Hermann Göring
Publicado: Dom Jul 31, 2005 9:09 pm
Artículo aparecido en la revista Historia y Vida, en julio de 2005
Göring
LA FIGURA MÁS EXCÉNTRICA DEL TERCER REICH
Hermann Göring, as de la aviación durante la Pirmera Guerra Mundial, se adhirió incondicionalmente a las filas del nazismo.Así comenzaba su meteórica carrera política. El poder le sirvió para amasar una gran fortuna y acumular obras de arte miestras, influido por su adicción a la morfina, tomaba a la ligera decisiones cruciales.
Por Sergi Vich Sáez, Historiador
A las 22.45 horas del 15 de octubre de 1946, Hermann Göring, que había sido el hombre más poderoso del Tercer Reich después del propio Hitler, agonizaba en el camastro de su pequeña celda en la prisión de Nuremberg, lejos de su habitual boato. Los intentos por reanimarle resultaron inútiles, y cinco minutos más tarde fallecía en brazos de Henry F. Gerecke, capellán del recinto. Se había suicidado con una cápsula de cianuro suministrada, al parecer, por un soldado norteamericano.
Su muerte había precedido en un par de horas al ahorcamiento dictado por el Tribunal Militar Internacional, que lo había hallado culpable de una larga retahíla de crímenes. La negativa de las autoridades aliadas a liberarle "de la ignominia de la horca" e impedirle "morir como un soldado ante un pelotón de fusilamiento" se sumó al ejemplo de su compañero de partido Robert Ley, que se había ahorcado en su celda con una toalla. Esto indujo al suicidio a quien gustaba calificarse como "el último hombre del Renacimiento". Su agitada vida, en realidad, se enmarca en uno de los períodos más dramáticos y convulsos de la historia.
De Rosenheim a Estocolmo
Hermann Wilheim Göring, cuarto hijo del matrimonio formado por Heinrich Ernst Göring y su segunda esposa, Franziska Tiefenbrunn, había nacido cerca de Ro- senheim, en Baviera, cincuenta años antes. En aquella época, su padre, antiguo comisario general del África del Sudoeste (hoy Namibia), se hallaba en Puerto Príncipe como cónsul en Haití, y su madre había vuelto ex profeso para que su hijo naciera en Alemania. Una vez restablecida del parto regresó al país caribeño, dejando al recién nacido al cuidado de una amiga. Pero, a pesar de los importantes cargos ostentados por Heinrich, cuando los Göring volvieron de Haití tres años después no disfrutaban de una holgada posición económica. Tuvieron que recurrir a la ayuda del padrino de sus hijos, Hermann von Epenstein, un rico médico de origen judío cristianizado. Este les cedió el uso del castillo de Veldenstein, no lejos de Nuremberg. Durante años, con el conocimiento del marido, Epenstein sería el amante de Franziska. En este ambiente creció el joven Göring.
El arrogante y terco carácter del niño causó más de un problema escolar, hasta que su padre decidió, con acierto, que siguiera la carrera militar. Así, ingresó con doce años en la Escuela de Cadetes de Karlsruhe, de donde pasaría a la Academia Militar de Groos-Lichterfelde, cerca de Berlín. Allí obtuvo el grado de alférez con un excelente expediente académico. Despçes fue destinado a un regimiento de infantería acantonado en Mülhausen, en la por entonces alemana Alsacia, en donde le sorprendería el estallido de la Primera Guerra Mundial.
Su decisión y valor, moteados de una cierta indisciplina, le granjearon el aprecio de sus superiores, que solían encomendarle misiones de reconocimiento. Mientras estaba ingresado en un hospital a raíz de un ataque de reumatismo agudo recibió la visita de uno de sus mejores amigos. Se estaba formando como aviador, lo que despertó en Göring las ganas de volar. Dado de alta, y tras sortear numerosas trabas, pudo acompañarle como observador. Se le elogió por la precisión de su cometido y se le premió con la Cruz de Hierro de la clase y la realización del curso de piloto. Pronto obtendría sus primeras victorias, hasta que fue derribado en el intento de abatir un bombardero británico. Sufrió una grave herida en la cadera que le mantendría apartado de la lucha varios meses.
A su regreso al frente se mostró como un consumado piloto, acumulando victorias a la par que medallas. Consiguió el mando de la 27 Escuadrilla de caza y la condecoración más importante de Alemania, la orden Pour le Mérite. Aquello lo convirtió en un héroe nacional, y su fotografía se vendía en kioscos y librerías. Pero su máxima recompensa llegaría en 1918, cuando tomó el mando del Escuadrón de caza n.° 1, que había pertenecido, hasta su muerte, al legendario Barón Rojo. Göring mantuvo su tradicional espíritu de cuerpo hasta el final de la guerra. Basta señalar la "accidental" rotura de los trenes de aterrizaje de sus aviones al ser entregados a los franceses tras el armisticio.
Desmovilizado con el grado honorífico de capitán, su reincorporación a la vida civil, como la de tantos otros veteranos, resultó problemática. Le prestó ayuda un oficial británico, que había sido muy bien tratado mientras fue su prisionero. Pero su madre, ahora viuda y abandonada por su protector, atravesaba dificultades económicas. Ante esto, el joven Göring decidió aprovechar sus habilidades. Se dedicó a realizar vuelos privados y exhibiciones acrobáticas. La noticia de que una compañía sueca recién creada necesitaba pilotos le indujo, tras una breve estancia en Dinamarca, a trasladarse a Estocolmo. Fue aceptado, pero sólo en segunda instancia y sin sueldo fijo, de modo que completaba sus ingresos con la venta de paracaídas para poder asistir a las continuas fiestas a las que era invitado.
En 1920, tras un accidentado vuelo que le obligó a aterrizar en el helado lago Baven, llevó al conde Eric von Rosen a su castillo de Rockelstad, en donde conoció a la que iba a ser la mujer de su vida. Carin, cuñada del conde, estaba casada con un oficial sueco con quien tenía un hijo. Göring sintió por ella un apasionado y correspondido amor desde el primer día. Poco después la pareja se trasladó a Munich y, tras entrevistarse con Franziska, Carin pidió el divorcio, aun a costa de perder la custodia del niño. Carin y Hermann se casaron en una sencilla ceremonia y fijaron su hogar en un albergue de caza cerca de Munich.
Unos meses antes, Göring había oído en la Königsplatz de la capital bávara el discurso de un gesticulante político que le entusiasmó. Al día siguiente fue a escucharlo de nuevo a su habitual tertulia del café Neumann, y se afilió a su partido tras decir a su esposa: "Seguiré a este hombre en cuerpo y alma". Había conocido a Adolf Hitler. Sin embargo, y como reconocería después, el afamado piloto no se aproximó al nazismo por su ideología -"Esas bobadas nunca me interesaron"-, sino por su añorado espíritu de lucha: "La lucha en sí misma era mi ideología".
Hitler recibió a Göring con los brazos abiertos, pues el conocido héroe de guerra daba lustre a su modesto NSDAP, nombre oficial del partido nazi. Le ofreció el mando de las SA*, las secciones de asalto del partido. Fueron tiempos difíciles, de mucho trabajo y escasa recompensa. Los Göring, como muchos de sus compañeros, tuvieron que pasar por numerosas estrecheces, aliviadas con algún dinero que Carin, cuya salud se iba deteriorando, iba recibiendo de Suecia
Sin embargo, la impaciencia corroía el espíritu de un Hitler ansioso por conquistar el poder. Deslumbrado por la exitosa Marcha sobre Roma, intentó un golpe de estado, el Putsch de Munich, pero calibró erróneamente la situación. Abocado al fracaso, se puso al frente de sus partidarios en una marcha hacia la sede del gobierno bávaro. Estaba convencido de que las fuerzas del orden no lo impedirían, dado que el respetado general Ludendorff iba a su lado. Al poco de iniciarse comenzó un tiroteo que la disolvió, provocando numerosos muertos y heridos. Entre ellos se hallaba el capitán Góring, a quien una bala había atravesado la pelvis. Fue recogido por unos amigos y, tras una primera cura en la casa de los Ballin, una familia judía, logró huir de la policía junto a su esposa cruzando la frontera austríaca. La gravedad de la herida hizo que los facultativos le administraran fuertes dosis de morfina, que acabarían condicionando tanto su carácter como su apariencia, convirtiendo su anterior esbeltez en obesidad. Una vez restablecido se trasladó con Carin a Italia, a la espera de una entrevista con Mussolini que nunca se produjo. En 1925, ya bastante distanciado del partido, viajó con su esposa a Suecia. Allí, su creciente adicción a la morfina forzó su internamiento en un hospital psiquiátrico. Fue la primera de las numerosas curas de desintoxicación a las que debería someterse a lo largo de su vida.
Su retorno a Alemania dos años después no fue un camino de rosas. Mal considerado por su anterior alejamiento, le costó mucho ser readmitido en el partido. En aquellos momentos Carin recuperaba su delicada salud en un hospital sueco, y su economía era de todo menos boyante. La situación cambió en 1928, cuando fue elegido diputado en el Reichstag, el parlamento alemán. Ahora tenía un sueldo, y su relación con algunos empresarios, como Erhard Milch, un alto cargo de la compañía de aviación civil Lufthansa, le brindaba ingresos extras. Fue entonces cuando su capacidad para las relaciones públicas y su conocimiento de determinados círculos sociales se convirtieron en inmejorables bazas para un Hitler deseoso de entrar en sociedad. Pero, a pesar de que el poder de Göring en el seno del partido fue en aumento, Hitler no le devolvió el control de las SA que tanto ansiaba. Lo cedió, en cambio, a Ernst Röhm, su mayor enemigo.
Continuará...
Saludos cordiales
Göring
LA FIGURA MÁS EXCÉNTRICA DEL TERCER REICH
Hermann Göring, as de la aviación durante la Pirmera Guerra Mundial, se adhirió incondicionalmente a las filas del nazismo.Así comenzaba su meteórica carrera política. El poder le sirvió para amasar una gran fortuna y acumular obras de arte miestras, influido por su adicción a la morfina, tomaba a la ligera decisiones cruciales.
Por Sergi Vich Sáez, Historiador
A las 22.45 horas del 15 de octubre de 1946, Hermann Göring, que había sido el hombre más poderoso del Tercer Reich después del propio Hitler, agonizaba en el camastro de su pequeña celda en la prisión de Nuremberg, lejos de su habitual boato. Los intentos por reanimarle resultaron inútiles, y cinco minutos más tarde fallecía en brazos de Henry F. Gerecke, capellán del recinto. Se había suicidado con una cápsula de cianuro suministrada, al parecer, por un soldado norteamericano.
Su muerte había precedido en un par de horas al ahorcamiento dictado por el Tribunal Militar Internacional, que lo había hallado culpable de una larga retahíla de crímenes. La negativa de las autoridades aliadas a liberarle "de la ignominia de la horca" e impedirle "morir como un soldado ante un pelotón de fusilamiento" se sumó al ejemplo de su compañero de partido Robert Ley, que se había ahorcado en su celda con una toalla. Esto indujo al suicidio a quien gustaba calificarse como "el último hombre del Renacimiento". Su agitada vida, en realidad, se enmarca en uno de los períodos más dramáticos y convulsos de la historia.
De Rosenheim a Estocolmo
Hermann Wilheim Göring, cuarto hijo del matrimonio formado por Heinrich Ernst Göring y su segunda esposa, Franziska Tiefenbrunn, había nacido cerca de Ro- senheim, en Baviera, cincuenta años antes. En aquella época, su padre, antiguo comisario general del África del Sudoeste (hoy Namibia), se hallaba en Puerto Príncipe como cónsul en Haití, y su madre había vuelto ex profeso para que su hijo naciera en Alemania. Una vez restablecida del parto regresó al país caribeño, dejando al recién nacido al cuidado de una amiga. Pero, a pesar de los importantes cargos ostentados por Heinrich, cuando los Göring volvieron de Haití tres años después no disfrutaban de una holgada posición económica. Tuvieron que recurrir a la ayuda del padrino de sus hijos, Hermann von Epenstein, un rico médico de origen judío cristianizado. Este les cedió el uso del castillo de Veldenstein, no lejos de Nuremberg. Durante años, con el conocimiento del marido, Epenstein sería el amante de Franziska. En este ambiente creció el joven Göring.
El arrogante y terco carácter del niño causó más de un problema escolar, hasta que su padre decidió, con acierto, que siguiera la carrera militar. Así, ingresó con doce años en la Escuela de Cadetes de Karlsruhe, de donde pasaría a la Academia Militar de Groos-Lichterfelde, cerca de Berlín. Allí obtuvo el grado de alférez con un excelente expediente académico. Despçes fue destinado a un regimiento de infantería acantonado en Mülhausen, en la por entonces alemana Alsacia, en donde le sorprendería el estallido de la Primera Guerra Mundial.
Su decisión y valor, moteados de una cierta indisciplina, le granjearon el aprecio de sus superiores, que solían encomendarle misiones de reconocimiento. Mientras estaba ingresado en un hospital a raíz de un ataque de reumatismo agudo recibió la visita de uno de sus mejores amigos. Se estaba formando como aviador, lo que despertó en Göring las ganas de volar. Dado de alta, y tras sortear numerosas trabas, pudo acompañarle como observador. Se le elogió por la precisión de su cometido y se le premió con la Cruz de Hierro de la clase y la realización del curso de piloto. Pronto obtendría sus primeras victorias, hasta que fue derribado en el intento de abatir un bombardero británico. Sufrió una grave herida en la cadera que le mantendría apartado de la lucha varios meses.
A su regreso al frente se mostró como un consumado piloto, acumulando victorias a la par que medallas. Consiguió el mando de la 27 Escuadrilla de caza y la condecoración más importante de Alemania, la orden Pour le Mérite. Aquello lo convirtió en un héroe nacional, y su fotografía se vendía en kioscos y librerías. Pero su máxima recompensa llegaría en 1918, cuando tomó el mando del Escuadrón de caza n.° 1, que había pertenecido, hasta su muerte, al legendario Barón Rojo. Göring mantuvo su tradicional espíritu de cuerpo hasta el final de la guerra. Basta señalar la "accidental" rotura de los trenes de aterrizaje de sus aviones al ser entregados a los franceses tras el armisticio.
Desmovilizado con el grado honorífico de capitán, su reincorporación a la vida civil, como la de tantos otros veteranos, resultó problemática. Le prestó ayuda un oficial británico, que había sido muy bien tratado mientras fue su prisionero. Pero su madre, ahora viuda y abandonada por su protector, atravesaba dificultades económicas. Ante esto, el joven Göring decidió aprovechar sus habilidades. Se dedicó a realizar vuelos privados y exhibiciones acrobáticas. La noticia de que una compañía sueca recién creada necesitaba pilotos le indujo, tras una breve estancia en Dinamarca, a trasladarse a Estocolmo. Fue aceptado, pero sólo en segunda instancia y sin sueldo fijo, de modo que completaba sus ingresos con la venta de paracaídas para poder asistir a las continuas fiestas a las que era invitado.
En 1920, tras un accidentado vuelo que le obligó a aterrizar en el helado lago Baven, llevó al conde Eric von Rosen a su castillo de Rockelstad, en donde conoció a la que iba a ser la mujer de su vida. Carin, cuñada del conde, estaba casada con un oficial sueco con quien tenía un hijo. Göring sintió por ella un apasionado y correspondido amor desde el primer día. Poco después la pareja se trasladó a Munich y, tras entrevistarse con Franziska, Carin pidió el divorcio, aun a costa de perder la custodia del niño. Carin y Hermann se casaron en una sencilla ceremonia y fijaron su hogar en un albergue de caza cerca de Munich.
Unos meses antes, Göring había oído en la Königsplatz de la capital bávara el discurso de un gesticulante político que le entusiasmó. Al día siguiente fue a escucharlo de nuevo a su habitual tertulia del café Neumann, y se afilió a su partido tras decir a su esposa: "Seguiré a este hombre en cuerpo y alma". Había conocido a Adolf Hitler. Sin embargo, y como reconocería después, el afamado piloto no se aproximó al nazismo por su ideología -"Esas bobadas nunca me interesaron"-, sino por su añorado espíritu de lucha: "La lucha en sí misma era mi ideología".
Hitler recibió a Göring con los brazos abiertos, pues el conocido héroe de guerra daba lustre a su modesto NSDAP, nombre oficial del partido nazi. Le ofreció el mando de las SA*, las secciones de asalto del partido. Fueron tiempos difíciles, de mucho trabajo y escasa recompensa. Los Göring, como muchos de sus compañeros, tuvieron que pasar por numerosas estrecheces, aliviadas con algún dinero que Carin, cuya salud se iba deteriorando, iba recibiendo de Suecia
Sin embargo, la impaciencia corroía el espíritu de un Hitler ansioso por conquistar el poder. Deslumbrado por la exitosa Marcha sobre Roma, intentó un golpe de estado, el Putsch de Munich, pero calibró erróneamente la situación. Abocado al fracaso, se puso al frente de sus partidarios en una marcha hacia la sede del gobierno bávaro. Estaba convencido de que las fuerzas del orden no lo impedirían, dado que el respetado general Ludendorff iba a su lado. Al poco de iniciarse comenzó un tiroteo que la disolvió, provocando numerosos muertos y heridos. Entre ellos se hallaba el capitán Góring, a quien una bala había atravesado la pelvis. Fue recogido por unos amigos y, tras una primera cura en la casa de los Ballin, una familia judía, logró huir de la policía junto a su esposa cruzando la frontera austríaca. La gravedad de la herida hizo que los facultativos le administraran fuertes dosis de morfina, que acabarían condicionando tanto su carácter como su apariencia, convirtiendo su anterior esbeltez en obesidad. Una vez restablecido se trasladó con Carin a Italia, a la espera de una entrevista con Mussolini que nunca se produjo. En 1925, ya bastante distanciado del partido, viajó con su esposa a Suecia. Allí, su creciente adicción a la morfina forzó su internamiento en un hospital psiquiátrico. Fue la primera de las numerosas curas de desintoxicación a las que debería someterse a lo largo de su vida.
Su retorno a Alemania dos años después no fue un camino de rosas. Mal considerado por su anterior alejamiento, le costó mucho ser readmitido en el partido. En aquellos momentos Carin recuperaba su delicada salud en un hospital sueco, y su economía era de todo menos boyante. La situación cambió en 1928, cuando fue elegido diputado en el Reichstag, el parlamento alemán. Ahora tenía un sueldo, y su relación con algunos empresarios, como Erhard Milch, un alto cargo de la compañía de aviación civil Lufthansa, le brindaba ingresos extras. Fue entonces cuando su capacidad para las relaciones públicas y su conocimiento de determinados círculos sociales se convirtieron en inmejorables bazas para un Hitler deseoso de entrar en sociedad. Pero, a pesar de que el poder de Göring en el seno del partido fue en aumento, Hitler no le devolvió el control de las SA que tanto ansiaba. Lo cedió, en cambio, a Ernst Röhm, su mayor enemigo.
Continuará...
Saludos cordiales