Mensaje
por Erich Hartmann » Mar Sep 16, 2008 8:48 pm
CINCO ANOS DESPUÉS EN ROMA
Procesado, condenado y libertado el ex jefe del ejército de Saló.
El 23 de febrero de 1950, a cinco años del final de la guerra, el Tribunal Militar Territorial de Roma, presidido por el general Beraudo di Pralormo, se reúne para juzgar a Rodolfo Graziani, ex mariscal de Italia.
La sala del Tribunal Militar está en el primer piso; es amplia, cómoda, llena de luz. El colegio judicial se establecerá sobre una tarima alta, construida al fondo de la sala, que acogerá también al acusado. El puesto de Graziani está a la izquierda para quien entra desde el fondo. El acusado tiene a su disposición un sillón ante el cual hay una mesita con estantería, sobre la cual el asistente del ex mariscal ha colocado ya dos de las famosas agendas que le han servido a Graziani para compilar el libro Ho difeso la Patria (volumen que, por otra parte, se han apresurado a leer todos los jueces de este colegio a invitación del presidente).
Las mesas para los abogados —que son tres, Carnelutti, Augenti y Mastino del Rio—, para los taquígrafos y los periodistas están al pie de la tarima, hacia el centro de la sala. Luego, todavía más atrás, hay una fila de sillas destinadas a los parientes cercanos del acusado (entre los cuales está la mujer de Graziani, la marquesa Inés Chionetti) y, por último, una barandilla que delimita el lugar destinado al público, no numeroso, que es seleccionado a la entrada con discreción por los carabinieri.
El reloj que está sobre la mesa del Tribunal señala las 9,10 y los jueces de uniforme ya están sentados en sus puestos desde hace algunos segundos, cuando se abre la puerta que está junto a la tarima y aparece Graziani. El ex mariscal aparece con buena salud. Está en el umbral de los sesenta y ocho años, pero tiene la mirada penetrante, el gesto decidido, la palabra lista, sonora y segura. Se vuelve hacia el Tribunal y saluda, hace una reverencia a los tres abogados defensores (que le han asistido durante los cuatro meses del debate anulado luego por el Tribunal Penal Especial); se vuelve para dirigirse a su puesto, pero le rodean los fotógrafos con las cámaras en ristre. Graziani tiene un gesto orgulloso e impetuoso (llegará un momento del proceso en el que el ex meriscal se precipitará gritando sobre el presidente, arrancándole literalmente algunos papeles de las manos para comprobar una firma). Se quita el abrigo verde-gris militar sacudiendo su blanca cabellera leonina y presenta el pecho al relampagueo de los "flashes": no tiene galones ni estrellas, pero, a la izquierda, muestra todas sus numerosas condecoraciones.
Luego Graziani toma el gorro, los guantes y las dos agendas y dispone todo sobre los dos estantes. Eso desata de nuevo a los fotógrafos, pero cinco minutos después un campanilleo discreto del presidente interrumpe la escena: "Se abre la sesión", anuncia tranquilamente el general Baraudo di Pralormo. Son las 9,20 del jueves 23 de febrero de 1950.
Carnelutti: "Pido la palabra para una petición preliminar".
Presidente: "Hable, abogado; como sabe, le escuchamos siempre con mucho gusto".
Carnelutti: "Es una petición modesta. Quisiera añadir algunos textos, exactamente tres, a la lista de los ya presentados por nuestro colegio defensor como descargo".
Mientras el Tribunal decide (y acogerá la petición), Graziani está sentado en su sillón y, lanzando alguna mirada a la botella de agua mineral que tiene ante sí, sobre la mesa, hojea meditabundo una de sus agendas. Inmediatamente después, el presidente encarga al secretario Garcea dar lectura al texto de la resolución de envió a juicio, que ocupa nada menos que 68 páginas y que, en grandes líneas, se puede resumir así:
"Ya el 25 de julio de 1943 el alto mando alemán había ordenado desplazamientos de tropas que habían llegado del Brénnero a Italia como a un territorio hostil, y se hicieron con el control de centrales eléctricas, telefónicas y telegráficas y partes vitales del suelo italiano", de modo que los alemanes debían considerarse enemigos aún antes de la declaración de guerra que tuvo lugar el 13 de octubre de 1943. "Las bien equipadas divisiones alemanas habían hecho irrupción en la ciudad de Roma combatiendo furiosamente contra las unidades del Ejército italiano (división de Granaderos, unidades de la Ariete y de la Piave, y de ciudadanos) que intentaban oponerse al invasor, vertiendo sangre generosa y escribiendo páginas de heroísmo. Pues cuando los alemanes hacían estragos a las puertas de Roma, tratando de aplastar, como aplastaron, toda resistencia, no era preciso esperar la declaración de guerra que tuviera reflejos internacionales, ni la orden formal del combate; todo militar tenía el deber de acudir a engrosar las filas de dichas unidades. En las situaciones difíciles, aunque sean desesperadas, escribir una página de sacrificio señala el camino indiscutible del deber y del honor. En cambio Graziani, que con el juramento prestado había vinculado solemnemente su palabra de honor, abrazando la causa de los alemanes, esto es, del enemigo, traicionó los intereses del legitimo Estado italiano. Graziani no se presentó en el Ministerio de la Guerra en aquellos días inmediatamente siguientes al 8 de septiembre y, en cambio, se presentó a Caivi di Bergolo, comandante de la ciudad abierta, que había sido secundado por un comandante alemán. El, mariscal de Italia, aun sin tener ningún encargo en aquel período, conserva su posición de servicio permanente efectivo.
"... Establecido que sabia las razones por las que se le había invitado a la embajada alemana, si se presentó allí cuando habría podido eximirse, no puede deducirse más que entre él y el embajador alemán se habría creado, después del 8 de septiembre, una afinidad de opiniones y una línea de conducta que debían conducir a los hechos que luego tuvieron lugar...
"Frente a la trágica realidad de aquellos días, no hay quien no vea el fuerte contraste que representa el comportamiento de un militar como Graziani, de ingenio vivo y de sólida preparación técnica, como ha sido juzgado por sus superiores en múltiples notas características, y que, en vez de hacer todo lo posible desde entonces para salvar lo salvable, se entretiene buscando un equipo automovilístico de propiedad personal".
Saludos cordiales