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LA DIVISIÓN AZUL. Rusia 1941-1944.
Autor: Jorge M. Reverte.
Lengua: Castellano.
Encuadernación: Tapa blanda.
ISBN: 978-84-9867-946-5.
Año de edición: 2011.
Plaza edición: Barcelona.
Editorial: RBA Libros, S.A.
Páginas: 587
Buenas tardes,
Tal y como su título indica, Jorge M. Reverte nos cuenta la historia de la División Azul desde su creación hasta 1944. No quisiera pecar ni de injusto ni de presuntuoso, pero poco más puedo añadir en lo que hace a la temática del libro, pues quien conozca, siquiera mínimamente, la historia de la 250 División de la Wehrmacht ya sabrá lo que se le va a contar: que fueron allí porque Rusia era culpable, el viaje en tren hasta Alemania, que deseaban conquistar Moscú y acabaron sitiando Leningrado, que los diezmaron en Krasny Bor, etc. Y es que no estamos, bajo mi modesta opinión, ante un buen libro. Veamos por qué.
En primer término, porque, como ya he indicado, las novedades en lo que hace a la historia de la División Azul, en sí misma considerada, son pocas. Quien haya leído cualquier otro libro o visionado un documental sobre el particular, conocerá exactamente lo mismo que el lector de las 587 páginas de esta publicación.
Quizás lo único positivamente reseñable sea la contextualización que realiza el autor de la evolución de la División Azul, dentro de la dinámica de una España franquista que de apostar firmemente por el Eje pasa a un acercamiento a los Aliados occidentales, conforme se fue efectivizando el cambio de signo de la guerra.
Ocurre, sin embargo, que la crítica que realiza el autor no ya del entorno político de la División Española de Voluntarios, sino de la propia formación militar es tan brutal que le resta credibilidad a la misma. Parece más que ante un ensayo histórico, nos hallamos, permítaseme la expresión, ante
un ajuste de cuentas.
No contribuye tampoco a la credibilidad de la tesis del autor, la exagerada profusión de anécdotas que amén de ser excesivamente extensas, poco tienen que ver con la materia histórica que en el libro se analiza. Valga de ejemplo de ello, la relativa al suicidio del escritor Ángel Ganivet en la ciudad de Riga.
Si cuando leemos sobre la División Azul, topamos frecuentemente con relatos maniqueos que, con un lenguaje grandilocuente, nos describen a un conjunto de soldados de honor que habrían ido a Rusia a compartir sus ranchos con los famélicos niños rusos en vez de a combatir al Ejército Rojo, debemos señalar que el libro de Jorge M. Reverte representa el otro lado de esa dicotomía. En la
Blau todo es negativo: su desorden interno, sus desastrosas tácticas, sus mandos ineptos, el enchufismo reinante en la misma... No lo sé, posiblemente fuera así, yo no estuve allí. Pero he de decir que la lacerada crítica del autor no me ha convencido de que tal fuera la realidad imperante en la 250.
En segundo lugar, no acabo de entender porqué Jorge M. Reverte concluye, de forma abrupta, el relato en 1944. Ciertamente, en ese año poco quedaba ya de la División Española de Voluntarios, pero no hubiera estado de más que se relatase, con mayor profundidad, el devenir de la denominada Legión Azul y, sobre todo, que se nos hablase de los años de cautiverio de los divisionarios en los campos de prisioneros de la URSS y de su posterior regreso a una España que no tardaría en abrazar, literalmente, al Presidente Dwight D. Eisenhower.
Llegamos, por último, al aspecto más controvertible del libro y en cuya contraportada queda adecuadamente resumido:
"
Lo que allí se encontraron quienes acudieron a la llamada de la lucha contra el judaísmo y el comunismo fue uno de los escenarios bélicos más duros de la Segunda Guerra Mundial, marcado por unas condiciones meteorológicas extremas, en el que se sucedían salvajes encuentros en el campo de batalla y tenían lugar matanzas sistemáticas de judíos y prisioneros llevadas a cabo por las SS, pero también por el ejército alemán, del que formaban parte. (...).
La historia de la División Azul no es sólo la de unos hombres que pasaron increíbles penalidades machacados por el frío y la metralla. Es también la historia de un siniestro juego que les llevó a ser cómplices de monstruosas matanzas y peones de brega de la política franquista. Fueron a luchar bajo el lema Rusia es culpable, contra el judeo-bolchevismo, y resultaron derrotados y culpables de haber colaborado en una guerra criminal".
Si, como se afirma, la SGM fue la última guerra justa en tanto que pocas veces ha estado tan nítidamente delimitado
"el bien del mal" o
"la razón del irracionalismo más brutal", no cabe duda que los españoles que se integraron, voluntaria o involuntariamente, en la 250 División combatieron en las filas de un Ejército dirigido por un régimen político basado en unos principios que repugnan a los más fundamentales valores humanos. Obvio es que no lucharon junto con los Aliados, entente formada por una mayoría de Estados (entonces y ahora) democráticos, excepción sea hecha de la extinta URSS. La pregunta sería, entonces, si la pertenencia a la Wehrmacht les convirtió automáticamente
"en cómplices de monstruosas matanzas", así como
"en culpables de haber colaborado en una guerra criminal". Para Jorge M. Reverte, la respuesta es afirmativa.
Las páginas 173 a 177 del libro condensan las razones de Reverte para llegar a esa conclusión:
"Una guerra criminal. En eso se han metido. Los falangistas y los militares que se han apuntado, los que desean con todas sus fuerzas entrar en fuego de una vez, lo están haciendo en una guerra criminal. ¿Es más noble su propósito que el de los soldados alemanes? ¿Qué les distingue de ellos? (...).
En Bielorrusia, donde han podido ver a su paso tantos ahorcados y tantas comitivas los divisionarios, han colaborado en algunas ocasiones. Lo han hecho porque forman parte de la Wehrmacht, y tienen que ser fieles a su juramento (...)
los italianos luchan en el este como un Aliado de Alemania. Sus divisiones han jurado lealtad a algo tan repulsivo como el fascismo, pero no al Führer, que exige la eliminación de los esclavos y de los judíos y gitanos. La actitud piadosa de muchos divisionarios españoles crea conflictos con el ejército alemán. Pero no hay protestas de los oficiales ni de los jefes. (...)
Les guste o no, los voluntarios forman parte de una guerra criminal. Lo han jurado. Detienen a supuestos partisanos, ejecutan cuando procede a sospechosos de serlo, entregan a los alemanes los prisioneros para que les interroguen de formas más severas que las que ellos practican. Y contemplan con pasividad cómo sus camaradas disparan a los prisioneros rezagados cuando caen exhaustos en las cunetas".
Desde luego, ahorcar o fusilar partisanos o entregarlos a los alemanes para que fueran torturados no son acciones edificantes, obvio es. Los españoles que fueron a luchar a Rusia lo hicieron junto con el Ejército creado por el nacionalsocialismo, ideología que, cuando menos, no les era ajena, cierto. Ahora bien, del propio relato del autor se extrae que sí había diferencias entre los combatientes llegados de la Península y los centro europeos. Así, ciñéndonos al párrafo anteriormente transcrito: la actitud piadosa de
muchos de ellos; los oficiales y jefes que no protestan, pero que tampoco sancionan, al menos gravemente, a sus subordinados por ello; y son descritos como menos severos en sus métodos de tortura que los alemanes.
En cualquier caso, a lo largo del libro no se indica que la 250 División participase en ninguno de los frecuentes actos de salvajismo que tanto el Heer como las SS cometieron en el Este. Su actuación sería, en este apartado, tan parcial o proporcional, si se prefiere, a lo que fue su participación en el propio desarrollo de la guerra.
Graduación y proporcionalidad, eso es lo que, en mi opinión, se echa de menos en el libro de Jorge M. Reverte. No considero equilibrado condenar con la misma contundencia a la División Azul que al Einsatzgruppen A., por expresarlo de forma gráfica. Es posible que como se consecuencia de su contribución ideológica al nacionalsocialismo o por determinados actos cometidos por la misma en el Frente Este, la División Azul se hiciera acreedora del algún tipo de reproche, mas no de una condena tan desproporcionada y, por ende, injusta como es la que le impone el autor de esta obra.
Un saludo.