rechazaba la idea de que les hubiera podido ocurrir algo malo y se refugiaba en que ellos estaban a salvo en Suiza. Ahora él estaba en Europa, y si la guerra terminaba pronto quizás le sería posible encontrarla.
Siempre llevaba la cajita que Sofía le había dado, la bolsita roja la había guardado para que no se deteriorara. Para él Sofía no era “su chica”, ya había tenido su romance con Patty, la mayor de las Helms, pero el recuerdo de la niña era muy significativo para él, formaba parte importante de su memoria personal, a partir de ella tenía un conocimiento mejor de su pasado, era el eslabón que lo unía con su niñez, Sofía era la primera persona que no lo había querido por obligación como sus padres y su hermano, él sin saber cómo se había ganado su tierno cariño y la prueba de ello la tenía siempre en el bolsillo del corazón.
Frank había llegado a su compañía con otros tres nuevos reclutas, ninguno de los cuales había estado con él en Fort Houston Fueron recibidos con indiferencia. El cabo a cargo de su escuadra apenas le prestó atención y con desgano le indicó su alojamiento y sus deberes. Cuando llegó a la escuela a instalarse unas cuantas miradas lo recibieron y unos deslavados “hola chico”. Nadie le preguntó de dónde venía ni qué había hecho. Un negro le preguntó su nombre, al responderle el joven le sonrió con una dentadura blanquísima y perfecta, soy Bob le dijo, pero acá soy “Lucky”.
El grueso de la dotación de la unidad estaba en ella desde los días de Normandía, nadie había combatido en las playas, habían desembarcado cuando el sector estaba ya asegurado. De ahí en adelante todo había sido seguir a las unidades motorizadas en su avance para surtirlos de combustible, habían tenido bajas, dos camiones atacados desde el aire que estallaron en llamas, sus tripulantes no habían alcanzado a huir. Se recordaba a veces a tres soldados que buscando un sitio donde defecar se habían metido en un campo minado y también a cuatro más que se habían extraviado y habían caído en una emboscada. Al día siguiente una patrulla enviada en su búsqueda había encontrado sus cuerpos destrozados por innumerables impactos de ametralladora pesada.
En ocasiones se sentía la proximidad de la guerra, se escuchaban distantes explosiones y descargas de artillería. Había sorpresivas apariciones de aviones enemigos de vez en cuando, lo que provocaba una frenética actividad, ocultando todo majo mallas de camuflaje, los vehículos que estaban esperando combustibles salían disparados a ocultarse en una arboleda próxima a la gasolinera y entraban en acción las ocho poderosas ametralladoras antiaéreas. La última vista aérea había sido dramática, un caza alemán huía despidiendo humo por su cola perseguido por tres Mustangs que no cesaban de dispararle, al parecer con pobre puntería, ya que cruzaron el cielo con un tremendo alboroto y el avión alemán y sus perseguidores se perdieron tras una colinas. Lo que sí fue motivo de expectación fue la aparición de un jet alemán que zumbando pasó a baja altura a gran velocidad. “¿Qué fue eso?” fue la frase más pronunciada ese día.
Frank y sus compañeros estaban muy bien informados de lo que ocurría en los alrededores por los chóferes de los vehículos que abastecían. Había dramatismo en las ambulancias y otros vehículos improvisados para llevar heridos, se les daba prioridad sobre el resto y al cargar sus estanques se escuchaban desde su interior quejidos, lamentos y a veces alaridos de dolor. Todos aventuraban pronósticos acerca de la fecha del término de la guerra, se había hecho una apuesta colectiva y había ya bastante dinero para el que ganara. Los más antiguos siempre hablaban de sus ganas de volver a casa y de lo que harían cuando llegaran de retorno.
El nivel social de la tropa era bajo, gente de arrabales de ciudad y la otra mitad provenientes del campo, de todos los puntos cardinales de EE.UU., la mayoría desconocidos del todo para Frank y otros de sus compañeros. Tuvo que acostumbrarse a las malas costumbres de los soldados y sus jefes, la jerigonza de su soez lenguaje, los hábitos inmundos en las letrinas y la repugnante forma de comer de con quienes compartía la mesa. Lo monocorde y estúpido de sus conversaciones lo hacían alejarse y simular que estaba ocupado escribiendo o haciendo algo para que no se pusieran en su contra.
Todo era muy distinto a lo que había vivido en su instrucción en Fort Sam Houston, allá eran casi todos texanos y si bien la disciplina era muy rígida, había compañerismo y algunos momentos habían sido simpáticos y alegres. Acá el nivel militar del conjunto, aún para el ojo inexperto de Frank era muy precario. Se hacía evidente que los EE.UU. , sabedores que la caída del bastión hitleriano era ya cosa de pocos meses más, destinaba los mejores elementos que se alistaban no a Europa, sino al Pacífico donde los combates rugían con tremenda furia.
A veces conversaba con Lucky, el negro que compartía con él la manguera de la gasolinera. Ante el asombro de Frank se enteró que era boxeador profesional y que había alcanzado a pelear por los “Guantes de Oro” pero la guerra se lo había llevado a otro ring. Era un chico reposado, con muy poca instrucción, se había criado en el Bronx en un gueto negro y su vida era una serie de calamidades, empezando por no haber tenido padres, pero había sobrevivido y sabiamente había evitado los líos con la policía. Lo había descubierto un viejo entrenador de boxeo que vivía cerca de la casa-hogar donde vivía Lucky y había empezado a entrenar a los 15 años. Luego se hizo un pequeño nombre el que se incrementó al ganar sus primeras peleas, era un “walter” de increíble agilidad, se había conseguido una cuerda y era la atracción cuando saltaba con ella, los otros habían tratado de usarla, pero les era muy difícil, Lucky pacientemente les trataba de enseñar, así como a pegarle a un puching-ball que con ayuda de Frank y otros habían fabricado. A Frank le gustaba mucho verlo saltando y golpeando, era un espectáculo. Y, a pesar de todas sus diferencias, Lucky era algo mayor, tenía 22 años, compartían sus cosas, Frank se entretenía mucho escuchando sus historias acerca de los barrios bajos y la agresiva vida que transcurría en ellos.
La faceta más desdichada para Frank de su nuevo mundo era la obsesión sexual omnipresente en los soldados. Él se había iniciado a los 17 gracias a algunas desprejuiciadas amiguitas de Jim y en los escasos permisos durante su instrucción había salido por ahí con algunos compañeros, no era un tema que lo agobiara. Supuso que todo se debía a la falta de mujeres. Pero lo que colmó su desagrado fue el continuo recibir lascivos comentarios dirigidos a él por parte de soldados que eran transportados y que lo observaban mientras manipulaba la bomba gasolinera, no había día en que no recibía lascivos “piropos”.
Frank empezó a acumular un sordo rencor mezclado con un amargo desprecio hacia el común de los soldados que pasaban por allí y se sorprendió deseándoles la muerte en combate. Hacía muy poco que sus deseos fueron satisfechos. Había pasado un camión hacia el frente cargado de soldados los que se entretuvieron silbándole y diciéndole obscenidades mientras lo abastecía. Por fin partieron con sus últimos gritos y silbidos maliciosos.
Por la tarde, por un conductor que ya conocía y que pasaba varias veces al día por el lugar, se enteró que el camión aquél, con toda su carga humana a bordo se había encontrado con dos Sd Kfz 234 (carros de 8 ruedas de reconocimiento) que habían aparecido de repente y de quizás dónde y que lo había volado con sus cañones de 5 mm. Le contó que había cadáveres despedazados por todos lados y que se habían salvado muy pocos, pero con graves heridas. Frank nada le comentó, se limitó a mover la cabeza, pero cuando el jeep se fué, pateó el suelo con fuerza y medio agachado agitó su puño. ¡Bien hecho, así me gusta, que los hayan reventado! y lamentó no haber visto el ataque o al menos el resultado de éste, le habría encantado verlos hechos pedazos.
Frontis del casino de IG Farben en Frankfurt am Mein
(Editada)
El espionaje e IG Farben
La oficina Berlín NW 7 de IG Farben era un centro clave del espionaje nazi en el extranjero. La unidad operó bajo el director de Farben Max Ilgner, sobrino del presidente IG Farben, Hermann Schmitz. Max Ilgner y Hermann Schmitz estaban en la Mesa del IG americano, con los socios directores Henry Ford de Ford Motor Company, Paul Warburg de Banco Manhattan, y Charles E. Mitchell del Banco de la Reserva Federal de Nueva York.
Al inicio de la guerra en 1939, a los empleados de VOWI se les enroló en la Wehrmacht pero de hecho continuaron realizando el mismo trabajo como cuando estaban nominalmente bajo IG Farben. Uno de los más prominente operadores de esta inteligencia de Farben en NW 7 era el Príncipe Bernardo de los Países Bajos, que se unió a Farben a comienzos de los 1930’s después de un periodo de servicio de 18 meses con el uniforme negro de las S.S.
El brazo americano de la red de la inteligencia de VOWI era Chemnyco Inc. Según el Departamento de Guerra, utilizando las vías normales de los negocios, los contactos Chemnyco pudieron transmitir a Alemania grandes cantidades de material que va de las fotografías y planos a descripciones detalladas de todas las plantas industriales. El vicepresidente de Chemnyco en Nueva York era Rudolph Ilgner, un ciudadano americano y hermano del director IG. Farben americana Max Ilgner.
Para abreviar, Farben operó VOWI, la operación nazi de inteligencia extranjera, antes de la Segunda Guerra Mundial y esta operación VOWI estaba asociada con miembros prominentes del “establishment” de Wall Street a través de American IG y Chemnyco. El Departamento de Guerra americano también acusó a IG Farben y sus socios directivos americanos de ser una punta de lanza nazi en el programa de guerra psicológica y económica en el extranjero a través de la difusión de propaganda vía agentes de Farben, y de mantener contactos extranjeros activos para esta propaganda nazi.
Los convenios del cartel de Farben promovieron la guerra económica nazi - el mejor ejemplo es la voluntaria restricción de Standard Oil de New Jersey en el desarrollo de caucho sintético en Estados Unidos para beneficio de IG Farben, como el informe de Departamento de Guerra lo expone:
La historia, para abreviar, es que debido a la determinación de Standard Oil de mantener un monopolio absoluto de desarrollo de caucho sintético en los Estados Unidos, IG cumplió totalmente su propósito de paralizar la producción de Estados Unidos disuadiendo a las compañías de caucho americanas de emprender la investigación independiente de desarrollo de procesos de caucho sintético.
(Editada)
Una de las miles de gasolineras de Standard Oil en los EE.UU.:
(Editada)
En 1945 Dr. Oskar Loehr, vicepresidente del IG "Tea Buro", confirmó que IG Farben y Standard Oil of New Jersey operaron un "plan preconcebido" para detener o retrasar el desarrollo de la industria de caucho sintético en los Estados Unidos, para ventaja de la Wehrmacht y desventaja de los Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial. Testimonio del Dr. Loehr (parcial) en Nüremberg:
- Q. ¿Es verdad que mientras el retraso en divulgar el proceso del buna [caucho sintético] a las compañías de caucho americanas, Chemnyco y Jasco estaban en entretanto manteniendo a IG bien informado con respecto al desarrollo del caucho sintético en EEUU?
- A. - Sí.
- Q. ¿Así en todo momento IG estaba totalmente consciente del estado del desarrollo de la industria americana de caucho sintético?
- A. - Sí.
- Q. ¿Estaba usted presente en la reunión de La Haya cuándo Mr. Howard [de Standard Oil] llegó allí en 1939?
- A. - No.
- Q. ¿Quién estaba presente?
- A. - Mr. Ringer que fue acompañado por Dr. Brown de Ludwigshafen.
- Q. ¿Le informaron ellos sobre las negociaciones?
- A. - Sí, hasta donde ellos lo estaban acerca de la parte de buna de esto.
- Q. ¿Es verdad que Mr. Howard le dijo a IG en esta reunión que los desarrollos en EEUU habían alcanzado tal fase que ya no sería posible para él mantener oculta la información con respecto a los procesos del buna de las compañías americanas?
- A. - le informó a Mr. Ringer.
- Q. ¿Fue en esa reunión que por primera vez Mr. Howard le dijo a IG que las compañías de caucho americanas podrían tener que ser informadas de los procesos y él aseguró a IG que Standard Oil controlaría la industria de caucho sintético en EEUU? ¿Es eso correcto?
- A. - Eso es correcto. Ésa es la información que yo obtuve de Mr. Ringer.
- Q. ¿Así en todos estos arreglos desde el principio del desarrollo de la industria de caucho sintético, la supresión de la industria de caucho sintética en EEUU fue parte de un plan preconcebido entre IG en un lado y Mr. Howard de Standard Oil en el otro?
A. - Esa es una conclusión que debe deducirse de los hechos anteriores.
Hitler inaugurando una planta de IG Farben
(Editada)
Manifestación nazi en una planta de IG Farben
(Editada)
El servicio de Frank era a la intemperie, en la nieve, pero estaba bien abrigado. La industria textil americana en un alarde del manejo de nuevas tecnologías había incorporado fibras elaboradas por la petroquímica a las telas, haciéndolas impenetrables al frío sin dejar de ser livianas y flexibles.
El soldado norteamericano en Europa fue el mejor abrigado, alimentado y asistido de todos los combatientes de la SGM. Por cada soldado japonés en combate había a retaguardia entre 3.8 y 4 en los servicios auxiliares, los rusos evolucionaron de un 4.6 a 5.1 x 1 los ingleses y alemanes en sus mejores momentos iban entre 5.8 a 6.1 soldados de los servicios por cada combatiente. Los norteamericanos, al final de la guerra, en Francia y Alemania llegaron a una relación entre 7.8 a 8 x1.
Había unidades de lavandería, unos extraños vehículos llenos de lavadoras automáticas que relevaban a los soldados de la ingrata y a veces imposible tarea de lavar sus ropas. También había duchas portátiles, con agua tibia, de tal manera que comúnmente los GI andaban aseados y con su indumentaria limpia, la higiene contenía enfermedades e infecciones como el temido “pie de trinchera”. Otra unidad que fue considerada de gran importancia por los sicólogos asesores del E.M. fue la de camiones de reparto de Coca-Cola. La sola visión de los familiares logotipos, las botellas y el tan familiar sabor de su contenido aproximaba mucho a los soldados a sus hogares. Las tripulaciones de esos camiones eran muy intrépidas y en ocasiones corrieron riesgos temerarios al aproximarse a territorios en disputa y encontrarse de pronto en medio de una balacera y verse obligados a huír precipitadamente con su bulliciosa carga. A cambio eran muy populares y estimados por todos.
Había unidades que se movían discretamente en una dolorosa labor, la de identificar y enterrar provisoriamente a los muertos. Frank se enteró por ellos mismo que muchos provenían de empresas funerarias. La mayoría de ellos eran negros.
Otro adelanto se hizo presente y se puso a disposición de los soldados, éste de la industria fotográfica. Para todos los soldados, de todos los rangos, el correo es muy importante, es el único hilo conductor que enlaza los sentimientos de los seres amados con los del solitario guerrero. Los atrasos del correo afectan fuertemente la moral de la tropa y no hay forma de contrarrestar sus efectos. Kodak diseño e implementó un sistema de microfilmado de correspondencia, de tal manera que todo avión de transporte que cruzaba el océano levaba a bordo, cual más, cual menos rollos de microfilme conteniendo cada uno centenares de cartas. Se escribía en un formulario especial el que iba a un vehículo con varias microfilmadoras que reducían lo escrito a una mínima expresión. De esta forma se llegó a alcanzar un record de rapidez entre la escritura de una carta y su recepción de una semana de lapso, el que fué ruidosamentebpublicitado, pero que nunca se volvió a repetir.
Frank se hizo el propósito de escribir un poco todos los días. Cuando terminaba una carta la despachaba en el popular furgón del correo y empezaba de inmediato con otra. Poco tenía que contar, se esforzaba por tranquilizar a su madre relatándole que de la guerra prácticamente se enteraba igual que ella, por noticias. Optó por enviarles cartas dirigidas a todos para que la leyeran en conjunto. Sus padres más que nada le infundían optimismo. Con las cartas de su padre tuvo extrañas experiencias al recibir la reproducción fotográfica de algunas de ellas con agresivas tachaduras de la censura. Las alegres cartas de su hermano lo divertían y lo tenían muy al tanto de lo que ocurría en el vecindario, novedades de los amigos de Frank, de las chicas y los acontecimientos deportivos locales.
Los capellanes tenían que hacer esfuerzos y multiplicarse a sí mismos. Salvo casos especiales, el mando, siempre escaso de vehículos les obligaba a compartir un jeep (además que comúnmente vivían juntos) y así andaban juntos el cura católico, el pastor protestante y el rabino, de esa forma se veían obligados a compartir sus destinos y a dar el ejemplo de convivencia. Se sabía de dramáticas experiencias en que un clérigo se había encontrado con un moribundo de otra religión y había tenido que salir del paso. Por ello acostumbraban a andar con una cartilla con oraciones y usos de las otras religiones, casi todos los rabinos se sabían de memoria el Padrenuestro.
La distribución de cigarrillos era otro factor de apoyo sicológico considerado importante. Frank no había fumado antes por su afición deportiva, pero ahora, solo, por imitación, por el frío y el aburrimiento de vez en cuando pitaba un cigarrillo. El aburrimiento de pronto se esfumaba. Frank pudo estrechar manos de famosos cuando retornaban del frente después de haber actuado para las tropas en Navidad y Año Nuevo. Pasaron por el lugar caravanas con artistas de Hollywood. Si bien no habían podido disfrutar de las presentaciones, pero no fueron ignorados y cuando tenían que detenerse los vehículos para reaprovisionarse, los artistas se dieron el tiempo para compartir con los soldados, hacerlos reír con sus chistes y divertidas ocurrencias. Quizás Frank y sus compañeros los disfrutaron mejor al estar mucho más cerca de ellos en cerrados corrillos. Para esas ocasiones sí aparecían todos los oficiales a los que había que cederles los lugares preferenciales. No bien partía la festiva caravana éstos volvían a tomar café a sus cómodos y abrigados cubículos desentendiéndose de la tropa.
Bing Crosby cantando para los soldados
(Imágenes editadas)
Danny Kaye en el frente
Mickey Rooney entreteniendo a los soldado
Marlene Dietrich junto a un herido
Hubo otra ocasión en la que aparecieron todos los oficiales muy bien presentados, hasta el jefe del batallón, el mayor Ron Johnson se hizo ver. Alguien venía y muy importante, se ordenó todo, se limpió todo y se ocultó todo lo inconveniente. Y llegó, y claro que era importante, el Comandante en Jefe del 12º Grupo de Ejércitos, General Omar Nelson Bradley. Lo hizo en un jeep descubierto con otros dos de escolta, uno atrás y otro adelante. Los tres jeeps se detuvieron y un sargento preguntó por las letrinas, las que hacía minutos habían sido terminadas de limpiar al milímetro. Dos escoltas entraron al lugar y salieron en pocos momentos. Por sus insignias Frank los identificó como “Rangers”, no portaban rifles, sino metralletas. Permanecieron junto a la puerta y a continuación hizo su ingreso el General, solo. Al rato salió secándose las manos. Frank ya había llenado los estanques de los jeeps. Bradley respondió el saludo de la formación y le dio la mano a Johnson que se aproximó a saludarlo. No conversó con el mayor más que unas breves frases, se saludaron y el general volvió a su jeep, no subió, sino que de una carpeta de cuero extrajo un mapa, lo desplegó sobre el capot y se puso a examinarlo detenidamente tocándolo con el dedo índice. Frank no le quitaba la vista de encima. Vió como Bradley llevaba su mano al bolsillo superior de su acolchado chaquetón y sacó un cigarro virginiano que puso en su boca. Sin quitar los ojos del mapa de un bolsillo lateral sacó un encendedor del que se abrió la tapa con el inconfundible clack de un Zippo.
Frank actuó sin pensarlo, se aproximó con rápidas zancadas, se detuvo a unos dos metros del general, se cuadró y dijo en voz alta “¡mi General!” Bradley giró un poco la cabeza hacia él y respondió su saludo tocándose el casco con un dedo de la mano en la que sostenía el encendedor abierto – Lo siento muchísimo mi general, siguió Frank extendiendo la mano derecha en dirección al enorme letrero “NO SMOKING” que estaba a la derecha y un poco atrás del general, fuera de su vista. Éste miró en ésa dirección y volvió la cabeza hacia Frank que estaba en posición de “firme”, lo miró de soslayo y asintió levemente, se dejó el cigarro en la boca y clack cerró el Zippo volviendo al bolsillo. Frank sintió todas las miradas clavadas en él; Consejo de Guerra, me fusilarán, pensó, pero acá está prohibido fumar y nadie fuma.
Retornaros a sus jeeps los escoltas, Bradley saludó al subir a su jeep despidiéndose a los oficiales rígidos en formación frente a él, al otro lado del camino, los que llevaron sus tiesas manos a las viseras de sus cascos. Frank había avanzado más allá de la gasolinera para retirar las barreras que había colocado para que nadie interfiriera con la comitiva. Los jeeps se aproximaban a él, Bradley le dijo algo al conductor y éste detuvo el vehículo. Frank vió que estaba haciendo algo como escribiendo, aunque empuñaba un cortaplumas. Guardó el instrumento volvió a poner su cigarro en la boca y en su mano apareció el Zippo, clack se abrió la tapa, lo accionó y salió la llama y encendió el cigarro sonriendo y mirando a Frank. Clack, se cerró el encendedor y en vez de guardarlo hizo algo extraño, bajó la mano, su brazo quedó como colgando fuera del jeep y lo hizo oscilar dos veces hasta que su brazo extendido lanzó el Zippo hacia Frank que tuvo que saltar para pescarlo al vuelo. Alcanzó a escuchar un agudo “let`s go” y los jeeps se movieron. Frank alcanzó apenas a saludar pero el general no volteó la cabeza, pero adivinando su gesto levantó su mano derecha haciendo una señal de despedida.
(Imagen editada)
No le hicieron consejo de guerra, Ron Johnson lo mandó llamar y lo felicitó calurosamente, todos los otros oficiales tuvieron que hacer lo mismo. Luego con sus compañeros, recibió palmoteos y todos quisieron ver el dichoso encendedor y probarlo. En uno de sus costados llevaba grabado el emblema del 1er. Ejército y en el otro, por mano del General de 4 Estrellas Omar Bradley había grabada una tosca “B”. Más tarde, y ya solo, lo usó para encender un Camel, guardó el Zippo en el bolsillo del corazón y sintió el suave golpe al chocar dos metales. Ahora tenía dos regalos, ambos de personajes muy importantes, uno de Omar Bradley y otro de Sofía Kohn, el primero general de un ejército que contribuiría a la derrota del imperio de la cruz gamada. vengando así a la segunda, su víctima inocente
(continúa)
Salu-2
Logotipo de IG Farben:
(Editada)
A. Hitler saludando a su colaborador, Hermann Schmidt, cabeza de IG Farben
(Editada)
Caricatura de la relación entre A. Hitler e IG. Farben
(Editada)
El Dr. von Schnitzler, del IG Farben Aufsichsrat, hizo la siguiente declaración en 1943:
“No es exageración decir que sin los servicios de la química alemana realizados bajo el Plan Cuatrienal, la prosecución de una guerra moderna sería impensable.”
Cuando se realizaron investigaciones acerca de los orígenes técnicos del más importante de estos materiales militares - aparte del apoyo financiero para Hitler – aparecieron las conexiones con la industria americana y con los hombres de negocios americanos.
Había numerosos convenios de Farben con empresas americanas, incluso comercializando acuerdos de cartel, acuerdos de patentes e intercambios técnicos que demostraban la transferencia de tecnología desde Standard Oil-Ethyl ya comentada. Estos convenios fueron usados por IG para promover la política nazi en el extranjero, recolectar información estratégica y consolidar un cartel químico mundial.
Uno de los aspectos más siniestros del cartel de IG Farben fue la invención, producción, y distribución del Gas Zyklon B, usado en los campos de concentración nazis. Zyklon B era ácido prúsico puro, un veneno letal producido por IG Farben Leverkusen y vendido desde la oficina de ventas Bayer a través de Degesch, un propietario independiente de la licencia. Las ventas de Zyklon B sumaron a casi tres cuartos del negocio total de Degesch; fue producido y vendido por IG Farben bastante gas como para matar 200 millones de seres humanos.
El informe del Comité Kilgore de 1942 deja en claro que los directores de IG Farben tenían conocimiento preciso de los campos de concentración nazis y el uso de químicos IG. Este conocimiento previo se vuelve significativo si se considera el rol de los directores americanos en la subsidiaria americana de IG. El interrogatorio de 1945 al director IG Farben von Schnitzler se lee:
- Q. ¿Qué hizo usted cuando ellos le dijeron que IG los químicos [sic] eran usados para matar, asesinar a las personas detenidas en campos de concentración?
- A. - yo estaba horrorizado.
- Q. ¿Hizo usted algo sobre eso?
- A. - Yo me lo guardé [para mí] porque era demasiado terrible.... Yo pregunté a Muller-Cunradi si era conocido por él, Ambros y otros directores en Auschwitz que estaban usándose los gases y químicos para asesinar a las personas.
- Q. ¿Qué dijo él?
- A. - Sí: lo saben todos los directores IG en Auschwitz.
No hubo ningún esfuerzo por IG Farben para detener la producción de gases - una manera bastante ineficaz para von Schnitzler de expresar cualquier preocupación por la vida humana, "porque era demasiado terrible".
Planta “Buna 4” en Auschwitz - Monowitz
(Editada)
Ubicación de las instalaciones de IG Farben en el complejo Auschwitz:
(Editada)
Bodega de despacho de Ciclón B en la empresa Dagesch.
(Editada)
Instalación para la aplicación de gas a prisioneros en Auschwitz:
(Editada)
IG Farben exhibe sus instalaciones y productos en una exposición:
La unidad de Frank se encontraba estacionada en el este de Bélgica en el pueblo de Houffalize, al norte de Bastogne, el que había sido blanco de los bombarderos americanos durante la ofensiva alemana de las Ardenas
(Editadas)
Frank había sido destacado al Batallón de Transporte XVI, Compañía “C”. En esta unidad había una compañía de abastecimiento de combustible. Tenía como misión llenar los estanques de cuanto vehículo pasara por el lugar. El Batallón formaba parte del 46º Regimiento de Transporte, encuadrado en la 6ª División de Infantería y ésta a su vez en el 1er. Ejército integrante del 12 º Grupo de Ejércitos al mando del General Omar Bradley. Para el año de 1945, el 12 Grupo de Ejércitos de los EE.UU. estaba formado por 4 ejércitos, 12 cuerpos de ejército, 48 divisiones, todo el conjuntó con más de 1.300.000 hombres, con lo que resultó ser el ejército más grande en la historia de su país.
Cada conductor de un vehículo tenía que mostrar una tarjeta en la cual se anotaban los datos del vehículo, fecha lugar de destino y origen del trayecto y, una vez firmada por el soldado del registro, la tarjeta pasaba a manos del soldado que se encargaba de abastecer el vehículo el que, al finalizar el proceso anotaba la cantidad de litros entregada y lo mismo hacía en una planilla en su poder. La omnipresente burocracia militar se hacía muy presente en el manejo de la preciada gasolina.
El valioso combustible había cruzado el Atlántico sorteando los peligros de las minas y de los U-Boote alemanes para los cuales eran su blanco favorito. Los navíos que transportaban combustible era ubicados al centro de los convoyes y eran objeto de especial protección por parte de los cazasubmarinos, corbetas, fragatas y destructores de la escolta. El único barco que les arrebató el ser el blanco más codiciado fue el Queen Mary el que por su alta velocidad navegaba solo y que podía en sus 75.000 toneladas transportar una división de infantería completa a bordo. Hitler había ofrecido una recompensa de un millón de Reichsmarks a la tripulación que lo hundiera.
El Queen Mary en tiempos de guerra, en el puerto de Nueva Y,ork
(Editada)
Carretera “Pelota Roja” y su registro de tonelaje
(Editada)
Los barcos se aproximaban a los terminales de combustibles construidos en la costa francesa y allí su contenido era transportado hacia el interior en un ir y venir incesante de camiones cisterna, a su vez blanco predilecto de aviones, baterías y blindados alemanes. Frank y sus compañeros estaban al extremo de esa línea. A veces miraba el combustible mientras era trasvasijado desde los camiones al estanque abastecedor y se acordaba de su padre, “esto lo hizo papá”, pensaba. Su ilusión se hizo realidad cuando examinando unos tambores recién descargados de aceite para motores vio el logo de Standard Oil en ellos y bajo él, en letras de molde pequeñas “Baytown, Tex. USA”.
Había hecho su entrenamiento básico de infantería en Fort Sam Houston, Texas y luego desviado hacia una instrucción complementaria intensiva en San Antonio para familiarizarse con el delicado manejo de combustibles y lubricantes. La gran duda era acerca si iba a ser destinado al Pacífico o a Europa. En su caso, al parecer la cosa se decidió luego de una entrevista en la que, ante la pregunta acerca de conocimiento de otro idioma Frank dijo “alemán”. El suboficial que lo entrevistaba sacó a relucir el archiconocido “sprechen sie Deutsch?” (no sabía nada más del idioma de Goethe) y el porqué hablaba esa lengua. Frank apeló a la mentira “austríaca” y el hombre tomó un lápiz grueso verde y en la esquina superior derecha de la hoja de entrevista dibujó una gran “G” (german). Franz Schmidt volvería a su tierra natal como combatiente, pero en vez de un fusil, durante mucho más tiempo tendría una pistola de gasolinera en sus manos.
Houffalize era un poblado ahora apacible y casi abandonado por su población, ya que la mayoría de sus construcciones habían sido destruidas, en su momento el Ejército lo había sobrepasado rugiente y luego a una pequeña unidad de combate se le encargó asegurarlo. Los alemanes no habían alcanzado en su huída a volar la estación gasolinera, lo que fue decisivo para que la unidad de Frank quedara estacionada allí. Los soldados se distribuyeron entre una escuela desocupada y una construcción grande cercana a una iglesia donde encontraron un abrigado alojamiento. Las carpas quedaron guardadas en un almacén. Frank llegó allí a fines de Enero de 1945, había alcanzado a pasar la Navidad en casa con su familia, para de inmediato regresar a sus centros de agrupamiento y ser embarcados en camiones hacia el puerto donde abordarían el barco que los llevó a través del Atlántico.
Frank no tenía sentimientos encontrados. Su adolescencia se había americanizado completamente. El único vínculo con su mundo anterior era el recuerdo de Sofía, sus pensamientos a veces volvían hacia ella, la chica que desde su columpio había sido la primera en llegar hasta su corazón, la recordaba con ternura, envuelta en el misterio de no saber dónde se encontraba. Por Arón, que escuchaba a su padre, se había enterado del infortunio de los judíos alemanes, pero Frank se negaba de plano a imaginarse que Sofía y sus padres estuvieran en peligro, rechazaba la idea de que les hubiera podido ocurrir algo malo y se refugiaba en que ellos estaban a salvo en Suiza. Ahora él estaba en Europa, y si la guerra terminaba pronto quizás le sería posible encontrarla.
Siempre llevaba la cajita que Sofía le había dado, la bolsita roja la había guardado para que no se deteriorara. Para él Sofía no era “su chica”, ya había tenido su romance con Patty, la mayor de las Helms, pero el recuerdo de la niña era muy significativo para él, formaba parte importante de su memoria personal, a partir de ella tenía un conocimiento mejor de su pasado, era el eslabón que lo unía con su niñez, Sofía era la primera persona que no lo había querido por obligación como sus padres y su hermano, él sin saber cómo se había ganado su tierno cariño y la prueba de ello la tenía siempre en el bolsillo del corazón.
Frank había llegado a su compañía con otros tres nuevos reclutas, ninguno de los cuales había estado con él en Fort Houston Fueron recibidos con indiferencia. El cabo a cargo de su escuadra apenas le prestó atención y con desgano le indicó su alojamiento y sus deberes. Cuando llegó a la escuela a instalarse unas cuantas miradas lo recibieron y unos deslavados “hola chico”. Nadie le preguntó de dónde venía ni qué había hecho. Un negro le preguntó su nombre, al responderle el joven le sonrió con una dentadura blanquísima y perfecta, soy Bob le dijo, pero acá soy “Lucky”.
El grueso de la dotación de la unidad estaba en ella desde los días de Normandía, nadie había combatido en las playas, habían desembarcado cuando el sector estaba ya asegurado. De ahí en adelante todo había sido seguir a las unidades motorizadas en su avance para surtirlos de combustible, habían tenido bajas, dos camiones atacados desde el aire que estallaron en llamas, sus tripulantes no habían alcanzado a huir. Se recordaba a veces a tres soldados que buscando un sitio donde defecar se habían metido en un campo minado y también a cuatro más que se habían extraviado y habían caído en una emboscada. Al día siguiente una patrulla enviada en su búsqueda había encontrado sus cuerpos destrozados por innumerables impactos de ametralladora pesada.
En ocasiones se sentía la proximidad de la guerra, se escuchaban distantes explosiones y descargas de artillería. Había sorpresivas apariciones de aviones enemigos de vez en cuando, lo que provocaba una frenética actividad, ocultando todo majo mallas de camuflaje, los vehículos que estaban esperando combustibles salían disparados a ocultarse en una arboleda próxima a la gasolinera y entraban en acción las ocho poderosas ametralladoras antiaéreas. La última vista aérea había sido dramática, un caza alemán huía despidiendo humo por su cola perseguido por tres Mustangs que no cesaban de dispararle, al parecer con pobre puntería, ya que cruzaron el cielo con un tremendo alboroto y el avión alemán y sus perseguidores se perdieron tras una colinas. Lo que sí fue motivo de expectación fue la aparición de un jet alemán que zumbando pasó a baja altura a gran velocidad. “¿Qué fue eso?” fue la frase más pronunciada ese día.
Frank y sus compañeros estaban muy bien informados de lo que ocurría en los alrededores por los chóferes de los vehículos que abastecían. Había dramatismo en las ambulancias y otros vehículos improvisados para llevar heridos, se les daba prioridad sobre el resto y al cargar sus estanques se escuchaban desde su interior quejidos, lamentos y a veces alaridos de dolor. Todos aventuraban pronósticos acerca de la fecha del término de la guerra, se había hecho una apuesta colectiva y había ya bastante dinero para el que ganara. Los más antiguos siempre hablaban de sus ganas de volver a casa y de lo que harían cuando llegaran de retorno.
El nivel social de la tropa era bajo, gente de arrabales de ciudad y la otra mitad provenientes del campo, de todos los puntos cardinales de EE.UU., la mayoría desconocidos del todo para Frank y otros de sus compañeros. Tuvo que acostumbrarse a las malas costumbres de los soldados y sus jefes, la jerigonza de su soez lenguaje, los hábitos inmundos en las letrinas y la repugnante forma de comer de con quienes compartía la mesa. Lo monocorde y estúpido de sus conversaciones lo hacían alejarse y simular que estaba ocupado escribiendo o haciendo algo para que no se pusieran en su contra.
Todo era muy distinto a lo que había vivido en su instrucción en Fort Sam Houston, allá eran casi todos texanos y si bien la disciplina era muy rígida, había compañerismo y algunos momentos habían sido simpáticos y alegres. Acá el nivel militar del conjunto, aún para el ojo inexperto de Frank era muy precario. Se hacía evidente que los EE.UU. , sabedores que la caída del bastión hitleriano era ya cosa de pocos meses más, destinaba los mejores elementos que se alistaban no a Europa, sino al Pacífico donde los combates rugían con tremenda furia.
A veces conversaba con Lucky, el negro que compartía con él la manguera de la gasolinera. Ante el asombro de Frank se enteró que era boxeador profesional y que había alcanzado a pelear por los “Guantes de Oro” pero la guerra se lo había llevado a otro ring. Era un chico reposado, con muy poca instrucción, se había criado en el Bronx en un gueto negro y su vida era una serie de calamidades, empezando por no haber tenido padres, pero había sobrevivido y sabiamente había evitado los líos con la policía. Lo había descubierto un viejo entrenador de boxeo que vivía cerca de la casa-hogar donde vivía Lucky y había empezado a entrenar a los 15 años. Luego se hizo un pequeño nombre el que se incrementó al ganar sus primeras peleas, era un “walter” de increíble agilidad, se había conseguido una cuerda y era la atracción cuando saltaba con ella, los otros habían tratado de usarla, pero les era muy difícil, Lucky pacientemente les trataba de enseñar, así como a pegarle a un puching-ball que con ayuda de Frank y otros habían fabricado. A Frank le gustaba mucho verlo saltando y golpeando, era un espectáculo. Y, a pesar de todas sus diferencias, Lucky era algo mayor, tenía 22 años, compartían sus cosas, Frank se entretenía mucho escuchando sus historias acerca de los barrios bajos y la agresiva vida que transcurría en ellos.
La faceta más desdichada para Frank de su nuevo mundo era la obsesión sexual omnipresente en los soldados. Él se había iniciado a los 17 gracias a algunas desprejuiciadas amiguitas de Jim y en los escasos permisos durante su instrucción había salido por ahí con algunos compañeros, no era un tema que lo agobiara. Supuso que todo se debía a la falta de mujeres. Pero lo que colmó su desagrado fue el continuo recibir lascivos comentarios dirigidos a él por parte de soldados que eran transportados y que lo observaban mientras manipulaba la bomba gasolinera, no había día en que no recibía lascivos “piropos”.
Frank empezó a acumular un sordo rencor mezclado con un amargo desprecio hacia el común de los soldados que pasaban por allí y se sorprendió deseándoles la muerte en combate. Hacía muy poco que sus deseos fueron satisfechos. Había pasado un camión hacia el frente cargado de soldados los que se entretuvieron silbándole y diciéndole obscenidades mientras lo abastecía. Por fin partieron con sus últimos gritos y silbidos maliciosos.
Por la tarde, por un conductor que ya conocía y que pasaba varias veces al día por el lugar, se enteró que el camión aquél, con toda su carga humana a bordo se había encontrado con dos Sd Kfz 234 (carros de 8 ruedas de reconocimiento) que habían aparecido de repente y de quizás dónde y que lo había volado con sus cañones de 5 mm. Le contó que había cadáveres despedazados por todos lados y que se habían salvado muy pocos, pero con graves heridas. Frank nada le comentó, se limitó a mover la cabeza, pero cuando el jeep se fué, pateó el suelo con fuerza y medio agachado agitó su puño. ¡Bien hecho, así me gusta, que los hayan reventado! y lamentó no haber visto el ataque o al menos el resultado de éste, le habría encantado verlos hechos pedazos.
Frontis del casino de IG Farben en Frankfurt am Mein
(Editada)
El espionaje e IG Farben
La oficina Berlín NW 7 de IG Farben era un centro clave del espionaje nazi en el extranjero. La unidad operó bajo el director de Farben Max Ilgner, sobrino del presidente IG Farben, Hermann Schmitz. Max Ilgner y Hermann Schmitz estaban en la Mesa del IG americano, con los socios directores Henry Ford de Ford Motor Company, Paul Warburg de Banco Manhattan, y Charles E. Mitchell del Banco de la Reserva Federal de Nueva York.
Al inicio de la guerra en 1939, a los empleados de VOWI se les enroló en la Wehrmacht pero de hecho continuaron realizando el mismo trabajo como cuando estaban nominalmente bajo IG Farben. Uno de los más prominente operadores de esta inteligencia de Farben en NW 7 era el Príncipe Bernardo de los Países Bajos, que se unió a Farben a comienzos de los 1930’s después de un periodo de servicio de 18 meses con el uniforme negro de las S.S.
El brazo americano de la red de la inteligencia de VOWI era Chemnyco Inc. Según el Departamento de Guerra, utilizando las vías normales de los negocios, los contactos Chemnyco pudieron transmitir a Alemania grandes cantidades de material que va de las fotografías y planos a descripciones detalladas de todas las plantas industriales. El vicepresidente de Chemnyco en Nueva York era Rudolph Ilgner, un ciudadano americano y hermano del director IG. Farben americana Max Ilgner.
Para abreviar, Farben operó VOWI, la operación nazi de inteligencia extranjera, antes de la Segunda Guerra Mundial y esta operación VOWI estaba asociada con miembros prominentes del “establishment” de Wall Street a través de American IG y Chemnyco. El Departamento de Guerra americano también acusó a IG Farben y sus socios directivos americanos de ser una punta de lanza nazi en el programa de guerra psicológica y económica en el extranjero a través de la difusión de propaganda vía agentes de Farben, y de mantener contactos extranjeros activos para esta propaganda nazi.
Los convenios del cartel de Farben promovieron la guerra económica nazi - el mejor ejemplo es la voluntaria restricción de Standard Oil de New Jersey en el desarrollo de caucho sintético en Estados Unidos para beneficio de IG Farben, como el informe de Departamento de Guerra lo expone:
La historia, para abreviar, es que debido a la determinación de Standard Oil de mantener un monopolio absoluto de desarrollo de caucho sintético en los Estados Unidos, IG cumplió totalmente su propósito de paralizar la producción de Estados Unidos disuadiendo a las compañías de caucho americanas de emprender la investigación independiente de desarrollo de procesos de caucho sintético.
(Editada)
Una de las miles de gasolineras de Standard Oil en los EE.UU.:
(Editada)
En 1945 Dr. Oskar Loehr, vicepresidente del IG "Tea Buro", confirmó que IG Farben y Standard Oil of New Jersey operaron un "plan preconcebido" para detener o retrasar el desarrollo de la industria de caucho sintético en los Estados Unidos, para ventaja de la Wehrmacht y desventaja de los Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial. Testimonio del Dr. Loehr (parcial) en Nüremberg:
- Q. ¿Es verdad que mientras el retraso en divulgar el proceso del buna [caucho sintético] a las compañías de caucho americanas, Chemnyco y Jasco estaban en entretanto manteniendo a IG bien informado con respecto al desarrollo del caucho sintético en EEUU?
- A. - Sí.
- Q. ¿Así en todo momento IG estaba totalmente consciente del estado del desarrollo de la industria americana de caucho sintético?
- A. - Sí.
- Q. ¿Estaba usted presente en la reunión de La Haya cuándo Mr. Howard [de Standard Oil] llegó allí en 1939?
- A. - No.
- Q. ¿Quién estaba presente?
- A. - Mr. Ringer que fue acompañado por Dr. Brown de Ludwigshafen.
- Q. ¿Le informaron ellos sobre las negociaciones?
- A. - Sí, hasta donde ellos lo estaban acerca de la parte de buna de esto.
- Q. ¿Es verdad que Mr. Howard le dijo a IG en esta reunión que los desarrollos en EEUU habían alcanzado tal fase que ya no sería posible para él mantener oculta la información con respecto a los procesos del buna de las compañías americanas?
- A. - le informó a Mr. Ringer.
- Q. ¿Fue en esa reunión que por primera vez Mr. Howard le dijo a IG que las compañías de caucho americanas podrían tener que ser informadas de los procesos y él aseguró a IG que Standard Oil controlaría la industria de caucho sintético en EEUU? ¿Es eso correcto?
- A. - Eso es correcto. Ésa es la información que yo obtuve de Mr. Ringer.
- Q. ¿Así en todos estos arreglos desde el principio del desarrollo de la industria de caucho sintético, la supresión de la industria de caucho sintética en EEUU fue parte de un plan preconcebido entre IG en un lado y Mr. Howard de Standard Oil en el otro?
A. - Esa es una conclusión que debe deducirse de los hechos anteriores.
Hitler inaugurando una planta de IG Farben
(Editada)
Manifestación nazi en una planta de IG Farben
(Editada)
El servicio de Frank era a la intemperie, en la nieve, pero estaba bien abrigado. La industria textil americana en un alarde del manejo de nuevas tecnologías había incorporado fibras elaboradas por la petroquímica a las telas, haciéndolas impenetrables al frío sin dejar de ser livianas y flexibles.
El soldado norteamericano en Europa fue el mejor abrigado, alimentado y asistido de todos los combatientes de la SGM. Por cada soldado japonés en combate había a retaguardia entre 3.8 y 4 en los servicios auxiliares, los rusos evolucionaron de un 4.6 a 5.1 x 1 los ingleses y alemanes en sus mejores momentos iban entre 5.8 a 6.1 soldados de los servicios por cada combatiente. Los norteamericanos, al final de la guerra, en Francia y Alemania llegaron a una relación entre 7.8 a 8 x1.
Había unidades de lavandería, unos extraños vehículos llenos de lavadoras automáticas que relevaban a los soldados de la ingrata y a veces imposible tarea de lavar sus ropas. También había duchas portátiles, con agua tibia, de tal manera que comúnmente los GI andaban aseados y con su indumentaria limpia, la higiene contenía enfermedades e infecciones como el temido “pie de trinchera”. Otra unidad que fue considerada de gran importancia por los sicólogos asesores del E.M. fue la de camiones de reparto de Coca-Cola. La sola visión de los familiares logotipos, las botellas y el tan familiar sabor de su contenido aproximaba mucho a los soldados a sus hogares. Las tripulaciones de esos camiones eran muy intrépidas y en ocasiones corrieron riesgos temerarios al aproximarse a territorios en disputa y encontrarse de pronto en medio de una balacera y verse obligados a huír precipitadamente con su bulliciosa carga. A cambio eran muy populares y estimados por todos.
Había unidades que se movían discretamente en una dolorosa labor, la de identificar y enterrar provisoriamente a los muertos. Frank se enteró por ellos mismo que muchos provenían de empresas funerarias. La mayoría de ellos eran negros.
Otro adelanto se hizo presente y se puso a disposición de los soldados, éste de la industria fotográfica. Para todos los soldados, de todos los rangos, el correo es muy importante, es el único hilo conductor que enlaza los sentimientos de los seres amados con los del solitario guerrero. Los atrasos del correo afectan fuertemente la moral de la tropa y no hay forma de contrarrestar sus efectos. Kodak diseño e implementó un sistema de microfilmado de correspondencia, de tal manera que todo avión de transporte que cruzaba el océano levaba a bordo, cual más, cual menos rollos de microfilme conteniendo cada uno centenares de cartas. Se escribía en un formulario especial el que iba a un vehículo con varias microfilmadoras que reducían lo escrito a una mínima expresión. De esta forma se llegó a alcanzar un record de rapidez entre la escritura de una carta y su recepción de una semana de lapso, el que fué ruidosamentebpublicitado, pero que nunca se volvió a repetir.
Frank se hizo el propósito de escribir un poco todos los días. Cuando terminaba una carta la despachaba en el popular furgón del correo y empezaba de inmediato con otra. Poco tenía que contar, se esforzaba por tranquilizar a su madre relatándole que de la guerra prácticamente se enteraba igual que ella, por noticias. Optó por enviarles cartas dirigidas a todos para que la leyeran en conjunto. Sus padres más que nada le infundían optimismo. Con las cartas de su padre tuvo extrañas experiencias al recibir la reproducción fotográfica de algunas de ellas con agresivas tachaduras de la censura. Las alegres cartas de su hermano lo divertían y lo tenían muy al tanto de lo que ocurría en el vecindario, novedades de los amigos de Frank, de las chicas y los acontecimientos deportivos locales.
Los capellanes tenían que hacer esfuerzos y multiplicarse a sí mismos. Salvo casos especiales, el mando, siempre escaso de vehículos les obligaba a compartir un jeep (además que comúnmente vivían juntos) y así andaban juntos el cura católico, el pastor protestante y el rabino, de esa forma se veían obligados a compartir sus destinos y a dar el ejemplo de convivencia. Se sabía de dramáticas experiencias en que un clérigo se había encontrado con un moribundo de otra religión y había tenido que salir del paso. Por ello acostumbraban a andar con una cartilla con oraciones y usos de las otras religiones, casi todos los rabinos se sabían de memoria el Padrenuestro.
La distribución de cigarrillos era otro factor de apoyo sicológico considerado importante. Frank no había fumado antes por su afición deportiva, pero ahora, solo, por imitación, por el frío y el aburrimiento de vez en cuando pitaba un cigarrillo. El aburrimiento de pronto se esfumaba. Frank pudo estrechar manos de famosos cuando retornaban del frente después de haber actuado para las tropas en Navidad y Año Nuevo. Pasaron por el lugar caravanas con artistas de Hollywood. Si bien no habían podido disfrutar de las presentaciones, pero no fueron ignorados y cuando tenían que detenerse los vehículos para reaprovisionarse, los artistas se dieron el tiempo para compartir con los soldados, hacerlos reír con sus chistes y divertidas ocurrencias. Quizás Frank y sus compañeros los disfrutaron mejor al estar mucho más cerca de ellos en cerrados corrillos. Para esas ocasiones sí aparecían todos los oficiales a los que había que cederles los lugares preferenciales. No bien partía la festiva caravana éstos volvían a tomar café a sus cómodos y abrigados cubículos desentendiéndose de la tropa.
Bing Crosby cantando para los soldados
(Imágenes editadas)
Danny Kaye en el frente
Mickey Rooney entreteniendo a los soldado
Marlene Dietrich junto a un herido
Hubo otra ocasión en la que aparecieron todos los oficiales muy bien presentados, hasta el jefe del batallón, el mayor Ron Johnson se hizo ver. Alguien venía y muy importante, se ordenó todo, se limpió todo y se ocultó todo lo inconveniente. Y llegó, y claro que era importante, el Comandante en Jefe del 12º Grupo de Ejércitos, General Omar Nelson Bradley. Lo hizo en un jeep descubierto con otros dos de escolta, uno atrás y otro adelante. Los tres jeeps se detuvieron y un sargento preguntó por las letrinas, las que hacía minutos habían sido terminadas de limpiar al milímetro. Dos escoltas entraron al lugar y salieron en pocos momentos. Por sus insignias Frank los identificó como “Rangers”, no portaban rifles, sino metralletas. Permanecieron junto a la puerta y a continuación hizo su ingreso el General, solo. Al rato salió secándose las manos. Frank ya había llenado los estanques de los jeeps. Bradley respondió el saludo de la formación y le dio la mano a Johnson que se aproximó a saludarlo. No conversó con el mayor más que unas breves frases, se saludaron y el general volvió a su jeep, no subió, sino que de una carpeta de cuero extrajo un mapa, lo desplegó sobre el capot y se puso a examinarlo detenidamente tocándolo con el dedo índice. Frank no le quitaba la vista de encima. Vió como Bradley llevaba su mano al bolsillo superior de su acolchado chaquetón y sacó un cigarro virginiano que puso en su boca. Sin quitar los ojos del mapa de un bolsillo lateral sacó un encendedor del que se abrió la tapa con el inconfundible clack de un Zippo.
Frank actuó sin pensarlo, se aproximó con rápidas zancadas, se detuvo a unos dos metros del general, se cuadró y dijo en voz alta “¡mi General!” Bradley giró un poco la cabeza hacia él y respondió su saludo tocándose el casco con un dedo de la mano en la que sostenía el encendedor abierto – Lo siento muchísimo mi general, siguió Frank extendiendo la mano derecha en dirección al enorme letrero “NO SMOKING” que estaba a la derecha y un poco atrás del general, fuera de su vista. Éste miró en ésa dirección y volvió la cabeza hacia Frank que estaba en posición de “firme”, lo miró de soslayo y asintió levemente, se dejó el cigarro en la boca y clack cerró el Zippo volviendo al bolsillo. Frank sintió todas las miradas clavadas en él; Consejo de Guerra, me fusilarán, pensó, pero acá está prohibido fumar y nadie fuma.
Retornaros a sus jeeps los escoltas, Bradley saludó al subir a su jeep despidiéndose a los oficiales rígidos en formación frente a él, al otro lado del camino, los que llevaron sus tiesas manos a las viseras de sus cascos. Frank había avanzado más allá de la gasolinera para retirar las barreras que había colocado para que nadie interfiriera con la comitiva. Los jeeps se aproximaban a él, Bradley le dijo algo al conductor y éste detuvo el vehículo. Frank vió que estaba haciendo algo como escribiendo, aunque empuñaba un cortaplumas. Guardó el instrumento volvió a poner su cigarro en la boca y en su mano apareció el Zippo, clack se abrió la tapa, lo accionó y salió la llama y encendió el cigarro sonriendo y mirando a Frank. Clack, se cerró el encendedor y en vez de guardarlo hizo algo extraño, bajó la mano, su brazo quedó como colgando fuera del jeep y lo hizo oscilar dos veces hasta que su brazo extendido lanzó el Zippo hacia Frank que tuvo que saltar para pescarlo al vuelo. Alcanzó a escuchar un agudo “let`s go” y los jeeps se movieron. Frank alcanzó apenas a saludar pero el general no volteó la cabeza, pero adivinando su gesto levantó su mano derecha haciendo una señal de despedida.
(Imagen editada)
No le hicieron consejo de guerra, Ron Johnson lo mandó llamar y lo felicitó calurosamente, todos los otros oficiales tuvieron que hacer lo mismo. Luego con sus compañeros, recibió palmoteos y todos quisieron ver el dichoso encendedor y probarlo. En uno de sus costados llevaba grabado el emblema del 1er. Ejército y en el otro, por mano del General de 4 Estrellas Omar Bradley había grabada una tosca “B”. Más tarde, y ya solo, lo usó para encender un Camel, guardó el Zippo en el bolsillo del corazón y sintió el suave golpe al chocar dos metales. Ahora tenía dos regalos, ambos de personajes muy importantes, uno de Omar Bradley y otro de Sofía Kohn, el primero general de un ejército que contribuiría a la derrota del imperio de la cruz gamada. vengando así a la segunda, su víctima inocente
(continúa)
Salu-2
- Eckart
- Miembro fundador
- Mensajes: 4624
- Registrado: Sab Jun 11, 2005 9:07 pm
- Ubicación: Valencia (España)
- Contactar:
"Cosas de Niño" (Relato de ficción)
Roul Wallenberg, debo recordarte que has de indicar la fuente de cada fotografía publicada.
Gracias por tu colaboración.
Gracias por tu colaboración.
«El conocimiento es mejor que la ignorancia; la historia es mejor que el mito».
Ian Kershaw
Ian Kershaw
- roul wallenberg
- Usuario
- Mensajes: 20
- Registrado: Mar Ene 08, 2008 5:31 pm
- Ubicación: Chile
"Cosas de Niño" (Relato de ficción)
Con mis excusas: Todas las fotografias y mapas provienen de búsqueda en Google.
Salu-2
Salu-2
"Cosas de Niño" (Relato de ficción)
La búsqueda en Google no es una fuente. Las imágenes o fotos de páginas de Internet sí, por eso hay que indicar reglamentariamente su(s) enlace(s). Tal como indica la Normativa del Foro (de obligado conocimiento y cumplimiento):roul wallenberg escribió:Con mis excusas: Todas las fotografias y mapas provienen de búsqueda en Google.
Salu-2
Artículo 24.- Sobre la correcta cita de la fuente de las imágenes (fotos, mapas, diagramas, etc.) que se cuelgan en el foro:
1) La referencia de la fuente debe estar citada a pie de imagen.
2) Sólo cuando todas las imágenes pertenezcan a una única fuente, se permitirá la cita de la fuente al final del mensaje (post).
El incumplimiento de esta norma supondrá para la Moderación y/o Administración la facultad de eliminar automáticamente la imagen o imágenes sin previo aviso al infractor.
Saludos cordiales
José Luis
"Dioses, no me juzguéis como un dios
sino como un hombre
a quien ha destrozado el mar" (Plegaria fenicia)
sino como un hombre
a quien ha destrozado el mar" (Plegaria fenicia)
TEST