Hanna REITSCH

Todos los personajes de la Segunda Guerra Mundial

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Hanna REITSCH

Mensaje por Blue_Max » Vie Jun 15, 2007 10:10 pm

Hanna Reitsch (1.912 - 1.979)


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Hanna Reitsch

Hanna Reistch, una de las mejores pilotos de todos los tiempos, nació en Hirschberg, Silesia, en 1.912. Rubia, de ojos azules y brillantes, de sonrisa franca, hubiese cumplido los cánones raciales arios de no ser por su poco más de metro y medio de estatura, y sus 43 kilos de peso. Miembro de una familia burguesa, su padre era oftalmólogo, ya desde niña advirtió a éste que de mayor quería ser médico misionero y efectuaría sus desplazamientos en avión. Parte de su sueño se cumplió. Abandonando sus estudios de medicina se dedicó en cuerpo y alma a su verdadera vocación: “volar”. Con 19 años realizó un curso en la escuela de vuelo sin motor de Grunen, donde coincidió y entabló una amistad que perduró durante casi toda su vida con Werner von Braun. Ella era la única mujer del grupo y, pese a que se estrelló en el primer despegue, sus profesores pronto advirtieron que era la mejor de su promoción. Poco antes del examen final consiguió el récord femenino de resistencia en planeador al mantenerse cinco horas en el aire.

Desde 1.934 trabajó para el Instituto Alemán de Investigación de Planeadores de Darmstadt y ese mismo año participó en una expedición que tenia por objeto el estudio de las condiciones térmicas en Brasil y Argentina, siendo la única mujer del equipo.

En 1.936 fue encargada de probar un mecanismo de frenado aerodinámico que ya había causado una serie de accidentes mortales. Descubierto el fallo, los frenos que se desarrollaron a partir de la experiencia de prueba fueron instalados en todos los bombarderos en picado de la Luftwaffe. En 1.937 cruzó los andes en planeador, afrontando con éxito los riesgos que conllevaban las peligrosas y desconocidas corrientes térmicas de esta cordillera.

En ese mismo año fue requerida por la Luftwaffe como piloto de pruebas, con destino en la Base de Rechlin recibiendo de Hitler el título honorífico de Capitán de Escuadrilla. Fue la primera mujer en pilotar un helicóptero, siendo capaz de poner en vuelo auténticos monstruos como el planeador Messerschmitt “Gigant” de 34 toneladas. También probó el misil Henschel 293 y el prototipo del Me-163 “komet”, alcanzando una velocidad de 800 Km/h. Cuando aterrizó con éste último, sobre su panza ya que carecía de tren de aterrizaje, sufrió un grave accidente, pero sobrevivió.

Ella denominaba eufemísticamente a todos los prototipos militares que probaba “Guardianes de las Puertas de la Paz”. Su vuelo más memorable se relaciona con el desarrollo de las primeras bombas volantes. Era el extraordinario avión-cohete sin piloto, Fieseler 103, más conocido como V-1. Pese a que el mando alemán había puesto grandes esperanzas en esta arma secreta, presentaba la engorrosa tendencia a desplomarse en pleno vuelo y explotar. Algunas de ellas habían sido construidas con un puesto para un piloto, a fin de solucionar los problemas relativos al control de vuelo, pero ninguno de los pilotos había sobrevivido para poder explicar donde radicaba el defecto que hacía caer las V-1. De nuevo requirieron a Hanna para realizar una prueba que ningún hombre se atrevía a realizar y ella aceptó. Durante el vuelo fue radiando el comportamiento del cohete y las lecturas de los instrumentos, pues nadie esperaba que pudiese redactar un informe a su vuelta. Parecía realmente un vuelo suicida, pero Hanna logró mantener el cohete en el aire el tiempo suficiente como para detectar qué era lo que fallaba, e incluso logró aterrizarlo casi intacto en una marisma. (1)


Es esta una breve introducción de la biografía de una mujer, que si bien no es uno de los principales personajes de la historia que nos ocupa, su propia experiencia vital resulta en sí, como en muchos casos, una verdadera aventura, apasionante. Una mujer que ya desde niña solo tenía un deseo, volar. Y tanto que lo consiguió. En 1.951 publicó un primer libro autobiográfico: “Fliegen Mein Leben” en el que retrata su vida hasta el año 1.945. (2). Me he permitido traducir la última parte de dicha obra (págs. 289 y ss) en la que nos ofrece su particular visión de los últimos días de la guerra. Visión que cobra mayor importancia en tanto en cuanto fue una de las últimas personas que vieron con vida a Adolf Hitler en el Búnker de la Cancillería.

**********

[ EL ULTIMO MEDIO AÑO. (pág. 289)

En octubre de 1.944, mientras me dirigía al búnker en Berlín fui herida durante un ataque aéreo. Me trasladaron al Hospital que atendía la Luftwaffe en el “Flakbunker” del Zoo, en Berlín, donde me diagnosticaron un severo traumatismo craneal y una fisura en la cápsula de la articulación del brazo izquierdo. De nuevo me encontraba con que no iba a poder volar durante las siguientes semanas.

No llevaba muchos días en el hospital cuando recibí la noticia de que Heinz Kensche, quien me había sustituido en mi puesto en el programa de pruebas de la V1, se había visto obligado durante un vuelo a saltar en paracaídas. No paraba de pensar sobre este hecho, y el verme incapaz de encontrar la razón por la que se produjo este contratiempo era algo que me preocupaba. Así las cosas, aproveché la ocasión en que mi médico y las enfermeras que estaban a mi cuidado pensaban que había ido a dar un paseo por el jardín, me acerqué al Alderhof donde aún se encontraba mi “Bücker 181” y volé rápidamente con el objeto de ver a un compañero en Lärz.

De vuelta en el hospital, cuando mi médico se enteró de mi “vuelo secreto” me prohibió terminantemente dejar el hospital. Me sentía absolutamente desconectada del mundo y de cuanto sucedía fuera de aquéllas paredes, y en esa situación no venía a mi mente otra cosa que la imagen de un Berlín destrozado por las bombas, tal y como lo había visto durante mi último vuelo. A pesar de la dramática situación que estaba viviendo la ciudad tome conciencia de que los peores momentos estaban aún por llegar.

Pensé que si teníamos, como era de esperar, que sobrevolar Berlín en lo sucesivo, sería ésta una tarea harto difícil, y mucho más aún aterrizar de un modo más o menos seguro. Orientarse en una ciudad del tamaño de Berlín, cubierta de humo, fuego, polvo y ceniza resultaría prácticamente imposible para cualquier piloto; y no cabe duda que en lo sucesivo sería vital la conexión aérea con la capital para poder trasladar heridos o atender circunstancias especiales.

Este era un tema que en cierta medida me obsesionaba, y del que continuamente trataba con Oberst. Rudel con quien coincidí en el Hospital, convaleciente tras haberle amputado una pierna. Mi opinión, coincidente con la de Oberst. Rudel, era que un helicóptero era el medio más adecuado para “moverse” por Berlín, ya que, teniendo en cuenta la situación requería un mínimo espacio tanto para despegar como para aterrizar, sirviendo para ello un simple tejado plano al igual que servía la torre del “Flakbunker” del Zoo, donde nos hallábamos.

Así que un día, Rudel y yo nos acercamos a estudiar detenidamente la torre, y valorar las distintas posibilidades de vuelo para poder acceder a ella en las peores condiciones, ya bajo un ataque aéreo, artillero, y sobre todo, cómo llegar a ella cuando la visibilidad fuera prácticamente nula, como consecuencia del fuego, el humo y el polvo. En tales circunstancias no podíamos olvidar que tampoco dispondríamos de radio para poder guiarnos, por lo que se trataría de una auténtica aproximación “a ciegas”.

Desde el momento en que mi médico me lo permitió, o al menos me dejaba libre algunos ratos, me dediqué a entrenarme para esta situación: la salida del hospital y aproximación al mismo, desde un Berlín sometido al constante fuego enemigo. Mi entrenamiento consistía en volar sistemáticamente bajo cualquier condición meteorológica en altura mínima, desde puntos de referencia que resultaban visibles desde a larga distancia, así como desde la periferia de Berlín al “Flakturm”. Estos puntos de referencia habían de ser siempre los mismos; torres de gas, iglesias, torres de radio, o la torre del Ullstein Haus. Desde cada uno de ellos marcaba la dirección del compás sobre el objetivo del Zoo y lo grababa en mi cabeza. Así, la repetición sistemática de estos vuelos me permitió reconocer cada rincón y cada ruina o tejado destrozado que pudiera encontrarme en mi camino, de modo que sólo haciendo esto sería capaz de encontrar el “Flakbunker” , ya fuera de día o de noche y en las peores condiciones posibles de niebla o fuego. De mis vuelos, y el objeto de los mismos tuvo conocimiento el Generaloberst R. Ritter von Greim.

Cuando salí del hospital en enero de 1.945, la guerra se encontraba en su fase final. Los frustrados esfuerzos de las últimas ofensivas pasaban por delante de nosotros como una lámina que lo entierra todo, hasta las esperanzas. Las tropas aliadas ya se encontraban en territorio alemán y habían ocupado tanto el este como el oeste.

Como era de esperar los combates, al igual que en el resto de Alemania se mantenían desesperadamente en Silesia. Breslau se había hecho fuerte, y resistía tratando de contener la ofensiva soviética; pero nadie podía dudar ya por aquéllas fechas que todo esfuerzo resultaba en vano. Atendiendo a la realidad de los hecho no podía sustraerme a mis sentimientos, cada vez más profundos y de dolor, por la suerte que iba a correr la población civil de Silesia, mi casa, mi patria.

Durante los días felices allí había recibido del pueblo no sólo reconocimientos más o menos oficiales, sino su calor y su cariño. Por eso no dude un solo instante en acudir cuando recibí un mensaje de radio desde Breslau, comunicándome que me personara en la ciudad.]


(...continúa...) :arrow:
________________________________
(1) (Fuente.- “Locas por volar: Mujeres piloto en la II Guerra Mundial”. Mikel Rodríguez – Historiador- Texto original publicado en la Revista Historia número 326 de junio de 2.003 y en http://www.rkka.es/Otros_articulos/muje ... adoras.htm. Mi agradecimiento al autor por su autorización para la publicación del texto anterior).

(2) Reistch, H. “Fliegen Mein Leben” Deutsche Verlags-Anstalt GMBH. Suttgart (1.951). Tengo constancia de que este libro ha sido traducido al inglés, si bien al castellano no estoy absolutamente seguro.
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Mensaje por Blue_Max » Sab Jun 16, 2007 4:38 pm

(...)

[ Llegué a la ciudad (Breslau) a mediados de febrero. Aunque estaba siendo sometida a un duro ataque aéreo todavía quedaba una estrecha vía para poder aterrizar. En esta primera ocasión pasé un día y una noche en la ciudad para, después hacer llegar informes a Berlín. Volví de nuevo a finales de febrero, ahora en compañía del Secretario de Estado Naumann. Pero en esta ocasión, a diferencia de la vez anterior, la ciudad se encontraba ya sitiada. En estas circunstancias nos vimos obligados a hacer escala en Shweidnitz, que aún estaba controlada por los alemanes y así ponernos al día sobre cual era la situación en nuestro destino. Cuando estábamos dispuestos a continuar nuestro viaje, en el último minuto antes de despegar recibí una orden telefónica de Hitler prohibiéndome que bajo ningún concepto o circunstancia se me ocurriera entrar en Breslau.

Pese aquélla orden, yo me sentía obligada a seguir los dictados de mi corazón. Aún era una empleada civil del Instituto de Investigación de Darmstadt, de modo que no tenia por qué sentirme obligada por una orden directa de carácter militar, aunque se tratase del propio Führer. De modo que desobedecí una orden a la que no me sentía obligada y volé.

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Udet. Un amigo de "siempre"
Ilustración. Col. Hannah Reitsch. publicada en “Fliegen Mein Leben”


El viaje a Breslau no fue realmente un vuelo, sino un continuo e ininterrumpido número de “saltos” a mínima altura, a muy pocos metros sobre los árboles, arbustos, setos y vallas para que el “Fieseler Storch” que pilotaba no fuera visible por los tanques rusos. De este modo pudimos llegar sanos y salvos a Breslau y tomamos por fin tierra en aquella ciudad sitiada. Aquí pude comprender cómo al igual que en Rusia, la guerra se vivía en su más terrorífica desnudez. Mientras mi acompañante cumplía con las órdenes que se le habían encomendado, yo podía ver hombres viejos, pálidas caras de mujeres marcadas por el miedo, y mudas por el terror que sobrecogía sus almas. Una vez cumplido con nuestro cometido volvimos sin ningún incidente.

La tercera vez que tuve que volar a Breslau fue en abril. Para ello me dirigí en primer lugar a mi ciudad natal, Hirschberg, cuya población civil había sido ya evacuada, si bien aún no había sido tomada por los rusos. Mi intención era continuar el vuelo desde allí a Breslau pero cuando aún me encontraba en Hirschberg me comunicaron que ya no era necesario continuar el viaje. Así que allí me quedé hasta que el día 19 de abril recibí un mensaje por radio según el cual debía presentarme en Munich. Triste me despedí de “Oberburgermeister” (alcalde) Blasius, viejo amigo de mis padres, sabiendo que ya no volvería a ver nunca más a este hombre, un verdadero alemán, y a mi querida ciudad.

Una vez en Munich recibí la orden de encontrar en los alrededores de Kitzbuehl cualquier lugar posible y útil al objeto de realizar aterrizajes de emergencia por los transportes de heridos. Conseguí tiempo y permiso para poder pasar un día con mi familia que se había trasladado a Salzburgo. Allí era donde habían sido evacuados, mis padres, mi hermana Heidi con sus tres hijos y nuestra fiel ayuda Anni. Aunque fuese sólo un día, pudimos regalarnos con la alegría de estar juntos, si bien bajo ese sentimiento crecía minuto a minuto la angustia que provocaba ver la tragedia que vivía Alemania.

Tras mi breve estancia en Salzburgo me dirigí de nuevo a Kitzbuehl donde el día 25 de abril recibí la noticia del Generaloberst. R. Ritter von Greim, quien me requirió a la mayor brevedad posible para cumplir con una orden especial, y acudir inmediatamente a Munich. Fue durante el vuelo cuando supe que le habían ordenado a Greim presentarse en la Cancillería para entrevistarse con Hitler. Yo era consciente de que Berlín se encontraba totalmente sitiada y que las tropas rusas ya estaban dentro de la ciudad, por lo que le modo más factible de llegar hasta la Cancillería era en helicóptero.

Von Greim conocía los vuelos de entrenamiento que había realizado sobre Berlín, en enero pasado, cuando estaba en el hospital y sabía que conocía la ciudad (pese a estar destruida) perfectamente. Esa fue la razón por la que recurrió a mi, pero las circunstancias actuales nos obligaban a ser conscientes de una realidad que no era otra que la imposibilidad de regresar de semejante viaje. Por ello, von Greim habló con mis padres para pedirles su consentimiento en que yo le acompañara. Ellos no dudaron en ningún momento, y sabedores de mi deseo de cumplir con mi deber, lo concedieron.

Era medianoche cuando llegué a Salzburgo, con la intención de despedirme de mi familia para siempre. Encontré a mis padres a la entrada del “Schloss Leopodskron” . Me abracé a ellos sin decir nada; después bajé al cuarto donde dormían los niños y me despedí de cada uno de ellos con un beso. Al salir, mis padres me esperaban de pie, callados junto al coche que me esperaba; allí fue donde vi por última vez sus ojos.

El Ju 188 que tenía que trasladarnos, con su propio piloto, a Ritter von Greim y a mí a Rechlin, despegaba a las 2.30 horas de la mañana del aeropuerto de Neu Bieberg, cerca de Munich. Yo estaba callada, en la estrecha barriga del avión y miraba las estrellas, en un cielo que, contra toda expectativa, aquella noche se encontraba libre de aviones enemigos, que dominaban desde hacía semanas todo el espacio aéreo alemán.

Para mí, la suerte ya estaba echada.]


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Mensaje por Blue_Max » Sab Jun 16, 2007 7:18 pm

(...)

[ Alrededor de las 4 de la madrugada del día 26 de abril llegamos a Rechlin, donde se encontraba el “Fürhungsstab” Norte de la Luftwaffe. Allí nos pusieron al corriente de la situación en Berlín, y las noticias que recibimos no fueron nada alentadoras. Desde hacía dos días, los bombardeos y ataques artilleros rusos no habían permitido que un solo avión alemán llegase hasta Berlín. De todos los aeropuertos de la capital sólo el de Gatow continuaba bajo el control de los alemanes, pero ya estaba rodeado por las tropas rusas y al alcance de su artillería. Tampoco sabíamos si la pista del aeropuerto disponía de terreno suficiente no afectado por las bombas para poder aterrizar. Por otra parte, el helicóptero que se había dispuesto para que aterrizásemos con él delante de la Cancillería durante la noche había sido destruido en un bombardeo. Así pues, tuvimos que tomamos la decisión de utilizar un FW 190, cuyo compartimento para el equipaje se había habilitado en un segundo asiento. Era el avión más rápido que disponía el aeródromo de Rechlin en aquél momento y era precisamente el mismo aparato con el que A. Speer dos días antes había entrado y salido de Berlín. El piloto de aquél avión, Feldwebel B. (curiosamente, la autora no da el nombre de este piloto, solo dice “B” – nota mía - ) era quien había realizado la mayoría de los vuelos sobre Berlín en los últimos días, y obviamente con éxito, por lo que su experiencia y conocimientos sobre las posiciones y tácticas rusas, así como la ubicación de su artillería antiaérea era casi absoluta.

Habida cuenta lo anterior, era lo más adecuado que fuera él quien realizase el vuelo a Gatow; pero al llegar debería volver inmediatamente a Rechlin pues se esperaba que en cualquier momento Gatow cayera en poder de los rusos. A la vista de la situación, sólo una duda se planteaba en mi mente: ¿Qué pasaba despues de Gatow?. Una vez en el centro de la ciudad, si conseguíamos llegar hasta allí, era donde comenzaba la parte más difícil del vuelo. A pesar de la experiencia del piloto, mis horas de vuelo de entrenamiento sobre Berlín permitieron que conociera cada detalle de la ciudad e incluso en estas circunstancias me sentía capacitada para llegar a nuestro destino. Mientras reflexionaba sobre esta cuestión, abandoné la habitación en que se desarrollaba la reunión y mi dirigí al aeródromo, donde el piloto estaba preparando el avión. Le pregunté si el éxito del vuelo podía peligrar por el hecho de que yo fuese también en el avión. Se rió diciendo que mi peso no era significativo pero que no había sitio para nadie mas.

Esto para mí no estaba muy claro, pues cabía la posibilidad de colocarme en la parte trasera del FW 190, aunque ya se había colocado allí parte de acumuladores y botellas de oxígeno que normalmente iban en el compartimento del equipaje, ya habilitado para un segundo pasajero. Con ayuda de un tercero pude entrar en la panza del avión, con las piernas hacia delante. Allí, encogida en la más absoluta oscuridad, sobre las planchas de metal que forman el fuselaje, y sin espacio para moverme lo más mínimo, pensaba que sin ayuda nunca más podría salir de mi “escondite”.

Como en un kaleidoscopio pasaban espantosas imágenes por delante de mis ojos; un miedo terrible, como nunca había sentido, se apoderó de mí, pero tenía que superarlo; ahora no podía capitular. Mientras tanto sentía en el exterior que el aeródromo había recobrado su vida. Treinta o cuarenta cazas, que tenían la misión de escoltar nuestro avión, llenaban el aire con el ruido de sus motores. Sólo la idea de su presencia y su misión me daba mas fuerza. Sinceramente no podía recordar cuándo había visto tantos aviones alemanes juntos en los cielos de Alemania en los últimos meses.

Al poco tiempo llegó el Generaloberst. R. Ritter von Greim. Tomó asiento en el avión y cuando pude percibir que estábamos listos para el despegue le llamé desde mi escondite. Se produjo un instante de silencio y después oí su voz llamándome: “Capitán, ¿dónde esta Vd.?”. Así que le respondí mientras sentía cómo nos movíamos por el campo hacia la pista, pues lo notaba por las placas de metal que se me clavaban por todas partes. Si todo iba bien, llegaríamos en unos treinta minutos a Gatow. Pero nadie podía asegurar que todo fuera a ir bien. El espacio aéreo sobre Berlín estaba controlado por los cazas enemigos, de modo que nos atacarían como moscas.

Contra todo pronóstico el vuelo resultó tranquilo hasta poco antes de llegar a Berlín. De todos modos, me parecía que los minutos que veía pasar en la esfera iluminada de mi reloj de pulsera, eran eternos. Nunca había vivido un vuelo con tanta tensión; dependiendo de todos y de todo, abandonados a la suerte que nos esperaba.

De pronto, cuando ya suponía que estábamos sobrevolando Berlín, el piloto puso el avión casi vertical y caía en picado. Supuse que habíamos sido alcanzados, de modo que sólo esperaba el instante en que nos estrellaríamos contra el suelo y morir abrasados. Después supe que el piloto estaba tratando de zafarse de un caza ruso que trataba de atacarnos, así que después de un interminable rato en picado, sentí cómo el avión se enderezaba. Poco después aterrizamos. Ya estábamos en el aeropuerto de Gatow.

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Feldmarschall Robert Ritter von Greim
Fuente. Hanna Reitsch, “Fliegen Mein Leben”


Rápidamente nos dirigimos al “Luftschutzbunker” de la “Flugleitung” donde Greim se puso en contacto telefónico con la Cancillería, aunque esto resultaba muy difícil por las constantes interrupciones. Greim habó con el Oberst. Von Below quien le comunicó que Hitler insistía en que por encima de todo debía hablar con él, sin que pudiese darle mayor explicación al respecto. Igualmente le informó de que todas las carreteras que se dirigían a la ciudad estaban ya en poder de los rusos al igual que la mayor parte de los sectores circundantes a la Cancillería y el Anhalter Bahnhof, el Knie, partes de la Bülow Strasse y de la Postdamer Str.

Llegar en estas condiciones a la Cancillería resultaba imposible, pero Greim se sentía obligado, al menos a intentarlo, mientras existiera la más mínima posibilidad de cumplir con la orden que se le había dado. De modo que ambos llegamos a la conclusión de intentar alcanzar la Cancillería con un “Fieseler Storch”, y aterrizar con él delante del Brandemburger Tor. El Storch que pensábamos utilizar fue destruido por un ataque de la artillería, de modo que tuvimos que esperar a que otro estuviese listo, y esto no sucedió hasta las seis de la tarde. Sólo quedaba este avión como única posibilidad. Dado que no tenía ninguna experiencia en vuelos de combate, Greim se puso a los mandos, mientras yo me situaba detrás de su asiento. Antes de despegar traté de comprobar si en esa posición era capaz de mover el acelerador y el mando sobre su hombro izquierdo para poder maniobrar el aparato en caso de emergencia.

El avión se elevaba suavemente, y comenzamos a volar a la más mínima altura posible. Debajo de nosotros podíamos ver el Wanssee, plateado por la luz de la caída del sol, curiosamente un cuadro de paz de la naturaleza en medio de ese infierno. Pese a ello, ambos estábamos pendientes del peligro que acechaba, como un animal.

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Última edición por Blue_Max el Lun Jun 18, 2007 11:26 pm, editado 1 vez en total.
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Mensaje por Blue_Max » Dom Jun 17, 2007 2:47 pm

(...)

[ Ya habíamos alcanzado el Grünewald. Volábamos a la altura de las copas de los árboles para evitar ser detectados por los cazas rusos, que estaban por todas partes. En ese instante, desde la sombra de los árboles surgió un terrorífico fuego que parecía dirigirse hacia nosotros.

No nos habíamos equivocado; el suelo bajo nuestros pies estaba lleno de soldados y tanques rusos. A la altura que volábamos podíamos ver sus caras perfectamente, y comenzaron a atacarnos con todo lo que tenían a mano, ametralladoras, fusiles, y sobre todo el fuego que provenía de los blindados. A nuestra derecha, por encima de nosotros sólo veíamos las nubes que provocaban las explosiones que nos dirigían hasta que de pronto escuché un terrible ruido. Vi una llama blanca y amarillenta justo a la derecha del motor, al tiempo que escuché a Greim gritar; le habían alcanzado. Un proyectil procedente de un blindado le había atravesado el pie derecho. Respondiendo a una reacción mecánica tomé, por encima de su hombro, el mando del gas y la palanca de dirección tratando de mantener el avión en posición. Greim, había perdido el conocimiento y caído sobre su pecho. A nuestro alrededor sólo sentía explosiones, tan fuertes que no dejaban oír siquiera el ruido del motor de nuestro aparato, al tiempo que, con miedo, observaba cómo perdíamos el combustible, que salía de los depósitos.

Cada segundo que pasaba me sorprendía que no hubiera estallado el avión, pero la Storch aún seguía maniobrando y yo, afortunadamente, estaba ilesa. Pudimos salir de aquél embudo, al tiempo que Greim recuperaba el conocimiento. Intentaba hacerse con los mandos, en un esfuerzo terrible, pero era inútil; estaba demasiado débil y aturdido como para sostenerlos.

Nos estábamos acercando al “Funkturm”, que bien conocía. El humo, el polvo y un intenso olor a azufre eran cada vez mayores, pero los disparos y las explosiones poco a poco iban cesando. Obviamente estábamos sobrevolando la parte de la ciudad que aún se encontraba bajo el control de los alemanes. Volaba en dirección al “Funkturm” pero sin visibilidad alguna, por lo que me guiaba conforme a los recuerdos que había grabado en mi mente durante mis vuelos de entrenamiento el pasado mes de enero. No tenía que buscar, bastaba con recordar el rumbo que marcaba el compás hacia el “Flakbunker”. A su izquierda estaba el eje Este-Oeste, con la Columna de la Victoria (“Siegessaeule”). Aterricé pegada al “Brandemburger Tor”, cuando ya no quedaba casi una gota de combustible en el depósito. Todo estaba desierto, el panorama que nos rodeaba era desolador. Árboles arrancados del suelo, ramas y enormes trozos de hormigón diseminados por la calle. Allí no quedaba nada de vida.

Con gran esfuerzo por mi parte, teniendo en cuenta mi “envergadura” pude ayudar en la medida de lo posible a Ritter von Greim, quien había recuperado el conocimiento, a salir del avión. Había que abandonarlo rápidamente pues era fácilmente reconocible desde el aire, atendiendo el lugar en que nos encontrábamos y podían atacarnos en cualquier momento. Se sentó en el bordillo y esperamos por si pasaba algún vehículo que pudiera ayudarnos. Lo que no sabíamos todavía era si el próximo vehiculo que pasara sería alemán o ruso.

No puedo recordar cuanto tiempo estuvimos esperando hasta que por fin apareció un vehículo alemán, por suerte para nosotros, que nos recogió. Cruzamos el “Brandemburger Tor”, pasamos “Unter den Linden” a través de la “WilhelmStrasse”, y entramos finalmente en la “VossStr.” Todo lo que veía a mi alrededor se me antojaba como un decorado irreal, fantasmagórico, al recordar el pasado majestuoso de aquellas avenidas en los tiempos pasados. De todo aquello sólo quedaban cenizas, escombros y un fuerte olor a quemado.

Nuestro “paseo” por ese Berlín de pesadilla terminó en la entrada del “Luftschutzbunker” de la Cancillería. Inmediatamente unos guardias de la SS llevaron a von Greim al quirófano que había en el búnker que estaba al mando del Dr. Stumpfecker quien se ocupó rápidamente de sus heridas. Una vez atendieron al GeneralOberst, bajamos dos pisos más (éste en una camilla), al búnker del Führer.

En la escalera nos cruzamos con la Sra. Goebbels, a quien veía por vez primera pero la reconocí por las fotografías que de ella había visto. Nos miró, con los ojos muy abiertos y sorprendida, al tener noticia de nuestro vuelo, y sin comprender cómo una persona podía haber llegado en tales condiciones hasta el búnker. Me abrazó llorando.

Una vez abajo, nos encontramos en el hall del pasillo de entrada a Adolf Hitler. Me impresionó su aspecto. Encogido, encorvado hacia delante, sus dos brazos temblaban y una mirada ausente. Nos saludo con una voz casi inaudible. Greim le informó de la situación; Hitler tranquilo y pendiente de cuanto le decía, escuchaba su informe. Cuando terminó cogió las manos del GeneralOberst y mirándome a mí dijo: “Usted es una mujer muy valiente. Todavía hay fidelidad y valor en el mundo”. Después supimos por qué había hecho llamar a Greim. Había sido traicionado por Göring. Hitler mostró a Greim el radiograma en el cual Göring se autoproclamaba sucesor de Hitler. “Nada en este mundo me esta evitado, ni el sufrimiento, ni la infidelidad, ni el deshonor, ni la traición. He hecho detener a Göring inmediatamente, le he despojado de todos sus nombramientos y cargos y relevado de todos los puestos en todas las organizaciones”. En ese momento nombró a Greim como sucesor de Göring al mando de la Luftwaffe y le ascendió al rango de “Generalfeldmarschall”.

La habitación estaba en silencio. Yo miraba la cara del nuevo Feldmarschall, que a duras penas se sostenía en pie, y con los labios apretados. No era muy difícil averiguar qué pensamientos y sentimientos recorrían la mente de Greim. Era el “Oberbefehlshaber” de una Luftwaffe que ya no existía. En esa situación, en medio del caos, todo lo sucedido sólo podía significar una cosa, y además era una cuestión de honor, por lo que sin pensar en sí mismo ambos tomamos la decisión de esperar en el búnker junto al Führer el final.


(… continúa…) :arrow:
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Mensaje por Blue_Max » Dom Jun 17, 2007 3:37 pm

(...)


[ Los que allí estábamos constituíamos un círculo muy pequeño alrededor el Hitler. Aparte del Dr. Goebbels y su esposa, quienes habían renunciado libremente a abandonar Berlín con sus hijos, conocí a Eva Braun. También me encontré allí con Martin Bormann, el Secretario de Estado Naumann, el embajador Hevea, el Almirante Voss, el Oberst. Von Below, General Krebs, General Burgdorf, los pilotos de Hitler, Baur y Betz, las secretarias Sra. Christian, Sra. Junge y Srta. Krüger; el Dr. Lorenz, SS-Gruppenführer Rattenhuber ;y SS-Gruppenführer Fegelein, quien hacía poco se había casado con la hermana de Eva Braun. Todos los mencionados, a excepción de Goebbels estaban alojados en habitaciones del búnker, una planta más arriba. Era en la planta más baja, donde vivían Hitler, Eva Braun, el Dr. Goebbels y el Dr. Stumpfecker.

El los ratos en que no estaba ocupada en cuidar a von Greim, me dedicaba a los hijos de Goebbels. Poco después de haber saludado a Hitler, la Sra. Goebbels me acompaño a su habitación, una planta más arriba, donde pude asearme y quitarme de encima todo el polvo y suciedad del viaje. Cuando entré en esta habitación vi seis caritas de niños entre cuatro y doce años de edad, que me miraban con curiosidad. ¡Yo sabía volar! Aquello fue algo que abrió inmediatamente una puerta a la fantasía de los niños y mientras me aseaba, todavía conmocionada por lo vivido en las últimas horas, los niños no paraban de preguntarme y con ello me permitieron entrar en su colorido mundo de fantasía, alejándome un tanto de la cruda realidad que nos rodeaba. A partir de entonces tenia que acudir a su cuarto en cada comida para contarles historias de los países lejanos en que había estado y gentes que había conocido, contarles mis vuelos o cuentos que escuchaban con avidez. El amor de hermanos que reinaba entre los pequeños era conmovedor. Si uno de ellos estaba enfermo y por ello tenía que estar en la habitación contigua separado del resto, tenía que interrumpir de vez encunado mi narración, para que uno de ellos fuera corriendo a la otra habitación a contar a su hermanito lo que yo había relatado. Nos entreteníamos cantando a diferentes voces y les enseñé un auténtico “Tirloer Jodler” que aprendieron rápidamente.

El ruido de los bombardeos que venía del exterior no les preocupaba; porque pensaban, tal y como les había contado el “Tío Adolf” que con esto vencía al enemigo, y si en algún momento alguno de los más pequeños sentía miedo por el estrépito de las bombas rusas, los hermanos mayores le tranquilizaban y convencían con esta “versión”.

A pesar de esta tranquila y pacífica imagen, la realidad no cambiaba, y la tensión crecía con cada hora, cada minuto, hasta llegar a ser insoportable. “Mañana si dios quiere, te despertarán otra vez” , cantaba a los niños por la noche antes de ir a dormir. ¿Alguien estaba seguro de que realmente fueran a despertar otra vez?.

Desde la primera noche que pasamos en el búnker (26/27 de abril) los rusos habían puesto bajo el alcance de su artillería la Cancillería. El fuego artillero no cesaba de caer sobre nosotros, y cada vez con más fuerza. Bajo el fuego y las explosiones, incluso en el último rincón del búnker, puedo decir que llovía cemento de las paredes. No se podía pensar en dormir. Todo el mundo estaba en estado permanente de alerta.

No tenía la más mínima duda, el final se acercaba. Todos lo sabíamos. Esta certeza pesaba sobre el pensamiento de todos los que allí nos encontrábamos encerrados y provocaba un sentimiento artificial de esperanza, que se contradecía con el más lógico sentido de la razón. El círculo más cercano a Hitler vivía totalmente aislado de la realidad de los hechos que sucedían en el exterior; la desesperada lucha por Berlín, y por el resto de Alemania. A pesar de ello, aún se hablaba de la esperanza de una salvación. Falsa esperanza que era alimentada por los rumores y noticias que llegaban al búnker de vez en cuando, y que no eran otra cosa que una cruel caricatura de la realidad.

Y esa atmósfera causaba una impresión muy honda en todos los que, como nosotros, habíamos llegado al búnker en las últimas horas, desde el exterior. A pesar de ello, todos los que compartíamos este mínimo espacio dentro de pocas horas íbamos a compartir idéntica suerte, pero Greim y yo, sentíamos como si estuviésemos separados por una pared invisible del resto de los “inquilinos” del búnker. Sentimiento de separación que se hacía mayor a medida que transcurrían las horas y la situación se agravaba ostensiblemente.

Durante los días siguientes (27/28 de abril) no sucedió nada que pudiera cambiar la situación. Las horas pasaban, y la monotonía se veía interrumpida de vez en cuando por alguna nueva esperanza nacida simplemente de la ilusión, o provocada por una noticia terrible que pasaba por todo el búnker como una lengua de fuego. Fegelein, el hombre de enlace entre Hitler y Himmler, cuñado de Eva Braun, había sido ejecutado, según se decía, por orden del propio Hitler acusado de deserción. En momentos así parecía como si el suelo se desvaneciera bajo mis pies.

La intensidad de los ataques de artillería sobre la Cancillería aumentaba de hora en hora. No cabía la más mínima duda, el ruso avanzaba continuamente, y nuestras esperanzas de volver a ver la luz del día se habían desvanecido por completo.]

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Mensaje por Kasparov » Dom Jun 17, 2007 4:07 pm

Un excelente trabajo camarada Blue_Max.
Lo cierto es que no me lo he leído entero, pero no deja de ser curioso que una mujer llegue tan alto en el campo militar. Quizá una de las primeras y únicas mujeres que han recibido el respeto del resto del ejercito.
Incluso hoy en día, sigue siendo muy difícil que una mujer haga todo lo que hizo Hannah.

---

Ahora que he podido leer un poco más de esa fiel traducción, es obvio que era una pilota entregada a su patria.
Además de ser consciente de la situación en la que se encontraban. Otros en cambio vivían una ilusión, el propio Hitler, por ejemplo. Con sus ordenes de desplazar divisiones arrasadas por los aliados.

---

Otro tema que daría mucho de si, es si en lugar de Goring como comandante de la Luftwaffe, hubiese designado a otro en el cargo. O haberlo distituido cuando fracaso la operación León Marino. Tenía una buena excusa para haberlo hecho.
Estoy seguro, de que las cosas en la Luftwaffe hubieran cambiado bastante, y para mejor.

Saludos
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Mensaje por Blue_Max » Dom Jun 17, 2007 7:34 pm

Estimado Kasparov,

Hanna R. no fue una mujer "piloto" en el sentido militar de la palabra. Al contrario de las soviéticas como Lidia Lityak o Ana Yegorova, verdaderas combatientes, e incluso las "WASP" norteamericanas que de un modo u otro prestaban sus servicios integradas dentro de las USAAF, la Sra. Reitsch perteneció, como bien dice ella, siempre al Instituto de Investigación, si bien ostentaba el rango "honorífico" de Capitán. Curiosamente su Cruz de Hierro, le fue concedida no por participar en acción bélica directa alguna, sino ( y no desmerece en nada lo otro ) por sus vuelos experimentales y pruebas dedicadas a romper las fijaciones de los globos cautivos que servían de barrera antiaérea, con gran riesgo para su vida desde luego.

Que era una mujer comprometida con su vocación y su trabajo no cabe la más mínima duda. Su vida fue su pasión, VOLAR. Pero mi opinión es que su compromiso con el III Reich iba más allá del hecho de su pasión por volar. Desde 1.945 fueron muchos, la mayoría, quienes negaron ser nacionalsocialistas. Hanna Reitsch nunca afirma sentirse nacionalsocialsta, tener un compromiso con el III Reich más alla del que pudiera haber nacido con ocasión de su trabajo. Pese a ello, no creo que resulte necesario profundizar en exceso en el sentimiento que aflora ya en 1.951, cuando escribe esta primera parte de "sus memorias" para comprender sus verdaderos sentimientos y afinidades.

En otro de sus libros, la segunda parte de sus memorias podríamos decir, "Höhen und Tiefen" (Munich. 1.978) relata cómo, siendo prisionera de los norteamericanos es conducida ante uno de sus más viejos conocidos y amigos, Wernher von Braun y alguno de los colaboradores de éste. El ingeniero alemán estaba dispuesto a partir, junto con estos colaboradores hacia Estados Unidos y propuso a Frau Reitsch que fuera con ellos a fin de continuar con sus investigaciones y experimentos en el país norteamericano. Para sorpresa de todos, Hannah R. se negó a ello y prefirió continuar en prisión (durante 15 meses) y en peores condiciones que las que había "disfrutado" antes de aquélla entrevista, en vez de "escapar" y "colaborar". Todo ello, y escrito de puño y letra por la autora me hace pensar en que, aunque esto no hubiera sucedido, su firma lo convierte en realidad; no el hecho en sí, sino el sentimiento que trasluce.

Saludos y gracias.
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Mensaje por Blue_Max » Dom Jun 17, 2007 7:44 pm

(...)


[ Como si de un milagro se tratase recibimos la noticia de que un JU 52 había aterrizado en el eje Este – Oeste para sacarnos a von Greim y a mí de Berlín. Rudel, que se encontraba en Rechlin también llamó desde la última línea que quedaba disponible para comunicarnos la llegada del avión, pero Greim rechazó salir del búnker.

Era el segundo día de nuestra estancia en el búnker, cuando Hitler nos hizo llamar a su despacho. En aquélla ocasión su aspecto era peor incluso que el que tenía el día que llegamos, más pálido, encorvado y envejecido, habían pasado unas horas pero parecía como si para él hubieran sido años. Me dio dos cápsulas de veneno para que, según sus palabras, tanto Greim como yo, según las circunstancias tuviéramos la más absoluta libertad de obrar y decidir al respecto. Después me dijo que tanto él como Eva Braun habían tomado la decisión de “salir de esta vida libremente”, en el caso de desaparecer la última posibilidad de esperanza, el auxilio del General Wenk.

Creo que, aunque su última esperanza se hubiera hecho realidad, y el auxilio de Wenk hubiese llegado a Berlín, las fuerzas de Hitler en aquél momento no eran suficientes como para poder seguir viviendo. De hecho, cualquiera de las posibilidades que se le ofrecían para tratar de salvar su vida, tanto el aterrizaje y puesta a disposición del Ju 52 como de un Arado 96 en el Eje Este/Oeste, las rechazaba como algo indiscutible. Lo único que le mantenía vivo era pensar que su permanencia en Berlín al menos serviría de incentivo a los soldados para mantener la lucha. Entonces llegó la peor de las noticias. Era la noche del 28 al 29 de abril; tras un intensísimo ataque ruso sobre la propia Cancillería, los rumores se confirmaban: el ruso había llegado ya al principio de la WilhelmStr. y alcanzado el Postdamer Platz.



Poco después de la medianoche Hitler entró en la habitación de von Greim a quien yo acompañaba y curaba de sus heridas. La cara del Führer no podía ser más blanca, era la imagen de un cadáver. Llevaba un mensaje radiado en su mano y un mapa. Se dirigió a von Greim: “Ahora también me ha traicionado Himmler. Ustedes dos tienen que salir del búnker lo más rápido posible. He recibido la noticia de que los rusos quieren ocupar la Cancillería durante la mañana”. Mientras decía esto desplegaba el mapa, y continuó diciendo: “Si con un bombardeo pudiéramos exterminar las posiciones enemigas en las calles dirección a la Cancillería, podríamos ganar al menos 24 horas y dar así la posibilidad al General Wenk de llegar a tiempo aquí. En Potsdam ya se escucha la artillería alemana”. Después nos indicó que un Arado 96 había podido entrar y aterrizar en el Eje y se encontraba aún intacto y a nuestra disposición.

Yo no entendía ni sabía nada de cuestiones de orden militar pero, en aquél momento pensar seriamente en una liberación, tal y como hablaba Hitler, se me antojaba algo imposible. Recordaba las imágenes que habíamos visto durante las últimas semanas por toda Alemania; carreteras y caminos llenos de refugiados huyendo, atascados con el reflujo de las tropas; las noches de bombardeos interminables y por último los continuos ataques sobre la Cancillería desde hacía varios días. De modo que mi opinión era que Wenk en cualquier caso no podría ayudarnos.

Pero incluso en tan dramática situación, el mundo de las ilusiones aún no se había desmoronado por completo. Llorando la Sra. Goebbels me rogó que no dejáramos sin intentar hasta la última posibilidad para lograr la salvación. La responsabilidad moral de Greim como soldado estaba por encima de todo, por lo que nos dispusimos a prepararnos.

Hitler estaba en la sala de mapas. Me despedí de él con un apretón de manos. No encontraba palabras, ¿qué podía decirle en tal situación?, le miraba mientras él con voz apagada, casi inaudible dijo: “que Dios le proteja”. La Sra. Goebbels, a quien durante aquéllos días vi como un ejemplo de serenidad en medio de aquél caos, me dio una carta para su hijo, habido de su primer matrimonio. Los niños estaban ya durmiendo, y hubiera querido poder verlos una vez más.


Salimos del búnker. Oberst. von Below nos acompañó a Ritter von Greim, que a duras penas se sostenía sobre dos muletas y a mí. A medida que ascendíamos por las escaleras el olor a humo, quemado y azufre se hacía el aire irrespirable; del mismo modo el polvo y el humo hacía prácticamente imposible ver algo más allá de un metro. Precisamente, en el momento en que salíamos de nuevo a la superficie se produjo un pequeño alto de fuego. Salimos a la VossStrasse, el cielo era un mar de llamas amarillentas y rojizas. En la puerta nos recogió un blindado. Comenzamos a recorrer sobre un mar de ruinas y escombros lo que antes había sido la avenida. El silbido de las granadas y los ruidos de las explosiones llenaban el aire, haciendo temblar el suelo mientras el humo y el fuego subían hacia el cielo.

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Mensaje por Kasparov » Dom Jun 17, 2007 8:51 pm

Camarada, yo no he dicho en ningun momento una piloto en el sentido militar.
Se considera una mujer-piloto por sus pruebas aereas, simplemente eso.
Dejemoslo en aviadora.

Pero habría que indagar sobre si participo, ya no digo en cielo abierto, sino en alguna escaramuza menos importante pero trascendente.

Respecto a su ideología creo que en esta entrevista entre Hanna y Ron Laytner podemos sacar algunas conclusiones:

Habla Hanna

¿Y qué ahora nos tienen en Alemania? Una tierra de banqueros y de car-makers. Incluso nuestro gran ejército ha ido suavemente. Barbas del desgaste de los soldados y órdenes de la pregunta. No estoy avergonzado decir que creí en socialismo nacional. Todavía uso la cruz del hierro con los diamantes que Hitler me dio. Pero en toda la Alemania no puedes encontrar hoy a una sola persona que votó a Adolf Hitler en energía. Muchos alemanes se sienten culpables sobre la guerra. Pero no explican la culpabilidad verdadera que compartimos que perdimos.

Saludos

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Mensaje por Blue_Max » Dom Jun 17, 2007 10:10 pm

(...)

[ El ruido de las explosiones era terrible, pero más terrible era la incertidumbre de no saber si nos encontrábamos en un distrito ya ocupado por los rusos. Al menos era un respiro haber llegado sanos y salvos a la esquina de la VossStr / Hermann Göring Str. Estábamos alcanzando el Tiergarten y por fin el edificio que ocupaba la Jefatura de Vuelos junto a la Siegessaeule, que aún estaba en manos de los alemanes aunque el mismo eje Este / Oeste se encontraba bajo el fuego enemigo.

El Arado 96 que se había puesto a nuestra disposición se encontraba en un “Splitterbox”. Ver que este aparato hubiera aterrizado aquí, en estas circunstancias ya era de por sí algo increíble En efecto, el artífice de semejante hazaña era el mismo piloto con el que habíamos volado Greim y yo a Gatow días atrás. Ahora volvíamos a encontrarnos en una situación similar, el avión sólo tenía dos plazas, pero debíamos salir los tres de allí. Rápidamente nos informaron de la situación, aún quedaban 400 metros del eje libres de embudos de granadas, si bien tal situación podía cambiar en segundos. En cualquier caso, que el despegue tuviera éxito dependía exclusivamente de la suerte.

Los focos antiaéreos del enemigo se proyectaban sobre el eje. A pesar de ello, el Arado podría despegar del suelo sin ser visto. En efecto, despegamos, volamos dirección Brandemburger Tor. El Carro de la Victoria del Brandemburger Tor se elevaba como una silueta negra en el haz de luz de los focos enemigos. Pasamos por encima justo cuando el enemigo nos descubrió. De pronto el cielo se cubrió de balas trazadoras.

Ascendimos lo más rápido posible y a unos 700 metros de altitud alcanzamos una capa de nubes que nos ponía a salvo, al menos de la artillería antiaérea. Al pasar las nubes encontramos el cielo, claro e iluminado sólo por la luna. A salvo, pusimos rumbo a Rechlin. Al mirar hacia abajo pude ver cómo el brillo plateado de los Maerkische Seen cambiaba con el resplandor rojo de los pueblos en llamas, abrasados por las bombas, bordeados por las carreteras de la guerra y desolación.

Sobre las 3.00 am. aterrizamos en Rechlin, donde fuimos recibidos por los hombres del “Führeungsstab” que aún estaban allí. Tiritando y destrozados interiormente por lo vivido salimos del avión y tocamos tierra firme. El aire era frío y el cielo estaba despejado. Respiré profundamente, pero incluso aquí aun se percibía el olor a quemado y a “hundimiento”.

Acabadas sus conversaciones el Feldmarschall von Greim con el Stab en Rechling, volamos a Pöln, con el objeto de entrevistarnos con el Gran Almirante Dönitz. Tras una breve estancia en Pöln fuimos a Dobbin para ver al Feldmarschall Keitel.

La pequeña “Blücher” que había elegido con cautela, era un aparato muy manejable y con gran visibilidad. Por ello, este tipo de avión podía asegurarnos superar esta travesía. En el estado en que se encontraba von Greim, era yo quien debía pilotar. Evitaba volar cerca de las carreteras o vías de ferrocarril, que eran el objetivo continuo de los cazas enemigos. Mas que volar, gateaba a mínima altura, de bosque en bosque, tratando de rodear los bordes donde nos protegía la sombra de los árboles. Saltaba encima de los arbustos y vallas para escapar de los cazas enemigos. En algunos trayectos tuvimos que cambiar el avión por un automóvil, pero esto tampoco nos garantizaba que fuera menos peligroso pues continuamente debíamos parar y refugiarnos. Nos despedimos de Keitel y volvimos a Lübeck. Fue esa noche, la del 30 de abril al 1º de mayo cuando escuchamos en la radio la noticia de la muerte de Hitler y la constitución de un nuevo gobierno bajo la presidencia de Dönitz. De modo que Plön era de nuevo nuestro objetivo.

Alcanzamos el cuartel general de Dönitz pero nuestra estancia allí sólo duró unas breves horas. Greim estaba ansioso por regresar y volver con sus hombres en Böhmen. Volamos con una DO 217 a Königsgraetz, pero en el camino von Greim sufrió un fuerte ataque de fiebre a consecuencia de sus heridas, lo que afectaba gravemente a su corazón. Cuatro días pasamos en Königsgraetz donde el Feldmarschall estuvo indispuesto a causa de la fiebre, mientras los acontecimientos se precipitaban en Alemania por minutos. Por fin el 7 de mayo bajó la fiebre y von Greim recobró las fuerzas para actuar, cuando nos llegó, mas que la noticia, el rumor de la Capitulación para el día 9 de mayo.

Greim antes de tomar una decisión al respecto, y en relación con la capitulación tanto en lo personal como en lo referente a sus hombres, quería entrevistarse con Kesselring. De modo que rápidamente nos pusimos en marcha, las fuerzas de Greim eran pocas pero suficientes para volar. Volamos con dos aviones a Graz y desde allí a Zell am See, donde suponíamos que debía estar Kesselring.

Fue un vuelo tranquilo, hermoso; la paz que sentía en el aire contrastaba violentamente con los turbulentos acontecimientos vividos, cuando sobrevolábamos los Alpes. Era el 8 de mayo cuando aterrizamos en Zell am See y tuvimos ocasión de conocer la noticia de la firma de la rendición incondicional. Ya no tenía sentido que von Greim regresara con sus tropas. Lo llevé al hospital militar de Kitzbuehl, pues su estado no mejoraba. Al llegar a la puerta del hospital entraban los norteamericanos en la ciudad y el hundimiento para nosotros. Habíamos sido vencidos. ]

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Mensaje por Blue_Max » Dom Jun 17, 2007 11:24 pm

(...)

TRAS LA CAPITULACIÓN

Tras la capitulación el único consuelo que tenía era saber que mi familia estaba cerca, en Salzburgo. Dentro de la desgracia que nos rodeaba, este pensamiento era el único agradable. A pesar de todo había un hogar y la seguridad de una familia para mi. Mi única obsesión ahora era hacerles llegar una noticia mía, hacerles saber que estaba bien. Por fin pude enviarles un mensaje mediante un correo, pero ya nadie me contestaría. Sólo quedaban siete tumbas de mis personas más queridas.

Poco antes de la llegada de los americanos había corrido el rumor, según el cual, se iba a devolver a sus ciudades de origen a todos los evacuados del Este. Mi padre, como médico que era, había visto con sus propios ojos lo que esto significaría para las mujeres y los niños. Como médico había tenido que acudir a atender a las niñas y mujeres que habían sufrido las consecuencias del avance de los rusos en algunos pueblos que habían sido recuperados por algún tiempo. Sólo sentía la necesidad de cumplir con su deber, con la responsabilidad de liberar a los suyos del horror que les esperaba. Por ello hizo lo más difícil y lo mas duro. Mi hermano había desaparecido, y por aquél entonces no sabíamos si vivía; en cuanto a mí y las circunstancias de mi último vuelo a Berlín, hicieron perder a mi padre toda esperanza de volver a verme con vida.

Ritter von Greim también abandonó la vida, voluntariamente pocos días después de haber recibido la noticia de la muerte de mi familia. Hecho prisionero en el hospital, y aún convaleciente de sus heridas, los norteamericanos lo habían llevado a Salzburgo, dispensándole un trato de lo más indigno para un militar íntegro y un caballero. Desde aquí tenían la intención de llevarlo como prisionero de guerra a algún lugar en Francia. En esta hora , en que el honor de un oficial no tenía el más mínimo valor, terminaba su camino, un camino que él anduvo toda su vida conforme a la tradición y honor que exigía su posición. Este era el último acto que se sentía obligado a hacer en cumplimiento de su deber.

Yo por el contrario intentaba vivir, y vivía. No obstante ahora era prisionera de los norteamericanos. Y así iba a continuar durante los siguientes 15 meses. Mi condición era la de “high criminal person”.

Y yo me preguntaba ¿Cuál era mi culpa?. Yo era alemana, una piloto conocida, de la que se sabía que hasta el último instante había cumplido con su deber, y que amaba a su patria. Eran muchas las leyendas que se habían fraguado en torno a mi último vuelo. Muchos creían que podría haber llevado a Hitler a algún escondite, fuera de Berlín.

Primero me “alojaron”, en la Villa Gmund, donde me llevaron desde Kitzbuehl. Allí me trataron con cierta cortesía pensando que quizá en cualquier momento pudiera revelar el secreto. Pero como tal secreto no existía y yo no revelaba nada al respecto, pronto cambió la situación y el trato recibido. De las más o menos educadas palabras de mis carceleros pasé a recibir empujones con las culatas de sus fusiles para hacerme entrar en mi celda de la prisión. Prisión donde iba a conocer en toda su amplitud el sentido de la humillación. Días enteros entre cuatro paredes de una estrecha habitación, mientras mis ojos buscaban con ansiedad ver un trozo de cielo azul a través de la pequeña ventana protegida con rejas.

Salí de aquélla prisión y me llevaron en un Jeep, entre cajas y equipajes, por unas carreteras destrozadas, llenas de baches y conducido por el mismo diablo. Así pasé nueve horas para llegar y entregarme a mi nueva prisión. Otra vez se cerraba tras de mí la puerta de una celda.

El “alojamiento” tenía el tamaño del compartimento de un tren. A parte de la paja que había en el suelo no tenía nada, absolutamente nada mas, ni una cama, ni un cubo. La ventana tenía sólidas rejas pero no tenía cristal y por ella penetraba el húmedo frío de octubre.

Mientras trataba de vivir en esas condiciones me preguntaba ¿era esto América?, ¿la América que yo había visto en 1.938? ¿la América en que yo había vivido, y aprendido a amar?. Trataba de leer en las caras del vencedor que me rodeaba algo de aquélla América que aún guardaba en mi memoria. Pero no encontraba nada, y eso era aún peor que la alambrada que me separaba de la libertad. La cara de América estaba hoy llena de odio.

Un día llegó al último de los campos para prisioneros en que me habían internado. Un general norteamericano. Venía a mi celda con cierta frecuencia y en esos momentos veía delante de mi un americano como aquéllos que había conocido años atrás, un hombre con un corazón y humanamente abierto. Más tarde conocí a su esposa, una mujer americana de pelo gris y una cara clara y bonita. Ella también vivía en el mundo de los vencedores. Tras la derrota que habíamos sufrido y los acontecimientos y noticias posteriores, pude ser consciente de que la propaganda no sólo puede engañar a un pueblo entero, sino que también puede cegarlo contra su propia culpabilidad. Mis conversaciones con este general y su esposa me confirmaban que en el mundo de los vencedores no había nada diferente en lo que a esto se refería. Estas dos personas al contrario que mis otros guardias que me habían vigilado e interrogado, no estaban llenas de odio y venganza. Pero en ellos también podía estudiar el resultado de una propaganda continua que durante años les había cegado en contra de Alemania, y los alemanes.

De modo que comprendí que todo lo que me había sucedido como prisionera, no era fruto de la crueldad humana, sino fruto de la ceguera de los pueblos en guerra.

Otra vez había llegado el verano. Sobre un fondo azul claro, en el cielo se dibujan formaciones de nubes semejantes a velos. Estoy delante de la ventana de mi habitación abierta hacia el jardín. De la habitación que ocupo desde mi salida de la prisión.]

**********

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Ilustración. Reitsch, H. "Höhen und Tiefen" (1.978, Munich)
Hanna Reitsch con el General J. Doolittle a mediados de los 70'. Puede observarse como luce en su pecho su Cruz de Hierro.


Lo más interesante y peculiar de la vida de Hanna Reitsch no son desde luego, las peripecias porque hubo de pasar desde aquél momento en que subiera a bordo del FW 190 que la llevase junto a Robert Ritter von Greim a Berlín. Su legado vital está en otras páginas, las que hablan de una joven alegre y dispuesta a cumplir con su deber mientras disfruta con su trabajo, al igual que las que describen su vida posterior. Hasta el día de su muerte en Frankfurt vivió como siempre, dispuesta a pasear por las nubes en su planeador, como "una pasajera del viento", orgullosa de ser quien fue.

Gracias a todos.
Última edición por Blue_Max el Lun Jun 18, 2007 11:29 pm, editado 1 vez en total.
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Mensaje por Kasparov » Dom Jun 17, 2007 11:44 pm

Has hecho un gran trabajo camarada Blue.

Voy a borrar mis mensajes que estan enmedio y los pondre justamente debajo. Para no perder el hilo.
---
No tengo poder para hacerlo, lo siento.

Saludos y gracias
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Mensaje por Blue_Max » Lun Jun 18, 2007 2:15 am

Hola Kasparov,

No te preocupes amigo, lo importante es saber que lo has leido y de un modo u otro ha hecho surgir en alguien un interrogante.

Gracias por todo.
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hans oettl
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excelente trabajo

Mensaje por hans oettl » Lun Jun 18, 2007 11:53 pm

Estimado Blue_max, que te puedo decir, simplemente un estupendo trabajo, competisimo, mis mas sinceras felicitaciones por este gran aporte

Wulf
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Mensaje por Wulf » Lun Sep 03, 2007 3:29 pm

Como dato dire que ella fue la propulsora de los torpedos suicidas, osa de V1 con pequeñas modificaciones (una pequeña cabina para el piloto), lo intentaron volar 3 pilotos de la luftwaffe, los cuales murieron nada mas despejar (no eran quien a controlarlo), Hanna no dudo y se subio en él, y fue quien a pilotarlo y controlarlo. Estuvo siempre apuntada como Nr. 1 para las misiones de suicidio, pero nunca la dejaron realizarlas. Como piloto era muy buena y así lo demuestran sus records mundiales. Saludos

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