Comandantes alemanes

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Erich Hartmann
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Comandantes alemanes

Mensaje por Erich Hartmann » Dom Abr 23, 2006 11:52 pm

Hola a todos. El presente texto es un traducción mía del libro publicado por Osprey German Commanders of World War II de Anthony Kemp, Angus Mcbride, que iré publicando por entregas según vaya avanzando. Como está compuesto por una introducción, unas cuantas biografías, y algunas láminas ilustradas decidí encuadrarlo en este subforo. Probablemente algunas ya estarán repetidas, pero me pareció intersante reunir una serie de biografías de comandantes alemanes dentro de un mismo tema.

Comandantes alemanes de la Segunda Guerra mundial

Las fuerzas armadas de Alemania.

El presente libro contiene en breve esbozo de las carreras de cierto número de altos oficiales alemanes durante la Segunda guerra mundial. A propósito he escogido una selección representativa tanto de aquellos que tuvieron un poder considerable sobre tropas en el frente como los que fueron estrictamente oficiales del Estado Mayor como Keitel y Halder. Me gustaría recalcar que esta selección es personal y no supone ningún orden de prioridad o incluso mérito.

Para todos aquellos aficionados a la historia militar muchos de estos nombres resultan familiares. Sin embargo, es una paradoja que se hayan escrito tan pocas biografías con la excepción algunos generales célebres como Rommel. Aún hoy en día permanece la impresión de los generales alemanes como personajes obstinados, de rostros cruzados por cicatrices, prusianos con sus monóculos. En muy pocos casos esto era verdad, pero el caso es que todo ellos eran seres humanos, más o menos corrientes. Ningún ejército posee el monopolio de la competencia; y las fuerzas armadas de Alemania, incluso si produjeron uno o dos militares que permanecerán en la historia como “geniales”, tuvieron sin duda un gran número de ellos que merecidamente permanecerán en un meritorio segundo puesto.

Por las limitaciones de espacio es imposible discutir sobre el desarrollo del cuerpo de oficiales alemán con detenimiento, pero sí es importante vislumbrar en cierto modo los antecedentes para así comprender a los actores en el escenario de la guerra. Hitler afirmó una vez que tenía una marina cristiana, un ejército revolucionario y una fuerza aérea nacionalsocialista, y en gran medida llevaba razón.

En Alemania, el ejército siempre había sido una alta institución con una larga tradición de intervención en la política. Esto permaneció indirectamente después del fin de la Primera guerra mundial. El Tratado de Versalles redijo el ejército alemán a una fuerza de 100.000 hombres; pero bajo los designios del general Von Seekt se encontró la forma de burlar estas disposiciones. Cuando Hitler subió al poder a principios de 1933 tenía la firme convicción de comenzar un rearme ilegal que le serviría para reconstruir sus fuerzas armadas.

La influencia de la Guardia y la caballería en el antiguo Ejército Imperial había sobrepasado ampliamente sus cifras reales y esta situación continuó durante el Tercer Reich, aunque tendía a reducirse por la aparición de jóvenes oficiales afines al nacionalsocialismo. Es más, en 1939 aproximadamente un tercio de los generales en activo poseían el von precediendo a sus apellidos e indicando su pertenencia a la nobleza. Sin embargo, muchos de ellos habrían sido clasificados de “pequeños aristócratas”. Además, la gran mayoría procedía del norte de Alemania, los territorios tradicionales de Prusia.

Sería justo decir que la mayoría de los altos oficiales se alegraron de la llegada de Hitler al poder, con la salvedad de que pensaron que serían capaces de controlarlo. De hecho, muchos de ellos despreciaban a aquel cabo presuntuoso, a pesar de que se dedicó a reconstruir el ejército alemán. Sin embargo, como el genio liberado de la lámpara, éste terminó por controlarlos a ellos.

Hitler necesitaba las fuerzas armadas para afianzar su poder e inicialmente estuvo dispuesto a cooperar, hasta el punto de legar a aniquilar a su organización rival, las SA. Ernst Röhm, si líder, junto con algunos miembros de su familia, fue asesinado durante una sangrienta purga el 30 de junio de 1934. Desde entonces, el Ejército se encontró en una resbaladiza pendiente de la que no pudo escapar. Las primeras victorias sin derramamiento de sangre en el Rin, Austria y Checoslovaquia proporcionaron a Hitler un aura de infalibilidad. Esto fue lo que le permitió deshacerse de los dos generales de más alta graduación, Blomberg y von Fritsch, para continuar con una purga general en el Ejército.

A medida que la posibilidad de una guerra con Francia se hacía más patente, ciertos oficiales superiores comenzaron a conjurar de forma indecisa e inconexa. Estaban divididos entre su juramento de lealtad a Hitler como jefe de estado y su repugnancia hacia un régimen que, según sus creencias, acabaría por llevar a Alemania a la ruina.

La campaña de Polonia resultó ser otra victoria fácil, seguida por la conquista de parte de Escandinavia, Países Bajos y Francia. Hitler pudo decir a sus generales “Ya os lo dije”. Los comandantes victoriosos disfrutaron de ascensos y condecoraciones, e incluso 12 de ellos fueron ascendidos a mariscales en un solo día, desprestigiando de algún modo este rango. Hitler comenzó a incrementar sus intervenciones personales en la dirección de la guerra, llegando a veces a inmiscuirse en la disposición de los batallones. Para aquellos que estaban de acuerdo con él su ascenso podía ser muy rápido, aunque su caída podía ser más veloz aún. Hombres como el mariscal Von Rundstedt eran frecuentemente destituidos sólo para volver a ser llamados de nuevo, mientras muchos otros simplemente caían en el olvido.

La catástrofe final para el Ejército fue el atentado frustrado del 20 de julio de 1944. Como resultado, numerosos generales fueron ejecutados y la poca confianza que le quedaba a Hitler en la capacidad del ejército se esfumó.

Tras la contienda, muchos generales que aparecían en las prisiones aliadas se dedicaron, pluma en mano, a justificar sus actitudes y acciones, y en muchos casos echaron toda la culpa a Hitler. Pasaban por alto que muchos altos oficiales estaban ansiosos por participar en las conquistas y por ello tuvieron que unirse a Hitler en la derrota.

La “marina cristiana” era en muchos sentidos una organización independiente, y tendía a permanecer así inicialmente bajo el dominio total del gran almirante Raeder. Hitler nunca llegó a comprender con claridad los principios de la estrategia marítima. Tenía unas expectativas demasiado elevadas para sus barcos más importantes, que poco pudieron hacer durante la contienda. Resulta irónico que el sucesor electo de Hitler tuviera que ser un almirante, Dönitz, que tuvo que presenciar la desintegración final del Reich.

Paralelamente al Ejército, estaban las Waffen-SS, que no deben ser confundidas con las Allgemeine-SS, la GESTAPO o el SD. Originalmente concebidas como una guardia política de élite, las Waffen-SS fueron destinadas al combate cada vez más; resultaron extremadamente efectivas en el campo de batalla, aunque su reputación se vino abajo por las atrocidades perpetradas por una minoría. Sin embargo, la escasez de soldados provocada por las bajas en Rusia condujeron a su disolución final. Hacia 1944, las divisiones de las Waffen-SS se llenaron con reclutas, personal procedente de otros sectores y un gran número de extranjeros, con o sin origen alemán.

En muchos sentidos, la Luftwaffe fue una creación del Partido Nazi. El Ejército perdió interés en los aviones en el período de entreguerras debido a la prohibición del Tratado de Versalles de poseerlos. A pesar de que muchos de los fundadores eran ex-oficiales del Ejército, la administración y la reserva se desarrollaron a lo largo de diferentes líneas, en gran medida como resultado de la influencia de Göring. Kesselring, sin embargo, pudo combinar una carrera en la Luftwaffe con un alto cargo en tierra. La tragedia fue que la Luftwaffe no pudo cumplir las promesas realizadas en su nombre por sus comandantes.

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