La última Batalla, condensado del libro de Cornelius Ryan

La guerra en el este de Europa

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Shindler
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Mensaje por Shindler » Mié Oct 10, 2007 5:26 pm

Carrera hacia la cabeza de puente

En cinco grandes columnas los de la Segunda División Blindada de los Estados Unidos se precipitaba hacia el Elba y Berlín. Pasaban por delante de cuarteles generales alemanes alumbrados, sin aminorar el paso. Atravesaban rápidamente ciudades donde los ancianos de la guardia local se quedaban estupefactos en las calles, fusil en mano, demasiado aturdidos para ofrecer resistencia. A toda velocidad pasaban unidades motorizadas alemanas que iban en la misma dirección. Cambiaban fuego, pero nadie se detenía. Los soldados de infantería norteamericana apostados sobre los tanques tiraban a los motociclistas alemanes. Donde las tropas enemigas intentaron hacer resistencia desde posiciones atrincheradas, algunos jefes norteamericanos resolvieron usar los tanques como se empleaba antiguamente la caballería. El mayor James Hollingsworth, al hallarse en tal situación, mandó alinear 34 tanques y dio la voz de mando, rar vez oída en la guerra moderna, de "¡A lña carga!" Disparando sus cañones, los tanques de Hollingsworth cargaron velozmente contra las posiciones enemigas y los alemanes se dispersaron a toda carrera.


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En la tarde del miércoles 11 de Abril un grupo pequeño de vehículos blindados había llegado a las afueras de Magdeburgo, en la orilla occidental del Elba. Los automóviles de reconocimiento del teniente coronel Wheeler Merrian, viajando a velocidades hasta de 90 kilómetros por hora, habían penetrado en la zona suburbana. Allí fueron detenidos, no por las defensas alemanas, sino por el tránsito de vehículos civiles y por los ciudadanos que iban de compras.

El pelotón tuvo que abrir fuego de ametralladoras para hacer despejar las calles. El resultado fué caótico. Muchas mujeres se desmayaron. La gente se agrupaba temerosa; muchos se tendieron cuan largos eran en el pavimento. Los soldados alemanes corrían a la desbandada disparando sin ton ni son. Los autos de reconocimiento de Meriam lograron salir de aquel lío y llegar a su objetivo: el aeropuerto. Al llegar a los alrededores del campo, los aviones seguían aterrizando y despegando. Las armas de fuego norteamericanas comenzaron a disparar contra todo lo que veían, inclusive una escuadrilla de aviones de caza que estaba lista para despegar. Entonces las defensas reaccionaron y, con nutrido fuego, sometieron al pelotón de exploradores. Los vehículos pudieron salir de allí, con la pérdida de un solo carro blindado, pero su aparición había puesto en alerta a los defensores de Magdeburgo. Después de eso, a medida que iban llegando al Elba una unidad norteamericana tras otra, a ambos lados de la ciudad, encontraban resistencia cada vez más tenaz.

Al regresar, los exploradores de Merriam llevaban consigo una valiosísima información; el puente de la autopista en el norte de la ciudad todavía estaba en pie. Este se convirtió inmediatamente en el objetivo primordial de la División, pues permitiría a la Segunda llegar a Berlín. Mas,a juzgar por el fuego de artillería que recibió a los norteamericanos, la toma del puente no sería cosa fácil. Los defensores de Magdeburgo estaban decididos a combatir.

El puente de Schonebeck, 11 kilómetros al sur, era el objetivo del 67 Regimiento Blindado, al mando del mayor Hollingsworth. El miércoles por la tarde sus tanques habían cruzado una tras otra varias poblaciones. Poco antes de caer el sol habían franqueado el terreno alto que dominaba las ciudades de Schonebeck y Bad Salzelmen. Más allá, resplandeciente en la luz crepuscular, se veía el Elba, que en ese punto tenía más de 150 metros de anchura. Reconociendo el territorio con sus binóculos, el mayor Hollingsworth vio que aún estaba en pie el puente de la carretera y que los vehículos blindados alemanes estaban huyendo al este por esa vía. ¿Cómo tomarlo antes de que lo volaran, con tanta fuerza enemiga como había por esos contornos?.

Mientras miraba, comenzó a esbozar un proyecto. Llamó a dos jefes de compañía y Hollingsworth les expuso su plan; "El enemigo se mueve por un camino que va de sur a norte y pasa por Bad salzelmen; viran al oriente en donde el camino se bifurca, entran en Schonebeck y atraviesan el puente. Nuestra única esperanza es atacar en Bad Salzelmen, tomar la bifurcación de caminos e impedir el paso a los alemanes que vienen del sur. Me uniré a la retaguardia de una columna que vaya hacia el oriente y los guiaré hasta el otro extremo del puente ¡Tenemos que tomarlo a toda costa!.

Pocos minutos mas tarde, los tanques de Hollingsworth estaban en camino. Con las escotillas cerradas herméticamente, arremetieron contra Bad Salzelmen; antes que los alemanes comprendieran lo que estaba sucediendo, los vehículos norteamerivanos les habían cerrado el paso del sur y se enfrentaban a una fila de Panzer. los tanques alemanes que iban a la cabeza de la columna ya habían ejecutado el viaje, y se dirigían hacia el puente. Al parecer habían oído el fuego a su retaguardia y apuraban el paso. En ese momento los tanques de Hollingsworth llenaron la brecha y siguieron a la misma velocidad.

Mas en ese momento los descubrieron, y abrieron fuego de artillería sobre los norteamericanos. Al entrar los tanques sherman de Hollingsworth en schonebeck, un tanque Mark V alemán, haciendo girar su torreta, apuntó al primero de la línea. El sargento mayor Cooley, artillero de Holliingsworth, abrió fuego, haciendo estallar al Mark V. Cayendo de lado, el Panzer se estrelló contra una muralla y comenzó a arder intensamente. Escasamente había espacio para el tanque de Hollingsworth, pero logró pasar, seguido por el resto de la columna. los tanques norteamericanos atravesaron la población, disparando contra la retaguardia de los vehículos alemanes en retirada y rozando casi dos tanques que ardían. Al llegar al centro, recuerda Hollingsworth, "todos disparaban contra todos. Aquello era un infierno. Por las ventanas se asomaban alemanes disparándonos con sus Panzerfausts, y otros colgaban de allí, muertos".

El tanque de Hollingsworth no había recibido ningún impacto y ya estaba a tres o cuatro calles del puente. Pero el último trecho fué el peor. El fuego enemigo les llegaba de todas direcciones. Los edificios estaban en llamas y, aunque eran las 11 de la noche, el campo de batalla estaba tan iluminado que parecía de día.

El acceso al puente quedaba ya cerca. Los tanques avanzaban rápidamente. La entrada, cuya vista había estado oculta cuando Hollingsworth la reconoció desde las alturas, era un laberinto de murallas de piedra que sobresalían a intervalos irregulares en ambos lados del camino; los vehículos tenían que aminorar la velocidad y ejecutar maniobras bruscas a izquierda y a derecha, antes de llegar al tramo central. Saltando del tanque, Hollingsworth exploró para ver si le sería posible dirigir simuláneamente la columna y el fuego de su artillero por medio de un teléfono conectado al tanque. En ese instante estalló una granada antitanque 15 metros adelante de Hollingsworth, quien se halló súbitamente con la cara cubierta de sangre.

Con una pistola calibre 45 en una mano y el teléfono del tanque en la otra, continuó obstinadamente hacia el puente. Una bala se le alojó en la rodilla izquierda, pero aún seguía adelante. Al fin, tambaleánte y medio ciego por su propia sangre, Hollingsworth tuvo que detenerse en medio de una granizada de balas alemans. Ordenó la retirada. había llegado a 12 metros del puente.

Al llegar su superior, el coronel Disney, encontro al mayor "imposibilitado para andar y sangrando profusamente", y le ordenó que pasara a la retaguardia. Por cuestión de pocos minutos Hollingsworth no alcanzó a llegar al puente. Calculó que, de haber logrado su objetivo, su unidad de taqnues hubiese podido llegar a Berlín en el término de once horas.
Al amanecer del 12 de Abril la infantería y los ingenieros intentaron nuevamente tomar el puente de Shonebeck, pero mientras atacaban, los alemanes lo volaron ante sus narices.

La ansiedad comenzó a cundir entre toda la oficialidad del Noveno Ejército. Hasta la tarde del 12 de Abril hubo motivos de optimismo. La quinta División Blindada había recorrido la fenomenal distancia de 320 kilómetros en 13 días; la Segunda hizo otro tanto en un solo día más. Pero aún no se tomaba ningún puente ni se establecían posiciones en la orilla oriental del Elba. se tomó entonces una determinación en el cuartel general de la Segunda División Blindada: había que forzar el apso del Río. las tropas efectuarían un ataque anfibio sobre la ribera oriental para asegurar una cabeza de puente. Entonces se tendería allí un puente de pontones.

A las 8 de la noche del 12 de Abril se trasladaron calladamente dos batallones de infantería en camiones anfibios hasta la orilla opuesta. No hubo oposición durante el cruce. a medianoche estaban las tropas al otro lado y al amanecer se les había agregado un tercer batallón. Las tropas se desplegaron rápidamente por la orilla oriental, cavando posiciones defensivas en un semicírculo estrecho en torno al sitio elegido para el puente. El general White, alborozado, hizo una llamada telefónica al general Simpson, jefe del Noveno Ejército: "Estamos al otro lado".

Este mismo día, más o menos a la hora que los primeros tanques de la Quinta División Blindada rodaban por las calles de Tangermunde, el presidente Franklin Delano Roosevelt moría en Warm Springs. Sobre su mesa de trabajo estaba un ejemplar del diario Constitution, de Atlanta, cuyo titular proclamaba: "El Noveno a 92 kilómetros de Berlín".

Transcurrieron más de 24 horas antes de que la noticia de la muerte del Presidente se filtrara hasta las tropas del frente. El mayor Alcee Peters, de la 84 División, supo la nueva por un alemán que se le acercó a ofrecerle sus condolencias "por el terrible golpe". Peters quedó abrumado e incrédulo, pero antes de poder confirmar lo que había oído, su columna se puso en marcha nuevamente, y tuvo la mente ocupada en otras cosas. El capellán Ben Rose escribías a Ana, su esposa; "Todos sentimos pena, pero la mayoría hemos visto morir a tantos, que saber que ni aun Roosevelt es indispensable. me sorprendió mucho la calma con que recibimos la noticia".

Josef Goebbels, por su parte, casi no podía contenerse. Al momento de enterarse, se comunicó por teléfono con Hitler en el Fuhrerbunker. "Mi Fuhrer, lo felicito. Roosevelt ha muerto", dijo con gran exaltación. "Está escrito en las estrellas: nuestro cambio de fortuna vendrá en la última quincena de Abril. Hoy es viernes, 13 de Abril: ¡ya llegó nuestro cambio de fortuna!. Extasiado, Goebbels dio órdenes para que sirviera champaña a todos los empleados del Ministerio de Propaganda.

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Próximo capítulo; El "Puente Truman"


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Mensaje por Shindler » Mié Oct 10, 2007 5:49 pm

El "Puente Truman"

"¡Al otro lado! ¡Al otro lado! ¡Y seguid andando!" ordenaba el teniente coronel Edwin Crabill, de la 83 División, paseándose de un lado al otro por la orilla del río, exhortando a la tropa a embarcarse en los lanchones de asalto. "No espereis a organizaros. Llegad al otro lado de cualquier modo", gritaba, "¡Estáis en camino a Berlín!".

En la población de Barby, 25 kilómetros al sudeste de Magdeburgo, un poco más abajo del lugar en donde la Segunda División Blindada (su gran competidora) había cruzado el Elba y había sido contenida tenaz resistencia alemana, los soldados de la 83 estaban atravesando en gran número y sin opocisión. Después de entrar en la ciudad descubrieron que habían volado el puente. Pero Crabill, sin esperar órdenes de sus superiores, había ordenado atravesar sin demora el río. Se enviaron a toda prisa lanchas de asalto, y en unas cuantas horas había un batallón completo al otro lado. Otro se hallaba en camino. Simultánemanete estaban transportando en pontones la artillería a la otra orilla, y los ingenieros se ocupaban en tender un puente para el tránsito a pie.

En la tarde del día 13 los ingenieros habían terminado su obra, y como toque final pusieron un letrero a la entrada. En honor del nuevo Presidente, y con su acostumbrado reconocimiento del valor de la propaganda, rezaba así; "Puente Truman. Puerta de Berlín. Por cortesía de la 83 División de Infantería".
Telegrafiaron la noticia al general Simpson, y desde el puesto de mando de este al general Bradley, quien telefoneó inmediatamente a Eisenhower. De pronto la cabeza de puente de la 83 era el principal pensamiento de todos. El comandante supremo escuchó la nueva con atención. Luego, al final del informe, hizo una pregunta a Bradley. este, más tarde, hacía memoria de esa conversación, recordando así las palabras del general Eisenhower: "Brad, ¿cuánto cree usted que costaría abrirnos paso desde el Elba y tomar Berlín?".

Bradley había estado considerando esa misma cuestión durante varios días. Al igual que Eisenhower, no veía ya a Berlín como objetivo militar, pero estimaba que debía tomarse si no exigía gran esfuerzo. También a Bradley, como a su jefe, le preocupaba una penetración demasiado profunda en la futura zona soviética, y las bajas que sufrirían las tropas norteamericanas para ocupar zonas de las cuales, a la larga, tendrían que retirarse.
Entonces le contestó al comandante supremo: "Calculo que nos podría costar unos 100.000 hombres".

Hubo una pausa. Luego Bradley agregó; "Me parece un precio muy alto por un objetivo que sólo nos daría prestigio, especialmente sabiendo que debemos retirarnos y permitir que el otro se haga cargo". Allí terminó la conversación. Eisenhower no reveló sus intenciones. Pero Bradley había dejado constancia clara y precisa de su modo de pensar: las vidas de sus soldados eran más importantes que el mero prestigio o que la ocupación temporal de territorio sin significado real.

Continúa...

Próximo capítulo; La atrocidad oculta.

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Mensaje por Shindler » Mié Oct 10, 2007 7:32 pm

La atrocidad oculta

El plan de ataque contra Alemania que trazó el comandante supremo se había desarrollado en forma brillante; él mismo se había sorperendido de la rapidez del avance angloamericano. Sin embargo el progreso vertiginoso de los ejércitos había estirado casi hasta el límite las líneas de abastecimiento de Eisenhower. Mientras más penetraban los Aliados en territorio alemán, más millares de no combatientes quedaban a su cargo. Había que alimentar a centenares de miles de prisioneros de guerra alemanes. Había que alojar, proveer y prestar servicios médicos a los ex-trabajadores esclavos de una veintena de países, y a los prisioneros de guerra ingleses y norteamericanos liberados. Apenas estaban comenzando a movilizarse los convoyes de ambulancias y provisiones médicas. Y aunque los medios de que disponían estos eran enormes, la demanda había sido imprevista por lo repentina.

En los últimos días había comenzado a descubrirse lo qeu sin duda era la mayor atrocidad que el Tercer Reich ocultaba. A lo largo de todo el frente, en una semana de fogoso avance, los combatientes habían experimentado una tremenda sacudida emocional y a la vez repugnancia, al encontrarse los campos de concentración de Hitler, con sus cientos de millares de reclusos y las pruebas fehacientes de sus millones de muertos.

Aunque endurecidos por el combate, los soldados casi no podían dar fe a sus ojos al caer en sus manos docenas de campamentos de prisión y de concentración. Veinte años más tarde todavía recordarían indignados los macilentos esqueletos que se les acercaban tambaleándose (parecía que lo único que el régimen nazi no les había podido quitar era su voluntad de sobrevivir); las sepulturas en masa, en trincheras y fosos; las filas de los hornos crematorios llenos de huesos calcinados, macabro testimonio del exterminio sistemático de los "prisioneros políticos"...ajusticiados, según explicaba uno de los guardias del campo de Buchenwald, porque, "no eran sino judíos".

En el campamento de Ohrdruf, invadido el 12 de Abril por el Tercer Ejército de los Estados Unidos, el general George Patton, uno de sus más curtidos oficiales, al practicar una inspección de las cámaras de muerte, tuvo que regresar con los ojos lenos de lágrimas, y no pudo reprimir su náusea. Al día siguiente Patton ordenó que toda la población de un pueblo cercano (que proclamaba su ignorancia de la situación que existía dentro del campamento) fuese llevada a presenciarla con sus propios ojos; los que se resistían eran obligados a punta de fusil. A la mañana siguiente el burgomaestre del pueblo y su esposa aparecieron ahorcados en doble suicidio.

El general Eisenhower hizo una inspección personal del campamento cercano a Gotha. Pálido , con los dientes apretados, hizo un recorrido de todo el lugar. "Hasta ese momento", recordaba más tarde, "yo tenía conocimiento de aquello sólo en forma general o por informaciones de otras personas. Nunca, en ninguna otra ocasión, he experimentado igual sensación de espanto".
El efecto psicológico que los campamentos tuvieron sobre la tropa y sobre los oficiales fue incalculable. En aquellos que los vieron, la fría determinación de lograr una pronta victoria remplazó a cualquier otro sentimiento. En el ánimo del comandante supremo había causado un efecto muy similar. Mas antes de poder seguir adelante para ganar la guerra, tenía que reagrupar a sus muy dispersos ejércitos. La noche del 14, desde sus oficina de Reims, Eisenhower cablegrafió a Washington sus planes futuros.

Aunque pensaba que "sería muy deseable hacer una arremetida contra Berlín, pues el enemigo podría agrupar sus fuerzas alrededor de la capital, y su caída tendría gran efecto en el ánimo de los alemanes y en el de nuestros propios pueblos", a tal operación, sin embargo, decía el comandante supremo, "No debemos darle prioridad, a menos que las operaciones para despejar nuestros flancos hayan progresado con inesperada rapidez".

En resumen el plan de Eisenhower consistía en :
1-) Sostener firme el frente en la zona central del Elba
2-) Iniciar operaciones contra Lubeck y Dinamarca
3-) Lanzar "un golpe formidable" para reunirse con las tropas soviéticas en el valle del Danubio y aislar el reducto nacional. "Como la ofensiva contra Berlín debe esperar el resultado de los tres puntos arriba descritos", decía Eisenhower, "no la incluyo como parte de mi plan".


En el Elba, durante toda la noche del 14, las unidades de la 83 de Infantería y de la Segunda División Blindada atravesaban por los puentes de Barby. (Un segundo puente de pontones se había tendido junto al primero). El domingo 15, muy de mañana, el general Simpson jefe del Noveno Ejército, recibió una llamada telefónica de Bradley. Simpson debía trasladarse en avión inmediatamente al cuartel general del 12 Grupo de Ejércitos, en Wiesbaden. "Tengo algo muy importante que decirle, y no puedo hacerlo por teléfono", le dijo Bradley.
Bradley estaba esperando al general en el aeropuerto. Se dieron la mano, recuerda Simpson, "e inmediatamente, allí mismo", le dio la noticia:
-Debe usted detenerse en el Elba. No debe avanzar más en dirección a Berlín. Lo siento Simpson, pero esas son las órdenes.
-¿Pero de dónde diablos ha sacado usted eso? (exclamó Simpson)
- De Eisenhower (repuso Bradley).

Tan ofuscado quedó Simpson, que no pudo recordar ni la mitad de las cosas que Bradley le dijo a continuación. Todo lo que recordaba era que "se hallaba descorazonado y que volvió al avión medio aturdido". Sólo podía pensar en "cómo iba a dar la noticia a su estado mayor, a sus jefes de cuerpo, a la tropa... sobre todo a la tropa..." Desde su cuartel general Simpson pasó la orden a los jefes de división; luego salió inmediatamente para el Elba. El general Hinds encontró a Simpson en el cuartel general de la Segunda División. Simpson preguntó a Hinds cómo iba la operación:
- Va muy bien, mi general (dijo este), los cruces del río por los puentes de Barby están progresando excelentemente.
- Magnífico (dijo Simpson). Puede usted mantener algunas tropas en la ribera oriental, si así lo desea, pero no deben seguir más adelante (Miró entonces a Hinds, añadiendo): solo llegaremos hasta ahí.
Tan duro fué el golpe para Hinds que casi se insubordina:
- No señor (protestó), no puede ser así. Desde ahí seguiremos a Berlín.
Simpson luchaba para dominar su emoción. Hubo un momento muy tenso de silencio. Entonces dijo con voz monótona, sin reflexión;
- No iremos a Berlín, Sid. Para nosotros la guerra ha terminado aquí.

Entre Barlben y Magdeburgo, donde algunos elementos de la 39 División avanzaban todavía hacia el río, la noticia se propagó como el fuego en la pólvora. La tropa se congregaba en grupos, discutiendo y gesticulando acaloradamente. el soldado Alexander Korolevich, del 120 Regimiento, Compañía D, no tomó parte en las conversasiones. No sabía si estar triste o contento. Simplemente se sentó y se hechó a llorar.

Fin de la Segunda Parte.

En breve continuaré con la tercera y última parte de este apasionante relato.


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Mensaje por Shindler » Sab Oct 13, 2007 4:59 pm

Tercera y última parte
La última hora

El tronar de 20.000 cañones rusos y la música fúnebre de El ocaso de los dioses formaron la obertura de la última batalla de Alemania, en que el mismo Berlín iba a convertirse en pira funeraria donde se inmolarían los dioses del Tercer Reich.
En la parte final de esta obra (gran éxito de librería) , Cornelius Ryan reproduce las últimas escenas de uno de los más terribles holocaustos de la Historia. En cuadros de impresionante fidelidad describe el implacable avance soviético contra los ejércitos deshechos, contra ancianos y niños; la aberración frenética que caracterizó los últimos días de Hitler; los estertores de agonía de una ciudad envuelta en una vorágine de estupros, venganzas y suicidios. Obra maestra del reportaje político y militar, libro de consulta para futuros historiadores, La última Batalla es a la vez testimonio de lo más bajo y de lo más noble que puede producir el espíritu humano.


El 15 de Abril de 1945 casi no quedaba nada de lo que una vez fue el poderoso Tercer Reich. Dos enormes ejércitos rusos esperaban, listos para atacar, a 80 kilómetros de Berlín. Al Oeste, las fuerzas aliadas habían recibido instrucciones de detenerse en el río Elba, y de no tomar la capital alemana. La víspera de la última batalla, por la noche, los generales de Hitler sabían que tenían que pelear hasta el último hombre.

El coronel general Gotthard Heinrici examinaba todos los indicios. En algunos puntos del frente oriental los rusos habían abierto fuego concentrado de artillería durante corto tiempo; en otros habían lanzado ataques de poca intensidad. Para Heinrici, encargado de contener en el Oder el avance sobre Berlín, aquellas eran simples operaciones exploratorias, pero tenía que decidir cúando dar la orden de ejecutar la maniobra que lo había hecho famoso: el repliegue súbito de sus tropas a una segunda línea de defensa antes de que el fuerte bombardeo enemigo diera la señal del ataque principal.

Heinrici estudiaba con gran detenimiento los últimos partes de información militar e inclusive los más recientes interrogatorios de prisioneros. En uno de los informes se decía que un soldado del Ejército Rojo "Había advertido que la gran ofensiva soviética empezaría en un plazo de 5 a 10 días". Se comentaba, según el prisionero, "que Rusia no permitiría que los Estados unidos ni Inglaterra arrojarse la gloria de haber conquistado Berlín".

En su puesto de mando del bosque de Schonewald, al norte de Berlín, Heinrici estuvo estudiando los informes y hablando con su estado mayor. Luego se paseó de un extremo a otro de su despacho, con las manos cruzadas en la espalda, cabizbajo, sumido en profunda meditación. De repente hizo una pausa. Según relata un ayudante que lo había estado observando con atención, "parecía que hubiese husmeado el aire mismo". Heinrici se dirigió entonces a su estado mayor;

-Creo (dijo con calma) que el ataque se producirá mañana por la madrugada.

Haciendo señas a su jefe de estado mayor para que se aproximara, dictó una orden brevísima al general Theodor Busse, jefe del Noveno Ejército alemán. Decía así;
"Repliéguese esta misma noche y tome posiciones en la segunda línea de defensa".
No le había fallado a Heinrici su instinto de la oportunidad. Exactamente siete horas y quince minutos después (a las 4 de la madrugada del Lunes 16 de Abril de 1945), se abriría la cortina de fuego rusa, y Heinrici entraría en la última batalla de Alemania.


Veinte mil cañones
"Vamos andando"
Dentro de la fortaleza de Berlín
Música de perdición
Stalin al teléfono
Niños en la guerra
Comienza el éxodo
Pesadilla de terror
Estudio de demencia

Fin de un mito
Saqueo por las calles
Los primeros rusos
"No podemos aceptarlo"
"Tráiganme una botella de Champaña"
Cerrando el cerco
"El Fuhrer ha muerto"
La rendición
"Todo ha terminado"



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Próximo capítulo; Veinte mil cañones


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Última edición por Shindler el Vie Nov 23, 2007 4:55 pm, editado 3 veces en total.
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Mensaje por ESCUADRON201 » Mié Oct 17, 2007 7:48 pm

Excelente aportación, Herr Shindler, estaremos esperando con ansias el siguiente capítulo.

Saludos cordiales
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Mensaje por Shindler » Jue Oct 18, 2007 3:39 pm

Muchas gracias amigo Escuadrón201 por los animos :mrgreen:

Veinte mil cañones

A lo largo del primer frente bielorruso, en las tinieblas profundas de los bosques, el silencio era absoluto. Bajo los pinos y las redes de camuflaje, la artillería se extendía varios kilómetros en filas interminables. Al frente estaban los morteros. Tras estos los tanques, elevadas sus largas bocas de fuego. Más atrás estaban los cañones motorizados, y tras estos las baterías de artillería ligera y pesada. A retaguardia quedaban unas 400 Katushkas (lanzacohetes de muchos tubos, capaces de disparar simultáneamente 16 proyectiles). Y concentrados en la cabeza de puente de Kustrin, sobre la orilla occidental del Oder, había cierta cantidad de reflectores enfocados directamente a las líneas alemanas. Con cada momento que pasaba le parecía al capitán Sergei Golbov que el silencio se hacía más intenso. Estaba con las tropas en la ribera oriental del Oder. Según habría de relatarlo más tarde, a su alrededor había "multitudes de unidades de asalto, filas de tanques, pelotones de ingenieros". Golbov podía sentir a los "soldados temblorosos de emoción...como se estremecen los corceles antes de la cacería".

Al centro, las tropas se habían aglomerado sobre la cabeza de puente en la orilla occidental del río. Aquella posición clave, de 50 kilómetros de ancho por 15 de fondo, iba a ser el trampolín para la ofensiva del mariscal Zhukov contra Berlín. Desde allí el Octavo Ejército de Guardias lanzaría su ataque. Una vez que tomasen las estratégicas lomas de Seelow, situadas directamente enfrente, seguirían las divisiones blindadas.

En las líneas más avanzadas se hallaba junto a su batería el sargento Nikolai Svishchev, jefe de un cuerpo de artilleros. Como era veterano de muchas concentraciones de fuego de artillerá, sabía bien lo que se avecinaba. había advertido a su tropa que en el momento de abrir fuego "gritasen a todo pulmón a fin de igualar la presión en los oídos, pues el ruido sería insoportable". Ya con la correa del disparador en la mano, aguardaba la orden de hacer fuego.

Desde un fortín construido en lo alto de una colina que miraba a la cabeza de puente de Kustrin, el mariscal Zhukov, impasible, dirigía la vista hacia las tinieblas. A su lado estaba el coronel general Vasili Chikov, defensor de Stalingrado y jefe del Octavo de Guardias. Desde aquella batalla de Stalingrado Chuikov sufría de eccema;la erupción le había afectado sobre todo las manos, que llevaba protegidas con guantes negros. Mientras esperaba la señal de comenzar la ofensiva, se frotaba nerviosamente las manos enguantadas.
- Vasili Ivanovich, ¿están todos sus batallones en posición? (le preguntó Zhukov de repente)
- Durante las últimas 48 horas, camarada mariscal, he hecho todo cuanto usted ha ordenado (contestó el coronel general rápidamente y con confianza).

Zhukov consultó el reloj. Colocándose junto a la aspillera de la fortificación, se echó hacia atrás la gorra militar y, descansando ambos codos sobre el borde de hormigón, enfocó los prismáticos. Fueron trascurriendo los segundos. Al fin Zhukov dijo con voz tranquila:
- ¡Ya, camaradas...ya!

Tres bengalas encarnadas iluminaron el firmamento nocturno. Durante un momento interminable las luces quedaron suspendidas en el aire, bañando el Oder de deslumbrante carmesí. Luego entró en acción la falange de reflectores de Zhukov. Con intensidad deslumbrante los 140 grandes faros antiaéreos, a los que se sumaban las luces de los tanques, los camiones y otros vehículos, se enfocaron directamente a las posiciones alemanas. Al teniente coronel Pavel Troyanoskii, corresponsal de guerra, le pareció que el cegador destello procedía de "mil soles juntos".

Con un rugido ensordecedor que hizo estremecer la tierra, ardió todo el frente al caer sobre las líneas alemanas la tempestad de fuego producida por 20.000 piezas de artillería de todos los calibres. Atrapada en el encandilamiento despiadado de los reflectores, la campiña alemana parecía desaparecer tras una muralla rodante de granadas que estallaban. Aldeas enteras se desintegraban. Tierra, hormigón, acero y ramas de árboles volaban por los aires., Tan intenso era aquel huracán de explosivos, que causó una perturbación atmosférica. Años más tarde los sobrevivientes alemanes recordarían un ventarrón cálido que aullaba por los bosques doblando los árboles pequeños y arremolinando polvo en la atmósfera.

La ola de estruendo era insoportable. En la batería del sargento Svishchev los artilleros gritaban a voz en cuello, pero la sacudida causada por los cañones era tal que les brotaba sangre de los oídos. los proyectiles cohetes salían de sus lanzadores, produciendo un agudo chillido en la noche y dejando largas estelas blanquecinas. En medio del tumulto, las tropas de choque de Zhukov comenzaban a avanzar.

En sus filas formaban hombres que habían resistido en Leningrado, en Smolensko, en Stalingrado y ante Moscú; soldados que se habían abierto paso combatiendo a través de medio continente para llegar al Oder. Eran gente que había visto aniquiladas a sus aldeas y pueblos por la artillería alemana, quemadas sus cosechas, sus familias muertas a manos de soldados alemanes. Habían vivido para este momento de venganza. Igualmente ávidos estaban los prisioneros de guerra recientemente liberados: tan urgentemente necesitaban refuerzos los rusos, que habían dado armas a aquellos hombres harapientos y famélicos. También ellos se precipitaban entonces adelante, en pos de una terrible venganza.

Poseídas de una especie de delirio, las tropas rusas no podían esperar a que hubiese puentes o llegasen embarcaciones. Sin poder creerlo, Golbov veía saltar al agua del Oder, con todo su equipo, a soldados que enseguida comenzaban a nadar. Otros lo atravesaban flotando asidos de barriles de gasolina vacíos, tablones, trozos de madera, troncos de árboles... en fin, de cualquier cosa que flotase. A los 35 minutos de comenzado, el bombardeo cesó súbitamente y dejó un silencio aturdidor. En el fortín de mando de Zhukov los oficiales de estado mayor advirtieron repentinemente que los teléfonos estaban sonando; nadie podía saber desde cuándo; todos sufrían de sordera en mayor o menor grado. Los oficiales comenzaron a recibir partes de los jefes de campaña y pronto Chuikov tubo buenas noticias: "Hemos logrado los primeros objetivos", anunció con orgullo.

El general Nikolai Popiel recuerda que Zhukov dio a Chuikov un apretón de manos diciéndole: "¡Excelente! ¡Excelente! ¡Muy bien!". Pero Zhukov tenía demasiada experiencia para subestimar al enemigo. El fornido mariscal se setiría mejor una vez que hubiese tomado las lomas de Seelow. Consideraba, sin embargo, que aquello no tardaría en suceder. Los bombarderos rusos ya comenzaban a castigar las zonas situadas frente a ellos. Más de 6500 aviones irían a apoyar su ofensiva... y un segundo embate, más potente, de los rusos: el de las tropas del mariscal Iván Koniev, que a las 6 de la madrugada atacarían a través del río Neisse, al sur.

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Mensaje por Shindler » Jue Oct 18, 2007 5:31 pm

"Vamos andando"

No sorprendió a Heinrici la ofensiva rusa, aunque la mayoría de sus oficiales quedaron aterrados por la descomunal concentración de fuego. El plan defensivo había salido bien. La mayor parte de su Noveno Ejército y de su artillería estaban intactos en la segunda línea de defensa, esperando el avance ruso. Solo había fallado una cosa; Heinrici carecía de contingentes humanos y de armamentos. En contraste con la potencia de la artillería de Zhukov (20.000 cañones de todos los calibres), el Grupo de Ejércitos del Vístula, a su mando poseía unas 350 piezas de campaña, más 600 cañones antiaéreos usados para completar las primeras. Además, Heinrici disponía de menos de 700 tanques y cañones motorizados en buenas condiciones de funcionamiento. Con poco apoyo de la Luftwaffe en el aire y casi sin reservas de tanques, sin municiones ni combustible, sabía que, a la larga, el enemigo tenía que romper el frente.

Solo el terreno le daba alguna ventaja; especialmente la meseta en forma de herradura de las lomas de Seelow, que dominaban un valle cruzado por múltiples corrientes de agua. Los rusos tendrían que atravesar aquella hondanada, y los cañones alemanes estaban apuntados a los puntos de acceso.

Con todo Heinrici sabía que no podría contener a los rusos indefinidamente; tampoco podría contraatacar con posibilidades de éxito, pues estaban demasiado dispersas las pocas unidades blindadas y de artillería que tenía a su disposición. Solo podía hacer lo que consideró siempre como lo único posible: ganar algún tiempo.

Al principio Zhukov no podía creer la noticia. De pie en su puesto de mando y rodeado por su estado mayor, miraba fijamente a Chuikov negándose a creerle. Luego, montado en cólera , le gritó:

-¡Cómo es posible! ¿Qué demonios está diciendo? ¿Que sus tropas están inmovilizadas?

El nutrido fuego de artillería desde la altura de Seelow había sorprendido a las tropas en su avance, explicó Chuikov. En los ríos y los pantanos se habían inutilizado los tanques. Cierto número de ellos recibieron impactos directos y se habían incendiado. Informó que hasta entonces su Octavo de Guardias había logrado avanzar solamente 1500 metros. Según el relato del general Popiel, el mariscal desahogó su cólera con "una larga sarta de expresiones excesivamente fuertes".

No tenía intenciones Zhukov de permitir que detuviesen su marcha unos cuantos cañones enemigos bien emplazados, ni tampoco se proponía dejar que su rival Koniev le ganase la carrera hacia Berlín. Dictó rápidamente una serie de órdenes. Sus flotillas de bombarderos debían concentrar el bombardeo en las posiciones de la artillería enemiga; sus propios cañones comenzarían a bombardear las lomas. Según el plan original, los ejércitos de tanques no deberían entrar en acción hasta después de tomada la eminencia, pero Zhukov resolvió lanzarlos inmediatamente. El coronel general Mikhail Katukov, jefe del Primer Ejército Blindado de Guardias, que por casualidad se hallaba a la sazón en la casamata, recibió órdenes directamente. Zhukov no dejaba duda de cuál era su objetivo: tomar la altura, costara lo que costara.

El mariscal, seguido por su estado mayor, se retiró entonces del puesto de mando; su ira aún era visible, Al salir de la casamata y apartarse los oficiales respetuosamente para abrirle paso, se dirigió pronto a Katukov diciéndole con sequedad: "¡Vamos andando!".

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Próximo capítulo; Dentro de la fortaleza de Berlín


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Mensaje por Shindler » Jue Oct 18, 2007 5:38 pm

Dentro de la fortaleza de Berlín

Parecía que las autoridades no estaban preparadas para hacer frente a la realidad de que Berlín corría peligro. Aunque el Ejército Rojo estaba ya escasamente a 50 kilómetros de distancia, no se había dado la alarma alguna ni se había hecho ningún aviso oficial. Pero los berlineses sabían que los rusos habían atacado. El cañoneo, como sordo retumbar de una tempestad lejana, había sido el primer indicio. La noticia había cundido entre los refugiados, de boca en boca o por teléfono. Nadie sabía precisamente cuál era la situación; pero la mayoría de los berlineses sabía, sin embargo, que habían comenzado los estertores de agonía de la ciudad.


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Mientras la gente esperaba noticias, ocultaba su angustia con sombrío humorismo. Los desconocidos se estrechaban la mano y se deseaban mutuamente Bleib ubrig (Salga usted con vida). Muchos berlineses remedaban a Goebbels en su discurso radiado hacía diez días. insistiendo en que el destino de Alemania cambiaría súbitamente, había dicho:"El Fuhrer sabe exactamente la hora del cambio. El Destino nos ha enviado a este hombre para que podamos ser testigos del milagro". Esas palabras se repetían ya en todas partes, con burlesca imitación del estilo grandilocuente del ministro de propaganda. Circulaba otro dicho: "No tenemos por qué preocuparnos; Grofaz nos salvará". Grofaz era uno de los apodos que los berlineses pusieron a Hitler: la abreviatura de las palabras alemanas que significan "el más grande caudillo de todos los tiempos".

Hasta los menos enterados podían comprender lo mal preparada que estaba la ciudad para resistir un ataque. Las carreteras y caminos principales permanecían aún abiertos. Se veían pocos cañones o vehículos blindados. Naturalmente, habían colocado obstáculos en los caminos y había rudimentarias vallas de defensa. También se veían de cuando en cuando rollos de alambre de púas, montones de obstáculos antitanques de acero, y viejos camiones y anticuados tranvías llenos de piedras. estos serían usados para bloquear las vías principales al ser atacada la ciudad... Pero... ¿podrían contener a los rusos? Un chiste de entonces decía: "Los soviéticos tardarán no menos de dos horas con 15 minutos en abrir la brecha: dos horas en desternillarse de risa y 15 minutos en desbaratar los obstáculos".

En su cuartel general, en la Hohenzollerndamm, el comandante de la ciudad, mayor general Hellmuth Reymann, estaba frente al enorme mapa de Berlín, clavado en la pared, y miraba las líneas de defensa marcadas en él. Se preguntaba, según reveló después, "¿Qué diablos puedo hacer?" Había recibido de Heinrici órdenes estrictas de no llevar a cabo ninguna demolición en la ciudad y de enviar todas las tropas armadas fuera de Berlín hacia el frente del Oder. Aún en condiciones ideales, pensaba Reymann, para defender a la ciudad era preciso disponer de 200.000 soldados bien adiestrados y ya fogueados. La única infantería de que podía disponer era una fuerza de 60.000 ancianos de la Guerra Civil, sin adiestramiento. Una tercera parte de ellos carecían de armas. El resto bien hubiera podido no tenerlas: el día en que comenzó la ofensiva rusa, el término medio de municiones para cada soldado era de cinco cargadores.

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Próximo capítulo; Música de perdición


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Mensaje por ESCUADRON201 » Vie Oct 19, 2007 4:14 pm

Herr Schindler, su aportación es maravillosa, estoy esperando con ansias el desenlace de esta maginifica obra.

Saludos Cordiales.
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Mensaje por Shindler » Vie Oct 26, 2007 3:51 pm

Gracias amigo, falta poco!! :lol:



Música de perdición


Aún cuando el Haus Dahlem (convento y casa de maternidad de la Wilmersdorf) era casi una isla de reclusión religiosa, no faltaban a la madre superiora, Sor Cunigundis, sus fuentes de información. La noche anterior se había cerrado el Club de Prensa Dahlem, que operaba en casa del ministro de Relaciones Exteriores Joachim von Ribebentrop, enfrente del convento, y por los amigos periodistas que habían llegado a despedirse supo que se aproximaba el fin.

La madre superiora esperaba que no se prolongara el combate. Un avión aliado se había estrellado en su huerto, y pocos días antes habían volado el techo de su convento; el peligro se estaba aproximando demasiado. Ya era tiempo de que terminara aquella guerra insensata y terrible. Entre tanto tenía que cuidar de unas 200 personas: 107 niños recién nacidos, 32 madres y 60 monjas y legas.

Persona práctica, la madre superiora había puesto a sus enfermeras a preparar el comedor y los salones de recreo para convertirlos en puestos de primeros auxilios. El sótano se había dividido con tabiques en cuartos para niños y en una serie de aposentos más pequeños para partueientas; hasta se había cuidado de que todas las ventanas de esa parte fuesen tapiadas con hormigón y ladrillos, y protegidas desde afuera con sacos de arena. Estaba lo más preparada que le fue posible para lo que pudiera venir. Pero había algo para lo cual la madre superiora las angustias del capellán y mentor de su comunidad, padre Bernhard Happich, de que las tropas conquistadoras fuesen a abusar de las mujeres.

En una trinchera individual, a unos 30 kilómetros del frente, el soldado Willy Feld agarraba fuertemente su abultado Panzerfaust. Poco antes, mientras esperaba que avanzaran por el camino los tanques rusos, había experimentado una gran sensación de aventura. Había estado pensando en el momento de avistar su primer tanque y disparar por primera vez el cañón antitanque.

Acurrucado en la húmeda trinchera, recordaba Willy los días en que había sido corneta. Traía a la memoria un claro día soleado de 1943, cuando Hitler habló en el Estadio Olímpico. Willy había estado entre el nutrido grupo de clarinetes que anunciaron la entrada del Fuhrer, y jamás olvidaría las palabras del caudillo a la agrupación de Juventudes Hitlerianas: "Sois la garantía del porvenir..." Y las multitudes habían gritado: "¡Fuhrer befiehl! ¡Fuhrer befiehl!"" Aquel fué el día mas memorable en la vida de Willy. Esa tarde había sabido, sin lugar a dudas, que el Reich poseía el mejor ejército, las mejores armas, los mejores generales y, sobre todo, el dirigente más eximio.

El sueño se había evaporado con el súbito destello que iluminaba el firmamento nocturno. Willy volvió a echar un vistazo al frente y oyó nuevamente el sordo rugido de cañones que momentáneamente había olvidado. De pronto sintió frío; comenzó a dolerle el estómago; sentía ganas de llorar. Con sus quince años de edad, el soldado Willy Feld tenía miedo. Ni los nobles propósitos ni las palabras altisonadas iban a servirle ya de mucho.

La obra comenzaba con un redoble casi imperceptible de timbal y un suave diseño de la cuerda, que enlazaba con un motivo confiado a los cornos y tubas... Tras un nuevo redoble, estallaba el primer tutti con todo el majestuoso esplendor de la Orquesta Filarmónica de Berlín, que interpretaba la marcha fúnebre de El ocaso de los dioses.
Las tinieblas y el ambiente de la Sala Beethoven parecían tan trágicas como la música. La única iluminación era la de las luces de los atriles de los músicos. Hacía frío dentro de la sala y el público usaba abrigos. El Dr. Gerhart von Westerman, representante de la sinfonía, ocupaba un palco con su esposa y su hermano. Y en su puesto de costumbre se hallaba el ministro Albert Speer.

Speer había abandonado por fin los planes de asesinar al Fuhrer, ambición que lo tuvo obsesionado durante varios meses. El día anterior había dicho a Heinrici: "Hitler siempre ha tenido confianza en mí...sería una acción indecorosa". Pero el ministro había hecho todo lo posible para salvar la gran orquesta berlinesa. Unas horas antes había enviado un recado confidencial a von Westerman diciéndole que aquel sería el último concierto de la Filarmónica, y el representante se lo había repetido a algunos músicos de confianza, renovándoles el ofrecimiento de Speer de trasportarlos fuera de la zona de peligro. Lo raro es que solo habían optado por salir Gerhard Taschner, el joven virtuoso del violín, con su familia y la hija de otro músico. Ya estaban de camino a un lugar seguro.

Speer, que personalmente había escogido El ocaso de los dioses para el programa del último concierto, escuchaba la música que narraba las fechorías de los dioses, el reposo de Sigfrido sobre su lecho fúnebre de fuego, el acto de Brunilda que subía a caballo a la pira para unírsele en la muerte. luego, con el estrépito de los platillos y el redoble de los timbales, la sinfónica llegaba en crescendo a su punto culminante: el terrible holocausto que destruyó al Valhalla. Y mientras la música fúnebre y majestuosa llenaba el teatro, los que la escuchaban eran presa de una tristeza demasiado profunda para exteriorizarse en lágrimas.*

*Se han dado versiones contradictorias acerca del último concierto. La que aquí se recoge está basada en el testimonio del Dr. von Westerman, completado con otros informes de Gerhard Taschner.

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Próximo capítulo; Stalin al teléfono.



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Mensaje por Shindler » Sab Nov 10, 2007 4:27 pm

Stalin al Teléfono

Cerca de Cottbus, en un castillo medieval que domina el río Spree, el mariscal Iván Koniev esperaba a que se estableciese comunicación telefónica con Moscú. Esa mañana del día 17 le sobraba razón para sentirse de buen humor. El ataque progresaba con imprevista rapidez, aunque el combate fuese sobre manera encarnizado. Desde el comienzo lo había impedido no solo la ambición de llegar a Berlín antes que Zhukov, sino la inesperada rapidez de los Aliados occidentales, quienes ya se hallaban apenas a 65 kilometros de la ciudad. El mariscal pensaba en dos posibilidades: que las fuerzas de Eisenhower trataran de llegar a la capital antes que el Ejército Rojo, o que los alemanes intentaran negociar la paz por separado con los Aliados occidentales. Sus temores eran, claro está, injustificados. Por orden de Eisenhower el avance norteamericano hacia Berlin se había detenido indefinidamente en el Elba.

Los tanques de Koniev habían cruzado ya el Spree y se aproximaban a Lubben, punto terminal de la línea fronteriza señalada por Stalin para separar los frentes de Koniev y Zhukov. Para el primero había llegado la hora de pedir a Stalin permiso de virar sus tanques al norte hacia Berlín.

Un ayudante entregó a Koniev el teléfono; la comunicación se había establecido. Después de haber cambiado algunas frases de formulismo militar, Koniev dio informes de su situación táctica, señalando su posición exacta.

-Propongo que mis formaciones blindadas se dirijan inmediatamente hacia el norte (dijo, cuidándose de no mencionar a Berlín).
Stalin repuso:
-Zhukov ha tenido tropiezos. Todavía está abriendo brecha en las defensas de las lomas de Seelow (Hubo una breve pausa, tras la cual prosiguió...) ¿Por que no pasar las divisiones blindadas de Zhukov por el bloquete abierto en el frente de usted, y dejar que de allí sigan a Berlín?
Koniev contestó rápidamente:
-Camarada Stalin,, eso requeriría mucho tiempo y causaría gran confusión (Luego, hablando claramente, añadió...) Dispongo de fuerzas adecuadas y estamos en posición idónea para volver los ejércitos de tanques hacia Berlín.
Tras una pausa, Stalin accedió:
-Muy bien, puede usted volver sus tanques hacia Berlín.
El generalísimo añadió que señalaría nuevos límites de los frentes, y bruscamente cortó la comunicación. Koniev colgó también el teléfono, inmensamente satisfecho.

Zhukov se enteró por boca del mismo Stalin del ataque de Koniev a Berlín. Nadie sabe las palabras que se cruzaron, pero los hombres del cuartel general pudieron observar el efecto que tuvieron en el jefe. Más tarde el teniente coronel Pavel Troyanoskii lo recordaba así: "La ofensiva se había atascado y Stalin amonestó a Zhukov".

El general Popiel describía lacónicamente a sus compañeros el estado de ánimo del mariscal: "Tenemos entre nosotros un león". Este león no tardó en mostrar las garras. Las lomas de Seelow fueron tomadas la misma noche, y Zhukov dió la orden a todo el Primer Grupo de Ejércitos bielorruso: "Ahora, a tomar Berlín".


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Próximo capítulo; Niños en la guerra

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Mensaje por Shindler » Mié Nov 21, 2007 3:44 pm

Niños en la guerra


la confusión comenzaba a hacerse evidente en las líneas alemanas. En todas partes se observaba escasez de materiales: falta crítica de transportes, ausencia casi total de combustible. Los caminos, atestados de refugiados, hacían casi imposible los grandes movimientos de tropas. Comenzaban a fallar las redes de comunicaciones; muchas veces las órdenes eran ya extemporáneas cuando llegaban a su destino. El caos se acrecentaba cuando los oficiales que iban a tomar posesión de su mando descubrían que la unidad había sido capturada o aniquilada. A lo largo de casi todo el frente el Grupo de Ejércitos del Vístula se estaba derrumbando poco a poco... tal como Heinrici temía.


Willy Feld, el muchahco de quince años, y los 130 niños de su compañía estaban apabullados en su sector; se habían batido en retirada desordenadamente y por fin habían tratado de contener el avance enemigo protegiéndose en unas zanjas y en una fortificación de concreto. Finalmente Willy, rendido por la fatiga y elñ miedo, durante una tregua en el combate se había estirado sobre un banco dentro de la fortificación y se había quedado dormido. Varias horas más tarde despertó con el presentimiento de que algo andaba mal. Oyó una voz que decía: "¿Qué pasará?... ¡Está todo tan callado!"

Los muchahcos salieron a toda prisa de la fortificación y se encontraron con una "escena fantástica, increíble". Brillaba el sol y por todas partes se veían cadáveres. Las casas de los alrededores estaban convertidas en ruinas. Muchos automóviles, destruidos y abandonados, aún seguían ardiendo. lo más impresionantes eran los muertos, amontonados "en un cuadro tétrico, con los fusiles y los Panzerfaust a su lado. Era una escena de locura...y nos dimos cuenta de que estábamos solos".

Habían dormido durante todo el ataque.

Hitler sepertó a las 11 de la mañana el 20 de Abril , día en que cumplía 56 años, y desde las 12 en adelante recibió las felicitaciones de su camarilla íntima... entre ellos Joseph Goebbels, Martin Bormann, Joachim von Ribbentrop y Albert Speer. Después de estos llegaron los Gauleiter de la zona de Berlín, el estado mayor y los secretarios. luego, al son del trueno lejano de cañones, el Fuhrer, seguido de su séquito, salió del fortín. Allí, en el yermo bombardeado de los jardines de la Cancillería, pasó revista a dos unidades: varios hombres de la división Frundsberg de la SS y un grupito de orgullosos muchahcos de las Juventudes Hitlerianas.

Mucho después comentaba un testigo de vista: "A todos nos causó consternación la apariencia de Hitler; andaba agobiado; le temblaban las manos. Pero era sorprendente ver cuánta fuerza de voluntad y cuánta determinación emanaban todavía de aquel hombre".

Recorrió la fila de tropas de la SS y fué dándole las mano a cada uno; vaticinó confiadamente la derrota del enemigo antes de que llegara a los accesos a Berlín. Una de las personas que lo observaban era Heinrich Himmler, jefe de la SS, quien desde el 6 de Abril había estado celebrando reuniones secretas con el conde Folke Bernadotte, jefe de la Cruz Roja sueca, e inquiriendo de él la posibilidad de negociar condiciones de paz con los Aliados. En ese momento, sin embargo, se adelantaba a jurarle lealtad a Hitler. En el término de pocas horas tendría una nueva entrevista con el conde.

Terminada la ceremonia de la revista, se inició la conferencia militar de Hitler. El general Hans Krebs, jefe del alto mando del Ejército, hizo la exposición, aunque todos conocían la situación. Berlín sería cercado en un plazo de días, si no de horas. Para sus asesores militares era evidente que el Fuhrer y las dependencias vitales del gobierno debían abandonar la capital cuando antes. Heinrici ya había pedido a Krebs que hiciera todo lo posible para convencer a Hitler de que abandonara la ciudad.

Hitler se negó a reconocer que la situación fuese tan grave, pero hizo, no obstante, una concesión: si los norteamericanos y los rusos se reunirían en el Elba, gobernarían al Reich el almirante Karl Doenitz, en el norte, y probablemente el mariscal de campo Albert Kesselring, en el sur. Entre tanto, se daba autorización para salir de la ciudad a varias dependencias del gobierno. No quiso revelar sus propios planes, pero en el fortín había por lo menos tres personas convencidas de que nunca saldría de Berlín. Fraulein Johanna Wolf, una de sus secretarias, le había oído decir que "se quitaría la vida él mismo, si llegaba a ver que la situación no tenía remedio". El coronel Nicolaus Below, su ayudante de la Luftwaffe, también creía que Hitler "se había propuesto quedarse en Berlín y morir allí". El coronel general Alfred Jodl, su jefe de Operaciones, había dicho a su esposa que Hitler, durante una convesación privada, le había confiado: "Jodl, seguiré combatiendo mientras haya gente fiel que luche a mi lado. Después me pegaré un tiro".


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Próximo capítulo: Comienza el éxodo.


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Mensaje por Shindler » Vie Nov 23, 2007 3:18 pm

Comienza el éxodo


La gravedad de la situación de aquel 20 de Abril se reveló a muchos berlineses por un solo hecho: el Parque Zoológico cerró sus puertas.

La corriente eléctrica del lugar quedó cortada exactamente a las 10:50 de la mañana, lo que impidió seguir abasteciéndolo de agua. Los guardianes sabían que muchos animales tendrían que morir irremisiblemente...en particular los hipopótamos sin sus charcos. Heinrich Schwarz, guardián de las aves, se preocupaba por la suerte de la rara cigueña Abú Markub, que lentamente moría de hambre...¿cómo podría sobrevivir sin agua? La llevó al cuarto de baño de su casa y, a pesar de sus 63 años de edad, resolvió cargar cubos de agua hasta desfallecer; y no solo decidió acarrear agua para Abú, sino también para Rosa, la gran hipopótamo, y para Knautschke, su cría de dos años.


La mayor parte del gobierno había salido ya de Berlín, pero entonces comenzaba el verdadero éxodo. En total, la comandancia expidió unos 2000 salvaconductos para abandonar la capital. Margarete Schwarz vio desde el jardín de su casa de apartamentos, en Charlottenburgo, que un automóvil azul de gran tamaño hacía alto frente a una gran casa contigua. Otto Solimann, vecino suyo, se acercó a ella y ambos vieron que un ordenanza y "un oficial de marina con muchos galones dorados en el uniforme" salían de la casa y "se alejaban a gran velocidad". Solimann comentó: "Las ratas están abandonando el barco que naufraga...Ese era el almirante Reader".

En el consultorio dental de Kurfurstendamm 213, Kathe Reiss Heusermann recibió una llamada telefónica de su jefe, el profesor Hugo Blaschke, dentista principal de los nazis. Pocos días antes Blaschke le había dicho que esperaba que "el grupo de la cancillería saliera en cualquier momento" y que él y ella los acompañarían. Kathe había manifestado que se quedaría en Berlín y el odontólogo se había enfadado.

- ¿No comprende usted lo que sucederá cuando lleguen aquí los Rusos? Primero la violarán; luego la ahorcarán. ¿No sabe usted ya cómo son los rusos?
Pero Kathe "no podía creer que llegaran a esos extremos".
Blaschke insistía por teléfono. El se iba sin pérdida de tiempo.
- Haga sus maletas y huya. Los de la cancillería se van (le advirtió).
Pero Kathe no se conmovía. Y el dentista terminó diciendo:
- Recuerde usted que le dije.
Y con eso se despidió. Kathe recordó entonces algo que Blaschke, días antes, le había suplicado hacer: si él salía de la ciudad y ella se quedaba, debía advertir a un amigo que los nazis más importantes estaban huyendo. No tenía idea de quien fuese ese amigo; únicamente sabía que se llamaba "profesor Gallwitz o Grawitz". Su patrón le había dejado solo un número de teléfono. Hizo entonces la llamada. Al contestar una voz de hombre repitió la frase en clave que le había dado Blaschke: "Anoche quitaron el puente".


Imagen
Ernst Robert Grawitz ( http://www.drk.de/generalsekretariat/ar ... nhalt.html )

Esa noche el profesor Ernst Grawitz, jefe de la Cruz Roja alemana y amigo de Heinrich Himmler, se sentó a la mesa con su familia. Cuando todos estuvieron en sus puestos , sacó dos granadas de mano y, quitándoles los seguros, voló a la eternidad con todos los suyos.*

Sin embargo, ese día la gente estaba más preocupada por la inminente llegada de los rusos que por la huida de los nazis. Las tropas de Zhukov estaban ya en Muncheberg, a unos 25 kilómetros al este. Georg Schroter, autor de cine que vivía en Tempelhof, se enteró directamente del avance de Koniev por el sur. Preocupado por la suerte de un amigo que vivía en uno de los distritos suburbanos del sur de Berlín, llamó a su casa por teléfono. El amigo le contestó diciéndole: "Espera un momento; aquí hay alguien que quiere hablarte". En seguida Schroter, boquiabierto, se encontró conversando con un coronel soviético que hablaba el alemán perfectamente. "Puede contar con que estaremos allá en dos o tres días", le dijo el oficial.


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Próximo capítulo; Pesadilla de terror


* Según las declaraciones de testigos en los juicios de Nuremberg, se reveló que Grawitz había autorizado ciertos experimentos médicos con los reclusos en los campos de concentración.


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Mensaje por Shindler » Vie Nov 23, 2007 3:36 pm

Pesadilla de terror



Las personas que hacían cola frente a la tienda de Karstadt, situada en Hemannplatz, escucharon un extraño sonido, distinto de cualquiera otro que hubiesen oído en su vida los berlineses; no parecía en nada al silbar de las bombas que caen, ni al tronar de la artillería antiaérea. Los ciudadanos escucharon perplejos. Un ruido grave, aullante, que parecía venir de alguna distancia, se iba haciendo más fuerte por momentos hasta convertirse en aullido ensordecedor. Los que alli esperaban parecieron hipnotizados durante un momento. Luego de repente, rompieron filas y se dispersaron a todo correr. Ya era demasiado tarde. Habían caído las primeras granadas de artillería, que estallaron en la plaza. Los fragmentos de cuerpos humanos destrozados fueron a estrellarse contra las tapias que protegían las vidrieras del almacén. Hombres y mujeres yacían en medio de la calla, gritando y contorneándose de dolor. Eran exactamente las 11:30 de la mañana del sábado 21 de Abril. Berlín se había convertido en frente de combate.

Por todo el centro de la ciudad comenzaban a salir lenguas de fuego de los techos. Dañados desde antes por las bombas, algunos edificios se derrumbaron. El Palacio Real, ya en ruinas, volvió a incendiarse: lo mismo ocurrió al Reichstag. La gente corría sin rumbo por la Kurfurstendamm, dejando caer paquetes guareciéndose ansiosamente de portal en portal. Al extremo de la calle que llevaba al Tiergarten, un establo de caballos para equitación recibió un impacto directo. Los relinchos de las bestias se mezclaban con los gritos y los llantos de hombres y mujeres. Instantes después los caballos sobrevivientes salían desbocados de aquel infierno, y en su precipitada fuga iban por las calles con las crines y las colas en llamas.

Aquel despiadado bombardeo no era metódico. Era a la ventura y no cesaba; cada día parecía ir en aumento. Pronto se había unido al estrépito de los cañones el fragor de los motores y el rechinante aullido de las Katuschkas. La gente pasaba ya la mayor parte del tiempo en los sótanos, en los refugios antiaéreos, en los fortines de las baterías antiaéreas y en las estaciones del ferrocarril subterráneo. había perdido la noción del tiempo.

Los berlineses que hasta el 21 de Abril habían guardado diarios meticulosamente anotados, confundían las fechas. muchos escribieron que los rusos habían llegado al centro de Berlín el 21 o el 22, cuando el Ejército Rojo se hallaba aún en los suburbios. El terror al enemigo se acrecentaba por cierto sentimiento de culpabilidad. Por lo menos algunos alemanes sabían del comportamiento inicuo de las tropas de su patria en suelo soviético, y tenían conocimiento de las atrocidades inefables y secretas cometidas en los campos de concentración. A medida que se iban acercando los rusos se cernía sobre la capital un pánico de pesadilla como el que quizá no experimentó ninguna otra urbe desde la destrucción de Cartago.

Al diseparse el humo en los alrededores de Breanau, el capitán Golbov vio salir de sus posiciones defensivas a los primeros prisioneros. El combate había sido encarnizado. Todavía algunas partes de la ciudad estaban en llamas, pero los tanques iban adelantando, dirigiéndose al sudoeste hacia los distritos berlineses de pankow y Weissensee.

Golbov se había acomodado en una motocicleta recién capturada y miraba a los prisioneros. Presentaban un estado realmente lamentable, pensaba el capitán, "pálidos, polvorientos, los cuerpos doblegados por la fatiga". Sacando un ejemplar del periódico Estrella Roja, que llevaba doblado en el bolsillo, Golbov le arrancó un pedacito, echó encima un poco de tabaco y enrolló un cigarrillo. Al encenderlo, vio que se acercaba por el camino, tambaleándose, un oficial alemán.

- ¡Dejen en paz a mi esposa! (gritaba el oficial en polaco) ¡Déjenla en paz!
El oficial que a penas podía andar, tenía los ojos deorbitados. Golbov se apeó de la motocicleta y le salió al encuentro; el hombre tenía las manos ensangrentadas.
Cuando levantó ambos brazos para mostrárselos, el ruso vió que se había cortado las venas de las muñecas. Balbuciendo, le dijo en alemán, mientras echaba los brazos ensangrentados hacia él:
- Me estoy muriendo ¡Mire! Me he suicidado...¿Van a dejar a mi esposa en paz?.
Golbov se quedó mirándolo:
-¡Pobre imbécil! Tenemos mucho más que hacer que meternos con su esposa.

Mandó llamar a los enfermeros, y le agarró las muñecas para contener la sangre mientras llegaban. Cuando se lo llevaron para prestarle los primeros auxilios, el oficial ruso pensaba que talvez sería ya demasiado tarde.

- ¡Dejen en paz a mi esposa! ¡Déjenla en paz! (seguía vociferando el alemán).
Golbov volvió a su motocicleta y prendió nuevamente el cigarrillo, pensando: Goebbels ha hecho una eficaz labor...se han creído que somos monstruos.


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Próximo capítulo; Estudio de demencia


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Mensaje por Shindler » Vie Nov 23, 2007 4:53 pm

Estudio de demencia

En el Fuhrerbunker comenzó a las 3 de la tarde del día 22 de Abril la acostumbrada conferencia militar. Jamás se había celebrado otra como aquella. En un torrente salvaje e incontrolable de denuestos, Hitler maldecía de sus generales, de sus asesores, de sus generales, del pueblo alemán... Había llegado el fin, vociferaba. Todo se estaba derrumbando; ya no le era posible continuar; se había hecho el propósito de quedarse en Berlín; tenía intenciones de tomar a su cargo personalmente la defensa de la capital... y cuando llegara el último momento se había propuesto suicidarse de un disparo.

Los presentes trataban de persuadir al casi enloquecido Fuhrer de que no todo estaba perdido. Debía quedarse como el jefe del Reich, le decían, y era preciso que abandonara a Berlín, pues ya era imposible ejercer el mando desde la capital. Mas el hombre que había sido centro de su pequeño universo los rechazaba ahora fríamente. El se quedaría en berlín, les contestó; y añadió que los demás podían irse a donde se les antojara.

El mariscal de campo Wilhelm Keitel, jefe de estado mayor de Hitler, pidió hablar privadamente con este, y se despejó el salón de conferencias. Le dijo al Fuhrer que había aún dos alternativas: 2hacer una oferta de capitulación antes de que Berlín se convirtiese en campo de batalla" o "volar hacia Berchtesgaden y desde allí iniciar negociaciones sin pérdida de tiempo". Cuenta Keitel que Hitler "no lo dejó proseguir después de aquellas palabras". Lo interrumpió diciéndole: "Defenderé la ciudad hasta la muerte. O triunfo en esta batalla por la capital del reich, o caigo como símbolo del Reich".

Pronto se hizo evidente que Hitler era fiel a sus palabras. pasó varias horas escogiendo diversos papeles y documentos, que hizo llevar al patio a quemar. Entonces mandó llamar a Goebbels con su esposa y sus hijos. debían permanecer con él en el fortín hasta el final.
El desprecio que expresaba Goebbels por los "traidores y los indignos" era casi igual al de Hitler. El día anterior al arranque de cólera de este, había llamado al personal de su oficina de propaganda y les había manifestado: "El mismo pueblo alemán ha escogido su destino. A nadie obligué a trabajar conmigo. ¿Por qué lo habéis hecho? ¡Ahora os van a cortar el gaznate! Pero creedme...cuando salgamos nosotros, temblará la Tierra".

En opinión de Hitler, parecía que solo se podía tener por leales a los alemanes que se proponían suicidarse y abrir su propia sepultura. Esa misma noche las patrullas de la SS aun estaban recorriendo las casas en busca de desertores. El cstigo no se hacía esperar. En la vecina Alexanderplatz una joven de 16 años, Eva Knoblauch, vio el cuerpo de un soldado de la Wehrmacht colgado de un farol. En un gran cartel blanco atado a las piernas del cadáver se leía: "Soy un traidos. Abandoné a los míos".

Esa noche, 22 de Abril, los ejércitos de Koniev rompieron el cerco de defensas del sur de Berlín y penetraron en la capital; se habían adelantado más de 24 horas a Zhukov.


Continúa...
Próximo capítulo; Fin de un mito.


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"La esclavitud crece sin medida cuando se le da apariencia de libertad."
Ernst Jünger

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