Reclutamiento en USA tras Pearl Harbor

Dudas e interrogantes sobre la Segunda Guerra Mundial

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Reclutamiento en USA tras Pearl Harbor

Mensaje por pitivw » Mar Dic 22, 2009 5:23 pm

Hola foreros. T engo interés por conocer el procedimiento que segúían los reclutas norteamericanos que se incorporaron masivamente a filas tras el ataque japonés a Pearl Harbor. Me refiero al personal no especializado de tropa, no a oficiales y suboficiales.
¿Elegían personalmente incorporarse a la Marina o el Ejército o les correspondía según necesidades de cada cuerpo?
¿Se les enviaba a cuarteles cercanos a su lugar de residencia o se constituyeron cuarteles especificamente programadosior regiones o estados para la instrucción militar?
Dentro de la US Army: ¿Cómo se optaba al Ejército del Aire -US Army Air Forces-?
Muchas gracias.

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José Luis
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Mensaje por José Luis » Lun Dic 28, 2009 12:14 pm

¡Hola, pitivw!

En el siguiente enlace podrás encontrar las respuestas que buscas o las referencias necesarias para encontrarlas:
http://www.ibiblio.org/hyperwar/USA/USA ... index.html

Saludos cordiales
JL
"Dioses, no me juzguéis como un dios
sino como un hombre
a quien ha destrozado el mar" (Plegaria fenicia)

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Mensaje por pitivw » Jue Dic 31, 2009 3:00 am

Muchas gracias a José Luís. He estado ojeando el texto que me propones pero es un poco denso y lo creáis o no, encontré mi pregunta de casualidad formulada en el foro de la USAAF. La pregunta no tiene fácil respuesta. He aquí lo que dicen algunos veteranos de la SGM:
1. Entiendo que tanto si eras voluntario o forzoso te llevaban una semana a un Centro de Introducción para control médico, fotos y un montón de test incluyendo el Test de ClasificaciónGeneral del Ejército entre otros exámenes que controlasen conocimientos básicos y habilidades especiales como mecánica, radio, etc.
También habría una entrevista para conocer tus preferencias en la designación, y algunos test especiales en cosas como el vuelo, espacios cerrados, etc si elegías las Fuerzas Aéreas.
Se supone que las Fuerazas Aéreas estarían al mismo nivel que otras áreas en cuanto a designación de personal, pero en realidad se nutría de hombres con los niveles altos de test debido a la naturaleza técnica de las tareas de aviación. Este hecho generaba protestas desde el resto de ramas del Ejército, especialmente la Infantería, que tendía a recoger hombres de menor formación porque los especializados ya habían sido designados para Comunicaciones, Fuerza Aérea, etc.

2 . No es una pregunta dificil. La respuesta te la han dado todos los que han posteado. Como puedes comprobar existen diferentes experiencias. El Air Corps y la Army Air Forces eran parte del Ejército, aunque no nos guste admitirlo.
Yo me alisté directamente en el programa de Cadetes de la Aviación del Ejército. Después de una reducción en la asignación de despachos para cadete a finales del 43 muchos de nosotros fuimos enviados a otras áreas del Ejército. Algunos, por suerte incluido yo, nos mantuvieron en las Fuerzas Aéreas y nos enviaron a una escuela de aRtillería flexible de aviación. Recuerdo que el mayor determinante por propia experiencia eran LAS NECESIDADES DEL GOBIERNO. Había un aluvión de nuevas tareas para hombres y máquinas en un mundo en guerra. La asignación de personal se hacía con proyección de futuro. Para las tareas especializadas como los pilotos había que anticipar 1 año y medio de preparación. Incluso trabajos menos técnicos como los de las armamento requerían más de medio año de preparación básica, entrenamiento de disparos y entrenamiento de tripulación para el combate. Cuando había mayor demanda los requerimientos eran menores.


Podeis seguiir el resto de aportaciones en el foro en


http://forum.armyairforces.com/tm.aspx? ... hap+arnold

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Mensaje por pitivw » Jue Dic 31, 2009 1:30 pm

Buenos días, amigos. En ese mismo hilo existe un relato del hijo de un veterano (Don Askerman) que me parece muy interesante para escenificar este tema.

Don Askerman, ametrallador de torrera relata:

El reclutamiento forzoso comenzó a mediados de septiembre de 1940. Inicialmente se requerían hombres entre 21 y 35 años. Los llamados a filas servían durante un año y luego pasaban a la reserva activa. Los requerimientos pronto cambiaron y se aceptaron varones entre 18 y 45 años. Tuve la convicción de que sería uno de ellos, así que me preparé para ello.
En Junio de 1941, recién graduado en la Escuela Superior (Montpelier, Dakota del Norte) estuve trabajando durante los meses de verano, en labores del campo. Ganaba 1 dólar la hora, lo que era un maná de sueldo. En Octubre de 1941, cuando acabó la cosecha me fui a Hawthorne (California).
Viví en Cordary desde octubre del 41 a marzo del 42. Estábamos viviendo allí cuando bombardearon Pearl Harbor y los Estados Unidos declararon la guerra al Japón (8 diciembre) y a Alemania e Italia (11 Diciembre). La radio de todo el país pedían voluntarios para todos los servicios. Mi idea era alistarme como voluntario en las defensas aéreas. Pensé que nos darían brazaletes, instrucciones en la lucha contra incendios, instrucciones para el refuerzo de parapetos y me sentí libre. Pensé que sería excitante y divertido como en los juegos de indios y vaqueros que solíamos jugar en los bosques de Dakota del Norte.


Don Askerman se fue a trabajar a la cafetería de la fábrica de Aviones Douglas, en Sta. Mónica. Allí se le envió para trabajar en la aviación pero antes debía ir a la Escuela de Chapa. Se enroló en la Escuela de Chapa Frank Wiggins en el sur de ciudad de Los Angeles, cerca de la Union Station. Después de varias semanas se le envió a la North American Aviation donde trabajó desde marzo de 1942 hasta enero de 1943.
Supongo que cayó enganchado por la fiebre patriótica de toda la nación que afecto con especial intensidad al área de Los Angeles con toda la defensa en actividad. Me confesó:


Decidí que quería ser piloto naval y entonces me apunté. Me llamaron la primera semana de enero del 43 desde las oficinas de la Marina de Los Ángeles para el reconocimiento médico. George Montgomery, el famoso actor de cine estaba en la fila, desnudo justo delante de mí. A él lo seleccionaron pero yo fui rechazado por ser daltónico, según ellos. Era la primera vez que me decían que lo era porque yo no era consciente de mis problemas de percepción. Así que volví a casa confortado por la familia y los amigos y pensando en hacer cualquier contribución que pudiese.
Me habían convocado a filas pero nadie me llamaba así que decidí acelerar el proceso. Fui a hablar con unas chavalas muy simpáticas que llevaban el gabinete de alistamiento de una escuela en Hawthorne, no lejos de donde yo vivía, y por una orden de 1943 se me envió a gabinete de alistamiento del 1215 de Manchester Bulevard, en Inglewood para transportarme esta vez al Cuartel de Instruccion del Ejército. Ahora ya no había vuelta atrás, a los veinte años estaba a punto de comenzar una nueva etapa de mi vida.

Continuará…

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Mensaje por pitivw » Jue Dic 31, 2009 6:32 pm

Testimonio de Don Askerman:

Presté juramento de fidelidad en unas oficinas que se ubicaban en la confluencia de la Sexta con la Avenida Principal de Los Angeles. Desde allí, todos los reclutas fuimos colocados en un bus y llevados al centro de recepción en Fort MacArthur, un antiguo puesto del Ejército situado en Point Fermin justo en los límites de la ciudad, al sur de San Pedro. El fuerte se estableció en 1914 a la orilla de las rompientes del oceáno para la defensa del Puerto de Los Angeles. Se bautizó el fuerte con el nombre de Teniente General Arthur MacArthur en honor al padre del aún más famoso general de la SGM Douglas MacArthur.

En el periodo entreguerras se instalaron en los acantilados varios cañones de 14 pulgadas sobre raíles para suplementar los morteros de 12 pulgadas y los desaparecidos fusiles de 14 usados para la defensa de costas durante la Primera Guerra Mundial. Cuando los USA entraron en la SGM se reforzaron estas defensas con baterías de costa de 16” y con un incremento de las actividades de entrenamiento artillero.

En Point Fermin había una agotadora rutina y un intento valiente del Ejército por anular cualquier conexión de un recluta con su pasado como civil. Una de las primeras cosas que se hicieron fue intervenir en la vestimenta, la mayoría de esta expedición inicial consistía en darnos material sobrante de segunda mano, alguna de las prendas provenía de la Primera Guerra Mundial. Recuerdo estar en una fila siguiendo una marca en el suelo sobre la que estabas obligado a caminar. También había unas líneas a los lados que actuaban como una especie de medidor. Se me entregaron unos baldes de arena para agarrar uno en cada mano. A las nueve y media David, uno de los controladores, se puso a dar gritos. Desde el mostrador de los enormes archivos de suministros vinieron volando un par de botas del 9 y medio. Y al final del día, se nos ordenó a los reclutas deshacernos de la ropa de civil y depositarla en una bolsa con su dirección de correo para enviárnosla a nuestros domicilios. Cuando la última pizca de ropa de civil fue cambiada por el aburrido verde oliva, desapareció el último vestigio de vida civil.

En la terminal de instrucción o centro de recepción comenzó el proceso de transformación de recluta a soldado. Se hacía por diferentes medios a menudo bastante desagradables para aquellos que amábamos la privacidad. Había largas colas de hombres desnudos corriendo de arriba para abajo por los enormes barracones. Al principio de la cola te vacunaban y al final de ella te ponían los zapatos. Nos pusieron en fila de a uno ante un edificio lleno de barberos que trabajaban en serie. Cuando uno acababa, el otro se sentaba para salir trasquilado como las ovejas, a mechones, esa es la mejor descripción para aquel corte de pelo. El trabajo de la maquinilla eléctrica llevaba un minuto. Después de aquello todos parecíamos iguales. Pronto aprendimos de que se trataba de perder nuestra identidad para transformarnos en soldados. Desde aquel momento eras identificado por la primera letra de tu apellido y con los ocho números que te asignaban, era tu número de serie del Ejército (ASN). Mi nombre Askerman, y mi núm. 39279225 se acortaba a A-9225 para troquelar en los macutos y en todos los artículos que se me proporcionaban. Las cuestiones administrativas se ocupaban de: un libro de cuentas para controlar mis honorarios diarios y las vacunas que se me habían administrado. Hice testamento y preparé la cuestión de los seguros de vida. Le envié a mi madre todas mis pertenencias, la nombré beneficiaria de mi herencia y de los 10.000 dolares de la póliza de Seguridad Nacional.

Durante los pocos días que pasé en en Fort MacArthur se me signó una compañía del Ejército y una pequeña instrucción militar que trataba básicamente de facilitar a las autoridades la tutela de aquella gran oleada de hombres y su riada de demandas por atender. Pero la verdad es que la instrucción y la severidad de Ejército brillaba por su ausencia y que disponíamos de un motón de tiempo para nosotros. El fuerte encontraba en unos acantilados sobre el Océano Pacífico. La olas salpicaban el lugar donde pasábamos el tiempo y Errol Flynn, tan popular en aquella época, tenía su yate amarrado ajusto al lado de donde nos apoyábamos en la cadena mirando al horizonte. Solíamos reunirnos allí por si alcanzábamos a ver alguna de sus conquistas, algo que fuese visible desde allí. En aquel momento, él era nuestro héroe de batallas románticas con las chavalas adolescentes, y esperábamos poder descubrir cualquier escándalo en su barco. Nunca vimos nada que valiese la pena, pero estoy seguro que no hubiese sido así si hubiésemos podido echar un ojo dentro del barco.
Algunos reclutas se adaptaron rápidamente a la vida militar. Es más, nunca habían vivido tan bien. Lo típico era la descripción de los granjeros que solían levantarse a las cuatro y media de la mañana, lavarse, vestirse, preparar la litera y luego sentarse a esperar. Parecía que les sobraba el día. Un recluta entusiástico de Texas escribía en sus cartas que estaba encantado porque le dejaban dormir hasta las cinco y media.

En el atardecer del 29 de enero me dieron un pase pernocta. En una ocasión anterior ya me había dado tiempo a ir a casa en mi Chevrolet para volver a la base. Así que me fui a casa y volví el 30 por la mañana. Aparqué en la calle que estaba pegada a la puerta principal de la base. Los de mi grupo me habían aseguradp que recibiríamos otro pase en pocos días. Vale, pues esa misma tarde nos metieron en un bus y nos llevaron a estació y a la noche estaba en un tren camino de Mississipi y mi querido coche quedó en la puerta de la base esperando por mí. Me dio tiempo a escribrle a mi hermano Dick una carta con la llave del coche adjunta y de alguna manera logré echarla en el buzón durante el camino. Dick se fue allí y encontró el coche sin problema. Lo condujo el resto de la guerra y me confesó que fue el mejor coche que condujo en su vida.
Continuará…

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Mensaje por pitivw » Jue Dic 31, 2009 7:54 pm

Último testimonio de Askerman.

A excepción del enorme Fort Lewis de Washington, la mayoría los campos de entrenamiento militar estaban localizados en el Sur de los Estados Unidos.
Keesler Field, el cuartel donde me dieron el entrenamiento básico no era una excepción, se localizaba cerca de Biloxi (Mississipi) pegado al Golfo de México, a 60 millas al oeste de Mobile (Alabama) y 85 millas al este de New Orleans (Louisiana). Biloxi, que significa “Los primeros pobladores” se estableció en 1719. La región fue pasando de mano en mano por diferentes gobiernos de Francia, Gran Bretaña, España, la República Occidental de Florida y a la Confederación de los Estdos Unidos, cada uno aportando su cultura y sus costumbres. Todo estuvo bien allí, pero solamente pasé cuatro semanas y fue poco tiempo.
Keesler Field era también una escuela de mecánicos de aviación. Muchos de mis ingenieros de vuelo en los escuadrones que servimos en el extranjero recibieron formación allí.
En aquellos días todo el estamento militar caminaba a pasos acelerados. Nuestro entrenamiento básico, que normalmente ocupaba tres meses se redujo a 28 días para nosotros. Nos destinaron por diferentes puntos de las Fuerzas Aéreas e imagino que se figuraron que no necesitaríamos todo el rollo destinado al Ejército regular porque no íbamos a ser de la Infantería. Me hicieron una larga serie de test y pasé los requisitos para ser artillero aéreo, pero aún así, pasamos horas entrenando con la bayoneta, emboscadas, ataques a la carga y pista americana. También desfilamos, corrimos obstáculos e hicimos marcha y caminatas.

Para mí y para los demás fue una experiencia excitante. Por mi trabajo en la granja estaba en estupenda forma física y los duros ejercicios no suponían esfuerzo. Las carreras de obstáculos tampoco eran problema, al contrario, eran divertidos y algunos incluso los practicábamos en nuestro tiempo libre. Algunos amigos en cambio, lo pasaban fatal. En alguno de los más duros tenías que subir por una pared y colgarte de la cuerda al estilo Tarzán sobre un gran hoyo lleno de barro. Había un par de trampas en el hoyo. Primero necesitabas elevarte y agarrar la cuerda lo más alto posible para que no te llevase demasiado lejos. Segundo, tenías que agarrar la cuerda más ariba de la cabeza y estar seguro que la dejabas al otro lado en el momento justo. Era muy gracioso cuando el soldado no se soltaba en el otro lado y se mecía en la cuerda hasta caer en el medio del hoyo de barro. No tenía otro remedio que soltarse y caer en la mierda. Y luego el uniforme todo sucio ademostraba lo torpe que había sido. No recuerdo que me hubiera pasado nunca, pero era una de las cosas más vergonzosas de ver en el escuadrón.
Pero con las armas automáticas desaparecía el mal trago del desfilar, yo creo que es el método más efectivo para generar solidaridad. Nos dividian en pequeños grupos de doce o así y hacíamos instrucción hora tras hora en aquel patio enorme. Aprendimos las órdenes y la formación en pequeños grupos y luego nos incorporaban a grupos más grandes hasta completar una gran formación única que discurría entre los enormes robles del bosque y el musgo español metidos entre niebal y humedad para luego ser enviados a cualquier lugar asqueroso.

Después de cincuenta años no he logrado olvidar un hecho que nos pasó en aquel sitio. Habíamos estado haciendo instrucción bastante intensa y nos dijeron que podíamos sentarnos en el suelo a descansar. Tras un rato oimos la voz de un sargento instructor negro que precedía un escuadron de soldados de color. No eran reclutas normales sino un grupo de soldados bien entrenados. Llevaban polainas y guantes blancos, cinturones blancos y brillantes cascos plateados. Iban en perfecta formación en alturas, ¡oh, Dios mío! Qué bien lo hacían. Ejecutaban los pasos que habíamos practicado durante horas y lo hacían a la perfección de forma que parecía fácil. Aquello obviamente lo hicieron en beneficio nuestro y una vez que se nos mostró cómo se hacía bien nos ordenaron volver al trabajo.

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