Fontenay-le-Pesnel

Crímenes contra los prisioneros de guerra y la población civil

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Fontenay-le-Pesnel

Mensaje por José Luis » Lun May 19, 2008 10:23 am

¡Hola a todos!

Las circunstancias que rodearon la masacre de prisioneros canadienses cometida por elementos de la 12. SS-Panzerdivision "Hitlerjugend" el 8 de junio de 1944 en los alrededores de Fontenay-le-Pesnel son un buen ejemplo para analizar la raíz de la infamia universal que se ganaron las formaciones y unidades de las Waffen SS durante y después de la guerra. Como toda generalización, esta fama criminal de las Waffen SS no hace justicia a muchos, probablemente la mayoría, de sus integrantes, y lo que sigue a continuación es buena prueba de ello. También es buen ejemplo de las injusticias de la "justicia", pues un digno oficial, el entonces Sturmbannführer Bernhard Siebken, comandante del II Batallón del 26º Regimiento Panzer Grenadier ("Hitlerjugend"), fue juzgado y sentenciado a muerte después de la guerra, mientras que un indigno oficial, cruel y criminal, el Obersturmbannführer Wilhelm Mohnke, comandante del regimiento citado, fue ignorado por la justicia, a pesar de sus reiterados crímenes de guerra.

El resumen que sigue procede de una fuente nada sospechosa: Howard Margolian, Conduct Unbecoming: The Story of the Murder of Canadian Prisoners of War in Normandy (University of Toronto Press Incorporated, 1998), pp. 90 y ss.

Los canadienses que habían caído prisioneros de guerra en manos de los hombres de Siebken el 8 de junio de 1944 fueron tratados cortésmente en el Cuartel General del II Batallón (Siebken) del 26º Regimiento Panzer Grenadier (Mohnke) de la 12. SS-Panzerdivision "Hitlerjugend" (Witt). Un grupo numeroso de canadienses, más de cien, fue transferido sin incidentes desde el II Batallón al puesto de mando del 26º Regimiento Panzer Grenadier, que estaba localizado unas cuantas millas al sur, en la pequeña aldea de Le Haut du Bosq.

Mientras se llevaba a cabo ese trasvase de prisioneros, quedaba custodiado en el CG de Siebken otro grupo de cuarenta prisioneros de guerra canadienses [teniente William Ferguson, sargento James Reid, cabos George Brown, Roger Firman, Clare Kines, James Kyle, Hector McLean y Robert Scott, cabos primera Stewart Culleton y John Hill, y soldados Walter Booth, Ernest Bradley, Walter Daniels, Arthur Desjarlais, Gordon Ferris, Robert Findlay, Lant Freeman, Lawrence Guiboche, Charles Horton, Henry Jones, Elmer Lefort, Gordon Lewis, John MacDougall, Angus MacLeod, Frederick Marych, Wesley Morrison, Percy Parisian, Alfred Peterson, Frank Ryckman, Kjartan Sigurdson, Edward Smith y John Thompson, todos del Royal Winnipeg Rifles, soldado Richard Smith del Queen’s Own Rifles, teniente Reginald Barker, sargento William Beresford y cañoneros Hilliard Birston, Weldon Clark, Thomas Grant y Alvin Harkness del 3º Regimiento Antitanque canadiense, y el soldado Donald Burnett del Cameron Highlanders de Ottawa] a la espera de que regresaran los guardias de la Feldgendarmerie que iban escoltando al grupo de más de cien canadienses.

El grupo de cuarenta estaba custodiado en el caserío de Moulin, siendo atendido correctamente por las tropas de Siebken: los prisioneros canadienses recibieron agua, y sus heridos los primeros auxilios. Nada hacía presagiar el trágico destino que les estaba aguardando.

A seguir.
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Mensaje por José Luis » Lun May 19, 2008 11:27 am

Todo comenzó cuando, a últimas horas de la tarde, Mohnke llamó por teléfono a Siebken para informarle de que había recibido el grupo de más de cien prisioneros canadienses, y, enfadado, le dijo que no le enviara más prisioneros. Siebken entendió con ello que su comandante regimental le estaba significando que no hiciera más prisioneros de guerra, y que, de hacerlo, debía darles muerte inmediatamente después de su captura. Quedó asombrado por el repugnante comentario de su inmediato superior, pero recobrando la compostura, Siebken respondió a Mohnke que no iba a cambiar de proceder y pensaba seguir enviando prisioneros a retaguardia. Y eso fue lo que hizo al anochecer del 8 de junio.

Cuando supo del regreso de las fuerzas de la Feldgendarmerie, ordenó Siebken que se procediera al traslado de los 40 canadienses bajo su custodia. Inspeccionó a los prisioneros, entre los que había al menos dos en camillas, y los hizo formar en una columna escoltada por siete u ocho hombres, entre guardias de la Feldgendarmerie y sus propias tropas regulares SS. En algún momento después de las 8:00 pm., Dietrich Schnabel, el oficial de misiones especiales de Siebken, puso a los prisioneros en marcha.

En dirección sur, la columna dejó el CG del II Batallón por un camino que se adentraba en un terreno de cultivos ya crecidos. "Si los prisioneros hubieran continuado el sendero, habrían alcanzado finalmente la carretera Caen-Fontenay-le-Pesnel. Cruzando esta arteria y continuando otro cuarto de milla o así, habrían llegado entonces a una carretera secundaria que llevaba directamente a Le Haut du Bosq. Milla y media más y habrían llegado al CG de Mohnke. A pesar de su proximidad, los canadienses nunca alcanzaron su destino previsto".

Sobre las 9:00 pm., al norte de la carretera de Caen-Fontenay, la columna fue interceptada por un coche de estado mayor, del que bajó un oficial SS que se precipitó sobre el sargento que iba al mando de la columna. Debido a la oscuridad era difícil descubrir el rostro de ese oficial SS, pero los canadienses que sobrevivieron a la masacre que había de llegar, jamás olvidaron su compostura. "Desde el principio, el oficial estaba muy agitado, y parecía volverse cada vez más alterado a medida que discurría la conversación con el suboficial. Dos de los prisioneros recordaron más tarde que el oficial había chillado al líder de la escolta, mientras que otro era de la opinión de que realmente lo había amenazado. Como quiera que fuera el caso, el tirano acabó bruscamente la conversación, señalando furiosamente en dirección de la carretera Caen-Fontenay, y cursó un torrente de órdenes al desventurado suboficial".

Los canadienses quedaron muy preocupados con este suceso: "Aunque no comprendía el alemán, el soldado Gordon Ferris del Royal Winnipeg Rifles recordaba haber pensado que los guardias iban a matar a todos los prisioneros después de la forma en que se había conducido el oficial. Esta opinión era compartida por el cabo Hector McLean, también de los Winnipegs. Según McLean, sus peores temores fueron confirmados por el teniente Reg Barker del 3º Regimiento Antitanque, que era uno de los dos oficiales entre los cuarenta prisioneros de guerra canadienses (el otro era el teniente William Ferguson de los Winnipegs). Barker, americano nativo, que hablaba algo de alemán, le dijo a McLean que de hecho los escoltas habían recibido órdenes de matar a los prisioneros, y prometió que intentaría convencerlos de lo contrario".

Siguiendo las órdenes del oficial SS, la columna siguió su marcha hacia la carretera Caen-Fontenay, divisando al acercarse a ella un convoy de vehículos alemanes, tanques y semiorugas. Cuando llegó a unas cien yardas del convoy se detuvo en un cruce de carreteras menos de una milla al nordeste de la villa de Fontenay-le-Pesnel, y los prisioneros fueron desviados en dirección oeste a una zona herbosa próxima a un maizal. Cuando habían caminado unas cincuenta yardas, los canadienses recibieron órdenes de sentarse mirando al este, amontonándose en varias hileras, con los que estaban encamillados en medio, mientras los alemanes se desplegaban alrededor de ellos.

A los tres o cuatro minutos, un semioruga procedente del convoy se acercó al lugar donde estaban sentados los canadienses. Vestidos con uniforme caqui de camuflaje y armados con automáticas, varios soldados SS saltaron del vehículo y se allegaron al sargento al mando. Tras cambiar unas palabras, el sargento ordenó a todos sus hombres, excepto dos, que subieran al semioruga, donde procedieron, entre otras cosas, a cambiar sus fusiles por armas automáticas. "Armados hasta los dientes, los hombres del semioruga y los escoltas originales avanzaron juntos hacia los prisioneros. Al improvisado pelotón de ejecución se unieron los dos escoltas restantes, que habían retenido sus fusiles".

Ante esta situación, incluso el más optimista de los canadienses comprendió lo que iba a suceder. El teniente Barker, que estaba en primera fila, dijo con extraña calma: "Quienquiera que sobreviva a los primeros disparos, que huya a la izquierda [norte]”.

El grupo asesino se detuvo a unas treinta yardas de los canadienses, mientras que uno de sus componentes, en un inglés con marcado acento, se mofó diciendo: "Ahora vais a morir". En ese justo momento los verdugos abrieron fuego.

A seguir.
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Mensaje por José Luis » Lun May 19, 2008 11:45 am

Lo que siguió fue una masacre espeluznante. La mayoría de los canadienses que integraban la primera fila fueron acribillados donde estaban sentados, muriendo instantáneamente. Otros quedaron heridos retorciéndose de dolor por el suelo. Los únicos prisioneros que tuvieron oportunidad de escapar fueron los de las filas traseras. Como los verdugos iban avanzando en línea recta sin preocuparse por acordonar el área, quedó un agujero abierto como vía de escape. Varios canadienses se lanzaron instintivamente por ese hueco. "Weldon Clark y Thomas Grant del 3º Regimiento Antitanque escaparon juntos. Clark huyó hacia el maizal adyacente, pero Grant fue abatido tras haber corrido unas cuantas yardas. El cabo McLean y el soldado Ferris de los Winnipegs también echaron a correr juntos. McLean fue herido, pero ambos alcanzaron el terreno adyacente, donde se ocultaron entre el cultivo. Los cabos George Brown y Robert Scott, y los soldados Gordon Lewis y John MacDougall, también de los Winnipegs, siguieron el ejemplo de McLean y Ferris, pero todos fueron abatidos por la segunda descarga de los alemanes. De esos hombres, sólo el soldado MacDougall, que fue herido en la pierna, fue capaz de huir con éxito".

La fuga más espectacular corrió a cargo del soldado Arthur Desjarlais de la 15ª Platoon de los Winnipegs, que también estaba en una fila trasera.

Sólo cinco canadienses, de los cuarenta, vivieron para contarlo: el cabo McLean y los soldados Ferris, MacDougall, y Desjarlais, del Royal Winnipeg Rifles, junto con el cañonero Clark del 3º Regimiento Antitanque.

Seguiremos.
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Mensaje por José Luis » Lun May 19, 2008 12:59 pm

Cuando acabó la guerra, no se pudo establecer con seguridad el culpable de esta masacre, pues, además de los que murieron en el transcurso de la misma, otros testigos se encontraban prisioneros -de los alemanes o de los aliados- y sólo estuvieron disponibles cuando los juicios habían terminado. Sin embargo, con el tiempo salió a la luz nueva información que posibilita ahora identificar al instigador de este crimen atroz de Fontenay-le-Pesnel.

Según Margolian, "Un examen de los registros existentes de la investigación conduce a una conclusión aparentemente ineludible: el oficial del coche de estado mayor que interceptó la columna de los prisioneros canadienses no fue otro más que Wilhelm Mohnke". Margolian dice que la conclusión viene avalada por pruebas convincentes, aunque circunstanciales.

"En primer lugar, la descripción del oficial proporcionada por los sobrevivientes, en particular la ofrecida por el cabo McLean, parece casar con Mohnke. En segundo lugar, estaba el enfado de Mohnke con Siebken por haberle cargado previamente con un contingente de más de cien prisioneros, así como su orden, que fue casualmente escuchada por el operador telefonista que ajustó la llamada, amonestando a su subordinado para que no le enviara más prisioneros en el futuro. En tercer lugar, la intromisión del oficial en el transporte de prisioneros y su muestra de ira en la escena eran muy características de Mohnke. En realidad, hacían que lo que ocurrió en la carretera Caen-Fontenay fuese extrañamente similar a su intercepción de una columna de prisioneros de guerra británicos en Wormhoudt casi exactamente cuatro años antes. En cuarto lugar, puesto que la orden de enviar a los canadienses a retaguardia procedía de Siebken, solamente él o un oficial superior tenían la autoridad de dar una contraorden. Se puede argumentar, por supuesto, que Siebken o alguien delegado por él había detenido la columna. Pero esto levanta la siguiente cuestión: si Siebken estaba decidido a matar a los prisioneros, ¿entonces por qué los envió a una caminata de tres millas cuando hubiera sido mucho más fácil acabar con ellos en su CG? Finalmente, la conducta de Mohnke durante las doce horas siguientes, tal como ha sido declarada por varios testigos, fue completamente consistente con alguien que había ordenado la matanza de prisioneros".

Lo irónico del caso es que la acusación que le valió a Siebken su condena a muerte tras la guerra se basó en un crimen que se iba a cometer poco después de la masacre referida y en el que él no sólo no había participado, sino que había intentado evitar por todos sus medios. Veamos.

Después de detener la columna de prisioneros canadienses, Mohnke (el susodicho oficial SS) se dirigió al CG de Siebken, donde reprendió a su subordinado por no haber seguido sus órdenes. Lleno de furia como estaba, hacía falta poca cosa para que Mohnke estallara completamente. Desgraciadamente, esa poca cosa sucedió con la inesperada llegada de un oficial de la Wehrmacht que se encontraba herido.

Los hombres de Siebken habían encontrado y trasladado a su CG al conde Clary-Aldrigen, capitán y ayudante del regimiento de artillería de la Panzer Lehr Division, que fue llevado herido a la cocina del caserío de Moulin. Mientras recibía los primeros auxilios de un soldado SS llamado Kloden, Clary relató una inquietante historia. Antes, en ese mismo día, durante una misión de reconocimiento alrededor de la Colina 102, que estaba situada justo al sur de Cristot, Clary y un pequeño grupo de soldados pertenecientes al estado mayor del regimiento de artillería -incluyendo al coronel Luxemburg, que era comandante regimental, el mayor Zerssler, que mandaba uno de los batallones del regimiento, y otros seis hombres-, habían sido capturados por un coche acorazado de patrulla del escuadrón C del Inns of Court Regiment (británico). Según Clary, en flagrante violación de las leyes internacionales, los británicos habían exigido que él y sus camaradas se prestaran a servir de escudos humanos durante la retirada a través de las líneas alemanas. Cuando se negaron, dos oficiales británicos, afirmó Clary, habían golpeado a Luxemburg hasta dejarlo inconsciente, y lo ataron al frente de uno de los coches acorazados. Al marchar, la patrulla había abierto fuego sobre el resto de los alemanes, matando a todos excepto a Clary. En el camino de regreso a sus propias líneas, el coche al cual había sido amarrado Luxemburg recibió un impacto de fuego antitanque, que resultó en una fatal herida del comandante regimental. En cuanto a Clary, aunque había sido herido y dejado por muerto junto con el resto de sus camaradas, recobró la consciencia y pudo llegar a Le Mesnil-Patry, donde fue recogido por las tropas de Siebken.

Margolian dice que la veracidad del relato de Clary ha sido puesta en cuestión con la publicación de la historia divisional definitiva de la Panzer Lehr Division en la década de 1970, pero que no hay duda alguna de que la conducta de los hombres del Inss of Court en la mañana del 8 de junio fue delictiva.

Cuando Mohnke se enteró de esta historia se entregó por completo a los impulsos incontrolables de su propia naturaleza criminal. Ordenó a Siebken que no diera cuartel al enemigo y que ejecutara a cualquier prisionero bajo su custodia. Sin perder la calma, Siebken le aconsejó en contra, pues, con gran sensatez, le dijo que tal proceder sólo provocaría una fatídica escalada de represalias. Mohnke se marchó furioso.

Hacia la medianoche, un conductor del CG de Siebken, Michael Wimplinger, dejó el caserío de Moulin y salió a dar un paseo. A unas 30 yardas de distancia divisó a alguien que yacía entre las hierbas. Creyendo que era un camarada herido, se acercó un poco más y, con el amparo de su linterna, comprobó que era un enemigo herido. Wimplinger pidió ayuda para el herido, y acudió el ordenanza médico Heinrich Albers. Tras llevar al herido al puesto de primeros auxilios, ambos regresaron al lugar para rastrear más. Encontraron a otros dos enemigos heridos, y los llevaron de nuevo al puesto de primeros auxilios.

Ahora se sabe que los soldados heridos encontrados en el terreno del CG de Siebken la noche del 8-9 de junio eran canadienses. El hombre primeramente descubierto por Wimplinger era el soldado Harold Angel de los Cameron Highlanders de Ottawa. Los otros dos eran los soldados Frederick Holness y Ernest Baskerville, ambos del Royal Winnipeg Rifles. Los tres habían estado involucrados en el combate de Putot-en-Bessin al principio del día, y a pesar de sus heridas consiguieron de alguna forma evitar la captura durante varias horas tras la batalla. Cansados, hambrientos y con necesidad de atención médica, debieron abandonar toda esperanza de alcanzar sus propias líneas. Divisando el caserío de Moulin, decidieron arriesgar su captura. Lo lamentarían.

Al principio fueron tratados correctamente. Fueron atendidos por el Dr. Schutt, el oficial médico del 2º Batallón, que hablaba inglés y conversó amigablemente con ellos. Cuando acabó sus curas, el doctor ordenó que se dispusieran unas camas para los heridos. Los tres se quedaron profundamente dormidos.

Más tarde, Schutt dio cuenta de los tres heridos canadienses a Siebken, cuando éste estaba hablando casualmente con Mohnke, quien ordenó que se ejecutara a los prisioneros inmediatamente. Siebken se negó en redondo y siguió una bronca terrible entre ambos comandantes. Según el testimonio de posguerra de Siebken, Mohnke estaba fuera de sí. Amonestó a Siebken por su insubordinación, y llamó a Schnabel, ordenándole que ejecutara a los prisioneros. Schnabel se negó igualmente y Mohnke se marchó como un demente.

Siebken, queriendo evitar a toda costa la posibilidad de que sus tres prisioneros fueran ejecutados, llamó directamente al CG de la División "Hitlerjugend", rompiendo todo el protocolo de la cadena de mando, para ver si la ejecución de prisioneros estaba autorizada por el mando de la división. Witt estaba ausente cuando se produjo la llamada, por lo que pasaron a Siebken con el jefe del estado mayor de la división, el mayor Hubert Meyer, quien aseguró a Siebken que Witt jamás había dado orden semejante. Más bien todo lo contrario. Meyer le explicó que los prisioneros de guerra eran la mejor y a veces la única fuente de información sobre las disposiciones del enemigo, así que le aconsejó que hiciera tantos prisioneros como pudiera. Antes de colgar, Meyer le preguntó la verdadera razón de su llamada, y Siebken le contó todo lo sucedido con Mohnke. Conociendo el errático carácter de Mohnke, Meyer llamó inmediatamente al 26º Regimiento Panzer Grenadier. Con Mohnke todavía ausente, el jefe del EM habló con su ayudante, el capitán SS Katser. Según el testimonio de posguerra de Meyer, preguntó qué acciones se estaban tomando con respecto a los prisioneros de guerra en el sector del regimiento. Katser respondió que no sabía nada del asunto. Meyer le repitió lo que había dicho a Siebken, hacer tantos prisioneros como fuera posible y que fueran tratados de acuerdo con el Convenio de Ginebra.

¿Cómo se fraguó el trágico destino de los tres prisioneros? Mohnke regresó más tarde al CG del II Batallón, y al saber que no se habían cumplido sus órdenes buscó a Siebken, que estaba en esos momentos en el frente. Al no encontrarlo, buscó a Schnabel, que tampoco se encontraba en el CG. Pero poco después apareció, y Mohnke le ordenó la ejecución de los canadienses. Schnabel se negó y Mohnke le puso una pistola en el pecho conminándole a ejecutar sus órdenes. Los tres canadienses fueron ejecutados.

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