Guderian y la Blitzkrieg
Publicado: Mar Nov 01, 2016 9:20 am
¡Hola a todos!
El principal propósito de este artículo es provocar el debate racional sobre el tema que se propone, sin dejar por ello de atender a las potenciales dudas y planteamientos que generen su lectura.
If Guderian had been a modest man and never written a word about himself, he would have gone down in history as an excellent general, a first-rate tactician, and a man who played a central role in establishing and developing the first panzer divisions. But Guderian was far from modest. By his own account, he was the central figure in German tank development from the 1920s on. (Si Guderian hubiera sido un hombre modesto y no hubiera escrito nunca una palabra sobre sí mismo, habría pasado a la historia como un general excelente, un táctico de primera clase, y un hombre que jugó un papel central en establecer y desarrollar las primeras divisiones panzer. Pero Guderian estaba lejos de ser modesto. Por su propia cuenta, fue la figura central en el desarrollo del tanque alemán desde la década de 1920 en adelante). (1)
James Corum, a quien pertenece la cita de arriba, ha sido bastante generoso en esta hipótesis especulativa de cómo sería considerado por la historia el Generaloberst Heinz Guderian si no se hubiera dedicado a escribir sobre sí mismo. Evidentemente, el mito Guderian no se debe exclusivamente a la publicación de las memorias de Guderian (2), sino también a la complicidad de muchos exoficiales de la Wehrmacht, a la fundamental colaboración de Sir Basil Henry Liddell Hart, a su apologista biógrafo Kenneth Macksey y a un gran número de historiadores acríticos que han repetido hasta la saciedad los mitos engendrados por el dúo Guderian-Liddell Hart. Debo subrayar aquí que utilizo el término mito con el significado que le otorga la RAE en su cuarta acepción, esto es: “persona o cosa a la que se atribuyen cualidades o excelencias que no tiene”.
Bien, a Guderian se le han atribuido (y él mismo se atribuyó) muchas cualidades o excelencias que en algunos casos son merecidas, en otros casos discutibles, y no pocas veces completamente inmerecidas. Por ejemplo, cuando Corum, en su especulación citada, considera que la historia consideraría a Guderian como un general excelente (y así se considera en la mayoría de las historias de la Historia), estaríamos y estamos ante una atribución discutible. Digo discutible porque el término excelente lo define la RAE como “Que sobresale por sus óptimas cualidades”, mientras que el término óptimo lo define como “Sumamente bueno, que no puede ser mejor”. Lo que traducida, la atribución de Corum viene a significar que las cualidades de Guderian como general no podían ser mejores. En otras palabras, esto significaría que Guderian fue el general alemán de la Wehrmacht con las mejores cualidades, Esto, convendrán conmigo, es discutible como mínimo. En cambio, Corum atribuye con acierto a Guderian el ser un táctico de primer nivel, cualidad de la que es del todo merecedor. Ciertamente, Guderian está entre los tácticos que formarían un cuadro de excelencia de la IIGM. Que jugó un papel central en el establecimiento y desarrollo de las primeras divisiones panzer es, también, una realidad que, sin embargo, se ve ensombrecida por los mitos que Guderian y sus seguidores acríticos o interesados inventaron para hacerlo el padre del desarrollo de la doctrina blindada alemana desde la década de 1920, el padre de las Panzertruppen, y el padre de la Blitzkrieg. Con más profesionalidad, rigor y conocimiento de causa lo evaluaron aquellos oficiales del Reichswehr, entonces superiores de Guderian, que fueron durante la IIGM sus pares, superiores o subalternos. Estos evaluadores profesionales consideraron a Guderian como “un técnico excepcional, un táctico excelente, un oficial bravo, agresivo y diligente, y un general leal a sus tropas”. Pero en la parte negativa de la evaluación sentenciaron en Guderian “la ausencia en su personalidad de facultades y cualidades de estado mayor general, mencionando, entre otras cosas, su falta de visión operacional, su falta de crítica profesional, y sobre todo su falta de madurez política” (3).
No voy a describir y desmontar aquí los mitos de Guderian como el creador de la doctrina blindada alemana de entreguerras o el creador de las tropas blindadas alemanas, pues ya lo hice en su día en viewtopic.php?f=47&t=1977 y en viewtopic.php?f=47&t=8345 . En cambio, me propongo explicar las razones por las cuales las ideas que Guderian defendió y llevó a cabo en su forma de hacer la guerra (lo que hoy entendemos por Blitzkrieg) fueron, por una parte, el resultado de la carencia de una estrategia profesional en el ejército alemán, y, por la otra, las semillas del desastre militar alemán en la IIGM. Obviamente, no pretendo atribuir únicamente a Guderian todo lo anterior, pues fueron mayoría los comandantes que defendieron ideas iguales o similares y que las llevaron a la práctica. Pero Guderian, junto a Manstein, representa o simboliza el mito de la Blitzkrieg.
¿Qué fue la Blitzkrieg? En realidad, Blitzkrieg (guerra relámpago) fue un término utilizado, desde diferentes ámbitos y países, para definir la forma en cómo combatieron los militares alemanes en el nivel táctico-operacional de la guerra (4). Frieser dice que, sujeto a un análisis profundo, el término Blitzkrieg es realmente una “trampa semántica” porque el término Krieg (guerra) “sugiere la presencia de un concepto estratégico global de la guerra”, pero el término Blitzkrieg “permanece mayormente anclado en el más bajo escalón operacional”. Propone que sería más fiel hablar de Blitzoperationen (operaciones relámpago) o Blitzfeldzügen (campañas relámpago) (5). Tengo para mí que, puestos a preferir, sería mucho más fiel hablar de Blitzschlachten (batallas relámpago), pues el diseño operacional en que se basaron las campañas de Polonia-1939 y el Oeste-1940 fue drásticamente alterado por los inesperados éxitos que se produjeron en el nivel táctico (cuerpos de ejército para abajo, especialmente en los más bajos escalones como batallón y compañía), lo que amplió la Blitzkrieg al nivel operacional (ejércitos), condicionando a su vez el desarrollo del nivel estratégico (grupos de ejércitos).
Ahora bien, las acciones de la llamada Blitzkrieg no constituían nada nuevo, como analizó con lucidez Michael Geyer: “El núcleo de estas operaciones [de la Blitzkrieg] no consistió en un particular uso de nuevos medios de hacer la guerra, sino en una suerte de oportunismo operacional que desconocía métodos estandarizados y preestablecidos, sólo la máxima explotación posible del éxito con todos los medios disponibles en la persecución del objetivo último de derrocar al enemigo rompiendo la voluntad de su liderazgo. La Blitzkrieg devoró la aproximación sistemática a las decisiones del mando militar. Las operaciones de la Blitzkrieg consistieron en una avalancha de acciones cuya explicación debe más al éxito que al diseño. Este tipo de operación correspondió a una generación de comandantes alemanes extremadamente ambiciosos que fueron liberados por el Tercer Reich y emularon, en el terreno militar, la estrategia de movilización de Hitler. Ninguno de ellos fue un nacionalsocialista comprometido, pero encajaron bien en un sistema que honraba el éxito en la persecución de conquista. En retrospectiva -y con alguna ayuda de Liddel Hart- este torrente de acción fue apiñado en algo que nunca fue: un diseño operacional. Tal como fue, esto descansó en la creencia de que la tecnología (Guderian) o un desempeño de mando superior (Manstein) harían la diferencia en la guerra” (6).
La inclusión retrospectiva de Liddell Hart que hace Geyer es crucial, pero lo veremos más adelante. Lo importante del texto anterior es que Geyer desvela el mito de la Blitzkrieg para mostrar lo que ocultó: que esta forma de hacer la guerra no obedeció a ninguna estrategia basada en el diseño o planificación operacional, sino al resultado del éxito de una avalancha de acciones no preestablecidas ni previamente formuladas. Esto explica igualmente la razón fundamental por la cual, y desde el punto de vista operacional, la Wehrmacht cosechó el éxito táctico y el fracaso estratégico. Desgraciadamente para los tecnócratas, la tecnología y el mando superior eran del todo insuficientes para ganar la guerra.
"El coste de estas improvisadas operaciones se ha pasado por alto convenientemente. Lo que las hizo posibles fue la sustitución de un unificado cuerpo de conocimiento profesional por una planificación competitiva. Más que mejorar la cooperación y crear una máquina de funcionamiento fluido para la guerra mecanizada, la Blitzkrieg hizo competir entre sí a estados mayores y comandantes en la búsqueda del desempeño óptimo en la planificación y conducción de la guerra. Creó bases operacionales competitivas y muy a menudo dejó sin decidir cual capturaría la iniciativa. En realidad, la condición general que modeló la estrategia de la Blitzkrieg fue la coyuntura de dos elementos: el énfasis en el uso óptimo de las armas y el liderazgo militar competitivo. Sin embargo, lo que era verdaderamente nuevo fue la disolución de la unidad profesional corporativa del liderazgo militar. Esta fue la fuerza dominante tras los éxitos de las operaciones de la Blitzkrieg, pero también una de las mayores razones para la permanente fricción y disputas que se convirtieron en elementos integrales de la planificación militar competitiva.
El ejército alemán alcanzó este punto más por defecto que por diseño tras el golpe nacionalsocialista contra los militares 'profesionales' en 1938. Este golpe inició la última fase de la larga transformación del ejército alemán y fue el requisito para la transformación de su planificación operacional. Fuerzas armadas organizadas tecnocráticamente y soldados entrenados en programas orientados en la habilidad fueron colocados bajo comandantes que habían renunciado hacía mucho tiempo, y en su mayoría eran incapaces de, a un pensamiento operacional exhaustivo y que no conocían más principio de guerra que la optimización de la fuerza a toda costa". (7)
Me he extendido un poco citando a Geyer porque creo que desgrana de forma inigualada al coloso con pies de barro que fue la llamada Blitzkrieg. Cuando nos sorprendemos por las permanentes y enconadas disputas ocurridas entre los comandantes alemanes en torno a la planificación y, sobre todo, conducción y desarrollo de las operaciones (patentes en la campaña del Oeste de 1940 y escandalosas en la campaña de Rusia de 1941), nuestra sorpresa decrecerá si tenemos presentes cuáles fueron las raíces de las mismas, en la sustitución de una estrategia profesional por un oportunismo tecnócrata (8).
Cuando el pensamiento estratégico profesional desplegado por militares como Werner von Fritsch y Ludwig Beck fue abolido y suplantado en la primavera de 1938 por el oportunismo tecnócrata de ambiciosos militares, cuyo máximo exponente fue Guderian, Hitler moldeó la “nueva estrategia” de la Wehrmacht a semejanza de la “vieja” estrategia que había aplicado en su política exterior nazi: la estrategia de la improvisación. Y utilizó a los tecnócratas ávidos de ascensos y recompensas. Sin embargo, con cada victoria cosechada por la Wehrmacht en los dos primeros años de la guerra no mejoró, por paradójico que pueda parecer a primera vista, la situación estratégica del Tercer Reich, sino que se complicó todavía más. La invasión de Polonia en 1939 no devino una guerra localizada como auguraba Hitler y esperaban los tecnócratas, sino que se convirtió en una guerra generalizada. La victoria final del Caso Blanco no solventó, finalmente, la guerra generalizada y el bloqueo económico que sometió al Tercer Reich. El objetivo estratégico de “neutralizar” a Francia en el Caso Amarillo no despejó el problemas estratégico mayor de la campaña, planteado por Gran Bretaña. El nudo gordiano en que se convirtió la estrategia alemana para continuar la guerra en el verano de 1940 lo rompió Hitler con su decisión de invadir la Unión Soviética, esta vez sí, mediante una campaña relámpago o Blitzfeldzüg como prefiere Frieser. Desde el principio con Polonia, cada vez que el Tercer Reich agrandaba sus territorios mediante las conquistas cosechadas por la Blitzkrieg de sus ambiciosos comandantes militares, cada vez era más grave y compleja su situación estratégica y más enemigos tenía. En la URSS en 1941 se consumó su fracaso. Hitler no quiso saber nunca más nada de la Blitzkrieg y renegó del término, a diferencia de Guderian.
¿Por qué Geyer citó el “toque” de Liddell Hart en el asunto de la Blitzkrieg? Porque al margen de los sorprendentes logros operacionales conseguidos por la Wehrmacht en los dos primeros años de la guerra, fue “el toque mágico” de Liddel Hart el que dotó de falsa sustancia el mito de la Blitzkrieg. Como expresó Naveh, “en sus escritos de posguerra Liddell Hart creó la esencia profesional del mito de la Blitzkrieg y también determinó el curso de su desarrollo” (9). Según Naveh, Hart causó un triple daño a la investigación militar e histórica modernas:
“Primero, al distorsionar las actuales circunstancias históricas de la formación de la Blitzkrieg, oscureció sus orígenes cognitivos y temporales. Segundo, a través de su indoctrinada idealización de un ostentoso concepto, perpetuó el error histórico y profesional, y reforzó igualmente el mito de la Blitzkrieg. Y finalmente, al imponer retrospectivamente sus propias percepciones de la guerra móvil sobre el concepto huero de la Blitzkrieg, creó un embrollo teórico que ha costado desenmarañar más de 40 años. La presentación de inicios de la década de 1950 de la transformada versión de la Blitzkrieg como un hecho histórico, llevando la firma conjunta de Liddell Hart y Guderian, le prestó un toque auténtico y una legitimidad profesional que no podía ser sacudida. Más aún, mediante esta manipulación conjunta Liddell Hart se convirtió en el patrón del campo teórico de la guerra de maniobra, y los generales de la Wehrmacht fueron aceptados como la autoridad empírica en el terreno operacional, otorgándoles mano libre en la interpretación de sus propias actividades de la guerra.
La principal evidencia que confirma la conversión deliberada de Liddell Hart al amorfo concepto de Blitzkrieg en una teoría autorizada de guerra de maniobra viene proporcionada por la extensa y bien documentada correspondencia entre él, el mariscal Manstein, los colegas y familiares de Rommel,y el coronel general Heinz Guderian. Un intercambio de cartas entre Liddell Hart y Guderian del verano de 1949, con la intención de proporcionar una interpretación exhaustiva de los elementos esenciales de la Blitzkrieg, es particularmente ilustrador toda vez que revela el hecho de que Liddell Hart impuso a este último su propia versión inventada de la Blitzkrieg y más tarde lo obligó a proclamarla como la fórmula original.
Puesto que se creó una confabulación o modus operandi secreto entre el pretendido creador de la teoría de la Blitzkrieg y sus ejecutores, la investigación moderna se vio obligada a aceptar su versión conjunta de la Blitzkrieg como casi axiomática, y de esta forma se vio privada de cualquier instrumento de crítica respecto de la actividad operacional de la Wehrmacht. Más aún, desde principios de la década de 1950 todos los esfuerzos de los académicos o militares profesionales para descubrir la auténtica fórmula de la Blkitzkrieg acabaron presentándonos el dictamen de posguerra de Liddell Hart.
La proximidad en el tiempo de la publicación del tendencioso informe de Liddell Hart de sus conversaciones con los generales alemanes y la edición inglesa de las memorias de Guderian no sólo determinó la imagen mítica de la Blitzkrieg, sino que atrajo la atención mundial de los Rommel, Manstein y, por encima de todo, del propio Guderian como los creadores de las Panzertruppen alemanas y los modeladores del concepto táctico de su utilización". (10)
Existen muchas pruebas de que el grueso de las acciones de la Blitzkrieg carecían de un diseño operacional. Dos ejemplos con Guderian son ilustrativos, el primero en la campaña de Francia de 1940 y el segundo en la campaña rusa del año siguiente. En sus memorias, Guderian escribió que el plan ofensivo del OKH no especificaba cuál debía ser el objetivo operacional tras el cruce del Mosa. Si hubiera sido el cerco, entonces debiera señalarse Amiens como el objetivo operacional, pero según Guderian no se había decidido si el objetivo sería París o Amiens (11). El General der Infanterie Günther Blumentritt, entonces comisionado en la sección de operaciones del OKH, calificó el modo en que el Grupo de Ejércitos A condujo las maniobras como Sichelschnitt, significando con ello un ataque fulminante más que un cerco, haciendo una clara distinción entre una batalla de cerco (Kesselschlast) y un ataque fulminante (Sichelschnitt) (12).
En sus memorias, Guderian dijo que el cambio de su Panzergruppe de la dirección que tomaba hacia Moscú hacia el sur fue para explotar la oportunidad de cerco que se había producido en el sector del Herresgruppe Süd. Pero la definición real de los objetivos del Heeresgruppe Mitte, al que estaba subordinado Guderian, fue un embrollo total a causa de las manipulaciones e informes inconsistentes del propio Guderian. Según se señalaba en la Directiva 21 (Barbarroja), el objetivo inmediato del HM era la destrucción de las fuerzas soviéticas en Bielorrusia, mientras que su objetivo posterior era apoyar al Heeresgruppe Nord en una operación combinada para eliminar a las fuerzas soviéticas en el sector de Leningrado. Guderian, sin base alguna, tiende a argumentar que el objetivo del HM era Moscú, e incluso consiguió convencer a su superior von Bock mediante manipulación verbal para que adoptara su opinión (13).
La campaña contra la Unión Soviética de 1941 trajo consigo el fracaso final de la Blitzkrieg, Blitzoperationen o Blitzfeldzügen como prefiere Frieser, términos todos ellos que ocultan lo que en realidad fueron: una multitud de torrentes ofensivos carentes de un diseño operacional y una estrategia profesional. Clausewitz dijo que Rusia era un país que no podía ser conquistado regularmente, esto es por el solo concurso de la fuerza militar, explicando que sólo podía ser sometido por su propia debilidad y por los efectos de su disensión interna. Y para ello era necesario golpear su capital, Moscú, que fue lo que hizo Napoleón para intentar desestabilizar al gobierno, vencer su voluntad de seguir luchando y llevarlo a la mesa de negociaciones de paz. Pero el gobierno ruso no se doblegó y Napoleón fracasó (14). El resultado mostró que Napoleón se equivocó en sus cálculos y, por tanto, que nunca debió haber emprendido la campaña de 1812. Es posible que Guderian hubiera leído a Clausewitz; de haberlo hecho, es improbable que lo hubiera comprendido.
Los generales del Ejército Rojo, en cambio, sí leyeron a Alexanxer Svechin, Vladimir Triandafillov y Georgy Isserson, entre otros. Estos teóricos militares citados, a diferencia de los tecnócratas alemanes, conocían de forma integral los conceptos de punto de culminación del ataque, alcance y pausa operacionales y logística en las operaciones sucesivas en profundidad. Y conocían, porque lo fundaron y desarrollaron, el arte operacional. El Ejército Rojo se impuso a los militares tecnócratas alemanes cuando recuperaron los principios de esos teóricos abolidos por Stalin en 1937 y fueron capaces de ponerlos paulatinamente en práctica desde finales de 1942.
El mito de la Blitzkrieg, ese concepto vacío de diseño operacional, y el de su pretendido creador, Guderian, perviven en la Historia como castigo de la soberbia del generalto alemán y vergüenza de un influyente historiador militar manipulador y sin escrúpulos.
(1) James S. Corum, The Roots of Blitzkrieg (University Press of Kansas, 1992), p. 138.
(2) Heinz Guderian, Erinnerungen eines Soldaten (Heidelberg: Kurt Vowinckel Verlag, 1950); Panzer Leader (New York: Da Capo Press, 1952).
(3) Shimon Naveh, In Pursuit of Military Excellence. The Evolution of Operational Theory (Frank Cass Publihers, 1997), p. 116.
(4) Véase para más detalles Karl-Heinz Frieser, The Blitzkrieg Legend. The 1940 Campaign in the West (Annapolis, Maryland: Naval Institute Press, 2005).
(5) Ibid., p. 11.
(6) Michael Geyer, “German Strategy in the Age of Machine Warfare, 1914-1945,” en Peter Paret (ed.), Makers of Modern Strategy. From Machiavelli to the Nuclear Age (Princeton, New Jersey: Princeton University Press, 1986), p. 585.
(7) Ibid., 586-587.
(8) Para ahondar en esto remito a Geyer, Op. Cit., pp. 527-597.
(9) Naveh, Op. Cit., p. 108.
(10) Ibid., 108-109.
(11) Panzer Leader, 98.
(12) Günther Blumentritt, Strategie und Taktik. Ein Beitrag zur Geschichte des Wehrwesens vom Altertum bis zur Gegenwart (Konstanz: Akademische Verlagsgesellschaft Athenion, 1960), p. 147.
(13) Panzer Leader, 145-146, citado en Naveh, Op. Cit., p. 156, nota 101.
(14) Clausewitz, On War, Libro 8, Capítulo 9.
Saludos cordiales
JL
El principal propósito de este artículo es provocar el debate racional sobre el tema que se propone, sin dejar por ello de atender a las potenciales dudas y planteamientos que generen su lectura.
If Guderian had been a modest man and never written a word about himself, he would have gone down in history as an excellent general, a first-rate tactician, and a man who played a central role in establishing and developing the first panzer divisions. But Guderian was far from modest. By his own account, he was the central figure in German tank development from the 1920s on. (Si Guderian hubiera sido un hombre modesto y no hubiera escrito nunca una palabra sobre sí mismo, habría pasado a la historia como un general excelente, un táctico de primera clase, y un hombre que jugó un papel central en establecer y desarrollar las primeras divisiones panzer. Pero Guderian estaba lejos de ser modesto. Por su propia cuenta, fue la figura central en el desarrollo del tanque alemán desde la década de 1920 en adelante). (1)
James Corum, a quien pertenece la cita de arriba, ha sido bastante generoso en esta hipótesis especulativa de cómo sería considerado por la historia el Generaloberst Heinz Guderian si no se hubiera dedicado a escribir sobre sí mismo. Evidentemente, el mito Guderian no se debe exclusivamente a la publicación de las memorias de Guderian (2), sino también a la complicidad de muchos exoficiales de la Wehrmacht, a la fundamental colaboración de Sir Basil Henry Liddell Hart, a su apologista biógrafo Kenneth Macksey y a un gran número de historiadores acríticos que han repetido hasta la saciedad los mitos engendrados por el dúo Guderian-Liddell Hart. Debo subrayar aquí que utilizo el término mito con el significado que le otorga la RAE en su cuarta acepción, esto es: “persona o cosa a la que se atribuyen cualidades o excelencias que no tiene”.
Bien, a Guderian se le han atribuido (y él mismo se atribuyó) muchas cualidades o excelencias que en algunos casos son merecidas, en otros casos discutibles, y no pocas veces completamente inmerecidas. Por ejemplo, cuando Corum, en su especulación citada, considera que la historia consideraría a Guderian como un general excelente (y así se considera en la mayoría de las historias de la Historia), estaríamos y estamos ante una atribución discutible. Digo discutible porque el término excelente lo define la RAE como “Que sobresale por sus óptimas cualidades”, mientras que el término óptimo lo define como “Sumamente bueno, que no puede ser mejor”. Lo que traducida, la atribución de Corum viene a significar que las cualidades de Guderian como general no podían ser mejores. En otras palabras, esto significaría que Guderian fue el general alemán de la Wehrmacht con las mejores cualidades, Esto, convendrán conmigo, es discutible como mínimo. En cambio, Corum atribuye con acierto a Guderian el ser un táctico de primer nivel, cualidad de la que es del todo merecedor. Ciertamente, Guderian está entre los tácticos que formarían un cuadro de excelencia de la IIGM. Que jugó un papel central en el establecimiento y desarrollo de las primeras divisiones panzer es, también, una realidad que, sin embargo, se ve ensombrecida por los mitos que Guderian y sus seguidores acríticos o interesados inventaron para hacerlo el padre del desarrollo de la doctrina blindada alemana desde la década de 1920, el padre de las Panzertruppen, y el padre de la Blitzkrieg. Con más profesionalidad, rigor y conocimiento de causa lo evaluaron aquellos oficiales del Reichswehr, entonces superiores de Guderian, que fueron durante la IIGM sus pares, superiores o subalternos. Estos evaluadores profesionales consideraron a Guderian como “un técnico excepcional, un táctico excelente, un oficial bravo, agresivo y diligente, y un general leal a sus tropas”. Pero en la parte negativa de la evaluación sentenciaron en Guderian “la ausencia en su personalidad de facultades y cualidades de estado mayor general, mencionando, entre otras cosas, su falta de visión operacional, su falta de crítica profesional, y sobre todo su falta de madurez política” (3).
No voy a describir y desmontar aquí los mitos de Guderian como el creador de la doctrina blindada alemana de entreguerras o el creador de las tropas blindadas alemanas, pues ya lo hice en su día en viewtopic.php?f=47&t=1977 y en viewtopic.php?f=47&t=8345 . En cambio, me propongo explicar las razones por las cuales las ideas que Guderian defendió y llevó a cabo en su forma de hacer la guerra (lo que hoy entendemos por Blitzkrieg) fueron, por una parte, el resultado de la carencia de una estrategia profesional en el ejército alemán, y, por la otra, las semillas del desastre militar alemán en la IIGM. Obviamente, no pretendo atribuir únicamente a Guderian todo lo anterior, pues fueron mayoría los comandantes que defendieron ideas iguales o similares y que las llevaron a la práctica. Pero Guderian, junto a Manstein, representa o simboliza el mito de la Blitzkrieg.
¿Qué fue la Blitzkrieg? En realidad, Blitzkrieg (guerra relámpago) fue un término utilizado, desde diferentes ámbitos y países, para definir la forma en cómo combatieron los militares alemanes en el nivel táctico-operacional de la guerra (4). Frieser dice que, sujeto a un análisis profundo, el término Blitzkrieg es realmente una “trampa semántica” porque el término Krieg (guerra) “sugiere la presencia de un concepto estratégico global de la guerra”, pero el término Blitzkrieg “permanece mayormente anclado en el más bajo escalón operacional”. Propone que sería más fiel hablar de Blitzoperationen (operaciones relámpago) o Blitzfeldzügen (campañas relámpago) (5). Tengo para mí que, puestos a preferir, sería mucho más fiel hablar de Blitzschlachten (batallas relámpago), pues el diseño operacional en que se basaron las campañas de Polonia-1939 y el Oeste-1940 fue drásticamente alterado por los inesperados éxitos que se produjeron en el nivel táctico (cuerpos de ejército para abajo, especialmente en los más bajos escalones como batallón y compañía), lo que amplió la Blitzkrieg al nivel operacional (ejércitos), condicionando a su vez el desarrollo del nivel estratégico (grupos de ejércitos).
Ahora bien, las acciones de la llamada Blitzkrieg no constituían nada nuevo, como analizó con lucidez Michael Geyer: “El núcleo de estas operaciones [de la Blitzkrieg] no consistió en un particular uso de nuevos medios de hacer la guerra, sino en una suerte de oportunismo operacional que desconocía métodos estandarizados y preestablecidos, sólo la máxima explotación posible del éxito con todos los medios disponibles en la persecución del objetivo último de derrocar al enemigo rompiendo la voluntad de su liderazgo. La Blitzkrieg devoró la aproximación sistemática a las decisiones del mando militar. Las operaciones de la Blitzkrieg consistieron en una avalancha de acciones cuya explicación debe más al éxito que al diseño. Este tipo de operación correspondió a una generación de comandantes alemanes extremadamente ambiciosos que fueron liberados por el Tercer Reich y emularon, en el terreno militar, la estrategia de movilización de Hitler. Ninguno de ellos fue un nacionalsocialista comprometido, pero encajaron bien en un sistema que honraba el éxito en la persecución de conquista. En retrospectiva -y con alguna ayuda de Liddel Hart- este torrente de acción fue apiñado en algo que nunca fue: un diseño operacional. Tal como fue, esto descansó en la creencia de que la tecnología (Guderian) o un desempeño de mando superior (Manstein) harían la diferencia en la guerra” (6).
La inclusión retrospectiva de Liddell Hart que hace Geyer es crucial, pero lo veremos más adelante. Lo importante del texto anterior es que Geyer desvela el mito de la Blitzkrieg para mostrar lo que ocultó: que esta forma de hacer la guerra no obedeció a ninguna estrategia basada en el diseño o planificación operacional, sino al resultado del éxito de una avalancha de acciones no preestablecidas ni previamente formuladas. Esto explica igualmente la razón fundamental por la cual, y desde el punto de vista operacional, la Wehrmacht cosechó el éxito táctico y el fracaso estratégico. Desgraciadamente para los tecnócratas, la tecnología y el mando superior eran del todo insuficientes para ganar la guerra.
"El coste de estas improvisadas operaciones se ha pasado por alto convenientemente. Lo que las hizo posibles fue la sustitución de un unificado cuerpo de conocimiento profesional por una planificación competitiva. Más que mejorar la cooperación y crear una máquina de funcionamiento fluido para la guerra mecanizada, la Blitzkrieg hizo competir entre sí a estados mayores y comandantes en la búsqueda del desempeño óptimo en la planificación y conducción de la guerra. Creó bases operacionales competitivas y muy a menudo dejó sin decidir cual capturaría la iniciativa. En realidad, la condición general que modeló la estrategia de la Blitzkrieg fue la coyuntura de dos elementos: el énfasis en el uso óptimo de las armas y el liderazgo militar competitivo. Sin embargo, lo que era verdaderamente nuevo fue la disolución de la unidad profesional corporativa del liderazgo militar. Esta fue la fuerza dominante tras los éxitos de las operaciones de la Blitzkrieg, pero también una de las mayores razones para la permanente fricción y disputas que se convirtieron en elementos integrales de la planificación militar competitiva.
El ejército alemán alcanzó este punto más por defecto que por diseño tras el golpe nacionalsocialista contra los militares 'profesionales' en 1938. Este golpe inició la última fase de la larga transformación del ejército alemán y fue el requisito para la transformación de su planificación operacional. Fuerzas armadas organizadas tecnocráticamente y soldados entrenados en programas orientados en la habilidad fueron colocados bajo comandantes que habían renunciado hacía mucho tiempo, y en su mayoría eran incapaces de, a un pensamiento operacional exhaustivo y que no conocían más principio de guerra que la optimización de la fuerza a toda costa". (7)
Me he extendido un poco citando a Geyer porque creo que desgrana de forma inigualada al coloso con pies de barro que fue la llamada Blitzkrieg. Cuando nos sorprendemos por las permanentes y enconadas disputas ocurridas entre los comandantes alemanes en torno a la planificación y, sobre todo, conducción y desarrollo de las operaciones (patentes en la campaña del Oeste de 1940 y escandalosas en la campaña de Rusia de 1941), nuestra sorpresa decrecerá si tenemos presentes cuáles fueron las raíces de las mismas, en la sustitución de una estrategia profesional por un oportunismo tecnócrata (8).
Cuando el pensamiento estratégico profesional desplegado por militares como Werner von Fritsch y Ludwig Beck fue abolido y suplantado en la primavera de 1938 por el oportunismo tecnócrata de ambiciosos militares, cuyo máximo exponente fue Guderian, Hitler moldeó la “nueva estrategia” de la Wehrmacht a semejanza de la “vieja” estrategia que había aplicado en su política exterior nazi: la estrategia de la improvisación. Y utilizó a los tecnócratas ávidos de ascensos y recompensas. Sin embargo, con cada victoria cosechada por la Wehrmacht en los dos primeros años de la guerra no mejoró, por paradójico que pueda parecer a primera vista, la situación estratégica del Tercer Reich, sino que se complicó todavía más. La invasión de Polonia en 1939 no devino una guerra localizada como auguraba Hitler y esperaban los tecnócratas, sino que se convirtió en una guerra generalizada. La victoria final del Caso Blanco no solventó, finalmente, la guerra generalizada y el bloqueo económico que sometió al Tercer Reich. El objetivo estratégico de “neutralizar” a Francia en el Caso Amarillo no despejó el problemas estratégico mayor de la campaña, planteado por Gran Bretaña. El nudo gordiano en que se convirtió la estrategia alemana para continuar la guerra en el verano de 1940 lo rompió Hitler con su decisión de invadir la Unión Soviética, esta vez sí, mediante una campaña relámpago o Blitzfeldzüg como prefiere Frieser. Desde el principio con Polonia, cada vez que el Tercer Reich agrandaba sus territorios mediante las conquistas cosechadas por la Blitzkrieg de sus ambiciosos comandantes militares, cada vez era más grave y compleja su situación estratégica y más enemigos tenía. En la URSS en 1941 se consumó su fracaso. Hitler no quiso saber nunca más nada de la Blitzkrieg y renegó del término, a diferencia de Guderian.
¿Por qué Geyer citó el “toque” de Liddell Hart en el asunto de la Blitzkrieg? Porque al margen de los sorprendentes logros operacionales conseguidos por la Wehrmacht en los dos primeros años de la guerra, fue “el toque mágico” de Liddel Hart el que dotó de falsa sustancia el mito de la Blitzkrieg. Como expresó Naveh, “en sus escritos de posguerra Liddell Hart creó la esencia profesional del mito de la Blitzkrieg y también determinó el curso de su desarrollo” (9). Según Naveh, Hart causó un triple daño a la investigación militar e histórica modernas:
“Primero, al distorsionar las actuales circunstancias históricas de la formación de la Blitzkrieg, oscureció sus orígenes cognitivos y temporales. Segundo, a través de su indoctrinada idealización de un ostentoso concepto, perpetuó el error histórico y profesional, y reforzó igualmente el mito de la Blitzkrieg. Y finalmente, al imponer retrospectivamente sus propias percepciones de la guerra móvil sobre el concepto huero de la Blitzkrieg, creó un embrollo teórico que ha costado desenmarañar más de 40 años. La presentación de inicios de la década de 1950 de la transformada versión de la Blitzkrieg como un hecho histórico, llevando la firma conjunta de Liddell Hart y Guderian, le prestó un toque auténtico y una legitimidad profesional que no podía ser sacudida. Más aún, mediante esta manipulación conjunta Liddell Hart se convirtió en el patrón del campo teórico de la guerra de maniobra, y los generales de la Wehrmacht fueron aceptados como la autoridad empírica en el terreno operacional, otorgándoles mano libre en la interpretación de sus propias actividades de la guerra.
La principal evidencia que confirma la conversión deliberada de Liddell Hart al amorfo concepto de Blitzkrieg en una teoría autorizada de guerra de maniobra viene proporcionada por la extensa y bien documentada correspondencia entre él, el mariscal Manstein, los colegas y familiares de Rommel,y el coronel general Heinz Guderian. Un intercambio de cartas entre Liddell Hart y Guderian del verano de 1949, con la intención de proporcionar una interpretación exhaustiva de los elementos esenciales de la Blitzkrieg, es particularmente ilustrador toda vez que revela el hecho de que Liddell Hart impuso a este último su propia versión inventada de la Blitzkrieg y más tarde lo obligó a proclamarla como la fórmula original.
Puesto que se creó una confabulación o modus operandi secreto entre el pretendido creador de la teoría de la Blitzkrieg y sus ejecutores, la investigación moderna se vio obligada a aceptar su versión conjunta de la Blitzkrieg como casi axiomática, y de esta forma se vio privada de cualquier instrumento de crítica respecto de la actividad operacional de la Wehrmacht. Más aún, desde principios de la década de 1950 todos los esfuerzos de los académicos o militares profesionales para descubrir la auténtica fórmula de la Blkitzkrieg acabaron presentándonos el dictamen de posguerra de Liddell Hart.
La proximidad en el tiempo de la publicación del tendencioso informe de Liddell Hart de sus conversaciones con los generales alemanes y la edición inglesa de las memorias de Guderian no sólo determinó la imagen mítica de la Blitzkrieg, sino que atrajo la atención mundial de los Rommel, Manstein y, por encima de todo, del propio Guderian como los creadores de las Panzertruppen alemanas y los modeladores del concepto táctico de su utilización". (10)
Existen muchas pruebas de que el grueso de las acciones de la Blitzkrieg carecían de un diseño operacional. Dos ejemplos con Guderian son ilustrativos, el primero en la campaña de Francia de 1940 y el segundo en la campaña rusa del año siguiente. En sus memorias, Guderian escribió que el plan ofensivo del OKH no especificaba cuál debía ser el objetivo operacional tras el cruce del Mosa. Si hubiera sido el cerco, entonces debiera señalarse Amiens como el objetivo operacional, pero según Guderian no se había decidido si el objetivo sería París o Amiens (11). El General der Infanterie Günther Blumentritt, entonces comisionado en la sección de operaciones del OKH, calificó el modo en que el Grupo de Ejércitos A condujo las maniobras como Sichelschnitt, significando con ello un ataque fulminante más que un cerco, haciendo una clara distinción entre una batalla de cerco (Kesselschlast) y un ataque fulminante (Sichelschnitt) (12).
En sus memorias, Guderian dijo que el cambio de su Panzergruppe de la dirección que tomaba hacia Moscú hacia el sur fue para explotar la oportunidad de cerco que se había producido en el sector del Herresgruppe Süd. Pero la definición real de los objetivos del Heeresgruppe Mitte, al que estaba subordinado Guderian, fue un embrollo total a causa de las manipulaciones e informes inconsistentes del propio Guderian. Según se señalaba en la Directiva 21 (Barbarroja), el objetivo inmediato del HM era la destrucción de las fuerzas soviéticas en Bielorrusia, mientras que su objetivo posterior era apoyar al Heeresgruppe Nord en una operación combinada para eliminar a las fuerzas soviéticas en el sector de Leningrado. Guderian, sin base alguna, tiende a argumentar que el objetivo del HM era Moscú, e incluso consiguió convencer a su superior von Bock mediante manipulación verbal para que adoptara su opinión (13).
La campaña contra la Unión Soviética de 1941 trajo consigo el fracaso final de la Blitzkrieg, Blitzoperationen o Blitzfeldzügen como prefiere Frieser, términos todos ellos que ocultan lo que en realidad fueron: una multitud de torrentes ofensivos carentes de un diseño operacional y una estrategia profesional. Clausewitz dijo que Rusia era un país que no podía ser conquistado regularmente, esto es por el solo concurso de la fuerza militar, explicando que sólo podía ser sometido por su propia debilidad y por los efectos de su disensión interna. Y para ello era necesario golpear su capital, Moscú, que fue lo que hizo Napoleón para intentar desestabilizar al gobierno, vencer su voluntad de seguir luchando y llevarlo a la mesa de negociaciones de paz. Pero el gobierno ruso no se doblegó y Napoleón fracasó (14). El resultado mostró que Napoleón se equivocó en sus cálculos y, por tanto, que nunca debió haber emprendido la campaña de 1812. Es posible que Guderian hubiera leído a Clausewitz; de haberlo hecho, es improbable que lo hubiera comprendido.
Los generales del Ejército Rojo, en cambio, sí leyeron a Alexanxer Svechin, Vladimir Triandafillov y Georgy Isserson, entre otros. Estos teóricos militares citados, a diferencia de los tecnócratas alemanes, conocían de forma integral los conceptos de punto de culminación del ataque, alcance y pausa operacionales y logística en las operaciones sucesivas en profundidad. Y conocían, porque lo fundaron y desarrollaron, el arte operacional. El Ejército Rojo se impuso a los militares tecnócratas alemanes cuando recuperaron los principios de esos teóricos abolidos por Stalin en 1937 y fueron capaces de ponerlos paulatinamente en práctica desde finales de 1942.
El mito de la Blitzkrieg, ese concepto vacío de diseño operacional, y el de su pretendido creador, Guderian, perviven en la Historia como castigo de la soberbia del generalto alemán y vergüenza de un influyente historiador militar manipulador y sin escrúpulos.
(1) James S. Corum, The Roots of Blitzkrieg (University Press of Kansas, 1992), p. 138.
(2) Heinz Guderian, Erinnerungen eines Soldaten (Heidelberg: Kurt Vowinckel Verlag, 1950); Panzer Leader (New York: Da Capo Press, 1952).
(3) Shimon Naveh, In Pursuit of Military Excellence. The Evolution of Operational Theory (Frank Cass Publihers, 1997), p. 116.
(4) Véase para más detalles Karl-Heinz Frieser, The Blitzkrieg Legend. The 1940 Campaign in the West (Annapolis, Maryland: Naval Institute Press, 2005).
(5) Ibid., p. 11.
(6) Michael Geyer, “German Strategy in the Age of Machine Warfare, 1914-1945,” en Peter Paret (ed.), Makers of Modern Strategy. From Machiavelli to the Nuclear Age (Princeton, New Jersey: Princeton University Press, 1986), p. 585.
(7) Ibid., 586-587.
(8) Para ahondar en esto remito a Geyer, Op. Cit., pp. 527-597.
(9) Naveh, Op. Cit., p. 108.
(10) Ibid., 108-109.
(11) Panzer Leader, 98.
(12) Günther Blumentritt, Strategie und Taktik. Ein Beitrag zur Geschichte des Wehrwesens vom Altertum bis zur Gegenwart (Konstanz: Akademische Verlagsgesellschaft Athenion, 1960), p. 147.
(13) Panzer Leader, 145-146, citado en Naveh, Op. Cit., p. 156, nota 101.
(14) Clausewitz, On War, Libro 8, Capítulo 9.
Saludos cordiales
JL