El enigma Speer
Publicado: Dom Sep 04, 2005 11:22 pm
Artículo a mi entender interesante de María Cóndor, aparecido en la revista : Descubrir el arte, en agosto de 2003.
El enigma Speer
Albert Speer, el arquitecto de Hitler, construyó espléndidos laberintos para el Minotauro. Seductor, oportunista y creativo, es sin lugar a dudas la figura más ambigua e interesante del Tercer Reich
Poco después de concluir el Juicio de Nuremberg, que lo sentenciaría a veinte años de prisión, y antes de su traslado a Spandau, Speer escribió en su diario: "Hitler puso todo un mundo a mis pies". En estas lacónicas pero impresionantes palabras se encuentra la clave, tanto de la peculiar posición de Speer, culto, refinado e inteligente, en el oscuro mundo del nazismo, como de su no menos peculiar relación con el dictador. La tragedia de Speer es la tragedia de Alemania: entender la de aquél nos ayuda a explicarnos la de ésta. El descenso a los infiernos, la ceguera voluntaria, la aceptación de la culpa, el horror retrospectivo y el largo y doloroso proceso de autorreconstrucción son análogos en ambos casos. Para interpretar correctamente su implicación con el régimen nazi hay que dejar claro que no tuvo un carácter ideológico ni político, a menos que queramos entender corno tal el vago deseo de seguridad que tan importante papel desempeñó en la claudicación de la burguesía ante el nuevo orden, y más aún en el caso de Speer, cuya infancia y adolescencia estuvieron marcadas por una vida familiar fría y distante y por una hiperprolección que lo haría posteriormente vulnerable. El vínculo fue de manera exclusiva y de principio a fin la persona del dictador, desde la afiliación de Speer al partido en 1931, tras oír a un Hitler aparentemente moderado y respetable. Las etapas de su ascenso profesional —y después, político— obedecen a su posición como favorito del dictador, a quien convenía un arquitecto joven y moldeable, cuya imaginación pudiera él fecundar con sus propias ideas de aficionado megalómano. La intensa relación emocional que se desarrolló entre los dos -observada ya, no sin asombro, por sus contemporáneos cercanos- está en la raíz, de la meteórica carrera de Speer, cuyos comienzos profesionales con el partido recién llegado al poder fueron casuales y modestos, pero llamaron la atención de algunos, entre ellos el propio Hitler.
Primero de Mayo.
Ya en 1933 inicia una de sus líneas creativas principales –la escenografía de las asambleas del partido- con la organización de la celebración del Primero de Mayo en Tempelhof (Berlín), donde ya muestra su sentido del esplendor teatral y utiliza grandes banderas y reflectores, a la par que convierte la tribuna, con sus altos estandartes rectangulares, en una especie de nave gigantesca con las velas desplegadas. En el éxito de este trabajo tendrán origen su primer encuentro con Hitler y el encargo de las asambleas anuales del partido nazi en Nuremberg, donde desarrolla sus originales ideas, proponiendo celebrar las ceremonias por la noche para ocultar a los capitostes, poco gratos a la vista y bien metidos en carnes, y sobre todo para tener ocasión de crear un ámbito mágico de arquitectura de la luz mediante 13O reflectores cuyo préstamo conseguirá de la Luftwaffe. Con ellos, verticales o cruzados formando una cúpula, logra un efecto fantástico de extraordinaria belleza -"catedral de hielo" lo denominó el embajador británico en aquellos postreros años de relación diplomática- y gran poder de sugestión, y crea un espacio de protección, pertenencia y aislamiento, con la luz como símbolo de certidumbre. Podemos aventurar una influencia del teatro berlinés de los años veinte en esta preferencia por la abstracción formal y un lenguaje modernista al que más adelante tendrá que renunciar.
La intervención de Speer en Nuremberg fue también puramente arquitectónica. En 1934 Hitler le encarga una tribuna de piedra para el Campo Zeppelín y después la reordenación de todo el conjunto y sus nuevos edificios; las obras apenas progresarán y quedarán interrumpidas al empezar la guerra.
Pero será durante la remodelación de la Cancillería por Troost, a la sazón principal arquitecto de Hitler y como ayudante del cual se eligió a Speer, cuando arquitecto y patrono inicien un trato personal y continuado. En el año 1934 muere Troost y Speer se convierte, con veintiocho años, en primer arquitecto del Führer y del Reich.
En 1937 Hitler nombra a Speer Inspector General de Edificación para la remodelación de Berlín, con rango de ministro y responsabilidad sólo ante el Führer. Ese mismo año diseña el Pabellón Alemán para la Exposición Internacional de París. En 1938 están a punto de empezar 1as obras de Berlín, pero ante le aguardaba un desafío inusual: el dictador le encargó la Nueva Cancillería en el plazo de un año y él la "dio a luz" tras nueve meses, en enero de 1939. Si la concepción y el nacimiento de esta obra fueron singulares, aún más lo fue su final, telón del último acto de la tragedia: el bello edificio fue destruido por los bombardeos y en su bunker puso fin a su vida el dictador.
Es peculiar por su planta estrecha y muy alargada —el espacio disponible— y su integración con la naturaleza, ya que toda la fachada interior da a jardines; dominan en él columnas, pilastras, hileras de vanos muy marcadas y cornisas de gran proyección. El monumentalismo, la simetría y la riqueza de materiales no excluyen una gracia y un sentido de la proporción que Speer también tendría que dejar de lado en su siguiente empeño, la culminación del delirio hitleriano que había de llamarse Germania, la nueva capital: Alemania como centro del mundo, Berlín como centro de Alemania y el dictador como centro de su capital imperial. Es aquí donde mejor se plasma el lenguaje del poder en su particular versión hitleriana. Es en este proyecto donde más se aleja Speer de Tessenow, su maestro, defensor de la sencillez y de la arquitectura como hogar, evitando toda grandilocuencia.
Eje gigantesco.
En descargo de Speer hay que decir que las directrices del proyecto fueron del propio Hitler: él impuso no sólo la idea del gigantesco eje sino también las dos monstruosas construcciones que protagonizan el conjunto, diseñadas por él hacia 1925: la Gran Sala con cúpula (con cabida para 180.000 personas), que había de ser el edificio más grande del mundo, y el amazacotado y desaforado Arco de Triunfo.
La cirugía de la remodelación suponía destruir unas 54.000 viviendas, la estructura urbana decimonónica y la propia historia de la ciudad. La arquitectura renuncia a su función social por otra meramente representativa, de "fachada", un pseudoclasicismo sin vida. Es curioso citar las reacciones muy similares de dos personas al conocer algunas maquetas del proyecto. El padre de Speer —también arquitecto— dijo: "¡Os habéis vuelto locos!" y el arquitecto italiano Luigi Nervi exclamó: "¡Increíble! ¡Deben de haberse vuelto locos!"
Así pues, en pocos años el joven arquitecto se había convertido en un personaje fundamental del círculo inmediato de Hitler y en una especie de válvula de escape o de ornamento, que una mirada superficial podría ver como una figura paralela a Eva Braun, aquel patético y desdichado "florero"
Actividad constructiva
Pero Speer fue mucho más que un "florero". Encumbrado por el capricho del tirano y en posesión de su plena confianza, en la siguiente etapa sus responsabilidades serían muy otras. Desde el estallido de la guerra en septiembre de 1939, la actividad constructiva se ve muy reducida, si bien Hitler seguirá fantaseando hasta el final con sus grandiosos proyectos. Pero en 1942 la vida de Speer da un nuevo giro, más inesperado todavía que los anteriores y de consecuencias más trascendentales y graves para él. La muerte de Todt, ministro de Armamento y Munición desde 1940, lleva a Hitler a poner este cargo en las inexpertas manos de Speer, que no obstante hará gala del mismo excepcional genio organizativo que en los empeños constructivos y aumentará la deficiente producción bélica alemana hasta niveles inusitados. Su cargo pasará a ser el de ministro de Armamento y Producción de Guerra en 1943. Llegará a ser un auténtico dictador económico y a acumular un poder extraordinario.
Conviene recordar que en el Proceso de Nuremberg fue juzgado y condenado bajo las acusaciones III y IV, crímenes de guerra y crímenes contra la Humanidad, no, por supuesto, por su actividad como arquitecto de Hitler ni como depositario de su confianza y de un profundo y duradero afecto que es quizá el único rasgo humano del dictador, sino por su responsabilidad por la utilización de trabajo esclavo, sobre todo de los territorios ocupados, en la industria armamentística alemana. De los veintidós acusados, sólo siete se libraron de la pena de muerte; él fue uno de ellos. Las razones de la clemencia fueron su intervención para evitar que se cumplieran las órdenes de Hitler de arrasar Alemania antes de la entrada de los aliados, su actuación para que se mejorara la alimentación y el alojamiento de los trabajadores y, sobre todo, su asunción y reconocimiento de su culpa sin excusas ni paliativos, a pesar de refugiarse en la falacia del tecnócrata apolítico.
Speer es un caso "de laboratorio" para reflexionar sobre la complejidad del espíritu humano y las profundas contradicciones a que puede conducir. Esas contradicciones están también presentes en su trabajo como arquitecto, en el que se mezclan diversas influencias e inspiraciones, amén de la constante interferencia del diletante Hitler. Pero no hay que tomar demasiado al pie de la letra el amor del sátrapa por este arte. Su "rostro oculto" se revela en una reminiscencia de Speer en Spandau. Recordando su propio amor por la nieve y el agua, sugiere que el elemento dominante de Hitler sería el fuego, por sus continuas fantasías sobre ciudades en llamas, pero cuando más exaltado lo encontró fue una vez cuando, al final de la guerra, describe delirante "el desmoronamiento, en una tempestad de llamas, de Nueva York y sus rascacielos, convertidos en teas encendidas; su estruendoso derrumbamiento, el reflejo de la urbe ardiendo en los sombríos cielos". Después del 11 de septiembre de 2001 sobra todo comentario.
Otra dimensión trágica del destino de Speer atañe a su vida creativa. Algunas de sus obra eran efímeras por su propia naturaleza (los eventos escenográficos de Nuremberg y el Pabellón de París) ; otras quedaron sólo en proyecto (la casi totalidad de la remodelación de Berlín y la mayor parte del conjunto de Nuremberg) y, de lo poco que se realizó, la Nueva Cancillería, su obra más brillante, fue totalmente destruida. Tuvo menos suerte que Troost, varias de cuyas obras en Munich se han conservado y sirven a fines más nobles.
Sólo gracias a las fotografías y maquetas podemos hoy conocer lo que fue la obra de Speer. La fotografía nos ayuda también a captar sutiles impresiones de los protagonistas y el ambiente de la época, como las muy conocidas que presentan a Speer y a Hitler -una versión parda de la Bella y la Bestia- examinando proyectos. La imagen de Speer junto a su Minotauro o entre la pandilla vulgar y horrorosa de la jerarquía nazi produce un efecto extraño. Es curioso señalar que Leni Riefenstahí, la genial cineasta que también se dejó arrastrar por el sumidero que empezó a girar en enero de 1933, recordaba que al contemplar en el periódico una foto de Speer, la visión de su hermoso y sereno rostro aplacó sus dudas sobre el nazismo; acaso en un afán excesivo de autojustificación y llevando el argumento estético ad absurdum, dijo que "si alguien con una cara como aquélla estaba a favor de Hitler, entonces es que había algo en ello".
Se ha especulado mucho recientemente y con poco fundamento sobre la orientación sexual de Hitler y en ese contexto era inevitable que saliera a relucir el papel de Speer. Su aura de artista, su encanto personal y su atractivo físico lo hacían candidato idóneo a las atenciones de un Hitler homosexual que no es más que una fantasía. Sí es real la asombrosa vinculación afectiva entre un dictador inhumano y un joven artista reservado, casi tímido, emocionalmente inhibido y extremadamente ambicioso. Pero nada más disparatado que imaginar a Speer como amante de Hitler. Pero hizo algo infinitamente peor: prostituir su alma, su dignidad y su talento por una carrera en la cumbre, por la fama y la intimidad con el poder, por la oportunidad de crear. A pesar de todo, no puedo evitar la impresión de que algo en él salió limpio de aquel baño de inmundicia. ¿Quién sabe? Acaso tengamos que resignarnos a que Albert Speer siga siendo el "enigma Speer".
Saludos cordiales
El enigma Speer
Albert Speer, el arquitecto de Hitler, construyó espléndidos laberintos para el Minotauro. Seductor, oportunista y creativo, es sin lugar a dudas la figura más ambigua e interesante del Tercer Reich
Poco después de concluir el Juicio de Nuremberg, que lo sentenciaría a veinte años de prisión, y antes de su traslado a Spandau, Speer escribió en su diario: "Hitler puso todo un mundo a mis pies". En estas lacónicas pero impresionantes palabras se encuentra la clave, tanto de la peculiar posición de Speer, culto, refinado e inteligente, en el oscuro mundo del nazismo, como de su no menos peculiar relación con el dictador. La tragedia de Speer es la tragedia de Alemania: entender la de aquél nos ayuda a explicarnos la de ésta. El descenso a los infiernos, la ceguera voluntaria, la aceptación de la culpa, el horror retrospectivo y el largo y doloroso proceso de autorreconstrucción son análogos en ambos casos. Para interpretar correctamente su implicación con el régimen nazi hay que dejar claro que no tuvo un carácter ideológico ni político, a menos que queramos entender corno tal el vago deseo de seguridad que tan importante papel desempeñó en la claudicación de la burguesía ante el nuevo orden, y más aún en el caso de Speer, cuya infancia y adolescencia estuvieron marcadas por una vida familiar fría y distante y por una hiperprolección que lo haría posteriormente vulnerable. El vínculo fue de manera exclusiva y de principio a fin la persona del dictador, desde la afiliación de Speer al partido en 1931, tras oír a un Hitler aparentemente moderado y respetable. Las etapas de su ascenso profesional —y después, político— obedecen a su posición como favorito del dictador, a quien convenía un arquitecto joven y moldeable, cuya imaginación pudiera él fecundar con sus propias ideas de aficionado megalómano. La intensa relación emocional que se desarrolló entre los dos -observada ya, no sin asombro, por sus contemporáneos cercanos- está en la raíz, de la meteórica carrera de Speer, cuyos comienzos profesionales con el partido recién llegado al poder fueron casuales y modestos, pero llamaron la atención de algunos, entre ellos el propio Hitler.
Primero de Mayo.
Ya en 1933 inicia una de sus líneas creativas principales –la escenografía de las asambleas del partido- con la organización de la celebración del Primero de Mayo en Tempelhof (Berlín), donde ya muestra su sentido del esplendor teatral y utiliza grandes banderas y reflectores, a la par que convierte la tribuna, con sus altos estandartes rectangulares, en una especie de nave gigantesca con las velas desplegadas. En el éxito de este trabajo tendrán origen su primer encuentro con Hitler y el encargo de las asambleas anuales del partido nazi en Nuremberg, donde desarrolla sus originales ideas, proponiendo celebrar las ceremonias por la noche para ocultar a los capitostes, poco gratos a la vista y bien metidos en carnes, y sobre todo para tener ocasión de crear un ámbito mágico de arquitectura de la luz mediante 13O reflectores cuyo préstamo conseguirá de la Luftwaffe. Con ellos, verticales o cruzados formando una cúpula, logra un efecto fantástico de extraordinaria belleza -"catedral de hielo" lo denominó el embajador británico en aquellos postreros años de relación diplomática- y gran poder de sugestión, y crea un espacio de protección, pertenencia y aislamiento, con la luz como símbolo de certidumbre. Podemos aventurar una influencia del teatro berlinés de los años veinte en esta preferencia por la abstracción formal y un lenguaje modernista al que más adelante tendrá que renunciar.
La intervención de Speer en Nuremberg fue también puramente arquitectónica. En 1934 Hitler le encarga una tribuna de piedra para el Campo Zeppelín y después la reordenación de todo el conjunto y sus nuevos edificios; las obras apenas progresarán y quedarán interrumpidas al empezar la guerra.
Pero será durante la remodelación de la Cancillería por Troost, a la sazón principal arquitecto de Hitler y como ayudante del cual se eligió a Speer, cuando arquitecto y patrono inicien un trato personal y continuado. En el año 1934 muere Troost y Speer se convierte, con veintiocho años, en primer arquitecto del Führer y del Reich.
En 1937 Hitler nombra a Speer Inspector General de Edificación para la remodelación de Berlín, con rango de ministro y responsabilidad sólo ante el Führer. Ese mismo año diseña el Pabellón Alemán para la Exposición Internacional de París. En 1938 están a punto de empezar 1as obras de Berlín, pero ante le aguardaba un desafío inusual: el dictador le encargó la Nueva Cancillería en el plazo de un año y él la "dio a luz" tras nueve meses, en enero de 1939. Si la concepción y el nacimiento de esta obra fueron singulares, aún más lo fue su final, telón del último acto de la tragedia: el bello edificio fue destruido por los bombardeos y en su bunker puso fin a su vida el dictador.
Es peculiar por su planta estrecha y muy alargada —el espacio disponible— y su integración con la naturaleza, ya que toda la fachada interior da a jardines; dominan en él columnas, pilastras, hileras de vanos muy marcadas y cornisas de gran proyección. El monumentalismo, la simetría y la riqueza de materiales no excluyen una gracia y un sentido de la proporción que Speer también tendría que dejar de lado en su siguiente empeño, la culminación del delirio hitleriano que había de llamarse Germania, la nueva capital: Alemania como centro del mundo, Berlín como centro de Alemania y el dictador como centro de su capital imperial. Es aquí donde mejor se plasma el lenguaje del poder en su particular versión hitleriana. Es en este proyecto donde más se aleja Speer de Tessenow, su maestro, defensor de la sencillez y de la arquitectura como hogar, evitando toda grandilocuencia.
Eje gigantesco.
En descargo de Speer hay que decir que las directrices del proyecto fueron del propio Hitler: él impuso no sólo la idea del gigantesco eje sino también las dos monstruosas construcciones que protagonizan el conjunto, diseñadas por él hacia 1925: la Gran Sala con cúpula (con cabida para 180.000 personas), que había de ser el edificio más grande del mundo, y el amazacotado y desaforado Arco de Triunfo.
La cirugía de la remodelación suponía destruir unas 54.000 viviendas, la estructura urbana decimonónica y la propia historia de la ciudad. La arquitectura renuncia a su función social por otra meramente representativa, de "fachada", un pseudoclasicismo sin vida. Es curioso citar las reacciones muy similares de dos personas al conocer algunas maquetas del proyecto. El padre de Speer —también arquitecto— dijo: "¡Os habéis vuelto locos!" y el arquitecto italiano Luigi Nervi exclamó: "¡Increíble! ¡Deben de haberse vuelto locos!"
Así pues, en pocos años el joven arquitecto se había convertido en un personaje fundamental del círculo inmediato de Hitler y en una especie de válvula de escape o de ornamento, que una mirada superficial podría ver como una figura paralela a Eva Braun, aquel patético y desdichado "florero"
Actividad constructiva
Pero Speer fue mucho más que un "florero". Encumbrado por el capricho del tirano y en posesión de su plena confianza, en la siguiente etapa sus responsabilidades serían muy otras. Desde el estallido de la guerra en septiembre de 1939, la actividad constructiva se ve muy reducida, si bien Hitler seguirá fantaseando hasta el final con sus grandiosos proyectos. Pero en 1942 la vida de Speer da un nuevo giro, más inesperado todavía que los anteriores y de consecuencias más trascendentales y graves para él. La muerte de Todt, ministro de Armamento y Munición desde 1940, lleva a Hitler a poner este cargo en las inexpertas manos de Speer, que no obstante hará gala del mismo excepcional genio organizativo que en los empeños constructivos y aumentará la deficiente producción bélica alemana hasta niveles inusitados. Su cargo pasará a ser el de ministro de Armamento y Producción de Guerra en 1943. Llegará a ser un auténtico dictador económico y a acumular un poder extraordinario.
Conviene recordar que en el Proceso de Nuremberg fue juzgado y condenado bajo las acusaciones III y IV, crímenes de guerra y crímenes contra la Humanidad, no, por supuesto, por su actividad como arquitecto de Hitler ni como depositario de su confianza y de un profundo y duradero afecto que es quizá el único rasgo humano del dictador, sino por su responsabilidad por la utilización de trabajo esclavo, sobre todo de los territorios ocupados, en la industria armamentística alemana. De los veintidós acusados, sólo siete se libraron de la pena de muerte; él fue uno de ellos. Las razones de la clemencia fueron su intervención para evitar que se cumplieran las órdenes de Hitler de arrasar Alemania antes de la entrada de los aliados, su actuación para que se mejorara la alimentación y el alojamiento de los trabajadores y, sobre todo, su asunción y reconocimiento de su culpa sin excusas ni paliativos, a pesar de refugiarse en la falacia del tecnócrata apolítico.
Speer es un caso "de laboratorio" para reflexionar sobre la complejidad del espíritu humano y las profundas contradicciones a que puede conducir. Esas contradicciones están también presentes en su trabajo como arquitecto, en el que se mezclan diversas influencias e inspiraciones, amén de la constante interferencia del diletante Hitler. Pero no hay que tomar demasiado al pie de la letra el amor del sátrapa por este arte. Su "rostro oculto" se revela en una reminiscencia de Speer en Spandau. Recordando su propio amor por la nieve y el agua, sugiere que el elemento dominante de Hitler sería el fuego, por sus continuas fantasías sobre ciudades en llamas, pero cuando más exaltado lo encontró fue una vez cuando, al final de la guerra, describe delirante "el desmoronamiento, en una tempestad de llamas, de Nueva York y sus rascacielos, convertidos en teas encendidas; su estruendoso derrumbamiento, el reflejo de la urbe ardiendo en los sombríos cielos". Después del 11 de septiembre de 2001 sobra todo comentario.
Otra dimensión trágica del destino de Speer atañe a su vida creativa. Algunas de sus obra eran efímeras por su propia naturaleza (los eventos escenográficos de Nuremberg y el Pabellón de París) ; otras quedaron sólo en proyecto (la casi totalidad de la remodelación de Berlín y la mayor parte del conjunto de Nuremberg) y, de lo poco que se realizó, la Nueva Cancillería, su obra más brillante, fue totalmente destruida. Tuvo menos suerte que Troost, varias de cuyas obras en Munich se han conservado y sirven a fines más nobles.
Sólo gracias a las fotografías y maquetas podemos hoy conocer lo que fue la obra de Speer. La fotografía nos ayuda también a captar sutiles impresiones de los protagonistas y el ambiente de la época, como las muy conocidas que presentan a Speer y a Hitler -una versión parda de la Bella y la Bestia- examinando proyectos. La imagen de Speer junto a su Minotauro o entre la pandilla vulgar y horrorosa de la jerarquía nazi produce un efecto extraño. Es curioso señalar que Leni Riefenstahí, la genial cineasta que también se dejó arrastrar por el sumidero que empezó a girar en enero de 1933, recordaba que al contemplar en el periódico una foto de Speer, la visión de su hermoso y sereno rostro aplacó sus dudas sobre el nazismo; acaso en un afán excesivo de autojustificación y llevando el argumento estético ad absurdum, dijo que "si alguien con una cara como aquélla estaba a favor de Hitler, entonces es que había algo en ello".
Se ha especulado mucho recientemente y con poco fundamento sobre la orientación sexual de Hitler y en ese contexto era inevitable que saliera a relucir el papel de Speer. Su aura de artista, su encanto personal y su atractivo físico lo hacían candidato idóneo a las atenciones de un Hitler homosexual que no es más que una fantasía. Sí es real la asombrosa vinculación afectiva entre un dictador inhumano y un joven artista reservado, casi tímido, emocionalmente inhibido y extremadamente ambicioso. Pero nada más disparatado que imaginar a Speer como amante de Hitler. Pero hizo algo infinitamente peor: prostituir su alma, su dignidad y su talento por una carrera en la cumbre, por la fama y la intimidad con el poder, por la oportunidad de crear. A pesar de todo, no puedo evitar la impresión de que algo en él salió limpio de aquel baño de inmundicia. ¿Quién sabe? Acaso tengamos que resignarnos a que Albert Speer siga siendo el "enigma Speer".
Saludos cordiales