¡Hola a todos!
En primer lugar, quiero agradecer las aportaciones de Joan-Shrike a este tema; en segundo lugar, me gustaría comentar la siguiente frase:
Joan-Shrike escribió:
... existe un prejuicio proalemán que tiende a considerar que el Heer fue netamente superior a sus contrapartes occidentales y que se basa, en gran medida, en el Men against Fire de S.L.A. Marshall que, por otra parte, fue uno de esos estudiosos estadounidenses que alimentaría el mito de la superioridad militar de la Wehrmacht en base a los famosos informes que los generales alemanes prisioneros harían llegar a la German Section de la Historical Division del U.S. Army, empleándolos Marshall como evidencia en favor de su hipótesis referente a que la infantería de los ejércitos occidentales había tenido un desempeño cualitativamente bajo durante las campañas de 1943-1945.
Bien, en lo que se refiere al libro
Men Against Fire de Marshall, nada tienen que ver lo que escribieron más tarde los oficiales alemanes (siempre bajo la dirección de Halder, recuérdese) con muchas de las invenciones que el autor sienta en su libro como hechos y principios indiscutibles. Ahora, si te refieres a que los escritos alemanes para la Historical Division (que se realizaron años después de que apareciera publicado el libro de Marshall) influyeron en Marshall durante los años que siguieron a la publicación de su
Men Against Fire, que recuerdo se publicó en 1947, es posible, sin duda. Pero desconozco el asunto en concreto.
Sin embargo, cito tu frase para detenerme un poco en este personaje, S.L.A. Marshall. Si hay algo que detesto de verdad en los libros de historia (o supuesta historia) es que sus autores, ya sean historiadores profesionales, o periodistas y/o militares metidos a historiadores, como el caso de Marshall, es que inventen cosas que presentan como hechos, que falseen, distorsionen a conciencia, etc. Y éste es el caso de Marshall, cuyo libro, por otra parte, carece de la más mínima anotación, específica o general, que soporte sus afirmaciones e “informaciones”. Es, además, el típico individuo que hace categoría de la anécdota. Estas son, al menos, las conclusiones que he podido sacar estos últimos días que me he dedicado a indagar un poco en el personaje, en su libro y en sus críticos. Del libro debo decir que sólo me he parado a leer los capítulos 5 (
Ratio of Fire) y 6 (
Fire as the cure), y me han sobrado en lo sustancial. ¿Qué puedo decir de la siguiente frase cuando no está sustentada por una mínima nota que remita a la fuente original de donde se saca? Veamos:
[
Later when the companies were interviewed at a full assembly and the men spoke as witnesses in the presence of the commander and their junior leaders, we found that on an average not more than 15 per cent of the men had actually fired at the enemy positions or personnel with rifles, carbines, grenades, bazookas, BARs, or machine guns during the course of an entire engagement. Even allowing for the dead and wounded, and assuming that in their numbers there would be the same proportion of active firers as among the living, the figure did not rise above 20 to 25 per cent of the total for any action. The best showing that could be made by the most spirited and aggresive companies was that one man in four had made at least some use of his firepower.] (1).
O bien: [
In the whole of the initial assault landings on the Omaha Beachhead, there were only about five infantry companies which were tactically effective during the greater part of June 6, 1944. In these particular companies an average of about one fifth of the men fired their weapons during the day-long advance from the water's edge to the first tier of villages inland-a total of perhaps not more than 450 men firing consistently with infantry weapons in the decisive companies. These facts were determined by a systematic check of the survivors. It was not a story of great volume, even for the men who fired. Only one company was able to unite a base of fire for any period. The company which made the deepest penetration, losing a high percentage of its men in so doing, saw only six “live Germans” during its advance, and these turned out to be Russians. The day was conspicuous for its lack of live targets.] (2).
Yo me pregunto, ¿y en que basa esos “hechos” el autor? Según parece, en las entrevistas que realizó a centenares de compañías y pelotones, y como él mismo dice en las dos frases arriba citadas, en las asambleas de compañías donde supuestamente los hombres se confesaron ante sus comandantes y líderes, y en el chequeo sistemático que se hizo a los sobrevivientes. Pero si eso fuera realmente así, entonces es de suponer que habría un registro escrito de dichas asambleas (y entrevistas). Y si tal registro existe, ¿por qué no lo cita el autor?
Es fácil adivinar las respuestas. Porque se lo inventó todo. Esto es al menos lo que indican las pruebas que han examinado sus críticos. Roger J. Spiller, por cierto un admirador de Marshall, fue el primero que lo demostró (3). Como no he podido leer el artículo de Spiller, he tenido que recurrir a los comentarios de un tercero, quien dice que Spiller, en su profunda investigación de las opiniones de Marshall, concluyó que su teoría (“ratio of fire”) no podía haber sido verdad. Halló que Marshall afirmó varias veces que había entrevistado a entre 400 y 600 compañías de fusiles, asegurando que le había llevado tres días hacer esas entrevistas. “Bajo el cálculo más generoso”, escribió Spiller, “Marshall debía haber acabado unas 400 entrevistas en algún momento entre octubre y noviembre de 1946”. Por lo demás, el hecho más condenatorio que Spiller descubrió vino del ayudante de Marshall, el Dr. John Westover, que le acompañó en sus entrevistas y trabajó estrechamente con él. Pues bien, Westover mantuvo que “Marshall nunca, bajo ninguna circunstancia, preguntó a un soldado si había disparado su arma en combate. Ni tampoco discutió el asunto en sus muchas conversaciones privadas”. Además, Spiller no encontró en la correspondencia y cuadernos de campaña de Marshall ni una sola referencia a que las tropas de combate no hubieran disparado sus armas: “De hecho, uno de sus cuadernos incluía justo lo contrario; entrevistas pos-acción en las que casi todos los soldados dijeron haber disparado sus armas” (4).
¿Quién era, pues, este individuo? En la introducción a la edición de su libro (véase nota 1), Russell W. Glenn brinda unos cuantos datos sobre Samuel Lyman Atwood Marshall (1900-1977), más familiarmente conocido como S. L. A. Marshall, Sam o por el acrónimo de su nombre: SLAM. De una inmensa reputación entre la casta de los oficiales militares y los historiadores, escribió más de 30 libros, entre los que destaca su
Men Against Fire, obra que le granjeó su gran reputación como analista militar cuando fue publicada por vez primera en 1947. Glenn cuenta que era un hombre orgulloso de haberse hecho a sí mismo y superar todos los obstáculos de la vida. Dice que, según contó el propio Marshall, su primer contacto con el ejército consistió en engatusar al doctor que lo capacitó para enrolarse en el ejército en la IGM, pese a tener pies planos. En su autobiografía,
Bringing Up the Rear, relata que hacia el final de la guerra participó en las acciones americanas en Soissons, St. Mihiel y Meuse-Argonne, sobreviviendo al gas tóxico, y que se había convertido en el oficial más joven de la Fuerza Expedicionaria Americana en recibir una comisión de batalla a la edad de 17 años. Que se hizo reportero tras la guerra trabajando para
El Paso Herald y
Detroit News, etc. (5).
Leinbaugh (6) y Spiller fueron los primeros que descubrieron que Marshall había falseado su historia sobre su servicio en la IGM, y que jamás recibió una comisión de batalla. Así que de casta le viene al galgo, y es lógico rechazar de plano, por muy interesante que pueda ser en otros sentidos, el famoso
Men Against Fire de Marhall. Pues la pregunta es obvia: ¿cuántas cosas más falsearía en ese libro?
Glenn dice que ya cuando se publicó su libro, el general James Gavin, el mítico comandante de la 82ª División Aerotransportada, descartó las estimaciones de Marshall sobre la “ratio of fire”, al igual que lo hizo Harry W. O. Kinnard, miembro de la 101ª DA en los combates de la IIGM y más tarde comandante de la 1ª División de Caballería en Vietnam. El general Bruce Clarke, el comandante de las fuerzas americanas en la defensa de St. Vith durante la Batalla de Las Ardenas, comentó que los valores de Marshall eran “
ridiculous and dangerous assertions-absolute nonsense”. En un estudio sobre la influencia de Marshall en el U. S. Army, el mayor Williams identificó numerosas discrepancias en muchas obras de Marshall. El nieto de Marshall citó al Dr. Hugh Cole (escritor de numerosos libros, entre ellos una exhaustiva historia sobre la ofensiva de Las Ardenas de 1944) para decir que Marshall había inventado los valores de su “ratio of fire”. Más tarde el propio Cole reafirmó esto explicando que “
Sam [Marshall]
had no idea as to what precise percentage actually fired their weapons in their first engagement...He was trying to make a point and the point needed making, that was clear...Incidents like this had occurred and had affected the outcome of small unit engagements”. Glenn concluye que “
The evidence indicates that S. L. A. Marshall had misrepresented portions of his personal history and had likewise invented his ratio-of-fire values” (7).
McManus también cita al general James Gavin, quien le dijo a Spiller que había visto a Marshall en 1944 y que parecía carecer de conocimiento y comprensión de la infantería, una opinión que parece compartieron los hombres de Gavin. Lo consideraban un tipo de “escalón de retaguardia” (“
rear echelon”) que no sabía de lo que hablaba y al cual resolvieron no decirle nada. Coincide con Spiller y Leinbaugh en que SLAM, casi con certeza, inventó todo el mito de la “ratio of fire”. Aventura que Marshall, siempre desdeñoso de la metodología y de la cita de fuentes, tomó probablemente unas cuantas anécdotas que había escuchado y las extrapoló a todos los soldados de combate americanos. Y al hacerlo creó uno de los mitos más perdurables salidos de la IIGM. En la investigación que llevó a cabo para escribir su libro, McManus dice que encontró tantos relatos, contemporáneos y retrospectivos, de hombres disparando sus armas que sería imposible registrarlos en 20 volúmenes. En su libro se contenta con una “pequeña muestra” de eso relatos a través de más de 35 páginas, con gran variedad de hombres, armas y divisiones, concluyendo (cito en su original):
The fighting, then, was somewhat different for each man involved in combat, even those in the same squads. Each man attempted to find the kind of courage it took to perform effectively. Some succeeded more than others. Most did their jobs well enough to win. At the same time they kept survival at the forefront of their daily goals. They fired their weapons in combat and did whatever else was expected of them. They were not heroes in the classic, Sergeant York sense. Instead they were effective combat soldiers doing a dirty, thankless, but indispensable job. Without their proficiency and courage, the war could not have been won. (8).
Marshall y su enorme reputación e influencia. ¡Vivir para ver!
(1) Marshall,
Men Against Fire. The Problem of Battle Command (University of Oklahoma Press, 2000), p. 54.
(2) Ibid., 68-69.
(3) Roger J. Spiller, “S.L.A. Marshall and the Ratio of Fire,”
RUSI Journal 133, No. 4, Winter 1988, 63-71.
(4) John C. McManus,
The Deadly Brotherhood. The American Combat Soldier in World War Two (Presidio Press Book, 1998), capítulo 5 (“The Fighting”), pp. 116-153.
(5)
Men Against Fire (2000), pp. 1-2.
(6) Harold P. Leinbaugh & John D. Campbell,
The Men of Company K. The Autobiography of a World War II Rifle Company (New York: William Morrow, 1985).
(7)
Men Agianst Fire (2000), pp. 4-6.
(8) McManus, cita original, p. 153.
Saludos cordiales
JL