La división de Alemania y el muro de Berlín
Publicado: Vie Ene 06, 2006 4:05 am
Transcribo a continuación un artículo de Pablo J. de Irazazábal, publicado en agosto de 2001 por la revista "La Aventura de la Historia":
Berlín, el muro de la infamia
El día que fue ordenada la erección del muro, el 13 de agosto de 1961, era un cálido día de verano. Muchos de mis conciudadanos que no podían disfrutar de unas vacaciones fuera de su ciudad esperaban ansiosos poder efectuar una despreocupada excursión a los campos que rodean la ciudad o zambullirse en alguno de los lagos que los salpican, o bien pasar unas horas dedicadas a la lectura. Pero las primeras noticias de la jornada los conmocionaron: se estaba procediendo a cerrar los accesos entre las dos partes de Berlín. El 13 de agosto se convirtió, así, en un día de desesperación, de temor, de confusión.
Con estas palabras inicia sus memorias el que era entonces alcalde de Berlín -para ser exactos, de la parte occidental de la ciudad- y que, ocho años más tarde llegaría a ser canciller de la República Federal de Alemania, el socialista Willy Brandt o Karl Herbert Frahm, si se le quiere llamar por su nombre auténtico, que jamás utilizó después de la juventud.
Año 1961.
Fuente: La Aventura de la Historia, agosto de 2001.
La división de Alemania y, consecuentemente, la división de Berlín, fueron el gran problema que enfrentó a la URSS y a Estados Unidos durante la Guerra Fría. En 1955, diez años después de terminar la Segunda Guerra Mundial, y tras los esfuerzos negociadores de Yalta y Postdam, los Grandes convocaron una reunión en Ginebra, no tanto para resolver problemas, cuanto para fijar, al menos, cuáles eran esos problemas que les enfrentaban.
Fue, además, la única reunión en la cumbre que sentó a la mesa de negociación a cuatro grandes -Edgar Faure (Francia), Anthony Eden (Reino Unido), Dwigt E. Eisenhower (USA) y Nikolai Bulganin/Nikita Kruschov (URSS)- porque la otra oprtunidad de que se repitiera el número de cuatro, en París, en mayo de 1960, fue abortada por Kruschov con el escándalo del avión espía U-2 y su piloto, Gary Powers, derribados sobre Sverdlovsk (la antigua Ekaterinburgo).
Los cuatro consiguieron algo, que hasta entonces, había sido imposible: ponerse de acuerdo. Aunque, eso sí, sólo para decidir cuales eran las razones del enfrentamiento entre el Este y el Oeste y en qué orden deberían figurar. Esta fue la lista:
1. Alemania y su división.
2. La carrera de armamentos.
3. La enemistad entre el Este y el Oeste.
En realidad, el tercer ítem sobraba, pero así quedó para la Historia. Algunos se sorprendieron de que Alemania ocupase un lugar preeminente, cuando ya las relaciones internacionales se habían complicado en todo el mundo: Indochina acababa de liquidar una guerra que cambió el panorama de Asia; la descolonización llevaba hacia el Tercer Mundo; África hervía en revoluciones y Corea se restañaba de las heridas de un conflicto reciente.
Pero, de algún modo, era como un rosario de consecuencias de una gran posguerra, la de la segunda Guerra Mundial, que había tenido a Berlín -capital del Tercer Reich- como causante directo de una catástrofe cuyas estadísticas oficiales se iniciaban con 55 millones de muertos. Por otra parte –y esta fue la cuestión que separaba a los dos supergrandes- no parecía lógico que, a los diez años de terminada la conflagración, no se hubiera establecido un tratado de paz entre vencedores y vencidos, como para dar la razón al Infante Don Juan Manuel quien, en el siglo XIV, tuvo la intuición de escribir "...hay guerras calientes, e mui duras, que terminan con paz, e haylas frias, que no terminan con paz".
El Protocolo de Londres y dos más
Casi un año antes de que terminara la segunda Guerra Mundial, el 12 de septiembre de 1944, la mal llamada Comisión Consultiva Europea, formada por Gran Bretaña, la Unión soviética y los estados Unidos, firmó el Protocolo de Londres, en el que se establecía la división de Alemania en zonas de ocupación "...y en un territorio de Berlín". Este territorio se equipara al Gran Berlín, constituído de acuerdo con la ley sobre le municipio Berlín, de 27 de abril de 1920. Esto suponía una extensión de casi 800 kilómetros cuadrados, con una población de 3.300.000 habitantes.
El protocolo de Londres determina que el territorio de Berlín será conjuntamente ocupado por las fuerzas Armadas de Estados Unidos, Gran Bretaña y la URSS, y un protocolo adicional, de 14 de noviembre del mismo año 1944, aclara que esa ocupación se realizará "...para dirigir conjuntamente la administración del territorio del Gran Berlín". Todavía había de añadirse un nuevo protocolo, el 26 de junio de 1945 -por pura casualidad, el mismo día que la Carta de la Naciones Unidas dio vida a la ONU, en san Francisco- aclarando que Francia participaba con igualdad de derechos en la "administración conjunta del Gran Berlín".
El adjetivo conjunta de este protocolo, así como el adverbio conjuntamente del anterior sólo fueron una ficción. El Gran Berlín quedó dividido en dos sectores: el occidental (ocupado por norteamericanos, británicos y franceses- con 480 kilómetros cuadrados de extensión y 2.200.000 habitantes, y el soviético, con 400 kilómetros cuadrados y 1.100.000 habitantes. Estos dos sectores no sólo no tuvieron administración no conjunta, sino que acabaron dramáticamente separados por el infame muro de 1961.
Por un mes de retraso
Un mes de retraso pudo ser determinante en el desarrollo de los acontecimientos posteriores. El 30 de abril de 1945 Adolf Hitler se suicidaba en le búnker de la Cancillería. El 2 de mayo, Josip Vissarianovich Stalin anunciaba la conquista de Berlín. Once días después, el general en jefe de la Administración Militar Soviética, mariscal Grigori Zujov, confirmaba en su cargo a los nuevos miembros del Ayuntamiento de Berlín nombrados por el comandante soviético de la ciudad, general Bersarin. Los elegidos tomaron posesión de su cargo en seis días.
Los aliados no llegaron a Berlín hasta el 1 de junio y su instalación se demoró hasta le 4 de julio. Los soviéticos se habían acomodado con el argumento de sus carros de combate, pero la presencia de los aliados se vio precedida por un engorroso intercambio de telegramas entre el presidente Harry S. Trumn, el premier Winston Churchill y Stalin.
En las estipulaciones previas quedaba reflejado con claridad el libre acceso de las Fuerzas Aliadas "por vía aérea, terrestre y de ferrocarril a Berlín". Y, para remachar esa libertad, la conferencia de los Comandantes Supremos de las potencias de ocupación -Berlín, el 29 de julio de 1945- reconocía: "Se ha convenido que todo el tráfico -aire, carretera, vía férrea- estará libre de controles fronterizos o del control por funcionarios de aduanas o por autoridades militares".
La verdad es que se intentó llevar a cabo la administración conjunta, y se creó para ello la IAMC (Comandancia Militar Interaliada), que se constituyó el 11 de julio de 1945. Pero un acontecimiento de índole superior paralizó los primeros movimientos aparentemente bienintencionados: el 17 de julio se reunían en Postdam -una barriada de Berlín- los Tres Grandes, Truman Churchill y Stalin, para una cumbre en la que había que certificar el final de la guerra y establecer normas para lo que iba a pasar en el mundo de allí en adelante. De momento en Postdam se decía que "... en tanto dure la ocupación, toda Alemania será tratada como una unidad económica". La cuestión parecía enmarcada por dos ideas madre: Libertad de acceso a Berlín y tratamiento de toda Alemania como una unidad económica.
Para magnificar las resoluciones que se tomaron sobre la ocupación se creó, al margen de la Comandancia Militar, el Consejo Aliado de Control, con sede en Berlín, que empezó a trabajar el 20 de agosto de 1945. Ese mes habían cambiado mucho las cosas en el mundo: la guerra había terminado con la rendición de Japón, aunque el certificado oficial de su fin se demorase hasta el 3 de septiembre. Pero lo que hizo más complicado el cambio fue la manera cómo se obligó al Imperio del Sol Naciente: con la destrucción de Hiroshima y Nagasaky, por medio de un arma terrible, la Bomba A.
De modo que las resoluciones del Consejo Aliado de Control y de la Comandancia Militar fueron inexistentes, puesto que tenían que ser tomadas por unanimidad y esta era imposible, dadas las muy distintas maneras de pensar de los aliados y de los soviéticos. Nada de administración conjunta. En su lugar, la realidad pura y dura: Berlín Occidental y Berlín Oriental.
Las dos ideas madre del funcionamiento de Berlín como un todo se vinieron estrepitosamente abajo en la primavera de 1948. El 20 de marzo los soviéticos abandonaron el Consejo de Control Aliado y el 16 de junio, la Comandancia Militar. El 22 los consejeros de Hacienda y Economía de las cuatro potencias ocupantes se enredaron en una fortísima discusión sobre reformas económicas. Los soviéticos pretendían que la moneda que se utilizase en el Gran Berlín debería ser la misma que se utilizaba en el resto de la zona total de ocupación soviética, es decir, Alemania Oriental.
Los occidentales se negaron y, adelantándose, lanzaron en Berlín el Bank Deutscher Länder, el marco occidental sobre el que, muy poco después, se iniciaría el llamado milagro alemán.
Para entonces la "libertad de acceso a Berlín" era menos que una broma. Los soviéticos controlaban la identidad los equipajes a los viajeros occidentales, especialmente los militares, detenían, a su conveniencia, los trenes, restringiendo el envío de paquetes postales y los permisos para la navegación fluvial.
Fin de la 1ª parte.
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Saludos.
Berlín, el muro de la infamia
El día que fue ordenada la erección del muro, el 13 de agosto de 1961, era un cálido día de verano. Muchos de mis conciudadanos que no podían disfrutar de unas vacaciones fuera de su ciudad esperaban ansiosos poder efectuar una despreocupada excursión a los campos que rodean la ciudad o zambullirse en alguno de los lagos que los salpican, o bien pasar unas horas dedicadas a la lectura. Pero las primeras noticias de la jornada los conmocionaron: se estaba procediendo a cerrar los accesos entre las dos partes de Berlín. El 13 de agosto se convirtió, así, en un día de desesperación, de temor, de confusión.
Con estas palabras inicia sus memorias el que era entonces alcalde de Berlín -para ser exactos, de la parte occidental de la ciudad- y que, ocho años más tarde llegaría a ser canciller de la República Federal de Alemania, el socialista Willy Brandt o Karl Herbert Frahm, si se le quiere llamar por su nombre auténtico, que jamás utilizó después de la juventud.
Año 1961.
Fuente: La Aventura de la Historia, agosto de 2001.
La división de Alemania y, consecuentemente, la división de Berlín, fueron el gran problema que enfrentó a la URSS y a Estados Unidos durante la Guerra Fría. En 1955, diez años después de terminar la Segunda Guerra Mundial, y tras los esfuerzos negociadores de Yalta y Postdam, los Grandes convocaron una reunión en Ginebra, no tanto para resolver problemas, cuanto para fijar, al menos, cuáles eran esos problemas que les enfrentaban.
Fue, además, la única reunión en la cumbre que sentó a la mesa de negociación a cuatro grandes -Edgar Faure (Francia), Anthony Eden (Reino Unido), Dwigt E. Eisenhower (USA) y Nikolai Bulganin/Nikita Kruschov (URSS)- porque la otra oprtunidad de que se repitiera el número de cuatro, en París, en mayo de 1960, fue abortada por Kruschov con el escándalo del avión espía U-2 y su piloto, Gary Powers, derribados sobre Sverdlovsk (la antigua Ekaterinburgo).
Los cuatro consiguieron algo, que hasta entonces, había sido imposible: ponerse de acuerdo. Aunque, eso sí, sólo para decidir cuales eran las razones del enfrentamiento entre el Este y el Oeste y en qué orden deberían figurar. Esta fue la lista:
1. Alemania y su división.
2. La carrera de armamentos.
3. La enemistad entre el Este y el Oeste.
En realidad, el tercer ítem sobraba, pero así quedó para la Historia. Algunos se sorprendieron de que Alemania ocupase un lugar preeminente, cuando ya las relaciones internacionales se habían complicado en todo el mundo: Indochina acababa de liquidar una guerra que cambió el panorama de Asia; la descolonización llevaba hacia el Tercer Mundo; África hervía en revoluciones y Corea se restañaba de las heridas de un conflicto reciente.
Pero, de algún modo, era como un rosario de consecuencias de una gran posguerra, la de la segunda Guerra Mundial, que había tenido a Berlín -capital del Tercer Reich- como causante directo de una catástrofe cuyas estadísticas oficiales se iniciaban con 55 millones de muertos. Por otra parte –y esta fue la cuestión que separaba a los dos supergrandes- no parecía lógico que, a los diez años de terminada la conflagración, no se hubiera establecido un tratado de paz entre vencedores y vencidos, como para dar la razón al Infante Don Juan Manuel quien, en el siglo XIV, tuvo la intuición de escribir "...hay guerras calientes, e mui duras, que terminan con paz, e haylas frias, que no terminan con paz".
El Protocolo de Londres y dos más
Casi un año antes de que terminara la segunda Guerra Mundial, el 12 de septiembre de 1944, la mal llamada Comisión Consultiva Europea, formada por Gran Bretaña, la Unión soviética y los estados Unidos, firmó el Protocolo de Londres, en el que se establecía la división de Alemania en zonas de ocupación "...y en un territorio de Berlín". Este territorio se equipara al Gran Berlín, constituído de acuerdo con la ley sobre le municipio Berlín, de 27 de abril de 1920. Esto suponía una extensión de casi 800 kilómetros cuadrados, con una población de 3.300.000 habitantes.
El protocolo de Londres determina que el territorio de Berlín será conjuntamente ocupado por las fuerzas Armadas de Estados Unidos, Gran Bretaña y la URSS, y un protocolo adicional, de 14 de noviembre del mismo año 1944, aclara que esa ocupación se realizará "...para dirigir conjuntamente la administración del territorio del Gran Berlín". Todavía había de añadirse un nuevo protocolo, el 26 de junio de 1945 -por pura casualidad, el mismo día que la Carta de la Naciones Unidas dio vida a la ONU, en san Francisco- aclarando que Francia participaba con igualdad de derechos en la "administración conjunta del Gran Berlín".
El adjetivo conjunta de este protocolo, así como el adverbio conjuntamente del anterior sólo fueron una ficción. El Gran Berlín quedó dividido en dos sectores: el occidental (ocupado por norteamericanos, británicos y franceses- con 480 kilómetros cuadrados de extensión y 2.200.000 habitantes, y el soviético, con 400 kilómetros cuadrados y 1.100.000 habitantes. Estos dos sectores no sólo no tuvieron administración no conjunta, sino que acabaron dramáticamente separados por el infame muro de 1961.
Por un mes de retraso
Un mes de retraso pudo ser determinante en el desarrollo de los acontecimientos posteriores. El 30 de abril de 1945 Adolf Hitler se suicidaba en le búnker de la Cancillería. El 2 de mayo, Josip Vissarianovich Stalin anunciaba la conquista de Berlín. Once días después, el general en jefe de la Administración Militar Soviética, mariscal Grigori Zujov, confirmaba en su cargo a los nuevos miembros del Ayuntamiento de Berlín nombrados por el comandante soviético de la ciudad, general Bersarin. Los elegidos tomaron posesión de su cargo en seis días.
Los aliados no llegaron a Berlín hasta el 1 de junio y su instalación se demoró hasta le 4 de julio. Los soviéticos se habían acomodado con el argumento de sus carros de combate, pero la presencia de los aliados se vio precedida por un engorroso intercambio de telegramas entre el presidente Harry S. Trumn, el premier Winston Churchill y Stalin.
En las estipulaciones previas quedaba reflejado con claridad el libre acceso de las Fuerzas Aliadas "por vía aérea, terrestre y de ferrocarril a Berlín". Y, para remachar esa libertad, la conferencia de los Comandantes Supremos de las potencias de ocupación -Berlín, el 29 de julio de 1945- reconocía: "Se ha convenido que todo el tráfico -aire, carretera, vía férrea- estará libre de controles fronterizos o del control por funcionarios de aduanas o por autoridades militares".
La verdad es que se intentó llevar a cabo la administración conjunta, y se creó para ello la IAMC (Comandancia Militar Interaliada), que se constituyó el 11 de julio de 1945. Pero un acontecimiento de índole superior paralizó los primeros movimientos aparentemente bienintencionados: el 17 de julio se reunían en Postdam -una barriada de Berlín- los Tres Grandes, Truman Churchill y Stalin, para una cumbre en la que había que certificar el final de la guerra y establecer normas para lo que iba a pasar en el mundo de allí en adelante. De momento en Postdam se decía que "... en tanto dure la ocupación, toda Alemania será tratada como una unidad económica". La cuestión parecía enmarcada por dos ideas madre: Libertad de acceso a Berlín y tratamiento de toda Alemania como una unidad económica.
Para magnificar las resoluciones que se tomaron sobre la ocupación se creó, al margen de la Comandancia Militar, el Consejo Aliado de Control, con sede en Berlín, que empezó a trabajar el 20 de agosto de 1945. Ese mes habían cambiado mucho las cosas en el mundo: la guerra había terminado con la rendición de Japón, aunque el certificado oficial de su fin se demorase hasta el 3 de septiembre. Pero lo que hizo más complicado el cambio fue la manera cómo se obligó al Imperio del Sol Naciente: con la destrucción de Hiroshima y Nagasaky, por medio de un arma terrible, la Bomba A.
De modo que las resoluciones del Consejo Aliado de Control y de la Comandancia Militar fueron inexistentes, puesto que tenían que ser tomadas por unanimidad y esta era imposible, dadas las muy distintas maneras de pensar de los aliados y de los soviéticos. Nada de administración conjunta. En su lugar, la realidad pura y dura: Berlín Occidental y Berlín Oriental.
Las dos ideas madre del funcionamiento de Berlín como un todo se vinieron estrepitosamente abajo en la primavera de 1948. El 20 de marzo los soviéticos abandonaron el Consejo de Control Aliado y el 16 de junio, la Comandancia Militar. El 22 los consejeros de Hacienda y Economía de las cuatro potencias ocupantes se enredaron en una fortísima discusión sobre reformas económicas. Los soviéticos pretendían que la moneda que se utilizase en el Gran Berlín debería ser la misma que se utilizaba en el resto de la zona total de ocupación soviética, es decir, Alemania Oriental.
Los occidentales se negaron y, adelantándose, lanzaron en Berlín el Bank Deutscher Länder, el marco occidental sobre el que, muy poco después, se iniciaría el llamado milagro alemán.
Para entonces la "libertad de acceso a Berlín" era menos que una broma. Los soviéticos controlaban la identidad los equipajes a los viajeros occidentales, especialmente los militares, detenían, a su conveniencia, los trenes, restringiendo el envío de paquetes postales y los permisos para la navegación fluvial.
Fin de la 1ª parte.
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Saludos.