Economía alemana: planificación central.
Publicado: Sab Feb 13, 2016 8:29 pm
¡Saludos a todos!
En 1933, el economista alemán Wilhelm Röpke recibió la visita de dos agentes de las SS, Röpke un liberal clásico sin pelos en la lengua había sido declarado “enemigo del pueblo” y despedido de su puesto de profesor en la Universidad de Marburgo por dar discursos en contra de los nazis, otros intelectuales y profesores universitarios guardaron silencio pero Röpke se negó, pasando el gobierno de Hitler a la intimidación sin ambages, tan pronto como los dos agentes de las SS se fueron de su casa Röpke supo que había llegado el momento de irse de Alemania.
Ian Kershaw señala en su magna biografía de Hitler, que éste era un completo ignorante en materia económica, daba la impresión de que sus medidas económicas iban sólo destinadas a aumentar su poder, al igual que el líder fascista Benito Mussolini. En un artículo escrito poco antes de que abandonara Alemania en dirección a Estambul, Röpke calificó el nacionalsocialismo alemán y al fascismo italiano bajo la misma rúbrica de economía fascista. Intentando encontrar un vínculo lógico entre las políticas fascista, Röpke escribió: “Definir claramente la esencia de la economía fascista es una tarea tremendamente difícil (…) Uno se siente tentado de abandonarla por inútil y tiende a considerarla un ejemplo de dadaísmo económico (…). Quizá más que ninguna otra cosa, es la falta de coherencia lo que caracteriza al fascismo (…) El fascismo funciona con un bagaje intelectual mínimo, y está orgulloso de ello” (Wilhelm Röpke, “Fascist Economics”, Económica (serie nueva), 2 (febrero de 1935), pp. 86).
El nacionalsocialismo rechazaba claramente el liberalismo clásico y su defensa de la economía de libre mercado. Röpke señaló que entre las doctrinas anticapitalistas de su tiempo se encontraba el comunismo y el “anticapitalismo militar” de Italia y Alemania, “el anticapitalismo que posee un aire fascista, o dicho de otro modo, el anticapitalismo contrario al liberalismo en el ámbito político”.
Röpke rechazó como “distorsiones y caricaturizaciones” partidistas los argumentos marxistas y socialdemócratas que presentaban al nacionalsocialismo como la defensa reaccionaria de un “capitalismo desorbitado”. En una nota en 1933, F.A Hayek también insistió en este punto: “No cabe duda de la naturaleza socialista del movimiento nacionalsocialista, cuyas ideas principales son fruto de las tendencias antiliberales que han ido ganando terreno en Alemania desde el final del periodo bismarckiano” (F.A. Hayek, “Nazi-Socialism”, en The Road to Serfdom: Text and Documents, The Definitive Edition, Bruce Caldwell, coord, Chicago, University of Chicago Press, 2007, pp. 245 – 248). Hayek consideraba el nazismo como un producto de las doctrinas basadas en el socialismo de Estado promovidas por la escuela de los economistas históricos alemanes.
A diferencia del comunismo, observó Röpke, el fascismo no desea cambios revolucionarios en la estructura económica y social. La política económica de la Italia fascista y de la Alemania nazi equivalía a un intervencionismo ad hoc sumado a un discurso colectivista, que lleva en la práctica, a una sociedad altamente monopolista e intervencionista embellecida con adornos terminológicos y retóricos, con un amplio control estatal de los precios y la inversión, y una socialización de las pérdidas amplia. Aunque las decisiones económicas de Hitler y Mussolini no siguieron una filosofía económica coherente, sí que siguieron una dinámica implícita de intervencionismo. Esta dinámica transformó las políticas económicas fascista y nazi en sistemas de control estatal sobre las palancas de la economía.
Dos años antes de que Hitler llegara al poder, el gobierno alemán impuso controles monetarios que restringían la posibilidad de cambiar la moneda local por moneda extranjera para evitar una depreciación del marco alemán. Hitler también se negó a devaluar. A su vez, estas restricciones monetarias llevaron al Gobierno a imponer controles sobre el comercio exterior. Estos controles aumentaron con Schacht, ministro de economía de Hitler entre 1934 – 1937. El “Nuevo Plan” del régimen de Hitler impuso el control estatal sobre las transacciones comerciales con el exterior, además de la cartelización industrial y de proyectos de obras públicas. Schacht fue despedido cuando, tras unos resultados decepcionantes recomendó dar un giro a la política anterior y fue sustituido por Herman Göring.
La política agrícola y las cuotas de importación del Tercer Reich provocaron la escasez en la producción de alimentos e importantes alzas de precios. Hitler hizo de estos problemas provocados por él ismo una excusa para invadir Europa, declarando que “tenemos un exceso de población y no podemos alimentarnos únicamente con nuestros propios recursos (…) La solución definitiva pasa por ampliar el espacio vital de nuestro pueblo y / o sus fuentes de materias primas y alimentos”. Iniciar una guerra permitió a Hitler mantener el apoyo popular a pesar del daño que su política económica estaba infringiendo a la economía alemana.
En un análisis póstumo de la economía nazi, el economista alemán Walter Eucken señaló la política de pleno empleo como culpable del creciente aumento del control estatal sobre la economía alemana: “A partir de 1936, la economía alemana pasó a estar cada vez más controlada por la administración central. Sin embargo, no se trataba de un intento consciente de crear una nueva forma de organización económica, sino que fue un resultado accidental. Fue la política de pleno empleo la que inició el proceso, y fue la aplicación de esta política la que condujo paso a paso a una economía centralizada” (Walter Eucken, “On the Theory of the Centrally Administered Economy: An Análisis of the German Experiment: Part I”, trad al iglés de T.W. Hutchison, Economica (serie nueva), 15 (mayo de 1948), pp. 79). Eucken afirma que la política de pleno empleo de Hitler requería de grandes proyectos de obras públicas. El más conocido de ellos era el de la construcción de carreteras.
Para financiar estos proyectos, el Gobierno alemán imprimió dinero, reduciendo su valor y provocando un aumento de los precios. Para detener este proceso inflacionario, el Gobierno pasó a intervenir aun más la economía, imponiendo una congelación general de precios en 1936. Los controles de precios tuvieron como consecuencia una escasez generalizada de bienes de consumo; compradores que disponían de una gran cantidad de marcos no podían encontrar vendedores que les quisieran vender a unos precios artificialmente bajos. A consecuencia de dicha política los precios dejaron de ser válidos como reflejo de la escasez de bienes y servicios en los mercados. Este estado de cosas dio lugar a la creación de un aparato administrativo central para dirigir la economía, supervisar el comercio exterior, asignar materias primas esenciales como el carbón, el hierro y el cemento, decidir sobre prioridades, distribuir licencias, etc.
El gobierno alemán no se atrevió a eliminar los controles de precios porque ello hubiera desatado un proceso inflacionario que habría llevado a una probable revuelta de los trabajadores en demanda de mayores salarios y a un aumento de los precios que el gobierno ganaba por sus suministros militares. Así, la congelación de los precios y la lucha contra la inflación mediante esa congelación de precios se convirtieron en los principios dogmáticos de la política económica nazi (Robert L. Hetzel, “German Monetary History in the First Half of the Twentieth Century”).
Para abordar la escasez de bienes de consumo, el Gobierno alemán impuso un sistema de racionamiento. En el caso de los bienes de capital definió aquellos sectores que consideraba prioritarios y asignó las materias primas según esta prioridad. Para abordar la falta de incentivos a la producción bajo precios controlados, promulgó decretos que obligaban a las empresas a producir una determinada cantidad. Esta era la dinámica intervencionista que hizo del Tercer Reich una economía completamente controlada por el Estado (para un tratamiento teórico de la dinámica intervencionista véase John Hagel III y Walter E. Grinder, “From Laissez-faire to Zwangswirtschaft: The Dynamics of Interventionism”). Eucken señaló que esta tendencia se intensificó a medida que el Reich desviaba un mayor volumen de recursos hacia la producción de armamento y a medida que el riesgo de una guerra se hacía más patente se hizo necesario concentrar recursos productivos en el sector bélico y acelerar la tasa de intervención, más y más sectores productivos, e incluso la distribución de la oferta de trabajo y de los bienes de consumo entraron en el ámbito de actuación de las autoridades de planificación.
Se gestó un sistema de planificación central bajo el cual, a diferencia de la URSS, tanto las explotaciones agrícolas como las fábricas siguieron estando en esencia y nominalmente en manos privadas, pero este control nominal de la propiedad se veía seriamente afectado por una extendida apropiación de productos industriales que sólo eran liberados en caso de una utilización coherente con el plan centralizado. En la práctica, el principio de soberanía del consumidor – que sus deseos determinen la combinación de bienes a producir – también sucumbió al plan centralizado. Los planificadores simplificaron su propio trabajo al reducir la variedad de bienes producidos, ignorando las preferencias de los consumidores. Así, la “influencia de los consumidores desapareció”.
Saludos desde Benidorm.
Fuente: Lawrence H. White -"El choque de ideas económicas", cap 6 - "La Segunda Guerra Mundial y el Camino de Servidumbre de Hayek".
En 1933, el economista alemán Wilhelm Röpke recibió la visita de dos agentes de las SS, Röpke un liberal clásico sin pelos en la lengua había sido declarado “enemigo del pueblo” y despedido de su puesto de profesor en la Universidad de Marburgo por dar discursos en contra de los nazis, otros intelectuales y profesores universitarios guardaron silencio pero Röpke se negó, pasando el gobierno de Hitler a la intimidación sin ambages, tan pronto como los dos agentes de las SS se fueron de su casa Röpke supo que había llegado el momento de irse de Alemania.
Ian Kershaw señala en su magna biografía de Hitler, que éste era un completo ignorante en materia económica, daba la impresión de que sus medidas económicas iban sólo destinadas a aumentar su poder, al igual que el líder fascista Benito Mussolini. En un artículo escrito poco antes de que abandonara Alemania en dirección a Estambul, Röpke calificó el nacionalsocialismo alemán y al fascismo italiano bajo la misma rúbrica de economía fascista. Intentando encontrar un vínculo lógico entre las políticas fascista, Röpke escribió: “Definir claramente la esencia de la economía fascista es una tarea tremendamente difícil (…) Uno se siente tentado de abandonarla por inútil y tiende a considerarla un ejemplo de dadaísmo económico (…). Quizá más que ninguna otra cosa, es la falta de coherencia lo que caracteriza al fascismo (…) El fascismo funciona con un bagaje intelectual mínimo, y está orgulloso de ello” (Wilhelm Röpke, “Fascist Economics”, Económica (serie nueva), 2 (febrero de 1935), pp. 86).
El nacionalsocialismo rechazaba claramente el liberalismo clásico y su defensa de la economía de libre mercado. Röpke señaló que entre las doctrinas anticapitalistas de su tiempo se encontraba el comunismo y el “anticapitalismo militar” de Italia y Alemania, “el anticapitalismo que posee un aire fascista, o dicho de otro modo, el anticapitalismo contrario al liberalismo en el ámbito político”.
Röpke rechazó como “distorsiones y caricaturizaciones” partidistas los argumentos marxistas y socialdemócratas que presentaban al nacionalsocialismo como la defensa reaccionaria de un “capitalismo desorbitado”. En una nota en 1933, F.A Hayek también insistió en este punto: “No cabe duda de la naturaleza socialista del movimiento nacionalsocialista, cuyas ideas principales son fruto de las tendencias antiliberales que han ido ganando terreno en Alemania desde el final del periodo bismarckiano” (F.A. Hayek, “Nazi-Socialism”, en The Road to Serfdom: Text and Documents, The Definitive Edition, Bruce Caldwell, coord, Chicago, University of Chicago Press, 2007, pp. 245 – 248). Hayek consideraba el nazismo como un producto de las doctrinas basadas en el socialismo de Estado promovidas por la escuela de los economistas históricos alemanes.
A diferencia del comunismo, observó Röpke, el fascismo no desea cambios revolucionarios en la estructura económica y social. La política económica de la Italia fascista y de la Alemania nazi equivalía a un intervencionismo ad hoc sumado a un discurso colectivista, que lleva en la práctica, a una sociedad altamente monopolista e intervencionista embellecida con adornos terminológicos y retóricos, con un amplio control estatal de los precios y la inversión, y una socialización de las pérdidas amplia. Aunque las decisiones económicas de Hitler y Mussolini no siguieron una filosofía económica coherente, sí que siguieron una dinámica implícita de intervencionismo. Esta dinámica transformó las políticas económicas fascista y nazi en sistemas de control estatal sobre las palancas de la economía.
Dos años antes de que Hitler llegara al poder, el gobierno alemán impuso controles monetarios que restringían la posibilidad de cambiar la moneda local por moneda extranjera para evitar una depreciación del marco alemán. Hitler también se negó a devaluar. A su vez, estas restricciones monetarias llevaron al Gobierno a imponer controles sobre el comercio exterior. Estos controles aumentaron con Schacht, ministro de economía de Hitler entre 1934 – 1937. El “Nuevo Plan” del régimen de Hitler impuso el control estatal sobre las transacciones comerciales con el exterior, además de la cartelización industrial y de proyectos de obras públicas. Schacht fue despedido cuando, tras unos resultados decepcionantes recomendó dar un giro a la política anterior y fue sustituido por Herman Göring.
La política agrícola y las cuotas de importación del Tercer Reich provocaron la escasez en la producción de alimentos e importantes alzas de precios. Hitler hizo de estos problemas provocados por él ismo una excusa para invadir Europa, declarando que “tenemos un exceso de población y no podemos alimentarnos únicamente con nuestros propios recursos (…) La solución definitiva pasa por ampliar el espacio vital de nuestro pueblo y / o sus fuentes de materias primas y alimentos”. Iniciar una guerra permitió a Hitler mantener el apoyo popular a pesar del daño que su política económica estaba infringiendo a la economía alemana.
En un análisis póstumo de la economía nazi, el economista alemán Walter Eucken señaló la política de pleno empleo como culpable del creciente aumento del control estatal sobre la economía alemana: “A partir de 1936, la economía alemana pasó a estar cada vez más controlada por la administración central. Sin embargo, no se trataba de un intento consciente de crear una nueva forma de organización económica, sino que fue un resultado accidental. Fue la política de pleno empleo la que inició el proceso, y fue la aplicación de esta política la que condujo paso a paso a una economía centralizada” (Walter Eucken, “On the Theory of the Centrally Administered Economy: An Análisis of the German Experiment: Part I”, trad al iglés de T.W. Hutchison, Economica (serie nueva), 15 (mayo de 1948), pp. 79). Eucken afirma que la política de pleno empleo de Hitler requería de grandes proyectos de obras públicas. El más conocido de ellos era el de la construcción de carreteras.
Para financiar estos proyectos, el Gobierno alemán imprimió dinero, reduciendo su valor y provocando un aumento de los precios. Para detener este proceso inflacionario, el Gobierno pasó a intervenir aun más la economía, imponiendo una congelación general de precios en 1936. Los controles de precios tuvieron como consecuencia una escasez generalizada de bienes de consumo; compradores que disponían de una gran cantidad de marcos no podían encontrar vendedores que les quisieran vender a unos precios artificialmente bajos. A consecuencia de dicha política los precios dejaron de ser válidos como reflejo de la escasez de bienes y servicios en los mercados. Este estado de cosas dio lugar a la creación de un aparato administrativo central para dirigir la economía, supervisar el comercio exterior, asignar materias primas esenciales como el carbón, el hierro y el cemento, decidir sobre prioridades, distribuir licencias, etc.
El gobierno alemán no se atrevió a eliminar los controles de precios porque ello hubiera desatado un proceso inflacionario que habría llevado a una probable revuelta de los trabajadores en demanda de mayores salarios y a un aumento de los precios que el gobierno ganaba por sus suministros militares. Así, la congelación de los precios y la lucha contra la inflación mediante esa congelación de precios se convirtieron en los principios dogmáticos de la política económica nazi (Robert L. Hetzel, “German Monetary History in the First Half of the Twentieth Century”).
Para abordar la escasez de bienes de consumo, el Gobierno alemán impuso un sistema de racionamiento. En el caso de los bienes de capital definió aquellos sectores que consideraba prioritarios y asignó las materias primas según esta prioridad. Para abordar la falta de incentivos a la producción bajo precios controlados, promulgó decretos que obligaban a las empresas a producir una determinada cantidad. Esta era la dinámica intervencionista que hizo del Tercer Reich una economía completamente controlada por el Estado (para un tratamiento teórico de la dinámica intervencionista véase John Hagel III y Walter E. Grinder, “From Laissez-faire to Zwangswirtschaft: The Dynamics of Interventionism”). Eucken señaló que esta tendencia se intensificó a medida que el Reich desviaba un mayor volumen de recursos hacia la producción de armamento y a medida que el riesgo de una guerra se hacía más patente se hizo necesario concentrar recursos productivos en el sector bélico y acelerar la tasa de intervención, más y más sectores productivos, e incluso la distribución de la oferta de trabajo y de los bienes de consumo entraron en el ámbito de actuación de las autoridades de planificación.
Se gestó un sistema de planificación central bajo el cual, a diferencia de la URSS, tanto las explotaciones agrícolas como las fábricas siguieron estando en esencia y nominalmente en manos privadas, pero este control nominal de la propiedad se veía seriamente afectado por una extendida apropiación de productos industriales que sólo eran liberados en caso de una utilización coherente con el plan centralizado. En la práctica, el principio de soberanía del consumidor – que sus deseos determinen la combinación de bienes a producir – también sucumbió al plan centralizado. Los planificadores simplificaron su propio trabajo al reducir la variedad de bienes producidos, ignorando las preferencias de los consumidores. Así, la “influencia de los consumidores desapareció”.
Saludos desde Benidorm.
Fuente: Lawrence H. White -"El choque de ideas económicas", cap 6 - "La Segunda Guerra Mundial y el Camino de Servidumbre de Hayek".