A diferencia de Canaris, quien despreciaba las tareas organizativas y el trabajo de escritorio, Heydrich disfrutaba de esto y hacía trabajar sin parar a sus hombres, dando órdenes, y, además, metiéndose en todo.
Según Walter Schellenberg, la obsesión de Heydrich era ‘saber siempre más que los demás, saberlo todo acerca de todos, se tratase de cuestiones políticas, profesionales o íntimas sobre sus vidas, y utilizar esta información para volverles completamente dependientes de él’.
Como otros medios para alcanzar este fin, Heydrich abrió un burdel del SD en uno de los barrios residenciales más elegantes de Berlín. El burdel, llamado Salón Kitty, ofrecía servicios a los funcionarios alemanes, diplomáticos extranjeros y empresarios. Cada uno de los nueve dormitorios estaba dotado de micrófonos ocultos conectados a equipos de grabación en el sótano. Mujeriego notorio, el propio Heydrich se convirtió en cliente habitual. La lascivia del jefe del SD proporcionó el marco para la que presumiblemente fue la única vez que un subordinado le gastó una broma.
Cada vez que Heydrich aparecía para una “visita de inspección” del Salón Kitty, el personal debía desconectar todos los micrófonos. Pero, en una ocasión, Alfred Naujocks decidió divertirse un poco: grabó la visita de Heydrich. Luego, Naujocks se lo pensó mejor y borró las cintas. Pero Heydrich tenía espías, incluso en el Salón Kitty. Al día siguiente, llamó a Naujocks a su despacho: “Si crees que te puedes burlar de mí, piénsalo bien”, le dijo Heydrich. “Ahora vete”.
Naujocks nunca volvió a poner a prueba el sentido de humor de Heydrich.
Alfred Naujocks

Fuente:
El Tercer Reich – Vol 29, La Guerra en la sombra – Time Life Rombo