Ni que decir tiene que compré el libro creyendo haber encontrado la solución a mi escaso entendimiento de los Stukas y sus métodos de ataque al suelo, organización de las escuadrillas... Pero no fue así. El libro es una mera descripción heróica de la participación de Rudel en la Sgm, algo así como un diario de guerra en el que va contando las diferentes operaciones y etapas de la Guerra en la que participó.
No sé si será la traducción (espero que no, aunque en el libro no aparece el nombre del traductor) pero la prosa deja mucho que desear, con un estilo muy tosco y poco trabajado. El texto está lleno de expresiones forzadas que chirrían bastante al oído castellano.
No todo es malo, por supuesto: el fanático de la Luftwaffe recibirá a cambio de algo más de 10 € una entretenida narración de la vida de uno de los más famosos ases alemanes de la guerra, un documento más para cualquier biblioteca más, aunque no se puede comparar con las aportaciones biográficas de Dönitz o Manstein, por poner 2 ejemplos.
He aquí un extracto:
Particularmente interesante resulta uno de los últimos párrafos del libro:Ucrania,1944.
Algunas semanas más tarde, el centro de nuestra actividad se desplaza hacia el norte. Importantes fuerzas alemanas han sido cercadas en la región de Tscherkassy y se trata ahora de liberarlas. El ataque, destinado a penetrar en la bolsa, parte esencialmente del sur y del suroeste. Apoyamos continuamente el avance de las divisiones blindadas 11 y 13 que, después de haber alcanzado el Dnieper, tropiezan con potentes fortificaciones, escalonadas en profundidad. Nunca hemos visto hasta ahora, en un espacio tan relativamente pequeño, tantos objetivos interesantes.
La actividad aérea es considerable en ambos bandos; nuestros principales adversarios son los “Gustavo de Hierro”. Los grandes aviones de asalto que intentan imitarnos hostigando a nuestros tanques y a nuestras columnas motorizadas. Nos gustaría mucho entablar combate con estas formaciones para expulsarlas de nuestro espacio aéreo. Desgraciadamente sus aparatos son algo más rápidos que los nuestros, ya que pueden ocultar su tren de aterrizaje. Invención esta utilísima, que los constructores del Junker 87 han desdeñado, por desgracia. Además, su velocidad en picado es netamente superior a la nuestra por el hecho de que su blindaje más potente aumenta la aceleración. Por otra parte, nos los encontramos casi siempre cuando estamos volando a ras de tierra, por lo que es inútil pensar en alcanzarlos.
Cierto día, sin embargo, consigo dar un buen golpe a estos pajarracos. Mis escuadrillas se encuentran atacando con bombas una posición soviética camuflada en un bosque; yo cruzo por encima de la refriega con mi Stuka-cañón, ya que aún no he divisado ni un solo tanque. De pronto, algo delante de mí y ligeramente a un costado, diviso a una formación de “Gustavos”. Protegidos por varios Lags y Aircobras, vuelan en dirección Sureste, a unos 300 metros más bajos que yo.
Inmediatamente trasmito a todos mis pilotos que vamos a atacar esta formación, y después, seguido del Stuka bombardero que me escolta, me lanzo a la persecución de los rusos, que aún no me han visto. Al principio les gano terreno, la distancia diminuye visiblemente, pero cuando llego a un centenar de metros del avión de cola, me doy cuenta de que ya no los alcanzaré.
Han comenzado a aumentar su velocidad y no puedo hacer nada, pues son más rápidos. Por si fuera poco, esta persecución me ha colocado en una posición muy desagradable; dos cazas rusos se interesan mucho por mí, y se encuentran ya casi en mi cola. Pero no quiero largarme sin haber, por lo menos, probado mi suerte.
Aunque la distancia ahora es bastante considerable, demasiada sin duda, cojo a un “Gustavo” en mi visor y le largo un par de proyectiles de los especiales antitanque. Realmente lo hago como una fanfarronada, pues la velocidad inicial de mis cañones es, desde luego, insuficiente.
Lo miro y no lo creo; mis balas pegan justo en la intersección de las alas con el fuselaje y el “Gustavo” se trasforma en una inmensa bola de fuego, de la que escapa una lluvia de restos. Los otros han debido quedar llenos de pavor y reaccionan descendiendo vertiginosamente para escapar de mí a toda velocidad. A éstos no podrán atraparlos mis cañones. Además, ya es hora de que dé media vuelta, pues los dos cazas se acercan peligrosamente para castigarme. Con una sucesión de hábiles acrobacias, consigo desprenderme y volver a reunirme con mi grupo; en ese sitio, mis perseguidores, visiblemente asqueados, prefieren no insistir.
Con ocasión de un ataque contra las cabezas de puente rusas, en la orilla oeste del Dniester, salgo, acompañado de Fichel y del ayudante Fritsch, a explorar la gran curva existente entre Koschmitza y Grigoriopol, donde varios destacamentos de T-34 han conseguido recientemente penetrar en nuestras líneas.
El Estado Mayor de la Luftwaffe me ha prometido el envío de una fuerte escolta de caza, pero, una vez más, faltan a la cita. De momento, no sabemos aún nada, varios cazas ante nosotros vuelan a ras de tierra sobre los ribazos escarpados del río y, optimista como siempre, supongo que se trata de los nuestros.
Me acerco, por tanto, tranquilamente, buscando los tanques soviéticos cuando de repente, los cazas describen una gran espiral ascendente y se colocan detrás de nosotros. Desgraciadamente, Fickel y Fritsch están relativamente lejos; intentan reunirse conmigo al objeto de podernos cubrir mutuamente. Por regla general, esta táctica nos da resultado, pero esta vez nuestros adversarios vigilan e intervienen en seguida. El aparato de Fritsch se incendia inmediatamente; convertido en una verdadera antorcha , escapa hacia el Oeste perseguido por dos Aircobra. Unos instantes después, Fickel, a su vez, es gravemente alcanzado; se aleja de mí e intenta escapar a ras del suelo.
Un Lag, pilotado por un verdadero as, se ha colocado en mi cola, y no me suelta. Por más meneos que dé a mi aparato, no consigo quitármelo de encima. Ha bajado ligeramente los flaps con el fin de disminuir su velocidad, lo que le permite mantenerse detrás de mí.
En mi desesperación, desciendo hasta el fondo de un barranco para forzarlo igualmente a que se acerque al suelo y, por consiguiente, a que se concentre en su aparato en vez de hacerlo en la precisión del tiro. Pero el “animal” permanece constantemente a algunos metros por encima de mí, y sus trazadoras pasan a centímetros de mi fuselaje.
Gadermann, mi ametrallador, se pone a dar gritos desesperados. Espera verse derribado de un momento a otro, y a decir verdad, yo comparto sus temores. Al salir del barranco me pongo a describir círculos cada vez más estrechos; el Lag está siempre ahí, incluso se acerca más, pues Gadermann no puede ya disparar; su ametralladora se ha encasquillado. Decididamente, estos condenados artefactos nos abandonan siempre en el peor momento.
Ahora las trazadoras pasan bajo mi ala izquierda. Gademann me grita que apriete más el giro; es muy fácil de decir, tengo la palanca pegada en el vientre. Mis manos están empapadas de sudor. Cada vez que me vuelvo, veo la faz tensa del piloto ruso. En este momento, es el único que me persigue, pues los otros Lags se han alejado y se pasean tranquilamente, esperando que su camarada me dé el golpe de gracia. Quizá es que no gustan de este género de deporte; estos brutales virajes a diez metros del suelo no son la delicia de todo el mundo. Al menos, la mía, desde luego.
De repente, diviso en un pequeño talud a varios soldados alemanes que me hacen grandes señales. ¿Es que creen que tengo tiempo de contestarles? Después Gadermann se pone a gritar; al principio no le entiendo muy bien, pero después distingo alguna palabras:
-¡El Lag... en tierra. -
Palabra que tiene razón; el aparato soviético se ha estrellado contra el suelo. En mis auriculares oigo ahora vociferar a los rusos; lo hacen todos a la vez y parecen muy excitados. Los otros Lags se mantienen a respetuosa distancia , me guardo muy bien de molestarles e inicio el regreso al aeródromo.
Esa noche, el oficial de enlace estacionado en la curva del Dniester me llama por teléfono; después de decirme que ha asistido a la refriega, me da cuenta de que mi tenaz enemigo era uno de los mejores pilotos de caza rusos, citado en varias ocasiones como “Héroe de la Unión Soviética”. La realidad es que sabía pilotar y no seré yo quien diga lo contrario.
¿Qué me dicen de estas palabras en boca de Rudel?«Como uno de los millones de soldador que supo cumplir con su deber y que pudo salir con vida de esta guerra, gracias a un capricho del destino, he descrito la lucha contra la Unión Soviética, en la cual se desangró la juventud alemana y muchos europeos convencidos de su misión. Las páginas de este libro no deben interpretarse como glorificación de la guerra y tampoco tienen la intención de rehabilitar a cierto grupo de personas y sus sistemas. Sólo los acontecimientos hablan por sí mismos, ateniéndose a la verdad y a la absoluta fidelidad de lo ocurrido.»
Saludos cordiales