Una guerra de criminales

Crímenes contra los prisioneros de guerra y la población civil

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beltzo
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Una guerra de criminales

Mensaje por beltzo » Mié Jun 13, 2007 1:49 pm

La historia militar de la invasión de Rusia apenas es capaz de transmitir la larga pesadilla que envolvió aquel intento, ni es capaz de explicar el odio que añadió especial malevolencia al conflicto por ambos bandos. En muchas guerras se han dado la brutalidad y la inhumanidad, sobre todo cuando participan fuerzas irregulares en ella, pero raras veces se trata de algo premeditado sistemático. La campaña alemana reunió ambas cosas. Era el enfrentamiento final entre dos dictaduras antagónicas, irreconciliables e igualmente despiadadas y brutales, que no se detendrían ante nada para conseguir sus objetivos, lo cual por si mismo ya anunciaba que la lucha sería sin cuartel; pero además de ello los nazis añadieron su componente racista contra gitanos, judíos y eslavos en general que harían del conflicto algo difícilmente comparable a cualquier otro conflicto de la historia. La línea divisoria entre la guerra convencional y la ideológica se borró desde mucho antes de que la lucha comenzase, y se complicó luego por las condiciones sobre el terreno.

Los datos comparados hablan por si solos. Durante la I gm el ejército alemán hizo 1.434.500 prisioneros rusos; morirían en cautividad el 5,4% de ellos. Entre 1941-45 los alemanes y sus aliados hicieron 5.700.000 prisioneros del ER; al finalizar la guerra el 57,5% del total habían muerto en cautiverio. Los prisioneros alemanes en manos rusas tampoco escapan de esta lúgubre estadística: de los 3.155.000 prisioneros morirían en cautividad el 37,5% del total. Estas cifras contrastan claramente con la de los prisioneros angloamericanos que sumaban un total de 232.000 muriendo en cautiverio 8.348 (el 3,5% del total).

La situación jurídica entre Alemania y la URSS, era ciertamente confusa, lo que ayudó a legitimar a un nivel académico parte de las atrocidades germanas. Como el derecho en general era un anacronismo burgués la URSS no había ratificado la convención de Ginebra sobre prisioneros de guerra de 1929, ni tampoco había reconocido expresamente las leyes de la guerra en tierra promulgadas en La Haya en 1895 y 1907, para empeorar las cosas Stalin rechazó además los servicios de la Cruz Roja.

Sin embargo aunque debido a esto el gobierno alemán no se consideraba vinculado a ninguna obligación internacional para con Rusia, esto no era del todo cierto desde el punto de vista jurídico, ya que ambas partes estaban obligadas a respetar convenciones bien asentadas sobre la guerra que habían ido evolucionando desde principios del periodo moderno. En especial, la cláusula Martens incluida en el preámbulo del IV convenio de La Haya de 1907 sobre leyes y usos de la guerra, establece que los países firmantes se comprometen a que en los casos no incluidos en las disposiciones reglamentadas, los pueblos y beligerantes quedan bajo la salvaguarda de los principios del derecho de gentes, tales como resultan de los usos establecidos entre naciones civilizadas, de las leyes de la humanidad y de las exigencias de la conciencia pública. Los rusos, además, habían ratificado la Convención de Ginebra de 1929 sobre el trato que debía dispensarse a los enemigos heridos capturados. Así que las cosas no eran tan ambiguas como sostenían los alemanes. A ello se ha de sumar que los nazis frustraron deliberadamente los insistentes intentos soviéticos por suscribir oficialmente la Convención de la Haya en julio de 1941 por mediación del gobierno sueco, lo que deja claro desde un principio que los nazis no estaban dispuestos a aceptar más reglas en esta guerra que las dictadas por ellos mismos.

Después de la guerra los implicados han expuesto razones más o menos convincentes para explicar el porque murieron tan gran elevada proporción de prisioneros. Así, lo han achacado a que el sistema se sobrecargó por el ingente número de prisioneros, cuya capacidad de resistencia estaba ya muy mermada por las ordenes de Stalin de destruir todas las instalaciones fabriles y los productos alimenticios. Las enfermedades epidémicas y una meteorología atroz habían devastado la población de prisioneros. Todo esto, es parcialmente cierto, pero falta una pieza fundamental: la intencionalidad y la actuación humana (en este caso sería más correcto decir inhumana).

Una guerra que se tenía previsto ganar en unas pocas semanas y las grandes batallas de cerco que lo posibilitarían tenían por fuerza que producir gran cantidad de prisioneros algo que los planificadores militares debían conocer sobradamente, sin embargo, el hecho de que consideraran que la guerra sería corta hizo que el trato a los prisioneros tuviese escasa prioridad. De este modo el enorme número de muertes se debió en principio a la decisión de mantener a la mayoría de ellos en Rusia, una zona despojada por los alemanes de alimentos para su ejército y donde las necesidades de albergue, comida o transporte iban destinadas casi en exclusiva a la werhmacht; si a esto añadimos el pensamiento nazi que consideraba a los eslavos como totalmente prescindibles el resultado no puede sorprender a nadie.

En un principio los prisioneros del ER recibían 20 gramos de mijo o pan diarios mientras se arrastraban laboriosamente por Bielorrusia. En agosto de 1941 estas disposiciones ad hoc fueron sustituidas por raciones fijas equivalentes a 2.100 calorías al día para los prisioneros que trabajaban y 2.040 para el resto. Sin embargo estas cifras pueden resultar engañosas puesto que raramente se alcanzaban fuera de los papeles de los burócratas del ejército. La realidad era que los campos por donde pasaban los prisioneros rusos quedaban sin flores pues estos se las comían, las heces eran un manjar preciado y se daban incluso casos de canibalismo entre ellos, donde los más fuertes mataban a los más débiles con el fin de saciar su hambre.

En septiembre un comité presidido por Goering decidió que con la finalidad de mejorar las raciones de la población civil alemana sería necesario reducir las raciones de los bolcheviques. Como si fuese un especialista en dietética, aunque lo desmintiese su orondez, hizo unas cuantas sugerencias sobre al posibilidad de comer gatos y caballos. Poco después el general de intendencia Eduard Wagner redujo las raciones de los que no trabajaban a 1.500 calorías, lo que supone dos tercios del mínimo para mantenerse con vida. En noviembre de 1941, un Goering divertido con la situación le dijo a Ciano que el hambre había alcanzado tales cotas entre los prisioneros rusos que para que anduvieran hacia el interior del país ya no era necesario obligarlos, bastaba con colocar en cabeza de la columna una cocina de campaña que despidiese el fragante olor de la comida.

El traslado de prisioneros fue también causa de gran mortandad, fueron dirigidos la mayor parte de las veces a pie a la cautividad debido en parte a que la red ferroviaria soviética estaba en gran parte inutilizada y sobrecargada, pero también se debió a que los que estaban al cargo de los carros y camiones vacíos que regresaban se negaban a permitir que los ocupasen prisioneros sucios y llenos de parásitos. Esto hacía que los prisioneros tuviesen que andar cientos de kilómetros conducidos por guardianes que les pegaban un tiro cuando ya no tenían fuerzas para seguir. Esto se hacía muchas veces a la vista de la población civil, como por ejemplo en Smolensko en octubre de 1941, cuando fueron ametrallados en el centro de la población ciento veinte prisioneros.

Algunos comandantes, como el general Tettau, dieron orden de poner fin a estas prácticas; otros, como Reicheneau, las alentaban. Cuando el invierno imposibilitó llevar a los prisioneros a pie, se les cargó en vagones de ferrocarril de mercancías descubiertos. No significó una gran mejora ya que eran trenes de muy baja prioridad que avanzaban a paso de caracol, y eso cuando no estaban detenidos mientras una miríada de burócratas civiles y militares de los territorios ocupados intercambiaban telegramas, cartas, memorandos y llamadas telefónicas sobre los impresos y permisos correspondientes. Las muertes por congelación eran algo habitual; en un transporte trayecto de 200 km entre Bobrujsk y Minsk murieron 1.000 prisioneros. El uso de vagones cubiertos no cambiaba demasiado las cosas puesto que no disponían de calefacción. A principios de diciembre de 1941 se informó de que entre el 25 y el 70 por cierto de los prisioneros estaban muriendo en tránsito.

Los que conseguían llegar a los campos se encontraban con unas condiciones atroces, en los casos en que se había hecho algún preparativo para recibirlos, estos consistían en el vallado de terrenos al aire libre. Acurrucados todos juntos en el calor asfixiante del verano o en el gélido frío del invierno, eran presa de parásitos, neumonía, tifus y otras enfermedades. Los SS propusieron la solución más simple: acabar a tiros con los enfermos, esto no debe llamar a engaño, los fusilamientos de los débiles y los enfermos fueron algo habitual y en su mayor parte realizados por elementos de la wehrmacht. Hitler rechazó expresamente un ofrecimiento de la Cruz Roja para vacunarlos. Los mandos militares apoyaban y estimulaban los malos tratos. En un compendio de normas que regulaban el trato a los prisioneros, el general Reinecke empezaba con esta declaración: "El bolchevismo es el enemigo mortal de la Alemania nacionalsocialista". Los soldados debían mantener las distancias con los prisioneros y tratarlos con una correcta frialdad. Cualquier disensión debía tratarse con la bayoneta, la culata del fusil o con una bala. Para los que intentaban huir la política era de tirar a matar sin advertencia previa. Dentro de los campos se debía seleccionar un grupo de prisioneros rusos armados con garrotes y látigos para mantener el orden. Reicnecke estipulaba que a los soldados alemanes no les estaba permitido usar estos dos últimos métodos, como si esto supusiera alguna diferencia.

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Mensaje por beltzo » Jue Jun 14, 2007 2:35 pm

Estas directrices eran un añadido tardío a un complejo de órdenes criminales anteriores destinadas a transformar la invasión de Rusia en una guerra ideológica contra el bolchevismo judío en lugar de un conflicto bélico convencional. La eliminación general de cualquier contención jurídica significó que la única fuente de decencia era la propia conciencia humana. Aunque los parámetros morales de la guerra los estableciese Hitler, quienes los dotaron de autoridad, legitimidad y definieron sus detalles fueron altos mandos de la wehrmacht, en especial Halder. La politización del ejército era un proceso en marcha y no algo que se produjese súbitamente con la invasión a Rusia. Mandos militares habían instigado el asesinato por las SS de Rohm y sus seguidores en 1934, y colaborado en él, y altos mandos habían ordenado a la policía militar erradicar a los comunistas de los sudetes en 1938 o el fusilamiento sumario de exiliados checos y alemanes por fuerzas regulares del ejército en Francia en 1940. Algunos de ellos apoyaron tácitamente a los einsatzgruppen en Polonia, o participaron activamente en la difusión del nacionalsocialismo entre los militares, caso de Keitel, Jodl o Reinecke. El rápido crecimiento del cuerpo de oficiales que pasó de 3.800 en 1935 a 35.000 en 1941 muy posiblemente ayudó a diluir y subvertir sus valores fundamentales; pero lo que esta claro es que la wehrmacht no llegó a Rusia ni apolítica, ni con un historial sin tacha.

Entre Hitler y altos mandos se cruzaron de diciembre de 1940 a marzo de 1941 directrices preliminares esquemáticas; por ejemplo Jodl planteó la cuestión de la colaboración con la SS en la tarea de volver inofensivos a los cuadros y comisarios bolcheviques, y su consiguiente exclusión de la jurisdicción militar. En dos conferencias celebradas del 17 al 30 de marzo de 1941, Halder reseñó e interiorizó los criterios de Hitler para la dirección de la guerra:

La intelectualidad nombrada por Stalin debe ser exterminada. Hay que destruir el aparato de dirección del imperio ruso. Hay que hacer uso de la violencia más brutal en la región de la gran Rusia. En realidad no hay vínculos ideológicos que mantengan firmemente unido al pueblo ruso. Se desmoronará si conseguimos librarnos de los funcionarios.

Hitler, en la cancilleria del reich se dirigió el 30 de marzo a 250 altos mando militares donde olvidándose por un momento de las cuestiones raciales fue poniendo sus cartas al descubierto:

El comunismo es un peligro tremendo para el futuro. Hay que prescindir de la camaradería militar. El comunismo no es en ningún momento un camarada. Se trata de una guerra de exterminio. Si no la consideramos así, podemos derrotar al enemigo, pero en un plazo de treinta años nos volveremos a tener que enfrentar al enemigo comunista. No estamos librando una guerra para conservar al enemigo [...]. Es una lucha contra Rusia: la aniquilación de los comisarios bolcheviques y de la intelectualidad comunista [...]. No es una cuestión de tribunales militares.

Algunos de los presentes aseguraron más tarde sentirse indignados por algunos aspectos de este discurso, pero la realidad es que se aprestaron a dar forma legal a sus palabras. A diferencia de la campaña polaca, en Barbarroja se dio una pronta y armoniosa cooperación entre los militares y las SS. El 26 de marzo el general Wagner había llegado a un acuerdo con Heydrich respecto del margen operativo de los 4 einsatzgruppen que actuarían en Rusia, el acuerdo sería refrendado y emitido como una orden por el mariscal Brauchitsch. En el acuerdo se establecía que los einsatzgruppen estaban capacitados para tomar medidas ejecutivas contra civiles enemigos dedicados a actividades antialemanas y contrarias al estado en zonas del grupo de ejército, y una gama más limitada de funciones en zonas operativas y en la retaguardia militar. En otras palabras se estaba dando vía libre para que las SS aplicaran las mismas actividades, ahora aumentadas, que habían desarrollado en Polonia y que tanto habían escandalizado a algunos militares entre los que irónicamente se encontraba Wagner. Puede que pensasen que era una forma de mantener limpio el uniforme de la wehrmacht, pero en realidad lo que estaban haciendo era lanzarse definitivamente al barro.

Una vez definidas las competencias de las SS, los comandantes pasaron a ocuparse del tema de la jurisdicción militar. Esta última sólo se aplicaba a cuestiones disciplinarias dentro del ejército alemán. En la práctica esto significaba que los civiles enemigos no tenían ningún derecho y que en realidad los soldados alemanes los podían matar con absoluta impunidad sin recurrir a un proceso jurídico; bastaba la aprobación de un oficial. Cuando los borradores de esta directriz llegaron a Halder insistió en incluir represalias colectivas contra lugares donde fuese imposible determinar con rapidez la identidad de un saboteador o francotirador. En una actitud ambivalente el alto mando prohibió los abusos individuales arbitrarios para que no condujese al caos, la anarquía y el embrutecimiento moral de todos sin excepción. El 13 de mayo de 1941 Keitel autorizó una versión definitiva revisada de esa directriz.

En el seno de las filas del ejército, el incumplimiento de la disciplina de combate se castigaba con una dureza sin precedentes y con desprecio por la vida; en contradicción con ello, se ordenaba a los soldados que cometieran actos oficiales y organizados de asesinato y destrucción contra enemigos civiles, prisioneros de guerra y propiedades; y, como consecuencia de la legalización de la criminalidad las tropas recurrieron pronto a requisitorias salvajes y fusilamientos indiscriminados prohibidos explícitamente por los mandos. Sin embargo, en una nueva y flagrante contradicción de la dura disciplina de combate, rara vez se castigaba a los soldados por crímenes no autorizados contra el enemigo, tanto por la subyacente simpatía que los mandos sentían ante tales acciones, como porque constituían una conveniente válvula de escape para que los hombres eliminaran el odio y las frustraciones causadas por la rígida disciplina exigida y por el coste cada vez más elevado y la desesperación provocados por la guerra. De esa manera se creó un círculo vicioso en el que la perversión de la disciplina alimentó una barbarie en aumento, que, a su vez, brutalizó aún más la disciplina.

La desviación hacia una criminalidad oficialmente autorizada y potencialmente inflacionista, se ratificó a grandes rasgos en las "Instrucciones para la dirección de las tropas en Rusia" emitidas en mayo de 1941, parte de las cuales decían:

Esta lucha exige una acción implacable y enérgica contra agitadores bolcheviques, guerrilleros, saboteadores y judíos, y la eliminación completa de toda resistencia activa o pasiva. Los miembros del ER (prisioneros incluidos) deben ser tratados con extrema reserva y con la mayor precaución ya que nos enfrentamos a métodos taimados de combate. Los soldados asiáticos del ER son especialmente taimados y astutos y carecen de sentimientos.

Este complejo de órdenes criminales desembocó en la tristemente célebre orden de los comisarios el 6 de junio de 1941 y que supuso la última y más vergonzosa capitulación de la wehrmacht. La moderna investigación alemana ha demostrado que fueron altos mandos militares, entre los cuales figuraba Halder, quienes formularon esta directriz. Por ella funcionarios del partido comunista, civiles y militares, debían ser identificados (por las insignias de la estrella y la hoz y el martillo que llevaban en la solapa) y asesinados por el ejército bien in situ o en retaguardia. El ejército pasaba así a desempeñar funciones más propias de los einsatzgruppen. Estas medidas fueron ampliándose silenciosamente a funcionarios de menor rango.

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Mensaje por beltzo » Vie Jun 15, 2007 2:58 pm

Las brutalidades comenzaron desde un principio como muestra una orden emitida el 25 de junio de 1941 por el general Joachim Lemelsen jefe del XLVII Cuerpo Panzer en la que intentaba poner fin al asesinato indiscriminado de civiles y prisioneros de guerra. Cinco días después emitió otra orden ante el escaso eco de la anterior:

A pesar de mis instrucciones del 25 de junio de 1941, la cual no parece haber pasado del nivel de compañía, una y otra vez verificamos fusilamientos de prisioneros, disidentes y desertores, que son llevados a cabo de una manera inconsciente, sin sentido y criminal. Esto es asesinato […] pronto se esparcirá entre el enemigo la imagen de cadáveres incontables yaciendo a lo largo de las rutas de avance de los soldados que, sin armas y con sus manos levantadas, han sido claramente liquidados con disparos a la cabeza a corta distancia. El enemigo dispersado entonces se ocultará en bosques y campos y continuará combatiendo sin miedo, y perderemos incontables camaradas.

También von Kluge intentó poner alguna acotación en su orden del 1 de julio de 1941:

El ruso como torpe medio asiático cree en lo que sus comisarios martillean en su cabeza, que en caso de ser cogido prisionero será ejecutado. […] Con objeto de no volver esta propaganda [panfletos alemanes para desertores] en su contra, es necesario que los soldados rojos que se rindan y muestren el panfleto sean tratados como prisioneros de guerra. Las ejecuciones necesarias deben ser así como norma de principio ser llevadas a cabo de tal manera que ni los civiles ni los otros prisioneros tengan noticia de ello.

No deja de ser curiosa la postura de von Kluge, por cuanto el 29 de junio había firmado una instrucción, donde decía que las mujeres con uniforme debían ser ejecutadas. Detrás de órdenes tales como la de Joachim Lemelsen o von Kluge deben verse principalmente consideraciones de tipo táctico, no eran dictadas tanto por los escrúpulos morales, como por el deseo de evitar en lo posible una desmesurada resistencia por parte del ER.

Como algunos oficiales de menor rango no habían cumplido la orden de los comisarios y por tanto los comisarios políticos se había infiltrado en campos de prisioneros, a mediados de julio de 1941 se convocó una reunión para tratar el problema, en la que participaron entre otros el general Reinecke y el gruppenfuhrer Muller, pese a la oposición del teniente coronel Lahousen representante del abwerh, la directriz se aprobó el 8 de septiembre donde se estipulaba que los comandantes de los campos y sus oficiales del servicio secreto debían cooperar con los órganos de seguridad de la SS en la búsqueda y eliminación de sospechosos.

Nadie duda de que pese a algunas honrosas excepciones, la orden se aplicó de manera generalizada, los cálculos de los comisarios eliminados oscilan entre los 140.000 y los 580.000; la mayor ironía quizá sea que Stalin ya había decidido la desaparición progresiva de los comisarios

Las órdenes se transmitían a través de la cadena de mando y varios comandantes mezclaron irreflexivamente judíos y bolchevismo. El 2 de mayo de 1941 el general Erich Hoepner escribía:

La guerra contra Rusia es un capítulo importante de la lucha por la existencia de la nación alemana. Es la vieja batalla de los pueblos germánicos contra los eslavos, de la defensa de la cultura europea contra la inundación asiático moscovita, y el rechazo del bolchevismo judío. El objetivo de esta batalla debe ser la destrucción de la Rusia actual y debe llevarse a cabo con una severidad sin precedentes. Toda acción militar debe estar guiada en la planificación y en la ejecución por una voluntad de acero para exterminar al enemigo implacable y totalmente. Sobre todo, no debe perdonarse ni a uno solo de los partidarios del actual sistema ruso-bolchevique.

El mariscal Reichenau en sus directrices del 10 de octubre de 1941 decía:

El objetivo principal contra el sistema judío bolchevique es la aniquilación completa de sus fuerzas y el exterminio de la influencia asiática en las esferas de la cultura europea. Como consecuencia, las tropas tienen que asumir tareas que van más allá de las consideraciones militares. En la esfera oriental el soldado no es simplemente un combatiente de acuerdo con las reglas de la guerra, sino el defensor de una ideología racial implacable, y el vengador de todas las brutalidades que han sido infligidas a la nación alemana y a los grupos étnicos relacionados con ella. Por esta razón, los soldados deben demostrar que entienden plenamente que es necesario exigir una expiación severa pero justa de los subhumanos judíos.

Esto hizo el general Manstein al transmitir las órdenes, y el general Hoth, que en noviembre de 1941 daba las siguientes instrucciones:

Cualquier indicio de resistencia activa o pasiva o cualquier tipo de maquinación por parte de agitadores judío bolcheviques debe ser aplastado inmediata e implacablemente [...]. Estos círculos son los apoyos intelectuales del bolchevismo, los que sostienen su organización asesina, los ayudantes de los guerrilleros. Se trata de la misma clase judía de seres que tanto daño han hecho a nuestra propia patria en virtud de sus actividades contra la nación y la civilización, y que fomentan las tendencias antialemanas por todo el mundo, y que serán los heraldos de la venganza. Es nuestra propia supervivencia lo que dicta su exterminio.

Ningún investigador serio pone en duda la criminalidad premeditada y sistemática de la guerra en Rusia, pero sería injusto señalar que fue algo omnipresente entre los 9 o 10 millones de soldados que actuaron en ese frente. El investigador Omar Bartov ha destacado algunos factores que influyeron en las conductas de esos soldados: la desmodernización general de la guerra en ese frente, el enorme número de bajas, que destruyó lealtades de microgrupos y grupos primarios, dejando a los soldados sin otra cosa con la que identificarse que el macrogrupo de raza y nación; la interacción de una disciplicina militar de un rigor extremo y la autorización de atrocidades contra civiles y soldados enemigos; y por último, el hecho de que el ejército de Hitler hubiese interiorizado masivamente los planteamientos racistas del dictador.

En la brutalidad militar del soldado de a pie también influyó la preparación por la que habían pasado durante sus años de formación en la Alemania nazi y el tipo de instrucción ideológica recibida durante su permanencia en el ejército. Sería asombroso que hubiese mucho entre ellos que no creyera en el volk, el reich y el fuhrer, o el derecho de Alemania a la conquista y la dominación, o en la inferioridad racial y cultural de otros pueblos. Estos sentimientos los compartía mucha gente por aquella época y sería una forma de racismo a la inversa suponer que los alemanes eran inmunes a ellos.

En una especie de justicia poética todas estas bárbaras disposiciones llevaban en su interior el germen que posibilitaría el fin de Hitler y toda su camarilla, al emprender una guerra de extermino en Rusia dieron a Stalin un arma poderosa para que su régimen aguantase la feroz acometida, difuminando con ello las esperanzas de someter a Rusia y por extensión toda posibilidad para los nazis de salir bien librados del conflicto. En el lado opuesto también supuso el principio de una reacción en cadena donde las atrocidades serían cometidas indistintamente por ambos bandos convirtiendo la guerra en el este en una guerra de pesadilla que probablemente no tenga parangón en la historia.



Bibliografía:
Michael Burleigh "El tercer reich" Ed. taurus-santillana madrid 2002
Alvaro Lozano “Operación Barbarroja” Ed. RBA 2007
Christian Gerlach "Kalkulierte Morde. Die deutsche Wirtschafts und Vernichtungspolitik in Weißrußland 1941 bis 1944" traducción efectuada por nuestro compañero Medina y publicada aquí: viewtopic.php?t=573
Richard Rhodes “Amos de la muerte” Ed. Seix barral 2005
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Mensaje por Francis Currey » Sab Ago 18, 2007 5:18 pm

Sensacional topic amigo Beltzo. Si me permites intentaré aportar mi pequeño granito de arena con algunos datos anédoticos:

Solo Canaris se opuso al trato dado a los prisioneros

El 8 de septiembre de 1941, tres meses después del comienzo de la operación Barbarroja, Reinecke recordó a sus subordinados: “El soldado del ruso ha demostrado que no merece ser tratado como un soldado honorable y bajo la protección de la convención de Ginebra.”
Ante esto el Almirante Wilhelm Canaris, jefe del Abwehr, alzó la voz criticando dicha actitud en Reinecke, fue el Mariscal Wilhelm Keitel, el que le recordó, “esta lucha no tiene nada con mostrar solidaridad. el código de caballería o las regulaciones de la convencione de Ginebra.”

Los aliados del Reich si respetaron la convención

Fineses, italianos, y rumanos si reconocieron los derechos de los prisioneros soviéticos desde un primer momento.

La situación de un prisionero ruso se define a la perfección en la siguiente descripción en la que se habla de una tasa de mortalidad que en ocasiones llegó al 95%.
"Epidemias y enfermedades epidémicas diezmaron los campos. Palizas y abusos por los guardias eran comunes. Millones pasaron semanas sin comida ni asilo. Carretadas de prisioneros llegaban muertos a su destino. Cifras de bajas varían considerablemente, pero casi ninguna parte llega a menos del 30 por ciento en el invierno de 1941-42, y en algunas instancias fueron tan altas como el 95 por ciento" 1

1(Dallin, German Rule in Russia, 1941-45: A Study of Occupation Policies, Second Edition, pp. 414-15.)

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Mensaje por TMV » Mié Ene 16, 2008 9:38 pm

Ummm beltzo :wink:

Toni
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Mensaje por José Luis » Jue Ene 17, 2008 11:21 am

¡Hola a todos!
Roy escribió: En realidad, 2 de los futuros conspiradores contra Hitler(!!) (Wagner y el Jefe del WiRü Amt, Thomas), estuvieron planificando de antemano la muerte de millones de prisioneros de guerra y civiles.

Si tengo tiempo, mañana cuento un poco mas sobre las actividades de estos dos criminales genocidas.
¡Hola y bienvenido, Roy!

Precisamente, antes del comienzo de la Operación Barbarroja, hubo un encuentro de altos funcionarios y militares en el Lago Wannsee el viernes 2 de mayo de 1941 (encuentro obscurecido por el más famoso de 20 de enero de 1942, el de la "Solución Final") donde se planificó, así se puede decir, el asesinato masivo de varios millones de ciudadanos rusos. Y en este encuentro estaba el general Georg Thomas.

Sin embargo, tengo para mí que esta planificación criminal no debe catalogarse como "genocida", según la definición de posguerra del genocidio. Me consta que es un matiz desagradable, pero necesario.

En Wannsee el 2-5-1941 se determinó que un número "X" millones de rusos (probablemente 10 millones) habrían de morir como consecuencia de la inanición que iba a provocar la explotación económica de algunos de los territorios rusos que habían de ser conquistados en beneficio del mantenimiento de la Wehrmacht en su guerra en la Unión Soviética. Como dije, era la planificación de un asesinato masivo terrible, pero no estaba dirigida contra ningún grupo étnico, social o político especial, sino contra la población rusa en general. Por tanto, considero que era un "crimen de guerra", terrible, pero "crimen de guerra".

Por ello diferencio claramente entre el Wannsee de mayo de 1941 y el Wannsee de enero de 1942. En esta última conferencia, como es bien sabido, se planificó el asesinato masivo de los judíos de Europa, lo que ya casa de lleno con el significado de "genocidio".

Me siento incómodo haciendo estos matices, pero creo que son necesarios para evitar confusiones posteriores.

En cambio, sí considero dentro de la categoría de "genocidio" el encuentro-acuerdo Wagner-Heydrich que has citado muy pertinentemente, al igual que muchas de las actuaciones posteriores, ya en guerra, de altos mandos (y oficiales y tropas) de la Wehrmacht.

En cuanto a Thomas, debo decir que ya estuvo involucrado en las "conspiraciones" de verano de 1938 y otoño-invierno de 1939. También debo añadir que fue contrario a la política exterior de Hitler (en concreto, a sus planes de guerra) ya desde 1936, aunque sus razones no fueron de orden moral, sino estrictamente económico. Finalmente, elaboró incialmente unos informes económicos contrarios a la planificación de la invasión de la Unión Soviética, si bien, posteriormente, y ante la inflexible actitud de Hitler, elaboró el famoso memorando económico para Barbarossa de acuerdo con los principios básicos de Hitler. Su actitud, en el mejor de los casos, fue ambigua y hasta cierto punto, dadas las circunstancias, pusilánime. Todo esto, no obstante, no lo exime en absoluto de su responsabilidad en los "crímenes de guerra" cometidos por el régimen nazi en el Este.

Volviendo a la reunión de mayo de 1941 en Wannsee, véase:

Alex J. Kay, Germany’s Staatssekretäre, Mass Starvation and the Meeting of 2 May 1941. Journal of Contemporary History 2006; 41; 685. Disponible en:
http://jch.sagepub.com/cgi/content/abstract/41/4/685

Saludos cordiales
José Luis
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sino como un hombre
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Mensaje por José Luis » Jue Ene 17, 2008 7:53 pm

¡Hola a todos!

Saludos de nuevo, Roy.

Aunque lo que sigue nos aleja un poco del tema central de este topic, os pido vuestra comprensión y permiso para la siguiente digresión.
Roy escribió: Por eso debemos muchisimo al trabajo de Christian Gerlach, que se ha ocupado de poner a muchos conspiradores contra Hitler en el lugar que merecen: el de criminales. Veanse sus contribuciones:

"Men of 20 July and the War against the Soviet Union", in War of Extermination: The German Military in World War II, 1941-44, eds. Hannes Heer and Klaus Naumann (New York and Oxford: Berghahn, 2000), pp. 127-145.
Ciertamente que es una valiosa aportación la realizada por Gerlach (¡y tantos otros!), pero también es cierto que, en mi opinión, no se debe pasar de un extremo al otro tan fácilmente. Para romper un mito no es necesario crear otro. Me explico.

Es un hecho que parte de la sociedad alemana –y fuera de Alemania, quienes conocen la historia de la resistencia alemana a Hitler y el nazismo- ha forjado un velo de heroicidad en torno a los principales conspiradores del 20 de julio. Como también es un hecho que otra parte de esas sociedades los considera unos “cobardes traidores” (me pregunto ¿traidores a quién?). Con el transcurso del tiempo, la primera postura, la de los héroes, también ha forjado en torno a ellos un halo de “manos limpias”, si se me permite esta expresión en clara alusión a la Wehrmacht y ese mito ya afortunadamente desmontado.

Gerlach, en el artículo de la obra que has referenciado, comienza con este enunciado:

[The literature of the “men of 20 July” contains a small deficiency: it relies almost completely on verbal statements made after the fact, memoirs, and reminiscences. When contemporary sources are drawn upon, one thing is hardly considered at all by historians-the on-going, daily work of the officers in their staffs and offices. It is almost as if they lived in a kind of never-ending leave. This oversight is astonishing because in some areas sufficient documents are available] (p. 127).

No estoy de acuerdo en la utilización de la expresión “almost completely”, porque hay suficiente documentación, y no nueva, para dejar sentada con cierta claridad la posición moral de algunos de los conspiradores del 20 de julio con respecto a Hitler y su régimen ya desde 1938. Lo que sucede es algo que a menudo se olvida y que sin embargo es de vital importancia para comprender la compleja tesitura en que se encontraban atrapados algunos de esos “hombres del 20 de julio”.

Algunos de esos hombres (Tresckow, Gersdorff, Beck, Schulenburg, Goerdeler, Witzleben, por citar a algunos) habían recibido con los brazos abiertos a Hitler y su régimen nazi en 1933, pues todos ellos eran hostiles a la República de Weimar y, en general, a los regímenes parlamentarios. O eran monárquicos o eran conservadores nacionalistas. Hitler les pareció, en principio, una buena solución para erradicar los males, según ellos, de la indeseada RdW. Hitler erradicó materialmente a los comunistas alemanes (inmediatamente después a los demás partidos políticos), algo que fue bien recibido, si no en las formas al menos en el fondo, por esos militares y funcionarios civiles. Luego Hitler eliminó la amenaza que la SA constituía para el Reichswehr (y desde el punto de vista de esos funcionarios, para Alemania), ganándose de esta forma la confianza casi plena del Reichswehr. En tercer lugar, Hitler marcó como su objetivo político más importante la expansión y rearme del Reichswehr. Con estas medidas se había ganado casi por entero y de forma total al Reichswehr-Wehrmacht.

La retrospectiva histórica nos privilegia para observar que ya en esos momentos, esto es desde el 30 de junio de 1934 hasta poco después de la muerte de Hindenburg, el liderazgo del Reichswehr se había entregado por completo a la política nazi, no sólo apoyándola en general, sino también imponiendo algunos aspectos de su ideología en el mismo Reichswehr. Sin embargo, entiendo que no debemos juzgar esas actitudes a la luz de los hechos criminales que sucedieron años más tarde, sino en base al contexto histórico-político del momento. Parte del liderazgo militar del Reichswehr (aquél que luego formó parte de las conspiraciones) e igualmente parte del liderazgo civil consideraron que el precio que estaban pagando por las “formas nazis” (esto es, el terror) se podía encajar en cierto modo por los objetivos logrados.

No obstante, dos hechos posteriores a ese periodo (1934-1937) vinieron a poner en tela de juicio la apreciación que esos “hombres del 20 de julio” habían estimado hasta el momento sobre Hitler y el régimen nazi. Uno fue la vergonzosa acusación y la humillante interrogación-juicio que siguió del coronel general von Fritsch en enero-marzo de 1938, si bien este suceso fue en su conocimiento de alcance limitado, pues sólo unos cuantos militares y civiles llegaron a conocer en profundidad la trama urdida por Hitler, Göring, Himmler y Heydrich contra el comandante en jefe del ejército. El siguiente fue el conocido como la “crisis checa” de primavera-verano de 1938, durante la cual se forjó y tramó la primera conspiración contra Hitler (con su plan de asesinato de por medio).

Es completamente cierto -como has dicho, Roy- que no fueron razones de índole ética o moral las que impulsaron a los miembros de esa primera conspiración a trabajar contra Hitler durante la “crisis checa” (independientemente de la alta talla moral de algunos de ellos, como el coronel general Beck, o del asco visceral que otros sentían por los nazis, como el teniente coronel Oster), sino razones de oportunidad y responsabilidad. En efecto, era el temor a las terribles consecuencias que tendría para el destino de Alemania y su pueblo, creían esos hombres, la locura de Hitler de atacar a Checoslovaquia, pues para ellos esa acción irresponsable provocaría una guerra generalizada que Alemania estaba destinada a perder. También no es menos cierto que el liderazgo del Reichsheer estaba entonces (y hasta que acabó la guerra) completamente dividido y debilitado, fruto de los golpes de Hitler y de la sumisión mostrada por la cúpula militar. La prueba quizás más evidente fue la soledad en la que se encontró el coronel general Beck cuando presentó su dimisión como jefe del EMG como protesta por la política exterior de Hitler, que llevaba claramente a Alemania a la guerra. Es un hecho que nadie de su rango, o por encima de él, siguió su ejemplo.

Una situación similar se volvió a repetir en octubre de 1939, cuando Hitler anunció su deseo de desatar inmediatamente (al mes siguiente) su ofensiva en el Oeste. Y tampoco fueron razones de orden ético o moral las que movieron a los conspiradores del 39, sino el temor a lo que ellos creían desembocaría en una catástrofe para Alemania.

Pero hasta esos momentos –salvando, bien es verdad, la mecha criminal que la maquinaria nazi ya había prendido en la Polonia conquistada- el péndulo mental de los conspiradores basculaba entre el aliento y desaliento del temor a las consecuencias de perder la guerra, y poco tenía que ver la legitimidad o perversidad de las acciones militares agresivas de Hitler en política exterior. Hasta entonces, en general, el fin justificaba los medios utilizados, aunque a algunos no les gustasen. El éxito asombroso e inesperado de la campaña del Oeste de mayo-junio de 1940 apartó de golpe todos esos altibajos en el ánimo intelectual de los conspiradores.

El verdadero problema moral se planteó efectivamente con las primeras órdenes criminales (realmente genocidas) para la puesta en marcha de la Operación Barbarroja. Lo que ocurrió posteriormente desde marzo de 1941, y en especial desde junio de 1941 hasta 1944 en el Frente Oriental, fue, en su conjunto, demasiado atroz e infame como para que cualquiera de los oficiales alemanes que participaron en esa guerra, independientemente de su grado y responsabilidad, pueda salir indemne de mancha. Pero sería injusto meter a todos ellos en el mismo saco del oprobio. Hubo, los menos, quienes rechazaron formalmente aceptar el cumplimiento de esas órdenes criminales por razones estrictamente morales; otros, los más, las rechazaban igualmente por ser contrarias a sus creencias y su moral, pero les dieron curso o miraron a otra parte; y otros hubo, no pocos, que se prestaron cínicamente a su entero cumplimiento. Huelga aportar ejemplos que son de todos conocidos, en cualquiera de los ejemplos citados.

Pero de entre todos estos culpables, un grupo (muy reducido con respecto al número de oficiales del Ostheer, pero considerable para la “empresa” que iban a acometer) decidió intentar poner fin a ese estado criminal de cosas. Ese grupo, más allá de la calidad oportunista de algunos de sus componentes, fue la carnaza de la que se nutrieron los “hombres del 20 de julio”.

Gerlach apunta un hecho evidente: esos conspiradores, mientras planeaban el asesinato de Hitler, seguían haciendo su habitual trabajo profesional, día a día. Dice que los historiadores apenas han reparado en ello cuando hay suficiente documentación disponible. Es cierto, unos siguieron colaborando, incluso de forma pasiva, con la política criminal nazi en el Este, y otros en sus tareas propias de la guerra. Pero, ¿qué otra cosa podían hacer? Todos esos oficiales conspiradores no eran mariscales de campo, ni siquiera altos generales, que pudieran presentar, en un momento dado, su renuncia al cargo (como hicieron unos pocos generales cuando Hitler todavía consentía este proceder), sino coroneles o, como mucho, de grado de mayor general.

Es cierto igualmente que todos ellos comenzaron generalmente su actividad de conspiración cuando la guerra en el frente oriental comenzó a torcerse para Alemania, especialmente después del desastre de Stalingrado, aunque los inicios de la conspiración en el Este comenzaron realmente tras el fracaso estratégico de Barbarroja. Y así algunos historiadores críticos con los “hombres del 20 de julio”, por ejemplo Hans Mommsen, sostienen, como a modo de recriminación, que estos oficiales conspiraron porque vieron la guerra perdida y no por las atrocidades del régimen nazi. Yo no comparto enteramente esta visión, aunque concuerdo que el conocimiento de que la guerra no se podía ganar fue el detonante de actuación de la gran mayoría de los conspiradores. Pero no de todos. Sólo a modo de ejemplo, Tresckow ya intentó convencer a su tío von Bock antes del inicio de Barbarroja para que se opusiera, junto al resto de mariscales, al cumplimiento de las directrices criminales de Hitler para Barbarroja; Stauffenberg, presionado por su tío y su primo en septiembre de 1941 (escribo de pura memoria) para que se sumara a los conspiradores por las barbaridades nazis en Polonia, respondió que primero era prioritario ganar la guerra en Rusia para después dar cuenta de los nazis; y Oster (que aunque nominalmente no puede situarse entre los “hombres del 20 de julio” por haber sido arrestado previamente, pero que sin duda era el mismo espíritu de toda conspiración) era un enemigo declarado de los nazis ya desde que éstos llegaron al poder, y la guerra carecía de importancia para él ante la prioritaria tarea de eliminar a Hitler y los nazis.

Pero qué otra cosa podían hacer esos hombres sino, en primer lugar, intentar convencer a sus mandos de que había que poner fin al horror nazi, y, cuando fracasaron esos intentos, llevar a cabo esa tarea ellos mismos. Y mientras tanto, cumplir con sus quehaceres profesionales del día a día, cada uno según su propia conciencia.

A veces nos olvidamos, al considerar este complejo tema de la resistencia alemana, de lo que era realmente la Alemania del Tercer Reich: un estado totalitario y terrorista. Y después, un estado en guerra. La primera obra escrita sobre la resistencia alemana, por el profesor Hans Rothfels, aunque sólo fuera como su subtítulo indica “Una valoración”, The German Opposition to Hitler: An Appraisal (Chicago: Henry Regnery Company, 1962) la edición que yo tengo, publicada por vez primera en 1948, sigue estando, a mi juicio, plenamente vigente en lo esencial, pues viene a subrayar muy lúcidamente la verdadera envergadura de las posibles consecuencias de la empresa que estaba acometiendo la mayoría de los conspiradores: ya no sólo era el peligro físico para sus propias personas y las de sus seres queridos, sino su consideración de traidores a la que, sin duda, llegaría la mayor parte de la sociedad alemana de la época y, posiblemente, de las generaciones futuras. No era sólo el temor físico a la muerte y la angustia del destino terrible que les quedaba a sus familias, sino la mancha indeleble del oprobio nacional.

Mantener la lucidez y la fortaleza moral y física bajo estas circunstancias para intentar desaparecer o negarse a estar involucrado en los infames crímenes del régimen nazi en el Este no es empresa que esté al alcance de la mayoría de los seres humanos. Y tampoco lo es, con todo y eso, llegar a la estoica determinación de, a pesar de todo, intentar eliminar a la persona que los había conducido, y los obligaba a mantenerse, a esa catástrofe nacional. Ellos lo intentaron, y cuando finalmente lo hicieron, el 20 de julio de 1944, fue únicamente por una cuestión esencialmente moral, fue su testamento ante la historia. Lamentablemente, como sospechaban que sucedería, fracasaron; lamentablemente lo hicieron demasiado tarde; lamentablemente habían participado, no importa en que grado o bajo que circunstancias, en los crímenes nazis y habían ayudado a consolidar el régimen y el líder que ahora se disponían a eliminar. Todo eso es cierto.

Pero ese grupo de militares es lo único digno, a mi juicio, que permanece en la historia de la Wehrmacht. No fueron ciertamente héroes (los héroes no existen), pero fueron finalmente dignos, y eso para mí es importante. Y sobre ese ejemplo final, no sobre el resto, deben basarse los modelos de conducta de los ejércitos de la actualidad.

Lamento la extensión de esta digresión.

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Mensaje por José Luis » Vie Ene 18, 2008 5:36 pm

¡Hola a todos!
Roy escribió: Gerlach se concentra en un punto pasado por alto al tratar la oposicion a Hitler: La actuacion de muchos de los conspiradores del 20-J en la guerra contra la Union Sovietica. Y esta guerra criminal y sus medios, no fueron rechazados en los primeros meses de invasion ni por Tresckow, ni por Gersdorff, ni por tantos otros. Fueron tolerados y aceptados.
Estimado Roy, esa afirmación de Gerlach no es estrictamente cierta. En el artículo que hemos citado (su contribución en War of Extermination…..), Gerlach se dedica a citar ejemplos documentados de la participación de hombres como Tresckow y Gersdorff en la política criminal nazi en Rusia, con el objetivo explícito de trasladar al lector la idea de que esos “hombres del 20 de julio” no dejaban de ser, a fin de cuentas, unos criminales. Sin embargo, esta idea no da cuenta de la verdadera realidad. Gerlach podía haber puesto igualmente ejemplos donde esos hombres se opusieron desde el mismo inicio de Barbarroja a la política criminal de Hitler que debía aplicarse en Rusia.

El tema de la resistencia alemana en general y de los llamados “hombres del 20 de julio” en particular es mucho más sutil y complejo de lo que puede parecer a primera vista. En mi mensaje anterior he intentado apuntar las razones de esa difícil tesitura; no voy a insistir más en ello. Ahora voy a dar algunos ejemplos que invalidan el aserto de Gerlach arriba citado.

En la víspera de Barbarroja, el teniente coronel Tresckow era el oficial de operaciones del EM del mariscal von Bock Este oficial había declarado ya en el verano de 1939 a su amigo Fabian von Schlabrendorff que “tanto el deber como el honor nos exigen que hagamos lo posible para conseguir la caída de Hitler y el Nacionalsocialismo con el objetivo de salvar a Alemania y Europa de la barbarie”. [Peter Hoffmann, The History of the German Resistance 1933-1945 (Massachussets: The Mitt Press, 1977), p. 265).

Cuando Tresckow se enteró de la determinada intención de Hitler de atacar a la Unión Soviética, este noble prusiano se dedicó metódicamente a reclutar para el EM del Heeresgruppe Mitte a oficiales que estuvieran dispuestos a participar en un coup d’état. Tresckow, que ya se había decepcionado por la victoria alemana sobre Francia, esperaba que en esta nueva ocasión, Rusia, fracasase la ofensiva alemana para que sus planes contra Hitler pudieran verse facilitados. Un golpe contra Hitler con una Wehrmacht victoriosa era completamente inviable.

Bien, la nefanda “Orden de los Comisarios” (de fecha 6 de junio de 1941) llegó al Cuartel General de campaña del Heeresgruppe Mitte pocos días antes del comienzo de la campaña. Antes había llegado el “Decreto concerniente a la aplicación de la ley militar en el área de la Operación Barbarroja…..”. No hace falta entrar en detalles, baste decir que esas instrucciones, especialmente la primera, constituían la base para ejercitar en Rusia el crimen masivo de forma impune.

Lo que es incuestionable es que cuando la “Orden de los Comisarios” llegó al CG del HM, Gersdorff (oficial de inteligencia del EM del HM), que fue el receptor de esa orden, se dirigió inmediatamente a junto de Tresckow, que entonces estaba actuando como Jefe suplente del EM, y ambos se encaminaron sin perder un instante a ver al comandante en jefe del HM, von Bock.

Como ya indiqué en mi anterior mensaje, Tresckow pidió a Bock que concertara una acción con los otros dos mariscales (Rundstedt y Leeb) para que los tres juntos se negasen a dar curso a esa orden criminal. Pero Bock tan sólo despachó vía aérea a Gersdorff para encontrarse con el general Eugen Müller, oficial que estaba especialmente agregado al comandante en jefe del ejército, Brauchitsch.

La opinión de Tresckow en esos momentos era la de que Alemania perdería el derecho a su honor si esa orden no era rechazada unánimemente, por lo que urgió a su tío von Bock a que volara él mismo, acompañado de Rundstedt y Leeb, para ver a Hitler y participarle su oposición a la ejecución de esa orden de los comisarios. La respuesta que recibió de su tío fue literalmente, en su traducción inglesa, “He’ll chuck me out”. (Hoffmann, 267).

Müller le dijo a Gersdorff que Brauchitsch ya había hecho todo lo que estaba a su alcance contra la orden de los comisarios, y que por dos veces había sido despedido por Hitler sin conseguir que retirara o cambiara esa orden. Lo único que hizo Brauchitsch, como sabemos, había sido emitir su orden de 24 de mayo de 1941 para mantener la disciplina de las tropas. En este punto, cabe preguntarse con justicia por qué Brauchitsch y Halder, como máximas autoridades del OKH, no siguieron el camino que casi tres años antes había tomado Ludwig Beck, el camino de la dimisión. En su descargo, alegaron que no lo habían hecho para impedir que la situación con la “Orden de los Comisarios” se volviese mucho peor, salvando de esta forma miles de vidas. Yo no dudo de que eso fuese cierto, aunque evidentemente no me parece suficiente, sobre todo en un mariscal de campo.

Gersdorff, pese a intentarlo, no fue capaz de hablar con Brauchitsch y regresó a Poznan para dar cuenta a Bock, quien, durante la cena, les dijo a sus oficiales: “Caballeros, han visto ustedes que he hecho mi protesta” (Hoffmann, 268), y el asunto quedó zanjado.

La “Orden de los Comisarios”, de hecho, tan sólo fue parcialmente implementada. Gersdorff se puso en contacto con los oficiales de inteligencia de los otros dos grupos de ejércitos y ejércitos para ponerse de acuerdo en no llevar a cabo esa orden, estipulando que si se les preguntaba debían cursar falsos informes de ejecuciones de comisarios. Sin embargo, en la práctica que siguió esta ideó no fructificó en absoluto. También Bock se puso en contacto con Kluge, Weichs y Guderian, entre otros, para que se explicase a los comandantes de cuerpo de ejército que esa orden no era bien vista por sus superiores inmediatos, pero este amago tampoco pasó de pura retórica. Los crímenes se llevaron a cabo.

Sin embargo, la actitud de Tresckow se mantuvo constante en cuanto a su determinación de planificar y llevar a cabo un coup d’état. Ya en septiembre de 1941 envió a Schlabrendorff a Berlín (donde ya había estado varias veces desde el inicio de Barbarroja) para discutir asuntos con el cuartel general de la conspiración y saber “si la conspiración estaba cristalizando en el interior” (Hoffmann, 269), y para que les asegurara a los conspiradores de Berlín que en el estado mayor del Heeresgruppe Mitte se estaba dispuesto a todo.

Bien, no quiero seguir ampliando este asunto pues habría para escribir muchas hojas, y no es el caso. Pero creo que es suficiente para refutar la afirmación de Gerlach de que Tresckow y Gersdorff no se opusieron en los primeros meses de la invasión a la política criminal de Hitler para Barbarroja. Sí se opusieron, e hicieron lo que estaba a su alcance. Un teniente coronel no tenía más opciones a su alcance que las que escogió Tresckow en el verano de 1941, y ya antes: intentar formar un grupo militar y civil numeroso y poderoso de conspiradores para asesinar a Hitler y llevar a cabo un golpe de estado.

Que Tresckow, mientras tanto, se viera involucrado en acciones criminales no debe llevarnos a la conclusión de que las aprobaba o incluso toleraba. No estaba en su poder el impedirlas. Bastante tuvo con lo que vivió y planeó, y pagó caro por ello.

Si queremos buscar culpables de verdad, y éstos lo son hasta el cuello, habrá que señalar a los mariscales de campo, comenzando por Brauchitsch y siguiendo por Bock, Rundstedt y compañía, para después seguir con los altos generales, comenzando por Halder como jefe del Generalstab des Heeres y siguiendo por los Guderian, Manstein, Hoepner, y compañía. Estos militares, y sobre todo los mariscales, sí tenían una grandísima responsabilidad, y era su deber, si hay que exigirlo (como yo creo), presentar su dimisión caso de no retirarse la política criminal de Hitler.

Tresckow, los dos hermanos Stauffenberg, Beck, Witzleben y tantos otros “hombres del 20 de julio” pagaron con sus vidas y quedaron como traidores para muchos de sus contemporáneos y colegas, y para generaciones venideras. Bock, Manstein, Halder, Guderian y tantos otros sobrevivieron a la guerra, se negaron a arriesgar sus vidas y las de sus familias apoyando a los conspiradores, y permanecieron entonces y permanecen ahora como héroes y leyendas para una gran parte del público.

Pero yo tengo muy claro en que bando estaba la verdadera dignidad, si es posible hablar de dignidad en toda esta infame historia.

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Mensaje por José Luis » Vie Ene 18, 2008 8:20 pm

¡Hola, Roy!

No estoy refutando en modo alguno las pruebas presentadas por Gerlach y Hürter (a este último no lo he leído, sólo el resumen que has extractado), sino sus conclusiones.

No entiendo en qué se basa Hürter para afirmar que, traduzco la última cita de Hürter por Roy para quien lea y no entienda el inglés, "Sin embargo, no hay pista alguna de que estuviesen consternados o escandalizados por esta manera de 'combatir al enemigo'. La brutal acción contra los potenciales oponentes entre la población civil fue al menos tolerada, si no aceptada, durante esta primera y tormentosa fase de la campaña contra Rusia.....".

Me parece que los ejemplos que he puesto de las reacciones de Tresckow y Gersdorff, y los pasos que tomaron, incluso antes de que comenzara la campaña, no pueden llevar a concluir que "no hay pista alguna de que estuviesen consternados o escandalizados por esta manera de 'combatir al enemigo'". Salvo que Hürter demuestra que esas acciones de Tresckow y Gersdorff son falsas, cosa que creo imposible que pueda hacer.

Me preguntas si utilizo a Hoffmann como referencia de la resistencia alemana. Por supuesto. Es una autoridad en este tema, y así está reconocido en todos los círculos académicos. Es cierto que sus obras son antiguas, e igual de evidente que no existen las obras definitivas en Historia.

El hecho de que se vayan descubriendo y aportando nuevos hechos documentados no desautoriza el conjunto de una obra anterior, salvo que la tesis de su autor se viera refutada por las nuevas evidencias. Pero Hoffmann en ninguna de sus obras que he leído ha pintado a los conspiradores militares alemanes como "héroes" o libres de culpa. Simplemente ha presentado sus casos en base a las fuentes que manejó. Me preguntas por sus fuentes, por lo que intuyo que no has leído su obra. Verás, son demasiadas para que te las enumere (su relación exacta ocupa las páginas 773-813 de su libro, es decir, 40 páginas), y las notas explicativas del mismo ocupan las páginas 535-722, casi 200 páginas.

Desde luego, la solvencia de Hoffmann y de sus fuentes, tanto en ese libro como en el dedicado a la familia Stauffenberg, o a la escolta de Hitler, no han sido jamás atacadas, que yo tenga conocimiento. Con ello no quiero decir que Hoffmann esté libre de errores, por supuesto.

Pero no sólo utilizo a Hoffmann como fuente. Tengo más de 20 libros de diferentes autores que tratan sobre la resistencia alemana. Cierto que hay diferencias en las conclusiones finales que algunos de sus autores han extraido sobre los conspiradores del 20 de julio. Por ejemplo, ya te he citado a Hans Mommsem, que ha llegado a una conclusión parecida a la que esgrimen Gerlach y Hürter con anterioridad a estos autores, y sin necesidad de nuevos datos.

Repito que no pongo en cuestión los nuevos aportes de Gerlach, Hürter o cualquier otro. Y reitero que el hecho de que Tresckow y Gersdorff estuvieran involucrados en acciones criminales en Rusia, algo que sé cierto sin necesidad de que me aporten nuevas pruebas, no es óbice para concluir, por lo menos por mi parte, que estaban en radical oposición a esa política criminal.

He intentado explicar por qué actuaron así y qué otra cosa podían haber hecho. Veo, sin embargo, Roy, que pasas por alto esto.

Dime, pues, en tu opinión ¿qué tendrían que haber hecho Tresckow y Gersdorff que no hicieron? ¿Pegarse un tiro ya el mismo 22 de junio de 1941 o antes? ¿Desertar? ¿Ponerse en rebeldía?

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Mensaje por José Luis » Vie Ene 18, 2008 8:24 pm

Ahora al releer me doy cuenta de que preguntabas por las fuentes referidas a Tresckow y Gersdorff. Lamento el malentendido. Ahora mismo me pongo a sacarlas.

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Mensaje por José Luis » Vie Ene 18, 2008 9:03 pm

Estimado Roy,

No hay suspicacia alguna por mi parte. Estoy encantado de conversar contigo. Y vuelvo a repetirte que en ninuno de mis mensajes anteriores puedes encontrar un rechazo o desdén a las contribuciones de Gerlach y Hürter, tan sólo mi discrepancia en cuanto a sus conclusiones.

Déjame ahora darte las fuentes de Hoffmann para los pasajes de Tresckow y Gersdorff que he citado.

En la Parte VII, que lleva por título Tresckow and Army Group Centre, Hoffmann utiliza para algunos datos biográficos de Tresckow a Eberhard Zeller, The Flame of Freedom, y al biógrafo de Tresckow, Bodo Scheurig, Henning von Tresckow, corrigiendo algunos datos. Para el comentario que le hizo a Schlabrendorff en el verano de 1939, el que he comentado antes, el libro de Schlabrendorff, Revolt against Hitler (que tengo, por cierto). Para la conversación de Tresckow con su tío von Bock y la respuesta que éste le dio, a Hermann Graml, “Die deutsche Militäropposition vom Sommer 1940 bis zum Frühjahr 1943”, en Vollmacht des Gewissens, Vol. II, pp. 421-25.

Para la conversación de Gersdorff con Müller, a Graml, pp. 433-34, y el testimonio de Gersdorff [Rudolf-Christoph Freiherr von Gersdorff: Evidence to Military Court V in Case XII (United States versus Leeb and others), 16 April 1948, record p. 2130.]

Para el viaje de Schlabrendorff a París en septiembre de 1941 y sus conversaciones allí, al propio Schlabrendorff ya citado y a Ulrich von Hassell, tanto su “Das Ringen um den Staat der Zukunft”, Schweizer Monatshefte 44 (1964), pp. 314-27, como su Von andern Deutschland: Aus den nachgelassenen Tagebüchers 1938-1944, Fischer Bücherei, Frakfurt 1964; y The von Hassel Diaries 1938-1944, Hamish Hamilton, London 1948.

Muchas gracias por el enlace que has aportado. Enseguida lo miro.

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Mensaje por José Luis » Vie Ene 18, 2008 9:09 pm

Ya me he bajado el artículo de Hoffmann sobre Tresckow, Roy. Pero deberá esperar un poco para su lectura, pues mi alemán no da para leer de corrido, ni mucho menos.

Muchas gracias de nuevo
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Mensaje por José Luis » Vie Ene 18, 2008 10:06 pm

Roy escribió:And last but not least:
http://www.zeitgeschichte-online.de/zol ... arnold.pdf
¡Hola, Roy!

Pues me satisface observar que, en el enlace citado, el resumen (parte 5. Zusammenfassung, p. 31) que hace su autor del artículo de Gerlach con respecto a la perspectiva de éste, es muy coincidente con lo que llevo exponiendo. Es decir, lo tilda de demasiado simplista en sus conclusiones, al no tener en cuenta los antecedentes de la resistencia, las complejas circunstancias de los inicios de Barbarroja, y los caracteres de muchos de los “hombres del 20 de julio”, en especial Tresckow.

Viene a confirmar mi punto de vista.

Con respecto a las fuentes, qué quieres que te diga. Si ponemos en reserva los testimonios de las personas que vivieron esos hechos, tras contrastarlos por vía directa e indirecta, por ser parte implicada en los mismos, entonces habrá que poner en cuarentena, y para cualquier asunto y desde cualquier punto de vista, todos los testimonios y memorias de los participantes de la IIGM. O aceptamos todos, con las reservas por supuesto de rigor, o no aceptamos ninguno.

Yo sí me pronuncio :wink:

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Mensaje por Neumann-Silkow » Dom Mar 16, 2008 2:35 am

Bueno, ante tal aluvion de datos y bibliografía mi granito de arena es bien simple. Tan sólo me gustaría invitar a todo el mundo a intentar ponerse en la piel de un oficial alemán en el frente ruso.
Mi pregunta es... ¿Quién podía negarse a colaborar con las SS dos veces seguidas sin el miedo a que te empezara a considerar... vamos a decir... poco patriota? Estar señalado por esa gente llegaba a ser sinónimo de muerte ¿Qué significaba para alguien hablar abiertamente contra el Fürer y sus órdenes?
Creo que sobrevivir en un ambiente doblemente hostil, con enemigos dentro y fuera de sus lineas, convertía casi cada paso en una operación que debía calcularse con suma cautela. Cualquier desliz podía significar la horca, no solo para el sospechoso, sino para toda su familia y allegados.

Yo creo que todos estaban obligados a conservar mínimamente las apariencias y más conociendo las enormes dificulades que tenía ante sí la resistencia alemana a Hitler (tanto la resistencia civil como militar en alemania no estaban ni siquiera reconocidas por los aliados y, mucho menos, apoyadas, a pesar de lo absurdo que suene esto). Eso implicaba ejecutar algunas de las horribles órdenes que llegaban desde la guarida del lobo.
No todo el mundo es capaz de suicidarse alegremente en aras de la moral y la ética, muchos eligen vivir esperando la ocasión propicia para emprender una acción... y más si esa acción significaba acabar con Hitler.

Esta es mi sencilla opinión.
Sol, arena y acero... no soy más que polvo en el desierto.

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