Una niña en el infierno del búnker

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Francis Currey
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Una niña en el infierno del búnker

Mensaje por Francis Currey » Dom Sep 17, 2006 11:55 pm

Una niña en el infierno del búnker

La escritora Helga Schneider relata la experiencia de su visita al dictador nazi poco antes del hundimiento

Por fin! Ha llegado un hombre de uniforme a anunciar que dentro de pocos minutos veremos al Führer. La atmósfera se torna eléctrica. -¿Estáis preparados?- interroga Marianne con una voz metálica que revela su tensión. Estamos preparados. Nos agolpamos todos en el pequeño corredor y luego en la salita donde tendrá lugar el gran encuentro. -Tengo pipí...-lloriquea la pequeña Gerda, pero Marianne se detiene de repente, levanta un dedo y truena con severidad: -¡Ahora no, mein Fräulein! ¡Aguántate! Sudo de emoción. El calor de la salita me exaspera. Cada segundo que pasa aumenta mi nerviosismo; tengo un nudo en el estómago. Hasta el último momento, Marianne recomienda disciplina, discreción y silencio. Pero el murmullo entre las filas continúa.
-¡Silencio! La mirada de Marianne vaga por su rebaño; sus ojos, de un azul intenso, tienen un brillo extraño. Algún niño cuchichea todavía con su vecino de fila, pero un cortante y militar «¡silencio!» desanima todo murmullo ulterior. La excitación general sube a las estrellas. De pronto se oyen ruidos y por una puerta que hay a la izquierda entra un grupo de jóvenes, que se colocan a lo largo de la pared frente a nosotros. Es la guardia personal del Führer, unos muchachones altos, de rostro impasible y aspecto claramente ario. Parecen todos hijos de la misma madre. Les sigue una mujer de uniforme que lleva un cesto. ¡Y aquí llega él, Adolf Hitler, el Führer del Tercer Reich! Como impulsados por un resorte, todos estiramos el brazo al mismo tiempo y exclamamos: -¡Heil Hitler! «Demasiado fuerte», me digo, asustada, pues nos habían dicho que no gritáramos porque al Führer le duelen los oídos. De hecho, he notado en su rostro una ligera mueca de fastidio. El Führer avanza hacia nosotros, pero yo no doy crédito a mis ojos.

¡Es tan distinto de como lo había imaginado! No dejo de mirarlo fijamente, con indecible estupor: el paso lento, arrastrando los pies, los hombros encorvados, el brazo izquierdo rígido como si fuese de madera y un visible temblor en la cabeza... ¡No puedo creerlo! ¿Es el Führer de Alemania? Hitler se detiene delante del primer niño de la fila, le hace un par de preguntas, después pasa al segundo. -¿Cómo te llamas? ¿Estás bien? Oigo las tímidas respuestas: «Me llamo Heinrich, Mein Führer...»; Ja, Mein Führer...; Nein, Mein Führer... A medida que el Führer va pasando de un niño a otro, la mujer del cesto entrega a cada «pequeño invitado» una barrita que, como enseguida sabré, es de mazapán. Por fin me toca a mí. Ahora lo tengo justo delante de mí; me parece alto. Pero tal vez es porque no soy más que una niña. Tengo la sensación de que se me ha parado el corazón; durante tres o cuatro segundos no respiro. «Ahora me desmayo», digo para mí, angustiada, aterrada. Pero no me desmayo. Veo la mano de Hitler que se tiende, la agarro, la estrecho. Quizá con demasiada vehemencia, quizá torpemente... Tengo la cabeza vacía, un repentino silbido en los oídos. Pero, como hipnotizada, le devuelvo la mirada. Esos ojos fijos, de un azul profundo, las pupilas dilatadas... la expresión, a pesar de todo aún autoritaria, que infunde miedo y sometimiento. Pero, pero por el contrario, su forma de estrechar la mano es blanda.
Esta mano caliente y sudorosa ¿es de verdad la del Führer? Estoy tentada de retirar la mía, pero temo que los guardias me castiguen disparándome quizá en las piernas, por lo cual resisto la tentación. Al mismo tiempo miro por el rabillo del ojo a los SS. ¿Se han dado cuenta de mi malestar, de mi decepción ante este Führer que parece un viejecillo enfermo? Pero sus miradas siguen clavadas en su jefe, fijas, atentas. -¿Cómo te llamas?- me pregunta el Führer. Su voz no es fea, como siempre he oído decir. En nuestro sótano han descrito la voz de Hitler de mil maneras, pero ninguna descripción era lisonjera: ronca, salvaje, pomposa, desafinada, teatral, histérica...
-¡Helga! -contesto. Nos habían dicho que debíamos añadir Mein Führer, pero se me ha olvidado. Pausa, silencio sepulcral. ¿Me preguntará Hitler algo más? Veo en su mirada la intención de hacerlo, pero no se concreta. En el último momento, sin embargo, inquiere: -¿Te gusta estar en este búnker, Helga? Respondo al instante: -¡Ja! Embustera. Odio este sitio con su hedor a moho y diésel que me da la impresión de hallarme en un ataúd gigante... donde sudo demasiado, tengo pesadillas y siento siempre una sensación de estar ahogándome. Atisbo a los SS, ¿Han comprendido que ese «¡Ja!» que había gritado era una mentira? Pero no capto ninguna mirada, como si no viesen a nadie más que al Führer.

Fuente: Helga SCHNEIDER
Fecha:La razón 17 de Septiembre

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Mensaje por bycicleto » Mar Nov 28, 2006 3:20 pm

Que bien narrado el texto....
Lo veo como si me encontrase allí. ¿Es un fragmento de algún libro de Elga Schneider?¿O tan solo lo sacaron en el periódico por cualquier razón?

Un saludo
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"¿E irás a Flandes, mi querida Mally?
¿Para ver a los grandes generales, mi preciosa Mally?
Lo que verás serán las balas volar,
y a las mujeres oirás llorar,
y a los soldados morir verás,
mi querida Mally".
Canción de los soldados del duque de Marlborough, principios del siglo XVIII

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Francis Currey
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Mensaje por Francis Currey » Jue Nov 30, 2006 10:20 am

Hola bicicleto, en efecto se trata de un libro:"No hay cielo sobre Berlín"
https://books.google.es/books/about/No_ ... CAAJ&hl=es

Un saludo

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Mensaje por bycicleto » Jue Nov 30, 2006 4:55 pm

Muchas gracias, Francis. Lo buscaré. :wink:

Un saludo
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"¿E irás a Flandes, mi querida Mally?
¿Para ver a los grandes generales, mi preciosa Mally?
Lo que verás serán las balas volar,
y a las mujeres oirás llorar,
y a los soldados morir verás,
mi querida Mally".
Canción de los soldados del duque de Marlborough, principios del siglo XVIII

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